TODOS LOS SANTOS
NOVIEMBRE 1: SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS La Humanidad plenamente realizada
AMBIENTACIÓN La Iglesia celebra hoy la solemnidad de Todos los Santos. No estamos en el mundo como fruto de un azar incontrolable. Somos fruto de una voluntad del Padre Dios. ¿Qué quiere Dios sobre nosotros? Ser santos e irreprochables ante él por el amor. La palabra santos nos asusta. La admiramos en otros pero no la hacemos parte de nuestro proyecto personal de vida. Lo que nos pide es que estemos comprometidos de lleno en lo que Dios quiere, que pertenezcamos a su bando, que asumamos el riesgo de llevar su nombre. Una clave que lo encierra todo: el amor. En la Eucaristía y en nuestra oración de hoy, pidamos al Señor que no olvidemos que la santidad es la meta de nuestra vida, y que el ejemplo y la intercesión de los santos, cuya memoria hoy celebramos, nos sirvan de ayuda y estímulo en los momentos de dificultad. El objeto de esta fiesta es el de honrar a los santos del cielo, los que han sido canonizados y aquellos que no lo han sido. La fiesta tiene sus primitivos orígenes en las catacumbas, en donde los antiguos cristianos acostumbraban celebrar Misa junto los restos mortales de aquellos numerosísimos mártires que, principalmente en tiempos de Diocleciano, fueron inmolados. Ya por el siglo VIII estaba extendida la costumbre de celebrar Misa en conmemoración de los santos y fue el Papa San Gregorio VII quién fijó el 1 de noviembre definitivamente para esta fiesta.
1. PREPARACIÓN: Invocación al Espíritu Santo Ven, Espíritu Santo, a ayudarnos a leer la Biblia en el mismo modo con el cual el Señor Jesús la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Que la Palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de la resurrección
y testimoniar a los otros que Jesús está vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad de justicia y de paz. Amén. 2. LECTURA: ¿ QUÉ DICE la Palabra? Ap. 7, 2-4.9-14: «Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar» Juan, en el Apocalipsis, describe la visión de la muchedumbre de elegidos. En la Historia bíblica, el final nos permite comprender el sentido de las diversas etapas. Esta última etapa, indescriptible para los mortales, se llena de comparaciones, visiones, imágenes y simbolismos. Juan narra unos acontecimientos de lucha y prueba de la Iglesia de forma encubierta, aludiendo a situaciones concretas y presenta cuadros del futuro, que darán la paz y la serenidad a los atribulados, a la vez que les sirvan de acicate para continuar en el mundo con la batalla de la fe. Los elegidos de la tierra aparecen entre las fuerzas destructoras, detenidas por los servidores de Dios. La salvación viene de Oriente de donde sale el so!. El sello indica pertenencia y protección. El número de marcados es simbólico de perfección y totalidad. La suerte de los elegidos, alcanzando la victoria, se simboliza por la túnica y las palmas, victoria y salvación que se debe a Dios.
Sal. 24(23): «Éstos son los que buscan al Señor» Este salmo es un himno de alabanza a Dios, creador y rey victorioso, cantado a dos coros y estructurado en tres partes: - Comienza con un breve himno a Dios, creador universal y vencedor de las fuerzas de caos (vv. 1-2). - La segunda parte es una liturgia de entrada al Templo (), en la que, a través de un diálogo, se definen los requisitos éticos, positivos y negativos, para entrar en el Santuario y recibir a bendición divina (vv. 3-6cfr. Sal. 15). - La tercera parte describe el regreso de Señor como guerrero victorioso a su Templo entre la aclamación de los fieles (vv.7-10). La Comunidad entra e el Santuario con el arca de la Alianza, trono del Rey de la gloria, que acaba de dar victoria a su Pueblo. La Iglesia relee el salmo a la luz de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (cfr. Mc. 11, 1-11 y par) y lo proyecta a la Parusía, cuando los justos se reunirán en la Jerusalén celeste y los limpios de corazón (v. 4) verán a Dios.
