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GUERRILLA Y CONTRAGUERRILLA
GUERRILLA Y CONTRAGUERRILLA
La respuesta en toda la península española a la destrucción por los franceses de la estructura política del país, incluido en gran parte de su extensión el ejército regular, fue la guerrilla o, por mejor decir, la acción aislada, o a veces conjunta, de los guerrilleros, unos con otros, o bien estos, donde el ejército regular persistía, colaborando estrechamente con él. Otra cosa es que el militar profesional, entonces como ahora, simpatizase más con sus congéneres que con estos advenedizos, surgidos espontáneamente, como las setas en el bosque después de la lluvia. Espontáneamente, aunque por decreto del 17 de abril de 1809 la Junta Central ordenaba la formación de partidas que colaborasen con el ejército regular. Volvería a tomar disposiciones sobre ellas el 4 de septiembre de 1809 y el 9 de enero de 1810.193
La guerrilla era una forma de guerra inesperada, aunque los autores modernos han procurado darle antecedentes y consiguientes desde los tiempos más remotos hasta hoy. Es lógico, porque siempre ha habido momentos de lucha desigual en la que la parte débil ha recurrido a la astucia, la audacia y el conocimiento del terreno. También es verdad que no hay dos situaciones iguales, y que no se pueden dar recetas en la materia, tan solo consideraciones derivadas de la experiencia. Los autores se esfuerzan por encontrar ejemplos, remotos y próximos,194 aunque en una parte de la literatura llegó a plantearse la cuestión de si se habría descubierto un método eficaz contra las guerrillas.195
Restringiéndonos a España y a la guerra de la Independencia, la cuestión apasionó a los coetáneos, tanto españoles como franceses, que sacaron conclusiones. Por parte napoleónica, en vivo, los denuestos fueron su respuesta, el más conocido el de brigands (‘bandidos’): forajidos, salteadores de caminos, asesinos, miserables e incluso revolucionarios, palabra aborrecida, no obstante los orígenes del sistema napoleónico, porque los josefinos trataban de convencer a la gente de que lo suyo se basaba en la mesura racional y el progresismo. Lo más grave no era el insulto, sino la consideración de que el guerrillero no estaba dentro de la legalidad y, en consecuencia, en cuanto era habido, se le quitaba la vida. Esto lo
193. AHN, Junta Central, leg. 41 D. Cf. Vignau (1904: 32). 194. Joes (1996) estudia las guerrillas de la Revolución de Independencia de los Estados Unidos, las de la Vendée, Haití y España, las de la guerra civil de los Estados Unidos, las de la guerra de los Bóers, la de Aguinaldo en Filipinas, Lawrence de Arabia, genéricamente las guerrillas contra Hitler y Stalin, las de la guerra fría: Grecia, China, Malaya, los huks de Filipinas, Indochina contra Francia y contra los Estados Unidos, los jemeres de Camboya, Afganistán contra los soviéticos, de nuevo las Filipinas tras la II Guerra Mundial, América Latina y los que llama conflictos poscoloniales, de Argelia a Zimbabue. 195. Heilbrunn (1964) se refiere al siglo XX. Llega hasta la guerra atómica.
