Directo Bogotá # 03

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contenido

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cartas del lector nota del director | Las bromas del ‘Vice’ cabos sueltos

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columnista invitado | Ernesto Cortés Fierro

El legado de Mockus

columnista invitado | Juan Manuel Ruiz

Sin Prisa con la radio colombiana

Director Editorial Alejandro Manrique G. Editora General Maryluz Vallejo M. Editora de Fotografía Marcela Rodríguez

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radio | la radio comunitaria

La gente desconocida

reportaje gráfico | oficios nocturnos

Habitantes de la noche

vanguardias & tendencias | universitarios subempleados

Historias del rebusque universitario

Consejo de Redacción Francisco Celis, Ernesto Cortés, Norbey Quevedo, Gabriel Gómez, Daniel Valencia, Marcela Rodríguez Columnistas Invitados Ernesto Cortés Fierro y Juan Manuel Ruiz Reporteros Sofía Buendía, Ruby Chagüi, Mary Angélica Forero, Paula Gómez, Liliana Ramírez, Isabela Restrepo, Natalia Romero, Diego Rubio, Andrés Vera, Johanna Villamizar Gerencia y Administración Invercota S.A. Producción Editorial mottif. Fotografía Rodrigo Ballesteros, Andrea Castillo, Ruby Chagüi, Santiago Moya, Liliana Ramírez, Marcela Rodríguez, Alejandro Rojas, Marcela Salgado, Patricia Sánchez, Josué Torres

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estación | reportaje central

Belén, la otra revolución de los comuneros

música | discos de acetato

Larga duración: alta fidelidad

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divino rostro | César López

El hacedor de sueños retrovisor | el cementerio central

Los desplazados del cementerio cine | películas para públicos bogotanos

Los cachacos de Jörg Hiller libros | Don Julio Mario

Tocar al intocable

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cómic | Gaspar y Chunchullo

Diseño de Carátula Juan Esteban Duque Diseño y Diagramación mottif. Corrección de Estilo Gustavo Patiño Díaz Impresión ECM Impresores Ltda. Ventas y suscripciones Cr. 20 nº 82 · 51 Teléfonos 2572317 / 6214867

Decano Académico Gabriel Jaime Pérez, S.J. Decano del Medio Universitario Jürgen Horlbeck B. Director de la Carrera de Comunicación y Lenguaje José Miguel Pereira Directora del Departamento de Comunicación Maritza Ceballos Transversal 4 nº 42 · 00 Teléfono 320 8320 ext. 4590 Fax 320 8320 ext. 4576 Bogotá · Colombia Correo electrónico · directobogota@javeriana.edu.co

Esta revista es reporteada y escrita por estudiantes de la Carrera de Comunicación Social y editada por profesores del Campo Profesional de Periodismo Pontificia Universidad Javeriana Carrera de Comunicación Social


cartas del lector

artículo La tolerancia vence lo que la violencia no alcanza (Dto.Bogotá nº2) DE FELIPE MAZABEL, ALEJANDRO COBELLI Y SANDRA ROBAYO Señor Rafael Caro: Tal vez usted haya oído historias acerca de Raúl Hernández, y pretenda escribir de él y del hardcore con conocimiento de causa, pero su artículo acerca del tema demuestra que no tiene idea de la historia de ese movimiento en Bogotá ni de quién era Raúl Elías Hernández Barrios. Le rogamos y exijimos que rectifique de manera clara en su revista su artículo. Raúl ingresó al movimiento “acá” en Bogotá en el año 89, después de que un amigo lo invitara a un concierto en un bar en Chapinero. En septiembre de 1991 viajó a Filadelfia a estudiar Ingeniería de Sonido, y fue entonces cuando empezó a ir a Nueva York.

RECTIFICACIÓN

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El artículo se basó en fuentes orales que no quisieron mencionar su nombre, circunstancia que arrojaría dudas sobre apartes de la información publicada. Pido a la memoria de Raúl Hernández y sus amigos disculpas por no haber confrontado fuentes y manchar la reputación de él. Según Felipe Mazabel, íntimo amigo suyo, Raúl Hernández siempre será recordado por sus amigos como una persona cuyos principios de honestidad, responsabilidad y fidelidad hacia sus seres queridos nunca se desviaron.

Con respecto al bar, hay que aclarar que Raúl lo montó en la calle 125 con carrera 19 (no en la Pepe Sierra con Autopista) gracias a sus conocimientos de ingeniería de sonido, junto con un socio y el apoyo económico de su madre. Fue el auditorio de conciertos “La Calleja” y no un bar.

Su grupo de hardcore Sin Salida —legendaria banda de la escena local, ya desaparecida— fue tildada siempre de fascista pero, para Mazabel, vocalista de la misma, esta circunstancia fue producto del aprecio que ellos mantenían por el Ejército Nacional.

En “La Calleja” jamás hubo reuniones de ningún grupo radical como usted dice. “La Calleja” no era un sitio exclusivo para el hardcore. Raúl desafortunadamente —para quienes lo queríamos— desapareció a finales del 2001 por razones que no tienen absolutamente nada que ver con enemigos que según usted inventa tenía en la ciudad.

Según sus amigos, Raúl tampoco escapó a los comentarios malintencionados debido a la preocupación que él tenía por mantener a sus amigos al margen de las drogas. Su posición resultaba inflexible cuando alguno de ellos incurría en esta clase de vicios. Nunca —según sus amigos— lo hizo utilizando la violencia, sino más bien dialogando o empleando un firme regaño. Sus amigos saben que él se ganó el respeto de los demás gracias a su ideología recta e inteligencia, que compartió con quienes se ganaron su afecto. Lamentablemente, algunos no lo conocieron, pero esperan encontrar a alguien que, como él, tenga la firmeza de recalcarles el error cometido cuando sea necesario. Rafael Alberto Caro Suárez Reportero de Directo Bogotá

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nota del director Alejandro Manrique

LAS BROMAS DEL ‘VICE’ aleman155@hotmail.com

A propósito de una audiencia convocada por el senador Juan Gómez Martínez para introducir un peligrosísimo proyecto de ley, Francisco Santos —vicepresidente de la República— dijo que él “podía certificar de primera mano la limitada capacidad de nuestros periodistas y de nuestro periodismo para comprender las complejas tramas de la realidad de nuestro país”. En su atropellada dicción, el Vicepresidente atribuyó estas indiscutibles carencias a “la cantidad absurda de facultades de Comunicación Social y/o periodismo”, caracterizadas —según él— “por el predominio de profesores hora cátedra, mal remunerados, por lo general de precario nivel de formación […] poco rigor académico, poca exigencia, poca disciplina, y escaso nivel de lectura e investigación”. Aunque el Vicepresidente no descartó que el medio profesional contribuyera a profundizar esta problemática con su escaso “interés por adelantar programas de capacitación para perfeccionar la calidad profesional de sus periodistas”, el agua sucia principalmente se la llevaban las facultades, cuya formación era —según sus propias palabras— “la causa principal de la baja remuneración de nuestros periodistas”. Preocupa sobremanera que ésa sea la visión “de primera mano” que tiene el gobierno sobre la situación de los periodistas. Y preocupa enormemente por la superficialidad con que se plantea. Claro que hay muchas facultades de garaje. Claro que por mucho tiempo las facultades sólo formaron comunicadores “para el desarrollo” y no reporteros. Claro que hay estudiantes de periodismo cuyos escritos no resisten el más mínimo examen. Pero ello no obsta para desconocer la realidad que envuelve al medio profesional, pues decir que los periodistas se encuentran mal remunerados por su precaria formación resulta contraevidente. Una investigación patrocinada por Medios para la Paz —y dirigida por la periodista Patricia Gómez— arroja conclusiones distintas. En los últimos cinco años —dice el estudio— los salarios de los reporteros han disminuido entre un 40 y 60 por ciento debido a la vertiginosa caída de la pauta publicitaria. Cientos de reporteros han sido despedidos y centenas de corresponsales ahora laboran sin contrato de trabajo ni prestaciones sociales. A estos últimos les pagan setenta mil pesos en promedio por “nota emitida o publicada”. Sí, leyeron bien, setenta mil pesos. Creo que esa miseria no alcanza a cubrir los almuerzos ni los buses de la quincena. ¿Todo esto por cuenta de la mala preparación? No me suena. Ahora los periodistas tienen que trabajar doce y quince horas al día —pues tienen que reemplazar a los que

echaron— y producir el doble o triple y, por lo tanto, carecen del “tiempo necesario para confirmar la información”, de sus múltiples notas diarias. No hay una política de seguridad por parte de las empresas, que ni siquiera tienen una póliza colectiva de seguros de vida. Como quien dice, los reporteros asumen —y no sólo en los estrados judiciales— las consecuencias personales de las verdades que publican. ¿Todo esto por cuenta de la mala preparación? No me suena. El problema es de mayor calado, pues en Latinoamérica la prensa nunca ha pagado bien. Nunca en Colombia, por ejemplo, se han reconocido las incontables horas extras que trabajan a diario los reporteros y a las que tienen derecho por ley. Ello, sin contar con la nueva modalidad de contratación mediante el sistema de cupos, según la cual los periodistas arriendan un espacio en televisión o radio y responden tanto por el contenido periodístico como por la publicidad. ¿Se imaginan a un reportero empresario? ¿Quién puede buscar y decir la verdad si tiene que venderle su pluma al mejor anunciante? No sólo eso. En Colombia ya es tradición deshacerse de sus mejores reporteros. El caso más cercano es el de Fabio Castillo a quien se le pidió la renuncia de la manera más miserable: en la oficina de personal del semanario El Espectador, y por una razón que sólo Ricardo Santamaría cree. Sorprendió también el silencio del gremio frente al despido. Lo más grave de todo: los consejos de redacción se acabaron —dice el estudio referido— y ahora hay menos tiempo para pensar y debatir. Segundos escasos se dedican a la inmensa dialéctica que requiere la búsqueda de la verdad. Pero, eso sí, más tiempo para producir. La ‘gritadera’ de directivos hacía los reporteros se ha institucionalizado a tal punto que ellos suelen referirse a sí mismos, de unos años para acá, con un mote del todo detestable: cargaladrillos. ¿Cargaladrillos el mejor oficio del mundo? No me suena. Como será que desde que la reforma laboral obligó a las empresas a tener cierto número de practicantes remunerados muchos medios optaron por despedirlos. Con eso se evitaban el pago. ¿Cuál es, entonces, la escuela que ofrecen los medios? En fin, esta visión que ofrece el Vicepresidente contrasta con las condiciones del medio profesional. Lo que no es nuevo es culpar al eslabón más débil de la cadena: al reportero o —en su defecto— a las facultades. El Vicepresidente debería hacer realidad la anunciada reestructuración del Comité de Protección del MinInterior, y dejar de bromear diciendo que las empresas periodísticas en Colombia “no tienen nada que envidiar a las de Estados Unidos o Europa”. O, ¿alguien sabe de algún reportero estadounidense al que le toque financiar un cupo en la National Public Radio o de algún corresponsal de El País de España que le paguen lo equivalente a setenta mil pesos por historia?

* buseta Dto.Bogotá

Los íconos que representan a las secciones han sido tomados de piezas representativas de la cultura popular bogotana como carteles, volantes, cartillas esotéricas, tarjetas de presentación y libros para colorear. Cortesía: www.populardelujo.com

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cabos sueltos Maryluz Vallejo

BOGAYTÁ

EL GAITANAZO Doña Gloria Gaitán, no contenta con usufructuar durante años el honroso apellido de su padre, empacó en agosto del año pasado todo lo que pudo de la Casa Museo —muebles, cuadros, libros, archivos, etc.—, y se lo llevó a buen y desconocido recaudo, porque según ella no había suficiente vigilancia. Sin embargo, del robo sólo se supo hace pocos meses, cuando llegó el nuevo director de Colparticipar (Instituto Colombiano de la Participación Jorge Eliécer Gaitán), el periodista Hernando Corral, y encontró la casa vacía (sólo quedan el escritorio de Gaitán, un par de armarios y una casa de muñecas que la señora anunció que pasaría a recoger). Importante que se dejara ver, sobre todo porque la Procuraduría ya le abrió pliego de cargos por varias irregularidades en su gestión, pero ella se niega a creer que alguien pueda dudar de su honra. No obstante, como funcionaria pública no hizo gran cosa en más de veinte años, aparte de sus charlas sabatinas sobre el pensamiento de Gaitán con los gaitanistas de toda la vida y vendedores ambulantes del sector. Y en los vagones abandonados en el solar de la casa republicana puso a funcionar un bar los fines de semana (dudosa fuente de financiación). Como gran obra inconclusa dejó el Centro Cultural J. E. Gaitán, diseñado por Salmona, que se malogró por sus malos manejos hace más de diez años. Ahí quedan como testigos de su ineficiente labor dos manzanas del barrio Teusaquillo, completamente desperdiciadas. Sólo queda desear que tanta corrupción no acabe con la misión del Instituto —adscrito al Ministerio de Educación— y que la Universidad Nacional reviva el megaproyecto de centro cultural para este sector. Y, por supuesto, que doña Gloria devuelva lo que no le pertenece —incluido el carro oficial del Instituto— que ya el Estado había pagado generosamente por esos bienes después del Bogotazo. 4

Al diablo la maldita primavera, ganadora del Premio de Novela Ciudad de Bogotá, del novel escritor Alonso Sánchez, descubre la Bogotá de los gays que salieron del clóset, de los que se vinieron de todas las provincias chismosas del país a disfrutar de sus saunas, de sus discos y de sus bares. Un drag queen (algo así como la Molly Bloom del Ulises de James Joyce) se despacha de principio a fin de la novela con su turbia corriente de conciencia, porque no hay otra más egoísta, arribista y esnobista. Una novela políticamente incorrecta, que nos descubre esa Bogotá clandestina de los gays y de los bisexuales, que cada vez atrae más a los straight deseosos de novedad. Al diablo la maldita primavera (como en la balada mexicana) hace las veces de guía nocturna de Bogotá para propios y extraños, y de paso divierte con tanta frivolidad y fruslería, así como con tanta ironía. A partir de esta novela, el almacén Carulla de la calle 63 ya será por siempre conocido como Gayrulla. Bastante agua ha corrido por el Juan Amarillo desde que Clímaco Soto Borda publicó la primera novela urbana de Bogotá a comienzos de siglo veinte: Diana Cazadora (1917), otra guía de la Bogotá bohemia, con la diferencia de que en esas juergas se extasiaban con versos y en las que nos ocupan, con éxtasis.

POR LA PICA No tenía mucha coherencia que mientras la administración local prohíbe los animales en los circos –mejor tratados que los caballos zorreros que arrastran sus restos por toda la ciudad–; controla los ruidos que amenazan la tranquilidad de los vecindarios –amparada en el Código de Policía–, y realiza campañas para proteger a los peatones, legalizara los piques cuarto de milla, causantes de accidentes y de ruidos altamente perturbadores. Pero como dio la causalidad de que el hijo de un concejal tiene esta intrépida afición, su progenitor decidió auspiciarla mediante Acuerdo y defenderla con argumentos tan conmovedores como el de que los aficionados a los piques son jóvenes inofensivos seguidores de la rumba zanahoria y no consumen más que los gases que despiden los carros en sus dementes carreras. Debido a la encendida polémica que se armó, el alcalde Mockus dio marcha atrás a su decisión y objetó estas competencias en las vías públicas porque violan las normas del Código Nacional del Tránsito y atentan contra el derecho a la vida. Los simpatizantes de los piques aducen que es mejor reglamentarlos porque de lo contrario se seguirán realizando, como hace 40 años, sin ningún control, y además piden pistas habilitadas en las vías de la ciudad, al igual que existen en otros países. Como si el autódromo de Tocancipá, escenario natural para esta práctica, no fuera suficiente para los velocípedos.


columnista invitado

Ernesto Cortés Fierro

EL LEGADO DE MOCKUS El editor de la sección “Bogotá” del diario El Tiempo, miembro de nuestro Consejo de Redacción, escribió en exclusiva para Directo Bogotá una columna que hace una evaluación del segundo mandato del alcalde Antanas Mockus. +

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A menos de seis meses de concluir su período, Antanas Mockus pasa raspando con un tres su gestión. Ésa fue la calificación que le dieron recientemente los bogotanos. Pero en el resto del país la imagen favorable del alcalde de origen lituano y que repite en el cargo supera el 60%. Como quien dice, los gobernados por Mockus son duros con él, mientras en otras ciudades genera simpatía y no pocos mandatarios han querido emular algunas de sus iniciativas. Hace nueve años los bogotanos le apostaron a la figura de Mockus, atraídos por su carácter irreverente, porque simbolizaba la antítesis de la política tradicional y porque su discurso renovado, aunque algo confuso, apuntaba a generar una nueva forma de abordar y entender la ciudad. Fueron los años de la cultura ciudadana, los símbolos, la pedagogía de los mimos, los disfraces llenos de mensajes y los discursos que llamaban a la transparencia. Pero cuando los ciudadanos comenzaban a incorporar en su vida diaria estos nuevos códigos, Mockus renunció. Los bogotanos lo perdonaron, lo reeligieron en el 2000 y muy seguramente terminarán reconociendo su labor en esta otra gestión, que pareciera no tener nada que ver con la que lo marcó en su primer período. En efecto, el Mockus siglo XXI es distinto. Los disfraces quedaron atrás. La irreverencia también. Su obsesión ya no es sólo la cultura ciudadana, lo es también la defensa de la vida, y a ello ha consagrado buena parte de sus angustias en estos casi tres años de mandato. Por eso el tema de la vida fue una de sus prioridades en el plan de gobierno para la ciudad. Por eso ha liderado jornadas de resistencia civil. Por eso ha apoyado varias de las políticas de seguridad del presidente Uribe y ha criticado otras. Por eso el reconocimiento nacional. Pero ¿cuál es el legado para la ciudad que deja el Mockus versión 2003? Continuidad, ésa es la palabra.

