Directo Bogotá # 09

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Revista escrita por estudiantes de la Carrera de Comunicación Social, editada por los profesores del Campo de Periodismo

2 {*Editorial

La Isla de Morgan II

Asesor editorial Mario Morales Editora de Fotografía Marcela Rodríguez Reporteros en esta edición Angela Nieto, Diego Cruz, Paola Sguerra, Angélica Gallón, Juliana Bedoya, Oriana Obagui, Ana María Rubiano, Ana María Ospina, Nicolás Osorno, Carolina Mila, Emmanuel Cely, Juan Camilo Maldonado, Melissa Serrato, Silvia Ardila, Viviana Patricia Sánchez, Isabella Portilla Columnista invitado Bibiana Mercado Fotografía Silvia Gómez, Viviana Patricia Sánchez, Andrés de la Cuadra, Martha Torres, Natalia Roldán, Nicolás Osorno, Angela María Ariza, Maria Fernanda Aguilera, Juana Romero, Julián Rodríguez, Miguel Matus, Ivonne Chávez, Sebastián Londoño Diseño y diagramación mottif. Corrección de estilo Gustavo Patiño Díaz

Opinión en cápsulas

Columnista 6 *invitado 8 13 15

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Directora Maryluz Vallejo

4 * Cabos sueltos}

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La Hora Cero

Los dolientes de los parques capitalinos

* 19 vanGUARdias >Y tENDENcias 24

Un bar electrónico en piel de burdel El retorno del patriarca

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28 * patriMonio 34

El sueño de las torres con escalinatas Arquitectura suiza demolida al estilo bogotano

Decano Académico Jürgen Horlbeck B.

Director de la Carrera de Comunicación Social Maritza Ceballos

* }estaciónCENTRAL

¿Centros de reeducación o cárceles para menores?

Impresión Javegraf

Decana del Medio Universitario Doris Réniz C.

Reinsertados Entre el choque cultural y la improvisación estatal Bibiana Mercado Rivera

[repor * ] 38 taJE

El toque kitsch en Bogotá

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gráfico

40 [DIVINO rostro] 46

Un ex agente explosivo

Homenaje a un cronopio

Distribución y suscripciones El Malpensante

Informes Trasversal 4ª No. 42-00, piso 6 Teléfono 320 83 20, ext. 4587 Fax 320 83 20, ext. 4576 Correos electrónicos: directobogota@javeriana.edu.co maryluz.vallejo@javeriana.edu.co

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DePorTes>> ···

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Un skate park callejero

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55 (*) libroS 61

cine 63 •••••• * * ** * *

Pontificia Universidad Javeriana Carrera de Comunicación Social

Literatura en cada esquina Reseña de libro: Arriesgando poco

Reseña de cine: Bogotá también tiene su método


La isla

{

*Edito rial

de Morgan II

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++ + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +El+ periodista + + + + +antioqueño ++++++ + +Alejandro +++++ + + + escribió + + + +una + + crónica + + + +alucinan++++++++++++++++ José Castaño +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ cuevas de+El+Cartucho en+ + + + + + + + + + + + + + + + + + + +te+ sobre + + +las ++ + + +de+ Barrio + + + Triste + + + de + +Medellín + + + +—un + + ‘hijito’ ++++ +++++ la provincia—, ganadora del Premio Casa de las Américas 2003. Una historia +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ que vive hoy la +capital. + + + + + + +demasiado + + + + + parecida + + + + a+ la ++ ++ ++ ++ +++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ En ejercicio del periodismo ‘encubierto’, José Alejandro se sumerge durante una noche —el tiempo que sus pulmones resisten las fumarolas de bóxer y bazuco que salen de los túneles— para luego narrar los horrores que vio en esas catacumbas habitadas por unos trescientos niños, adultos y ancianos perdidos en el vicio y en la degradación, que se multiplicaban gracias a los jíbaros, siempre dispuestos a regalar y expender droga, y al abandono del Estado. Tras la publicación de la crónica en el periódico más influyente de la ciudad, por orden del anterior alcalde, Luis Pérez, los habitantes fueron desalojados a la fuerza por las autoridades antes de derribar los muros de la vieja casa. A partir de entonces el periodista perdió hasta el sueño, porque no soportaba la mirada de los indigentes que terminaron viviendo bajo un puente de la Avenida San Juan, a la intemperie, gracias a su ‘eficaz’ denuncia. A la manera satírica de J. Swift, con Modesta proposición o de cómo eliminar a los niños pobres de Irlanda, en la isla de Morgan (nombre que algunos daban a las cuevas por lo de la salvaje sobrevivencia), el periodista cuestiona la ineptitud de la clase dirigente cuando los cuadros de miseria desbordan sus tímidas políticas de asistencia social y afean el paisaje urbano. Así ocurrió con las administraciones empeñadas en vender la imagen de la ciudad de “la eterna primavera”, cuando la realidad