sabían los propios guerrilleros, lo que influye también en su actuación. La propaganda francesa machaconamente presentaba la completa erradicación de las guerrillas en una determinada comarca o región. Pero reaparecían poco después, inexplicablemente para su mentalidad ultrapirenaica. Esta es una característica fundamental del fenómeno guerrillero. A distancia, en sus memorias o libros teóricos escritos años después del conflicto, los militares franceses supieron dar muestra de gran comprensión. Hace ya algunos años Rafael Farias escribió un libro importante, aunque algo unilateral, sobre la cuestión, en el que recogía la terrible condición de la guerra vista por los franceses (palabra que aquí significa ‘napoleónicos’, porque junto a ciudadanos de Francia los hay polacos, italianos y de otras nacionalidades). El mismo Farias lo expresó así:
Sobre un fondo de paisajes, agrestes o desolados, muévense los franceses en un ambiente de hostilidad trágica que los acecha, el pueblo, a modo de coro semi-mudo, prorrumpe, a momentos, en alaridos de rabia y, ya cerca ya lejos, siempre incansable, vigilante siempre, cruza como una sombra el guerrillero.196
Falta en este cuadro el colaboracionismo, que también se dio, y más de lo que en principio habíamos pensado, tanto que la guerra de la Independencia se convirtió en una guerra civil.197
Antes de que podamos decir si la guerrilla nos gusta o no, tenemos que reconocer su importancia. Un hecho objetivo, externo, podemos aducir aquí: aunque el mariscal Suchet se halló en varios teatros de guerra europeos, reservó sus Mémoires solo al conflicto español, 1808-1814. Y en la primera página de la «Notice préliminaire», cualquiera que sea su redactor, encontramos esta afirmación:
Que la guerrilla198 en sus flancos y en su retaguardia, en medio de las grandes operaciones que absorbían desde lejos su atención en los asedios y en las batallas, ha sido constantemente para el mariscal Suchet una verdadera dificultad; y que su narración, al dar cuenta de esta contrariedad siempre renovada, tanto que nos impacienta en la lectura, presenta por ello mismo un cuadro más fiel de la realidad.
Suchet sólo logró vencer esta dificultad haciendo que todos los militares a sus órdenes participasen de su mismo espíritu.199 Y en el propio texto de las Mémoires, después de las victorias francesas de María y Belchite y la destrucción del ejército de Blake, reconoce que, por mucha importancia que él mismo hubiera
196. Farias (1920: 10). 197. Remito a Gil Novales (2001). 198. El texto usa la expresión petite guerre. 199. Suchet (2002: 5, «Notice préliminaire»). Traducción mía. Aunque no lo dice, esta edición reproduce la primera (París, Bossage, 1828, 2 vols.). La expresión escritas por él mismo no es verdadera: siguiendo las notas de Suchet, fueron redactadas por el barón de Saint-Cyr Nugues, jefe de su Estado Mayor, y publicadas por su viuda, Honorine-Antoine de Saint-Joseph, sobrina de la mujer de José Bonaparte, la reina Julia. El autor de la «Notice» puede ser tanto Saint-Cyr como Honorine. Cf. Palau (1948-1977) y Bergerot (1999).
«Guerrillero de la guerra de la Independencia». Ilustración extraída del tomo V de la Historia General de España, del padre Juan de Mariana (Madrid, Imp. y Lib. de Gaspar y Roig, 1851) (foto: Ramón Lasaosa).
dado a estas tropas, realmente solo eran auxiliares de la fuerza principal de resistencia. La insurrección, aprovechando precisamente las pérdidas sufridas por el ejército, se convirtió en algo mucho más peligroso.
Lo que quedaba de este ejército, vuelto a sus hogares o dispersado por el país, sirvió de alimento y de refuerzo a las bandas de partisanos200 ya existentes, que así reclutaron buenos oficiales y soldados experimentados. Las bandas reaparecieron más formidables y numerosas que antes; otras, hasta entonces desconocidas, se mostraron en las montañas de Calatayud, y en los desfiladeros de los alrededores de Huesca y de Barbastro. Entonces comenzó realmente en el norte de España este nuevo sistema de resistencia, del que inmediatamente se sirvieron algunos jefes con habilidad, y que defendió al país más eficazmente que lo había hecho la guerra reglamentada de los ejércitos disciplinados. Esto es así porque es más conforme con los lugares y el carácter de los habitantes. Es una verdad que se deriva de la configuración general de España, y está ratificada por la historia desde Sertorio hasta nuestros días.
