Lectio Divina Domingos de Pascua

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DOMINGO DE PASCUA O DE RESURRECCIÓN Juan 20,1-9: 1 El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. 2 Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». 3 Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. 4 Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. 5 Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. 6 Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, 7 y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. 8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó, 9 pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos. 1. ¿Qué dice el Texto? En los versos 1 y 2, María Magdalena descubre que la tumba está vacía. Ella “va de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro”. Su corazón latía fuertemente por Jesús. El amor no da espera. De madrugada muchos detalles anuncian un gran y radical cambio, la noche se aleja, el horizonte se aclara y bajo la luz todas las cosas van dando poco a poco su forma. María apenas se percata que la piedra del sepulcro ha sido quitada “corre” enseguida y va a informarle a los discípulos más autorizados, a Pedro y al discípulo amado. Esta carrera expresa el amor de María por el Señor, que seguirá demostrando en su llanto junto a la tumba vacía (20,11ss). Y apenas llega donde ellos, confiesa a Jesús como “Señor. Reacción inmediata, intuitiva, espontánea, plasmada en una frase directa, reflejo de la veneración de esta mujer por Jesús. En los versos 3 al 9 los Pedro y el discípulo amado corren y llegan a la tumba. Apenas reciben la noticia de María se impresionan e inmediatamente se ponen en movimiento, corren juntos, aunque el discípulo amado corre más rápido y llega primero al sepulcro, no entra, esperando y respetando el rol de Pedro. Se limita a inclinarse y ver las vendas tiradas en la tierra. Él ve un poco más que María, quien sólo vio la piedra quitada del sepulcro. Cuando Pedro llega, entra al sepulcro y ve un poco más que el discípulo amado: ve que también el sudario que estaba sobre la cabeza de Jesús estaba doblado aparte en un solo lugar. Este detalle quiere indicar que el cadáver del Maestro no ha sido robado, ya que lo más probable es que los ladrones no se hubieran tomado tanto trabajo. Por lo tanto, Jesús se ha liberado a sí mismo de los lienzos y del sudario que lo envolvían, a diferencia de Lázaro, que debió ser desenvuelto por otros. Las ataduras de la muerte han sido rotas por Jesús. La tumba y las vendas vacías no son una prueba sino un signo de que Jesús ha vencido la muerte. Sin embargo, Pedro no lo comprende.


Luego, el Discípulo Amado entra en la tumba, ve todo lo que vio Pedro y dice el evangelista: “vio y creyó”, es decir da el nuevo paso que Pedro no dio: cree en la resurrección de Jesús. La constatación de simples detalles despierta la fe del Discípulo Amado en la resurrección de Jesús, para él el orden que reinaba dentro de la tumba fue suficiente. Su reacción es reposada y reflexiva. Se trata de la fe plena en la resurrección de Jesús. Aunque el verbo creer no aparece más que esta sola vez en todo el texto, representa la culminación de todo él. La asociación entre el “ver” y el “creer” formará en adelante uno de los temas centrales del resto del capítulo, donde se describen las apariciones del resucitado a los discípulos, para terminar, diciendo: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído” (v.29). El evangelista ha formulado la comprobación de la tumba vacía en un aumento gradual: María Magdalena ve quitada la losa de acceso al sepulcro. El otro discípulo ve los lienzos. Pedro ve los lienzos y el sudario. Los tres comprueban datos externos que se podían verificar. Se trata de pruebas incontestables de la sepultura de un cadáver. Pero ¿y el cadáver dónde estaba? Indudablemente no estaba en el sepulcro. Por eso el texto no habla del cadáver. Hasta entonces los discípulos, no habían entendido las palabras de Jesús relativas a su pasión, muerte y resurrección. Ahora Dios ha puesto en sus manos la pieza que faltaba: la resurrección del Hijo. Todo tiene sentido. El evangelio que es Jesús mismo queda “confirmado” ante todos por parte del Padre a través de la resurrección. 2. ¿Qué nos dice el texto? Este es el Domingo que le da sentido a todos los domingos en el que, con la ayuda del Espíritu Santo, queremos hacer una proclamación de júbilo y de victoria que sea capaz asumir nuestros dolores y los transforme en esperanza, que nos convenza de una vez por todas que la muerte no es la última palabra en nuestra existencia. A la luz de esta certeza hoy brota lo mejor de nosotros mismos e irradia con todo su esplendor nuestra fe como discípulos de Jesús. Efectivamente, somos cristianos porque creemos que Jesús ha resucitado de la muerte, está vivo, está en medio de nosotros, está presente en nuestro caminar histórico, es manantial de vida nueva y primicia de nuestra participación en la naturaleza divina. Nos levantamos con una nueva mirada sobre el mundo porque la resurrección de Jesús tiene un significado y una fuerza que vale para toda la humanidad, para el cosmos entero y, de manera particular, para los dolorosos acontecimientos que afligen a la humanidad. En la mañana del Domingo la única preocupación de los tres discípulos del Señor –María, Pedro y el Discípulo Amado- es buscar al Señor, a Jesús muerto sobre la Cruz por amor, pero resucitado de entre los muertos para la salvación de toda la humanidad. El amor los mueve a buscar al Resucitado en ese estupor que sabe entrever en los signos el cumplimiento de las promesas de Dios y de las expectativas humanas. Entre todos, cada uno con su aporte, van delineando un camino de fe pascual. La búsqueda amorosa del Señor se convierte luego en impulso misionero. Como lo muestra el relato, se trata de una experiencia contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro.