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descubría la ciudad de “la eterna balacera”, al decir de Fernando Vallejo. Bogotá también arrastra como un costal sucio el problema de la indigencia desde hace cien años, el cual se quiere ocultar debajo de sus flamantes puentes. Muy a comienzos del siglo XX se leían comentarios en la prensa liberal bogotana a propósito de la invasión de indigentes en la capital y de la escasez de sitios para albergarlos. En las administraciones de Mockus y de Peñalosa se trató de mejorar la atención al habitante de la calle (expresión políticamente correcta que reemplazó al término más crudo de desechables), pero dados los altos costos, estos programas de resocialización alcanzaron poca cobertura, aunque exitosa en muchos casos. Desde entonces funcionan los hogares de paso para alojamiento transitorio, baños, comedor y asistencia médica. No obstante, al ser hogares de paso no ofrecen terapias psicológicas ni tratamientos para la desintoxicación de más largo alcance, menos programas de capacitación laboral, y los fantasmas de la calle siguen en su deambular. A lo sumo a algún infeliz con el cuerpo plagado de chinches le aplican un chorro de formol que lo libra de la plaga y, de paso, lo ‘traba’. Todo lo anterior sólo constituye venditas en ese cáncer social de la ciudad, que ya ha hecho metástasis en unos 13 mil indigentes, cifra anonadante para cualquier mandatario, más para Lucho Garzón, quien se propuso atacar la pobreza y se comprometió a entregar un plan de acción para dignificar las condiciones de vida de esta población tan vulnerable. Y quién niega que a Garzón le correspondió terminar de borrar El Cartucho del mapa negro de la ciudad, la tarea más difícil. Pero también eligió el sitio más cuestionable para su ubicación temporal: el antiguo Matadero (por todos los muertos que produjo cuando era un foco de infección de la ciudad), medida que desató el escándalo de los no indigentes. Para rematar, de los 1.500 habitantes de

la calle censados en El Cartucho, cerca de 70 fueron empaquetados en camiones y enviados a sus ciudades de origen, como si recuperar la identidad y el arraigo les preocupara más que comer o drogarse. Si ahora, como dice la directora del Departamento Administrativo de Bienestar Social (DABS), Consuelo Corredor, el asentamiento de los indigentes se resolviera en consenso con la ciudadanía —que ha dado escasas muestras de solidaridad cuando se acercan estos vecinos peligrosos y malolientes— ellos terminarían arracimados en las montañas del Sumapaz. Antes hay que combatir la indiferencia, la exclusión y la intolerancia. Igual para los indigentes que para los reinsertados, habitantes de esta ciudad así nos perturben el ánimo.

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* Cabos sueltos} > DE CONTRATOS INDEBIDOS En los últimos años se han venido destapando una serie de arbitrariedades cometidas durante la alcaldía de Jaime Castro en los procesos de arrendamiento de bienes del distrito. Está el caso de la firma Reforestación y Parques S.A. que hace once años recibió en arrendamiento el Parque El Salitre y está el caso del parqueadero aledaño al Coliseo Cubierto El Campín, igual de indignante para los bogotanos.