Luego el autor desarrolla el tema de que geográfica y físicamente España pertenece a África tanto más que a Europa. Parece que este pensamiento, en el fondo reaccionario, aquieta su espíritu.201
Daudevard se esfuerza por hacer entender esa denominación de bandido, pero su interpretación resulta por demás polémica:
Debo fijar la atención del lector sobre el significado de la palabra bandido, empleada para designar a los españoles que no querían reconocer al rey José, ni se dejaban vejar y despojar por nosotros, prefiriendo empuñar las armas, abandonar sus habitaciones y vivir en la montaña, antes que someterse a nuestras leyes. Así que aparecían algunos franceses aislados, caían sobre ellos, los mataban a puñaladas, les arrancaban los ojos, les cortaban las narices y las orejas, los hacían pedazos, cometían con ellos todos los horrores que la venganza, con frecuencia aplicada a reclutas enfermos y soldados heridos o moribundos, pueda imaginar. Muchas veces éramos nosotros los verdaderos bandidos; pero los españoles, excepción hecha de las tropas regulares, se mostraron bárbaros en sus venganzas, y dignos de ser comparados a los caníbales más feroces. La indisciplina, la desnudez en que se dejaba a las tropas, las ideas que se hacían fermentar en las cabezas de los soldados, la voluntad tácita del jefe del gobierno, el carácter de algunos generales fueron, por nuestra parte, las causas de una conducta que no estaba acorde con el carácter francés. La de los españoles dependía de la poca civilización, de la barbarie, de la masa de la nación.202
No creo que la mayor parte de los irregulares españoles practicasen lo que podríamos llamar desnarigamiento o nasotomía, pero la mejor manera de contestar a tan insidiosas palabras es recordando otras de un historiador suizo,
200. Partisans es palabra antigua en francés, y durante las guerras napoleónicas adquiere el sentido moderno de guerrilleros. Aquí tenemos un ejemplo de esa evolución. Cf. Scotti Douglas (2000: 19 y 23). 201. Suchet (2002: 52). Traducción mía. Aunque las Mémoires fueron publicadas también en español, no tengo el texto conmigo, y por ello no lo he utilizado. 202. Daudevard (1908: 21-22, n. 1).
Geisendorf-des Gouttes, quien, reconociendo la crueldad de unos y de otros, iluminado por el espectáculo lamentable de la I Guerra Mundial, echa la culpa de todo a la guerra de agresión.203
El tema del desnarigamiento reapareció con un personaje, el capitán Desbœufs, del que hablaremos después, cuando fue nombrado gobernador militar de Huesca. Después de combatir en media Europa, entró en España por Roncesvalles, donde encontró una muestra del orgullo español: una cruz de piedra que conmemoraba la victoria de Bernardo del Carpio sobre Roland,204 cruz que fue abatida por los soldados franceses en 1794.205 Efectivamente, sobre aquella victoria Bernardo de Balbuena había escrito El Bernardo, poema heroico del que se hizo una segunda edición en 1808. Haciendo la reseña del libro, el Semanario Patriótico señala «la analogía de aquellos tiempos con los presentes».206 Desbœufs siguió después hasta Pamplona. En el trayecto se dio cuenta, mirando las ventanas con rejas de las casas y las caras de los pocos transeúntes con los que se topó, de que allí reinaban la superstición, el fanatismo y la esclavitud. El general Reille, decidido a dar un escarmiento a Espoz y Mina, tuvo con él un encuentro victorioso en el Carrascal, con muertos y prisioneros españoles. Ahora solo me interesa esta referencia por el tema del desnarigamiento. Algunos oficiales españoles prisioneros vestían como los campesinos, pero llevaban una escarapela con la leyenda «Vivir y morir por Fernando VII». Entre los prisioneros venían también algunos niños de trece o catorce años a lo sumo, uno de ellos sin nariz y otro sin orejas. Se supone que los había mutilado Espoz y Mina. Meses después, Mina, como se le llama siempre, ahorcó cerca de Pamplona a dos oficiales franceses y a cuatro soldados. El general Abbé contestó fusilando a seis españoles y amenazó a Mina con mayores represalias. El navarro replicó colgando por los pies a otros cuatro soldados, después de haberles arrancado los ojos y cortado la nariz y las orejas. Desbœufs dice no haber presenciado estas escenas, pero se las contaron gentes que le merecían confianza.207 Si el autor las hubiese visto personalmente, podríamos preguntarnos por su veracidad. Cuando los testigos son otros, de los que ni siquiera conocemos el nombre, se aleja la comprobación de los datos. La guerra era terrible, pero debían de circular muchas historias que amplificaban al máximo su maldad. El mismo autor presenta en otra ocasión a los soldados franceses matando prisioneros, pero solo por caridad, por ahorrarles mayores sufrimientos. En cambio, jamás los españoles obraban con humanidad. Los franceses trataban siempre muy bien a sus prisioneros, perojustamente lo contrario les ocurría a los soldados napoleónicos recluidos en los pontones
203. Geisendorf – Des Gouttes (1932: dedicatoria). 204. Bernardo del Carpio es una figura mítica, no tuvo existencia real. De haber existido la cruz, será por efecto de los romances. La cita sirve para corroborar la difusión de este género poético, español y también francés. Cf. La Chanson de Roland. 205. También hay que decir que en la literatura patriótica antifrancesa de estos años aparece Roncesvalles como la primera derrota infligida por los españoles a los franceses. Cf. La historia y la experiencia en oposición contra el heroísmo de Bonaparte. 206. «Literatura», Semanario Patriótico, II,8 de septiembre de 1808, p. 35. 207. Desbœufs (1901: 143-145).