María Magdalena animada por una fe vivísima en el Señor Jesús, personifica así a todos los discípulos de Cristo, que reconocen en el Crucificado al Hijo de Dios y viven para Él. He aquí un ejemplo para emular en las diversas circunstancias y expresiones de la existencia, sobre todo en los momentos de dificultad y aún en las tragedias de la vida. Para la fe y el corazón de esta mujer la muerte en Cruz de Jesús y su sepultura, con todo su amor por el Señor se ha revelado “más fuerte que la muerte” (Cantar 8,6). El sepulcro sin el cadáver es un primer nivel de realidad, que debe ser completado por un segundo nivel de realidad: la resurrección de Jesús. El texto nos ofrece el conjunto del proceso llevado a cabo por los primeros creyentes. Un proceso de maduración y no de imaginación exaltada o de alucinación, como en ocasiones se ha escrito. Los primeros creyentes no fueron proclives a la resurrección de Jesús ni tuvieron predisposición para la misma; tuvieron, más bien, la predisposición contraria. Si llegaron a la resurrección de Jesús, si la aceptaron, fue porque ella se les impuso con toda su fuerza de realidad. Nosotros, dos mil años después, podemos estar bien seguros de la resurrección de Jesús; los primeros creyentes son nuestra total garantía. Sólo nos falta que, como ellos, nos dejemos impregnar de su misma fe. 3. ¿A qué nos compromete el texto? Hoy se nos invita a escuchar la noticia de la resurrección del Señor con los oídos de una fe adulta, consciente, comunitaria y comprometida. Acoger este mensaje implica estar dispuestos a que nuestra vida sea transformada por la fe en Jesucristo. Cada dimensión de nuestro vivir debe quedar “resucitada”. Esta fe cambia por completo el modo de entenderse a sí mismo y de entender al mundo; el drama de la vida y el misterio de la condición humana se iluminan con luz nueva, no sólo porque la fe en la resurrección de Jesús da una suprema esperanza al hombre destinado a la muerte, sino porque transforma la concepción de la vida. San Juan quiere meternos de lleno en la escena. El discípulo amado “vio y creyó”. Por la fe descubrió el amor sin límites del Resucitado. Los cristianos somos invitados a creer para ver. La fe nos ayuda a los discípulos de Jesús de cada época mirar en profundidad la realidad. Esa mirada en profundidad nos lleva a captar en su globalidad todo lo que Dios ha hecho por amor a nosotros. Por amor nos envió a su Hijo. Cristo entregó su vida porque amaba a Dios Padre y amaba a la humanidad. Ese inagotable caudal de amor de Cristo, recibe como respuesta por parte de Dios su Padre la resurrección. Dios lo resucita, llamándolo a una vida “nueva”. El amor vence a la muerte. El amor provoca que la muerte sea vencida por Cristo Resucitado. El mejor compromiso es el que se expresa en el objetivo general del plan arquidiocesano: “Propiciar en la Iglesia particular de Cali la evangelización kerigmática en y desde la Eucaristía, de manera que lleve al encuentro personal con Cristo, a través de la misión permanente, sirviendo al desarrollo humano integral y solidario de todos”.


4. ¿El texto que me hace decirle a Dios? Dios y Señor nuestro, te damos gracias porque has resucitado a tu Hijo Jesús, y de esta manera has abierto para nosotros la puerta de una vida sin límite. Abre nuestros ojos y nuestros oídos para que llevemos el gozo y la fuerza de la resurrección de Jesucristo a toda persona y situación. Haznos testigos creíbles de que tu hijo está vivo y presente entre nosotros, y así todos puedan sentirse transformados y “resucitados” por su presencia salvadora.


SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA El camino a una fe adulta

Motivación: En este encuentro vamos a reflexionar en torno al camino que cada uno de nosotros debe recorrer en proceso de maduración en la fe. En la lectura del texto vamos a reconocer, en Jesús resucitado, la persona que aporta la fuerza, el sentido y creatividad para enfrentar los retos que todos los días aparecen en el horizonte vital. Leamos el texto y dejémonos interpelar por él. Símbolo: se sugiere dibujar dos puertas: una cerrada y preguntar ¿por qué cerramos nuestras puertas? ¿Qué significa la vida cuando vivimos encerrados en nuestros miedos? Juan 20,19-31: Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; ¡a quienes les perdonéis los pecados! quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.» A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.» Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» Contestó Tomás: «¡Señor Mío y Dios Mío!» Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.» Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo tengáis vida en su nombre.


1.

¿Qué dice el Texto?

El relato que presenta el evangelio de Juan evidencia la dificultad que tuvieron los discípulos al momento de expresar lo que estaban viviendo; por ello recurren a diferentes formas narrativas para presentar al Jesús, que había caminado, predicado y comido con ellos, como aquel que estaba vivo y de nuevo en medio de la comunidad. Pero su presencia no es la de un muerto viviente; la experiencia con el resucitado que los discípulos viven no es la de la reanimación de un cadáver, sino una presencia nueva que los invita a vivir de la fe y, consecuente con ello, a recordar sus palabras y actualizar sus gestos, de tal modo que reflejen una forma de vivir. Los textos que hablan acerca de la resurrección de Jesús tienen un elemento común, la paz y la alegría que sienten los discípulos cuando se encuentran con el resucitado, tanto así que ello se convierte en fuerza que dinamiza el seguimiento y la evangelización. La figura de Tomás se ha presentado como el discípulo que se resiste a creer, pero el texto toma como pretexto dicha resistencia para mostrarnos pedagógicamente el recorrido que cada ser humano debe realizar para llegar a la fe miremos: El texto muestra a los discípulos de Jesús encerrados con miedo; en ese momento les ocurre una experiencia inaudita, el resucitado ha estado con ellos, les ha mostrado las heridas de sus manos y su costado, les da el saludo de paz y al mismo tiempo que los envía a la misión. Tomás uno de los discípulos que se encontraba ausente llega y los discípulos le cuentan todo lo que han vivido, pero Tomás no puede aceptar el testimonio de otros, necesita comprobarlo personalmente: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo” (Jn 20, 25), solo creerá cuando experimente al resucitado. Ocho días después se presenta nuevamente Jesús, e inmediatamente se dirige a Tomás, no critica su planteamiento, las dudas que inicialmente presentó Tomás revelan su honestidad; Jesús le entiende y viene a su encuentro mostrándole sus heridas. Jesús se ofrece a satisfacer sus exigencias: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente” (Jn 20, 27), esta invitación no es solamente una comprobación física sino la invitación a profundizar más allá de sus dudas. Esta experiencia es tan profunda que hace que Tomás renuncie a verificar, es decir, ya no siente la necesidad de tener pruebas, solo experimenta la presencia del Maestro, que lo ama, lo atrae y lo invita a confiar (Pagola, 2013). Tomas, es el prototipo de discípulo que ha hecho un recorrido largo y laborioso hasta encontrarse con Jesús, a tal punto que cuando lo experimenta es capaz de exclamar desde la profundidad de la fe: “Señor mío y Dios mío”, solo quien tiene una experiencia profunda del resucitado puede confesar de esa manera a Jesús. 2. ¿Qué nos dice el texto? El texto nos invita a actualizarlo en la vida personal y comunitaria; al igual que la comunidad cristiana descrita por el evangelista Juan, hoy vivimos momentos con trazos oscuros cuando desplazamos a Cristo resucitado del centro de la vida humana, sin su