1Jn. 3, 1-3: «Veremos a Dios tal cual es» Juan nos presenta una clave de interpretación histórica que es válida para todos los tiempos. Somos hijos de Dios a la espera de la gloria final en Cristo. Juan escribe su primera carta ante algunas crisis de la comunidad: abandonos, negación de la divinidad de Jesús, no dar importancia al amor al prójimo. Por ello insiste en el amor a Dios y al prójimo. Somos hijos por haber nacido de Dios, aceptando la luz de Cristo. Somos hijos al participar de la filiación de Jesús. Al final habrá una realidad que nos transformará; Pablo dirá que es una nueva creación. No se ve qué vamos a ser, pero sí algo grande que iluminará nuestro presente. San Juan en esta Carta nos pone en lenguaje teológico lo que en el Apocalipsis nos expuso en estilo simbólico. El «sello» que nos marca y preserva es la Gracia y Amor de Dios que nos hace «hijos» de Dios. El don que Dios nos da es Dios mismo. Nos hace partícipes de su naturaleza. Por tanto, quedamos marcados y sellados en lo más íntimo de nuestro ser. En virtud del don recibido de Dios nos llamamos hijos de Dios. ¡Y lo somos! (1). Esta Gracia de la filiación divina, poseída ya ahora en fe, aparecerá en su día en gloria. Cuando seamos glorificados con Cristo veremos y gozaremos esta semejanza divina que ya ahora poseemos. La visión de ahora es, por nuestra condición de peregrinos, en fe. O, como dice San Pablo, «en enigma» (1Co. 13, 12). Cuando nos inunde la gloria de Cristo, nuestra visión de fe se trocará en visión gloriosa y directa. Sólo puede ver a Dios quien es semejante a El (2). Esta semejanza la tenemos ahora velada. Cuando se quite el velo veremos a Dios cara a cara. Y nosotros seremos espejo perfectamente translúcido de la gloria de Dios.
Mt. 5, 1-12a: «Estén alegres y contentos porque su recompensa será grande en el cielo» EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN MATEO R/. Gloria a Ti, Señor. 1
Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. 2 Y, tomando la palabra, les enseñaba diciendo: 3 «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. 4 Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. 5 Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. 6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
7
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. 8 Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. 9 Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. 10 Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. 11 Bienaventurados serán cuando los injurien y los persigan y digan con 12 mentira toda clase de mal contra ustedes por mi causa. Aléegrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en los cielos; pues
de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes. Palabra del Señor R/. Gloria a Ti, Señor Jesùs a) Contexto: Sermón de la montaña: Mt. 5 9- 7 Una cantidad de enseñanzas sobre los fundamentos de Reino, dadas por Jesús a lo largo de su vida pública, son recogidas por San Mateo en un amplio conjunto organizado que los biblistas llaman “El Sermón de la montaña: Mt. 5 - 7. Tal discurso viene considerado como el Estatuto o la Carta Magna que Jesús ha confiado a su Comunidad como palabra normativa y vinculante para definirse una vida como cristiana. Los varios temas de la palabra de Jesús contenidos en este largo discurso indican con claridad y radicalidad cual debe ser la nueva actitud que hay que tener con Dios, con nosotros mismos y con nuestros hermanos. El Evangelio de las Bienavenaturanzas (Mt. 5,1-12), que proclamamos en esta solemnidad, contiene la introducción al Sermón de la montaña.
b) Organización del texto: v. 1: El solemne anuncio de la Nueva Ley vv. 2-10: Las ocho puertas que permiten entrar en el Reino de Dios vv. 11-12: Jesús declara felices a los perseguidos
c) Comentario: vv. 1-2: El solemne anuncio de la Nueva Ley=
En el Antiguo Testamento, Moisés subió al Monte Sinaí para recibir la Ley de Dios. También Jesús, nuevo Moisés, sube a la montaña y mirando a la gente que le seguía, proclama la Nueva Ley. Lucas o inserta este sermón (mucho más breve) en el contexto de un lugar llano (Lc. 6,20-26). Hasta este momento, sólo eran cuatro los discípulos de Jesús (Mt 4,18_22). Pero de hecho lo seguía un inmenso gentío. Rodeado de discípulos, Jesús comienza a enseñarles, proclamando las bienaventuranzas. Mateo prepara al lector a escuchar las bienaventuranzas pronunciadas por Jesús con una rica concentración de detalles particulares. Otro detalle que nos llama la atención es la posición física con la que Jesús pronuncia sus palabras: “se sentó”. Tal postura confiere a su persona una nota de autoridad en el momento de legislar. Lo rodean los discípulos y las “muchedumbres”: esta anotación intenta demostrar que Jesús al pronunciar tales palabras se ha dirigido a todos y que se deben considerar actuales para todo el que escucha.