ingleses, en las casamatas austríacas y en los desiertos rusos.208 O sea, que no todo era culpa de los españoles. Siempre es un consuelo.
El mismo Desbœufs indica en su libro lo mucho que los franceses habían aprendido en su lucha contra los guerrilleros:
La guerra de España fue una escuela excelente para los oficiales franceses. Encargados de mandar plazas y destacamentos en marcha, en un país en el que los combates eran diarios, en el que el ojo del enemigo les seguía por todas partes, en el que el más pequeño descuido se pagaba con la vida, tuvieron que ejecutar maniobras que no vienen en las ordenanzas y adquirieron conocimientos que solo la experiencia puede enseñar. Más de una vez tuvieron que reconocer que nunca se excederían en la prudencia, y que, en todas las circunstancias, hay que adaptarse al terreno, y obrar siguiendo las disposiciones y los hábitos militares del enemigo.
Sigue hablando después de ataques y movimientos de tropas, y de lo mucho que en punto a táctica han aprendido los franceses de su experiencia española.209
Un entusiasta biógrafo francés de un oficial que libró en Navarra una «guerra de escaramuzas», así la llama, califica de triste la campaña de los años 1812 y 1813. La gloria está en otra parte, en las grandes batallas.210
El capitán Emmanuel Martin, en su importante libro sobre La Gendarmerie Française en Espagne et en Portugal, se muestra extraordinariamente comprensivo del significado de la guerrilla española, que para él no se concibe sin las juntas. No conozco lo suficiente a este autor para saber si su comprensión del fenómeno español se deriva de la guerra de 1870. En esta ocasión, al ver que el ejército francés no estaba preparado para resistir al alemán, comenzó en el país un movimiento de guerra de guerrillas, obra en gran parte de Léon Gambetta, quien había meditado mucho sobre los sucesos españoles de 1808. Lo mismo que los generales franceses fusilaban a los guerrilleros españoles en la guerra de la Independencia, por no reconocerles el estatuto legal de combatientes, los generales alemanes en 1870 fusilaron a los guerrilleros franceses por la misma razón. Estos héroes oscuros, dice Chastenet, prefiguran los partisans de la II Guerra Mundial.211 Conrad von der Goltz, gran admirador de Gambetta,212 es autor de La nación en armas, obra traducida al español.213 Así, de la práctica hemos llegado a la teoría. Pero acaso en esta prevaleció la opinión de Clausewitz, quien, aun valorando la aparición de la guerra de guerrillas, la admitía a regañadientes como auxiliar del ejército regular.214 La evolución posterior nos llevaría a los terribles conflictos del siglo XX y del actual, en los que no voy a entrar.
208. Ibídem, pp. 158-159. 209. Ibídem, p. 174n. 210. Roche (1892: 72). 211. Chastenet (1968: 149, 159 y 178). 212. Ibídem, p. 178. 213. Goltz (1897). 214. Smith (2005: 252).