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En 1993, el Instituto Distrital para la Recreación y el Deporte (IDRD), firmó un contrato con Martín Fuentes Gasca, del Circo de los Hermanos Gasca, en el que le daba en arrendamiento, de forma exclusiva y por diez años, un predio aledaño al Coliseo Cubierto El Campín. El contrato contemplaba que en el predio se podían tener atracciones mecánicas y realizar actividades artísticas, y comprometía al arrendatario con la construcción de obras como taquillas, oficinas, caminos y cerramientos, a pesar de que el predio era considerado área de conservación y área verde metropolitana.

El contrato fue demandado por la Personería de Bogotá ante el Tribunal Administrativo de Cundinamarca, por lo que se le concedió a un particular, de forma impropia, un terreno que estaba destinado para el disfrute colectivo. El Tribunal falló en primera instancia a favor de la Personería, en 1998, y ese año solicitó la nulidad del contrato. El IDRD, por su parte, se negó a considerarse culpable al tiempo que apeló la decisión ante el Consejo de Estado. Hoy, casi siete años después, todavía se está esperando el fallo de esta entidad sobre el destino final del apetecido lote. Ahora cabe preguntarse ¿cuánto ha dejado de percibir el Distrito por cuenta de los contratos indebidos? En el caso del Parque El Salitre, la Contraloría de Bogotá calculó las pérdidas del Distrito en 23 mil millones de pesos. En el del señor Fuentes Gasca, no se han estimado las pérdidas: el IDRD considera que a partir del arrendamiento del lote el Distrito está recibiendo algunos recursos y no ve necesario recuperar ese espacio para la ciudadanía. Ante esta avalancha de irregularidades sorprende la resignación de los funcionarios encargados del manejo de los bienes públicos. Así, mientras terceros se benefician, la ciudad va perdiendo espacios privilegiados y rentas que tanta falta hacen. Viviana Patricia Sánchez Mejía

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> ROBO CONTINUADO

> CERRAMIENTOS CON ESTRATO A propósito de los espacios públicos, el pasado 16 de mayo el alcalde Luis Eduardo Garzón puso fin a los planes de recuperación adelantados por Antanas Mockus al expedir el Decreto 145, por el cual se autorizan los cerramientos en sectores residenciales que demuestren tener problemas de seguridad. Triunfaron los residentes de barrios como Entrerríos, de la 80, que protestaron duro en contra del derrumbe de los muros. Algunos sectores críticos de la política de seguridad de esta administración califican la decisión de excluyente y de privatizadora, mientras otros la defienden arguyendo que, a pesar de los cerramientos, nadie tendrá derechos reales sobre el espacio público.

“Los rateros hacen su agosto por la enorme aglomeración de gentes de todas las clases sociales. Ninguna persona que tenga algo que perder —reloj, cartera, paraguas—, debe subir desprevenida a los carros de los tranvías, pues con seguridad la desvalijan sin sentir”. Esta denuncia, para seguir con el tema de la inseguridad, se publicó en El Nuevo Tiempo el 6 de octubre de 1902, cuando las cuadrillas de ‘gamines’ entre los 7 y los 12 años eran el terror de los bogotanos que usaban este medio de transporte. No ha cambiado mucho la percepción ciudadana un siglo después: según un sondeo entre los televidentes realizado por CityTV el 26 de mayo de 2005, los ataques en los buses y en el Transmilenio son los delitos que más preocupan a los bogotanos. Lo que se hereda no se hurta… Maryluz Vallejo M.

