Directo Bogotá # 07

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Revista escrita por estudiantes de la Carrera de Comunicación Social, editada por los profesores del Campo de Periodismo

{*Editorial

Qué y quién es noticia en Bogotá

* Cabos sueltos} Opinión en cápsulas

Directora Maryluz Vallejo Editora de Fotografía Marcela Rodríguez Reporteros en esta edición Kelly García, Mariana Suárez, Eduardo Gómez, Angélica Gallón, Andrés Delgado, Maria Ximena Plaza, Lina María Alfaro, Edwin Bohórquez, Melissa Serrato, Juan Camilo Maldonado, Santiago Moya, Marcela Riomalo. Fotografía Viviana Patricia Sánchez, Hernán Camilo Barreto, David Tarazona, Sofía Reyes, Carolina Jiménez, Juan Camilo Maldonado, Jorge Rosada, Fabio Gallego, Sergio Rodríguez, Nicolás Osorio, Linda Acosta, Sandra Parra, John Naranjo, Juan Pablo Daza. Diseño y diagramación mottif.

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[ ] esta } ciónCENTRAL

Las dos bibliotecas del Congreso

“Bogotá sin hambre”: salidas para una emergencia ciudadana

El sueño bolivariano

17[*]entre VISTA

Guillermo Calle: “soy un adicto al cine”

* vanGUARdias

>Y tENDENcias

[repor *] taJE

La séptima remirada

gráfico

Decana del Medio Universitario Doris Reniz C. Director de la Carrera de Comunicación y Lenguaje José Miguel Pereira Directora del Departamento de Comunicación Maritza Ceballos

DIVINO rostro

Torero de pura casta

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Pontificia Universidad Javeriana Carrera de Comunicación Social

52 Columnista *invitado

}

Informes y suscripciones Trasversal 4ª No. 42-00, piso 6 Teléfono 320 83 20 ext. 4587 Fax 320 83 20 ext. 4576 Correo electrónico: directobogota@javeriana.edu.co Maryluz.vallejo@javeriana.edu.co

( ) libroS *36

Los niños malditos de Charry

Ventas Tienda Javeriana Distribución El Malpensante

}

Decano Académico Jûrgen Holberck B

Lorca palpita en Chapinero Sazón negro en Bogotá

Corrección de estilo Gustavo Patiño Impresión Panamericana Formas e Impresos S.A.

La crema y nata de la pastelería francesa

El Envenenador

51 {Sección *** de los LECTORES

Apagá la tele , viví la ciudad

Omar Rincón

** * OMENAJE 54

H

Malpensar para triunfar

t ] V 58

Ciudad Triple X


Qué y quién es noticia

EN BOGOTÁ

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*Edito rial

++ + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + De+las desarrolló investigación +++++++++ + +seis + +ciudades + + + +en + que + + se ++ + + + + la ++ + + + + + +¿Qué + + es + +noticia? + + + +Sujetos, ++++++++++++ ++++++++ + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + de + +inves+++++++++++ fuentes y agendas de la información en Colombia, realizada por un equipo + + + + + + + +tigadores, + + + + +entre + + profesores + + + + + y+estudiantes + + + + + +de+la+ Facultad +++++ + + + + + + + + + + +++++++++++ de Comunicación y Lenguaje +++++++++ + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + ++ de la Universidad Javeriana, y cofinanciada por la Fundación Konrad Adenauer, se+ + + + + + + + + +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ presentan + + + + + + + + +focalizan + + + + los + +resultados + + + + +en+ Bogotá. + + + +También + + + + se ++ + + + + cruces + + + de + +interés + + + con + +las ++++++++++ siete de+comunicación + + + + + + + encuestas + + + + +realizadas + + + + +a+122 + +periodistas + + + + +de ++ + +medios ++++ + + + + + + y+a+100 + +habi+++++++++++ + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +tantes + + +de+Bogotá + + + +que ++ + + + + + +telefónicamente. ++++++++++++++++ respondieron +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ Después de analizar 1.217 piezas periodísticas de los siete medios de comunicación con mayor rating en la capital colombiana1  –El Tiempo, El Espacio, RCN Básica, La WFM, Radio Uno, RCN Televisión y Caracol Televisión– se hicieron hallazgos reveladores sobre los epicentros, los temas, los sujetos y las fuentes de la información de las agendas de estos medios.

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El epicentro de los acontecimientos está en Bogotá en un 52%, y en un 27% en departamentos y regiones, lo que refleja una marcada tendencia al periodismo de proximidad, con acento en lo urbano; mientras en otras ciudades del país, como en Medellín, Barranquila y Cali, en más de un 70%, el epicentro está en la periferia y no en las ciudades capitales, lo que denota una mayor conciencia de región. Predomina el periodismo de declaraciones, con un 34%, estrechamente relacionado con el peso de las fuentes oficiales que marcan un 54%, entre las cuales tienen mayor figuración voceros de la Policía Nacional, de los ministerios y de las alcaldías. Otra modalidad destacada es la información de resultados, con un 31%, muy ligada a información de espectáculos, de eventos deportivos y de logros en materia de obras públicas y de seguridad, temas de alto registro en las agendas analizadas. La tendencia al periodismo de declaraciones da cuenta de unas rutinas sedentarias que distancian al reportero de la calle y de la vivencia de los acontecimientos para hacerlo depender del teléfono, de los boletines oficiales o de la información institucionalizada. Otro aspecto para resaltar en los resultados es la tendencia al unifuentismo, con un 43%, que se registra en Bogotá, al igual que en Medellín y en Barranquilla. Un 30% presenta más de dos fuentes; lo grave es que un 27% de las piezas carece de fuentes. Asimismo, mientras en la encuesta los periodistas afirman que en un 84% contrastan sus fuentes para todo tipo de información, en el análisis de las agendas se encontró que el 90% de las piezas analizadas no tiene contraste. Este resultado lleva a hablar de una construcción de la información muy supeditada a las versiones de los hechos más que al relato del propio periodista o al contraste de puntos de vista que enriquezcan la interpretación. Estas dinámicas en las rutinas de producción informativa también se reflejan en el pobre uso de los géneros periodísticos, donde la noticia reina en todos los medios como una estructura estandarizada. También llama la atención el predominio de las fuentes masculinas en un 71%, frente a un 15% de fuentes femeninas. Una diferencia de género tan marcada sólo se vio en Bogotá y en Barranquilla. Las mujeres particularmente se pronuncian como fuentes respecto a temas relacionados con la cultura y el ***** 1 Según resultados del Estudio General de Medios del año 2003.


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entretenimiento, los problemas sociales y la salud; mientras que los hombres hablan de casi todo, particularmente de deportes, seguridad y política. Al analizar la composición de las fuentes de la información, sorprende que en los medios capitalinos los grupos ilegales marquen muy bajo porcentaje, pero tengan un poco más de presencia como sujetos de quienes hablan las piezas informativas. Aquí entran en juego dos factores: primero, que domina como tema la criminalidad y no tanto el conflicto armado; segundo, que priman como fuentes las oficiales, entre las cuales se destaca la Policía, y ello demuestra que los hechos que atentan contra la vida e integridad de las personas están registrados desde la oficialidad de las fuentes. Aquí se podría hablar también de una estrategia mediática del gobierno de Álvaro Uribe Vélez para bajar el perfil y la visibilidad del conflicto armado a partir de acuerdos con las empresas periodísticas. Cabe destacar que pese a la poca visibilidad que tiene el conflicto armado en la agenda de los medios, las audiencias consultadas lo señalaron como el problema más importante que tiene que resolver el país. Igualmente los deportistas y las celebridades registran bajos porcentajes como fuentes, 2% y 4%, respectivamente, e incluso como sujetos de la información, aunque como temas la cultura y el espectáculo se ubiquen en un segundo lugar en las agendas informativas bogotanas, con un 18%, después de la criminalidad. Estas piezas, que en su mayoría hablan de espectáculos, se construye a partir de boletines e información promocional, y no tanto a partir de fuentes directas, como lo corrobora el siguiente gráfico en el que asuntos varios, deportes y cultura–entretenimiento marcan tendencias representativas de construcción informativa con cero fuentes. Otro aspecto para destacar es que tanto el deporte como el entretenimiento tienen una referencia más internacional que nacional en la agendas. De ahí que resulte tan baja la presencia del deporte cuando en los noticieros de televisión, por ejemplo, suele ocupar una tercera parte de la emisión. En la prensa y en la radio sí se puede explicar el escaso registro de la información deportiva porque el análisis de contenido se limitó a los cuadernillos centrales en la prensa y a una franja horaria de las emisiones radiales.

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Entre las fuentes de mayor figuración están las del sector oficial, como se dijo antes, pero también son muy visibles la Iglesia, las víctimas y testigos de los hechos, y la empresa privada. Prácticamente invisibles en su papel de fuentes y de sujetos de la información son los desplazados, las negritudes, los indígenas, los jóvenes, las minorías sexuales, lo cual habla de unas agendas informativas bastante excluyentes. Estos resultados contrastan con las respuestas de los periodistas, para quienes las demandas y reclamos de las audiencias, en su mayoría gente del común, son atendidas frecuentemente en un 72%. Y otra sorpresa en esta relación de hallazgos: ¡el narcotráfico sólo marca un 1% en las agendas informativas de los medios! El mismo porcentaje que tienen los narcotraficantes como fuentes y sujetos de la información, lo que significa que este tema hoy en día está pasando más por las narrativas del cine y de la televisión, aunque prevalezca esta imagen del país a escala internacional. Para terminar este diagnóstico, queda claro que los medios bogotanos ofrecen agendas muy oficialistas y convencionales –tanto en sus contenidos, como en sus fuentes y en su construcción informativa–, limitadas a los registros escuetos de los hechos, sin contraste de voces y opiniones y sin que respondan a las demandas reales de los ciudadanos. Pese a ello, las audiencias bogotanas les conceden una mediana credibilidad, de un 70%, y una alta credibilidad en un 26%. Inmerecida acogida para unos medios que no han sabido dar cuenta de la riqueza de historias y de la diversidad de temas de la ciudad, de la región y del país.

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* sueltos Cabos } fuenteovejuna4@hotmail.com

> EL OTRO MORENO > DEL DIVISMO AL DISTRITO

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El Instituto Distrital de Cultura y Turismo ganó con su nueva directora a una artista de innegable talento, pero la ciudad no perdió para nada a su diva. Todo lo contrario: su voz y su presencia se han multiplicado ahora que tiene el reflector siguiéndola de día y de noche. Recién nombrada, apareció cantando en un montaje infantil en el Jorge Eliécer Gaitán, en los festejos de Bogotá anunció con pregones a capella las novedades, y su voz de mezzosoprano sorprendió a las bandas de Rock al Parque en la fiesta que les hizo la anfitriona. Por si fuera poco, con motivo del homenaje que le organizó inmotivadamente a Darío Echandía, encontramos un artículo suyo en el que evoca su época de joven abogada uniandina, cuando fue la admirada asistente del maestro, publicado en las Lecturas de El Tiempo y en Urbícola (periódico oficial del IDCT), a manera de editorial. Aferrada a su voz cantante, firma los documentos públicos con su nombre artístico. Al fin y al cabo, el Alcalde la nombró para darle visibilidad a un instituto que tiene más presupuesto y más programas que el propio Ministerio de Cultura. Ojalá que doña Martha mantenga el tono y el temple para batutear los problemas administrativos que heredó de la pasada administración de Laura Restrepo (mejor dicho, de María Candelaria Posada), y que tiene puertas adentro a la Controlaría Distrital. Quieran sus musas que la campaña “Bogotá tiene su flor” (inspiración de su más caro asesor, Guillermo Angulo) la distraiga de tantos sinsabores. Maryluz Vallejo

En enero se cumplirá el primer año de La Otra Verdad, sin que haya dejado de incomodar a los círculos de poder y de dar comidilla a la opinión. Su director, Pedro Juan Moreno Villa, empresario y político antioqueño, es el atormentador verdugo del actual gobierno, del cual se autodesterró tras haber sido el de más confianza. Para unos, es un “saltimbanqui de marras”, sin principios ni ética pública, según lo definió Fernando Garavito; para otros, un héroe nacional, un investigador revelado. La revista ha generado polémica y ha puesto sobre la cuerda floja la legitimidad del gobierno, de sus funcionarios y de sus instituciones. Desde sus títulos sugerentes, Moreno le ha apostado a destapar la “mentirocracia”, el asesinato de Álvaro Gómez, el costoso avión presidencial, los negocios ilegales del vicefiscal y, sobre todo, a atacar la reelección. Aunque su distribución ha sido más bien restringida, La otra verdad llega a los interesados, especialmente a los congresistas, y como se puede leer en Internet, ha alcanzando cierto eco internacional. Con aciertos de fondo y desaciertos de forma, La Otra Verdad seguramente seguirá destapando esas verdades que la censura oficial se afana en negar. Lo paradójico es que en la era uribista el periodismo investigativo más agresivo lo estén haciendo los otrora amigos del presidente. Laura Henao

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> DIEZ AÑOS DE RITUAL > ENTIERRO DE QUINTA Señalar a los trabajadores de Inravisión y de Audiovisuales, con su componente pensional, como la causa de inviabilidad de esas dos entidades es como judicializar moralmente a quienes, mal que bien, han cumplido el pacto que hoy el Estado, ineficiente e improvisador, se niega a llevar a cabo.

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La décima edición de Rock al Parque quedará grabada en la memoria de cerca de 400 mil personas que a sol y a agua se dejaron llevar por el rumor de los metaleros y los rituales del pogo. A diferencia de otras versiones, el ejército rockero llegó sin hacer ruido, y con ello dio cuenta de que para hacerse escuchar no hay que hablar demasiado, desnudarse o venderse; tampoco es necesario matar, callar o pagar. Es suficiente con cantar aquellos himnos que derrumban fronteras y disipan el estruendo de los noticieros. Rock al Parque, más que diez años de música, es tanto un espacio en el que se celebra la diferencia y la tolerancia como un microcosmos donde reina la buena onda y donde el sentido de la palabra democracia adquiere vida propia. Sobran los adjetivos para describir un lugar para tanto “templo sin Dios”, tanto ciudadano sin ciudad, como cantó Robi Draco en esa hermosa noche de cierre.

Este hecho parece más una típica jugada a tres bandas del Estado, como se diría en el billar (el deporte que ahora tendrán que practicar los cerca de 400 trabajadores liquidados, sin derecho a réplica o a pataleo). De un plumazo se quita de encima el millonario pasivo pensional. De paso —ante la imposibilidad legislativa de acabarla—, le endosa a la incómoda Comisión Nacional de Televisión el pago de los otros trabajadores, haciéndola más ineficaz, quitándole dientes (si los tuvo) y ‘embargándole’ el único poder que le quedaba: el manejo de los dineros que dejó la cesión temporal del espectro electromagnétiNicolás Vallejo co del país a los canales privados. Finalmente, favorece a unos buenos amigos con contratos a dedo para emitir lo poco que queda y para mantener la red pública, como lo denunció Noticias Uno. + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + Claro, no +es + que+el +país de + la + + + + + + + + pierda + + al+ paladín + + + televisión + + + +de+calidad + + con + +el entierro + + + de + quinta + + + + + + + + + + + +lustro, + + no + ha + + + + + de + un + instituto que+en+el+último + + +ni+el control + + +de+los+ canales + + + + + + + + tenido Uno+y + A (hoy + + + + + + + + + + + + + + institucional), ni del canal cultural (que no + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + da + señal + + por + +ninguna + + parte), + + +para + convertirlos + + + + + + + + siquiera en una discreta alternativa los + + + + + + + + + + + + + + + + +para + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + resignados televidentes. + + + + + + + + + + + + + + + + + + + Mario Morales + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +Eli +Guerra: + + + + + + + + + + + + + + + + + +electrizante. + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +foto: + Jorge + + + Posada + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +

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Las dos BIBLIOTECAS del CONGRESO Por Edwin Bohórquez y Natalia Perea Fotos de Nicolás Osorio

Para no desentonar con la composición de las dos cámaras, el Congreso de la República también cuenta con dos bibliotecas: una recién inaugurada, en la Casa de la Candelaria, un valioso inmueble patrimonial que alberga noventa mil volúmenes, y otra para la que no alcanzó el presupuesto y funciona en precarias condiciones a escasa distancia de la nueva sede.

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En la carrera 6a con calle 8a descansa una remodelada casa esquinera del centro de Bogotá que tiene en su interior algo especial que la diferencia de todas las demás. Son las colecciones bibliográficas personales de Juan Lozano y Lozano, Luis Eduardo Nieto Caballero y Eduardo Nieto Calderón. La Casa de la Candelaria, como es llamada esta antigua propiedad, es desde el 16 de julio de este año la nueva sede de la Biblioteca del Congreso de la República.

Sala de lectura de la nueva biblioteca con ochenta puestos de lectura y once puntos de red.