presencia viva, la iglesia se convierte en un grupo de hombres y mujeres que viven en “una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos” Por ende, el relato nos invita a “abrir las puertas”, pero esa expresión no es otra cosa que el deseo de dejar de lado los miedos que paralizan la vida, de entrar en dialogo con la realidad que nos rodea para captar así la acción de Dios y dejar entrar al resucitado a través de tanta barrera que levantamos para defendernos del miedo, es dejar que Jesús ocupe el centro de la vida de la comunidad y de la iglesia y, que solo Él sea la fuente de alegría, esperanza y paz. No hemos de asustarnos al sentir que brotan en nosotros dudas e interrogantes. Las dudas, vividas de manera sana, nos rescatan de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, sin crecer en confianza y amor. Las dudas nos estimulan a ir hasta el final en la búsqueda del Misterio de Dios encarnado en Jesús. La fe cristiana crece en nosotros cuando nos sentimos amados y atraídos por ese Dios cuyo rostro podemos vislumbrar en el relato que los Evangelios nos hacen de Jesús. Entonces, su llamada a confiar tiene en nosotros más fuerza que nuestras propias dudas. Además, el texto nos pregunta como comunidad eclesial, ¿Dónde está la alegría en una iglesia cansada, seria, con poca humildad para reconocer sus errores y limitaciones? ¿Dónde está la paz de una iglesia tan llena de miedos? Todas estas preguntas nos llevan a afirmar que es necesario revitalizar el camino y vivir de su presencia, pues, si miramos el texto, solo cuando los discípulos experimentan la vida nueva que trae Jesús resucitado transforman sus miedos en alegría, se sienten enviados a vivir la misión de comunicar la buena noticia. 3. ¿A qué nos compromete el texto? Este texto nos invita a reconocer y darle nombre a los miedos que manejamos a nivel personal, comunitario y eclesial, pues lo que “no es asumido no es redimido” (Parra, 2000). Una vez reconocidos los miedos debemos dar el siguiente paso “abrir las puertas” para que podamos salir a anunciar la buena noticia de un Dios que no se ha ido, sino que, una vez resucitado, vive en medio de notros para siempre. Esa presencia se convierte en don y tarea para construir una comunidad más cercana al querer de Dios, sabiendo que los miedos y retos seguirán estando presentes, pero no nos paralizarán. Así como Tomás que buscaba ver y tocar, pero cuando se encuentra con el resucitado no necesita comprobar porque experimenta la vida nueva que trae Jesús, nosotros estamos llamados a trasparentar la humanización que brota de la esperanza y la vida nueva que viene de la pascua (Castillo, 2019). 4.

¿El texto, qué nos hace decirle a Dios?

Este último paso de la “Lectio Divina” es el momento para responderle a Dios, pues Él habló por medio de su Palabra, ahora nos corresponde a nosotros, en comunidad orar y pedir el Espíritu del resucitado que nos de fuerza para salir a testimoniar lo vivido, leído y orado aquí. Se invita a que se expresen las oraciones a Dios. Cada persona con una vela en su mano expresa su oración (en la medida que la hace, va encendiendo la vela y la coloca en el


centro del símbolo inicial “la puesta cerrada”). Al final cuando todas las velas estén encendidas el coordinador del encuentro hace una pequeña reflexión: solo dejando a Dios ser Dios en nuestra vida tendremos el coraje de abrir las puertas para estar en el mundo testimoniando la fe que nace de Jesucristo Resucitado. TERCER DOMINGO DE PASCUA Juan 21,1-19 1 Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. 2 Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. 3 Simón Pedro les dice: «Voy a pescar.» Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo.» Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. 4 Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. 5 Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?» Le contestaron: «No.» 6 El les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. 7 El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor», se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar. 8 Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. 9 Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. 10 Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.» 11 Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. 12 Jesús les dice: «Venid y comed.» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. 13 Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. 14 Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. 15 Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.» 16 Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.» 17 Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas. 18 «En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.» 19 Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme.» 1. ¿Qué dice el texto? A continuación, veremos el texto en su estructura básica, para comprenderlo de una forma esquemática y así poder descubrir algunos de sus elementos fundamentales. Versos 1-3: una pesca fallida


Este es el momento en el que se prepara la manifestación, que inicia con un adverbio de tiempo “después”, haciendo referencia a los acontecimientos precedentes; la resurrección (20,1-10), la aparición a María Magdalena (20:11-18), la aparición a los discípulos (10:1923) y a los discípulos con Tomás (20:24-31). “Estaban Juntos” el autor expone claramente una lista de los 7 discípulos que estaban presentes • Simón Pedro, que confesó a Jesús como “el Cristo, el Hijo de Dios viviente”, es conocido por haberlo negado y se le identifica como el líder de los discípulos. • Tomás es reconocido por dudar a cerca de la resurrección. • Natanael se menciona solo en este Evangelio y es reconocido por dudar a cerca de la capacidad de Nazaret para dar algo bueno (1,46), pero después de conocer a Jesús, confesó; “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel” (1:49). • Los hijos de Zebedeo son mencionados frecuentemente en los Sinópticos, pero aquí solo en el Evangelio de Juan. Se llaman Santiago y Juan. • “y otros dos”. Uno de ellos es “aquel discípulo, al cual amaba Jesús”, Este Evangelio nunca nombra este discípulo. Nos dice el verso 3 que los 7 habían salido a pescar sin obtener ningún resultado. Versos 4-8. «Es el Señor», Inicialmente no reconocen a Jesús, aunque no hay que culparlos, pues María Magdalena tampoco lo hizo en la tumba “temprano en la mañana (20,1) «Muchachos, ¿no tienen pescado?» Jesús se dirige a ellos con una expresión de familiaridad, mostrando así la cercanía que el maestro tiene por sus discípulos, que después de una mala jornada de trabajo solo les queda la esperanza de confiar en la propuesta de un desconocido; «Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán.» acción que lo va revelando ante sus discípulos, iniciando por el discípulo a quien Jesús amaba, al interpelar a Pedro: «Es el Señor», (v. 7a). Quien da una respuesta reaccionaria; se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar. (v. 7b), mostrando su intención radical de seguir a Jesús Versos 9-14. Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, en este apartado miramos a Jesús invitándolos a comer y aunque no hay una bendición, la escena nos recrea situaciones similares como la de los discípulos de Emaús Versos 15-17. Apacienta mis ovejas: las tres preguntas de Jesús a Pedro se convierten en uno de los ejes centrales de esta escena. El tipo de amor solicitado por Jesús es más grande que el que Pedro está preparado para dar. Versos 18-19. Extenderás tus manos: “Con esto indicaba la clase de muerte con que (Pedro) iba a glorificar a Dios” (v. 19a).