Por ahora, y mientras se continúe aplicando el decreto, habrá que tomarle el pulso a la ejecución de 1.100 procesos de demolición que se adelantan ante las alcaldías locales. También habrá que revisar el Plan de Ordenamiento Territorial, que en su artículo 260 prohíbe los cerramientos de parques en barrios de la ciudad. Sería una lástima que después de ver caer las rejas de parques como el de la 72 con 5ª, pese a la fuerte oposición del vecindario, volvieran a cercarlo, porque aunque sus puertas permanezcan abiertas, las rejas intimidan y ahuyentan. Si se tiene en cuenta que en Bogotá hay más de 400 hectáreas de parques públicos encerrados ilegalmente, resultaría absurdo revertir los procesos de recuperación. Vivana Patricia Sánchez Mejía

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Columnista *invitado

REINSERTADOS

Entre el choque cultural y la improvisación estatal

Bibiana Mercado Rivera*

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El caso del joven reinsertado de 19 años de edad, cálido, inteligente y alegre que hace pocos días maltrató físicamente a su hijo de 2 años, hasta causarle la muerte, aviva la llama sobre lo que está pasando en los 76 albergues que hay en Bogotá y cuyos habitantes de paso (3.224 a mediados de mayo) son personas que han decidido dejar las armas a cambio de una oferta de reincorporación a la civilidad.

Es tal la avalancha de personas que buscan al Estado para acogerse a esta oferta —lo que está bien—, que asuntos como éste pasan inadvertidos en la atención al desmovilizado —lo que está mal—. El Programa para la Reincorporación no conoció el rostro de Juan Carlos en el albergue, tampoco el albergue vio algún asomo de la mansedumbre con el que se le reconocía a Juan Carlos de puertas para afuera.

Él, de nombre Juan Carlos, se había destacado en el Sena por ser uno de los mejores alumnos de Administración de Negocios, y era firme candidato a continuar dentro del proceso de estudiantes aprendices de Adpostal, como mensajero. Su proceso quedó trunco. Y hoy, recluido en la Cárcel Modelo de Bogotá, afronta el cargo de homicidio agravado, lo que le dará una pena de entre 25 y 40 años de prisión.

El anterior es el último episodio de varios hechos que se vienen presentando en Bogotá con el manejo del tema. Hay denuncias del aumento de la inseguridad en las zonas donde están ubicados los albergues, principalmente en Teusaquillo (la Alcaldía ha aplicado un esquema de descongestión y, hoy, de 25, se tienen 17), y aumento de la percepción de pérdida de seguridad en la ciudad (10% del 2004 con respecto al 2003, según la Cámara de Comercio); además, los habitantes de estos hogares están siendo presa del coqueteo de grupos armados ilegales que los quieren arrastrar otra vez a sus filas con atractivos sueldos de 400 mil pesos (pues con ellos se ahorran el entrenamiento militar). Los vecinos de barrio desconfían enormemente de la franca vagancia en la que algunos de ellos se mantienen y los habitantes de Bogotá no han sido sensibilizados frente a esta problemática.

El Programa para la Reincorporación de la Vida Civil, del Ministerio del Interior, conocía la cara amable de este entusiasta aprendiz. El albergue que lo hospedó, en cambio, conoció su faceta hostil. Un joven solitario, conflictivo, agresivo y con problemas de drogadicción, a cargo de un bebé, contra quien a menudo desfogaba sus crisis internas y sus frustraciones. *

Periodista de la Sección Política de El Tiempo y profesora de la Universidad Javeriana.