El capitán Martin escribe:
Al comienzo de la guerra [se refiere, naturalmente, a la de la Independencia], cuando el pueblo español toma la resolución de concurrir enérgicamente a la defensa de España, todas las ciudades tienen su junta particular. Poco después se forman las juntas provinciales, que dan cohesión a las guerrillas, y las hacen concurrir a un fin común. Lo que prueba que la guerra de la independencia española fue popular es el hecho de que las primeras bandas se hayan formado con campesinos, artesanos, hombres robustos, dotados de una gran fuerza de resistencia física, y entre ellos no hay nobles ni ricos. La mayoría de los jefes guerrilleros proceden de oscura cuna, son verdaderos patriotas, que combaten sin ambición por una causa que consideran sagrada.
Menciona el autor las normas dadas por la Junta Central sobre este tipo de guerra, y el papel que cumplen en ella las juntas provinciales; y prosigue diciendo que
los jefes [guerrilleros] organizan, encuadran y agilizan sus bandas, que, armadas y equipadas por los ingleses, acaban formando batallones y escuadrones, los que con el apoyo de la artillería de montaña se hacen más de temer cada día, aunque solo sea porque conocen a maravilla el territorio que defienden. La táctica constante de las guerrillas es la de no atacar hasta que el número y la posición les son favorables; y de esta forma nos hacen más daño [a los franceses] que los ejércitos regulares, a los que nuestras tropas derrotan continuamente en campo abierto.
Solamente para Guipúzcoa, Álava, Vizcaya, montaña de Santander, Castilla la Vieja y Navarra, Caffarelli el 18 de diciembre de 1812 calculaba el número de guerrilleros en 37750, de ellos 2850 a caballo. Antes de recoger esta cifra, Emmanuel Martin ha citado una extraordinaria apreciación del general Hugo que conviene reproducir aquí:
Las guerrillas subsanaban los desastres de los ejércitos porque, al ocupar el territorio, obligaban a los jóvenes, a los dispersos, 215 a los desertores, a incorporarse a su unidad; forzaban a los franceses a fortificarse en todas partes y a no mostrarse jamás impetuosos. Las guerrillas seguían y atacaban a los convoyes que venían de Francia, sin conocer el género de guerra que les esperaba. Atacaban también a los convoyes de prisioneros, tanto para apoderarse de lo que pudieran cuanto para acabar con las escoltas, cuando encontraban una buena ocasión o un desfiladero favorable. Por todo ello las guerrillas eran lo único que había que temer en la nación, fuera de lo que suele considerarse como la masa o cuerpo de la resistencia. En el estado exaltado de la opinión se las podía, o acaso se las debía, considerar, en muchas provincias, como la nación armada.216
215. En castellano en el original. 216. Martin (1898: 75-78). El general aludido es Joseph-Léopold Hugo, autor de Mémoires du général Hugo, gouverneur de plusieurs provinces et aidemajor général des Armées en Espagne (Hugo, 1823), y padre del poeta Victor Hugo.
Heinrich von Brandt, nacido en 1789 en Lakiin (Prusia Occidental), estudiante de Derecho en la Universidad de Königsberg (Prusia Oriental), oficial del ejército prusiano, en el que no se sentía a gusto y que abandonó después de la creación del Gran Ducado de Varsovia (1807) para entrar en el ejército francés, luchó en España de 1808 a 1812, y después en Rusia, con la Legión del Vístula, donde fue herido y hecho prisionero. Llevado a Moscú, tras su curación, considerado súbdito ruso, pasó al ejército polaco. En 1815 ingresó en la Academia Militar de Berlín y llegó a ser general de infantería. Hoy se le tiene por polaco, aunque escribió en alemán sus Erinnerungen (Recuerdos). Habla en ellos de su experiencia en España, de Zaragoza y del Alto Aragón, y del concepto que le merecen las guerrillas. Es hombre culto que ha leído las Mémoires de Suchet, de las que a veces discrepa. Después de la batalla de Belchite (18 de junio de 1809), nos dice, por todas partes en Aragón surgieron partidas guerrilleras. «Donde nosotros [los soldados franceses] no estábamos, aparecían las guerrillas, íbamos a buscarlas pero desaparecían, nos marchábamos, y entonces volvían a aparecer». Gracias al apoyo que les daba la población, disfrutaban de todas las ventajas. Inversamente, no solo los jefes, sino cualquier oficial tenía que poner mucho cuidado en conservar, además de la vida, el honor y la reputación. Según cree, únicamente en tierras turcas y griegas y en algunas que están bajo el dominio austríaco se da la guerra de partisanos tanto como se ha desarrollado en España. Este tipo de guerra emplea totalmente el tiempo de los suboficiales que la combaten, los cuales no pueden hacer otra cosa que avisar de su presencia, organizar patrullas y buscar en todo momento su propia seguridad. Solamente en algunas comarcas, dice sorprendentemente, como en Navarra y a veces en Cataluña, la guerra es cosa de regimientos y brigadas. Quien no haya experimentado una campaña militar en España no podrá darse cuenta de en qué consiste la guerra de guerrillas y formarse un juicio sobre ella.