Retomando la idea del amor que lo entrega todo, aquel que lo negó, glorificará al Padre imitando al Hijo, convirtiendo su vida en un testimonio del amor que se entrega hasta la muerte. 2. ¿Qué nos dice el texto? El personaje principal de este texto del evangelio de Juan termina siendo Pedro, mostrándolo como un modelo de cristiano, discípulo, seguidor, aunque no es un cristiano perfecto, por eso nos podemos identificar con él. Jesús no recrimina sus negaciones, lo interroga sobre sus sentimientos: “me amas”. Esa pregunta va dirigida hoy también a nosotros; Jesús nos pregunta a cada uno hoy: ¿me amas? Es una pregunta que confronta pero que exige una respuesta concreta, respuesta que damos con nuestras actitudes. 3. ¿A qué nos compromete? ¿Me amas? Es una pregunta que nos hace pensar en nosotros, para mirar hacia atrás y descubrir aquellos momentos en los que sí hemos mostrado nuestro amor y aquellos en los que hemos negado al Maestro. Todos hemos tenido falta de amor, a Dios y a nuestro prójimo, pero esos momentos de debilidad no deben hacernos desistir de buscar siempre a Jesús, y como Pedro, descubrir nuestra desnudez y volver rápidamente a él. Pues Jesús muestra que siempre perdona y acoge y nos muestra su intención de perdonar por medio del sacramento de la reconciliación (confesión), en el cual se nos regala el perdón para amar más, perdón que nos fortalece para dar nuestra respuesta positiva. 4. ¿El texto qué nos hace decirle a Dios? Jesús que desde la orilla llamas a tus discípulos, ayúdame a identificarte como lo hizo Juan y a ser pronto en la respuesta como lo hizo Pedro. Quiero reconocerte en el rostro de mis hermanos y darte una respuesta positiva con mis acciones. Que en mi prójimo te reconozca a ti resucitado y al servirle mis acciones digan: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.”


CUARTO DOMINGO DE PASCUA ¡Salir de la seguridad del rebaño a las periferias de la ciudad! Motivación: La representación de Jesús como buen pastor significó para las comunidades cristianas del siglo primero, la esperanza en la continuidad del proyecto restaurador de Jesús. Superada la crisis que dejó la resurrección en cuanto a lo no presencia física de Jesús en medio de ellos, descubrir a Jesús como el buen pastor es reconocer en él al enviado del Padre que logró demostrar con su vida que en realidad procede de Él. Símbolo: Alrededor de la Palabra y un cirio encendido, ubicar imágenes de personas que según la realidad de nuestra comunidad o sector necesitan ser acogidas, rescatadas o sanadas. Que la Palabra les recuerde a ellos que Jesús es el buen pastor y a la comunidad que necesita hacer todos los esfuerzos posibles para recuperarlos. Evangelio de Juan 10, 27-30 En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.» Palabra del Señor 1. ¿Qué dice el texto? La escena que describe el evangelio transcurre en el templo en medio de una gran tensión. Jesús está siendo vigilado por los líderes religiosos judíos, sus palabras y enseñanzas se vuelven objeto de prevención y precaución. Sin embargo, la mirada amenazadora de los dueños del templo no asusta a Jesús ni le impide continuar con su enseñanza. Por el contrario, Jesús aprovecha la ocasión para enfrentarlos y dejar claro que ellos no son de su grupo y por ende no lograran entenderlo, más bien, buscaran destruirlo. En la teología del Antiguo Testamento Dios es el pastor de Israel. Ni los baales del sistema tribal, ni la supremacía de marduk durante el destierro a Babilonia, ni la represión griega con el dios razón, ni los romanos con su diosa venus lograron quitar de la conciencia de Israel que Yahvé era su único y verdadero pastor. Superando cada obstáculo Israel se mantuvo en su fe como una manera de reconocer que pertenecía a Dios. A lo largo de la historia del pueblo hebreo algunos lograron escuchar la voz de su pastor y seguirlo mientras otros crearon sus propias voces y terminaron en proyectos totalmente diferentes.


Que la comunidad de Juan retome esta idea, evidencia que ellos han descubierto en Jesús la presencia de Dios, quien en sus gestos y acciones se ha comportado como el pastor de Israel. Jesús como pastor se ha ocupado de los más débiles y vulnerables del pueblo sanándolos y devolviéndoles la esperanza; se ha ocupado de los alejados y excluidos atrayéndolos con sus gestos de acogida y generosidad; ha defendido a los pobres de los sistemas de poder denunciándolos públicamente sin importar si son ricos, políticos o religiosos; se ha ocupado de enseñarle a sus amigos con su ejemplo que lo más importante es el servicio y la amistad pues esos son los gestos que nos vuelven hermanos. 2. ¿Qué nos dice el texto? Aceptar a Jesús como el buen pastor que da la vida por sus ovejas (hermanos), nos exige saber escuchar hoy su voz en medio de tanta oferta de fe que confunde y esconde la verdadera voz de Jesús. Para evitar confundirnos, el pasaje de hoy nos ofrece tres ideas que dejan claro la diferencia entre los que no creen en Jesús y aquellos que lo sienten como su pastor.  Un verdadero seguidor de Jesús cuando escucha su voz lo sigue sin dudar, pues confía en que Él lo conducirá hacia fuentes de aguas tranquilas y praderas seguras.  Quien cree en Jesús y lo acepta como su pastor, sabe que ha llegado a Él como un don de Dios, por lo tanto, ha podido ver en la vida de Jesús un modelo a imitar.  Si sabemos imitar a Jesús como buen pastor, estaremos siempre en la disponibilidad para ir en búsqueda de aquellos que andan como ovejas sin pastor. Cuidado, creer en Jesús buen pastor no es un escudo ni una excusa para quedarnos seguros dentro el rebaño, al mejor ejemplo del Papa Francisco, la confianza en Jesús buen pastor nos debe movilizar para ir al encuentro del otro, el cual muchas veces está lejos, fuera. Recordemos que para oler a oveja hay que ir a buscarla. 3. ¿A qué nos compromete el texto? Como Iglesia arquidiocesana en la fiesta de Jesús buen pastor, la Palabra de Dios nos compromete a: 

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En relación al tiempo pascual: Acompañar a nuestros pastores en su tarea evangelizadora, de tal manera que a ellos y a toda la comunidad los caractericen siempre gestos y actitudes de Jesús buen pastor. Esa será la mejor forma de celebrar la fiesta del buen pastor. En relación al plan pastoral: Que nuestras comunidades se constituyan en verdaderos territorios de paz, de tal manera que la ciudad y sus municipios sean fuentes de aguas tranquilas y praderas seguras, para quienes buscan esperanza. En relación a la Comunidad parroquial: A tener gestos de pastor con aquellos que necesitan una oportunidad o una mano acogedora para recuperar el aliento y la fuerza para continuar el camino