Con una inversión de 500 millones de pesos, el Congreso aportó el capital económico para la pintura, la remodelación, la infraestructura y el inventario de las colecciones de la casa, que fue cedida por el Ministerio de Transporte. La Biblioteca Pública Piloto y la Universidad de Antioquia se encargaron de seleccionar los libros, de limpiarlos, de revisarlos técnicamente y de catalogarlos, mediante un convenio firmado con el Congreso. La otra cara de la biblioteca está en el antiguo Convento de Santa Clara, unas cuantas calles más al occidente, en la calle 9a con carrera 9a. En esta vieja casona del barrio La Candelaria reposa la hemeroteca que, por razones de espacio, según Myriam Saavedra, secretaria de Germán Vargas Lleras, presidente del Senado, no fue incluida en el proyecto de reestructuración de la biblioteca, que sólo abarcó la colección general de libros y no las revistas y periódicos. Mientras en la Biblioteca Luis Carlos Galán Sarmiento, a cargo del Senado, la colección general de libros cuenta con un catálogo de búsqueda bibliográfica en línea, internet para los congresistas, visitas guiadas, capacitación de usuarios, asesoría en la búsqueda de la información, consulta en sala, ochenta puestos de lectura y tres salas compuestas por innumerables libros que reposan en estanterías nuevas, la hemeroteca, que es manejada por la Cámara de Representantes, está compuesta por dos pequeños, oscuros, sucios y desorganizados salones. En uno de ellos, cuatro viejos muebles de casi tres metros de alto sirven como soporte de muchas de las ediciones de la Gaceta del Congreso y del Diario Oficial de la Nación, entre ellos el documento original del Diario Oficial, donde se firmó la Constitución de 1821, deteriorado completamente y arrumado entre los muchos ejemplares, rotos, averiados y gastados por el tiempo y por la falta de mantenimiento. Sólo existen en el mismo salón tres mesas para que los investigadores, los estudiantes, los congresistas y los visitantes consulten los proyectos de ley y las leyes aprobadas por el Congreso de la República y publicadas en la Gaceta del Congreso. En el salón contiguo, dos viejos computadores contienen una pequeña base de datos

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Aspecto de la hemeroteca donde valiosos archivos permanecen arrumados. Fotografía de Edwin Bohórquez.

que, junto con una clasificación manual, son el único sistema para ubicar el material requerido por los visitantes. No hay internet, y a causa del poco espacio, los periódicos que por falta de recursos no han podido ser empastados están arrinconados desde el piso hasta el inicio de las únicas dos ventanas que hay en el lugar y que no se pueden abrir, porque la falta de mantenimiento las mantiene selladas. La historia legislativa de los colombianos que no haya sido publicada en libros se encuentra en esta vieja colección, que no hace parte de la Biblioteca Luis Carlos Galán Sarmiento, pues según Enrique González, asesor administrativo de la Cámara, “la hemeroteca es un proyecto próximo a realizarse, porque es una gran inversión que requiere varios años. Tendrá una gran capacidad, porque lo que se maneja allí es una cantidad de volúmenes que todos los días aumenta”. ENTRE LAS DOS CARAS Así es como en la nueva sede de la biblioteca se puede

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encontrar un bien cultural de la Nación conformado por cerca de noventa mil volúmenes. Según Diana Cristancho, técnica en administración documental y bibliotecología, quien hizo parte de la primera fase de reestructuración, “33 mil de ellos están organizados alfabéticamente, el restante está clasificado por temas y números topográficos”. En su gran mayoría los libros son originales y muchos están autografiados por sus autores. Entre las joyas bibliográficas que se encuentran están la Constitución de 1821 de la República de Colombia, el Censo Jeneral [sic] de Población de la República de Nueva Granada de 1835 y 1843 y la Constitución Política de Estados Unidos de Colombia de 1863, ambas debidamente guardadas, pues sólo fueron expuestas el día de la inauguración. Pero no sólo allí reposan joyas bibliográficas, también seis sillas presidenciales que fueron recuperadas y puestas en exhibición en los pasillos de la casa. Por otro lado, la hemeroteca, sin tecnología, sin ventilación, con dos viejos escritorios y problemas de organización, espera que le llegue su turno. En uno de los rincones de la casa Santa Clara, se encuentran dos computadores, uno de los cuales se sacó del almacén donde se guardan las cosas que están fuera de servicio, para el proyecto que según la administración de la Cámara de Representantes “será algo impresionante”, como aseguró Enrique González, funcionario de la administración.

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BOGOTÁ

SIN HAMBRE: salidas para una emergencia ciudadana

Por María Ximena Plaza y Andrés Delgado Fotos de Linda Acosta y Sandra Parra

9 Cuando falta poco para que se cumpla un año de la alcaldía de Luis Eduardo Garzón, los bogotanos empiezan a evaluar su gestión. Aquí se pasa revista a “Bogotá sin hambre”, uno de los programas bandera para combatir la indiferencia ciudadana, al que le sobran buenas intenciones, pero le faltan dientes.

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El 55,38% de los habitantes de Bogotá se encuentra debajo de la línea de pobreza, y en el 8,6% de las familias, un miembro no llega a consumir las tres comidas diarias, según estudios recientes. Responder a esta dramática situación fue uno de los lemas de campaña de Luis Eduardo Garzón para la Alcaldía de Bogotá; sin embargo, es poco lo que se conoce del programa “Bogotá sin hambre”. Raúl Eduardo Arbelaéz, uno de los fundadores del Banco de Alimentos de la Arquidiócesis de Bogotá, aclara que “Bogotá sin hambre institucionalmente no existe”, sino que funciona como un grupo asesor y consultor de la Administración para coordinar las acciones de instituciones distritales como el Departamento Administrativo de Bienestar Social (DABS). Según este consultor, la gran novedad de “Bogotá sin hambre” consiste en que aporta un concepto global de pobreza a estas instituciones, que venían trabajando de forma aislada.

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Pero para Jaime Torres —quien en su tesis de doctorado en la London School of Economics analizó la situación de la capital en los últimos años— el gran inconveniente de arranque del programa es justamente su desvinculación de la institucionalidad, pues los mismos principios que atraviesan la propuesta —descentralización, participación y democracia— contradicen la formación de un ente asesor. Para él, la descentralización radica en que no sólo un grupo formule las políticas de ejecución del programa, sino que tanto la administración distrital como las Juntas de Acción Locales (JAL) compartan la mesa del diálogo. Y ése fue el detonante de los celos institucionales que, de algún modo, demoró la instalación de la oficina del programa en la Alcaldía. En medio de estos tropiezos, alrededor del objetivo primordial de brindar seguridad alimentaria y nutricional a la ciudad, el programa planteó tres ejes de acción. El más conocido de todos es el social o la acción de nutrición y alimentación, que abarca los comedores comunitarios e infantiles, la alimentación escolar, los restaurantes populares y el Banco de Alimentos. La gran meta es proveer alimen-

tos a 625.000 personas, repartidos en 27 mil almuerzos diarios, 477.846 almuerzos escolares, 7 mil para habitantes de la calle y pandilleros y 49.340 cupos de alimentación alimentaria y nutricional como 76.000 almuerzos diarios en comedores comunitarios. También 9.880 bonos canjeables por alimentos y 100 salas amigas para madres lactantes. Pero del total de la cifra (625.000 personas) tan sólo 125.000 tendrán acceso a capacitación nutricional. A través del programa “Nutrir para el futuro”, de la administración de Antanas Mockus, se implementó el cubrimiento a 200.000 personas. Entonces, según comentó Ángela María Robledo, directora del DABS durante la segunda administración de Mockus, en un conversatorio sobre hambre e inclusión social en Bogotá, para ser el plan bandera de Garzón las expectativas de cubrimiento son limitadas. Un documento del DABS certifica la existencia de ocho comedores comunitarios abiertos a 2.400 personas, que generalmente son niños desescolarizados, mujeres gestantes, madres lactantes, adultos mayores, personas con limitaciones físicas, madres cabeza de familia, familias desempleadas, recicladotes y desplaza-


dos. Jessica Stephenson, asesora del programa, acepta que ya se localizaron 300 comedores comunitarios, la mayoría de los cuales surgió por iniciativa comunitaria o privada. Por encontrarse incomunicados, el programa sugiere la creación de una red y su formalización como empresas sociales. Prueba de estas iniciativas comunitarias es el comedor que abrió el padre italiano Pío Battaclía el pasado primero de septiembre, en el barrio Lisboa, de la localidad de Suba. Las instalaciones pertenecen a la Parroquia Beato Juan Bautista Scalabrini, y tanto la alimentación como el personal corren por cuenta del Distrito, a través del DABS. Actualmente el comedor reúne a 300 beneficiarios de la zona, que compran una sopa, un plato fuerte y un postre por 300 pesos. Gustavo Montañez, subdirector de Desarrollo Local del DABS, insiste en la importancia de la iniciativa, dado que “este comedor está localizado en un barrio en donde predominan niveles de Sisbén 1 y 2 de la población, como de los alrededores”. En agosto, el Sena llevó a cabo cursos de manipulación y preparación de alimentos a 200 comedores comunitarios y madres comunitarias en las localidades de Bosa, Usme, Suba,

Kennedy y Rafael Uribe. Cotelco, por su parte, los realizó con 85 personas de las localidades de Bosa y Chapinero, según el informe sobre avances de “Bogotá sin hambre” hasta el mes de agosto.

ALIMENTOS HAY, PERO NO LLEGAN Ante las constantes críticas que recibe este programa por el asistencialismo que se le atribuye, la defensa de los asesores consiste en la explicación del segundo eje: urbano-regional o de abastecimiento de alimentos. Un 30% de los alimentos se pierden en Corabastos por ineficiencias en el manejo, y lo más grave de todo es que el 49,6% de la población es de ingresos bajos, por ende, con un poder de compra limitado. Muchas veces no cuentan con el acceso a ellos, dado que existe una carencia en la infraestructura de distribución para los estratos 1 y 2, que a la vez se encarece por la cantidad significativa de intermediarios en el sistema. Éstas fueron las razones para proyectar un sistema de abastecimiento de la ciudad en un marco regional donde se crearán las siguientes redes: Agrored, que comunicará a los productores rurales asociados; la Nutrired, que conectará a los consumidores urbanos, los comerciantes y los tenderos, y, por último, los nodos logísticos, encargados de manejar la entrada y salida de alimentos. Esta plataforma reducirá los costos de la canasta familiar. En el “Encuentro-Taller sobre el tema agroalimentario para Bogotá”, realizado en julio pasado, los campesinos reclamaron porque el Distrito no los consultó sobre su futura participación en el proyecto de “Bogotá sin hambre”. En este sentido, los agricultores desconocen los beneficios reales que pueda tener la implementación de redes de abastecimiento alimentarias. Un posible perjuicio para los campesinos es la eliminación de intermediarios en el proceso de distribución, que traería como consecuencia un éxodo social a causa del desempleo. Tanto Corabastos como varios hipermercados proveen al Banco de la Arquidiócesis de Bogotá alimentos que no se encuentran en condiciones

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de primera calidad. El Banco, a su vez, entrega las provisiones a la población más vulnerable. Sin embargo, de acuerdo con Jessica Stephenson, “en ocasiones alcanzan su fecha de expiración, por lo tanto, se pierden o los beneficiarios reciben las provisiones en deficiente estado. Por ello ‘Bogotá sin hambre’ se propone mejorar los canales de distribución de la Arquidiócesis para que los alimentos se entreguen en buenas condiciones y en el tiempo adecuado”. Según el padre Daniel Saldarriaga, director del Banco de Alimentos de la Arquidiócesis de Bogotá, las cuarenta toneladas de alimentos que se reciben de empresas como Carrefour, Carulla, Éxito, entre otras, son entregadas a los distintos comedores registrados en la base de datos. En caso de donaciones adicionales, el Banco convoca a otras instituciones. Aunque algunos de los alimentos que proveen ya pasaron la fecha de vencimiento, aún no están dañados”. Acepta que “el Banco no está a cargo de la distribución hacia las mesas comunitarias”.

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2005 y concluirá todas sus fases en el 2015.

De acuerdo con el citado informe de “Bogotá sin hambre” sobre los avances del programa, la Embajada de los Países Bajos presentó una propuesta para colaborar con el diseño y financiación de las plataformas logísticas para el sistema de abastecimiento en Bogotá con el aporte del sector privado holandés. Asimismo, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) contribuyó con el diseño de la política de seguimiento y evaluación del plan maestro de abastecimiento.

La causa principal de la postergación es la falta de presupuesto, porque el equipo desconoce de dónde saldrán los recursos. De acuerdo con Raúl Arbeláez, “el alcalde no podía contar con recursos que no tenía cuando se posesionó”. Entre las fuentes de financiación está la descapitalización de Codensa, que todavía está en entredicho. Una de las decisiones que compromete su realización es que el proyecto para dotar de presupuesto a los programas sociales de la ciudad fue archivado por parte del Concejo de Bogotá, el pasado 7 de septiembre. La cifra negada fue de 1.800 millones de pesos; sin embargo, Gustavo Montañez dice que “el dinero que maneja el DABS será distribuido para solventar los gastos del programa”.

Durante este primer año de administración de Garzón se adelantaron estudios sobre la situación de Bogotá y el planteamiento del programa. El grupo asesor inició conversaciones con agentes de Corabastos y con la Arquidiócesis de Bogotá, los tenderos ubicaron el nutricombo en sus tiendas como mecanismo para mejorar los estándares de salud y, finalmente, el programa expuso el Plan Maestro de Abastecimiento a la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC) como a otros gremios, pero el paquete grueso del programa no se ha ejecutado. Según Stephenson, empezará a funcionar a partir del

LA CIUDADANÍA EN “BOGOTÁ SIN HAMBRE” La responsabilidad social es el eje que cobró más fuerza en los cuatro últimos meses: un llamado al compromiso ciudadano para definir participativamente las prioridades colectivas. Se cuenta así con la colaboración del tercer sector, de la empresa, de la academia, de organismos internacionales y de los movimientos ciudadanos. Treinta entidades del sector privado, así como las fundaciones Corona y Santo Domingo, entre otras, se acercaron en agosto a dialogar con la Alcaldía sobre la forma en que pueden ayudar con “Bogotá sin hambre” en la


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miércoles del mes entregan provisiones a los necesitados que se acercan a la parroquia, que en general son habitantes de barrios aledaños, como Bosque Calderón y los Olivos. La pastoral organiza la recolección de alimentos entre los feligreses, pero las ofrendas son escasas. Lo cierto es que esta parroquia no ha sido contactada por el programa “Bogotá sin hambre” para hacer parte de la red de asistencia. En definitiva es la Arquidiócesis de Bogotá la que está liderando esta gestión.

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El Sueño Por Andrés Delgado Darnalt. Fotos de Nicolás Osorio

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BOLIVARIANO

Hace 25 años se anunció la construcción de dos megaparques para honrar la memoria del Libertador. El Simón Bolívar se concretó, pero hay que recordarles a los bogotanos que todavía la administración está en deuda con el proyecto verde que nace en la Quinta de Bolívar.

El jardín bolivariano es el sugestivo nombre de una exposición que se puede recorrer en la Quinta de Bolívar. Uno de los tantos afiches regados por el jardín interno cuenta que en 1979 se expidió una ley para la construcción de dos parques en homenaje al bicentenario del Libertador: el Parque Simón Bolívar, que se hizo realidad en el occidente de la ciudad, y el Jardín Bolivariano, que ni siquiera hoy, después de 25 años, existe sobre planos. Aparentemente, el proyecto está resucitando gracias a Luis Bernardo Campuzano, administrador de la Quinta de Bolívar. Con su participación en los diferentes talleres que se han realizado para definir el Plan Zonal del Centro de Bogotá —más conocido como PZCB—, Campuzano ha defendido el proyecto hasta lograr “conquistar un puesto en las discusiones y que sea reconocido como tema prioritario”. El PZCB, una herramienta de planificación urbana que define las condiciones de ordenamiento del centro de Bogotá, se ha ido construyendo en los diferentes talleres con habitantes y empresarios del sector. Tras analizar las bondades y debilidades de cada proyecto urbano, se elabora el documento final. Los planes zonales son una de las estrategias de ordenamiento urbano que establece el Plan de Ordenamiento Territorial (POT), aprobado en el 2003. En estas discusiones, el Jardín se ha planteado como un parque lineal que iniciaría su recorrido en los cerros orientales, pasando “por la ronda del río San Francisco, el Chorro de Padilla, el Puente Holguín y el antejardín de la Quinta de Bolívar, hasta desembocar en la calle primera sobre el par-

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que Germania y la primera poceta del Eje Ambiental de la Avenida Jiménez”, según un documento de la Oficina de Renovación Urbana. Este proyecto forma parte de una estructura ecológica mucho más grande llamada Parque Paseo de Piedemonte, incluida en el Plan. Con ésta se busca unir la zona alta del Parque Nacional, que se convertiría en el Parque Nacional de Piedemonte, con una franja de espacio público de lado y lado de la avenida Circunvalar, llamada Parque Bolivariano de Piedemonte, que iría hasta el corredor ambiental del barrio La Hortúa, en el sur de la ciudad, en un recorrido de 4,35 kilómetros. De esta última franja se desprende el Jardín Bolivariano, unión de los cerros con el Eje Ambiental. El Jardín Botánico se encargaría de identificar las especies nativas de los cerros y de etiquetarlas con sus nombres científicos, pero hasta el momento no ha recibido el llamado de la Oficina de Renovación Urbana, entidad que Raúl Escobar Ochoa, director del Jardín Botánico, considera “que ejerce una función integradora en el tema del Jardín Bolivariano como la entidad líder. Estamos pendientes de que nos convoque junto al IDRD y al DAMA para participar en la construcción del Jardín”. Por su parte, la Oficina de Renovación Urbana no respondió a las preguntas de Directo Bogotá, relacionadas con el estado del proyecto. María Valencia, arquitecta que trabajó en esta entidad durante el primer semestre del año, reconoce que “ha faltado gestión entre las entidades para concretar el Jardín Bolivariano. La Oficina de Renovación Urbana jamás ha mostrado interés en el proyecto”. El Acueducto, propietario de los terrenos donde se construiría el jardín, desconoce el tema, y hasta el momento no ha participado en ninguna de las reuniones convocadas por el PZCB. ¿Falta de información o falta de gestión? No importa cuál sea la causa, iniciativas como el Jardín Bolivariano no pueden depender de la falta de compromiso de los funcionarios responsables de la renovación de la ciudad, porque quienes salen perdiendo son los bogotanos: en calidad de vida, en disfrute del centro histórico y en la confianza que depositan en los dirigentes. Además, como afirma Gustavo Montaño, director de Espacio Público del Instituto de Desarrollo Urbano (IDU), este proyecto ayudaría a solucionar problemas de espacio público del centro, “pues es la zona más antigua y más urbana de la ciudad, pero es la que tiene menos zonas verdes”. Los que argumenten que el problema está en la falta de presupuesto, encontrarán una enconada defensa por parte de la gente comprometida con el Jardín. “De manera extraoficial me han dicho que el proyecto es costoso. ¡Pero es que no ven que ya todo está hecho! Sólo toca resolver temas

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De todos modos, gracias a las gestiones del PZCB, se han adelantado ciertos aspectos. “Ha habido gran aceptación por parte de la comunidad respecto a la propuesta del sistema de parques. No creo que vaya a ser rechazado, pero todavía falta estudiar los tiempos para la ejecución de dichos proyectos y las prioridades de inversión —si se hará por valorización o con apoyo de la empresa privada—”, afirma Diana Wiesner, asesora del PZCB en el tema del medio ambiente. Por lo pronto, la creación de una conciencia con respecto al sueño del Jardín Bolivariano la está realizando Luis Bernardo Campuzano por medio de su exposición. Esto, para llevar a la gente a luchar, retomando la frase de campaña del ex alcalde Enrique Peñalosa, “Por la Bogotá que queremos”.