vv. 3-10: Las ocho puertas de entrada al Reino Las bienaventuranzas constituyen la solemne apertura del Sermón de la Montaña. En ellas Jesús define quién puede entrar en el Reino. Son ocho categorías de personas. Ocho puertas de entrada. ¡No hay otra puerta para entrar en el Reino, en la Comunidad!. Los que desean formar parte del Reino deberán identificarse con una de estas categorías o grupos. v. 3: Bienaventurados los pobres de espíritu El primer grito va dirigido a los pobres: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Es la primera bienaventuranza, no sólo porque da inicio a la serie, sino porque parece condensar las variedades específicas de las otras. El lector queda desorientado: ¿cómo es posible que los pobres puedan ser felices? El pobre en la Biblia es aquel que se vacía de si mismo y sobre todo renuncia a la presunción de construir su presente y futuro de modo autónomo, para dejar, por el contrario, más espacio y atención al proyecto de Dios y a su Palabra. El pobre, siempre en sentido bíblico, no es un hombre cerrado en sí mismo, miserable, sino que nutre una apertura a Dios y a los demás. Dios representa toda su riqueza. Podríamos decir con Santa Teresa de Ávila: felices son los que hacen la experiencia del “¡Sólo Dios basta!”, en el sentido de que son ricos de Dios. Un gran autor espiritual de nuestro tiempo ha descrito así el sentido verdadero de la pobreza: “Hasta que el hombre no vacía su corazón, Dios no puede rellenarlo de sí. En cuanto y en la medida que de todo vacíe su corazón, el Señor lo llena. La pobreza es el vacío, no sólo en lo referente al futuro, sino también en lo que se refiere al pasado. Ningún lamento o recuerdo, ninguna ansia o deseo. Dios no está en el pasado. Dios no está en el futuro. ¡Él es la presencia! Deja a Dios tu pasado, deja a Dios tu futuro. Tu pobreza es vivir en el acto que vives, la presencia pura de Dios que es la Eternidad” (Divo Barsotti)
No es ni el rico, ni el pobre con mentalidad de rico. Sino el que, como Jesús, vive pobre (Mt. 8,18), cree en el pobre (Mt.11,25-26) y ve en ellos a los primeros destinatarios de la Buena Noticia (Lc. 4,18). Es el pobre que tiene el Espíritu del Señor. v. 4: "Bienaventurados los mansos porque poseerán la tierra”. = los pacíficos La segunda bienaventuranza se refiere a la mansedumbre. Una actitud, hoy, poco popular. Incluso para muchos tiene una connotación negativa y se entiende como debilidad. ¿Cuál es el significado de “mansos” en la Biblia? No es la persona pasiva que pierde las ganas y no reacciona por nada. Sino que son aquéllos que están “pacificados” y ahora, como María, viven en la “humillación” (Lc. 1,48). Perdieron la tierra que poseían, pero la recobrarán (Sir. 37,7.10.11.22.29.34). Como Jesús, intentan ser “mansos y humildes de corazón” (Mt. 11,19). Los mansos se perfilan como personas que gozan de una gran paz (Sal. 37,10), son considerados como felices, benditos, amados por Dios. Y al mismo tiempo son contrapuestos a los malvados, impíos, a los pecadores. De aquí que el AT presenta una riqueza de significados que no nos permiten una definición unívoca. En el NT el primer texto que encontramos es Mt. 11,29: “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”. Un segundo texto está en Mt. 21,5. Mateo cuando quiere narrar la entrada de Jesús en Jerusalén, cita la profecía de Zc. 9,9: “He aquí que tu siervo viene a ti manso” En verdad, el evangelio de Mateo pudiera ser definido el evangelio de la mansedumbre. También Pablo recuerda la mansedumbre como una actitud específica del ser cristiano. En 2Co. 10,1 exhorta a los creyentes “por la benignidad y mansedumbre de Cristo”. En Gá. 5,22 la mansedumbre es considerada un fruto del Espíritu Santo en el corazón de los creyentes y consiste en ser mansos, moderados, lentos para herir, dulces, pacientes con los demás. Y todavía en Ef. 4,32 y Col. 3,12 la mansedumbre es un comportamiento que deriva de ser cristiano y es una señal que caracteriza al hombre nuevo en Cristo. Y finalmente, una indicación elocuente nos viene de la 1Pe. 3,3-4: “Su ornato no ha