4. ¿El texto qué nos hace decirle a Dios? En un gesto muy sencillo pero profundo repetir esta plegaria: ¡Padre, gracias por darnos un Pastor como Jesús! ¡Qué aprendamos de Él a ser pastores para nuestros hermanos! QUINTO DOMINGO DE PASCUA Juan 13, 31-33a. 34-35 31 Cuando Judas salió, Jesús dijo: Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en El. 32 Si Dios es glorificado en El, Dios también le glorificará en sí mismo, y le glorificará enseguida. 33 Hijitos, estaré con ustedes un poco más de tiempo. 34 Un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros; que como yo les he amado, así también se amen los unos a los otros. 35 En esto conocerán todos que son mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros. 1. ¿Qué dice el texto? El pasaje del evangelio de hoy se ubica en el contexto de la cena de pascua, en la que según San Juan se desarrolló el lavatorio de los pies, acontecido unos versículos atrás, y a su vez, está inmediatamente antecedido por el anuncio de la traición de Judas, cuya salida del lugar de la cena, es el dato de inicio de nuestro texto. Judas había tomado la decisión de quebrantar la confianza de su Maestro. Saliendo de noche, prefirió la oscuridad a la luz y abandonó al dador de la vida. En estos pocos versículos se entretejen tres temas: la glorificación de Jesús y del Padre, la despedida de Jesús, y el mandamiento del amor. Respecto a la glorificación presentada en los versos 31 y 32, es necesario decir que es uno de los elementos típicos del evangelio de Juan. El evangelista presenta la muerte y el sufrimiento de Jesús en términos de glorificación, es decir, a varios años de distancia del acontecimiento escandaloso y doloroso de la muerte del Señor, realizada con crueldad y sevicia por las autoridades políticoreligiosas, Juan lo interpreta ya no sólo como un complot perverso de los autores intelectuales y materiales, sino como una decisión asumida por Jesús en fidelidad al Padre y al pueblo. Bien había dicho tres capítulos atrás “Nadie me quita la vida, sino que yo la doy voluntariamente”. Y termina de reforzar esto con la utilización del título “Hijo del Hombre”, muy propia de la perspectiva mesiánico-sufriente. La glorificación entonces se refiere al momento culmen de la vida y de la misión de Jesús, quien con su entrega definitiva y salvadora da gloria al Padre. El segundo tema, presente en la primera parte del verso 33, podría entenderse mejor como una frase de Jesús que sirve de transición entre los temas de la glorificación y del mandamiento del amor. Tanto el apelativo que usa Jesús para referirse a los discípulos (hijitos), como la indicación temporal sobre su permanencia (poco tiempo estaré con ustedes), aluden a la idea de despedida, que aquí viene a ser contenido, y forma de hablar. De alguna manera puede notarse en Jesús cierta angustia por la partida y por el momento apremiante que se le avecina, sin embargo, le hace frente y lo asume, porque sabe que tiene puesta la confianza en el Padre, cuya voluntad él realiza plenamente.


El tercer tema del evangelio de hoy se refiere al mandamiento del amor (versos 34 y 35). Tres elementos se destacan: la afirmación rotunda de Jesús acerca de la novedad del mandamiento que está dando; la presentación de su amor a los discípulos, como la medida del amor entre hermanos, y finalmente, la indicación de que la vivencia de este amor mutuo será expresión clara de la identidad discipular cristiana. Es significativo que mientras en los evangelios sinópticos Jesús compendie en dos, todos los mandamientos de la ley, aquí hable de un solo mandamiento centrado en el amor mutuo, e insista que es un mandamiento nuevo. La novedad podría estar en dos aspectos: primero, en el hecho de que le de carácter de mandamiento, a algo que es don: el amor. Segundo, que omita el amor a Dios, y de alguna manera lo vea inmerso en el amor mutuo, es decir, que éste es el camino para amar a Dios, o la prueba clara de que se le ama. El tipo de amor mutuo que Jesús ordena que se dé, solo se compara y tiene como medida el amor que él ha dado a sus discípulos. Quien ordena amar es porque eso es lo que brota de él: es fuente de amor. Y finalmente, Jesús cierra el mandato señalando con claridad que éste será el rasgo y la característica por la cual serán identificados como discípulos suyos. Se trata de una afirmación de gran calado, en la que Jesús supera cualquier idea que asocie la identificación con él, o la pertenencia a su círculo de discípulos, con aspectos rituales, legales o jurídicos, para colocarla escueta y radicalmente en el amor mutuo. 2. ¿Qué nos dice el texto? Si bien, Juan nos muestra en su evangelio de qué manera entiende la muerte de Jesús como glorificación, de ninguna manera se puede caer en la idea espantosa defendida en algunos círculos cristianos, acerca de que el Padre Dios quiso y tenía preparada la muerte de su Hijo en la cruz. El amor de Dios que siempre nos rebasa, logró darle un viraje radical al asesinato cometido contra Jesús, mostrándonos en la cruz dos aspectos: la confianza ilimitada y la fidelidad extrema de Jesús, que sabía que el Padre no le iba a fallar, y a su vez, la derrota del circulo vicioso del odio, la venganza y el rencor. Es en estos términos que se puede entender adecuadamente la glorificación del Hijo y en él, la del Padre. Y en este sentido, bien dirá años más tarde San Ireneo: “la gloria de Dios es que el hombre viva”. Por tanto, nunca se honrará a Dios con el sufrimiento humano, al contrario, en la medida en que éste tenga vida, y vida en abundancia como dice Jesús. El mandamiento del Amor fraterno es un imperativo que requiere ser releído, interpretado y sobre todo vivido en la radicalidad de lo que originalmente quiso decir el Señor. Seguramente, responde a un claro conocimiento de Jesús sobre los seres humanos, para quienes, aunque lo más sublime que nos puede pasar es el amor en sus distintos niveles, realidades y características, a su vez, es lo más difícil de vivir en las relaciones humanas. Entendido como mandato para los cristianos, será signo distintivo de haber abrazado el camino discipular. No hay espacio para los espiritualismos, legalismos, moralismos y ritualismos. Jesús es concreto y exigente. Sólo el amor fraterno es signo de pertenencia a él y a la comunidad discipular. Y no es la forma como el otro “me ama” la que define como amarlo, es Jesús la única medida y fuente del amor mutuo.


3. ¿A qué nos compromete el texto? Tertuliano, al final del siglo II afirmaba que los paganos al ver a los cristianos quedaban admirados de su forma de vivir y decían: “Mirad cómo se aman…miren cómo están dispuestos a morir el uno por el otro”. Preguntémonos: ¿esta misma admiración la seguimos causando hoy? ¿Verdaderamente somos reconocidos por nuestra forma de vida amorosa, solidaria, compasiva? ¿O son otros los signos que nos distinguen? Por eso, este evangelio de hoy se puede traducir en el compromiso con la séptima meta del plan de pastoral arquidiocesano: “Hacer de la parroquia un espacio de acogida y encuentro, que privilegie el trabajo en comunidades incluyentes, con una decidida acción misionera, creativa, dinámica y en salida para construir tejido social”. 4. ¿El texto qué me hace decirle a Dios? Gracias Padre por el gran regalo de tu amor, confirmado en el envío de tu Hijo, que nos mostró que el único camino para llegar a ti es el amor. Señor Jesús, porque nos amaste hasta el extremo, ayúdanos a amar a tu medida, enséñanos el amor fraterno, y danos la gracia de testimoniarte por la capacidad de amar y servir. Amén.