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Mockus fue un alcalde continuista, término que en algunas regiones del país —incluyendo Bogotá— puede sonar peyorativo, pero que en otras latitudes, digamos París, Nueva York o Curitiba, es lo que ha permitido desarrollar un modelo de ciudad coherente y capaz de afrontar los desafíos del futuro. Bien por continuistas o por la reelección de sus mandatarios. Mockus fue continuista con TransMilenio, con las ciclorrutas, con la construcción de jardines infantiles, bibliotecas, etc. Unas obras tuvieron mayor relieve que otras. Pero ahí están, al menos no quedaron convertidas en odiosos elefantes blancos. En un país donde las obras del antecesor suelen terminar a medias o quedar inconclusas, en Bogotá ha sido el continuismo el que ha permitido seguir construyendo una ciudad a la que los bogotanos le han apostado. No fue fácil. Mockus tuvo recursos limitados y debió acudir al cobro de nuevos tributos para mantener el ritmo de inversiones, también una propuesta de campaña. Algunos piensan que le faltó creatividad a la hora de generar recursos frescos. Otros, que la tensa relación con el Concejo, de principio a fin, impidió la aprobación del cobro del alumbrado público, por ejemplo, lo que le hubiera permitido generar recursos cercanos a los ochenta mil millones de pesos al año. Pese a esto, la Administración se salió con la suya en los cupos de endeudamiento para el Acueducto y la Empresa de Teléfonos, que suman 600 millones de dólares; en un aumento en el impuesto de industria y comercio del 15%, en 120 mil millones de pesos adicionales que consiguió por impuesto de valorización, entre otros. 5


columnista invitado Juan Manuel Ruiz

Frente al Concejo, Mockus ha mantenido relaciones marcadas por la distancia y la desconfianza mutua. Cada vez que puede, el alcalde les recuerda a los concejales que bajo su mandato no hay puestos o recomendados, y descarga sobre ellos las consecuencias de una ciudad sin recursos. El Concejo responde con debates de control po-

SIN PRISA CON LA RADIO COLOMBIANA lítico y ha frenado varias iniciativas a pesar de las rabietas de los funcionarios. Pero los ciudadanos se quedan con la Administración y no con el Concejo, que siempre figura en el último lugar de los sondeos de transparencia. Y no es para menos, en el cabildo los escándalos ya tienen a cuatro de sus integrantes en la cárcel y a otros cuarenta investigados por la Procuraduría, por supuestos cobros indebidos. De cara a los ciudadanos, Mockus, como dicen los estudiantes de hoy, es ‘intenso’. Su obsesión por el tema de la vida le multiplicó iniciativas que aún hoy no alcanzan a ser asimiladas por la gente: jornadas de resistencia, la Pacífica Voluntad Ciudadana (PVC), la noche de las mujeres, la croactividad, la noche de las bicicletas, las campañas con los peatones, etc. Sin duda esto es positivo, y se refleja en las cifras, hoy las muertes violentas en Bogotá se han reducido drásticamente a menos de treinta casos por cada cien mil habitantes, pero también ha alejado al alcalde de otros temas muy sentidos para los ciudadanos: la defensa del espacio público, la lucha contra la pobreza, la atención a la población desplazada, la protección del medio ambiente o la reorganización del transporte público, distinto a lo ejecutado con TransMilenio. Al final de cuentas el balance para Antanas Mockus terminará siendo positivo. Mientras aquí seguirán lloviéndole críticas porque hace o no hace, dentro y fuera del país seguirán ovacionándolo, como sucedió recientemente en un encuentro de alcaldes en Miami. Entre tanto, sus colaboradores continuarán cargando con buena parte de la furia ciudadana, pese a que, con contadas excepciones, el equipo de gobierno ha brillado más por sus individualidades que por una visión conjunta de ciudad. Pese a todo, ya sea por la dinámica que trae o porque algunas piezas de la Administración consiguieron engranar a la perfección, Bogotá continúa por la senda que comenzó a tejerse hace una década con el propio Mockus. 6

El editor cultural de RCN radio comenta —en esta breve reflexión editorial— sobre las perspectivas de la radio colombiana con el arribo del Grupo Prisa. Recientemente el periodista mexicano Francisco Paco Huerta decía, en una charla de amigos frente a la situación del periodismo en América Latina: “Lo que no hagamos nosotros por recuperar nuestras audiencias lo harán otros y no sólo se llevarán la plata, sino que también se quedarán con el dinero”. Sin querer sacar de contexto esa afirmación, y siempre en procura de mantener el rigor, sería bueno que quienes estamos metidos de lleno en el mundo de la radio nos preguntáramos si la llegada del Grupo Prisa de España al manejo mayoritario de una de las más importantes cadenas radiales del país será un ejemplo de que lo que dijo Huerta se está convirtiendo en realidad. La preocupación, en consecuencia, debe ir más allá de la simple reflexión sobre el hecho de que una cadena de tanto peso quede en manos extranjeras. Sería más saludable para todos que indagáramos si esa posesión significa también un cambio en la manera tradicional de informar. Por lo que se ha escuchado y se sigue anunciando en los últimas días, uno puede pensar que el cambio de programación en Radio Caracol obedece a la urgencia de recuperar, por ejemplo, audiencias que se han perdido durante los fines de semana por culpa de la televisión, como lo afirma el director de los servicios informativos de esa cadena, el periodista Héctor Rincón. Y también hay cambios en la aproximación a los oyentes de la franja nocturna. Pero el gran revolcón no se ha visto, como es previsible que no se presente en el corto plazo mientras no se llegue al fondo del asunto: hay que cambiar la forma de informar en un proceso que incluya a dueños, directores y reporteros.


radio

la radio comunitaria

LA GENTE DESCONOCIDA POR GABRIEL GÓMEZ

El coordinador del Campo de Radio de la Facultad de Comunicación y Lenguaje da su visión sobre la actual radio comunitaria en Colombia Faltan aproximadamente cinco años para que la mayoría de los actuales concesionarios del servicio de radiodifusión comunitario de Colombia —alrededor de 350 en el momento actual— tenga que renovar su licencia. Muchas cosas pueden pasar en este lapso, pero todo indica que se consolidará una de las pocas experiencias renovadoras del espectro, en el campo de la radio. En el momento actual se vive una nueva situación en cuanto a las redes regionales que agrupan a las emisoras comunitarias; se inician procesos de planeación estratégica del sector, y, desde el Ministerio de Comunicaciones, se vive un renovado aire de impulso y de acompañamiento a las experiencias existentes y se prepara una nueva convocatoria, que abrirá la puerta para tener radio comunitaria en todos los municipios faltantes (las ciudades capitales continúan siendo el gran tabú) y se cocina un decreto que actualiza las normas del 1447 de 1995. Decimos que es una experiencia renovadora porque, desde su inserción local, la radio comunitaria en Colombia ha ido construyendo un universo sonoro, rico en presencia local y complementario de una oferta comercial que cada vez se aleja más de la vida del municipio para lanzarse hacia la generalidad impredecible de lo global. A diferencia de las experiencias vividas por las viejas emisoras educativas, populares y alternativas agrupadas sobre todo en ALER (Asociación Latinoamericana de Educación Radiofónica) y en AMARC (Asociación Mundial de Radios Comunitarias), las emisoras comunitarias colombianas no surgen de los retos del Informe MacBride y de la lucha por un nuevo orden mundial de la información y la comunicación (NOMIC), así como tampoco de la corriente de la comunicación popular y sus sueños de medios alternativos. Lo anterior nos pone frente a una realidad que por momentos se revela difícil de asimilar, sobre todo por aquellos que nos formamos en los años setenta y ochenta, con Paulo Freire y Mario Kaplún, como paradigmas de lo que era bueno en el quehacer comunicativo. La actual radio comunitaria colombiana nace de circunstancias distintas, en un mundo distinto y con paradigmas distintos. No tiene el pasado heroico de las radios mineras bolivianas, no ha acompañado el derrocamiento de ningún gobierno —como la Coordinadora Nacional de Radio del Perú—, no se enfrenta al reto de ser alternativa, no es hija de la lucha popular (tampoco es vocera de la militancia de uno u otro partido) y no pudo vivir de la abundante ayuda interna-

cional proveniente de Europa. Simplemente nace en la década de los noventa cuando muchas de estas realidades se habían transformado tanto como para proporcionarle un marco de desarrollo diferente de sus análogas del sur del continente. Esto no la hace mejor ni peor que otras experiencias latinoamericanas. Sólo es distinta y con retos de otro tipo. El desafío de ofrecer una programación que no entrega únicamente ‘contenidos’, sino que entretiene y compite por la audiencia con las emisoras comerciales, la ha obligado a encontrar nuevas formas expresivas, surgidas de la programación en vivo y sin acogerse a los modelos acartonados de la radio internacional europea (llámese Radio Netherland, BBC, Deutsche Welle o RFI, para mencionar las más reconocidas). El reto de ser sostenible desde el punto de vista económico, sin apoyos de organizaciones no gubernamentales y agencias financiadoras, la ha obligado a ser creativa y a no tenerle miedo a buscar recursos en el mercadeo y la venta de servicios. El reto de ser sostenible social y culturalmente, en medio de un país en conflicto agudo y con una sociedad que a duras penas logra mantenerse cohesionada, la ha obligado a aprender a expresarse desde lo local y a hacer de ello su mayor fortaleza. El reto de crecer en medio de la paradoja de unas normas legales que, sin ser perfectas (ninguna norma lo es), le dan un espacio institucional en un país donde la institucionalidad es débil y se aplica según los intereses y las circunstancias, la ha obligado a privilegiar su adhesión a la legalidad y a hacer de ello su escudo protector. El reto, en resumen: encontrar su propio camino en medio de tantos gurús y de tantos sabios que siempre saben cómo debería ser, aunque este deber ser nunca haya tenido un lugar en la historia y en la realidad. La meta es generar, aunque no lo parezca, un nuevo paradigma, cuando encuentre a los estudiosos que le dediquen tiempo y cerebro a conocerla y a analizarla.

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estación

reportaje central

POR JOHANNA VILLAMIZAR Y MARY ANGÉLICA FORERO FOTOGRAFÍA : cortesía de JOSUÉ TORRES, vecino del barrio Y MARCELA RODRÍGUEZ

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1-5 Bandas de reconocidos delincuentes del barrio Belén forzaron a los contratistas del IDU a que fueran ellos quienes realizaran demolicines de viviendas para dar paso a la Avenida Los Comuneros. En un barrio de por sí complejo, este caótico proceso generó más problemas sociales pese a las buenas intenciones de algunos funcionarios del IDU.

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BELÉN, LA OTRA REVOLUCION DE LOS COMUNEROS

Una investigación periodística de Directo Bogotá descubrió que la política del Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) de emplear a habitantes de los barrios en las demoliciones de casas en el barrio Belén, para dar paso a la Avenida Los Comuneros, aumentó la inseguridad, los atracos y los problemas en una zona de por sí compleja. Los contratistas de la obra fueron forzados, por grupos y personas reconocidos como delincuentes por autoridades y vecinos, a que fueran ellos quienes trabajaran y sacaran provecho del derrumbamiento de las viviendas. El IDU ha fallado en vigilar efectivamente al contratista pese a la buena voluntad de sus funcionarios. Hace cuatro meses, cuando comenzaron las demoliciones de las casas, ninguno de los habitantes del tradicional barrio Belén —ubicado en el centro oriente de Bogotá— imaginó que la tan anhelada Avenida Los Comuneros, sinónimo de progreso y descongestión vial, convirtiera esta zona en una fábrica de turbulencias. La Avenida Los Comuneros es uno de los proyectos viales más importantes adelantado por el Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) en Bogotá. La obra —que se extiende desde la carrera 10 hasta la carrera 1 este y entre calles 4 y 3— pasará sobre 248 casas, en las que viven 725 familias de estratos uno y dos. Con su construcción, las autoridades del Distrito Capital esperan que gran parte del tráfico del centro de la ciudad —que hoy transita, principalmente, por las carreras séptima y décima— desemboque en la Avenida Circunvalar.

Aún en la fase inicial de su construcción, la avenida transforma diariamente y para siempre el paisaje urbano del barrio. Las casas donde vivieron personas se conservan sólo en la memoria de los habitantes del Belén, quienes, con nostalgia, las recrean en sus mentes mientras señalan el lugar donde estaban. Cada uno de estos lotes tiene su historia, el dueño que se fue, al igual que el día y la forma como fueron demolidas las viviendas. Probablemente las casas que hoy están en pie días después serán convertidas en escombros, por ley irreductible del progreso. El panorama actual de este barrio está compuesto por lotes vacíos y casas semidestruidas. Por sus calles, viejos y nuevos habitantes, que hacen las veces de demoledores, salen en busca de puertas, de ventanas, de vidrios, de hierros, de lavamanos, de rosetas y de los codiciados sanitarios. Materiales de construcción que luego son vendidos en el mercado de los reducidores. 9


estación | Johanna Villamizar y Mary Angélica Forero con reportería de Marcela Quintero BELÉN, LA OTRA REVOLUCIÓN DE LOS COMUNEROS

Este escenario ha propiciado, además, la aparición de un lucrativo negocio de compra y venta de escombros que, al tiempo, origina nuevas formas de inseguridad para los vecinos que deben permanecer en el barrio, pues por sus viviendas no cruzará la Avenida Los Comuneros. Ellos deben soportar el incremento de los asaltos a residencias por ladrones que utilizan los lotes vacíos y abarrotados de escombros para escalar hacia las viviendas aledañas. Las demoliciones también cambiaron los recorridos cotidianos de muchos de los habitantes del barrio por la aparición de indigentes en el sector, quienes han aprovechado el desolador paisaje del barrio para deambular. Durante la noche, los cascarones de las casas recién demolidas son refugio de decenas de ellos —desplazados de la calle del Cartucho—, quienes pernoctan allí y acostumbran a hacer fogatas y hogueras que han ocasionado incendios en casas aledañas. Este desplazamiento de indigentes, no obstante, se venía presentando en menor escala desde que el gobierno de la ciudad decidió convertir la tenebrosa calle en el parque Tercer Milenio. A la mañana siguiente, los vecinos perciben el humo asfixiante del hollín que resulta de estas fogatas. Y no son pocas las viviendas deslucidas, cuyas paredes amanecen manchadas con ceniza. “Este sector se convirtió en guarida para los ladrones y las pandillas”, dijo a Directo Bogotá Marta Suárez, líder comunal del barrio. “Ya nadie se atreve a cruzar por allá”. Los lotes vacíos sobre los cuales se edificará la Avenida Los Comuneros convirtieron, a su vez, muchas calles en espacios opacos e inertes. Y cuadras enteras, que antes servían de lugar de paso o confluencia, se transformaron en lugares señalados como peligrosos por los mismos habitantes del barrio. “Esto se ha convertido en un segundo Cartucho”, dice Josué Torres, fotógrafo pensionado de la Policía y habitante del barrio desde hace cuarenta años. “Hemos tenido que cercar nuestras casas para evitar que los que se meten a las casas desocupadas, roben también las nuestras”. 10

Torres es uno de los habitantes más reconocidos de este barrio. Aunque su casa no hace parte de los lotes por donde cruzará la Avenida Los Comuneros, ha sido una de las víctimas de los problemas sociales asociados con las demoliciones. Mientras demoledores no calificados derrumbaban la casa con la que comparte una pared, Torres debió soportar un constante martilleo que terminó por perjudicar considerablemente la estructura de su vivienda. Pronto, las paredes comenzaron a agrietarse y las tejas de barro, sacudidas por el movimiento, dejaron que el agua se filtrara en los días de lluvia. No sólo su residencia se vio afectada. También su tranquilidad. Una noche, algunos de los vecinos que demolían la casa contigua, intentaron robar la suya, pero un llamado a la Policía impidió que el hurto se produjera. El temor, no obstante, llevó a Torres a cercar el techo con alambre de púas para impedir el acceso de ladrones a su casa. Pero Torres no ha sido el único que ha sentido miedo a raíz de las inapropiadas e improvisadas demoliciones que dejan a su paso un caos urbano difícil de manejar: escombros sin recoger, casas que amenazan ruina, lotes sin cercados y espacios abiertos para la delincuencia. Por estas circunstancias, la mayoría de los habitantes del barrio se ha atemorizado, porque la amenaza de ser robados en sus hogares —a cualquier hora del día— resulta latente. Muchos de ellos han visto cómo elementos de las casas, aún habitadas, han sido sustraídos. “Salí un fin de semana con mis hermanas y por la casa de al lado que está desocupada, intentaron meterse a la mía”, dice Armando Buchelly, uno de los habitantes del Belén que vendió su casa al Instituto de Desarrollo Urbano (IDU).