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Varias son las críticas de fondo. Es innegable que —aunque este esfuerzo gubernamental hay que seguirlo alentando— ha habido una improvisación en el tema, especialmente en Bogotá, adonde llega la mayoría de los combatientes que decide desmovilizarse individualmente. No se ha tenido en cuenta que estos jóvenes venidos del campo chocan culturalmente con una ciudad agresiva con el extraño. Llegan a compartir con los que hasta ayer eran sus viscerales enemigos. Vienen con problemas de adaptación que son tratados de manera fragmentada por las distintas facetas del Programa (el caso de Juan Carlos deja en evidencia que hay una insuficiente integralidad). Traen a sus familias a vivir con ellos por la desconfianza enorme de que se ‘desquiten’ con éstas (en los albergues están viviendo 500 niños que la Alcaldía está tratando de trasladar durante el día a sitios especiales de atención). Y tienen como principal incentivo estatal convertirse en delatores de sus compañeros o, en el peor de los casos, entrar a engrosar nuevamente las filas armadas ilegales. El Informe Nacional de Desarrollo Humano del 2003, El conflicto, callejón con salida, auspiciado por las Naciones Unidas, advierte que, desde la perspectiva del desarrollo humano, el desafío de una política de reincorporación

“es transformar a miles de individuos aislados o ex delincuentes en una fuerza ciudadana de paz”, lo que implica, como obligación para el Estado, diseñar un esquema sostenible de reinserción, garantizarles la vida, evitar su rotación entre actores armados o su ingreso a las redes del crimen organizado, brindarles una asistencia adecuada e inducir a un cambio cultural con miras a su aceptación por parte de la sociedad en general. ¿Qué tanto de eso cumple la política estatal? ¿El Programa está funcionando como debe funcionar o, más bien, la acumulación de cifras concentra la atención del Estado y el negocio que para las ONG representa cada desmovilizado, a razón de 600 mil pesos mensuales, ocupa el interés prioritario de estas últimas? Lo que el Estado haga por la población reinsertada es un deber, no puede ser visto como un favor.

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[ ] * esta } ciónCENTRAL

¿Centros de reeducación

o cárceles para menores? Texto y fotos de Ángela Nieto

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Mientras Bogotá se estremece por la inseguridad, cientos de menores infractores de la ley inician su proceso de rehabilitación —de tan dudosos resultados como los procesos de reinserción—, por lo que terminan engrosando las filas de la guerra, de la delincuencia o de la marginalidad. Directo Bogotá recoge testimonios de los responsables de los programas y de los mismos jóvenes —algunos salidos de la extinta calle de El Cartucho—. Como en aquella película Rodrigo D: no futuro, de Víctor Gaviria, la esperanza no existe para ellos. Desde garitas como ésta se mantiene la vigilancia en los centros de reeducación.

Según estadísticas de la Policía de Menores, en 2004 fueron aprehendidos en Bogotá cerca de cinco mil menores de edad entre los 13 y los 18 años, en su mayoría por hurto, venta y uso de drogas (Ley 30), así como por lesiones personales, porte ilegal de armas y homicidio. El 80% fue privado de la libertad y al resto se le dictó otras medidas de protección.

Según fray Luis Morales, director de la Escuela de Trabajo El Redentor, en la institución 195 niños provienen de Ciudad Bolívar; 30, de Bosa; 25, de Kennedy; 15, de Barrios Unidos; 20, de Fontibón; 35, de Rafael Uribe, y 10, de La Candelaria. La mayoría de los muchachos son de los estratos 1 y 2, muy pocos de estrato 3.


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Entre febrero y octubre de 2004 ingresaron 500 niñas, de 12 a 18 años de edad, al Hogar Femenino Luis Amigó. 300 de ellas por delitos contra la propiedad privada, 62 por atentar contra la vida y la integridad, 102 por venta y tráfico de estupefacientes y 36 por hurto, estafa, extorsión, entre otros delitos. Entre los barrios y localidades identificados con alto índice de violencia y de mayor delincuencia juvenil se encuentran Santa Fe, San Cristóbal, Ciudad Bolívar, Suba, Bosa, Restrepo, Fontibón, El Tunal y 20 de Julio. Sin descartar otros barrios que aún no son considerados problema para la ciudad, pero se están viendo afectados. Entre los factores que han contribuido a disparar los índices de la violencia juvenil en Bogotá están la violencia intrafamiliar, el abuso sexual, la deserción escolar, el pandillismo, la drogadicción y la falta de recursos económicos, según estudios del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), Medicina Legal y Ciencias Forenses, Policía de Menores, entre otros organismos estatales.