SEXTO DOMINGO DE PASCUA Juan 14,23-29: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Les he hablado de esto ahora que estoy a su lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien les enseñe todo y les vaya recordando todo lo que les he dicho. La paz les dejo, mi paz les doy; no se las doy yo como la da el mundo. Que no tiemble su corazón ni se acobarde. Me han oído decir: “Me voy y vuelvo a su lado”. Si me amaran, se alegrarían de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se los he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigan creyendo». 1. ¿Qué dice el texto? En primer lugar, es necesario situar este texto de hoy en el marco amplio de los capítulos 14 al 17 del evangelio de Juan, denominado discurso de despedida, debido a la forma y a los temas abordados. En el texto de hoy, Juan 14,23-29 se cierra una unidad temática que va de los versos 15 al 24 y se abre otra, de los versos 25 al 31. De ahí que el comienzo del texto de hoy sea la respuesta de Jesús, a la pregunta que le hizo Judas en el verso 22, en los siguientes términos: “Señor, ¿por qué te vas a manifestar sólo a nosotros y no al mundo?”. Aunque es curioso que Jesús no le responda a Judas utilizando el mismo verbo principal de su pregunta (manifestar), sino que prefiera hacerlo con la frase “vendremos (el Padre y yo) y haremos morada en él (creyente)”. Los seis versículos de este evangelio presentan cuatro temáticas: la promesa de Jesús de que él y el Padre harán morada en el que guarda su Palabra; la función pedagógica y recordatoria del Espíritu Santo; la paz que Jesús ofrece; y el anuncio del regreso al Padre. El primer tema aparece en los versos 23 y 24. Aquí Jesús reafirma lo dicho versos atrás (15 y 21), acerca de que la expresión del amor a él es la “guarda” (cumplimiento) de sus mandatos. Lo cual, a su vez, traerá como consecuencia que “el Padre y él harán morada en aquel”. Promesa que evoca un tema bien conocido en el Antiguo Testamento: Dios que habita en medio de su pueblo. Jesús desvela a los suyos algo que ellos jamás hubieran podido imaginar: el Padre y él morarán personalmente en ellos y ellos entrarán en la comunión de vida y amor divinos y compartirán la paz que proviene del Padre. Confesión trascendental por cuanto que les descubre a los suyos una situación caracterizada por la relación íntima entre ellos, el Padre y Jesús. El término Padre en referencia a Dios no se despega de los labios de Jesús: hasta cinco veces menciona el término en los pocos versículos de hoy. Jesús habla desde una estrecha unión con su Padre, dato que hace de Jesús un hombre único, que se sabía enviado por el Padre y, en cuanto tal, con la autoridad y la garantía necesarias para hablar como hablaba y decir lo que decía. Él era la voz autorizada del Invisible, aunque no por ello lejano y frío, sino cercano y familiar (Padre).


El segundo tema aparece en los versos 25 y 26 referido a la función pedagógica y recordatoria del Espíritu Santo. Este magisterio y este recuerdo versan sobre lo que Jesús ya ha enseñado (dicho), es decir, se trata de una tarea de profundización en aquello que ya propuso Jesús. A este respecto es interesante, constatar que, si Jesús señala la función recordatoria del Espíritu Santo, es porque advierte la posibilidad del olvido de sus enseñanzas por parte de los discípulos. El tercer tema que aparece en el verso 27 trata sobre la paz que Jesús ofrece a sus discípulos. Les da un regalo oportuno que les ayudará a “que no tiemble su corazón ni se acobarde”. Paz claramente diferenciada de la que da el mundo. Lo cual, inevitablemente hace pensar en esa falsa paz que pregonaba el imperio, la llamada “pax romana”, que lo único que hacía era garantizar las condiciones para que Roma viviera prósperamente, a costa del aprovechamiento y empobrecimiento de sus colonias. La paz de Jesús es la paz integral, que deriva claramente del gran don que él ofrece a los seres humanos, la Salvación. El cuarto y último tema es presentado en los versos 28 y 29 y se refiere al anuncio que hace Jesús de su regreso al Padre. Resuenan aquí el tono de despedida, la exhortación a la alegría por la certeza de que su regreso al Padre no significa abandono de los discípulos sino nueva presencia entre ellos, y finalmente, la preparación a los mismos para cuando esto suceda. Los cuatro temas si bien podrían parecer desarticulados, lo cierto es que configuran un único texto, atravesado por las promesas de Jesús y la certeza de sus palabras, acerca de la presencia permanente de Dios-Trinidad en la vida del creyente. 2. ¿Qué nos dice el texto? El texto nos lleva a cuestionarnos acerca de si realmente creemos que Dios está con nosotros, y de si las palabras de Jesús han pasado en nuestras vidas, del enunciado a la experiencia. Ciertamente la religiosidad judía que todavía primaba en la mayoría de los discípulos de Jesús estaba acostumbrada a la idea de un Dios distante y lejano, pero Jesús sorprende con una forma de hablar de la presencia de Dios con un tono muy particular e íntimo: “los dos vendremos a él y moraremos en él” y a su vez insiste en un acompañamiento amoroso: “… el Espíritu Santo, les enseñará todo y les irá recordando todo lo que yo les he dicho.” Vemos así que todos y cada uno somos morada de Dios, que Él establece un nuevo modo de relación con nosotros, un modo de relación que ya no exige buscarlo afuera porque Él no está lejos como a veces pensamos, sino que vive en y con nosotros, formando comunidad con los que ama. Esta nueva presencia de Dios en la vida del creyente no es para anularnos o quitarnos la libertad y manejarnos como a marionetas. Al contrario, viene para potenciarnos y afirmarnos. Viene en su Espíritu dinámico, creativo, innovador e incluyente a sugerirnos que nos sumemos a su misma vida, a su misma dinámica. Acoger esa presencia en fe es involucrarnos con aquello en lo que decimos creer, es decir, guardar, vivir y cumplir la palabra de Jesús, que es un mensaje liberador e inclusivo, que nos capacita para enfrentar