LA GÉNESIS DEL CAOS Pese a que el IDU adelantó en noviembre pasado la convocatoria pública 055—2002, que culminó con la elección de la firma Ingeniería Sólida Ltda., el proceso de demolición de los predios se pervirtió dadas las complejas condiciones sociales del barrio y la política de ofrecer empleo a los vecinos de la zona. “El Instituto tiene una política (...) los proyectos y todos los pliegos nuestros desde los más pequeños siempre incluyen


estación | Johanna Villamizar y Mary Angélica Forero con reportería de Marcela Quintero BELÉN, LA OTRA REVOLUCIÓN DE LOS COMUNEROS

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1-4 En barrios como el Belén, en los que la supervivencia es el pan de cada día, los desechos de construcción se vuelven bienes preciados. Algunos vecinos intentaron sacar provecho de la demolición de las casas pero fueron los ladrones del sector quienes hicieron negocio.

mano de obra no calificada contratada en el sector”, dijo Margarita Córdoba, directora de gestión social del IDU. “En algunos pliegos aparece el 80 por ciento de mano de obra no calificada porque está en las localidades donde se desarrollan las obras. En otros aparece el 40 por ciento, en otros el 30, otros el 20, pero siempre aparece”. Después de revisar el pliego de condiciones de las demoliciones del barrio Belén, no aparece un porcentaje de mano de obra local no cualificada que el contratista deba haber contratado. En el numeral tercero del punto 1.17.1 dice, por el contrario, que es obligación general del contratista (en este caso de Ingeniería Sólida) “emplear por su cuenta y riesgo el personal especializado, idóneo y necesario para la ejecución del objeto del contrato”. En un inicio, y según consta en algunas actas de comité de obra en poder de Directo Bogotá, los ingenieros y empleados de Ingeniería Sólida se quejaron de la inseguridad del sector. En el acta número dos, de diez de marzo de 2003 se dice, por ejemplo, que un muro de una casa —contigua a un predio cuya vivienda ya había sido demolida— se derrumbó luego de que “los delincuentes del sector socavaron el muro medianero para extraer una viga de madera que soportaba la parte superior de este, ocasionando el colapso del muro y dejando al descubierto y sin protección el predio (la vivienda) mencionado”. Un oficio de 13 de marzo de 2003, enviado por Ricardo Ruiz, gerente y propietario de Ingeniería Sólida al IDU,

confirma este ambiente de inseguridad diciendo que, “queremos manifestarle que al igual que a usted nos preocupa la situación de inseguridad que se vive en el sector, en razón a que también hemos sido víctimas de atracos y amenazas por parte de los delincuentes de la zona, lo que ha dificultado la ejecución de los trabajos que estamos adelantando”. En un oficio posterior, de marzo 26 de 2003, Ruiz le informa al IDU que “es también importante mencionar que los propietarios no llamaron a la policía (en el caso de un robo) por miedo a las represalias de las hordas de hampones que rondan el sector”. El IDU, desde enero hasta abril, mediante oficios suscritos por el Director Técnico de Predios, Eduardo Aguirre, informó a la Policía de estas circunstancias. En los oficios de enero 15 y 27 de 2003, Aguirre pide que, “se coordine de manera permanente operativos de policía con el fin de mejorar la seguridad en la Avenida Comuneros en el tramo comprendido entre la Carrera 10 y la Avenida Circunvalar. Lo anterior debido a que en ese sector se incrementaron los robos a inmuebles propiedad del Instituto y de algunos miembros de la comunidad, quienes lo han manifestado constantemente ante esta entidad”. En una solicitud posterior, dirigida a la alcaldesa local, Clara María Hernández, el siete de abril de 2003, Aguirre pidió “un mayor apoyo de la Policía en todo el sector de la Avenida (de los Comuneros) debido a las constantes perturbaciones a la propiedad que vienen sufriendo los habitantes de la comunidad por parte de delincuentes comunes”. No obstante, los pliegos de condiciones, en el numeral seis del capítulo 1.17.1, establece que “la vigilancia de los predios, desde la fecha en que el coordinador los entregue al contratista y a la interventoría para iniciar los trabajos hasta la fecha de terminación de los mismos y hasta que se suscriba el acta de recibo a satisfacción por parte del IDU, será por cuenta del contratista”. Fue en este ambiente de peligro e impunidad en el 11


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que el contratista escogido decidió negociar con quienes generaban la inseguridad en el barrio y complicaban el proceso de demolición. A Ingeniería Sólida —según el contrato— le pagan 300 millones de pesos por la demolición de las casas. “Hemos sido atracados y amenazados por los líderes de las bandas”, dijo a Directo Bogotá René Ruge, residente de las demoliciones de la firma Ingeniería Sólida. “Por eso nos toca dejar que ellos saquen lo que quieran de las casas. Si nosotros llegamos a demoler la casa, ellos se enfurecen y toman represalias contra el personal de la empresa. Así que dejamos que ellos demuelan y se paguen con las cosas que sacan de las casas”. “Si el Estado no garantiza la seguridad yo tampoco la puedo garantizar”, dijo Ricardo Ruiz, gerente y propietario de Ingeniería Sólida, a una reportera de Directo Bogotá. “El IDU, del servicio público, los deja sacar (los desechos) con asesoría. Nos toca supervisar el saqueo porque nos cobran los daños que les hagan a las redes de las empresas. ¿Qué puede hacer un particular al respecto? Darles gusto y dejarlos robar. La madera se la venden a los reducidores del sector y a los anticuarios, que la Policía sabe dónde están. Nosotros hemos perdido plata, no hemos recuperado ni una puerta o ventana de las demoliciones”. “Conozco casos de demoledores de predios que entran a las casas vecinas y las han robado”, dijo Omar Galvis, patrullero de la Estación de Policía de La Candelaria, quien estaba encargado del patrullaje del barrio Belén. “Una vez, los ladrones se entraron a una casa que no iba a ser demolida, y por ser vecina de los predios del IDU, abrieron un hueco y sacaron el televisor y todas las cosas. Sé que en las demoliciones hay una banda de ladrones que le dicen Los Calvos, que sacan materiales de las casas y también roban a los transeúntes. El último caso fue el de Marlon Martínez, quien robó el celular a una señora y luego salió en libertad condicional”. A Galvis lo trasladaron a prestar sus servicios en el barrio Restrepo. 12

Lo paradójico e inquietante del asunto es que fueron muchas las familias y los vecinos de la zona quienes le manifestaron a los funcionarios de Ingeniería Sólida —en una reunión organizada por el IDU en la alcaldía local de La Candelaria— su deseo de participar en las demoliciones y pocas las elegidas: aquellas que detentan el poder de la fuerza en el barrio Belén. Como sucede en muchos otros procesos de contratación de vecinos para trabajar en una obra pública, la escogencia de un grupo de personas sobre otro genera inconformidad general, según dicen los funcionarios del IDU. Pero en el caso del barrio Belén, al no existir unas reglas del juego claras en la contratación de mano de obra local, se terminó privilegiando a un grupo de vecinos —la mayoría de ellos con antecedentes judiciales y reconocidos por las autoridades de la zona como delincuentes— que lograron imponerse sobre los deseos de los demás.

¿SUBCONTRATISTAS FANTASMA? Pero antes de que reconocidos delincuentes del lugar lograran interferir en las demoliciones que —para la época (principios de Enero) solo habían presentado problemas menores— la firma Ingeniería Sólida había subcontratado la obra con obreros de Demoliciones Rayo, una empresa que parece de fachada.

1-7 Las demoliciones adelantadas en el barrio provocaron accidentes, robos de casas vecinas, y un jugoso mercado de compraventa de escombros.


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Cada vez que los reporteros de Directo Bogotá llamaron a indagar por las características de esta empresa, la mujer que contestaba el teléfono decía que iba a “devolver la llamada”. Cuando se le pregunta por los demoledores, esta persona no da razón sobre su paradero. Los funcionarios de Ingeniería Sólida nunca atinaron a dar un teléfono fijo de Demoliciones Rayo. Sólo tenían números de teléfonos celulares de algunos de los demoledores. Ricardo Ruiz le dijo a los reporteros de Directo Bogotá que el demoledor principal de Demoliciones Rayo era Nelson Gaona. Pero este señor afirma que no ha adelantado demoliciones en el barrio Belén. Posteriormente, René Ruge, residente de las demoliciones de Ingeniería Sólida, dijo que Waldo Cárdenas era el encargado de las demoliciones. Pero que a él no lo podían localizar en ningún teléfono fijo o móvil. “A él lo consigue con el socio que se llama Orlando Boada”, dijo Ruge. Al marcar el número celular de Boada, el tono de respuesta siempre suena ocupado. “Nosotros hemos subcontratado con Abecol (otra firma de demolición) como que es de los mismos dueños porque es familiar”, dijo Ruge a Directo Bogotá. “Ingeniería Sólida sólo tiene un trabajador de planta en el Belén, se llama Gabriel y es quien nos ayuda a coordinar el tráfico. Es el único que tiene overol”. Ruíz, de Ingeniería Sólida, dice que ellos han licitado con el Estado hace diez años y que nunca han tenido problemas con esos subcontratistas. Para los funcionarios del IDU entrevistados para este reportaje, esta situación no es del todo anormal pues los pliegos de condiciones no piden que las firmas elegidas para adelantar las contrataciones tengan obreros a granel en sus plantas.

De todas maneras, quienes después quedaron encargados de gran parte de las demoliciones fueron vecinos de la zona que impusieron su voluntad luego de que robaran y agredieran a los funcionarios de Ingeniería Sólida y Demoliciones Rayo.

DELINCUENTES SUBCONTRATISTAS Pese a que la Alcaldía Local de La Candelaria ha sugerido que las obras generan procesos de organización comunitaria, el monopolio de la demolición en el Belén está en manos de alias ‘Yolanda’, su esposo alias ‘El Marihuano’, y alias ‘El Loco’, ‘Mascota’, ‘El Payaso’, ‘Siete siete’, ‘Corazoncito’, ‘El Indio’ y ‘Saltarín’; reconocidos delincuentes de la zona. Algunos de ellos —incluso— han purgado condenas en cárceles del país. Integrantes de la banda Los Cachudos — según los vecinos de la zona— también son demoledores de viviendas. “En una de las reuniones con la comunidad, Yolanda dijo que ella era una ladrona”, dijo Mauricio Pombo, funcionario del IDU, a Directo Bogotá. Estas reuniones se adelantaron con el propósito de informar a la comunidad sobre los detalles de la Avenida Los Comuneros. Las reporteras de Directo Bogotá fueron testigos de cómo ‘Yolanda’ dirigía la demolición de una casa que se estaba haciendo con una retroexcavadora en la esquina de la carrera primera con calle quinta. Sin tomar las más simples medidas de seguridad, tanto para los habitantes de la zona como para los trabajadores, la retroexcavadora derrumbó la casa frente a la impavidez y desprotección de personal contratado, transeúntes y curiosos. “Es que el decreto de la Alcaldía es darle trabajo a la comunidad”, le dijo ‘Yolanda’ a Directo Bogotá en aquella ocasión. “A mí me dan plata por cada casa que me entregan y además yo saco las ventanas, las puertas, todo lo que tiene valor”. Nadie sabe el apellido de ‘Yolanda’, pese a que ha vivido muchos años en el Belén, como tampoco se encontró alguien que supiera los apellidos de los demás integrantes de estas bandas de atracadores. Las autoridades locales confirmaron los antecedentes judiciales de algunas de estas personas por sus sobrenombres. El negocio, según ‘Yolanda’, es redondo pues no sólo reciben dinero del contratista por casa derrumbada, sino que sacan lucro económico de los materiales de construcción que venden en el mercado. Para Ingeniería Sólida la razón de esta subcontratación no radica en el interés de generar trabajo en la comunidad, sino que obedece a la presión ejercida por estos delincuentes reconocidos. “A la cuadrilla (demoledores profesionales subcontratados) la atracaron allá”, dijo Ruiz, gerente y propietario de Ingeniería Sólida. “La mano de obra tiene que llegar de alguna parte. ¿Cómo suplantar las funciones del 13


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Estado?”. Sin embargo, ‘Yolanda’ asegura que “de buena voluntad” ella recibe de manos de los contratistas un monto de dinero por cada casa desmantelada, fuera de lo que gana por la venta de materiales a los revendedores de la zona. Bajo estas condiciones, ‘Yolanda’ organiza el trabajo y reparte entre los demoledores los elementos de valor de cada casa. “Yo no puedo acusar a nadie de ladrón, de delincuentes, yo no puedo decir eso”, dijo Margarita Córdoba, directora de gestión social. “Entonces yo les recomiendo si tienen algo que decir que hay autoridad competente frente a este tipo de asuntos”.

HISTORIAS DE LADRONES Las herramientas que utilizan estos delincuentes para derrumbar las viviendas no siempre son las más sofisticadas. Entre ellas se cuentan porras (martillos grandes), macetas, martillos, palas, picas, cinceles, pedazos de tubo, destornilladores e, incluso, tenedores. Con ellas desprenden baldosas, desgajan listones de madera, sueltan marcos de ventanas, levantan pisos y tumban paredes. Todo ello rodeado por una nube de polvo y la curiosidad

de vecinos y espectadores ocasionales. “Lo que pasa es que con este tipo de estructura no puede entrar la máquina a golpear la casa porque las demás se caen”, dijo Córdoba a los reporteros de Directo Bogotá. “El proceso de demolición no es aleatorio, no es arbitrario, depende del tipo de construcción se procede a mano, muchas veces por maceta porque cimbronean la casa de al lado. Pero en general el proceso en la zona es muy manual porque si no se va todo al piso”. Estos demoledores espontáneos van en busca, principalmente, de los elementos de mayor valor en el mercado de la reventa: madera, hierro, inodoros y lavamanos. El kilo de varilla —según el propietario de Ingeniería Sólida— cuesta ciento cincuenta pesos. “Desde el punto de vista sociológico, encontramos que lo que para la mayoría de los mortales es basura, para muchos de los habitantes de las zonas deprimidas, constituye la base de sustento económico”, dice el oficio DEMOL1 suscrito por Ruiz, gerente de Ingeniería Sólida enviado al IDU el 13 de marzo pasado. “Por tal razón, paralelamente con nuestras actividades, hay varias bandas organizadas que negocian el producto de sus saqueos con depósitos especializados en la reducción de los elementos robados”, dice el escrito.

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1-5 Las inadecuadas demoliciones han provocado el deterioro de casas vecinas como lo muestran las imágenes. 6-7 A la derecha Rosa Posada, una de las víctimas, a quien se le cayó un muro encima. 14


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“La madera de las casas las convierten en leña para vender en el norte y en Carulla”, dice René Ruge de Ingeniería Sólida. Para la comunidad no existe control posible que le garantice seguridad en barrio. Como muchos de los escombros no van a parar a las escombreras de la ciudad —según lo disponen los decretos del Departamento Administrativo del Medio Ambiente (DAMA)— y terminan convertidos en mercancía, los conflictos entre los delincuentes son pan de cada día. Alias ‘El Pato’, quien era el vigilante de las casas que demolió ‘Yolanda’, debía evitar que alguno de los demás integrantes de la banda entrara a robarse los elementos que ya habían sido arrancados de la construcción y dejados bajo su custodia. A cambio de la vigilancia, alias ‘El Pato’ —un hombre de unos 45 años, sumamente flaco, de manos huesudas, que suele vestir una chaqueta amarilla y un casco del mismo color y que cuenta con el récord nada despreciable de 49 deportaciones, según dice él— obtenía por cada casa demolida un lugar donde pasar la noche. “Me pagan por cuidar, pero lo mío es robar, es lo único que sé hacer bien, por eso fui carterista durante tantos años en Europa”, le dijo alias ‘El Pato’ a una reportera de Directo Bogotá. Pero él dejó de cuidar los escombros luego de tener que asumir el costo de un lavamanos robado por sus mismos compañeros de trabajo. Las peleas entre sus compañeros de banda por los materiales de construcción son habituales. “Hace poco apuñalaron a un muchacho por un pedazo de varilla”, dijo. La plata que recauda la gasta, según él, “en cerveza y vicio”. “Durante el tiempo que he estado aquí, ‘El Payaso’ ha ingresado seis veces a la UPJ (Unidad Permanente de Justicia)”, dice Omar Galvis, patrullero encargado del barrio Belén. “El Payaso duerme en una de las casas demolidas, es consumidor y ladrón. Con su banda roba transeúntes y carros que pasan por el sector. Últimamente no lo hemos visto, debió haber hecho algo malo porque cuando hace algo, desaparece más o menos un mes.

‘El Vago’ es otro de los que trabaja en demoliciones, lo hemos cogido varias veces consumiendo bazuco en las casas demolidas”. Una de las reporteras de Directo Bogotá fue abordada por dos patrulleros de policía en una de sus visitas habituales al barrio y le dijeron que “al Payaso lo cogimos y lo soltamos hace nueve días por robo y anda con ‘El Indio’”, luego de que los agentes se percataran de la presencia de los delincuentes mientras se adelantaba la reportería.

LOS CASOS Cuando la casa se logra desmantelar, estos demoledores espontáneos se marchan dejando sólo las paredes descascaradas y desprovistas de acabados y, en algunos casos, únicamente con pedazos de la fachada. A su paso dejan chorros de agua, que son resultado de la carencia de toda técnica de demolición al romper tubos y arrancar los contadores. En algunas ocasiones esta improvisación ha causado mucho más que tubos rotos, escapes de gas o incendios. La tarea de deshacer casas ha propiciado accidentes y enfrentamientos entre quienes participan de ella. En la casa ubicada en la carrera primera identificada con la placa 4b – 19 —a raíz de las demoliciones inadecuadas que provocaron el desplazamiento de varias paredes—ingresaron al lugar delincuentes en varias ocasiones y extrajeron algunos muebles y enseres. Rosaura Moreno, propietaria de la vivienda y habitante del Belén hace 25 años, tuvo que acudir varias veces al punto de atención que instaló el IDU en el Centro Comunitario de Lourdes a radicar la queja. Las demoliciones de la casa contigua, además, ocasionaron daños en puertas, ventanas, paredes e incluso en el contador de la luz. “Se robaron la ropa, el cilindro, las ollas”, dijo Moreno a Directo Bogotá. “Cuando nos dimos cuenta por la mañana ya no había nada que hacer. La pared está agrietada, tumbaron el muro sin precaución y la puerta quedo medio suelta, no cerraba. Una noche no se pudo cerrar y tuvimos que trancarla ”. Como aparece consignado en una de las actas de reunión con la comunidad, los funcionarios del IDU recibieron la queja de Moreno. El acta dice expresamente que Moreno “se compromete a tener listo el material y la mano de obra para subir el muro tan pronto se demuela el del predio vecino y así evitar problemas de seguridad”. Aunque el acta se había levantado mes y medio atrás, el 29 de julio una reportera de Directo Bogotá constató personalmente que las reparaciones aún no se habían realizado. La inseguridad a la que ha estado expuesta la casa, desde entonces, ocasionó que Rosaura Moreno perdiera su trabajo pues ella ha tenido que asumir la vigilancia del deteriorado inmueble. 15