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LOS HIJOS DE EL CARTUCHO “Mi nombre aquí es Paola, pero en la calle soy Stiven; viví en el Cartucho como nueve años, y tengo 16 años, vengo del Chocó, mi mamá es puta y yo odio a las putas. Tiene muchos hijos y mi padrastro era una mierda: me daba con palos o con lo que encontrara. Me aburrí de eso y me vine para Bogotá. […] Tengo mi propio parche y me gusta meter de todo: ‘chanver’, ‘maduro’ y bazuco. Me llamo así porque soy lesbiana, porque me gusta, pero también porque me violó mi tío, el hermano de mi papá, cuando tenía como 6 años y eso me marcó. Siempre he tenido mi pareja, ahorita está aquí conmigo. […] Me gustaba robar y coger de quieto a la gente. No le tengo miedo a la muerte porque la he tenido de frente muchas veces adentro y afuera del Cartucho; además, quiero morir en mi ley.

Para Mauricio Murcia, psicólogo del Hogar Femenino Luis Amigó, “es usual que las adolescentes que se encuentran con nosotros en proceso de reeducación, provengan de familias donde los padres son alcohólicos, drogadictos o trabajan en la prostitución, y al intentar educar consideran que el maltrato físico es el más apropiado para enseñar”.

[…] Me prostituí como por cuatro meses para conseguir el bazuco; tiraba con indigentes o con el que fuera, por eso me gané el sida. No sé desde cuándo porque en medio de la traba lo cogen a uno de ‘distrabe’… Eso fue cualquier ñero por ahí... No me da dolor ni nada y tampoco me inyecto porque le tengo miedo a las agujas. Al principio sí pensaba en vengarme y matar a todos, pero, ¿para qué? Si éstos están más muertos que yo”.

El 90% de las niñas entrevistadas para esta investigación en Luis Amigó dejaron a su familia por el constante maltrato físico y psicológico del que eran objeto. Y cerca del 10% abandonaron su casa por haber sido violentadas sexualmente por el compañero de sus madres o por su propio padre.

‘Stiven’ ha pasado varios meses en el Hogar Femenino Luis Amigó y siempre por los mismos delitos: hurto agravado y calificado, lesiones personales, porte ilegal de armas y Ley 30. La última vez por vender sustancias psicoactivas dentro de un centro de atención ambulatoria.

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“Me han apuñalado muchas veces porque cuando me drogo soy muy alzada, agresiva y cuando robo me la gano más fácil. […] Creo que Dios existe porque una vez le robé una bomba de bazuco a un jíbaro; el mancito me amarró de pies y manos pa’ quemarme, pero un ñero me salvó... Nos tocó perdernos.

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[…] Quedé embarazada como a los 12 años. Le pagué a un chino pa’ que me pegara una patada en la barriga, así que aborté, duré sangrando mucho tiempo... ese día sí sentí que me moría. […] Cuando se meten los ‘rayas’ le da a uno miedo porque ellos entran cuando uno está en la traba más berraca y empiezan a disparar; por la mañana recogen los cuerpos y los botan al container”. Hace algunos días Paola evadió la medida de protección, y actualmente está robando en las calles del centro de Bogotá junto con su pareja Leidy, de 14 años, proveniente de las comunas de Medellín. Leidy también llegó de huida a la capital, porque fue abusada sexualmente.

CÍRCULO VICIOSO Muchos de estos jóvenes dejaron sus estudios por falta de sustento económico o, simplemente, porque el sistema educativo actual no les gusta y deciden trabajar, pero ya en la calle el deseo de obtener objetos de valor y dinero para la rumba los mete en un círculo vicioso, del cual pocos pueden salir.