las dificultades propias de la existencia humana, sobre la certeza del regalo de su paz integral que a su vez nos capacita para ser artífices de la paz verdadera. 3. ¿A qué nos compromete el texto? Dos compromisos concretos pueden plantearse en relación con el plan pastoral de la arquidiócesis de Cali. Primero, sobre la base de la promesa-certeza de la presencia del Señor en nuestras vidas, haciendo morada, enseñándonos, orientándonos y acompañándonos se hace necesario implementar la quinta meta del plan: “hacer posible el desarrollo del itinerario del discipulado misionero para que cada agente de pastoral reconozca la necesidad de dar razón de su fe”. Segundo, sobre la certeza del regalo de la paz que Jesús nos da, en contraposición a la del “mundo” se hace imperativo realizar la sexta meta del plan: “consolidar el centro de reconciliación con expresiones articuladas que promuevan el desarrollo humano integral, el buen vivir, la reconciliación y el cuidado de la casa común en toda la Arquidiócesis de Cali”. 4. ¿El texto qué me hace decirle a Dios? Señor te damos gracias porque tu Palabra nos rebasa, supera nuestros cerrados y muchas veces atrofiados esquemas mentales. Gracias porque nos has propuesto una relación basada en el amor que se expresa en la práctica de tu Palabra. Gracias porque habitas en nosotros, sin anular y menguar en nada nuestra humanidad. Al contrario, potenciándola para vivir como tú quieres. Danos la fuerza para que el don de tu paz nos permita comprometernos con los esfuerzos de paz que se vienen desarrollando en nuestro país. Clamamos Señor por una Paz negociada, restaurativa, reconciliadora, basada en la verdad, la reparación y la justicia integral y en condiciones sociales, políticas y económicas que favorezca a toda la población. Amén.


SÉPTIMO DOMINGO DE PASCUA: LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR Lucas 24:46-53 46 y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día. 47 y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. 48 Vosotros sois testigos de estas cosas. 49 «Mirad, y voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto.» 50 Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. 51 Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. 52 Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, 53 y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios. 1. ¿Qué dice el texto? Lucas dan una gran relevancia, en comparación con otros evangelios, al relato de la Ascensión de Jesús. Este acontecimiento crucial, después de la resurrección, se enmarca en el contexto de las apariciones de Jesús, quien se encuentra congregado con sus discípulos y dándoles sus últimas instrucciones en Jerusalén. En este lugar “se ‘cumplía su partida’ y desde allí irrumpió la señal del Espíritu Santo y su testimonio (Lc. 9,31.51.53; 13,22...). En el monte de la Revelación "levantó Jesús las manos y los bendijo". Jesús nunca había bendecido antes a los apóstoles, ni es corriente este gesto, que caracteriza a Jesús como sacerdote que bendice, en el Nuevo Testamento.”1 La bendición de Jesús a sus discípulos (Lc. 24,50) en efecto, se convierte en signo del cumplimiento definitivo de la promesa que Dios hizo a Abraham (Gn 12, 2-3; Gálatas 3, 26-29), alianza por la cual será bendecida todas las naciones de la tierra, el cual marca el culmen de la misión de Jesús. De ahora en adelante, los discípulos serán quienes han de mostrar el cumplimiento de esas promesas y la instauración de ese reinado presentado por Cristo. De ahí que cuando son bendecidos se llenan de una profunda alegría, pues saben que se ha cumplido lo prometido por el Padre a lo largo de la historia de salvación y ellos han sido testigos de ello (Lc. 24, 52). Se abre entonces un tiempo de espera, tiempo en que los discípulos han de esperar a que él envíe la promesa de su Padre y que éstos sean revestidos de poder para así continuar la obra de Cristo, pues, como lo dice el apóstol san Pablo en la carta a los efesios, “Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos” (1,23) La ascensión de Cristo a los cielos, solemnidad en este séptimo domingo de pascua, la Iglesia nos invita a tener presente tres elementos esenciales para la teología, que muchas

1

SCHLIER,H. (1961) LA ASCENSIÓN DE JESÚS EN LOS ESCRITOS DE LUCAS. traducción del texto “Jesu Himmelfahrt nach den lukanischen Schriften, Geist und Leben, 34 (1961), 91-99. Recuperado en http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol2/5/005_schilier.pdf


veces en el ejercicio de religiosidad popular, son elementos que se van olvidando y que no se tienen presente en las prácticas pastorales. Estos elementos son: 1. Cristo es nuestro abogado ante el trono de Dios, cuando él asciende a al Padre, se convierte en el eterno y sumo intercesor de todos sus hermanos. 2. Cristo, siendo hijo de Dios, ha tomado la Humanidad, por ende, cuando Cristo asciende al cielo, la humanidad que Cristo asumió también se eleva (Teopoiesis) y llega al trono del Padre, convirtiéndose para todos en la meta y referente para sus hermanos, una meta a la que podemos alcanzar. 3. Ya Cristo en el cielo, envía al Espíritu para que nos acompañe y se continúe su obra en la Iglesia a lo largo de la historia, cumpliendo su promesa hecha en Lc. 9, 24. 2. ¿Qué nos dice el texto? La celebración de la ascensión de Cristo a los Cielos nos recuerda la finalidad de la misión de Cristo: la redención, la bendición y la dignificación de la vida de todos los hombres y mujeres. El llamado a la vida cristiano es un llamado a reconocer lo valioso de la humanidad en todas sus dimensiones y a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para hacerla valer y respetar. Además, se debe tener presente que Cristo se convierte en meta del llamado que todos tenemos: la comunión definitiva con el Padre. 3. ¿A qué nos compromete el texto? Nos debemos comprometer a vivir este tiempo de espera mientras que Cristo envía su promesa, el Espíritu Santo. Esta espera se ha de hacer en comunidad, con oración, escucha de la palabra y dando gracias al Padre por las obras que sigue realizando en la vida de cada uno. El plan pastoral de la arquidiócesis de Cali, en su numeral 104 nos recuerda que “La comunidad del banquete, la comunidad que da gracias manifiesta en la celebración de la Eucaristía dominical el sentido profundo de la ‘entrega de Cristo’ que es también la vida de todos los miembros de la Iglesia, sus alabanzas, sus sufrimientos, sus oraciones y sus trabajos que son llevados al altar cada semana y adquieren, así, un valor nuevo, la ofrenda a Dios de toda la existencia humana (Rm. 12,1). 4. ¿El texto qué me hace decirle a Dios? Señor Jesús, tú que ascendiste a los cielos a sentarse a la derecha del Padre, sigue abogando por tus hermanos, que en el día a día buscan conocer los designios de Dios en los acontecimientos que los rodean y hacer del mundo un lugar donde se vaya realizando el Reino que viniste a enseñarnos y que la Iglesia durante siglos sigue instaurando. Bendice la labor que realiza la Iglesia e ilumina nuestro caminar, para que así vayamos alcanzando la meta a la cual todos estamos llamados, entrar en comunión con Dios y los hermanos.