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“El arreglo de la pared me costó 500 mil pesos: los obreros, el material, la ventana, los ladrillos y el andamio”, dice Moreno. “Además, en el IDU me dijeron que solo respondían por los daños de la pared, no por los robos”. Otra historia es la del inquilinato ubicado en la carrera segunda identificado con la placa 4b–16. Allí habitan varias familias que fueron amenazadas por los delincuentes luego de que la casa colindante fuera demolida. “Los ladrones ingresaron por la casa de atrás, tumbaron la puerta a patadas y nos amenazaron con cuchillo y revólver para que entregáramos las llaves del portón, eran seis hombres”, dijo Nancy Cecilia, lustrabotas, habitante por 15 años del sector, y quien prefirió no mencionar su apellido. “Les dimos las llaves y se llevaron los equipos de sonido, los televisores, una grabadora y nada más porque no teníamos plata”. Los habitantes del inquilinato acudieron a los contratistas de la obra a denunciar el caso, pero uno de los ingenieros les dijo que “ cada cual debía cuidar de cada cual y que ese asunto no era con él”. Ellos no supieron dar cuenta del nombre del ingeniero. Fuera de los constantes robos que aquejan a quienes residen en el Belén se han presentado accidentes en los lugares de las demoliciones. Rosa Posada (ver fotografías), vio en la demolición de una casa vecina la posibilidad de solventar su situación económica. Sin embargo, cuando se encontraba retirando material de una de las casas desocupadas, un muro cayó sobre su pierna y le ocasionó una fractura. Posada lleva veinte años viviendo en el barrio. “Yo estaba sacando material de una casa desocupada y se me cayó la pared encima y casi me mata”, dice ella. “Estaba con mi hija y mis nietos sacando ladrillos para poder pagar el arriendo y subsistir”. La mujer fue atendida en el Hospital del Guavio, de donde fue remitida al Hospital de Kennedy. Allí permaneció veinte días. La cuenta por los servicios hospitalarios ascendió a 250 mil pesos que aún no ha podido pagar. Sandra Yamile Posada, hija de Rosa, pidió colaboración a funcionarios de la obra que ella no identifica. “El día del accidente yo le dije a uno de los ingenieros del IDU que cómo hacía, que mi mamá estaba muy mal y me dijo que ellos no podían hacer nada porque yo me había metido ahí sin permiso”, dice ella. Otras situaciones similares han sucedido en el barrio al tiempo que las demoliciones han sido efectuadas. La casa de propiedad de Germán Parrada fue incendiada por indigentes y de la vivienda ubicada en la calle 4b identificada con la placa 0 – 10 fue robada la tubería del tanque de reserva del agua. La vivienda de Josué Torres ha sido objeto de diversos intentos de robo. La última modalidad empleada por los delincuentes es mejor conocido como “La Ventosa” que consiste en el rompimiento paulatino de un muro de su casa aledaño a un lote cuya vivienda fue recién demolida. 16

“Ahora me están rompiendo por la casa que era de Ligia Bautista viuda de Rincón para meterse a la mía”, dice Torres. “Se mete (en el lote demolido) un tipo Mauricio alias ‘El Vago’ junto con otros del Cartucho y‘El Payaso’, a fumar marihuana. Lo tienen hecho un muladar. Las cercas que hizo el IDU ellos mismo las cortaron y les están haciendo ventosa en la pared hasta que abran bien el hueco para poderse meter”. Jorge Valero, por su parte, le vendió al IDU un predio ubicado en la calle con primera este. El pago convenido era de 80 millones de pesos, de los cuales Valero recibió 64, hace cinco meses. Aunque, según Valero, todavía no ha recibido el dinero restante, la casa ya fue demolida. En este lugar trabajan seis niños entre los once y 14 años (ver fotos). Ellos sacan bloque, ladrillo y varilla que venden al dueño de la cancha de fútbol del barrio el Guavio, a precios que oscilan entre los 200 y mil pesos. “ Nosotros estudiamos en el colegio Jorge Soto del Corral, arriba en el Guavio”, dice Jimmy, uno de ellos, quien trabaja por primera vez en una demolición. “ Venimos todos los días a las once, después del colegio y nos vamos a las seis de la tarde” A diario, estos niños, que pertenecen a la misma familia, retiran aproximadamente mil ladrillos de las casas en proceso de demolición y los trasladan hasta el punto de venta en un carro de balineras.

EL CONTRATO De igual manera, surgen inquietantes cuestionamientos sobre el control de la obra que debe adelantar el IDU en cabeza del funcionario Mauricio Pombo, interventor de demoliciones y coordinador de dicho contrato. En una primera entrevista —con tres reporteros de Directo Bogotá— Pombo no parecía muy interesado por la suerte de los vecinos del barrio Belén. “Si no se han vuelto a quejar (los vecinos) es porque están bien”, dijo Pombo a las tres reporteras de Directo Bogotá. “Así que no me los alborote. ¿Qué más podemos hacer si ya le hemos mandado oficios a la Policía? La Policía no da abasto. No nos importa si el proceso de demolición se hace con máquina, o con gente, o con pala, o con pica”. “Como no hay querellante (una persona que denuncie un delito) ni denuncia ni méritos en flagrancia (que exista información oportuna para capturar a delincuentes mientras cometen los delitos), lo único que podemos es hacer rondas periódicas de la Policía”, dijo Juan Carlos Amézquita, subcomandante de la Estación 17 de Policía, encargada del barrio Belén. Aunque Pombo solicitó expresamente que estas declaraciones no fueran incluidas en este reportaje de investigación, los editores de la publicación —teniendo en cuenta la relevancia que éstas tienen— consideran que la opinión pública debe conocer la versión del funcionario.


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Sus declaraciones se encuentran consignadas en las notas de las reporteras. Lo que no se explica es cómo si los pliegos de condiciones no establecieron un porcentaje de contratación de mano de obra local, algunas demoliciones las terminaron haciendo vecinos de la zona que no cuentan con la mejor reputación. Tampoco se explica que el contratista no haya sido requerido por la interventoría del contrato a finales de julio y que no se hayan aplicado los correctivos para que las demoliciones del barrio no afectaran a toda la comunidad. “Me encantaría que me entreguen la evidencia, yo le hago un requerimiento al interventor y el interventor me debe presentar un informe”, dijo María Isabel Patiño, directora del IDU en entrevista exclusiva con Directo Bogotá. “Acá hacemos todo un procedimiento para eso, está tremendamente reglado, si es necesario traemos a las personas que se dicen afectadas y procedemos a requerirlo en poco tiempo”. Tampoco se entiende cómo los contratistas afiliaron al

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1-3 En una de las últimas visitas al barrio, una reportera de Directo Bogotá constató como niños de colegio también se lucran de las demoliciones del barrio Belén sin que nadie tome cartas en el asunto.

sistema de seguridad social —como dice una de las cláusulas del contrato— a los vecinos que adelantaron las demoliciones si ellos mismos le dijeron a Directo Bogotá que se encontraban en el SISBEN y no les convenía pasarse al sistema contributivo de las EPS.

DERROCHE DE BUENA VOLUNTAD Pero tal vez la paradoja más grande de esta historia es que las demoliciones del barrio Belén no son el mejor ejemplo de la gestión que viene adelantando el IDU en cabeza de María Isabel Patiño. De los mil contratos que la entidad ejecuta al año, tal vez este sea uno de los pocos en los que enfrenta problemas de hondo calado con la comunidad pues su gestión social —en muchos casos— sirve de ejemplo a otras entidades de carácter nacional. En entrevista con Patiño surgen varias lecciones que tener en cuenta. La principal lección de ellas tal vez sea que la de contratar —en el porcentaje que sea— mano de obra local para adelantar demoliciones en barrios subnormales como Belén puede salírsele de las manos hasta al más bravo. “Yo me atrevo a pensar que el anexo social de los contratos de demolición no debe ser tan bueno ni tan estudiado ni tan profundo como es el anexo social de los demás contratos”, dijo María Isabel Patiño a Directo Bogotá. “Yo tengo una buena actitud de que alguien me llame la atención y me diga: oiga con todas las ganas de trabajar que ustedes tienen, detectamos un tema periodístico interesante y el IDU va a ver como puede mejorar esos temas”. “Entonces me imagino que allá lo que debió haber pasado es que fuera de lo traumático que es (…) eso ese tema social de la contratación se le salió de las manos al contratista, porque muchas veces a ellos les da miedo y entonces ellos llegan a los sitios y dicen: yo me muero del miedo”, dijo Patiño. “Y entonces aquí es la ley del más fuerte y si el más fuerte me va a garantizar la estabilidad de mi trabajo, entonces pues, el contratista no es ninguna hermana de la caridad y el tipo dice: Yo tengo que ir y demoler esas casas”. En el contexto de crisis de legitimidad del Estado, la segunda lección es que las obras públicas que se adelanten en Bogotá deben ser ejemplo nacional y así recuperar la credibilidad de los ciudadanos en el débil Estado colombiano. “Lo que estamos tratando con los demás contratistas es decirles: mire, las obras no se hacen a costa de la gente, a Bogotá no le sirve de nada transformarse y tener maravillas si atropellamos un poco de gente en el camino, porque ahí hemos perdido adeptos con el sector público, ahí hemos perdido ciudadanos comprometidos con la institución pública, ahí estamos consolidando el argumento de que todos los funcionarios públicos somos unos corruptos y unos arrogantes”, dice Patiño. Por ahora, la comunidad permanece a la expectativa mientras observa en silencio cómo, de un día para otro, se transforma el paisaje de su barrio, cuyos habitantes debieron sacrificar lo que les quedaba de tranquilidad por un caótico proceso de renovación urbana.

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reportaje gráfico oficios nocturnos

HABITANTES DE LA NOCHE Mientras dormimos, escuadrones de empleados ejercen sus oficios silenciosos: limpiar las calles, recoger las basuras, atender las estaciones de gasolina, arreglar las vías, vigilar calles y edificios, velar por los enfermos, dar de comer y beber a madrugadores y transnochadores, limpiar parabrisas en los semáforos y ofrecer serenatas en las esquinas, además de la consabida venta de placeres. Unos más duros y riesgosos que otros, todos los oficios le dan un toque de vida a las noches bogotanas.

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FOTOGRAFÍASRUBY : CHAGÜI SANTIAGO MOYA ALEJANDRO ROJAS MARCELA SALGADO PATRICIA SÁNCHEZ MEJÍA

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vanguardias & tendencias universitarios subempleados

POR PAULA GÓMEZ Y ANDRÉS VERA FOTOGRAFÍA : ANDREA CASTILLO · RODRIGO BALLESTEROS Y MARCELA RODRÍGUEZ

HISTORIAS DEL

REBUSQUE

UNIVERSITARIO No venden cigarrillos o tarjetas prepago en los semáforos, pero tienen que rebuscarse la vida para pagar sus estudios, darse sus gustos o, en los casos más extremos, sostener cargas que no son precisamente académicas. En esta crónica se cuentan las historias de universitarios de estrato dos al seis que hacen parte del ejército de subempleados en Bogotá y en el exterior. Los rayos del sol picante de las siete de la mañana chocan bruscamente contra los opacos cristales del bus ejecutivo afiliado a la empresa Rápido Pensilvania. La figura lánguida del joven conductor parece desvanecerse bajo una gorra azul oscura, un escurridizo saco blanco y el inmenso trono rojo (de material sintético) que le sirve de asiento y que no es más que una burda imitación del cuero. Verifica que todo esté bajo control y se reclina en el espaldar acolchonado. Observa los espejos retrovisores al tiempo que manipula bruscamente la barra de cambios y, luego, como si fuera un ritual muchas veces ensayado, se dispone a sintonizar la radio en una emisora de música salsa. Emprende su ruta hacia el barrio Germania, en el centro de la ciudad, con el volumen de la radio a niveles tolerables, mientras serpentea por las calles a velocidades sólo comparables con la esquizofrenia propia de la guerra del centavo. Sus ojos rasgados de color café se concentran atentos entre el juego de espejos retrovisores mientras cambia un billete de cinco mil pesos que ya parece de terciopelo por tantos años de uso. Al mismo tiempo, mueve la palanca de cambios, no pierde de vista a los pasajeros que recoge en los paraderos atestados y esquiva a los otros vehículos de servicio público que parecen ensordecer las calles con su bombardeo de claxon. Esta rutina —muchas veces ensayada— la repite día tras día Michael Montoya, de 23 años. La misma de cinco horas al día y que se prolonga cuando llega a su casa aledaña a la avenida de las Américas, en el suroccidente bogotano. Luego de cambiarse de ropa, va a su restaurante, ubicado en el Politécnico Grancolombiano, y después de revisar que todo marche bien, se dispone a atender las clases de la carrera de Administración Bancaria que cursa allá. 20

El caso de Michael no es aislado en el mundo universitario. Según el ICFES, el 15 por ciento de los 362.304 jóvenes que adelantan estudios universitarios en Bogotá, encuentran en el rebusque la oportunidad para hacer unos pesos extra; para financiar el consumo de bienes suntuosos como electrodomésticos (sistemas de audio y video), relojes y automóviles; para volverse empresarios de pequeños negocios en expansión, o en los peores casos para costearse sus estudios o mantener padres, madres y hermanos. Sea cual sea la modalidad, el propósito o las necesidades que pretenda cubrir, hoy el rebusque no es un fenómeno propio y exclusivo de los vendedores de baratijas de los semáforos y las aceras, sino una realidad que se ha venido incubando desde los colegios y que se manifiesta abiertamente en la universidad. Realidad que se hace cada vez más palpable entre los jóvenes colombianos. En Bogotá, sin importar a qué estrato socioeconómico se pertenezca, los universitarios se emplean como meseros, vendedores, barman, impulsadores, músicos urbanos, comerciantes informales y conductores de taxi y buseta en los estratos medios y medios bajos.

1-3 Choferes de bus, músicos de orquestas, y trabajadores de programas de intercambio extranjero son algunos de los oficios que enmarcan la realidad de los jóvenes universitarios bogotanos. Unos lo hacen para sobrevivir y otros por darse gusto.


vanguardias & tendencias | Paula Gómez y Andrés Vera HISTORIAS DEL REBUSQUE UNIVERSITARIO

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Hasta los famosos intercambios estudiantiles hacia Estados Unidos, como los que ofrece el programa Work and Travel, se han venido popularizando como opciones de rebusque. En este programa participan estudiantes de estrato medio y medio alto que ocupan vacantes temporales en parques de diversiones, restaurantes, hoteles y casinos como camareros, meseros, salvavidas de piscina, guías turísticos y aseadores, o en construcciones como albañiles y electricistas. “Los estudios cuestan mucho y ni qué hablar del costo de la vida diaria”, dice Andrea Buitrago, dueña de un bar en Usaquén. “Por eso yo trato de darles trabajo a los universitarios, porque además son buenos empleados. Yo empleo desde muchachos que viven en Santa Bárbara hasta un muchacho que vive en Santa Librada y se gasta más de dos horas en viajes de ida y de regreso. Cada uno necesita el trabajo a su manera. Lo importante es que puedan sacar adelante la carrera o sus gastos particulares”.

El incremento del desempleo desde 1998, que afectó principalmente a las cabezas de familia, propició que muchos jóvenes entraran a engrosar la población económicamente activa y que se emplearan en trabajos de medio tiempo y en oficios que no corresponden a los conocimientos o saberes que aprenden en universidades e instituciones de capacitación. “Los jóvenes integran el 16 por ciento del mercado laboral”, dice César Caballero, director del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), a los reporteros de Directo Bogotá. Estas cifras confirman la compleja realidad: para marzo de 2003 el subempleo —personas que se dedican al rebusque— fue del 28,3 por ciento del consolidado nacional. Pero fuera de la precaria situación económica de los padres de familia, el deseo de independencia, de autonomía, de demostrar capacidades y de mantener un ostentoso estilo de vida, especialmente para los estratos medio y medio alto, son los principales motivos que llevan a los jóvenes universitarios a trabajar, según un estudio cualitativo del empleo en Colombia hecho por el Ministerio de Protección Social. “Los jóvenes son hábiles a la hora de crear empresas, negocios informales o simplemente para trabajarle a lo que sea”, dice Mariela Holguín, funcionaria de Promoción al Trabajo del Ministerio de Protección Social. “Ellos no abandonan sus responsabilidades o gastos, están dispuestos a hacer lo que sea para salir adelante”.

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BUSETERO, EMPRESARIO Y ESTUDIANTE

“Me daba pena pedirle plata a mi papá, pensaba en sus gastos y deudas y cada día protestaba porque la plata rendía menos, mientras el costo de la vida crecía”, dice Carlos Alberto Buitrago, estudiante de Arquitectura de la Universidad Piloto de Colombia. “Yo quería tener mi propio dinero para salir a rumbear y comer en buenos sitios, comprar las cosas de marca que me gustan; todo eso lo lograba trabajando en lo que fuera, afortunadamente no soy tímido para los negocios”. De todas maneras, la muy colombiana palabra rebusque no ofrece el mismo significado para los jóvenes universitarios. Para unos traduce deseo de convertirse en jóvenes empresarios. Para otros significa poder viajar, conocer una nueva cultura o comprar un carro. Y para un buen número significa ganarse el pan, convertirse en profesional y ayudar en la casa. “Yo trabajo por necesidad y le jalo a lo que sea, es muy duro pero yo no me amargo la vida por eso”, dice Edwin Ortiz, quien era estudiante de Música de la Universidad Javeriana y tuvo que abandonar sus estudios para atender los gastos de su hija. “Trato de sobrellevar las dificultades tranquilamente con la ilusión de que el día de mañana la vida me va a recompensar, pues si hoy no trabajo, no como”. 22

Michael llega sudoroso y agitado al parqueadero donde guarda el bus, ubicado en el barrio Marsella, al suroccidente de Bogotá. Se dirige corriendo hacia su casa, que queda a dos cuadras, para dejar el producido del día, que ni siquiera alcanza a contar. Tiene que dirigirse inmediatamente a su restaurante ubicado al frente del Politécnico Grancolombiano. Se monta en su Renault 18 blanco, modelo 85, y acelera con la tranquilidad de no tener que participar en la álgida batalla que libran sus colegas. Hace el recorrido en 45 minutos. Entra al restaurante de comida corriente sin nombre y se pone un delantal rojo, igual al de los otros dos meseros. “Éste es el fruto de mis ahorros de dos años atrás manejando el bus casi todos los fines de semana”, dice Montoya. Las siete mesas no dan abasto para las decenas de personas que forman una larga fila en las afueras del lugar. Michael sale a la puerta a darle la bienvenida a sus clientes mientras les ofrece una bebida. Luego ingresa intrépidamente al local dando órdenes a los meseros y atendiendo a la vez, siempre con una sonrisa amable, a su clientela, que la componen en su mayoría estudiantes y profesores del Politécnico Grancolombiano. Faltan diez minutos para las tres de la tarde y los pocos clientes que quedan en el sitio lo abandonan afanosamente. Michael deja caer su cuerpo en una banca de madera que está recostada en la pared, mientras suspira y cierra los ojos. Luego del descanso fugaz le dice a su cocinera: –¿Hoy me toca la pega o sí quedó almuercito? –No, don Michael, ni la pega quedó– dice Tránsito, la cocinera. Michael mira el reloj. Es hora de ir a clase de Cálculo y tiene que llegar cumplido, de modo que sólo alcanza a comer un Chocorramo con una Pony Malta, para continuar con seis horas de clase. Montoya lleva dos años trabajando y estudiando, desde que su padre, propietario de un bus, le ofreció que lo manejara los fines de semana. “Todo lo producido era para mí, así que comencé a mantenerme”, dijo Montoya. “Este ritmo de vida es complicado, pero si uno tiene berraquera y aspiraciones, se vuelve más ambicioso y trabaja más”.