El proyecto de parque lineal culminaría en el Eje Ambiental de la Avenida Jiménez

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“soy un adicto al cine” Por Santiago Moya. Foto de Santiago Daza.

Uno de los más veteranos en el oficio habla sobre la aventura quijotesca de hacer cine en Colombia, propia de soñadores como sus amigos del equipo realizador de Colombian Dream, la película de Felipe Aljure que en pocos meses llegará a las carteleras.

Guillermo Calle Delgado ha sido productor, director, editor y escritor en el medio audiovisual colombiano por más de veinte años. Tiene una pequeña productora llamada Mandarin Films, con la que hace videos y comerciales, y está trabajando en la película Colombian Dream, dirigida por Felipe Aljure. Es profesor de Ficción en la Javeriana y se encarga de acompañar todos los cortometrajes que se realizan en esta universidad. Es recordado por haber dirigido y escrito numerosos proyectos, como la comedia Romeo y buseta y el programa para niños Imagínate, también ha sido productor en diferentes cortometrajes y películas, como Visa USA, de Lisandro Duque, y Rodrigo D no futuro, de Víctor Gaviria. Este hombre rubio, de mediana estatura, 54 años de edad y barba poblada, que enciende un cigarrillo tras otro, confiesa con voz ronca y pausada que ha vivido una lucha constante desde el día en que descubrió su pasión por el cine. Después de estar diez años alejado del medio cinematográfico, regresa con una nueva película y habla de su experiencia a Directo Bogotá.

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Directo Bogotá (DB): el equipo de la película Colombian Dream pronto va a terminar el rodaje, ¿cómo ha sido su participación en esta experiencia? Guillermo Calle (GC): llevo trabajando con Felipe Aljure veinte años. Nos conocimos trabajando en cine. En esta película no he sido coguionista, pero sí un compañero de viaje en el guión desde que empezó. Felipe me ofreció la producción ejecutiva y la asistencia de dirección, pero no quise aceptar. Yo quería estar sin hacer nada, ayudar a Felipe en lo que pudiera y no más.


DB: ha trabajado como director en televisión, pero aún no se ha lanzado al agua como director de cine, ¿por qué? GC: básicamente por plata, porque proyectos ha habido. Hace dos años y medio hice un largometraje con Producciones Punch. Está editado, montado y todo listo, pero Punch, como todas las programadoras de antes, entró en proceso de quiebra y no ha habido plata para mostrarlo.

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DB: ¿por qué estudió Derecho? GC: en mi familia había muchos abogados. Me gustaba la audiencia pública, además, quería ser un abogado muy importante, pero entré a la universidad y me cambió la percepción del mundo. Me gustó mucho la parte filosófica y la historia, pero cuando entré a ver Procesal, entendí que ésa no era mi carrera. Sin embargo, aunque no me gustaba, la terminé. Esa formación me condujo al humanismo. Yo nunca pensé tener sensibilidad artística hasta que en Ecuador conocí a un documentalista que me enseñó sobre cine. Cuando volví a Colombia, ya no quería ser abogado para nada, quería hacer cine. DB: ¿se considera un buen productor? GC: fui muy buen productor y me fue muy bien. En la época de los ochenta no paré de hacer cine y me llamaba todo el mundo, porque era muy eficaz. Me preocupé mucho por no ser sólo un administrador de bienes y servicios, que es lo que hace un productor, sino también por ser un cineasta. Lo primero que me interesaba era la calidad, me metía mucho con los guiones y trabajaba con los directores. Esa administración de bienes y servicios estaba tamizada por la visión de cine y por hacer la mejor película. DB: entonces, ¿se ve más como creador que como productor? GC: como creador, claro. Si me hubiera perfilado como productor, ahora tendría mucha plata. La producción para mí era como un trampolín para meterme en la parte creativa, lo que yo quería. Aproveché para aprender de dirección, de dramaturgia, y para estar con los mejores directores colombianos.

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DB: y, ¿como profesor? GC: me encanta ser profesor. Me llamaron muchas veces antes y nunca me pudieron convencer, porque tenía miedo a hablar y a los alumnos. El año pasado me llamaron para hacer un taller en la Javeriana y les dije que iba si podía hacer lo que yo quisiera: un taller donde no se hable carreta, donde hagamos cine en video. Me metí con gran susto, pero me di cuenta de que me fascina, porque a mí lo que me gusta en la vida es hacer cine y eso es lo que hago con los estudiantes. DB: ¿qué tipo de historias le gustan? GC: me gustan todos los géneros, creo que un género bien desarrollado es una película buena, pero tengo mis preferencias. Me gusta la comedia, tengo una tendencia natural hacia el humor y comencé en una comedia, dirigiendo y escribiendo Romeo y buseta, con Pepe Sánchez. DB: ¿qué opina de la televisión? GC: siempre critiqué la manera como se produce. Primero porque yo venía del cine, y la televisión, en aras de vender un producto, daña los contenidos y las formas adecuadas de producirlos con alta calidad, lo que requiere más billete y más tiempo. DB: ¿qué les falta a los creadores colombianos? GC: en cine nos falta oficio. Hay unas condiciones muy difíciles para hacer cine, básicamente surgidas de la carencia de capital. Éste es un país muy intenso, un país que está en guerra, entonces muchas de las temáticas se volcaron a mirar la violencia; eso nos limitó un poco. Pero el verdadero problema es la falta de oficio, pues cuando tú haces un guión cada diez años, no puedes tener constancia. DB: ¿cuál es su película colombiana favorita? GC: admiro mucho a Víctor Gaviria, pero me gusta más La vendedora de rosas que Rodrigo D no futuro, a pesar de que estuve involucrado en

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esta última. Otra película que me gusta mucho es La gente de La Universal. También hay una vieja película que me fascina, de José María Arzuaga, Pasado el meridiano. DB: ¿qué significó para usted la película Rodrigo D no futuro? GC: mucho, porque la hicimos en medio de la guerra, en unas circunstancias supremamente difíciles, y porque fue una película que trató de reflejar desgarradamente una realidad que se estaba viviendo en Medellín: la guerra de Pablo Escobar contra el Estado, todo el problema del narcotráfico y del sicariato. Fue una película que me marcó no solamente como profesional en el cine, sino que también me marcó la vida. DB: y ¿Colombian Dream? GC: ante todo es una identidad muy grande en términos ideológicos, políticos y de sueños con Felipe, que es mi amigo y hermano, y a quien quiero y valoro mucho. La idea es que no nos pase lo mismo que con La gente de La Universal, que la tuvimos dos años y medio paralizada en un escritorio, porque no había condiciones de distribución ni pauta publicitaria. Es un drama tener una película con una inversión de nuestra plata, con deudas, hipotecando la casa y sin cobrar sueldos para que pase eso. No podemos caer en la misma experiencia y esperamos que en abril esté al aire. DB: ¿cuál es su mayor debilidad? GC: yo creo que mi mayor debilidad es el cine y mi mayor fortaleza al mismo tiempo, porque éste es un vicio, uno es adicto al cine, y después de que uno hace cine queda tocado de por vida; por lo menos a mí me pasó y a algunos amigos míos. Yo por el cine he dejado de hacer muchas cosas que me darían más rentabilidad económica.

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DB: ¿por qué es tan apasionante hacer cine? GC: de pronto porque no existe en Colombia. En cien años de cine no hemos podido desarrollar una industria, porque el Estado no ve lo que representa una industria del cine para + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +

un país. Eso hace que el cine sea un elemento mágico, y que cuando uno logra ser poseído por esa magia, no vuelva a aterrizar nunca más en la Tierra. Somos unos quijotes, los que hacemos esto somos unos idealistas. No conozco a ningún director ni productor que haya hecho fortuna haciendo cine. DB: ¿cuál cita se quedó sin cumplir? GC: para mí hacer una película es una de las citas incumplidas que tengo pendientes, porque estoy en mora hace mucho tiempo de hacer un largometraje. He trabajado para los proyectos de los demás, y no me arrepiento de nada, pero nunca me ha quedado tiempo para trabajar en un proyecto mío. DB: ¿cómo ve a los jóvenes y futuros realizadores? GC: muy bien. Pienso que Colombia es un país muy inteligente, a pesar de nuestras desgracias. Creo que el mundo se ha deshumanizado, porque tiene como paradigma al tipo que quiere hacer plata. Cuando entré a trabajar con los estudiantes, pensé que iba a encontrar jóvenes metalizados, y no. Para mi sorpresa, me he encontrado con una cantidad de humanismo que no esperaba.

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DB: ¿dónde se ve en el futuro? GC: idílicamente me veo en un país distinto, ojalá que la vida me alcance para ver la solución del conflicto. Esa sería la realización de mi mayor utopía, porque creo mucho en esto, quitarle al país la tragedia y que quede solamente con la potencia positiva, que es la inteligencia de ser colombiano. DB: y ¿el cine? GC: me veo en el cine, indudablemente, hasta que me muera. Yo creo que ya me morí en esta vaina. No me imagino haciendo otra cosa.

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La Crema y Nata Por Mariana Suárez y Eduardo Gómez Fotos de Fabio Gallego

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PASTELERÍA FRANCESA Perfil de Michel, Jacques y Roger, tres reconocidos pasteleros franceses que trajeron a Bogotá la mejor tradición de la pastelería gala artesanal. Amasan los cruasanes con tanto amor que la clientela se vuelve adicta y devota.

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Todo huele a Francia en la Pastelería de Jacques


Canastas con una variedad inimaginable de panes, milhojas, tortas de manzana y trinitarios, eclaires cubiertos de chocolate, cruasanes de almendras, merengues, repollas y flanes son algunas muestras de la Pâtisserie, con la que tres franceses han deleitado a su clientela bogotana desde hace muchos años. Pero, además de la tradición pastelera, Michel, Jacques y Roger comparten un ingrediente secreto que despierta adicción por su arte: el amor. Los tres han dedicado sus vidas a la pastelería, se han hecho famosos en la capital colombiana por la impecable calidad de sus productos y le han dado a la ciudad el gusto de su presencia, agradecidos por la hospitalidad que encontraron. Michel llegó a Bogotá 33 años atrás, y desde hace cincuenta se dedica a la pastelería. Y aunque su semblante ya refleje el cansancio, mantiene un aire bonachón. El pelo canoso y unos ojos azules penetrantes parecen conocer todos los secretos, y es que a los ocho años, Michel horneó sus primeros pasteles en el centro vacacional —ubicado en el campo de Francia— donde vivía junto con sus padres. Allí, el cocinero le permitía utilizar el horno de barro para que experimentara. Desde entonces se hizo evidente su gusto y su habilidad para esta profesión, así que unos años después decidió dejar sus estudios y viajar a París para hacerse pastelero. “Tras más de una década de preparación decidí que quería irme muy, pero muy lejos de Francia, así que le escribí al CIM (Centro de Inmigración Europeo), solicitando un puesto de trabajo en el exterior”. Michel escogió Venezuela, y al cabo de seis meses, soportando el escepticismo de sus padres, recibió por correo el contrato con las condiciones de trabajo y el tiquete de ida a Caracas. El 10 de diciembre de 1966 salió de París. Ese día, recuerda, en la Ciudad Luz hacía una temperatura de -10ºC y cuando desembarcó en Caracas, la temperatura sobrepasaba los 30ºC. Inmediatamente supo que no resistiría por mucho tiempo el calor y después de cinco años de trabajo en el vecino país se mudó a Bogotá. Esta decisión la tomó después de un viaje que hizo por algunos países de América del sur, durante el cual quedó

impactado por la amabilidad de los colombianos y el agradable clima de su capital. Una vez instalado, con la ayuda de sus padres, Michel fundó la Pastelería y Salón de Té París, en un local pequeño en la calle 85 con carrera 18. Un año más tarde, en sociedad con una antigua amiga francesa, transformó su negocio en el que ahora conocemos, Michel, en la calle 83 con carrera 13. Jacques, alto, delgado, de pelo negro con canas saltonas, llegó a Bogotá hace catorce años a realizar prácticas en una multinacional corporativa, y sólo pensaba quedarse seis meses. Pero se enamoró perdidamente de Adriana, una rubia menuda de origen libanés y nacionalidad colombiana. En ese momento se dio cuenta de que había una demanda alta en el negocio de las pastelerías y de que en Bogotá sólo estaba Michel. “En ese entonces, no sabía hacer ni un huevo frito, pero vi el potencial y me preparé para poner la pastelería, que con el tiempo se ha convertido también en restaurante y charcutería, en mi vida, en algo más que arte, pues es de tradición artesanal francesa. Es decir, que es algo puramente humano, imperfecto, lento. Es un antimacdonalds., ya que aquí las cosas se hacen lentamente, cada postre tiene su tiempo, pues todo lo delicioso es demorado”. Entonces se casó con Adriana y ahora tienen dos hijos. El tercero es de otra naturaleza, se llama Jacques Pastelería, y queda en la calle 109 con carrera 19, en un local pequeño de dos

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Un rincón íntimo pensado por Jacques para pasar un buen rato


Este francés de apariencia imponente, que parece a punto de ponerse un traje rojo y montar en un trineo (quizá por sus ojos azules, por su pelo antes rojo que con los años se ha ido cubriendo de blanco o, simplemente, por su sonrisa amigable), en realidad viste siempre un delantal blanco. Y el delantal tiene un bolsillo delantero donde carga un paquete de Mustang, porque desarrolló la habilidad de fumar y amasar al mismo tiempo.

Detrás de su sonrisa cansada, Roger esconde los más profundos secretos de la pastelería francesa

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pisos y con terraza, en el que las mesas redondas pegadas unas con otras crean un ambiente de café parisino que cautiva a quienes pasan por allí. Roger, ex combatiente de la guerra de Argelia y miembro de la Federación Francesa de Pastelería, Confitería y Helados desde 1972, comenzó a incursionar en el oficio de la pastelería desde los trece años. Junto con su familia, tuvo que vivir los horrores de la Segunda Guerra Mundial y la reconstrucción de Europa, durante la cual se hizo necesario que las personas se dedicaran a las artes y oficios. “Su papá era un intelectual, pero después de la guerra, su madre dejó claro que todos sus hijos debían dedicarse a un oficio”, traduce Amparo, la esposa de Roger, pues él apenas habla un poco de español. De joven estuvo varios años en una escuela profesional de pasteleros en París, pero en 1956 tuvo que interrumpir sus estudios para prestar servicio militar por catorce meses en la guerra de Argelia. Durante los primeros tres meses fue el cocinero principal de un general hasta que lo llamaron a combatir como cualquier soldado.

A los treinta años, Roger decidió viajar con su familia al este de Francia, donde tuvo su propia pastelería. A los pocos años vino a Bogotá a asesorar a otro pastelero paisano y decidió quedarse. En un principio tuvo la pastelería en la calle 95 con carrera 11, después se independizó y se trasladó a la Casa de la Cicuta, en La Candelaria. De ahí pasó a la carrera 13 con calle 81, en plena zona rosa, pero en este lugar sólo estuvo tres años y, ante la insistencia de sus antiguos clientes, se devolvió nuevamente a La Candelaria. Pastelería Francesa es el nombre del lugar, ubicado en la carrera 3 con calle 9. Una enorme casa colonial, con mesas a la entrada y alrededor del patio interior, lo que le ofrece dos ambientes a los visitantes. Para acompañar el cruasán de almendra, una de las especialidades del lugar, todo el tiempo suena una agradable música francesa.

LOS SECRETOS DEL ARTE PASTELERO Para estos tres pasteleros su profesión es todo un arte. Cada uno de los productos que fabrican tiene un aroma y un sabor especial, único. Esto cautiva a los clientes y, según Jacques, los vuelve adictos. “Hay personas que vienen a diario e incluso pasan por la pastelería hasta seis veces en un mismo día”, comenta alegremente mientras se limpia las manos llenas de harina en el delantal. Para Jacques el secreto de este tipo de tradición artesanal —como él mismo la denomina— está no sólo en su ingrediente secreto, el amor, sino en la calidad de sus productos. “Yo soy muy exigente, no acepto la mediocridad. A veces nos equivocamos y podemos hasta quemar el


pan, pero somos humanos y lo importante está en la calidad”. Ésta es la razón por la cual decidió asesorarse del campeón del mundo de pastelería y mejor obrero de Francia (MOF) para diseñar y perfeccionar sus creaciones. Michel ha entrenado durante 10 años a los pasteleros de la Patisserie

Otro de los factores fundamentales que influyen en el éxito de su pastelería son sus empleados, pues Jacques asegura haber visto en cada una de las 34 personas que en este momento trabajan para él no sólo una gran habilidad, sino una profunda calidad como seres humanos: “Yo siempre escojo buenas personas y las convierto en buenos profesionales”. Alejandro Henao es desde hace tres años mesero del lugar y asegura que Jacques es “grande” y que constantemente resalta la buena labor, pero que igualmente exige mucho. Para Jacques, Dios tiene mucho que ver con el éxito que ha tenido en su profesión; es cristiano devoto. Por eso, todos los días, antes de abrir el local, los empleados se reúnen y hacen una oración dirigida por él, en la que se encomiendan al Señor y le dan gracias por el lugar y por lo que reciben de éste. “Todo lo que tengo se lo debo a Dios, y administro excepcionalmente ese pan de cada día. Por eso el salmo 23 (‘El señor es mi pastor nada me faltará’) está pegado en la pared principal. Y así ha sido hasta el momento, nada ha faltado nunca”, cuenta Jacques. Los domingos, la pastelería cierra sus puertas, porque Jacques respeta el día del Señor. Pero, además, según él, el cerrar los festivos e incluso en enero hace que se cree una especie de ausencia o expectativa en las personas y que terminen ansiando desesperadamente que la pastelería abra sus puertas. No todo es positivo, hay muchas personas que se quejan por el tamaño del lugar. “Yo sé que es pequeño, pues sólo tiene 27 metros cuadrados, y lo es porque es un pequeño David, un pequeño gigante en calidad humana y de los productos. Además, me encanta que la gente se pueda tocar, que haya calor humano”, explica alegremente. “La pastelería es un arte”, dice Michel, y saca un álbum de fotos en el que figuran sus creaciones:

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el pollito, la monjita, el borracho, un St. Honore romano; las más famosas frutas disfrazadas; pasteles y bizcochos que lleva cincuenta años perfeccionando: diez en París, cinco en Caracas y 35 en Colombia. Desde niño, Michel supo que quería dedicarse a este arte, en el que el amor desempeña un papel relevante, pues sin este ingrediente los productos no saben igual. “Cuando yo vivía en París tenía una vecina que tocaba el violín. Llevaba varios años practicando y, aun así, cuando tocaba, parecía que iba a romper las ventanas. Para la música se necesita un don, pues es un arte, lo mismo pasa con la pastelería”. Con estas palabras, este pastelero de más de setenta años explica su filosofía.