OCTAVO DOMINGO DE PASCUA - Domingo de Pentecostés Juan 20,19-23 19 Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» 20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. 21 Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» 22 Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. 23 A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» 1. ¿Qué dice el Texto? La fiesta de Pentecostés, conocida como la fiesta de los cincuenta días o de las siete semanas, se encuentra en el marco de la celebración que hacían los judíos en acción de gracias por los frutos de las cosechas (Ex. 34, 22), posteriormente, con la alianza del Sinaí, se daba gracias a Dios por la elección del pueblo de Israel como suyo. Con la nueva y definitiva alianza en la persona de Jesús, la Iglesia celebra, cincuenta días después de la resurrección, el cumplimento de la promesa que éste realiza a sus discípulos con el envío del Espíritu Santo para que éstos fueran revestidos de poder (Lc. 24,49). El relato de los Hechos de los Apóstoles comienza diciendo que "al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar" (Hch 2,1), en continuación con lo que Cristo les había dicho y lo que se reflexionó el domingo anterior en la ascensión del Señor. Cabe preguntarse ¿quiénes son todos? ¿a qué lugar se hace referencia? Ante la primera pregunta la respuesta se encuentra en Hch 1, 13 -14 cuando menciona el nombre de los once apóstoles, el de María, algunas mujeres y sus hermanos. En cuanto al lugar, se hace referencia al cenáculo “donde estaban reunidos”, o también llamada en Marcos: la ‘sala grande en el piso superior’ (cf. Mc 14, 15). Allí Jesús había celebrado con sus discípulos la última Cena y se les había aparecido después de su resurrección” 2. Es de notar, que estas personas se encontraban reunidos en oración a la espera del cumplimiento de esa promesa que Cristo les había hecho. Por su parte, en el evangelio de San Juan, nos presenta que la comunidad de los discípulos se encontraba reunida, pero con una particularidad, tenían miedo y todo estaba cerrado, pues no comprendían lo que estaba sucediendo y sólo habían escuchado el mensaje que María Magdalena les había transmitido una vez que se había encontrado con Cristo en el sepulcro: “No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (Jn. 20, 17). En este contexto, la Iglesia celebra la fiesta de pentecostés, como aquel acontecimiento donde la comunidad de discípulos comprenden y confirman el cumplimiento de las 2

Nanini, Damiam. (2019) . Lectio Divina. Solemnidad de Pentecostés, artículo de Teología Hoy, (Pág. 1 - 5). recuperado de http://www.teologiahoy.com/secciones/espiritualidad/lectio-divina-solemnidad-de-

pentecostes?upm_export=pdf


promesas que Cristo hace después de la resurrección, el envío del Espíritu Santo sobre cada uno de ellos (Cf. Hch 2, 4; Jn. 20,22), para que este sea quien los acompañe en su caminar para siempre. He aquí el nacimiento de la Iglesia. El Espíritu Santo, en los relatos de los Hechos, es presentado por lo general bajo dos formas: La tempestad y el Fuego. En la primera, el Espíritu Santo tiene la connotación del Ruah o la de Viento impetuoso, son sólo dos referencias bíblicas que se tienen sobre el soplo de Dios como Ruah, las encontramos en Gn. 2,7 (hecho creacional) y en Jn. 20, 22 (Hecho re-creacional). En ésta se invita a celebrar como comunidad eclesial la realidad de la presencia de Dios en cada uno de sus miembros como creaturas nuevas, y así comenzar a ver a Dios en el rostro del hermano. Pues “lo que el aire es para la vida biológica, lo es el Espíritu Santo para la vida espiritual”3 Bajo la segunda forma, el fuego, éste aparece como el signo representado muchas veces como la santidad de Dios (Cf. Ex. 3,2; 19,18). A partir de este hecho, el Espíritu Santo quedará representado como ese fuego que transforma la vida de las personas a quien se le es dado, libera de los miedos y cadenas que no permiten tener la paz que Cristo dejó y, por último, da el ímpetu que todo miembro de la comunidad eclesial necesita para continuar el anuncio del evangelio a todas las personas. 2. ¿Qué nos dice el texto? La solemnidad de Pentecostés nos recuerda que Cristo no nos ha dejado solos, sigue estando presente en toda acción eclesial, sobre todo en aquellos tiempo duros y difíciles que nos hacen sentir miedo. El Espíritu Santo viene a nosotros y derrama sus dones y frutos sobre cada uno, sobre cada comunidad eclesial y la Iglesia universal, para así tomar fuerzas y ratificar, en un mundo de desesperanza e injusticias la buena nueva de salvación del Señor Jesús. Este es un mensaje cargado de vida, de libertad y de ímpetu para poder seguir adelante y lograr congregar a hombres y mujeres entorno al amor de Dios, expresado en el banquete Eucarístico. 3. ¿A qué nos compromete el texto? Como Iglesia, en esta solemnidad, nos compromete en solicitar de manera constante la ayuda e iluminación del Espíritu Santo en las acciones cotidianas, para que cada uno desde el rol que desempeña en la sociedad y en la comunidad eclesial, seamos capaces de instaurar el Reino de Dios y así comenzar a disfrutar de manera plena en la Eucaristía, los bienes eternos en nuestra realidad histórica. El plan pastoral arquidiocesano nos invita, en su numeral 122 y citando a Evangeli Gaudium, a “invocar al Espíritu Santo ‘para que venga a renovar, a sacudir, a impulsar a la Iglesia en una audaz salida fuera de sí para evangelizar a todos los pueblos”,

3

Ibid. Pág. 1


4. ¿El texto qué nos hace decirle a Dios? Ven, Espíritu Creador,

Por Ti conozcamos al Padre,

visita las almas de tus fíeles

y también al Hijo;

y llena de la divina gracia los corazones,

y que en Ti,

que Tú mismo creaste.

Espíritu de entrambos, creamos en todo tiempo.,

Tú eres nuestro Consolador, don de Dios Altísimo,

Gloria a Dios Padre, y al Hijo que resucitó, y al Espíritu Consolador,

fuente viva, fuego, caridad

por los siglos infinitos.

y espiritual unción.

Amén.

Tú derramas sobre nosotros los 7 dones; Tú, el dedo de la mano de Dios; Tú, el prometido del Padre; Tú, que pones en nuestros labios los tesoros de tu palabra.

Enciende con tu luz nuestros sentidos; infunde tu amor en nuestros corazones; y con tu perpetuo auxilio, fortalece nuestra débil carne.

Aleja de nosotros al enemigo, danos pronto la paz. Sé tú mismo nuestro guía y puestos bajo tu dirección evitaremos todo lo nocivo.


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