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1  2  3  4 1-3 «Fue muy duro cuando un compañero mío de los Andes se subió al bus y no me saludó», dijo Michael Montoya, estudiante y chofer. 4 La habitación de Alberto Buitrago parece sacada de uno de los suburbios norteamericanos.

REBUSQUE ESTRATO SEIS

Los ingresos semanales de Montoya oscilan entre 450 mil y 600 mil pesos. De sus utilidades, destina el 30 por ciento para pagarse su carrera (matrícula y gastos), el 50 por ciento lo invierte en el restaurante que, según él, es su ahorro. Y el 20 por ciento restante en el mantenimiento de su vehículo. A partir del ofrecimiento de su padre, Michael trabajó durante largas jornadas en el bus y descuidó sus estudios de Ingeniería Industrial en la Universidad de los Andes. “Fue muy duro cuando un compañero mío de los Andes se subió al bus y no me saludó”, dijo Montoya. “Al siguiente día nadie me saludó en la Facultad, y sumado a esto tuve un problema serio con un profesor que me costó la echada de la universidad”. Luego de quedarse sin estudio, Michael se dedicó por un año a manejar todos los días el bus. “El producido diario era de 150 mil a 200 mil pesos”, dijo Montoya. “Con este dinero me compré mi carrito, y empecé un ahorro para montar un negocio y pagarme mis estudios de Administración Bancaria en el Politécnico”. Sin estar buscando un negocio, Michael compró el restaurante al cual iba a almorzar cuando empezó a estudiar en el Politécnico. “Me ofrecieron un buen negocio, tenía la plata y lo acepté”, dijo él. El sueño de Michael era montar otro negocio y generar más empleos. “Mi negocio genera cuatro empleos directos y dos indirectos”, dice el joven empresario. “Tengo otro negocio en mente y lo voy a realizar sin descuidar el bus ni el restaurante, pues con ellos conseguí lo que tengo hoy”. Sin embargo, sus planes se truncaron por la repentina muerte de su padre en diciembre de 2002. Ello lo hizo desistir de sus proyectos para hacerse cargo de los cuatro buses que su padre afilió a la empresa Rápido Pensilvania para mantener a su madre y a su hermana menor. Mientras llega a su casa sin una sola señal de agotamiento a las diez y media de la noche, Michael espera que para el siguiente día logre cumplir con su maratónica agenda, y que nunca pierda el empuje que lo ha llevado a rebuscar su futuro. “Lo que me sobra del sueldo me lo gasto en mis gustillos, que en la mayoría de los casos son cositas para el carro”, dice Montoya.

Su habitación parece sacada de un suburbio estadounidense. En el techo de maderas calientes —digno del más infernal de los saunas— emerge colosalmente la bandera de los Estados Unidos. Las paredes ocres contienen un sinnúmero de recuerdos de un viajero recién desempacado. Entre ellos, afiches de las grandes cervezas que abarrotan los bares del mundo, junto con imágenes de modelos voluptuosas que lucen como prenda la bandera del Tío Sam. En una de las paredes está colgado un cuadro —con la panorámica de Nueva York— de un metro de ancho por dos de largo que les hace compañía a inconclusas maquetas hechas en balso y cartón paja, propias de un estudiante de arquitectura. Desde su cama, ubicada en una esquina de la habitación, se encontraba refugiado entre livianas cobijas Carlos Alberto Buitrago, de 23 años, quien intentaba sostener cuidadosamente con su gruesa mano derecha el diminuto control remoto del DVD que acababa de traer de su viaje, mientras observaba las fotos que días antes le habían tomado sus compañeros en Nueva York y Las Vegas. Carlos Alberto rompió el silencio casi solemne de la observación concentrada de las fotos de viaje. “Miren esto, ¿no es lo mejor?; si en fotos es asombroso imagínense lo que es vivir cuatro meses allí como ciudadano”, dice con un tufillo nostálgico Buitrago. “De todas formas extrañé muchas cosas que tenía acá como mi familia, mi cuarto y la morcilla”. El ruido de las tablas de su cama avisó el salto de escolar con el que se levantó de su cama y que acentuaba sus 1,85 metros de estatura. Caminó con ansiedad hacía el armario repleto —a punto de colapsar— donde guardaba como tesoros sus compras. “Con mis primeros ahorros me compré esta gabardina Gucci, la cámara de video, el DVD y la cámara fotográfica”, dice Buitrago pausadamente. “Estos tenis Nike se los traje a mi novia, a mi papá le traje unas corbatas Hugo Boss que están en su cuarto y a mi mamá y a mi hermana les traje

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unas gafas Christian Dior”. Luego de observar la vitrina en la que había convertido su pequeño armario, Carlos Alberto caminó lentamente hacia la luminosa ventana ubicada al frente de su cama y corrió bruscamente las pesadas cortinas para ver su nuevo carro Hyundai Excel color escarlata. “Por fin pude cambiar mi carro”, dice Buitrago. “Casi que no”. Muchos estudiantes universitarios, como Carlos Alberto, encuentran una oportunidad de ganar dinero, conocer la cultura estadounidense y aprender inglés inscribiéndose en programas de intercambio. Esta modalidad ha tomado fuerza por las pocas oportunidades de empleo para los estudiantes universitarios, quienes ven en estos viajes la posibilidad de una inversión reembolsable a corto plazo para mantener un ritmo de vida que les permite asumir gastos suntuosos. Modalidad ésta, considerada por muchos, como el “rebusque de estrato seis”. No obstante, las empresas que promueven estos programas quieren retirar el estigma de inaccesibilidad a los programas para los estratos medio y medio bajo. “Nosotros trabajamos para estudiantes universitarios de todos los estratos que quieran y tengan la voluntad de participar en estos programas”, dice Genoveva Trujillo, directora del programa de Work and Travel. En Bogotá, desde hace 27 años, empresas como EDUVI ofrecen intercambios estudiantiles para jóvenes entre los 18 y 25 años. Trotamundos promociona desde hace dos el Work and Travel y otras empresas comenzaron a promocionar este programa como ASPECT e Intership USA. En el 2002 cerca de 160 personas viajaron con Work and Travel, y 500 con el programa de Servicio Educativo Internacional a los Estados Unidos en las vacaciones de verano e invierno, por un período no superior a los cuatro meses. “El principal objetivo de estos programas es generar intercambios culturales que permitan una ganancia monetaria, cultural y sobre todo en el idioma inglés para los estudiantes”, dice Trujillo. “Los colombianos son apetecidos por los contratistas en el noreste de los Estados Unidos,

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pues son responsables y son mano de obra barata, al igual que otros estudiantes latinoamericanos y de Europa oriental”. Los principales requisitos para aspirar a esta modalidad de intercambio es tener un nivel aceptable de inglés, que se constata mediante un examen, y una copia del pasaporte. “La visa no es un problema por la facilidad de los trámites de los estudiantes universitarios”, dice Genoveva. “Sin embargo, la misma embajada norteamericana es el filtro: decide quién se va y quién no”. El costo del programa oscila entre los quinientos dólares por dos meses (un millón y medio de pesos aproximadamente) y los 685 dólares (unos dos millones de pesos) por seis meses, con una inscripción de 25 dólares. “Dependiendo del cargo que asuma el estudiante se puede ganar como mínimo 50 dólares diarios que representan en un mes fácilmente mil dólares”, dice Alberto Osorio, funcionario de Servicio Educativo Internacional. “Las ventajas son muchas si se tiene en cuenta que el seguro médico, la vivienda y la alimentación van pagos desde Bogotá”. Muchos estudiantes bogotanos deciden repetir la experiencia para las siguientes vacaciones. “Los estudiantes se vuelven ambiciosos y saben a lo que van allá”, dice Trujillo. “El trabajo es muy duro, la mente de ellos es tan abierta que hacen allá lo que posiblemente nunca harían acá”. “En mi casa no tendía ni la cama, me lavaban la ropa, me despertaba y la plata mi papá me la dejaba junto al desayuno en la cocina”, dice Buitrago. “Si me hubiera quedado acá vegetando o buscando empleos que no me ofrecían ni un cuarto de las oportunidades de allá, no tendría ninguno de estos juguetes”. “Fue la mejor decisión que pude haber tomado en lo que llevo de vida”, dice Alejandro Reyes, estudiante de Comunicación Social. “Invertí 1.800 dólares y salí ganando 3.500 dólares libres para pagar mi semestre en la U”.


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“Esto llegó en una buena etapa de mi vida, estaba mamado de vivir acá y se sumó a mis deseos de cambiar mi carro y tener plata”, dice Buitrago. “Me ganaba 680 dólares semanales, algo que aquí no se gana ni de profesional”.

LAS DESVENTAJAS DEL PARAÍSO Sin embargo, no todos los jóvenes universitarios creen que estos programas sean el paraíso monetario y turístico. “A veces los que viajan pintan casas en el aire que no existen, conozco muchos casos en que estos viajes no responden a las expectativas”, dice Diana Marcela Cufiño estudiante de Diseño Industrial. “No me llama la atención trabajar en oficios varios sólo por decir que estuve en Estados Unidos”. Al igual que Cufiño, muchos se resisten a la tentadora idea. “Hay gente que en Work and Travel no hace ni lo uno, ni lo otro”, dice Fernando Herrera, estudiante de Administración de Empresas. “En lugar de estar trabajando en parques de diversiones allá, deberían estar creando empresa en Colombia y construyendo sus sueños, en lugar de trabajos efímeros que no conducen a nada”. Las experiencias de los viajeros no parecen del todo color de rosa ante la disposición de hacer todo lo que le ordenen. “Mi primer trabajo fue en un parque en Ride Altendand en Wisconsin recibiendo tickets y verificando que todo estuviera en orden”, dice Buitrago. “Como era verano fue muy difícil trabajar doce horas diarias y dos extras. Lo difícil vino al segundo día cuando me retrasé seis minutos y me castigaron medio día, perdí mucho dinero, y de castigo me tocó limpiar los baños más sucios. Fue muy repugnante”. Para Reyes los padecimientos fueron similares. “En Massachussets trabajé en un McDonalds. El trabajo era duro, en mi casa sabía cocinar unos huevos pericos, pero allá me tocó aprender a las malas a preparar lo que pidieran los clientes”, recuerda Reyes. “Luego de jornadas de trabajo tan duras era difícil mantener la paciencia y el buen humor, pero al final las tips —propinas— me daban ánimo”. El rebusque no finaliza con la primera propuesta de trabajo que le asignan al universitario en Bogotá. Muchos de ellos buscan trabajos mejor remunerados. “Duré pocos días en mi primer trabajo y me cambié a otro mejor”, cuenta Buitrago. “Fue muy chistoso porque me tocó en el parque Noe’s Ark —el Arca de Noé— haciendo las veces de algo que nunca hice en mi vida: ser salvavidas. Duré en esas otro mes”. Aunque no todo era trabajo, el tiempo no alcanzaba para cumplir con los otros fines del viaje, el intercambio cultural, el inglés y las compras. “Estando allá me compré un carro para evitar las grandes distancias y viajar con mis amigos peruanos, mexicanos, argentinos, finlandeses y búlgaros”, dice Reyes. “Yo le saqué tiempo al tiempo e hice todo a lo que iba: compras, cultura y diversión”.

“Conocí mucha gente, con la cual quedé de verme en el próximo verano, el staff al cual pertenecía estaba compuesto por 600 personas, de las cuales éramos 15 colombianos, 180 entre polacos y húngaros, 200 gringos, y el resto estaba repartido entre búlgaros, finlandeses, daneses y franceses”, dice Buitrago. El cuarto y último mes fueron bastante difíciles para él por un accidente que sufrió. “De terco cambié el trabajo de Mitch Buchanan (el salvavidas de la serie Guardianes de la Bahía) por el de obrero de una construcción. Me lesioné la cintura y estuve inmovilizado durante una semana, tiempo en el cual añoraba regresar para reencontrarme con mi país, mi familia y mi novia”. Aún así, los estudiantes coinciden en que el mejor ‘rebusque’ lo ofrece el programa Work and Travel. “Conozco, aprendo y gano plata”, dice Reyes. “Esta experiencia me ha 1-5 El llamado rebusque de estrato seis consiste en que muchos jóvenes de universidades privadas viajan al exterior y se ganan unos pesos como meseros o recreacionistas. Con el producido compran los electrodomésticos más sofisticados del mercado. 6-7 Edwin Ortíz utilizó su trompeta para pagarse la matrícula. Pero ahora que es padre, el producido del rebusque es para financiar los gastos de su hijo.

enseñado el valor de mi país y de las cosas que tengo”. Buitrago siguió contemplando su pequeño santuario gringo, a la espera de las próximas vacaciones para volver a rebuscarse la plata. “Este viaje lo voy a pagar con mis ahorros”, dice él. “Cuando vuelva pienso traer mercancía para vender y traer platica para cambiar mi carro”.

EL TROMPETERO Edwin Ortiz se encontraba en la pequeña habitación de su casa, en Manizales, bastante absorto. Veía que los días pasaban y su sueño de realizar su carrera como cantante y trompetista cada día se desvanecía. La frustración no lo dejaba vivir sosegado. De repente, el timbre del teléfono rompió el silencio. 25


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Cuando levantó el auricular escuchó a su amigo Richie, quien desde Bogotá le dijo muy agitado: “Véngase, hermano, que en la Universidad necesitan un trompetista”. Edwin se levantó de la cama, como si sentado pudiera deducir mejor lo que su amigo le indicaba, y casi de forma retardada le pidió una explicación minuciosa y dijo inquieto,“pero, en todo caso, ¿yo con qué plata viviría en Bogotá?”. Esa misma noche —a las diez— tomó un bus hacia la capital para presentarse a una audición en la Universidad Javeriana. Llegó en la madrugada, durmió un par de horas, se duchó y junto a su amigo emprendió camino hacia la universidad. A pocos minutos de la audición, el sudor frío de las manos, la respiración agitada y el temblor de sus brazos delataban sus nervios. Pasaron quince minutos que le parecieron una eternidad, cuando escuchó el eco que provenía de algún rincón del salón que pronunciaba su apellido “Ortiz, pase”. Edwin tomó su trompeta y un profesor seleccionó al azar los tres temas que debía interpretar. Por todo su cuerpo, bajo, un poco grueso, pero macizo, parecían correr fluidamente las notas de la “Fantasía brillante” que tocaba un tema clásico de los trompetistas. Se sintió apoderado del instrumento y logró la expresividad de un buen trompetista. Entonces el profesor, con aire de juez, dictaminó sin titubear la frase que lo acreditaba para iniciar sus estudios en la universidad con una beca del 75%. “Edwin, si vio que se puede”, le dijo su amigo. Pero la alegría no fue completa, pues Edwin no dejaba de pensar cómo haría para rebuscarse el otro 25 por ciento de la matrícula, equivalente a 750 mil pesos, fuera del dinero para mantenerse. Sin embargo, nunca dudó en aceptar la oportunidad que estaba por venir. “Así tuviera que dormir debajo de un puente”, recuerda Edwin entre risas. La música la lleva en la sangre, su padre —pianista de una orquesta— lo había involucrado en la música desde los doce años, como corista de la agrupación. Además, estaba becado en el colegio por ser trompetista de la banda. Sin embargo, él lo obligó a estudiar Ingeniería Electrónica en la Universidad de Caldas, donde sólo duró dos semestres. Luego optó por una carrera tecnológica que abandonó en primer semestre. Para la fecha, su padre no podía costearle sus estudios en Bogotá. “Fueron muy duros los primeros meses en Bogotá, pero poco a poco me fueron saliendo trabajitos y me empecé a ganar una plata”, dice Ortiz. “Con esa plata iba pagando los 800 mil pesos que mi cuñado me prestó para la matrícula”. El primer trabajo lo consiguió dos días después de la audición como cantante de una orquesta tropical. “Me encanta 26

este trabajo, pues para mí cantar es tan fácil como caminar”, dice Edwin. “Me gustaría que me salieran contratos todos los fines de semana, pero no es así, la mejor época es en fin de año, por eso trabajo también de mesero”. Vive con su prima y el esposo de ella en el barrio Restrepo, al sur de Bogotá. Ellos no le cobran el arriendo y sólo le piden que cuando pueda les colabore con dinero para el pago de los servicios públicos. “Con mi rebusque logré pagar la universidad y ayudar con la casa, y ahora mi novia está esperando una niña y me toca ahorrar”, dice Ortiz. “Por eso me retiré de la universidad este semestre. Mi papá sólo me colabora con 20 mil pesos semanales para el transporte”. Ortiz gana —como vocalista en la orquesta— 130 mil pesos por una presentación de cinco horas. En un restaurante, como mesero, se gana entre siete y catorce mil pesos, dependiendo de las horas de trabajo. Sumado a esto tiene ingresos extra prestando sus servicios como trompetista para diversos grupos musicales. Él tiene que distribuir de la mejor forma su tiempo, pues además de los trabajos para mantenerse y ahorrar para su niña, tiene que dedicar gran parte de su tiempo al grupo de rock latino San Alejo. Este grupo es su motor, es la ilusión de un sueño que está dando sus primeros frutos; pues la compañía disquera Universal Music los contrató para grabar un disco que ya fue lanzado. Y en enero pasado el grupo abrió el concierto del cantante Juanes en el Estadio Palogrande de Manizales. Por eso para él no es tan difícil hacer lo que hace, pues, “con berraquera y sonriéndoles a los problemas, la vida se soluciona sola”, dice Ortiz. Sin embargo, canceló su semestre en la universidad y no sabe si pueda volver a estudiar. El grupo y su hija lo hacen imposible, por ahora.