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Para él los empleados también ejercen un papel muy importante, pues en sus manos está la continuación de su arte. Ésta es la razón por la cual ha gastado sus ahorros en regalarles viajes a Europa para que conozcan y aprendan de dónde viene el oficio que día a día realizan. Desde que empezó en Bogotá ha estado muy contento, “aquí nunca me ha pasado nada desagradable y no he conocido al primer extranjero que viva acá y no esté a gusto en el país”. Claro que él no se considera ya un extranjero, y piensa que lo que importa verdaderamente es donde viva y donde tenga su corazón, y el suyo está en Colombia. Roger escogió dedicarse a la pastelería por dos razones, porque era un oficio que se veía rentable después de la guerra y debido a que desde muy niño se sintió atraído por lo que él también denomina como un arte. “Cuando tenía cinco años me subía al clóset de mi mamá y me comía los chocolates que tenía escondidos para repartir entre mis hermanos, pues durante la guerra escaseaba mucho la comida”, cuenta con gran esfuerzo, mezclando el francés con lo que ha aprendido de español.

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Para él, la pastelería es una ocupación, un trabajo artesanal que tiene que realizarse con mucho amor, porque sale a través de las manos. Además, cree que es necesario respetar las fórmulas antiguas. La calidad y el precio no muy alto de sus productos son otras de las características de su pastelería, pues para Roger lo más importante es que todo el mundo pueda entrar a disfrutar de sus exquisiteces. Su pastelería coexiste de manera armoniosa con la realidad del país, el contraste entre las capacidades adquisitivas de las personas, que en el barrio La Candelaria es especialmente visible. La calidad es la misma, tanto para los postres más caros como para el generoso pan que vende a cien pesos, con el propósito de que cualquiera lo pueda comprar. Según él, es tanta la exigencia de su oficio que nunca deja solo el horno, en cualquier momento puede quemarse el pan, debido a que la mayoría de sus empleados no ha desarrollado una habilidad muy especial para la pastelería: la concentración. Roger lleva hasta ahora siete años en Colombia, lo que le permitió traer un sabor diferente, más nuevo al país. Es pionero, entre los franceses, en ofrecer un producto equilibrado de tendencia más light, pero sin llegar a ser del todo dietético. “En cincuenta años que llevo de pastelero, la base del azúcar ha ido bajando en su fabricación, ya va en un 67%”, cuenta mientras prepara una deliciosa omelette.

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Entrenados por el mismo Roger, los ayudantes de la Pastelería Francesa trabajan meticulosamente los productos.

EL FUTURO Los años no llegan en vano y el cansancio comienza a invadir tanto a Michel como Roger, quienes llevan mucho tiempo al frente de sus propios negocios, dedicando cada minuto a este apasionante, pero exigente arte, que requiere muchas horas de trabajo y esfuerzo. El agotamiento se les nota en la mirada y, según Amparo Guzmán, esposa de Roger, él ya necesita delegar funciones para no hacerlo todo solo. Ésta es la razón por la cual está buscando un socio. “Ya le han hecho una propuesta para abrir unas franquicias en Santa Marta y Barranquilla, estamos esperando a ver qué pasa”, afirma esta bogotana extrovertida, que desde hace cinco años se convirtió en la mano derecha de Roger. Lo que sí es seguro es que no piensan irse de la capital, pues Roger aprecia mucho el clima de la ciudad y, por supuesto, la calidez de sus habitantes. “La gente es formidable, acá las personas son felices”, afirma con una gran sonrisa. Michel, por su parte, ya vendió su pastelería como una franquicia, ahora ejerce como socio y supervisor, pero ya no pasa la mayor parte del día al frente de los hornos. Esto permitió que se abriera una sucursal de Michel en la carrera 11 con calle 92. Marlene, una mesera y ayudante que lleva más de 22 años trabajando con él, dice: “se acabaron los buenos tiempos”, refiriéndose a la salida de Michel como administrador y cabeza de la Pâtisserie, aunque el talentoso pastelero todavía vigila lo que allí ocurre con su mirada experta. Jacques está más feliz que nunca, la pastelería es todo un éxito y, además, cuenta con la ayuda excepcional de Marta, su administradora. El tener las funciones repartidas facilita su labor y disminuye el desgaste que produce la pastelería. Y la clientela les renueva todos los días su fidelidad, porque estos tres pasteleros adoptivos de Bogotá ya hicieron escuela.

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LORCA

palpita en CHAPINERO Por María Angélica Gallón. Fotos de Hernán Camilo Barreto

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Cuando las uniones entre homosexuales son tema de debate internacional, y los gays —salidos del clóset— se asoman en el cine, la literatura, el teatro, los gimnasios y los sitios de rumba, en uno de los barrios más tradicionales de Bogotá un grupo de homosexuales tiene un espacio donde vivir, ubicar a los inmigrantes, relacionarse con el vecindario y amarse sin tapujos.

Juan llegó a Bogotá por la invitación que le hizo Camilo, un hombre apuesto de treinta años, medio calvo, mono y con algo de ‘loquita’, que conoció en un rumbeadero de Medellín, en el que los dos intentaban curar sus penas de amor. Ir a conocer su casa, en el epicentro de la movida gay de la capital, donde había funcionado el famoso café gay Lorca y que ahora se conocía como “el lugar de los amigos sin casa”, fue una invitación a la que Juan no pudo negarse. A las dos semanas del fulminante encuentro con Camilo, Juan tomó, en la Terminal de Medellín, un bus “directo Chapinero”. Juan llegó a una casa cuyo interior se había convertido en una especie de laberinto, con puertas que se abrían a corredores que, a su vez, se conectaban con otras habitaciones. A una casa con baños en los que la luz matutina resaltaba el verde desteñido de las baldosas y realzaba el color ocre que se adueñó de la loza del inodoro y el lavamanos. Una casa en la que le dieron la bienvenida un cuadro gigante de Lady Di y una hilera de jovencitos bien formados que, entre quiebres de cintura, gemidos y palmadas, salieron a festejar alborozados su llegada. La antigua “casa de los maricas”, como la llamó en un principio la comunidad, hospedaba por ese entonces al costarricense Rolando Obrien y al venezolano Luis Viene, dos bailarines que estaban de paso por Bogotá; a un chico español que

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Algunos maniquíes que “salieron del closet” al ático y ahora Camilo los usa para la fotografía.


no era gay, razón por la cual nadie recuerda su nombre; a Álvaro, un profesor de artes de una importante universidad, y a Rafael y Rebeca, un joyero gay y una divorciada bisexual, los primeros inquilinos de la casa, quienes llegaron cuando aún funcionaba el café. Lo primero que Camilo le mostró a Juan fue el ático, donde “está el resumen de todo lo que ha circulado por el lugar”, como los restos de un naufragio. Desempolvaron las revistas Semana de los años cincuenta (donde están las fotos del gobernador de Cundinamarca que construyó la casa), los boletos de avión a París de la familia Posada, los recibos del acueducto de 1949, así como también los muebles que dejaron algunos de los antiguos arrendatarios del lugar. Descubrieron las sillas y los maniquíes que decoraron el café (ahora cubiertos con sábanas), el trasteo de un bailarín que prometió volver y nunca lo hizo, los restos del taller de joyería de Rafael y los cuadros y vestidos de los personajes que durante cinco años han circulado por el lugar. Cuando Juan conoció esta casa gigante, con un jardín bien cuidado, corredores que oscilaban entre lo kitsch y el art dèco, habitaciones engalanadas con esferas gigantes o papeles de colgadura con caras de animales, descubrió que estaba harto de Medellín. La misma desazón con Medellín la había experimentado Camilo cuatro años atrás: “Había hecho todo lo que tenía que hacer allá”. Su panadería no era el mejor de los negocios y cada noche planeaba, en vez de leer los poemas de su adorado Lorca, cómo montar ese lugar ideal con el que soñaba. Y a eso llegó a Bogotá. A montar su sueño: un café gay en el que se mezclaran música y arte. En Chapinero encontró la casa a la medida de sus sueños y sus posibilidades. Fue la primera que vio. Desde hacía cinco años estaba deshabitada y su mal estado revelaba el uso ingrato que le habían dado escuelas odontológicas, fundaciones homeopáticas y organizaciones no gubernamentales. Le habían cambiado las baldosas por tapetes de color gris mugroso, las habitaciones habían sido invadidas por cubículos de fórmica y los bombillos de menos de

ochenta voltios incrustados en los rosetones de la casa fueron desplazados por tubos de neón. Camilo, un paisa con manos hechas para amasar pan, que amaba usar corbatas de látex de colores fluorescentes, supo que había encontrado su lugar. Y, sin dudarlo un segundo, le arrendó a Cristinita Posada de Carrizosa, a cuya familia había pertenecido la vivienda por más de cincuenta años, la casa de siete habitaciones y cinco baños. Este rincón de Chapinero se volvería su hogar y en él cristalizaría su sueño. Un día, recién mudado, echó un vistazo por la ventana. Al frente, unos cuantos pisos más arriba, descubrió unos ojos que lo examinaban. Tras el vaho que empañaba la ventana, intuyó las líneas firmes de un dorso masculino desnudo. Unos segundos después de esta visión, apareció escrito en el vidrio un número telefónico. Era de Carlo, un estudiante universitario caleño que vivía en la habitación de enfrente. Ese día Camilo confirmó los rumores acerca de la existencia de una numerosa comunidad gay en Chapinero. Había llegado al barrio que era. Este hecho, sumado al de tener unos amigos

27 En el tercer piso de la casa se encuentra el cuarto de Camilo.


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>Y tENDENcias enterados de la movida fiestera en Bogotá y un socio que luego se convertiría en su amante, hicieron que en menos de un mes Lorca, Café Gay abriera sus puertas, detrás de las cuales esperaba a los comensales una decoración que combinaba el Sagrado Corazón de Jesús con imágenes del dios Vishnú, Lady Di y bonsáis rosados. “Al principio tuvimos problemas con los vecinos, porque como nunca le pusimos al café un letrero, sino que la gente llegaba y timbraba, pues todo el barrio pensó que les habíamos puesto un burdel gay”, dice Camilo, y recuerda con gracia un episodio que terminó con dos inspectores de la policía comunitaria revisando el lugar de arriba abajo. Lo curioso es que los agentes volvieron luego al café de civil y no en plan de trabajo, sino de descanso y relax. Un café gay en Chapinero no era una novedad, ya existían El Village, que se encargaba del público bohemio de Chapinero Alto, y La Oficina, que por estar una cuadra abajo de la carrera 13 y ser gratis, era el más frecuentado por los gays que venían de los barrios del sur, quienes en las noches se sentían orgullosamente habitantes de chapigay, como comenzó a ser conocida esta zona de la capital.

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Lorca venía a ser uno más en el compendio de bares, discotecas, cafés, saunas, cabinas de videos y cuartos oscuros que aparecieron en este tradicional barrio. Sin embargo, hubo cosas que lo hicieron un sitio diferente: “Estaban prohibidas Paulina Rubio, Thalia y Celine Dion, que les encantan a todos los gays. Podían entrar parejas heterosexuales y el ambiente era el de la sala de una casa”, recuerda Camilo, quien para ese entonces ya no sólo conocía a Carlo, el universitario de enfrente que luego se devolvió para Cali, sino que era uno de los gays más reconocidos de la zona. Este reconocimiento no sólo era entre los de su clan. Camilo comenzó a hacerse amigo de las señoras de las casas vecinas que compraban con él la comida para los gatos. Un día hasta lo ayudaron a escaparse por el techo del tercer piso cuando se le entraron los ladrones. Se hizo + + + +

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también amigo de los de la tienda de la esquina, porque Chapinero es barrio de tienda y carnicería todavía, quienes dicen que “los de la casa son lo más de queridos”. Jorge Mario, un amigo de Camilo y también vecino de Chapinero, asegura que “al principio la cercanía con lo gay genera cierto choque en la comunidad, pero luego cuando esto se convierte en el pan de cada día, se dan cuenta de que nuestra vida es igual a la de ellos y terminamos simpatizando”. Pero si la relación entre Camilo y la comunidad mejoraba, la de él y su socio-amante pendía de un hilo. Desapariciones de tres o cuatro días sin ningún aviso, conflictos con el dinero y problemas de convivencia, colmaron su paciencia, al punto de pedirle a su compañero que se fuera. Camilo cerró el café, cargó él solo los muebles de cuerina hasta el ático de la casa, pasó por las seis habitaciones restantes despidiéndose de beso de los inquilinos y fue a tomarse unas vacaciones de despecho a Medellín. “No quería saber más de los hombres… Bueno, al menos no de los que ya conocía”. Después de cruzarse en uno de los pocos bares gay de Medellín, de compartir las cuitas de sus desengaños con los hombres y un par de intimidades más, Juan y Camilo acordaron que el primero se fuera a la casa del segundo en Bogotá. Todo sucedió como lo planearon, y Juan no sólo quedó fascinado con la casa, sino que, además, fue muy bien recibido por los demás inquilinos. Sin embargo, allí ya no había suficiente espacio. Por eso, los de Lorca, que empezaban a convertirse en una familia como la de la película italiana El hada ignorante, lo ayudaron a conseguir un apartamento cerca, tal y como lo han hecho con otros inmigrantes gays que llegan a Bogotá. Juan consiguió su propio apartamento y lo decoró con lámparas de hongos de jardín, con ovejas de pesebre como porcelanas, con cuadros de los muñecos Beto y Enrique en posturas homosexuales y, por supuesto, con cortinas de entretela, que lo dejaran divisar uno de los sitios más claves de crussing (como se denomina entre los gays el flirteo y acercamiento visual) de la ciudad: el parque del frente de su casa. + + + +

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Este manizalita de muslos finos y camisa a cuadros que cualquier mujer talla seis desearía poder lucir igual de bien, suele ponerles citas a sus amantes del chat gay en el parque de la carrera 4a con calle 61, que queda justo frente a la ventana de la sala de su apartamento. Su estrategia es sencilla: desde su puesto de observación mira al pobre muchachito que lo espera sentado en el banco del frente y, después de analizar sus maneras, su belleza y su porte, decide si sale o lo deja plantado. Y es que Juan tiene citas con chicos nuevos todo el tiempo. Casi cada vez que sale de la casa hacia la agencia de publicidad se cruza por su calle con un nuevo gay, con el que intercambia miradas que encierran un código especial. Dice que está en busca del amor, pero sabe que besándose con hombres con los que sólo ha bailado en Theatrón, y de los que ni siquiera sabe el nombre, no será posible encontrarlo. Para Juan, Chapinero es una versión reducida del paraíso: “Es un lugar que fusiona todo, zonas rojas donde están los jíbaros, las putas, los videos y los bares sórdidos; están también las casas bonitas con historia, un amplio comercio, buenos vecinos y por supuesto una de las mayores concentraciones de gays de la ciudad, que hacen que cada esquina sea un sitio de buenos encuentros”. Camilo, por su parte, asegura que el hecho de que los gays hayan llegado a vivir a Chapinero tiene ventajas: la de conservar el barrio con su tradicional arquitectura; la de volver hacer de él un barrio de familia, sin importar el tipo de familia que sean, y la de darle un mejor uso al espacio que las impersonales oficinas. Juan y Camilo no quisieran dejar Chapinero, ahí se sienten parte de una comunidad, que es un concepto muy diferente al de gueto. Sienten que han encontrado un lugar en la ciudad, que articula casi todo lo que les interesa y necesitan: sus bares, los gimnasios, la comida para sus mascotas, el buen transporte, los parques y, por supuesto, las hermosas casas donde aún quedan muchas cosas por hacer.

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El baño principal ostenta una impresionante colección de láminas de santos que colaboran con la estética Kitsch del lugar.

Para Camilo la cocina es uno de los lugares más importantes de la casa, donde los inquilinos se actualizan en sus aventuras diarias y comparten experimentos culinarios.

Al tiempo que estos dos paisas amigos y amantes fuman un cigarrillo, hablan de su historia, de su barrio y de su casa, Lorca se llena de vida. En la sala un travesti negro conversa con el profesor de artes, mientras éste hace abdominales. En la cocina, Rebeca, que por aquello de la maternidad volvió a incursionar en la heterosexualidad, le da de comer a Danielita, su bebé de un año. Es verdad, Lorca palpita como en el mejor de los versos del poeta andaluz.

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Sazón negro en Bogotá

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Por Kelly E. García Vargas Fotos de Viviana Patricia Sánchez Sofia Reyes Carolina Jiménez

En la calle 20 con carrera 4a ya son tradicionales las pescaderías de negros del Pacífico que llegaron hace más de veinte años a colonizar el paladar de los ‘paisas’ con sus secretos de la comida marina y con su salsa para saborear y para batir las palmas. Una muestra de la diversidad cultural de las colonias establecidas en la capital.