Históricos recuerdos de pasadas contiendas contra Francia fortalecieron al pueblo en su determinación de sacudirse el yugo extranjero, costase lo que costase. La manera insidiosa con la que los franceses habían entrado en el país y su comportamiento después habían transformado este sentimiento en una especie de furor, el cual, bajo la dirección de la Junta Central y de las juntas provinciales, daba como resultado la independencia del país.217
Muy ecuánime se muestra el general Thiébault (lo citaré aunque nunca estuvo en Aragón) cuando define a Espoz y Mina como «célebre jefe de guerrilla y uno de los más hábiles y más intrépidos defensores de la independencia española».218 Este mismo autor tiene una página impresionante sobre las guerrillas:
Aunque no diésemos a los guerrilleros otro nombre que el de «bandidos… vil y abyecta canalla», aunque dijésemos siempre que se les hacía mucho honor al matarlos, la realidad es que la Guardia imperial, a la que, después de tantas victorias, se
217. Brandt (1908: 347-348). 218. Thiébault (2005: II, 997n).
Retrato de Francisco Espoz y Mina, por José Vallejo y Galeazo (imagen cedida por la Biblioteca Nacional de España).
consideraba invencible, tuvo que contar con ellos. Indudablemente los guerrilleros huían ante la Guardia; pero esta huida, que para ellos era muy necesaria, formaba parte de la táctica que habían adoptado contra nosotros. ¿Qué pretendían? ¡Matar! Bien, hay que decirlo, cien disparos de fusil tirados en línea a veces ni siquiera hieren a un hombre; diez disparos aislados matan o hieren a varios. Además, en lo que respecta a las guerrillas, ya no se trata de combates con una duración limitada, sino que se trata de una lucha continua, sin reposo ni tregua, que no desaprovecha nunca la ocasión de ninguna trampa, de ninguna emboscada, que se vale de cualquier hora, tiempo o sitio, y que acaba siempre por perseguir a los mismos que les habían perseguido. Los guerrilleros no mataban ni herían a muchos hombres a la vez; pero, como renovaban continuamente sus golpes, el resultado venía a ser que se empleaba en pura pérdida un ejército de élite, cuya conservación nos era tan necesaria. La cólera nos hizo arrestar a troche y moche a los vecinos en sus casas y a los pobres diablos en los campos. Se les interrogaba, y si no querían o no podían decir nada, o si no parecía suficiente lo que habían dicho, se les sometía a la tortura. Un jefe de batallón, digno ayuda de campo de Dorsenne, se mostraba propicio a tales horrores: comenzaba generalmente por atar a los desgraciados por los dedos, luego los hacía izar y los sacudía hasta que los brazos se dislocaban. Viejos y sacerdotes fueron así exterminados. Los que sobrevivían eran conducidos a las mazmorras de Burgos, lo que equivalía para ellos a una condena a muerte sin juicio.219
Aunque la experiencia de Thiébault era sobre todo castellana, estas palabras, salvo la alusión final, convienen a todo el territorio en lucha. España entra en una fase guerrillera contra la que poco podrán las contramedidas del mando francés. Así lo comprendió un historiador tan importante como José Gómez de Arteche en el tomo séptimo de su conocida Historia. Lo primero de todo reconoce la categoría del fenómeno guerrillero en nuestra guerra de la Independencia. En esto coincide con Napier, que también lo reconoce en bloque; también se asombra con las hazañas de algún personaje singular, para luego resaltar la barbarie, etcétera, que les acompaña. Gómez de Arteche no llega a tanto: él prefiere el ejército regular, pero el hecho es que los guerrilleros existieron y prestaron un gran servicio a la causa nacional. Iban por libre, no se atenían a las ordenanzas, eran por naturaleza anárquicos. Este autor inventa para ellos una caracterización: los guerrilleros lo son en virtud de su personalismo. La palabra engloba todas esas valoraciones negativas, es algo así como si dijésemos que su existencia es un puro capricho, al margen de toda sociedad ordenada. Como gozan del favor popular, no caen en el bandidaje, pero se asoman con frecuencia a sus orillas.