de ser el exterior, cabellos rizados, ataviados con collares de oro o la compostura de los vestidos, traten más bien de adornar el interior de su corazón con un espíritu incorruptible lleno de mansedumbre y de paz que es lo precioso delante de Dios”. En el discurso de Jesús ¿qué significado tiene el término “mansos”? Verdaderamente iluminadora es la definición del hombre manso que nos ofrece el Card. Carlo Maria Martíni: “El hombre manso según las bienaventuranzas es aquel que, a pesar del ardor de sus sentimientos, permanece dúctil y libre, no posesivo, internamente libre, siempre sumamente respetuoso del misterio de la libertad, imitador en esto de Dios, que hace todo en el sumo respeto por el hombre, y mueve al hombre a la obediencia y al amor sin usar
jamás la violencia. La mansedumbre se opone así a toda forma de prepotencia material y moral, es la victoria de la paz sobre la guerra, del diálogo sobre el atropello”. A esta sabia interpretación se añade la de otro ilustre exegeta: “La mansedumbre de la que habla las bienaventuranzas no es otra cosa que aquel aspecto de humildad que se manifiesta en la afabilidad puesta en acto en las relaciones con el prójimo. Tal mansedumbre encuentra su ilustración y su perfecto modelo en la persona de Jesús, manso y humilde de corazón. En el fondo nos aparece como una forma de caridad, paciente y delicadamente atenta para con los demás” (Jacques Dupont). v. 5: “Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados”. Se puede llorar por un gran dolor o sufrimiento. Tal estado de ánimo subraya que se trata de una situación grave, aunque no se indiquen los motivos para identificar la causa. Queriendo identificar hoy la identidad de estos “afligidos” se podría pensar en todos los cristianos que desean con vehemencia la llegada del Reino y sufren por tantas cosas negativas en la Iglesia; al contrario de preocuparse de la santidad, la Iglesia presenta divisiones y heridas. Pueden ser también aquéllos que están afligidos por sus propios pecados e inconsistencias y que, en algún modo, vuelven al camino de la conversión. A estas personas sólo Dios puede llevarles la novedad de la “consolación”. No se trata de cualquier tristeza, sino de la tristeza ante las injusticias y las faltas de humanidad que suceden en el mundo (Tb. 13,16; Ez. 9,4; 2Pe. 2,7). Están tristes porque no aceptan la situación en la que se encuentra la humanidad. v. 6: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia No se trata sólo de la justicia que se busca en los tribunales y que muchas veces es la legislación de la injusticia. Sino sobre todo es la Justicia de Dios que se busca, haciendo de modo que las cosas y las personas puedan ocupar el lugar que deben ocupar en el plan del Creador. v. 7: Bienaventurados los que son misericordiosos No es la filantropía que distribuye limosnas, sino que se trata de imitar a Dios, que tiene entrañas de misericordia por aquéllos que sufren (Ex. 34,6-7). Misericordia quiere decir tener el corazón en la miseria de los otros para disminuir su dolor. Quiere decir obrar de modo que no nos sea ajeno el sufrimiento de los demás. v. 8: Bienaventurados los limpios de corazón No se trata de la pureza legal que sólo mira lo externo, sino que se trata de tener la mirada purificada para asimilar la Ley de Dios en el corazón, que se hace transparente, y permite a las personas reconocer la llamada de Dios en los hechos de la vida y de la naturaleza.
v. 9: Bienaventurados los que trabajan por la paz No es sólo la ausencia de guerra. La Paz que Dios quiere sobre la tierra es la reconstrucción total y radical de la vida, de la naturaleza, de la convivencia. Es el Shalôm, la Paz anunciada por los profetas y dejada por Jesús a sus apóstoles (Jn. 20,21). v. 10: Bienaventurados los perseguidos a causa de la justicia En el mundo construído y organizado a partir del egoísmo de personas y grupos (como el sistema neoliberal que hoy domina al mundo), aquél que desea vivir el amor desinteresado, será perseguido y morirá en la cruz. La 1ª y 8ª categorías (los pobres y los perseguidos por la justicia) reciben la misma promesa del Reino de Dios. Y la reciben desde ahora, puesto que Jesús dice “de ellos es el Reino de los Cielos” Desde la 2ª hasta la 7ª categorías reciben una promesa que debe realizarse en el futuro. En estas seis promesas aparece un nuevo proyecto. Es el proyecto del Reino, que quiere reconstruir la vida en su totalidad: en relación con los bienes materiales, con las personas y con Dios. La comunidad cristiana, pobre y perseguida, es ya una muestra del Reino. ¡Su simiente!