“Entre aquí, aquí es, éste es el salón del amor, entre no más que aquí se le atiende como a una reina ‘mama’”, “Sigan niños, les cambio las paletas por un buen plato de sancocho”, “A los tórtolos les traen almuerzos bien potentes, sobre todo al señor, para que llegue cargado a la casa, así que ¡cuídese señora!” son algunas frases que se pueden escuchar por las pescaderías de la calle 20 con carrera 4a, propiedad de los negros del Pacífico colombiano, quienes llegaron desde hace más de veinte años a Bogotá para regalarnos un poquito de la sazón que traen en sus venas. Los dueños de las pescaderías son los más empeñados en llamar la atención de los posibles clientes que transitan por el lugar, a quienes les ofrecen, con una gran sonrisa blanca, variedad de platos hechos por manos expertas. Entre las especialidades de estos restaurantes se cuentan la cazuela de mariscos, el pargo, el róbalo, la mojarra, el bagre, el arroz marinero, el arroz con camarones, el camarón al ajillo, el viudo


de bocachico, el arroz con coco, el ceviche, el capaz y el famoso almuerzo corriente, que lleva de entrada un sancocho de pescado, seguido por arroz, ensalada, patacón y un pescado frito o guisado. Pero si se desea un plato que no esté en la carta, en estos restaurantes también lo preparan al gusto. Además, en las esquinas de la calle 20 siempre hay tumbao. Un grito que acompaña el sonido que sale de la radiograbadora negra o plateada. Siempre tienen que batirse las palmas por el tema antillano que suena y que se confunde con el cliente presuroso por comer o por pagar. Una de las pescaderías más agradables para almorzar es El Rincón de York, y no precisamente por la excelente comida o por la decoración que nos hace recordar esas playas olvidadas del país, sino por su dueño, Arturo York Perea de la Cuesta, un chocoano alto, de cara amable y alegre a quien le dicen ‘el Condoteño’. York tiene 55 años bien vividos, como él mismo lo afirma. “Cómo será que todavía levanto quinceañeras, les gusto mucho a las pelaítas”, asegura con tono y mirada pícaros, la misma que utiliza para atraer clientela. Claro que también se para frente a las personas que van caminando y les empieza a bailar y a inventarse canciones para invitarlas a comer en su restaurante. A este hombre le encanta hablar sobre cualquier tema, en especial sobre su vida, que sazona con anécdotas. Además, le gusta terminar sus relatos con un consejo o una moraleja, porque, según él, todo lo que ha hecho, lo ha hecho bien, por eso no se arrepiente de nada. ¡Y cómo se va a arrepentir si le va tan bien!: tiene una pescadería con una amplia clientela, es compositor de Sayco, le ha compuesto a Daniela Romo, a Camaguey, al Grupo Guayaba, etc. También escribe poesía, y uno de sus libros se titula Acrósticos con amor, donde se leen aforismos como: “El odio y el amor son cuernos de un mismo toro”, “Los niños son la enciclopedia de la primavera, aprendamos a leer sus travesuras para comprender su otoño”. Estas frases estuvieron por algún tiempo plasmadas en las paredes de su pescadería. York dice que es la forma como puede exponerles sus sentimientos a los clientes. También se pueden apreciar algunos de sus pensamientos por detrás de la carta del restaurante: “Cada corazón es una rosa llena de sentimientos”, “los sueños, sueños son”. El Rincón de York es una pescadería muy sencilla. Actualmente no tiene pinturas alusivas al Pacífico, ni se encuentran las poesías de York en las paredes pintadas de verde y decoradas con flores de madera tallada. En el pequeño lugar, algo oscuro y con aspecto anticuado, se distribuyen las mesas como para dos personas que siempre dan cabida a más. Son los meseros y las cocineras, al igual que York, quienes le dan ese ambiente tropical y cálido en la fría Bogotá. También hay un televisor pequeño estratégicamente ubicado para que la clientela y los empleados puedan ver las novelas del mediodía. York llegó a Bogotá en 1970, venía de Cali recién pensionado de la Asociación Colombiana de Detectives del DAS, y con un millón doscientos mil pesos abrió su primer restaurante en la calle 20 con carrera 4a, donde funcionaban algunas pescaderías. Comenzó con seis mesas y tres empleados, y cobraba los almuerzos a ochocientos pesos.

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>Y tENDENcias “Cuando monté la pescadería, el negocio resultaba más rentable porque el pescado y los mariscos eran bastante baratos, se traían de Buenaventura, Bahía Solano, Guapi y Chocó. Los únicos clientes que venían eran negros de todas las regiones, de vez en cuando iban a comer ‘paisas’ [en el Chocó se le dice paisa a la gente blanca], pero porque tenían amigos negros. Ahora todo es diferente. El negro, como sabe hacer sus comidas, no viene ya a comer, estas pescaderías sólo las frecuentan ‘paisitas’, porque como no tienen ni idea de la preparación de los platos, pues simplemente se lo comen con gran agrado”, asegura York, quien es un de los más viejos en el negocio de las pescaderías en esta zona, con más de treinta años de experiencia. York cuenta que decidió trasladarse de Cali a Bogotá porque la capital es el lugar perfecto para abrir cualquier clase de negocio. A pesar de que el espacio es pequeño, la pescadería se llena, sobre todo los fines de semana, que es cuando más trabajo tienen todos los restaurantes de la zona. Muchos de los clientes son personas que se han hecho amigos de York, por lo tanto, visitan con frecuencia al negro más amable del sector. Toda clase de gente va a almorzar a las pescaderías. Personas que trabajan cerca, médicos, trabajadores de Paloquemao, familiares de los dueños, estudiantes de universidades (aunque muy pocos), actores de televisión como Humberto Arango, actores de Sábados Felices, en fin, hasta gente muy humilde que consigue para pagar un almuerzo que varía entre seis mil quinientos y veinte mil pesos. Desde personas que sacan la plata de una linda y fina billetera hasta gente que la saca de bolsas o de sus brasieres.

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COMPETENCIA ENTRE PAISANOS Neftaly Rodríguez es dueño de El Imperio del Pacífico, una de las pescaderías más bonitas de la calle 20. Las paredes están decoradas con dibujos de mariscos, pescados y negras con cuerpos de guitarra. Neftaly, de 39 años, es un negro calmado y sonriente, de pocas palabras. En un cubículo recibe la plata de los almuerzos, les regala mentas a los clientes y les pregunta cómo estuvo el almuerzo. Hace ocho años se vino de Cali, porque lo despidieron de la multinacional donde trabajaba y hace dos años compró el restaurante. El dueño del local decidió vendérselo porque no le iba muy bien, pero desde que Neftaly lo tomó, el negocio empezó a vender por cantidades. Neftaly comenta que las pescaderías quedan en una zona muy conocida, y por eso van muchos turistas no sólo a comer, sino a tomar fotos porque desean tener recuerdos o hacer trabajos periodísticos sobre esta muestra de la diversidad cultural colombiana. “La gente del interior ha aprendido a comer pescado y mariscos. Anteriormente los negros eran los únicos que venían a comer a las pescaderías, con el tiempo, las personas blancas fueron descubriendo nuevos sabores, se dieron cuenta de que el pescado es más rico que la carne, y que gracias a las campañas de promoción del pescado, se incrementó el consumo y la conciencia de comer sano”, comenta Julio, ex dueño de una de las pescaderías más grandes de la zona, Sabores del Pacífico. Julio lleva doce años en este negocio y, al igual que York y Neftaly, dice que en sus inicios era más rentable, porque se conseguía pescado más barato y había mayor clientela. Los alimentos que ofrecen son traídos desde Buenaventura, Bahía Solano, Argentina, Brasil y Perú; se los compran a mayoristas que no hacen mucho descuento, así que tratan de comprar lo necesario para el gasto semanal.


La relación que existe entre los dueños de las pescaderías es de compañerismo, porque se conocen desde hace mucho tiempo, pero no dejan de hacerse competencia y de desprestigiar a los demás restaurantes frente a la clientela. “Nos llevamos bien, nadie trata de pelear por insignificancias, pero eso no quiere decir que entre todos no seamos hipócritas; cada quien está pendiente de tener una buena clientela, por eso nos desprestigiamos unos a otros, sólo por la venta. A mí me va bien porque no peleo con ellos, unos ignorantes que ni siquiera tienen el cartón del bachillerato”, afirma York, respaldado por su socio Seine, y se ponen de acuerdo para hablar de los demás dueños y sacarles chistes. ENTRE GENTE ‘DE COLOR’ Mucho mejor es la relación que sostienen los dueños de las pescaderías con sus empleados. Se tratan de igual a igual, nadie es más ni menos, todos son de la misma raza y eso significa respeto. “El trato que reciben no es el mismo que el de los patrones blancos, que mandan, gritan y regañan todo el tiempo para que las cosas se hagan bien. La diferencia se nota cuando uno trabaja con gente de su misma raza, todos nos tratamos como en familia y nos estamos riendo todo el día, de esta forma rendimos más y tratamos de hacer las cosas bien”, dice Nicolás, un negro alto, serio, con un caminadito bastante fresco y ‘bacaniado’, recién llegado de Cali. Allí trabajaba en una pizzería con gente blanca y dice que no hay comparación con el trato que brinda la gente de su color. Las familias de los dueños ayudan como meseros, en especial las esposas y sobrinos, pero la mayoría de los empleados viene del Pacífico a buscar trabajo sin recomendación de nadie. El único requisito que les exigen es que sepan cocinar. Siempre aceptan a la gente que llegue en busca de trabajo, porque saben que la situación está bastante difícil, además, pagar otro salario mínimo no es ninguna pérdida para los dueños. Los fines de semana es cuando más necesitan personal, más o menos entre 18 y veinte trabajadores. A York, por su parte, no le gusta trabajar con familiares, porque todo se convierte en ‘bochinche’ y no rinden.

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Estos restaurantes no están disponibles únicamente para ir a comer. Los ‘paisanos’ amigos de los dueños van los fines de semana a jugar dominó o cartas después de un buen almuerzo. Las conversaciones se vuelven más apasionantes y subidas de tono con las apuestas y unas cuantas botellas de ron. Siempre están hablando del pueblo, si hay energía o agua, si está lloviendo mucho o que fulanito, primo de la señora de la esquina y sobrino de doña Carmelina, la viejita de la prendería, se murió. Como son las versiones que cada uno recibió por medio de las llamadas de sus familiares, las historias no se acaban en estos restaurantes que sirven a la vez como tertuliaderos de la colonia del Pacífico.

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[repor ] taJE

gráfico La carrera séptima ha sido, desde que se llamaba Calle Real, el epicentro de conflictos y manifestaciones populares, de marchas y de encuentro de grupos sociales. Por esa kilométrica vía pasa toda la diversidad cultural del país. Las edificaciones antiguas que sobreviven –sedes del poder político y del sector comercial y de servicios–, los museos, parques, iglesias y barrios tradicionales representan un rico patrimonio que contrasta con la moderna arquitectura. La séptima es un espejo de la ciudad que goza y que padece; sobre todo que vive del rebusque en cada cruce. En este reportaje gráfico, Sergio Rodríguez capta el paso de los que transitan, habitan o se estacionan en ella.

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Los niños

Los niños suicidas Luis Fernando Charry Villegas editores, Bogotá, 2004, 152 pp.

(*)libroS

MALDITOS

de Charry Por Marcela Riomalo Clavijo

Si para Efraím Medina escribir es alcanzar situaciones límite, para Luis Fernando Charry –su amigo y compañero de oficio-, narrar es una forma de suicidio. O, por lo menos, de encontrar un agujero para vislumbrar el abismo. Y me aventuro a dar ese veredicto porque se le ha oído decir que el único tema sobre el que piensa escribir es el de la desaparición, porque es un convulso existencial públicamente reconocido. Sin ser extraordinaria, la segunda novela de Charry es una obra espontánea y franca que vale la pena leer.

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Los niños suicidas relata el encuentro casual, el romance desenfrenado y la muerte repentina de Matías –un joven literato, caótico y frustrado– y Sara –una adolescente también intelectual, pero igualmente turbada–. Los personajes, recién conocidos, emprenden un viaje trepidante a la Costa y durante tres semanas combinan literatura, trago y sexo, en los que descubren su pasión compartida por las letras y por la muerte. Es una historia sencilla pero novedosa que, sin mayores pretensiones filosóficas, explora la vida y obra de escritores famosos, delibera sobre la literatura colombiana –o, mejor, sobre lo mala que es– y especula sobre la muerte y la poesía. No es una novela narrada ni con la cabeza ni con el corazón; es una historia escrita con las vísceras. De ahí la soltura y el vértigo de la prosa; pero también el descuido ocasional del lenguaje y uno que otro cabo que al autor se le queda sin atar. “Este es el último anochecer que me corresponde. Soy Matías Lara, poeta, tengo veinte años y ahora, a partir de este instante, digamos, inicio mi viaje triunfal hacia la muerte”. Charry empieza su cuento por el final; un recurso no pocas veces empleado, pero que en este caso surte un impacto inmediato, pues el de Matías es, por así decirlo, un “final verdadero”, narrado por él mismo, justo después de haber ingerido una dosis de pastillas y whisky con el propósito de suicidarse. Lo que sigue en la historia es el recuento de los últimos seis meses de su vida; de cómo conoció a Sara Rottemberg, de su viaje presuroso, del suicidio sorpresivo de ella y de la muerte repentina de su hermana. La estructura de la novela, así

planteada (presente-pasado-presente-), no ofrece mayores sorpresas. Sin embargo, a pesar de ser un argumento desprovisto de grandes acontecimientos, el desenfreno y la fuerza de los diálogos mantienen al lector en vilo. Las conversaciones de Sara y Matías se desarrollan con cierta erudición literaria, y están salpicadas por el sarcasmo, la ironía y la frustración de dos personajes sumidos en una vida caótica, que es el principio y el fin de todas sus reflexiones. “Vargas Llosa ya no escribe, sino publica instantáneamente, se salta la escritura y de golpe tiene un libro (…) debería montar una editorial, dije. Yo pondría a Cabrera Infante como corrector de estilo (conoce el oficio), no sé bien si a Cabrera Infante o a Carpentier (lástima que no está vivo); como diseñador pondría a Onetti (muerto y todo pero Onetti es más confiable); como editor sí dejaría a Vargas Llosa (salvo en sus libros, me retracto: hasta en sus libros; quién se va a leer esos aburridos mamotretos hoy día); y como encargado de la parte de prensa pondría a García Márquez, que intuyo que tiene contactos y facilidades y una gran simpatía. Una nómina de lujo, dije”. El sarcasmo y el humor gestados a partir de lo trágico son elementos que inscriben a Los niños suicidas en una literatura contemporánea que cada vez más da paso a una visión caótica de la existencia y a la mezcla de géneros. Sin embargo, la prosa de Charry todavía se siente muy pegada a la de sus compañeros de oficio –Medina, Gamboa, Chaparro, Ungar– ; le falta pulir el lenguaje y no repetirse tanto en el léxico. Ya habrá tiempo para eso: Los niños suicidas es apenas su segunda novela y representa un gran avance con respecto a Alford, la primera. De cualquier manera, es claro que en su narración habitan el talento, la vocación y el oficio de un escritor promisorio al que, seguramente, habrá que seguirle los pasos.


TORERO de pura casta Por Melissa Serrato Ramírez

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Jonathan Moreno Muñoz, conocido en el mundo de la tauromaquia como Moreno Muñoz, ha estado en el ruedo desde el vientre de su madre. Sus juguetes fueron espadas de acero cuidadosamente afiladas y su primera muleta y su primer capote se los regalaron a los dos años de edad. Ésta es la historia de una pasión compartida por una madre y su niño torero. Plaza del Club El Bosque. Jonathan Moreno Muñoz a los 10 años. Foto de archivo familiar.


No ha existido un torero que no haya sufrido los percances y accidentes como los que tuvo Moreno Muñoz el pasado 23 de agosto, en la Plaza de Santamaría, luego de que el ganadero Juan Bernardo Caicedo le regaló el novillo de reserva para que lo toreara. No se lo obsequió por cariño, sino por honor: para que el joven novillero tuviera la oportunidad de mostrar de qué estaba hecho, pues no había tenido suerte con los dos toros que le habían correspondido esa tarde en la arena.

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El primero le había dado varias volteretas y había dejado a su madre —que observaba la faena atentamente desde el callejón— sin aliento. Al momento de matar, Moreno Muñoz recibió varios golpes que bien habrían podido causarle la muerte. Pero siguió, regresó cojeando, con la espada en la mano, listo a dar la certera estocada final. Alcanzó a escuchar dos avisos antes de que el toro besara la arena. Sin ganas de protagonismo y comprometido con la afición, Moreno Muñoz recibió al segundo toro de rodillas. No quiso ofrecerle la faena a su madre, al ganadero o al presidente de la plaza, sino al doctor Virgilio Olano, quien acababa de examinarlo en la enfermería de la plaza. Lanceó, dio unos pases que le robaron al público varios “¡ole!” entusiastas y se alistó a matar. Pero esta vez no consiguió que el animal de cuatrocientos kilos y medio cayera. El tercer aviso fue la señal de que el novillo debía volver vivo a los corrales. Toro y torero salieron heridos. Al animal le manaba sangre por los costados. Moreno lloraba con rabia. En el callejón lo esperaba su madre, quien le dio un abrazo mientras le decía que saludara al público que estaba aplaudiéndolo con cariño y gritando “torero, torero”. La novillada debía terminar con la faena de rejoneo del ecuatoriano Arteaga, pero de un momento a otro apareció en el ruedo, de nuevo, Moreno Muñoz. El ganadero le había regalado el novillo de reserva. Tenía una oportunidad de reivindicarse con la afición. Los primeros minutos transcurrieron bien, el público lo ovacionó varias veces, pero el desenlace de la faena de Moreno no fue tan grato como el inicio. En un lance, el toro lo levantó. Moreno Muñoz cayó sobre su cabeza, perdió el sentido y fue llevado a la Clínica Bogotá con traumatismo craneoencefálico y contusión cerebral. Su madre lo vio volar y caer, y en ese instante recordó uno de los momentos más angustiantes de su vida, cuando en una caída similar Antonio, hermano de ella quedó inválido. + + + +

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Primera novillada picada de Moreno en la temporada taurina de Bogotá a sus 14 años. Plaza la Santa María, 29 de febrero, 2004

El novillero Antonio Barreto Cortés fue quien introdujo en el mundo de los toros a su hermana Myriam Moreno Cortés, cuando ella tenía tan sólo diez años. Entrenaban y viajaban juntos de pueblo en pueblo, de provincia en provincia, toreando criollos y cebúes. Con el tiempo obtuvieron algo de reconocimiento y comenzaron a contratarlos con regularidad. Luego, Antonio se retiró y se convirtió en torero cómico, pero un accidente truncó su carrera bufa. Myriam recuerda que fue una cogida brutal: Antonio cayó de cabeza y a consecuencia del golpe quedó cuadrapléjico. Sólo tenía algo de movimiento en la cabeza. Falleció dos años después. Quienes conocían a los hermanos Cortés creyeron que Myriam no continuaría con su carrera de novillera, pero su afición al mundo de la tauromaquia fue más poderosa que el temor por su suerte. Decidió continuar, pero esta vez armada no solamente de mucho valor, sino de una frase que inventó para ella a modo de mantra y amuleto: “El destino de uno no es el destino de todos”. Todos pensaron que ese había sido el primer golpe de Moreno Muñoz. En realidad, el primer golpe de un toro lo recibió a los tres meses de gestación, cuando aún estaba en el vientre de su madre, quien quiso participar como novillera en Barranquilla en un festejo menor. Así se denominan las corridas que se organizan fuera de temporada. Myriam sufrió un golpe fuerte cuando toreaba una vaca resabiada (son animales que ya han sido toreados), la cual se frenó al momento de embestir y le ocasionó un golpe que afortunadamente no tuvo ninguna repercusión para Moreno Muñoz.