“Mi mamá me echó de la casa porque yo había quedado con ella en que quincenalmente le daba ochenta mil pesos. Yo trabajaba en una carpintería, pero mi patrón no me daba lo que me prometió y a ella no le gustó eso, y lo que pasa con ella es que cuando peleamos, me quita la alimentación, entonces yo sólo llegaba a dormir y me iba por la mañana. Después me fui pa’ donde un amigo y me puse a robar”, cuenta Jayson. Conocen a jóvenes que se ganan la vida robando y terminan en la delincuencia, al tiempo que buscan un escape en las drogas y el alcohol. Todos los entrevistados en los centros de reeducación fuman y dicen sentir gusto por el alcohol, la marihuana, los hongos, el opio, el perico, el bazuco, el ‘chamber’ (mezcla de alcohol etílico con gaseosa), entre otras sustancias adictivas. En Colombia hay varios centros de reeducación, pero sus instalaciones físicas, proceso de resocialización y ayuda terapéutica no satisfacen las necesidades de los menores, por lo que muchos de ellos reinciden en el delito y cuando son mayores, indefectiblemente, ingresan a la cárcel para adultos. En Bogotá hay tres muy reconocidos: Escuela de Trabajo El Redentor, para hombres; Hogar Femenino Luis Amigó, para niñas, en el barrio San Vicente, y Hogares la Poesía, en el centro. Los jóvenes que allí se encuentran aseguran que tienen todo lo que en las calles les falta: amor, educación, trabajo, alojamiento y alimentación; sin embargo, se sienten en una ‘cárcel’: están protegidos por altos muros, barrotes y policías ubicados en garitas alrededor

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de los centros. Las visitas son los domingos y sólo pueden ingresar sus padres. Si tienen hijos, asisten a terapia con su pareja, los martes. No reciben llamadas a menos que sea urgente y no se pueden demorar más de tres minutos. Su horario de trabajo comienza a las seis de la mañana: hacen deporte, pasan a las duchas de agua fría, meriendan, asean sus habitaciones y se dirigen a las aulas o a otras actividades, según el día y el grupo en el que se encuentren. “Mientras estaba allá era muy juicioso, salí y estuve estudiando y trabajando bien, pero después uno se da cuenta de que el mundo es el mismo, vuelve a encontrarse con los amigos y no tiene plata y toca robar otra vez”. Éste es el caso de Fernando, uno de los jóvenes que pasó por El Redentor cuando estaba pequeño; luego, al cumplir su mayoría de edad, estuvo tres veces en la Cárcel Modelo por hurto agravado y calificado y porte ilegal de armas. “Todas las veces que he estado allá me he encontrado con gente que conocí en El Redentor, todos son ladrones profesionales, sicarios o tienen sus propias bandas. […] Uno sale renovado, pero empieza a pasar hambre y no tiene plata; los amigos lo incitan a uno para robar de nuevo y luego viene la droga, el trago, las rumbas y se vuelve un círculo vicioso del que no es fácil salir”. Según el defensor de Familia, Bernardo Molina, “los jóvenes siguen cometiendo infracciones porque la pobreza aumenta desmedidamente, el desempleo se intensifica, la educación es mucho más costosa. De tal forma que los padres no consiguen el dinero necesario para cubrir las necesidades básicas; además, el Estado no ha creado políticas estratégicas que garanticen el bienestar de los menores que viven en los sectores más pobres de la + + + + + + +

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ciudad. Mucho menos ha prestado la atención necesaria para los menores que salen de estas instituciones”. Por otro lado, las familias poco colaboran en el proceso de rehabilitación: “Un alto porcentaje de los padres permite que sus hijos infrinjan la ley. Los papás se vuelven cómodos porque muchos son mantenidos por sus propios hijos y, por lo tanto, no los apoyan en la rehabilitación. Entonces nosotros ayudamos a que los jóvenes asistan a los programas, los protegemos para que se respeten sus derechos, pero el joven encuentra, cuando sale en libertad, que no tiene nada qué hacer, porque a muchos de ellos no les pagan el estudio o los ponen a trabajar”, declara Marta Rozo, juez de menores.