música

discos de acetato

LARGA DURACIÓN: ALTA FIDELIDAD POR LILIANA RAMÍREZ FOTOGRAFÍA : LILIANA RAMÍREZ

Llevados por la nostalgia, pero también por el fino oído musical, melómanos y coleccionistas se surten en las ventas de viejos acetatos de Bogotá. Un homenaje al tornamesa y al vinilo en tiempos de tecnología musical de punta. Si es usted de los que tienen en su casa una colección de discos, empolvada y metida en el lugar menos estorboso, lo más probable es que no sepa que tiene entre sus manos un tesoro, y que algunas personas podrían ofrecerle una buena suma de dinero por joyas insospechadas. Cuando descubra viejas portadas que tengan entre sus títulos The Police, Zenyatta Mondatta; Wham!, Make it Big; The Beatles, Abbey Road; Pink Floyd, The Dark Side of the Moon, y otras por el estilo, consérvelas, el paso del tiempo las valoriza. Discotiendas de la calle 19 con carrera 8ª, en Bogotá, son frecuentadas por melómanos que buscan en las estanterías o en el mismo andén discos “a 1.000 el que escoja” de sus artistas favoritos. Llegan también personas a vender viejas grabaciones que ya no tienen dónde escuchar, mientras otros se detienen en alguna rareza musical. Esta calle es el epicentro de un comercio de acetatos que empezó hace más de doce años con las casetas azules que reemplazarían luego los locales del Centro Comercial Omni. Los discos no lograron ser suplantados ni por el casete, ni por el compacto, ni por el MP3. Se volvieron un encarte al principio, sobre todo para algunos vendedores que no sabían cómo deshacerse de los discos de larga duración encargados en la etapa del ocaso. Sin embargo, personas aferradas al viejo formato, como Manolo Bellón, quien ostenta orgullosamente en su casa alrededor de cinco mil acetatos, tienen claro que en estos aparatosos discos quedó registrada la evolución de todos los géneros de la música comercial del siglo pasado; memoria que a estas alturas no han alcanzado a recopilar los nuevos formatos

con sus consabidas colecciones de catálogo. Por esta época, algunos de los que sienten un gran afecto por la música son capaces de comprar un CD original en vez de uno pirata, pero otros aún más radicales prefieren escuchar su música preferida en disco y resignarse a escuchar antes y después de cada corte un inevitable scrash; a que los vinilos se rayen fácilmente; a que tengan que ser excesivamente protegidos del polvo, del sol, del contacto con objetos punzantes, etc., y a que además su carátula de cartón sea igual de endeble. Todo eso si tienen la fortuna de poder escucharlos en un tocadiscos casero que, a decir verdad, no es que abunden en la comodidad de cualquier hogar. Pero esos discos de acetato, con todo y sus detractores aliados de la tecnología, son los hijos consentidos de personas que no en vano andan convencidas de su gusto por el LP (Long Play) o el LD (larga duración), porque consideran que los nuevos formatos sólo ofrecen un sonido frío y vidrioso, y que el sonido análogo en un buen tornamesa es mejor que el digital, más caluroso y más vivo, menos virtual. Gonzalo Valencia, vendedor de discos en un local del Centro Comercial Vía Libre (cerca de la calle mencionada), es uno de ellos. Con una colección personal de 11.500 discos, que inició a los trece años con el Live Peace in Toronto, de John Lennon, asegura que tener en su poder un álbum en acetato que esté en buen estado, de primera edición o

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música | Liliana Ramírez LARGA DURACIÓN : ALTA FIDELIDAD=

en edición de lujo, es una reliquia que no se compara con ningún CD. El recuerdo que guardan seguidores musicales de sus clásicos predilectos hace que los precios por acceder a esas reliquias sean exorbitantes, pues se han convertido en piezas de colección. Álbumes importados, traídos de Inglaterra o de Alemania —donde según el vendedor Giovanni Jiménez son los mayores productores de acetatos en el mundo—, pueden costar hasta 250.000 pesos, como el Killers, álbum de Iron Maiden que exhibe en su tienda. Otros como el Sabotage, de Black Sabbatt, en primera edición, cuya carátula está hecha en papel hilo, o el Animals, de Pink Floyd, disco que al abrirse deja asomar un globo de plástico con la figura de un marranito, ascienden a los 300 dólares. No es nada fácil conseguirlos, y por ello los comerciantes recurren a amigos de afuera que se los envían. Aunque, paradójicamente, es a través de internet, el mismo medio que ha puesto a temblar la industria, donde adquieren su mercancía. El rock, sin embargo, no es el único género que mueve la colección de acetatos. Discos de intérpretes como Willie Colón, Héctor Lavoe, Rubén Blades, Celia Cruz, entre otros, son bastante cotizados por los aficionados de salsa. En el Goce Pagano, bar de ritmos afroantillanos, existe una

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colección de aproximadamente 2.500 discos con la cual se dan abasto para programar música durante toda la noche. Los vinilos de estos géneros, y en general los de música en español, poseen atributos que los hacen aún más deseables por sus seguidores, como el recuento histórico que aparece en la parte posterior de la carátula y que le permite al comprador enterarse de lo que está escuchando y hacerle un seguimiento biográfico al artista. Además, el tamaño de un disco hace que el diseño de la carátula sea más elaborado, y que aparezcan llamativas fotografías. Por ejemplo, hay grupos de metal que todavía sacan acetatos, y que se dedican a la tarea de crear sus propias portadas. De cualquier forma, ya sea por la vanidad de ostentar una colección de discos, o por el simple gusto de escuchar canciones, se necesita amor y pasión por parte de los dueños de los LP. Debe haber también una lealtad incluida en esa posesión para recordar constantemente que aún quedan celebraciones “con la orquesta de negros dirigidas por el maestro aguja”, como era el dicho popular en décadas pasadas. Algo que no tiene que ver con asuntos de comodidad o de tecnología, sino con la nostalgia y la memoria, con el arraigo por lo clásico.


divino rostro César López

EL HACEDOR DE SUEÑOS Parecía descabellado y del todo idealista convocar a los mejores músicos que deambulan por las calles bogotanas para ponerlos a grabar un disco y a organizarles una presentación que muchos artistas profesionales envidiarían. Pero el músico César López, con mucho coraje y muchas ganas, lo logró. En este perfil se revelan las muchas facetas de un hombre sensible y algo depresivo que se gana la vida haciendo lo que le gusta: inventando ideas, tocando música y haciendo realidad sueños imposibles. POR SOFÍA BUENDÍA STERLING CON REPORTERÍA DE NATALIA ROMERO FOTOGRAFÍA : MARCELA RODRÍGUEZ

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divino rostro | Sofía Buendía Sterling con reportería de Natalia Romero EL HACEDOR DE SUEÑOS

En una vieja casa del barrio La Soledad las notas de un piano sorprenden la noche. César López ha llegado. Está solo. Su esposa, la actriz Cristina Umaña, se encuentra en Cali grabando El rey, una producción cinematográfica que dirige Antonio Dorado. Su compañía son cuatro personajes: Colbón y Nieves, sus dos perros raza bóxer y labrador, respectivamente; Jorge Eliécer Gaitán, su gato, y, por supuesto, su piano. En ese rinconcito cierra sus ojos, abre su corazón, empieza a crear, a inventar, llora y de un momento a otro... Se deja ir. Se sienta sin importar quién esté a su alrededor, recuerda algunas melodías clásicas, evoca los momentos más tristes de su vida, las derrotas, los éxitos, el amor. De pronto llega Anita, su empleada, y le sirve un vaso de agua. César —impávido— sigue tocando cada nota, recordando. Algunas de esas melodías son para su madre, otras para su esposa, pero la mayoría las dedica a la vida. Y así, de la nada, de un momento de inspiración, las canciones van acrecentando la larga lista de discos y experimentos musicales no convencionales que se le ocurren a diario. Ése es César López, un músico bogotano de treinta años, enamorado de la música, de la gente que lo apoya, de su piano, de sus mascotas, de todo lo que lo rodea. Entre la inspiración y sus vivencias cotidianas, César se ha forjado una carrera que lo ha convertido en uno de los artistas más prometedores del país. Sus proyectos han sido, para muchos, descabellados. Y sus ideas —que no siempre resultan— logran hacerse realidad. Una de ellas fue reunir a todos los músicos de las calles bogotanas, elegir a algunos y organizarles un concierto que jamás habrían soñado y que les dio la oportunidad de mostrar sus creaciones. Que un compositor de guitarra, acostumbrado a cantar en las esquinas y las calles de la ciudad, tuviera la posibilidad de presentarse en un escenario —con juegos de luces, acompañamiento, coro y público incluido— resultó una idea tan brillante como inquietante. Idea que le tomó a César un año en realizar. Y no sólo eso. A ellos les grabó un disco al que bautizó Los Invisibles Invencibles. Este proyecto tuvo sus orígenes el año pasado, cuando César recibió una llamada de Silvia Ospina, directora del Teatro Jorge Eliécer Gaitán. Ella necesitaba una idea innovadora y original para celebrar el cumpleaños de Bogotá. “César, tú que tienes tantas ideas, ¿por qué no te inventas algo para esta fecha?”, le dijo. Fue entonces cuando se le presentó la oportunidad perfecta para la idea que venía

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dando vueltas por su cabeza. Allí comenzó el trabajo de reunir a cientos de músicos. Lo primero que hicieron fue convocarlos por televisión y prensa, pero muchos de ellos no tenían siquiera acceso a estos medios. Decidieron, entonces, hacer una cadena de difusión por medio de conductores de buses y busetas, dueños de tiendas, vendedores ambulantes y gente del común. El día de la audición —para sorpresa de muchos— se presentaron 300 músicos. ¡300 músicos! Todos llenos de ilusión, que ensayaban, cantaban, afinaban y bailaban. Una muestra más del inmenso potencial cultural que duerme en Bogotá. De esos 300 fueron escogidos veinte y después siete, que conformaron el grupo que grabó el disco. “Fue muy emocionante verme entre los finalistas y mucho más después de ver que fui un escogido”, dice Francisco Mancilla, uno de los músicos callejeros seleccionado. “Montarme en el escenario y grabar un disco significó el primer paso para empezar mi carrera musical”. Pero los problemas no se hicieron esperar. El montaje no sólo implicaba conseguir a los músicos acompañantes, alquilar las luces y el sonido, sino que significaba lidiar con el drama personal de cada uno de los integrantes elegidos. Algunos llegaban drogados, ebrios, con hambre, maltratados e, incluso, heridos. Como Ómar, uno de los integrantes, que provenía de lo que queda de la Calle del Cartucho, quien llegó a uno de los ensayos con una herida de puñal en el abdomen. Aunque muy talentosos, estos artistas callejeros deben afrontar la crueldad y violencia de la ciudad a diario. En los inicios, el equipo de César optó por cuidar de ellos. Les daban dinero, ropa y comida. Poco después, tanto César como sus músicos quisieron, además, cambiarles la vida. Pero resultó imposible. Se dieron cuenta de que estos músicos ya tenían un destino difícil de alterar. “Lo que hicimos fue conseguir un equipo de comunicadores, psicólogos y sociólogos para centrarnos en el trabajo artístico sin olvidar su salud y su condición en general”, dijo César a Directo Bogotá. Después de meses de trabajo, al fin hicieron el concierto y grabaron el disco. La disquera les entregó a cada uno 1’500.000 pesos, claro que en el caso de algunos, a cuentagotas. Si Ómar, por ejemplo, llegaba al Cartucho con esa millonaria suma, seguramente lo matarían. Sin embargo, muchos de ellos gastaron el dinero en muy pocos días. Después del éxito del concierto y del proyecto en general se encontraron frente a una dura realidad: para el gobierno de la ciudad los cantantes de la calle deben ser tratados legalmente como vendedores ambulantes. Y, por lo tanto, no pueden ocupar el espacio público, según el nuevo código de Policía.


divino rostro | Sofía Buendía Sterling con reportería de Natalia Romero EL HACEDOR DE SUEÑOS

LOS AMANTES DE LUCÍA La Soledad, Teusaquillo, Palermo. Estos barrios han sido, desde el nacimiento de César, testigos de sus victorias, sus crisis y, sobre todo, su música. “Desde pequeño mostró empatía y curiosidad por el arte” dice Alba Cristina Villamizar, su madre, quien es además su gran amiga. “Tocaba los instrumentos que siempre había en la casa y alguna vez con las ollas y una vasija para la ropa creó una batería”. El amor por la música nació de las enseñanzas de su padre y de sus tíos, que siempre fueron amantes de la guitarra, del tiple y del piano. Él mismo aprendió a tocar el tiple desde muy pequeño y a acompañar las reuniones típicas paisas que se hacían en su casa. Pero lo que más le gustaba hacer era componer, crear sus propias melodías y letras. Llegó a hacerse tan famoso dentro de su familia que sus tíos le pedían canciones y le pagaban 200 pesos por cada una. En el colegio, ya más obsesionado por los acordes y las notas, formó su primera banda de rock, Los Amantes de Lucía, dónde aprendió a tocar la batería con una rapidez impresionante.

“Era ese grupo al que uno se aferra con todo el amor de este mundo, pero de un momento a otro todo se hunde porque algunos ya no aportan lo mismo”, dice César recostado en la pared, con sus gafas de marco grueso, con una sencillez impresionante y una locura sutil que lo hace único. “Yo sentí un dolor muy profundo porque mucho esfuerzo se fue al traste”. Su adolescencia fue anormal. Él mismo lo dice. No iba a fiestas, tuvo muy pocas novias, no aprendió a bailar. Sólo hacía música. Los instrumentos sirvieron como protección al miedo que muchas veces sentía, pues una paranoia inexplicable entró en su cuerpo cuando apenas era muy joven. “No dormía, pasaba la noche en vela esperando a que llegarán los ladrones”, dice César. “No salía. No compartía con la gente”. Poco a poco encontró en sus melodías la seguridad que buscaba. Su familia ha sido el pilar donde apoyarse. Su hermano, Jaime, de 32 años, y su hermana menor, Alba, han estado ahí en momentos de felicidad y sufrimiento. Especialmente cuando su padre murió, en octubre de 1994. “Para él fue muy terrible”, dice su madre con nostalgia. “Estuvimos los dos en la clínica cuando esto pasó y lo tuvimos 31


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que afrontar. En ese momento y aún cuando lo recuerda se llena de tristeza”. “Convirtió la música en un vehículo para canalizar todos sus procesos de duelo y el hecho de ver eso desde la barrera hace que todo su trabajo sea tan significativo para nosotros”, dice su hermana, estudiante de Antropología, quien luce un largo cabello al estilo rasta, y ve a su hermano como su gran alcahueta y confidente. “Es esa carga sentimental que lo envuelve”. Muchos de los momentos de su vida —y de los que vendrán— estuvieron acompañados de música. Y sus amigos cumplieron el papel de cómplices en sus metas e ilusiones. “Éramos pequeños soñadores en el 88, queríamos llegar lejos y esperar que todo se diera”, dice Javier Piraquive, su amigo de hace veinte años. “César ha sido un amigo leal y firme. Despistado pero firme. Lo quiero como a un hermano, aunque la vida cambia a la gente, él ha luchado para evitar cambiar y eso me lo ha dejado como enseñanza”. Más bien bajo, delgado, blanco y lleno de alegría, César no sólo es famoso por su despiste, sino también por su pérdida de memoria. En medio de tantas cualidades de este artista bogotano, su desorden es su mayor defecto. Olvida el cumpleaños de todos, incluso el de su mamá, quien debe llamarlo para acordarle. Cuadra varias citas a la misma hora. Incumple compromisos. Se le olvida incluso

comer. Un mundillo caótico que se organiza en las tardes o noches de desvelo frente a su piano.

POLIGAMIA En la época en que Los Amantes de Lucía estaba acabándose, Andrés Cepeda, el cantante bogotano, invitó a César a grabar un demo —grabación de demostración— de una banda recién creada: Poligamia. Entonces todo cambió. Su vida musical se disparó y tuvo la mejor escuela de aprendizaje que jamás pudo encontrar. Porque incluso durante estos años intentó estudiar en varias universidades y siempre desertó: al graduarse del colegio alemán Cecil Redi, entró a la Universidad Pedagógica a estudiar piano y al tercer semestre se salió. En el Conservatorio de la Universidad Nacional de Colombia estudió cuatro semestres de percusión y, otra vez, desistió. Intentó nuevamente en la Universidad Javeriana, con cinco semestres de música, pero no tuvo éxito. “Todo esto fue porque me costaba mucho trabajo interactuar con los compañeros”, dice César. “Me era difícil trabajar en equipo y a veces no compartía el sentido que le daban a la música”. Poligamia creció y creció hasta convertirse en un ícono de la música nacional con canciones como “Desvanecer”,

“Te regalo una canción” y “Mi generación”. Andrés Cepeda, Freddy Camelo, Fernando Gordillo y César grabaron cuatro discos, hicieron conciertos, tuvieron fanaticada y ganaron fama en toda Colombia. Llegó un momento, no obstante, en que se dieron cuenta de que cada uno debía seguir su camino, proyectarse hacia otros puntos y cumplir ese ciclo. “Se acabó porque no queríamos seguir sacando discos y ver que no 32


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pasaba nada contundente”, dice César. “Yo ya tenía otro objetivo con la música y quería vivir otras cosas”. Poligamia fue un trampolín para algunos de ellos. Un proceso de aprendizaje donde César siguió y sigue buscando los caminos para sus sueños y metas. Luego trabajó como cesionista y tocó en varios grupos —como Chatoband, La Banda del Gusano, Ciegos Sordomudos— el bajo, la batería y la guitarra. Solía caminar bajo el sol y la lluvia con los tarros de la batería o el bajo para llegar a los ‘toques’ (pequeños conciertos o recitales). Alcanzó a participar en 17 grupos al mismo tiempo. ¡17! Llegó a ser parte de la banda de Marbelle, y con ella tocó en pueblos, frente a borrachos y mafiosos que pedían, a gritos, más música. Aunque extraño, según él, fue otra experiencia que le aportó mucho. Pero un día abrió los ojos, vio lo que estaba haciendo y tuvo una sensación de frustración y tristeza. Ése no era el camino. “Era como estar empujando un tren que no era mío”, dice César. “No me dejaba tiempo para crear lo mío. Hice una gran ruptura y dejé de trabajar para estos grupos”.