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Seis meses después de este incidente, nació en Bogotá Jonathan Muñoz Moreno, el miércoles 8 de julio de 1989, a las 10:45 de la mañana. Como la carrera de Myriam estaba en su mejor momento, no dudó ni un segundo en volver al ruedo lo más pronto posible. Es decir, 16 días después de haber dado a luz. Ella no vacilaba en ir con Jonathan a todos los lugares donde tenía algún compromiso: “Yo me colocaba mi cargador, cogía mi maleta y siempre lo llevaba a toda parte”. Pero la mayor dificultad la enfrentaba al momento de torear, pues no podía estar al mismo tiempo pendiente del toro y de Jonathan. Así que buscó una solución salomónica: “En los pueblos adonde llegaba, conseguía la empleada del hotel y le decía ‘camine la invito a toros’ y la sentaba con el niño a que me lo tuviera”. Con el tiempo, Myriam no tuvo necesidad de volver a acudir a las camareras de los hoteles, porque Jonathan aprendió qué era una corrida, comenzó a entender que su madre era la protagonista de la lidia y a encargarse de cuidar sus implementos en el callejón. Myriam recuerda especialmente una novillada en Tres Esquinas, Tolima, en la que el toro la cogió y le fracturó la nariz. El golpe fue tan fuerte que ella perdió el sentido, y Jonathan, con la lucidez de un adulto, aunque sólo tenía cinco años, se preocupó por recoger los trastos de su madre (su capote, muleta y espadas), porque, según Myriam, “él sabe que se cuida porque eso nos cuesta”. Así que mientras la novillera era atendida de urgencia, Jonathan salió de la plaza y caminó hasta el hotel, que estaba bastante retirado, con todos los implementos empacados. Myriam solía esconder la llave de la habitación en algún lugar del mismo hotel y esa vez la dejó debajo de una carpeta tejida que se encontraba sobre la nevera de la cocina del hotel. Jonathan sabía dónde estaba la llave, la buscó y se encerró en el cuarto a esperar a su mamá. Cuando ella regresó esa noche, aproximadamente a las 8:30, lo encontró sentado en la habitación esperándola: “Cuando llegué se cogía apenas las manitas y no dejó perder nada”. + + + +

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CON PASO FIRME Jonathan no dio sus primeros pasos en la sala de su casa, sino sobre la arena de alguna plaza de provincia. Myriam conserva una foto en la que el niño, con tan sólo un año, cuando aún no caminaba bien, fue capturado por el lente cuando daba lances al viento. Un año después, Héctor Castiblanco, un banderillero ya fallecido, conocido como ‘El Tanané’, le regaló un capote, una muleta y un traje corto que él mismo confeccionó. El Tanané no tenía que ser brujo para saber, como se lo expresó a Myriam, que “ese chino va a ser torero”. Myriam continuó con su carrera y cuando salía a las plazas donde toreaba, el pequeño ya lucía su traje. “Salía empinadito”, recuerda su madre, y le ofrecía al público quites y lances, robándose así el corazón y la atención de los asistentes, quienes se emocionaban y enternecían con un niño de dos años vestido de torero. Así continuaron su vida de pueblo en pueblo, como gitanos, sorteando enredos y persiguiendo la suerte hasta que Jonathan cumplió cuatro años e ingresó al Colegio Monte Blanco, en Bogotá. No entró a preescolar, sino a primero primaria. En ese curso fue el primero de su clase. Pese a este triunfo, la vida escolar no logró captar lo suficiente su atención. Sobresalía en el colegio, pero la sangre torera lo halaba al ruedo. Así fue como a los siete años, con la seriedad de quien escoge carrera profesional, le dijo a su madre que quería ser torero, es decir, quería empezar a entrenar para iniciar su carrera. Aunque la decisión del niño no sorprendió a Myriam, sí la hizo pensar dos veces en lo que podría significar, tanto para él como para ella, que Jonathan le dedicara su vida a la tauromaquia. Una profesión no solamente peligrosa y arriesgada, sino también exigente, pues requiere sacrificio y disciplina. “Hay que entregarle la vida entera para llegar lejos”, dice Myriam con conocimiento de causa.

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Ella dudaba de la convicción de Jonathan, creía que a los siete años no era posible que supiera exactamente lo que quería hacer con su vida. Pensó que su hijo tal vez sólo quería imitarla, pero su empeño fue tal que Myriam le puso como condición que siguiera estudiando y obteniendo el primer lugar. De su aplicación al estudio dependía que le permitiera torear. Y así lo hizo el niño. A los nueve años toreó por primera vez en La Capilla, Boyacá. Wilson Segura había llevado una becerra limpia (nunca había estado en un ruedo) para que fuera toreada por los enanos, pero antes de que se iniciara la faena, Wilson le preguntó a Myriam: “¿Qué tal el chaval de valor?”. Ella contestó: “No sé, habrá que preguntarle a él”. Ambos miraron a Jonathan y éste les respondió con una especie de ruego: “Yo sí, mamita, yo sí”. Los enanos le prestaron un traje, capote y muleta, salió al ruedo y su desempeño gustó tanto que fue contratado para torear en Somondoco, Cundinamarca. Ese día Myriam se convenció de que su hijo sería torero. Esa Navidad decidió que el regalo del Niño Dios no sería una bicicleta para apostar carreras con sus amigos del barrio, sino un delicado traje blanco bordado en negro. Era un traje que había pertenecido a ella, lo mandó adaptar al todavía infantil cuerpo de su hijo, encargó las zapatillas y las medias para que de ahí en adelante Jonathan se vistiera de luces. “Fue el mejor regalo, no alcanzó a destaparlo cuando ya se lo estaba poniendo”. Lo estrenó a los nueve años y medio en Arbeláez, Cundinamarca, a donde lo llevó Nelson Segura.

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Jonathan en la actualidad a sus 15 años. Foto de Gerardo Cháves, cortesía de El Tiempo.

La carrera de Jonathan ha sido vertiginosa: empezó de becerrista en La Capilla, Boyacá. Con mucho entrenamiento pasó a novillero aspirante, a los diez años de edad, en Pueblo Nuevo, Arauca. A los trece años se convirtió en novillero profesional, cuando cortó una oreja en la Plaza de Toros de la Santamaría, en Bogotá, el 29 de septiembre del 2002. Y en ésas anda. Las faenas que ofrece Moreno ya han traspasado las fronteras colombianas. El 13 de abril del 2002 viajó a Riobamba, en Ecuador, y ya tiene programado para el próximo 12 de diciembre un viaje a Perú, para participar en la Feria de Acho, en Lima. El principal apoyo de Jonathan ha sido su madre, pero también han participado en su carrera figuras como el ganadero Jerónimo Pimentel y, sobre todo, el matador de toros Jairo Antonio Castro, quien vio su talento, lo adoptó como discípulo y le ha enseñado todo lo que sabe en torno al mundo de los toros, especialmente la técnica. Por eso, Jonathan asegura: “todo lo que he logrado se lo debo a él”. El matador de toros Jorge Antonio Cáceres, con quien entrena actualmente en una placita de tientas que queda en el Club de Egresados de la Universidad Libre, por la avenida Rojas de Bogotá, también ha sido de gran ayuda para este niño torero. Jonathan ha sido tan precoz para los toros como para el estudio. Se graduó de bachiller el año pasado en el Colegio Sumapaz. Los últimos años fueron muy pesados, pues tenía que repartir su tiempo entre los toros y las tareas. Madrugaba para ir al colegio, a las tres de la tarde iba a su casa a almorzar, salía a entrenar hasta las siete u ocho de la noche y regresaba a su casa a hacer las tareas y trabajos hasta las primeras horas de la madrugada. Dormía dos o tres horas para reiniciar su jornada. Y aun con una rutina tan dura, logró que lo promovieran de octavo a noveno grado en un solo año. Deseaba terminar rápido el colegio para poder dedicarse de lleno a los toros. EL PRÓXIMO TERCIO Jonathan o mejor Moreno Muñoz, aspira a tomar la alternativa el año entrante: “Es como el doctorado, como el grado en el que uno pasa a un nivel superior, el momento más importante para un torero en su carrera”. Antes debe haber toreado quince novilladas picadas (aquellas en las que la lidia incluye al caballo picador). Hasta ahora lleva dos, contando aquella en la que el novillo lo levantó por los aires. Asegura que tomará la alternativa no solamente cuando haya cumplido con el requisito, sino cuando se sienta suficientemente preparado como para desafiar a un toro de lidia. Entre sus planes también se encuentra un viaje a España, que él no ha querido concretar porque los reglamentos de ese país no permiten que un menor de 16 años toree en público. Así que prefiere aprovechar este año en Colombia para ganar experiencia. Su sueño es “llegar a ser una figura del toreo, llegar a ser el torero más importante que pueda existir en todos los tiempos”. Es un sueño ambicioso, pero no el único, también le gustaría crear un centro que se dedique a recoger y proteger a los perros de la calle. Si hay algo que lo conmueve y le “parte el corazón” es ver a un animal sufriendo, aguantando

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hambre y con enfermedades. De hecho, en su tiempo libre se dedica a cuidar a sus cuatro perros: una pareja de pit bulls, un chihuahua y un french poodle. Los adora y Myriam ha tenido que aceptarlos en su casa: “y eso que tuvimos que regalar a un bóxer porque peleaba mucho con el pitbull”. Este amor es paradójico. Hay personas que no entienden cómo cuida a unos animales, incluso piensa ser veterinario, y mata otros.

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de los corrales y “ya viene el toro que es para uno”, siente miedo, verdadera tensión, no le avergüenza admitirlo. Sin embargo, es precisamente en esos momentos cuando se repite a sí mismo que puede, que va a triunfar y que su premió serán las orejas y, sobre todo, los aplausos de los aficionados. Debe vencer la tensión para concentrarse y analizar al toro, ver cómo sale, cómo remata en los burladeros, entender su comportamiento para definir la lidia y ofrecer la mejor faena al público. Sin embargo, todo el miedo, la tensión y la fuerza del toro parecen insignificantes al lado del momento más difícil, y en el que sufre verdaderamente, cuando, a pesar de haberse esforzado y entregado para brindar una tarde inolvidable, “la afición se va en contra de uno porque uno no le pudo cumplir, porque la defraudó”. Por eso en los momentos previos a la faena prefiere estar en compañía de personas de confianza: su madre, que ha asistido a todos sus compromisos; Rogelio Caballero y Leonardo Victoria, un novillero y un banderillero que, cuando decidieron retirarse, adoptaron el puesto de mozos de espadas para poder seguir en contacto con el mundo de los toros. Cuando ya está vestido de luces, sólo le queda una cosa más por hacer: encomendarse a Dios, “por encima de todo”. Dios y la Virgen de la Medalla Milagrosa. Se pone en sus manos, pide que no le vaya a pasar nada, que los toros lo respeten así no corte orejas, pero que no le pase nada ni esté mal y que su público siga creyendo en él.

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SANGRE EN LA ARENA Mientras la cuadrilla llevaba a Moreno Muñoz a la enfermería de la plaza, Myriam corría por el callejón sintiendo que se le iba la vida, recordando a Antonio y suplicándole a Dios que su hijo no corriera la misma suerte que su tío. Y su plegaria fue escuchada, porque a los pocos minutos se anunció que el “niño de casta” ya estaba hablando. No salió de la plaza en hombros, sino en brazos, directo a la clínica. Los médicos le dijeron que no podía volver a ver a novillos-toros por medio mes, le pusieron cuello ortopédico y le ordenaron reposo total. Pese a lo que pasó, Myriam no contempla ni por un segundo la posibilidad de proponerle a Moreno que abandone el mundo de los toros, pues, aunque sufre y se angustia mucho cuando él torea, confía plenamente en sus capacidades y sobre todo en su convicción. Una convicción y un compromiso que pactó consigo mismo por el resto de su vida una tarde en La Capilla cuando respondió: “Yo sí mamita, yo sí”.

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ElEnvenenador Texto y Fotografías de Juan Camilo Maldonado

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Juan Sebastián Monsalve nació y creció entre artistas, quienes al tiempo lo han ido formando como músico. Sus creaciones lo llevan de un escenario en Jazz al Parque, a un estudio de grabación con Andrés Cabas o a la nominación como compositor en los premios de música Shock. Se mueve por terrenos desconocidos, y envenena todo a su paso, meticulosa y disciplinadamente. Un nombre que suena fuerte en la escena musical bogotana.

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El estudio del sitar le ha permitido incorporar a su música las escalas y los ritmos orientales, y, al mismo tiempo, acercarse más a lo que él llama “un ser supremo”.

Mientras no tenga un instrumento en las manos, Juan Sebastián Monsalve mira hacia afuera, pero cuando el músico coge su bajo o se sienta en el suelo, descalzo, con el sitar apoyado en el arco del pie, su mirada se revierte y una luz que parece brotar de adentro se refleja en sus párpados cerrados. Todos los músculos de su cara se contraen, el ceño se frunce, los labios se aprietan. Monsalve medita mientras toca; improvisa y se abandona. Con una disciplina monástica, puede tocar un currulao en el bajo, un ragga en el sitar, una cumbia, un bambuco, pero siempre toca ensimismado. Levanta sólo la cabeza cuando un músico lo viene a relevar en la melodía: entonces se relaja, sonríe y asiente con complicidad. Pero pronto le llega la responsabilidad de vuelta; dueño de la improvisación, Monsalve vuelve a contraerse. “Nosotros somos músicos urbanos que hemos crecido en Bogotá oyendo más pop y rock que música tradicional”, dice. Sin embargo, Juan Sebastián Monsalve, cabeza del grupo Curupira, compositor y arreglista de música pop, jazzista fundador del club de jazz Tocata y Fuga y participante de todas las versiones de Jazz al Parque y en varias ocasiones del Festival de Jazz del Teatro Libre, no se puede quedar quieto en un género. Busca ante todo la esencia universal en la música local, y así define su trabajo. Disciplinado y riguroso, compone su música y a él lo conforman nombres y lugares de las más distintas geografías. El resultado se escucha actualmente en el grupo Curupira, agrupación bogotana de fusiones y “amenazas sabrosas” —como las catalogó Juan Carlos Garay—, en su cuarteto de jazz y en sus temas de música contemporánea.

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es estudio”, dice Beatriz Castaño, con todo su orgullo de madre, quien acepta que al ver crecer a su hijo desarrollando sus habilidades musicales, le tocó abandonar la guitarra: “Antes de que Juan Sebastián se volviera músico, yo tocaba guitarra en María Sabina, la agrupación que dirigía. Pero ya con semejante duro, ¡qué me iba a atrever a tocar!”. “Juan ha sido siempre el de las decisiones tesas”, dice Urián Sarmiento, a quien Monsalve considera su “hermano musical”. Durante once años han crecido juntos en la música, desde que el primero era un disciplinado estudiante de la Javeriana y el segundo un adolescente punkero. Los unió una casualidad que ha marcado toda su carrera: el rock y la fusión. Fue en un concierto de Mano Negra, en 1993, donde se vieron por primera vez. De ahí en adelante Juan Sebastián empujó a Urián para que ingresara a la Facultad de Música de la Javeriana, y se dedicó a enseñarle él mismo, ya fuera en el grupo de su madre o en su propio grupo de rock Presagio. “Desde que tuvo 17 él se dedicó a enseñarles a sus amigos a tocar un instrumento... Ser maestro es una vena que tiene”, dice su madre.

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A su vez, hace algunos años, ambos tuvieron como maestro a Encarnación Tovar, ‘El Diablo’ —legendario maestro de la música del Atlántico—, quien les enseñó a tocar los diferentes instrumentos del folclor de la costa. Monsalve cogió la gaita hembra, y Urián, la gaita macho, y en un día estaban sacándoles colores a los instrumentos.

UN BUEY APACIBLE Metódico y cuidadoso, desde pequeño MonsalEn el horóscopo chino, Juan es el buey, el ve se ha venido haciendo hombre de música. animal trabajador. “El man almorzaba mientras “Ochenta por ciento es nato, veinte por ciento televisión haciendo + + + + + + + + + + + + + + + + estudiaba, + + + veía + + + + + + + escalas, + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + se dedicó + + + +“Desde + + que + tuvo + +17+él + + + a+enseñarle + + +a sus + +amigos + +a tocar + + + + + + + + + que+tiene”, + + + +un+instrumento... + + + + Ser + maestro + + +es+una+ vena + + + + dice + su + madre. + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +

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Hijo del hippismo de los años setenta, Monsalve creció riguroso y metódico, pero con una búsqueda revolucionaria: la fusión.