En estos años de la guerra de la Independencia todas las clases sociales participaron en el fenómeno guerrillero, incluso las mujeres. Todas las clases sociales y todas las provincias de España. Se dio el caso de que algunos oficiales del ejército regular abandonaron su unidad y se hicieron guerrilleros, pero esto ocurrió solo por necesidades perentorias del momento, y en cuanto cesó la excepción el oficial-guerrillero volvió al ejército. La guerra fue cruel y lamentable; no la
219. Thiébault (2005: II, 1009). Traducción mía. Jean-Marie-Pierre Dorsenne tenía una fama malísima por su crueldad.
inventaron los españoles, sino que fue la consecuencia de una agresión. La agresión creó la guerra, la guerra creó a los guerrilleros como medio de defensa elemental de la sociedad agredida. Acaso no nos gustan, pero no es de ellos la culpa, sino de Napoleón. Es inadmisible que vengan ahora los franceses a llamarlos rebeldes, ladrones y asesinos, y a acusarlos de ferocidad. Gómez de Arteche se indigna y trae a colación a unos cuantos autores franceses que reconocieron que todo había comenzado en virtud de una agresión. Aquí no cabe preguntarse qué fue antes, si la ferocidad francesa o la española, porque es indiscutible que la iniciativa fue francesa. Lo que la guerra demostró también es que a los franceses no les va el género de guerra que llama delmerodeo. No importa que la palabreja la saque también de un autor de ultrapuertos, porque con ella, y con el término personalismo, Gómez de Arteche deja vislumbrar su verdadero pensamiento sobre las guerrillas, sobre su nomadismo, en el que se adivina una especie de democracia anárquica. El miedo a la democracia, de esta manera o de cualquier otra, es una característica de muchas sociedades, la española entre ellas, y muy especialmente en la época de la Restauración, de la que José Gómez de Arteche es un ilustre exponente.220
El autor ya se había ocupado de los guerrilleros en una de las célebres conferencias del Ateneo de Madrid en el curso 1885-1886. En la ocasión, Gómez de Arteche trató de trazar la genealogía del guerrillero como figura histórica. Se adivina en la narración el legítimo dolor por la eterna guerra civil de España, que los hombres de la Restauración se hacían la ilusión de haber ya superado. El guerrillero es planta autóctona:
Tierra privilegiada para desarrollar los gérmenes de tan devastador elemento, el de las divisiones intestinas, ha visto también siempre cómo surgían con ellas esos seres, tan dispuestos a destrozarse entre sí por el más fútil motivo como prontos a rechazar las ambiciones o la injuria del extraño. No es nuevo, pues, el guerrillero, sino autóctono, en España, tan antiguo como las disensiones de sus primeros hombres y como las luchas con sus vecinos o sus invasores.
Fenicios y griegos, cartagineses y romanos, Indíbil y Mandonio, y la gran figura de Viriato; pero a todas las épocas las superó la guerra de la Independencia. El autor se detiene especialmente en el Empecinado, al que compara con Fra Diavolo, Espoz y Mina entre Navarra y Aragón, Jerónimo Merino, el indocto clérigo, Julián Sánchez, al que se llamó «hijo mimado de la victoria», José Romeu, el mártir nacido en Sagunto.221
220. Gómez de Arteche (1891: 5-73). 221. Gómez de Arteche (1886).