ALAS DE PRUEBA “Es muy valiente porque él pudo haber escogido un camino musical partiendo de un punto comercial, de la industria” —dice Alba, su hermana, quien resume de manera precisa cuál es la búsqueda de cada uno de los experimentos que vinieron después para la vida de César— “Pero no lo hizo porque sabe que la música es susceptible de ser orientada hacia otros fines. Creo que todos sus experimentos están un poco cargados con la intención de enseñar que la música no es sólo tocar algo que pegue, vender y ganar plata sino que hay convertirla en un medio para mostrar un mensaje, cualquiera que sea”. Primero nació El álbum de la ausencia, en 1995, un proyecto de 35 artistas que visitaban centros psiquiátricos, así como hospitales de ciegos y de sordos, y creaban un ambiente especial donde participaban músicos, sonidistas y especialistas en video. Componían inspirados en la realidad de la locura, de la pérdida de los sentidos y en hechos que nutren la compleja situación del país. Montaron una instalación en la que proyectaban las imágenes tomadas en estos lugares mientras tocaban las canciones que habían creado. “Un teatro tenía que paralizar su programación por tres días para poder montarlo [la instalación]”, dice César. “Entonces se presentó como cinco o seis veces pero se acabó”. En 1998 César sufrió una depresión muy fuerte. Viajó a Buenos Aires a estudiar y su salud empeoró. “Me daban calambres, no podía respirar, llegué al punto de no poder caminar, ni orinar”, cuenta César. “Hasta que un día unos

amigos allá me vieron muy mal y me mandaron acá ya hecho un esqueleto”. Los exámenes necesarios fueron hechos sin encontrar nada específico, hasta que lo remitieron a psiquiatría. Le recetaron Prozac y su médico le dijo: “Usted se va a morir. Su cuadro clínico es claro. Si usted tiene un enemigo en el cuerpo, cualquier máquina lo puede encontrar; pero si lo tiene en la mente, no hay quién lo encuentre. Yo le aconsejaría que se prepare para cualquier cosa”. Su depresión estaba causando estragos físicos y César —creyendo que se iba a morir— decidió que tenía que grabar un disco. Así hizo Alas de prueba, una recopilación de música clásica que se convirtió en una medicina para curarse. Fue tan significativa la experiencia que actualmente está preparando una segunda parte. Después vinieron proyectos experimentales como Vacío y realidad, un disco donde él toca el piano, y su amigo Antonio Arnea, el saxofón. “Él ensayaba en la parte de arriba de mi casa y yo aquí abajo, la música muchas veces se unía y empezábamos a improvisar hasta que decidimos hacer el disco”, dice Arnea. “Creo que fue el menos vendido en la historia pero es hermoso”. Otro de estos proyectos lo desarrolló con la ayuda de su amiga Andrea Echeverri. Él diseñaba múcuras con varios orificios y ella las hacía en su taller. Los Mucureros de Teusaquillo —como se llamaron— resultó un grupo de personas que tocaban estos instrumentos y hacían sonidos semejantes al agua o las burbujas. Lo último que intentó fue hacerlo alrededor de mujeres embarazadas y ver el efecto que tienen estos sonidos en los bebés.

PÚRPURA EN EL CUERPO Cuando era pequeño, César tenía un amigo de barrio que padecía una enfermedad llamada púrpura. En su cuerpo aparecían moretones sin explicación. De allí nació el nombre para una de sus creaciones más innovadoras: Púrpura, música en el cuerpo. Entonces, en el año 2000, él decidió buscar música en la desnudez y encontró que sí era posible, pero una de sus preocupaciones era no sacarle moretones a la gente. “Empecé a experimentar con mi propio cuerpo y después con Lía (su primera esposa) y después con las otras personas”, dice César. “Tuve que romper muchos miedos al tocarle el cuerpo a un hombre. Mi ejercicio fue siempre muy respetuoso. Si había alguien que no mostrara respeto tenía que irse”. El espectáculo se presentó en el Auditorio León de Greiff, de la Universidad Nacional, y fue invitado al programa de televisión Yo, José Gabriel. Muchos lo oyeron y fue una gran noticia. Su objetivo más adelante fue grabar un disco, pero simbolizándolo en personajes de la vida nacional. “Por ejemplo, si vamos a hacer algo sobre el perdón, tocar sobre el cuerpo de Navarro”, dice él. 33


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“Siempre he intentado acompañarlo y apoyarlo con lo que tengo y lo que soy”, dice su amigo Javier Piraquive. “Sus ideas son vanguardistas, en un principio parecen fuera de lógica y al final son reales y ejecutables”. Y es verdad, sus proyectos cada día son más descabellados y desconocidos para una sociedad cerrada ante el arte, donde él se ha hecho líder y pionero. César hace posible cualquier sueño artístico. “Pienso que es de los músicos colombianos que tiene perfectamente claro qué es lo que quiere”, opina Ricardo Gómez, músico, amigo y colaborador de estos proyectos. “Su música es sublime y emotiva y, por ende, hermosísima y está muy bien hecha. Hasta la fecha hay cosas de sus proyectos sonoros que no logro entender, por ejemplo, Púrpura, aún no sé cuál es realmente el fin de ese rollo”.

CRISTINA En 1994, cuando aún no contaba con veinte años, se enamoró de Lía Uribe, una fagotista que conoció en el conservatorio. Su relación fue tan intensa que un día decidió casarse e irse a vivir junto a ella. “Para mí fue duro”, dice su madre. “Tremendamente difícil. Pensé que no estaba preparado para el matrimonio. Era muy joven”. Fue una época muy dura. Pese a que fueron felices, hubo momentos en que no tenían qué comer y debían caminar con los instrumentos al hombro, pues tocaban donde fuera. Sin embargo, ella siempre estuvo ahí. Pronto vinieron oportunidades y Lía tuvo que viajar a Estados Unidos, gracias a una beca. Él no fue y la relación empezó a desvanecerse. “Yo debí haberme ido, pero no lo hice”, dijo César. “Cuando nos veíamos después de algún tiempo ya estábamos muy cambiados, no comíamos lo mismo, no hablamos lo mismo. No funcionaba”. Seis años después se separaron y Cesar entró en una gran crisis. Estuvo muy aislado en su casa, se dedicó a componer y a tocar piano. Pero el amor volvió el día que conoció a Cristina Umaña. Se enamoraron y aunque son muy diferentes, se arriesgaron a compartir una relación de pareja. “Decidimos casarnos en Bogotá el 16 de febrero [de 2002]”, dijo Cristina a Directo Bogotá. “El día antes de casarnos me dio una serenata en zorra. Vistió a dos tipos de pingüinos y decoró el caballo, y como todos sus amigos son músicos, hizo una procesión por todo el barrio (La Soledad), en cada esquina uno de ellos se subía a la zorra y me cantaba una canción”. Él le ha entregado su vida y ella se dedicó a hacerla un poquito mejor. Cristina decoró la casa de tres pisos, con estilo y gusto, de manera que la música ocupa el primer lugar. En la sala descansa una colección de guitarras excéntricas y llamativas. Al lado de ellas aparecen quince múcuras con diferentes formas y orificios. Un contrabajo le 34

da la bienvenida al tercer piso y, al fondo, en un rincón especial, descansa el piano de César, su lugar predilecto. Además, Cristina consiguió a Ana, quien no sólo se encarga de la casa —mientras ella graba y hace películas—, sino que cuida de la alimentación de César. También contrató un chofer, Aristóbulo, pues según Cristina cada vez que César se montaba en el carro, lo estrellaba. Claro que un día Aristóbulo también se estrelló y se dieron cuenta de que “el problema de pronto era el carro”, como dijo César en broma. Ahora, aunque ella sale mucho de viaje, tratan de hablar y fortalecer su rela-


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ción cada día más. “Con el trabajo de los invisibles, he estado al lado viendo, sorprendiéndome y conmoviéndome, con esta realidad que es tan dura, pero tan válida”, dice Cristina, quien ha sido una de sus grandes colaboradoras en todas sus obras. “Creo que lo más grandioso de César es la capacidad de hacer lo que piensa. Eso me ha enseñado que sí podemos llevar a cabo nuestros sueños”.

RED DE SOÑADORES Sumado a la poca colaboración de la Alcaldía, actualmente la situación de Los Invisibles Invencibles se ha vuelto muy difícil. Muchos de ellos han recaído en la droga y el alcohol. No obstante, para cada uno de ellos César continúa siendo muy especial, el amigo que pocas veces han tenido. “César es nuestro padrino, el que nos ayudó a salir de todo esto, es un berraco”, dice Luis Armando Orejuela ‘Blaky’ un moreno de 1,90 metros, quien toca con una guitarra medio destruida, mientras bebe media de aguardiente a diario. Él es uno de los más característicos dentro de este grupo. A pesar de todo esto, para César todo es justificable. “A ellos les cambió la vida, ahora son alguien, tienen un disco, han hecho algo”, dice. “César es para mí como el Rey de Salem, el del Alquimista, esa persona que te ayuda a realizar tu leyenda personal”, dice Jennifer Martínez, una joven de 25 años, quien hizo parte del grupo de Los Invisibles Invencibles y que toca en los buses hace cinco años. “Es como ese ángel que a uno se le aparece y le dice que vale la pena soñar y luchar por lo que se quiere”. El objetivo actual es sacar a todos los músicos que se pueda de la calle, que la gente empiece a cambiar su percepción de estas personas que —según él— son los que miden la tristeza y la felicidad de la ciudad. Así, quizá, según César, la Alcaldía empiece a ayudarlos, a darles salud, un seguro, una vida digna y respeto a su arte. Ahora Francisco —otro de los músicos de Los Invisibles Invencibles— ya fue invitado a participar en algunos capítulos de la exitosa serie de televisión Francisco, el matemático, mientras busca que una disquera lo apoye en su carrera artística.

César aún tiene muchos proyectos en la cabeza: escribir un libro sobre un método de “rehabilitación auditiva”, que trata de ayudar a las personas a potenciar el oído y la memoria; un concierto por teléfono donde músicos y público estarían conectados en diferentes partes del país; seguir tocando con la Orquesta Neutral, un grupo de músicos o “batallón de creación inmediata”, como lo llama él, que se manifiesta ante cualquier suceso violento en el país. Y, por supuesto, ayudar a más grupos de músicos con la Red de Soñadores, la cual se encarga de promover nuevos talentos. Hace poco terminó la segunda parte de Alas de prueba, y para agradecer a todos los que estuvieron a su lado escribió: “Ésta es una carta de amor en ella quiero dejar esta emoción que me sacude por tener entre las manos mi nuevo hijo... mi nuevo disco alas de prueba ii su composición vino cargada de horas difíciles... de angustia... de preguntas sin respuesta de horas y días hermosos de satisfacciones irrepetibles. de música corazón y alas. Éste es otro sueño cumplido resultado de un esfuerzo tenaz. Es un homenaje al milagro de estar vivo. Es un disparo al corazón de todos nosotros para que broten lágrimas y flores para que volvamos a creer para levantarnos después de caer para abandonar el miedo a vivir y a sentir. Por eso hoy al borde del precipicio, abro mis alas para volar”. La música seguirá presente en su vida. Las convocatorias para músicos de la calle se seguirán haciendo y César continuará realizando sus sueños. 1-5 César López en medio de los integrantes de uno de sus más disparatados y deslumbrantes sueños: grabar un disco con los cantantes de la calle. 35


retrovisor

el cementerio central

LOS DESPLAZADOS POR ISABELA RESTREPO VILLEGAS

DEL CEMENTERIO La aparición de una fosa común en el Cementerio Central con cerca de cuatro mil cadáveres que fueron arrojados allí tras el Bogotazo, se convierte, paradójicamente, en la última esperanza de más de 400 marmolistas, talladores de lápidas, vendedores de flores, comerciantes y empleados para no ser desalojados por el gobierno distrital. En este reportaje se narran sus malabares para sobrevivir entre los muertos.

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1-2 Un camposanto ubicado en el Cementerio Central detuvo los planes de la Alcaldía de sacar a los comerciantes y artistas de la zona, quienes han propuesto modificaciones al parque que allí se piensa construir. 36

“El hombre es verdaderamente hombre desde que entierra dignamente y sin discriminación a sus muertos”, dice Olga Lucía Toquica, presidenta de la Asociación de Marmoleros y Floristeros del Cementerio Central. “Mi madre vio cuando el 9 de abril de 1948 llegaban volquetadas de gente muerta que fueron enterrados en un potrero del Cementerio Central de Bogotá. Los tiraban enfiladitos”. En ese terreno de tierra rocosa —pero colmada de árboles— descansan cerca de 3.900 restos de niños, mujeres y ancianos que murieron el mismo día que fue asesinado el dirigente liberal Jorge Eliécer Gaitán, según historiadores de la época. Hoy, estos restos —paradójicamente— se han convertido en la única alternativa para que más de 400 marmolistas, talladores de lápidas, decoradores, empleados administrativos del consorcio que administra el cementerio, vendedores de flores y comerciantes del cementerio no sean desalojados por el gobierno de la ciudad. Allí, en diminutos locales de tres metros por dos, adecuados años atrás por la administración del alcalde mayor Fernando Mazuera, en plena carrera 20 con calle 26, marmolistas, talladores y vendedores han trabajado por más de 45 años. De las utilidades que perciben los locales, poco más de 200 familias derivan sus sustento y —según ellos— se generan alrededor de dos mil empleos indirectos. Entre ellos se encuentran vendedores de chance, lotería, tintos y aromática, santos, velas, bóvedas y osarios auxiliares de distribución de flores y mármoles, músicos y los dueños y empleados de los restaurantes aledaños.


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LA CARRERA 20

Este lugar —que ya es patrimonio arquitectónico y cultural del país— fue divido en 1957 en tres globos. En el primero, llamado “Globo A” y popularmente conocido como el “cementerio de los ricos”, descansan los cuerpos de los ilustres habitantes de la ciudad en tumbas o panteones; pero también se encuentran numerosos mausoleos de gremios y asociaciones de trabajadores que democratizan el sector. En el llamado “Globo B” —o “cementerio de los pobres” como ellos mismos lo llaman— hoy se encuentran cerca de 18 mil bóvedas, en su gran mayoría vacías. En este terreno, desde el nueve de abril de este año coincidencialmente, un grupo de arqueólogos, antropólogos, especialistas en ciencias forenses y estudiantes de la Universidad Nacional, contratados por el Instituto de Recreación y Deporte (IDRD) vienen buscando —con sigilo de investigadores privados— las evidencias de los cuerpos enterrados los días aciagos del Bogotazo. En el terreno restante, el llamado “Globo C” , se construyó el Parque Renacimiento que fue inaugurado durante la administración del alcalde Enrique Peñalosa. Este parque —destinado a la recreación pasiva de los bogotanos— da la bienvenida con una escultura ecuestre de Fernando Botero. Poco antes de que cumpliera su período como burgomaestre de la ciudad, Peñalosa ya había planeado convertir “Globo B” también en un parque. La iniciativa, que contó con el apoyo mayoritario de un grupo de ediles de la zona, nunca contempló —no obstante— una alternativa de reubicación y trabajo para los marmolistas, talladores, vendedores de flores y comerciantes. “Desde que supimos de la construcción del parque hemos vivido en la zozobra permanente de no saber qué va a pasar con nosotros”, dijo Héctor Cifuentes, vendedor de lápidas. “Nuestra única esperanza es que el IDRD declare al cementerio camposanto”. Pero lo que parecía un proceso de fácil trámite y ejecución para la administración de Antanas Mockus —amparada en el acuerdo 6 de 1990 que cambió el uso del suelo del Cementerio Central, para volverlo un gran parque de recreación— terminó convirtiéndose en un complejo juego de póquer, cuyos jugadores han contado con más de un as bajo la manga.

El conflicto entre trabajadores de la zona y el gobierno de la ciudad se inició en el año 2000 cuando un grupo de agentes de policía —en un operativo de recuperación del espacio público— irrumpió en los locales de los marmolistas, talladores, vendedores de flores y comerciantes y destrozaron flores, lápidas, mármoles, y hasta utensilios de trabajo que fueron decomisados y arrojados a las volquetas. “Ante una agresión de la Policía hubo una agresión por parte de los usuarios”, dice Olga Lucía Toquica. “Hubo varios golpeados y una mujer retenida”. Lo insólito y complejo del conflicto —como la resistencia de los comerciantes— se explica porque fue el propio gobierno distrital el que, 48 años atrás, “legalizó”, de alguna manera, las actividades de estos trabajadores informales. Fue la Alcadía Mayor la que les asignó los espacios de los locales que fueron adecuados por ellos en 1957. Fue la extinta EDIS (Empresa Distrital de Servicios Públicos) la que trazó una línea amarilla —a lo largo de la carrera 20— que les indicaba hasta dónde podían ofrecer sus productos en la acera. Y fue la EDIS, además, la entidad que pagaba los costos del agua que consumían los locales y les cobraba arriendo, mediante diminutos recibos amarillos, cuyos dineros consignaba en la Tesorería Distrital. Marmolistas, talladores, vendedores de flores y comerciantes, por esas circunstancias, nunca imaginaron que el Concejo de Bogotá —mediante el mencionado acuerdo— decidiera cambiar el uso del suelo. Desde entonces, su vida en la carrera 20 se ha vuelto difícil. La EDIS fue liquidada en 1993 por malos manejos administrativos —especialmente por los ocurridos durante la administración de Fabio Puyo— y los pagos que se hacían por el agua nunca se volvieron a efectuar. La Unidad Ejecutiva de Servicios Públicos (UESP, entidad que reemplazó a la EDIS en 1998) decidió, entonces, no pagar el valor de los recibos del agua y a la Empresa de Acueducto no le quedó otro camino distinto al de suspender el servicio. La mayoría de comerciantes resolvieron, entonces, dejar de pagar el valor del arrendamiento de los cánones que —incluso— algunos nunca efectuaron. La administración del cementerio, que había quedado a cargo desde 1996 del Consorcio Carlos Jorge Silva Bernal (COTRANSFUN), tampoco se hizo cargo del pago de los recibos, y hoy marmolistas, talladores, vendedores de flores y comerciantes llevan dos años sin agua. Los más afectados con la restricción han sido los comerciantes de flores —por lo general mujeres— que han tenido que almacenar en tarros grandes de basura el agua que les venden los carro tanques del Distrito a 1.800 pesos el balde. 37