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nunca paraba de trabajar”, dice Beatriz. Cuan- histérico de la ira” cuando alguien se equivocado era estudiante, ella subía a dejarle la comida ba o se salía de la rigurosidad de sus arreglos, en el cuarto, y Juan Sebastián abría, le rapaba se ha ido transformando. Primero fue el viaje a el plato y regresaba a estudiar. Es que “Juan no la India, en 1998, adonde se fue con su amigo concibe las cosas sin ensayar”, dice Urián. Algu- Urián durante seis meses. “Yo tenía la inquienos ejemplos: la lista del presupuesto de viaje tud de buscar un posgrado en la India, pero nos a la India —realizada a tres columnas para dimos cuenta de que su técnica y su teoría es llevar la tasa de cambio al día entre el peso, el distinta a Occidente. A nivel conceptual era una dólar y la rupia—, la colección de crucigramas cosa nueva. La enseñanza es personalizada por del domingo que guarda en secreto en su casa, medio de un gurú. Mi maestro no sólo me daba la cuidadosa afinación del sitar y el bajo antes clases de sitar. Mis clases de técnica de sitar de una presentación y los arreglos que escribe eran a la vez clases de historia, de filosofía y de para sus propias composiciones con su cuarteto religión”, cuenta el músico. o para Curupira. Monsalve es arquitectónico. Y luego fue su hija Valentina, de dos años, a Pero el muchacho que en los años noventa se quien compuso una canción que para muchos encerraba a estudiar sin parar el violonchelo, es de las mejores. “Esa canción tiene la energía el bajo, los conceptos armónicos de Shoenberg y el cariño hacia Valentina, es tal vez el tema o las pagodas de Debussy, y que en los ensayos que más me emociona de Juan Sebastián”, dice con María Sabina o Presagio se ponía “rojo, el crítico de música Juan Carlos Garay. Tanto Valentina como la India han llenado de paz a Monsalve. “Allá aprendieron mucha serenidad, mucho respeto...”, recuerda Beatriz, “mientras que Urián llegó caminando descalzo, Juan Sebastián llegó con el místico en la música”. Por otro lado, Valentina ha representado para él nuevas responsabilidades, “es como una gallina cuidando a sus pollitos: no diga groserías delante de la niña, no fume”, cuenta la abuela regañada.

NOMBRES Y LUGARES Monsalve creció en un mundo de artistas que no pertenecían al establecimiento. Nació del vientre de una anarquista bohemia de 17 años, enamorada de Juan Monsalve, fundador del Teatro Acto Latino, y responsable de que el mundo de Beatriz Castaño se convirtiera, desde entonces, en un deambular por círculos de artistas, trotskistas y hippies, muchos de los cuales hoy en día el hijo recuerda con una sola palabra: “mamertos”. Lo cierto es que Monsalve nació de una unión teatrera de los años setenta y creció rodeado de arte, ya fuera correteando en la “Comuna Latina”, en el barrio La Candelaria, donde todo era de todos —incluso los hijos—, o sobre las


tablas en las giras de Acto Latino, recitando de memoria los papeles y jugando con la escenografía de las obras que montaban sus padres. Pese a que Juan y Beatriz se separaron cuando Juan Sebastián sólo tenía tres años, en muchos momentos de su vida vio confluir de nuevo sus mundos paterno y materno. Pero siempre estaba él en el centro, gravitante y creativo, como cuando compuso la música del Ángel azul, una de las primeras óperas rock colombianas, montada con María Sabina y escrita y dirigida por su papá. Al separarse de Juan, su madre fue a vivir con el poeta Juan Manuel Ponce, en cuyo hogar, y junto con su hermanastro Damián y su hermana Magdalena, Monsalve creció educado por un padrastro melómano y una madre encarretada con su guitarra y sus canciones. En la casa, Ponce ponía música clásica, y ahí empezó a despertar el talento de Monsalve hijo. A los cinco años de edad entró a estudiar violín. “El viejo (su profesor), aterrado”, dice Beatriz. A la semana ya manejaba las notas musicales, al mes ya leía partituras. Pero ahí se murió el profesor. Luego llegó el chelo gracias a Ernesto Díaz, un viejo amigo de su madre Beatriz, con quien tenían un dúo llamado Canción Suelta. Ernesto tocaba el chelo, mientras Beatriz cantaba. Desde pequeño Juan escuchó el instrumento y fue Ernesto quien lo apadrinó durante seis años en el estudio del instrumento.

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Pero le llegó la adolescencia y abandonó el estudio con Díaz. Entonces, dice su madre, Monsalve tuvo un pequeño lapso de “vida normal”, como cualquier niño de doce años. Esto hasta los quince, cuando lo invitaron a que tocara contrabajo en la Sinfónica Juvenil de Colombia. Por la misma época recibió de manos de su padre un bajo traído de la India. Este regalo fue el inicio de sus estudios con otro amigo de la casa, Jean Paul Ruard. Con este francés, famoso por su dúo de vallenatos, Juan Sebastián comenzó a estudiar el instrumento que no ha vuelto a soltar. La cuestión fue breve, cuenta Beatriz, “en 15 días ya era bajista”. El joven Juan Sebastián creció musicalmente en la sala de su apartamento, en las Torres del Parque. Ahí llegaban los amigos de Beatriz: poetas, músicos, actores, con los que se fugaban para los bares de la quinta a escuchar salsa vieja, al grupo de reggae Mango o a los Gaiteros de San Jacinto. Se metía de colado a todos lados. Entró en contacto con poetas como Juan Manuel Roca y Raúl Gómez Jattin; ensayaba con Presagio, su grupo de rock, o se sentaba con Orlando Morales, el percusionista del grupo de su madre, María Sabina, a escuchar horas y horas de Chick Korea, Herbie Hancock y Jacos Pastoridus. Y desde esa época, Morales les vaticinaba a él y al resto de muchachos del grupo: “Ustedes van a hacer jazz...”.

Monsalve en Tocata y Fuga, ensayando para Jazz al Parque

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Con su cuarteto, antes de Jazz al Parque. De izquierda a derecha: Túpac Mantilla (batería), Juan s. Monsalve, Nicolás Ospina (piano) y Enrique Flower (saxofón)

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A ellos les gustaba el rock, el punk, el reggae, el hardcore. Pero Orlando Morales lo veía claro, “Juan Sebastián era una persona tan dedicada a su trabajo musical, y fuera de eso tan estudioso, que tenía que buscar otra música, algo más exigente”. Beatriz, a quien Juan Monsalve considera la “maestra de cabecera” de su hijo Juan Sebastián, lo invitó a que dirigiera el grupo de música de poesía musicalizada que ella había fundado. “Con María Sabina trabajábamos poesía nacional con música. Empezó a haber una reflexión sobre nuestra identidad nacional y la necesidad de hacer una música con raíz. Esa necesidad de explorar las raíces se profundizó cuando viajamos a la India”, dice Juan Sebastián.

Por su parte, Juan Sebastián había estudiado a Olivier Messiaen, compositor francés que exploró la música india en sus piezas de música moderna, y leía y sabía del misticismo que había permeado la música de The Beatles, con los viajes de George Harrison y John Lennon. Asimismo, sabía del apasionamiento de John Coltrane por la India y el Islam. Y, además, tenía toda su propia carga de inquietudes acerca de las estructuras rítmicas y armónicas de la música de ese país. Con todo esto en mente, Monsalve salió en 1998 a seguirle los pasos al guitarrista de la banda de Liverpool, y durante seis meses estudió sitar, mientras su “hermano de la música” estudiaba tabla, y entre los microtonos, el yoga, los raggas y la meditación, Juan Sebastián siguió cavando hacia abajo, buscando esa “música con raíz”.

EL TOQUE DE MEDITACIÓN Muchas veces Juan Sebastián había escuchado a su padre hablar de sus viajes a la India. De hecho, toda la obra teatral de Juan Monsalve se basó desde los años ochenta en la investigación antropológica del arte oriental e indígena, y dio paso a la fundación del Teatro de la Memoria. “El acercamiento al arte oriental es también un acercamiento a las artes espirituales”, suelen repetir. Frecuentemente viaja a éste y otros países de Oriente, donde realiza intercambios culturales que ha ido incorporando a su trabajo teatral.

En esta trashumancia, los espacios musicales se fusionan y se yuxtaponen, se encuentran y se dislocan en Curupira, en el Bunde nebuloso y en el resto y heterogéneo trabajo del compositor. Sentado, con un tono tranquilo pero desbordante, como un río que corre raudo aunque no se note, en el mesón de su pequeño apartamento en La Macarena, comenta: “Yo he tratado de lograr un balance entre la tradición y la vanguardia, entre lo local y lo universal, entre lo popular y lo erudito... Ese balance entre esos polos opuestos ha sido mi interés. Simplemente he tratado de ser lo más consecuente con mi mundo musical y mi entorno”.


UN VENENO DE CUATRO LETRAS Hay una foto en la que Juan Sebastián aparece de pocos meses de nacido al lado de un afiche del compositor Johann Sebastian Bach: “Esa foto se volvió una foto maravillosa porque no sabíamos que Juan Sebastián iba a ser músico, pero ya con el nombre que le habíamos puesto con Beatriz habíamos elegido el nombre por Juan Sebastián Bach. El espíritu de la música siempre ha estado con él desde que nació”, cuenta Juan Monsalve. Pero al hablar de este compositor nato, marcado por la onomástica, el ambiente de escena de su padre y la música de su madre, no se pueden dejar de mencionar los espacios donde él y otros músicos se encuentran para sobreponer los géneros musicales en un cruce de caminos ilimitado. Alrededor del tambor de Encarnación Tovar, ‘El Diablo’; de la marimba de chonta chocoana de José A. Torres, ‘Gualajo’, y la gaita de Sixto Salgado, ‘Paito’; así como de las enseñanzas de sitar de los maestros Sri Moni Lal Hazara y Candrima Mitra, se han dado cita Monsalve y su grupo de amigos y colegas, ya sea en jam sessions (sesiones de improvisación de jazz) o en clases colectivas con los maestros de música popular colombiana e hindú.

“Monsalve medita mientras toca, improvisa y se abandona”. Aquí en Jazz al Parque, el pasado mes de septiembre.

Tocata y Fuga, el club de jazz que le abrió Monsalve a su madre, ha sido uno de sus epicentros. En el año 2000, en vísperas del concierto que su cuarteto iba a dar en Jazz al Parque, se encontraban tocando con Tico Arnedo, Urián Sarmiento y Eblis Álvarez, cuando por la puerta del club “empezó el desfile de los tigres”, recuerda Urián. Entró primero el maestro Antonio Arnedo, seguido de su baterista japonés Satoshi Takeishi y el guitarrista Ben Monder. Los músicos en el escenario se miraron entre ellos. No era cosa de todos los días. Pero lo mejor estaba por venir. No se había cerrado la puerta cuando el reconocido bajista israelí Avishail Cohen, el baterista Jeff Ballard y un desconocido pianista estadounidense, Jason Linder, entraron en fila frente a la mirada atónita de Monsalve y sus músicos. “Todos nos cagamos del susto”, dice Urián, “el único fresco era Tico. Y cuando terminamos de tocar la gente nos pidió otra, pero... ¡Cuál otra!, si estábamos al frente de tantos maestros!”. No hubo otra del cuarteto. Monsalve invitó al escenario a los músicos extranjeros, y entre todos se armó un toque ‘áspero’, recuerda Beatriz, un toque “memorable”, acota Monsalve, que se prolongó otra noche más, en la casa del guitarrista Teto Ocampo. Este sería el inicio de una amistad que terminaría con un viaje a Nueva York, donde grabaría con parte de estos músicos el Bunde nebuloso, un álbum plagado de ritmos colombianos pero, como dice Beatriz, lleno de “ese veneno que le ha metido Juan Sebastián a toda la música”. Un veneno de cuatro letras: “jazz”. Juan Sebastián es un envenenador. Pese a que en ciertos momentos no todo lo tenga bajo control, como en la grabación del último disco de Curupira, donde los que marcaron la parada

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DIVINO rostro ]

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en más de una canción fueron los ancestrales músicos Paíto y Gualajo, no acostumbrados a las estructuras y a los ensayos, sino a la espontaneidad. Para muchos, como Nicolás Ospina, el pianista de su cuarteto, “el jazz de Monsalve es un jazz más intelectual que intuitivo, un jazz que está pensando mucho más en la etapa previa que la inmediata y definitivamente un jazz más difícil para digerir y escuchar”. Pero es ese balance de la complejidad de Monsalve con la espontaneidad que brinda la sabiduría de la música tradicional colombiana y la afinidad que tienen los músicos de

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Curupira con estos ritmos lo que ha logrado la mezcla que ha ido evolucionando a través de sus tres discos. El Curupira es un animal de la selva que camina con un pie hacia delante y otro hacia atrás, tal como se llamó su primer disco. Sebastián es la cabeza de esa agrupación, pero no todo el cuerpo. De hecho, como parte fundamental del proyecto, los músicos de la agrupación se han dedicado a viajar por Colombia para estudiar in situ las raíces de la música colombiana. ¡Pero Sebastián odia viajar por tierra! “Hace un par de años —recuerda Urián—, volviendo del Festival Petronio Álvarez, fue tanta la desesperación en la flota de regreso que cuando paramos en Ibagué, Juan se bajó y se fue en avión”. De tal manera que la cabeza del Curupira prefiere quedarse en su ciudad, donde llegan los músicos y los maestros, donde entre todos han ido construyéndose, explorándose y descubriendo esa nueva música que sale de atrás pero “mira pa’lante”. Una inquietud que comparte Monsalve con una generación de músicos jóvenes que descubrieron a John Coltrane, a los Rolling Stones, a Totó la Momposina, y que crecen en una época de fusiones “lo menos purista del mundo”. Una generación que sólo quiere componer en un viaje que no saben dónde termina ni para dónde va.

Monsalve ha fusionado la música colombiana con la música de la India y los conceptos armónicos de la música contemporánea. Para muchos, escucharlo no es fácil.

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{Sección * de los LECTORES Interesante su espacio sobre Cabos sueltos. Sin embargo, “Platica perdida”, parece un escrito cargado. Me parece muy útil tener información detallada sobre las convocatorias aludidas, pero no en el sentido de denuncia fácil, sino en un tono más investigativo. Por ejemplo, vale la pena saber cuáles eran los criterios de premiación y cuáles las justificaciones de las decisiones de los jurados. De otra forma, pareciera que Mario Morales (o quien haya escrito ese párrafo) fuera un concursante frustrado. Entre otras cosas, con todo respeto, las convocatorias que se declaran desiertas no me molestan del todo. Cuando la calidad de los convocados no es suficiente... es mejor mantener el prestigio de los premios, ¿no cree? Atentamente, Ricardo Valencia Ramírez ESPERAMOS Y AGRADECEMOS SUS COMENTARIOS

(maryluz.vallejo@javeriana.edu.co)

FEde ** erratas

En el artículo sobre la librería de viejo El Dinosaurio salió la dirección invertida. La librería queda en la calle 45 con carrera 22 (esquina). Pedimos disculpas a los que se perdieron.

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}

Columnista *invitado

Apagá la tele,

Viví la ciudad Por Ómar Rincón

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“¡Hay que vivir con miedo!”, parece ser la consigna en la ciudad de hoy. Nos venden tantos miedos que nos da pánico la mirada sostenida en una calle cualquiera, la pinta del humano próximo, la lluvia de todos los días, el afecto en cada segundo. ¡Vivimos prisioneros de nuestros miedos! Obviamente, le debemos tener miedo, mucho miedo, a la Policía, que de ciudadanos no tienen nada, ya que se pasan los semáforos en rojo, nos agreden con sus motos en contravía, nos aterrorizan con su invasión del espacio público y nos producen pánico con su mirada de odio. Claro, también debemos tener miedo de los políticos, que nos roban el país y los sueños sin sentimientos de culpa. Evidentemente, estamos en la finca de Uribe, en la cual el miedo es toda una política. ¿Qué hacer? Podemos habitar la ciudad de la vigilancia, ésa que no nos va a hacer nada, ésa que nos permite sentirnos libres pero vigilados. Podemos vivir en la casa absorbidos por nuestra pésima televisión, o salir al centro comercial y ver vitrinas y derramar babas por los ombliguitos en exuberancia, o emborracharnos en las discotecas de cajamán en la puerta, o darnos un paseo por la zona T vigilada. Pero ¿no les parece que eso es aburrido, muy depresivo?


A mí sí me deprime el estar frente a un televisor (y eso que de ahí vivo) o el quedarse encerrado en el confort consumista del centro comercial (y eso que allá vivo). Entonces, para derrotar la ciudad del miedo, hay que atreverse a vivir la ciudad del goce. Apagá la tele, viví la ciudad. Apagá el centro comercial, viví la calle. La ciudad del goce está ahí a la espera de ser disfrutada. Y, ¿cómo es? Como cada uno la quiera hacer. La mía tiene recovecos emocionantes en comidas del Pacífico de la calle 20 con carrera 4a, donde la raza niche revive la pasión por comer sin urbanidad, donde un pescado suena en cada bocado, donde la gente se junta por el sabor. Si se atreve más, se va uno a La Leona, en la calle 8 con carrera 6, para disfrutar del menú oral de torta de sesos, pata con arveja, ubre al horno y demás delicias de la estética comida colombiana. Por si todavía le quedan ganas, váyase para Donde Ómar, en el barrio Carvajal, por allá en la calle 31 No. 61-03 sur, todo un ejecutivo triple A, en el cual las criadillas, el hígado, el bagre o la lengua son un manjar del alma nacional. Si de pasarla bien se trata, no puede dejar de ir al billar Londres, en la carrera 7ª con calle 22, el mejor ambiente de salsa y despecho, colores rojos y lámparas de otro tiempo, paisajes de cultura universal y banderas de mundo globalizado; cerveza y tacada inexperta son el plan. Por la misma calle 22, abajito de la carrera 7, está La Normanda, con su show en vivo y su cerveza del amor, el abrazo contrahecho y el beso contundente. La Bolera San Francisco, en la Jiménez, al lado de CityTv, con su olorcito a otro tiempo, nos invita a no quedarnos quietos con sus bolos manuales, allí lo mejor es dejarse llevar de esos hombres acomodabolos de esqueletico y sonrisa pura. Si todavía le quedan ganas, échese la nostalgia y la tristeza al hombro y viva El Viejo Almacén, pues si no llora, aprende a bailar tango o se emborracha con la felicidad perdida. Y para terminar la noche, sonría en el único parqueadero con café de la Candelaria, arribita del famoso Escobar y Rosas, allí una pareja entrañable de esa Bogotá decente le dice cómo hacer para no perderse en la aventura de vivir la ciudad. El asunto es que deje esa aburrición y se atreva a ‘matar’ el miedo viviendo la ciudad que se le dé la gana, la de Galerías o la avenida Primero de Mayo, o la que usted construya con su deseo de vivir. Más vale vivir gozando que agonizar eternamente de miedo. ¡Hacé tu ciudad del goce! No se diluya en vida.