vv. 11-12: Jesús declara felices a los perseguidos Aceptar el programa del Reino es encontrarse con la cruz y la persecución (v.11). Este Reino no tiene acá otros premios que la gracia y la cruz. El premio de gozo y gloria pertenece a la etapa futura celeste del Reino (v.12). Y será, a proporción de la sinceridad y generosidad con que en la etapa terrena se acepte y se viva el programa del Reino. A la fe sucederá la visión, a la esperanza la posesión, a la caridad la fruición; a la cruz la Gloria. El término “dichosos” (en griego makarioi) expresa un verdadero y preciso grito de felicidad, difundidísimo en el mundo de la Biblia. En el AT, por ejemplo, se definen personas “felices” a aquellos que viven las indicaciones de la Sabiduría (cfr. Sir. 25,7-10). El orante de los Salmos define “feliz” a quien teme, o más precisamente, a quien ama al Señor, y expresa ese amor en la observancia de las indicaciones contenidas en la Palabra de Dios (Sal. 1,1; 128,1). La originalidad de Mateo consiste en la unión de una frase secundaria que especifica cada bienaventuranza: por ejemplo, la afirmación principal “bienaventurados los pobres de espíritu” se ilustra con una frase añadida “porque de ellos es el reino de los cielos”. Otra diferencia respecto al AT: la de Jesús anuncian una felicidad que salva en el presente y sin limitaciones. Además, para Jesús, todos pueden acceder a la felicidad, a condición de que se esté unido a Él.
3. MEDITACIÓN: ¿ QUÉ NOS DICE la Palabra? El nuevo proyecto de vida. Cada vez que en la Biblia se intenta renovar la Alianza, se empieza estableciendo el derecho de los pobres y de los excluidos. Sin esto, ¡la Alianza no se rehace! Así hacían los profetas, así hace Jesús. En las bienaventuranzas, anuncia al pueblo el nuevo proyecto de Dios que acoge a los pobres y a los excluidos. Denuncia el sistema que ha excluido a los pobres y que persigue a los que luchan por la justicia. La primera categoría de los “pobres en espíritu” y la última categoría de los “perseguidos por causa de la justicia” reciben la misma promesa del Reino de los Cielos. Y la reciben desde ahora, en el presente, pues Jesús dice “¡de ellos es el Reino!” El Reino ya está presente en su vida. Entre la primera y la última categoría, hay tres otras categorías de personas que reciben la promesa del Reino. En estos tres dúos aparece el nuevo proyecto de vida que quiere reconstruirla en su totalidad a través de un nuevo tipo de relaciones: con los bienes materiales (1er dúo); con las personas entre sí (2º dúo); con Dios (3er dúo). La comunidad cristiana debe ser una muestra de este Reino, un lugar donde el Reino empieza a tomar forma desde ahora.
Ser felices hoy El evangelio dice exactamente lo contrario de lo que afirma la sociedad en la que vivimos. En la sociedad el pobre es considerado un infeliz, y es feliz quien posee dinero y puede gastar a su antojo. En nuestra sociedad es feliz quien tiene fama y poder. Los infelices son los pobres, aquéllos que lloran. En televisión, las telenovelas divulgan el mito de las personas felices y realizadas. Y sin darse cuenta, las telenovelas se convierten en padrones de vida para muchos de nosotros. Estas palabras de Jesús todavía tienen sentido en nuestra sociedad: “¡Bienaventurados los pobres! ¡Bienaventurados los que lloran!”. Y para mí, que soy cristiano o cristiana, ¿quién de hecho es feliz? Alguien ha estigmatizado así el discurso de Jesús: “Para mí, el texto más importante de la historia humana. Se dirige a todos, creyentes o no, y permanece después de veinte siglos, como la única luz que brilla todavía en las tinieblas de la violencia, del miedo, de la soledad en la que ha sido arrojado el Occidente por su propio orgullo y egoísmo” (Gilbert Cesbron)
4. ORACIÓN: ¿ QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS? Oh, Señor!, buscar tu Palabra, que nos lleva al encuentro con Cristo, es todo el sentido de nuestra vida. Haznos capaces de acoger la novedad del evangelio de las Bienaventuranzas, que así es como nuestra vida puede cambiar.