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LOS ASES BAJO LA MANGA La vida siguió sin agua. Pero la amenaza del desalojo continuó latente, pues la UESP empezó a tomar las medidas de cierre del cementerio suspendiendo los entierros en el Globo B. Incluso, varias familias que tenían parientes enterrados en las bóvedas tuvieron que ir a reclamar los cadáveres un año antes de los cinco previstos de acuerdo con los reglamentos. En dos ocasiones se tuvieron que cremar los cuerpos de dos cadáveres que se habían descompuesto. Sin embargo, Héctor Cifuentes, vendedor de mármol, dice que “los cuerpos en cuatro años no alcanzan a descomponerse en su totalidad”. Lo cierto es que algunos familiares de las personas que aún permanecen en las galerías, las han tenido que enterrar dos veces: una en el cementerio y otra cuando llevan los restos a los hornos crematorios. De este cementerio —que tiene más de 300 años— ya sólo quedan seis columnarias de un blanco dudoso, demacrado y solitario donde se encuentran 18 mil bóvedas, en su mayoría vacías, que han perdido su forma con las pulsadas de los canteros en su esfuerzo por sacar uno a uno los cuerpos de los muertos e ir librando el desolado lugar de las almas de quienes permanecieron ahí cuatro, cinco o seis años atrás. Para agosto de este año no debe quedar una lápida más en el cementerio, lo que para estos comerciantes significa no tener a quién vender el mármol y las flores. Las inhumaciones fueron suspendidas desde mayo de 2000 con el propósito de agilizar la construcción de un parque de recreación activa en el Globo B. Los operativos de la Policía continuaron y la comunidad —a través de la Asociación de Trabajadores y Comerciantes del Cementerio Central— inició un proceso de tire y afloje con la administración de la ciudad para no ser

desalojados. En una primera instancia, gobierno y comunidad acordaron —a instancias de la Alcaldía Local de los Mártires— que la Unidad Ejecutiva de la localidad iba a estudiar la “posibilidad de incluir el desarrollo de procesos productivos” para los trabajadores. Pero, a la fecha, no se ha formulado ninguna alternativa. “Yo no sé si se fueron a Harvard porque nada que llegan”, dice Toquica refiriéndose a las alternativas de trabajo por diseñar. Y ante la falta de alternativas, la comunidad decidió defenderse con las uñas. En varios escritos —dirigidos al Alcalde Mayor, al Alcalde Local, al Instituto Distrital de Recreación y Deporte, a la Veeduría Distrital y a la Corporación La Candelaria— Toquica y otros líderes de la zona solicitaron que fueran contempladas sus propuestas de reubicación de marmolistas, talladores, vendedores de flores y comerciantes y les avisó de la existencia de la fosa común del 9 de abril en el llamado Globo B. Las respuestas que obtuvieron no pudieron ser más contradictorias. El alcalde Mockus nunca aceptó reunirse con la Asociación. El subdirector de construcciones del IDRD, Óscar Andrés Pereira —en comunicación 1300000 de 2003— dijo que el Plan Maestro del Parque “no contempla la reubicación de los comerciantes de flores y marmolería” y que una vez “se resolviera la situación jurídica y administrativa de los locales”, serían desocupados y, eventualmente, derrumbados. Pero la opinión de la Corporación La Candelaria —entidad rectora del patrimonio cultural en la ciudad— parece ir en contravía, mientras los comerciantes han recibido señales contradictorias en estas comunicaciones.

1-4 Si la nueva alternativa de recreación no contempla a los artistas del mármol y los arreglos florales, 200 familias tendrán que buscar un nuevo oficio para sobrevivir. 38


retrovisor | Isabela Restrepo Villegas LOS DESPLAZADOS DEL CEMENTERIO

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¿UN PARQUE SOBRE UN CAMPOSANTO? El principal problema que enfrentan las autoridades para terminar la construcción del parque es el hecho de que en el Globo B yacen miles de cuerpos enterrados. Información que primero supo la comunidad y que sienta un preocupante antecedente, pues pareciera que el gobierno distrital no estuviera enterado. Después de un estudio, y en respuesta a una petición de la líder Toquica, Alberto Escobar, gerente de la Corporación La Candelaria, dijo que aunque el Globo B no es Monumento Nacional o un bien de interés cultural —a diferencia del Cementerio Central (Globo A) que goza de ambas declaratorias—, no considera conveniente que se construya un parque de recreación activa en dicho lugar. “Se realizó una investigación histórica que dio la primera información sobre la existencia de la fosa común del 9 de abril de 1948”, dice la comunicación fechada el pasado 11 de abril. “Con esta información, que constató que tanto el Globo B como el Parque Renacimiento hicieron parte del Cementerio Central desde finales del siglo XIX, se le recomendó al Instituto de Recreación y Deporte que reconsiderara el diseño que tenía elaborado para el parque de recreación activa de la Calle 26 que se piensa construir en el Globo B, por no tener en cuenta ninguna de las determinantes históricas o patrimoniales del lugar”. Lo paradójico de la iniciativa de la construcción del parque de recreación activa —con canchas de fútbol, pista y baloncesto— es que surge con el argumento de que el sector no cuenta con parques, cuando éste tiene cuatro más (Pasto Redondo, Óscar, Teusaquillo y Ala Solar). “Esos parques están llenos de indigentes y zorreros”, dice Jesús Fierro, vendedor de mármol. “¿Por qué no se preocupan por arreglar esos primero? No es que nosotros vayamos en contra del progreso de la ciudad. Lo único que pedimos es que no se nos saque de aquí”. De empeñarse el IDRD y la Alcaldía Mayor en culminar el proyecto tal y como lo dejó Peñalosa, sería desconocer las recomendaciones de la Corporación La Candelaria e implicaría un nuevo desplazamiento de estos vendedores

cuya actividad y espacios fueron legalizados por el propio gobierno años atrás. De acogerse la iniciativa de los líderes de la zona, el IDRD tendría que negociar sobre planos la construcción de un parque de recreación pasiva que contemple a los artistas del mármol, el cincel y las flores. “Lo triste es que la posibilidad de quedarnos aquí dependa de sí se declara o no el cementerio como camposanto y no por la identidad cultural, el hito simbólico y la memoria colectiva que esta calle ha preservado durante casi 60 años”, dice Toquica.

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cine

películas para públicos bogotanos

LOS CACHACOS DE POR RUBY CHAGÜI SPATH

JÖRG HILLER

El director de la película “Como el gato y el ratón”, Jörg Hiller, barranquillero bogotanizado, recrea a los típicos cachacos y a los representantes de todas las colonias de la capital para contar historias duras que hablan de la más genuina idiosincrasia. Retratar a los mágicos y a los malvados, al mariachi y al atracador, al tierno y al atroz, a aquellos “cachacos patrióticos que creen que Bogotá es el mejor vívidero del mundo”, pero también a los cachacos malos y envidiosos, es lo que le interesa mostrar a Jörg Hiller en sus películas. La cotidianidad, pero sobre todo la ‘dualidad’ de los personajes bogotanos. “Yo quiero que mis historias digan algo, que hablen por sí solas, que dejen un aprendizaje”, dice Hiller. “Los colombianos tenemos unos personajes sacados de un imaginario popular muy extenso y hay que aprovecharlos”. La idiosincrasia colombiana, y más aún la bogotana que cuenta con una gran diversidad de colonias nacionales ya establecidas en la ciudad, es tremendamente rica. El escritor y director de cine Jörg Hiller, a sus 28 años —y quien se considera “más bogotano que cualquier cosa”—, ha producido lo que él llama historias blancas: aquellas que reflejan el conflicto humano, cotidiano e interno de las familias, aprovechando cada cosa que la gente le cuenta, las anécdotas, o lo que en algún momento le llama la atención. “A mí no me interesan los problemas de la droga o los conflictos por religión, política o violencia”, dice Hiller. “A mí me interesa mostrar la verdadera Bogotá, los problemas del grosor de la gente, de sus barrios, de sus familias, de su vivir diario”. Historias sencillas como la de La taza de té de papá —cortometraje que ganó el primer lugar en la convocatoria del Ministerio de Cultura en 1997—, en el que una niña deja ver la falta de comunicación en su casa cuando se 40

sientan a tomar una taza de té con puré de papas (la dieta para el mal de estómago del papá), son las que Jörg quiere indagar. Historias de corte amable, que no pretenden crear polémica o agredir. Lo cierto es que El juez, La puerta falsa, Como el gato y el ratón, entre otras, no surgen de la nada, sino de imágenes, de una especie de destello, del “momento de la idea”, que significa que hay algo que merece ser contado, que tiene un valor agradable y llamativo. Jörg toma ese destello y lo trabaja. Su oficio es estructurado. “Es como hacer un edificio, piso por piso, paso por paso, así al final tienes un producto”, dice Hiller. “La versión romántica del escritor que se sienta frente a un computador y le salen 140 páginas de la nada, no existe”. Pero su trabajo no termina en la historia. “El guión es sólo un manual de instrucciones”, que va a tomar un director, y sobre eso va a crear. Hiller es director de cine, y por eso queda más satisfecho cuando aparte de escribir el guión, ve cómo le da vida a su idea. “En el cine hay muchos momentos valiosos; es muy bonita la experiencia de uno imaginarse la historia y luego ver cómo realmente es, por eso lo ideal para mí es que lo escriba y lo dirija”, dice. Cuando los actores desbordan al personaje, el producto tiene mejor resultado. Más aún cuando la mayoría de sus producciones son para públicos bogotanos. Y la respuesta ha sido excelente. Como el gato y el ratón recibió dos premios como película y cuatro como proyecto: dos del Ministerio de Cultura y dos del Fondo del Ministerio de Cultura de Francia que ayudaron a financiarla. Si se tiene en cuenta que el dinero es el gran obstáculo para


cine | Ruby Chagüi Spath LOS CACHACOS DE JÖRG HILLER

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la producción de cine en Colombia, sobre todo porque en el país apenas está empezando a despegar la industria, Hiller considera que “si tuviéramos mucho dinero tendríamos más cine, mejor y peor”. Además, la competencia resulta feroz, la gente está acostumbrada a ver cine estadounidense y en segunda instancia el europeo. Y ante el cine latinoamericano el público ni está preparado ni dispuesto del todo. “Tenemos las ideas, el talento, la tecnología, los sonidistas, toda la parte técnica resuelta, lo único que necesitamos son recursos para formar industria”, dice Hiller. La nuestra es una industria competida y con pocos recursos disponibles, los cuales disputan los amantes del cine. Jörg ha tenido buena suerte con las convocatorias y con el equipo que lo ha acompañado en sus producciones. “Yo les debo mucho a quienes me han acompañado, por eso hoy puedo mostrar buenos resultados”.

EL ORIGEN DEL OFICIO Jörg Hiller nació en Barranquilla, pero desde los siete años vive en Bogotá, y se considera más cachaco que cualquier otro. Nunca pensó en escribir historias para el medio audiovisual. No obstante, cuando era pequeño leía muchas novelas, e incluso escribió una a los doce años, de la que hoy se ríe. Después de haber obtenido en Emerson College el título BS en Mass Communication-Film (Comunicación Social con énfasis en Dirección de Cine) 1994-1997, no pensó en que también escribiría para cine. Pero cuando regresó a Colombia y se puso a buscar trabajo, como la situación estaba difícil, tuvo que escribir historias para televisión. Fue Bernardo Romero quien vio sus escritos y le ofreció

trabajo en su nueva empresa. De allí surgieron los tres premios de las convocatorias del Ministerio de Cultura: La taza de té de papá, corto en 16 milímetros (1997); La puerta falsa, cortometraje que ganó un premio en 1999, y Como el gato y el ratón, que se llamaba En lo oscuro, un guión de 140 páginas escrito quince días antes de la convocatoria, en 1998. Esta película hecha en súper 16 milímetros, que costó 800 millones de pesos, ha sido el trabajo más conocido de Hiller. La historia surgió de la curiosidad que siempre ha tenido el director por los barrios situados en los cerros de Bogotá. Le llamó la atención pasar por San Cristóbal y Ciudad Bolívar, y ver que por la noche parecían una constelación gracias a todas las luces encendidas de las casas. Cuando se puso a investigar, se dio cuenta de que la luz era pirateada, que la gente ponía cables, que se subía a los postes y que tenía luz gratis. Así fue como empezó a estructurar el tema y lo asoció con una historia entre dos familias. Jörg quería demostrar que “más que un problema de guerrilla y narcotráfico, hay un problema muy serio de orgullo nacional que nos hace creernos mejores que los demás”. Como el gato y el ratón ha sido presentada en varios festivales de cine, y a “nivel moral” ha sido muy buena, pero en lo económico no le fue tan bien como Hiller hubiera querido. Esto se debe en parte a que la película tiene un final muy duro, muy triste, y por eso deja un mal sabor de boca.

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libros

Don Julio Mario

TOCAR AL INTOCABLE

POR DIEGO RUBIO

“Un día me llamaron de un programa radial para entrevistarme, pero antes de salir al aire uno de los periodistas me dijo: ‘Hermanito, hablemos del libro, pero no le dé muy duro a Don Julio Mario porque nos botan a todos’”. Con esta anécdota Gerardo Reyes, autor de Don Julio Mario, la biografía no autorizada del multimillonario colombiano Julio Mario Santo Domingo, no sólo recrea el poder que tiene el magnate, también advierte sobre el deplorable y manoseado manejo que se le da a la información en Colombia. Parece increíble que un libro que cuenta la vida de uno de los hombres más ricos, poderosos e influyentes del país (si no el más) no pueda tener el despliegue publicitario que se merece y haya un cierto consenso para silenciarlo. Lo rescatable es que en el turbulento mar de presiones —directas e indirectas— que perjudican al periodismo en Colombia salga a flote la verdad aparente de que “uno de los países del mundo en donde los ingresos de los habitantes están más injustamente distribuidos se maneja como una finca”, como lo describe el autor, con todas las repercusiones que esto tiene; ésas que sufre, en últimas, todo el país. Obviamente esta vasta finca cuenta con un hombre que, según el libro, influye en las decisiones más importantes en el país y está inmiscuido en todos los rincones de la sociedad: Julio Mario Santo Domingo. Éstas, pasionales en muchos casos, literalmente se toman, pues en ocasiones son el resultado de una noche de copas con sus amigos de la ‘crema y nata’ en alguna de sus propiedades en Bogotá o en el exterior con los hombres más ricos del planeta.

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Santo Domingo es prácticamente un asesor del presidente de turno, a quien más vale que se tenga en cuenta por dos razones: primero, porque lo más probable es que él haya sido el mayor contribuyente a su campaña presidencial, y, segundo, porque si no lo escucha, puede adentrarse en una desgastante batalla contra el Congreso, donde el millonario tiene tanta influencia que cuenta con un ‘as’ —conocido como el ‘congresista 162’— que asiste a todas las sesiones y es frecuentemente consultado para que los fallos que se dicten no vayan en contravía de los intereses de su superior, según cuenta Gerardo Reyes en este libro. También tiene supervisores en las grandes reuniones sociales del país, razón por la cual siempre está al tanto de los chismes y las jugadas del jet set criollo. En la alta sociedad colombiana, en la que su familia lleva más de un siglo participando activamente, tiene tantos enemigos como amigos, a quienes mueve como fichas de ajedrez según sus intereses y gustos. Muchas veces por medio de engaños y traiciones. Pasa la mayoría del tiempo en Nueva York en un edificio donde vivió el multimillonario petrolero John D. Rockefeller y hoy en día es reconocido por albergar a muchos de los hombres más ricos y poderosos del mundo. Es amigo íntimo del dueño de la gigante compañía disquera Virgin Records, asiste a subastas de arte en la prestigiosa casa Christie’s y más de una vez ha cenado con las familias reales de Inglaterra y Mónaco.


libros | Diego Rubio EL PADRINO

Cuando visita Colombia encuentra un producto suyo en prácticamente cualquier rincón. Incluso antes de pisar suelo colombiano puede estar montado en un avión de su empresa Avianca —hoy Alianza Summa—, cuando decide no venir en su avión privado. Ha sido dueño, y es dueño todavía, de algunas de las empresas colombianas más grandes; entre ellas Bavaria, Caracol Radio y Televisión, el periódico El Espectador y la revista Cromos, sólo para mencionar algunas. Tal vez por esto pretende manejar los medios de comunicación —que describe como “un revólver que cuando uno lo necesita lo saca y dispara”—, a su antojo. Tal vez por esto Santo Domingo no le quiso conceder siquiera una entrevista al autor antes de la publicación del libro, que se vende más por la divulgación boca a boca de su alta calidad investigativa y narrativa, que por su despliegue mediático. “El mangoneo de los medios por parte de sus propietarios o acreedores no es una modalidad única de Santo Domingo, los demás magnates la practican a su estilo y con sus herramientas: Ardila Lülle, Luis Carlos Sarmiento, el Sindicato Antioqueño”, dijo Gerardo Reyes en una entrevista con Directo Bogotá. “Pregunte en una sala de redacción a quién no le han ‘capado’ una nota por criterios de conveniencia personal, política o comercial de los editores o propietarios del medio”. Y es que esta triste realidad toca al periodismo nacional en todos sus ámbitos. Tal vez por lo que el autor describe como “terror —en este caso a Santo Domingo— de muchos periodistas famosos y varios dueños de medios de comunicación”, pocos han tenido el valor de hablar del libro, analizarlo, comentarlo y, menos, de hablar del multimillonario y su encanto, a veces sucio, para conseguir lo que quiere, más allá de su amplia chequera y su pinta de

poderoso —a veces diabólico— playboy. Aquí es donde los periodistas nos preguntamos en palabras de Reyes: “¿Cuál es la diferencia entre la censura que ejerce un gobierno déspota sobre un periódico para que no salga una información y la que impone un editor interesado en su bolsillo o sus aspiraciones políticas?”. Ninguna. Por eso es tan importante que libros como Don Julio Mario se publiquen cada vez con mayor frecuencia. Ojalá con la misma dedicación, el mismo manejo de la información —que a pesar de no contar con la voz de Santo Domingo, se torna creíble a través de testimonios y conversaciones recreadas—, y el mismo lenguaje sencillo y directo. Ojalá, también, con menos errores de tipografía y de sintaxis que, por momentos, entorpecen la lectura y desorientan el sentido de las ideas. Me quedo, para finalizar, con las palabras de Reyes, quien dice que la única manera de entender perfectamente el silencio de algunos medios escritos, televisivos y radiales sobre el libro, es leyéndolo.

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