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Apagá el centro comercial. Viví la calle


** * OMENAJE

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MALPENSAR para triunfar Por Lina María Alfaro. Foto de John Naranjo

Cuando Andrés Hoyos y Mario Jursich se conocieron, no imaginaron que tiempo después serían director y subdirector de una de las revistas culturales más importantes del país, que este año arrasó con los premios Cemex-Fundación Nuevo Periodismo y con el Simón Bolívar en la categoría de crónica.

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Mario recuerda que trabajaba para Tercer Mundo Editores cuando Andrés llegó a la editorial a presentar un libro que había escrito recientemente. El escrito fue aceptado y así comenzaron a trabajar en equipo. Durante el proceso de edición, tuvieron el tiempo suficiente para conocerse y descubrir que tenían muchas afinidades; leían el mismo tipo de revistas y tenían ideas y opiniones que coincidían, sobre todo en cuanto a la situación de la cultura en Colombia. A finales de 1995, poco tiempo después de publicarse el libro, Hoyos llamó a su antiguo editor y lo invitó a participar de su proyecto de hacer una revista. Propuesta que Jursich no dudó en aceptar. Empezaron a reunirse cada domingo para discutir la idea, hasta que finalmente llegaron a un núcleo básico: el proyecto debía ser financieramente viable y muy profesional, pues no querían que con ésta ocurriera lo que pasa con la mayoría de publicaciones culturales en Colombia: “Existe una tradición nefasta en cuanto a las publicaciones culturales, en el sentido de que son muy informales, y como la mayoría de la gente las hace con su propio dinero, entonces, salen cada vez que se puede, venden suscripciones y, por lo general, la gente termina estafada, no porque sean negocios de mala fe, sino porque simplemente, luego de 2 o 3 números, se acaba el dinero, se acaba el entusiasmo y todo lo que se hizo antes no tiene ningún tipo de continuidad”. Una vez consiguieron la sede y el dinero para mantener la revista, por lo menos durante algún tiempo, sólo faltaba un título para la publicación. Jursich propuso el nombre de un libro de Gesualdo Bufalino que hacía poco había leído, El Malpensante, pues reflejaba el espíritu de la revista. “El Malpensante hace referencia a la malicia indígena colombiana y está dirigida a la gente que desconfía, que no come cuento, a la gente crítica”. La empresa empezó a funcionar con este nombre en marzo de 1996, y la primera edición salió el 31 de octubre del mismo año, en un principio, de forma bimestral y después de cuatro, años cada 45 días, como paso previo a la mensualidad, cosa que hasta el momento no ha sido posible por razones económicas.


UNA MEZCLA DE INTENCIÓN Y AZAR La revista tiene tres vigas de armada. La primera está compuesta por textos que se traducen y que constituyen un treinta o cuarenta por ciento de lo que se publica, ya que desde los inicios del proyecto se consideró importante el mantener una visión cosmopolita, esto es, que la revista estuviera atenta a lo que pasaba en otras partes del mundo, en otras culturas, en otras lenguas. “Una vez vino la traductora de García Márquez al húngaro y nos dijo que había unos poetas y unos escritores que a ella le parecían importantes. Los leímos, nos gustaron y finalmente los publicamos”. Este material se prepara con bastante tiempo, se va acumulando como en “una especie de nevera de traducciones” y se va sacando a medida que las ediciones lo ameritan. Alonso de los Ríos, administrador de empresas de 27 años y asiduo lector de El Malpensante, asegura: “esta visión cosmopolita es lo que más aprecio de la publicación, pues me permite conocer textos de autores extranjeros a los cuales no tengo fácil acceso por otro medio”. El equipo en pleno de la revista. En el centro, Andrés Hoyos; a su derecha, Mario Jursich; a su izquierda, Camilo Jiménez.

La segunda viga está compuesta por textos encargados, de muy diverso tipo: “Llamamos a toda clase de escritores y les preguntamos qué están escribiendo, qué les gustaría escribir o simplemente les proponemos un tema”. La tercera y última viga se forma “gracias al azar”. Personas ajenas a El Malpensante ofrecen sus escritos. “Nosotros intentamos leer hasta el último papel que nos mandan. Esta práctica es muy saludable porque a través de ella hemos descubierto a muchos escritores que, nos parece, valen realmente la pena”.

EL LARGO CAMINO HACIA LA PUBLICACIÓN Una vez se llega a la decisión de publicar un artículo, se dan dos procesos paralelos: el editorial, de trabajar en el texto, y el de ver cómo se va a ilustrar éste. Es en ese momento cuando empiezan a repartirse las tareas. Entonces, bien sea Camilo Jiménez (editor), Andrés o Mario, se lee minuciosamente el texto y se hace una primera corrección. Sin embargo, en ocasiones quedan algunas dudas que generalmente se resuelven con el autor. Luego pasa a manos de Guillermo Díaz, un corrector externo que lleva mucho tiempo colaborando con la revista. Él termina la labor de corrección para que, finalmente, editor, subdirector y director relean el material. El trabajo es bastante arduo, pues, aunque se procura no normalizar nada para permitir que cada escritor se exprese libremente, la revista está muy atenta tanto a la calidad de la escritura como al uso del lenguaje. El Malpensante no solamente exige una escritura correcta y clara, sino también una muy vivaz, que despierte el interés del lector. Por esa razón se trabaja mucho con los autores, para lograr textos fluidos, que demuestren un conocimiento cabal de la materia que están explorando.

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Por otra parte, debe realizarse una exhaustiva labor de verificación de datos. Si, por ejemplo, un autor dice que el monte Everest tiene 8.400 metros, es fundamental comprobarlo, o si va a ser publicado un texto de un escritor ruso, debe verificarse que su apellido esté escrito correctamente. “Las correcciones son sucesivas y los lectores no las ven, pero por ahí pasa la credibilidad y eso es muy importante para nosotros”, afirma Jursich. Paralelamente a este proceso, se está buscando o encargando el material gráfico. La revista intenta mantener un espíritu de sobriedad muy marcado, pues pretende ser amable con el lector y evitar que se sienta agredido visualmente. “En general, tratamos de mantener un espíritu de serenidad… Aunque a veces nos soltamos un poquito el pelo”. Mario Édgar Ortiz, diseñador gráfico ajeno a El Malpensante, asegura: “la diagramación es monótona y repetitiva en todas las ediciones”, a lo que el subdirector contesta que evidentemente el diseño sí tiene una especie de plantilla y por eso tiende a ser más o menos similar, pero esto se hace en virtud de un espíritu de unificación que le permite a la revista mantener su identidad, para que no parezca una piscina de fuentes tipográficas. “Sabemos que John a veces quisiera hacer cosas más audaces, pero él entiende que tiene un marco de acción para trabajar, entonces tiene que bailar sobre un solo ladrillito”.

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John Naranjo es el director de arte de la revista y, sin duda, comparte la idea de mantener la sobriedad. Al respecto, asegura que lo importante en el diseño es que no se note, que sea casi “subliminal”, porque el objetivo no es generar un choque, sino, más bien, seducir. El Malpensante es una revista de lectura que trata de ser fluida, también mediante el diseño, pero cuya columna vertebral siempre será el texto. La diagramación debe ser clara, no puede ser llamativa por sí misma. “Hay una frase clichetuda, la cual respetamos: ‘menos es más’”.

LECTURAS PARADÓJICAS La revista está compuesta por una mezcla heterogénea de textos, cuyo subtítulo, Lecturas paradójicas, alude precisamente a eso. A veces parece extraño que se pongan materiales tan diversos en un mismo conjunto, pero eso permite que El Malpensante pueda explorar campos extraños. Incluso se han publicado artículos sobre gastronomía, aunque procurando darles un tratamiento diferente al de otros medios. Si bien se trata de una publicación literaria, la literatura es concebida más que como un simple género, como una óptica, como una forma de escudriñar la realidad. Eso, según el director y el subdirector, abre mucho el compás y, por lo menos en teoría, la capacidad de publicar casi cualquier cosa. “Hemos formado un público que nos cree y por eso podemos publicar cosas, incluso, un tanto extravagantes, porque los lectores tienen confianza en que lo que se está haciendo, es en serio”. Y es que para el equipo de trabajo El Malpensante es una revista que tiene una personalidad muy definida, que intenta seguir sus criterios, discutibles, ciertamente; pero que pretende afirmarse frente a lo que hacen otros medios y procurar así ir siempre más allá de los tres temas que, por lo general, éstos cubren: orden público, farándula y deportes. Es evidente que en este marco tan pequeño no cabe toda la realidad nacional, sobre todo en un país tan complejo. Por eso uno de los objetivos de la revista es trabajar temas que no estén en la agenda de los medios. Al respecto, comenta el periodista Donaldo Donado: “El Malpensante es una publicación balsámica, pues repone

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al espíritu de lo difícil que es vivir en Colombia en este momento. Permite levantar la mirada, mirar las estrellas, hacer análisis, escribir un poema…”. Por otra parte, El Malpensante no es una revista ideológica y no tiene intenciones de defender el ideario de un partido o los intereses de una multinacional. El espectro ideológico que se maneja es bastante amplio. Incluso una de las políticas de la casa es publicar artículos con los cuales no se esté de acuerdo. Además, la revista cuenta con una sección (“Correo”) reservada exclusivamente a las observaciones de los lectores. Ésta es muy libre: “Algunos lectores escriben fuertes críticas a las que se les da prioridad y si algún autor o institución se ha visto afectada por un artículo polémico y quiere responder, tendrá en ella el mismo, o más espacio, que el que tuvo la persona que inició la discusión”, dice Mario. Otra de las políticas es que El Malpensante publica textos, no firmas. Aunque en ella participan autores muy conocidos, también ha habido espacio para jóvenes que empiezan a hacerse lugar en el campo de la escritura. “Pueden haber sido 25 o 30 las personas que por una vez en su vida han publicado un texto y lo hicieron en El Malpensante”. En palabras de Daniel Samper Pizano, “El Malpensante logra vincular la cultura y el periodismo. A menudo ofrece interesantes sorpresas y abre una puerta a colaboradores que en otras partes no caben”. Finalmente, hay que decir que por su periodicidad es imposible que sea una revista de coyuntura. Por lo tanto, sus editores no se guían por esa pauta, pues opinan que para eso ya están los periódicos o las revistas semanales. Es más, cuando se tocan temas coyunturales, se procura hacerlo desde una perspectiva diferente. “Es que la cultura es una especie de universo en el cual uno puede entrar en cualquier momento y señalar qué le interesa”, comenta Mario Jursich. Este proyecto llamado El Malpensante significó desde sus comienzos un reto, y hoy continúa siéndolo. El haber corrido el riesgo valió la pena, pues la revista se erige como una de las más importantes de Colombia actualmente. Mario Jursich, quien junto a Andrés Hoyos diseñó el proyecto, no duda en afirmar: “en la vida uno tiene que arriesgar y tiene que hacer cosas de cuyo resultado no puede estar seguro”.

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Ciudad triple

Por Verónica Murcia, Edwin Bohórquez, Fabio Gallego, Natalia Perea, Sandra Parra y Miguel Santacoloma Fotos cortesía de Semana

El director, Fernando Vásquez, con las polémicas bailarinas.

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El 6 de octubre comenzó a emitirse Ciudad X en CityTv, de diez a once y media de la noche, un formato —de moda en la televisión globalizada— para hablar de la movida sexual, bizarra y underground de la capital. Aquí hay una opinión a varias voces sobre lo que atrae y repele de este espacio.

¿Qué tan erótico es ofrecer variadas opciones para un atrevido diseño de ‘cuca’ en una peluquería bogotana, o qué tan sensual es salir a entrevistar a los ciudadanos con un miembro plástico de utópicas proporciones a manera de micrófono? Tan erótico como leer un cómic para adultos. Porque erotismo y sensualidad no es mostrar a un grupo de bailarinas —algunas entradas en kilitos— contoneándose frente a las cámaras, ni menos tener de fondo imágenes de cine porno o hacer concursos de prendas, donde el premio a la desnudez es una botella de aguardiente, como en un reality de colegio. Ciudad X asocia los aspectos ocultos de la Bogotá nocturna con el erotismo, la sensualidad, la sexualidad y el morbo, aunque el conductor, Fernando Vásquez, insista con tono didáctico en que hay que saber diferenciar lo erótico de lo pornográfico. En realidad, se está viendo una nueva versión de “lo peorcito” de la televisión española, que se lleva el primer lugar en programas de este género. Travestis, prostitutas, drag queens, strippers o sadomasoquistas clasifican para estar en las sillas de los invitados, rodeados de paredes rojas; así como profetas de la nueva era vestidos de blanco. A ellos se les pregunta lo


básico: cuánto cobran por sus servicios, en qué ambiente se mueven, cómo es su actividad sexual, por qué eligieron esa vida... Lástima que ese tratamiento —como afirma el crítico Ómar Rincón—, tiende a “volver grotesco lo popular” y quita las ganas de ver otras propuestas periodísticas interesantes del programa, como esas crónicas excéntricas que relatan con estilo desenfadado historias poco conocidas de la ciudad. Por ejemplo, ¿sabía usted que al usar su crema humectante podría estar esparciendo sobre su piel la grasa de un desconocido? Ciudad X mostró que algunas firmas de cosméticos compran la grasa de los cadáveres para la elaboración de sus productos. En cuanto al equipo, habría que decir que el conductor, con su tono de predicador, no tiene gracia para salpimentar los temas. En el peor estilo paisa, tutea, vocea, ‘ustedea’, vocifera y, a menudo, cohíbe a sus invitados con preguntas fuera de lugar como “¿Es usted gay?”, dirigida a un drag queen, cuando no se le escucha un “oíste, hombe, y ¿qué más le querés preguntar a nuestro invitado?”. La actriz Ana Mazhari y Marcela Vargas, a cargo de los temas eróticos, con frecuencia se sobreactúan en su papel de cronistas-conejitas. Resulta más discreto Edison Ramírez, encargado de los temas sobre homosexualidad. En todo caso, los cuatro, en torno a la mesa, le roban el show a los invitados. + + + + +

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Sin embargo, a juzgar por las cartas que se dirigen al programa, los presentadores tienen gran acogida, sobre todo entre el público adolescente, por su desparpajo al tratar los temas más escabrosos; mientras el público adulto los critica por su falta de profesionalismo. Hay que reconocer, en todo caso, que el equipo se la está jugando a fondo con este formato atrevido y arriesgado, porque no es fácil tener atornillada a la audiencia de lunes a viernes, durante noventa minutos. Una urbe como Bogotá es cantera de temas —siempre que se recorra de sur a norte, como propone este espacio—, pero muchos han sido más explotados que algunos cerros tutelares (peleas de perros, sex shops, taxistas nocturnos, etc.), y la biodiversidad de temas sexuales tiene un punto de agotamiento. El mismo canal de CityTv también ofrece un espacio de sexo los sábados en la noche, Sex TV, que presenta crónicas aún más osadas que las del nuevo formato documental de corte estadounidense; pero no abundan en nuestra televisión los ejemplos (extraña sí que la Comisión Nacional de Televisión, que hace siete años censuró la mencionada serie Sex TV, no se haya pronunciado todavía sobre este producto criollo). Tampoco se puede hablar de novedad cuando el canal HBO emitió hace unos meses una serie de documentales sobre la sexualidad en distintas capitales latinoamericanas, con imágenes de gran carga sexual. Infinito, un canal especializado en temas ocultos y paranormales, tiene un programa en español donde enseña y fomenta el Kamasutra, para incrementar el placer sexual de los televidentes.

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“Cuando vi el anuncio de un nuevo programa (Ciudad X) se generó en mí una gran expectativa, ya que esperaba un programa de igual calidad a programas como Radio City, City Noticias, Arriba Bogotá y Bravísimo. Sin embargo, me encontré con un programa con una producción poco llamativa, presentadores acartonados y, lo que es peor, con un contenido pobre que incluso en algunos casos raya en lo vulgar. El formato del programa no es innovador y su producción y contenido no cautivan a la audiencia.” Jimena Holguín “Ciudad X me parece de lo mejor que hay en la teve; me parecen muy buenos sus reportajes, pero a veces son un poco aburridos, como el de los jacas colombianos. Por favor continúen con sus investigaciones, pero no de ese tipo que se tiran la audiencia tan fiel que están consiguiendo, ya que ustedes muestran cómo son las maricadas reales sin censura. Felicitaciones.” Jasón Quintero Delgado. “Excelente!, realmente bueno está su programa, permítanme felicitarlos por tan brillante idea, ya era hora que alguien hablara y mostrara sin tapujos la realidad underground de nuestra hermosa ciudad. Esa realidad que muchos intentan cubrir con un lúgubre manto de doble moral, pero que todos sabemos que está ahí,

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CARTAS DE LOS TELEVIDENTES (FRAGMENTOS)

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tan cerca como nosotros mismos. Espero que sigan realizando tan aberrantes, emocionantes y excitantes entrevistas como hasta hoy (...) por último, sus presentadores, casi todos, superbién. El que si no tiene disculpa es el tal Fernando, ¡qué petardo! Por Dios... de dónde sacaron ustedes ese espécimen con ínfulas de pseudo-yuppie... dándoselas de muy culicagao el cincuentón este, que se tira todo lo bueno del programa, en serio, no es por nada pero si su programa fracasa (cosa que no deseo que suceda), seguramente habrá que achacarle por lo menos un 80% de responsabilidad a ese tipo ¡que lo saquen! Que se quite su falso aretico y se afeite de vez en cuando.” Ciber Navegador. “Ciudad X es una estupidez, si no tienen nada más que hacer, por favor no se vuelvan tan mediocres. Es la primera vez que veo un programa de 1:45 minutos dirigido por un grupo de personas que en todo el programa no hacen un carajo ¿Qué sentido tiene ese programa, qué trata de promover? Creo que este programa es para reprimidos, ya que no entran en los parámetros de esta sociedad.” Oscar Ayala.

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