Cuando somos débiles, apoyándonos en Ti nos hacemos fuertes. Cuando me hallamos en cualquier tristeza o infelicidad, el pensar en Ti como nuestro único bien nos abre el sentido del gozo. Tu Hijo nos indica la senda de las bienaventuranzas para llegar a aquella felicidad que es plenitud de vida y de santidad. Todos estamos llamados a la santidad, pero el tesoro para los santos eres sólo Tú. Tu Palabra llama santos a todos aquéllos que en el Bautismo han sido escogidos por tu amor de Padre, para ser conformes a Cristo. Haz, Padre, que por tu gracia sepamos realizar esta conformidad con Cristo Jesús. Te damos gracias por tus santos que has puesto en nuestro camino, manifestación de tu amor. Te pedimos perdón porque hemos desfigurado en nosotros tu rostro y renegado nuestra llamada a ser santos. Amén 5. CONTEMPLACIÓN-ACCIÓN: ¿QUÉ NOS PIDE HACER la Palabra? Cultura de santidad Hoy más que nunca el mundo necesita una «cultura de santidad». El Concilio, subrayando la vocación universal a la santidad, dijo palabras en cierto modo nuevas. Dijo que «todos los fieles, de cualquier estado o grado, están llamados a la plenitud de vida cristiana y a la perfección de la caridad». Dice también el Concilio: «de esta santidad tan universal y difundida se promueve también en la sociedad terrena un tenor de vida más humana». Esta generación de santidad es la que el Concilio nos desea: una santidad que se pueda, por así decir, encontrar por las calles, que se pueda encontrar en el bus, en el tren, en la fábrica, en la oficina, en la familia; una santidad que sale de las iglesias para entrar en la realidad de la vida de cada día. Necesariamente no será una santidad clamorosa, no proclamada, sino una santidad luminosa y transparente, capaz de dejar intuir el rostro de
Cristo en el que se refleja la gloria de Dios. Por medio de la presencia discreta, humilde, pero decidida y valiente de esta generación de santidad, se renovará el prodigio de la sal de la tierra, capaz de conservar la vida y la esperanza de vida para un mundo que se siente inevitablemente llevado hacia una cultura de muerte. La Iglesia celebra la grandeza de Dios manifestada en tantos hermanos y hermanas nuestras que han llegado ya a la Bienaventuranza. Si pensamos en la vida de los Santos que más conocemos, los vemos precisamente como nos los describe el Evangelio de hoy: pobres en espíritu, mansos, sedientos de justicia, misericordiosos, puros de corazón, perseguidos por causa del Evangelio, y precisamente por esto todos operadores de paz. Apóstoles y Mártires, Ignacio de Antioquía, Ireneo de Lyon, Clemente de Alejandría, Juan Crisóstomo, Justino, Agustín de Hipona, Francisco de Asís, Catalina de Sena, Ambrosio, Vicente de Paúl, Juan Eudes, Teresa de Jesús, Teresa del Niño Jesús, Tomás de Aquino, Ignacio de Loyola, Carlos Luanga, Martín de Porres, Laura Montoya, Juan XXIII, Juan Pablo II, Pablo VI, Marianito, Rosa de Lima, Mariana de Jesús, Caridad Brader, Encarnación, Bernarda, Juan Diego, Oscar Arnulfo Romero, Edith Stein, Juan Bosco, Domingo Savio, María Goretti, Luis Gonzaga, Juan María Vianney, Hermano Roger Schuts, Max Thurian, Martin Luther King, Gandi… ¿no hicieron acaso la historia del tiempo en el que vivieron? ¿Acaso no hicieron crecer a su alrededor el sentido y la búsqueda de la verdadera paz? ¿No renovaron en ellos al mundo con su caridad? Celebremos con gozo la memoria de todos los Santos.
Algunas preguntas para meditar durante la semana 1. ¿Sé aceptar aquellos pequeños signos de pobreza que a mí me suceden? Por ejemplo, ¿ la pobreza de la salud, las pequeñas indisposiciones? ¿Tengo grandes pretensiones? 2. ¿Sé aceptar cualquier aspecto de mi pobreza y fragilidad? 3. ¿Sé orar como un pobre, como uno que pide con humildad la gracia de Dios, su perdón, su misericordia? 4. Inspirado por el mensaje de Jesús sobre la mansedumbre ¿sé renunciar a la violencia, a la venganza, al espíritu de revancha? 5. ¿Sé cultivar, en familia y en mi puesto de trabajo, un espíritu de dulzura, de mansedumbre y de paz? 6. ¿Sé estar atento con los débiles, que son incapaces de defenderse? ¿Soy paciente con los ancianos? ¿Acogedor con los extranjeros, los cuales a menudo son explotados en su trabajo?
P. Carlos Pabón Cárdenas, CJM.
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