ATENTADO CONTRA LA DIGNIDAD Desde el momento de su captura, a los menores los esposan y los llevan directamente a los juzgados para realizar su judicialización y la investigación respectiva de su infracción. Cabe resaltar que en el actual Código del Menor el artículo 172 dice textualmente: “Prohíbase la conducción de los menores inimputables mediante la utilización de esposas o amarrados o por cualquier otro medio que atente contra su dignidad. La violación a esta disposición hará incurrir al infractor en causal de mala conducta que será sancionada con la destitución, decretada por el respectivo superior”.

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Sin embargo, la frecuente observación en los juzgados y a la entrada de los centros de reeducación permitió constatar a Directo Bogotá que todos los jóvenes entraban esposados sin importar su delito y mucho menos su edad. Según el coronel Jairo César Agudelo, jefe de Comunicaciones e Imagen Institucional de la

+ + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + En reeducación: + Bogotá + +hay+tres +reconocidos + + centros + + de + + + Escuela + + de+traba+ + el + + +Hogar + femenino + + Luis + Amigó + +y Hogares + + La +Poesía + + + jo Redentor, + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +

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Detrás de estos muros se juega el destino de cientos de jóvenes.

Policía Nacional, es necesario utilizar la fuerza con algunos de los jóvenes, pues muchos están bajo efectos de alucinógenos, lo que los convierte en personas más agresivas. En su opinión, deben esposarlos por defensa y protección.

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Posteriormente, el juez dicta la medida según aspectos como situación familiar, entorno social e infracción cometida por el menor. De su decisión depende la estadía del infractor en el centro de reeducación. Inicialmente los hombres pasan al Centro Especializado de Recepción (CER), donde pueden durar entre uno y quince días, y luego son trasladados a El Redentor; pero si son reincidentes, van directo al CER y pueden permanecer allí hasta un año, dependiendo de la infracción. Por su parte, las mujeres son trasladadas directamente al Hogar Femenino Luis Amigó, donde pasan por tres procesos: el de ‘recepción’, que dura entre quince días y un mes; luego el de ‘observación’, de uno a tres meses, y, por último, el de ‘ubicación’, en el que pueden durar más de un año, de acuerdo con la infracción y la medida. Por lo general, los jóvenes que llegan allí tienen medida de protección porque han vivido en las calles o sus padres no responden por ellos. Entre tanto, se les realizan terapias de desintoxicación, psicológicas y de reinserción a la vida social. UNA CRÍTICA AL ESTADO La concejala de Bogotá Gilma Jiménez considera

urgente que el Estado revise la legislación en cuanto a la protección de los derechos de los niños, pero también sus deberes. A los menores infractores y contraventores no se les penaliza en el país, por el principio de la protección del menor; pero esta medida se pervierte porque los menores terminan siendo utilizados y explotados por adultos para la comisión de delitos de alto calibre como extorsión, homicidio y secuestro. Y asegura Jiménez que en países desarrollados, donde el tema de derechos humanos no es un discurso como en nuestro país, los menores sí son penalizados por cometer delitos. La polémica sobre la edad para penalizar a un menor sigue abierta, pues muchos concejales, senadores y congresistas consideran que un individuo tiene conciencia desde los catorce años; de manera que “si matan, saben lo que están haciendo”. El problema es que lo hacen porque se tornan agresivos, explica la concejala. Aunque el Estado trata de solucionar el problema, no hace seguimiento y mucho menos realiza un trabajo analítico y de campo donde identifique las diversas situaciones que se presentan entre los jóvenes de los sectores populares, foco de infractores menores de 18 años, por la situación de pobreza. Hay que fijar políticas de infancia centradas en la prevención y no en la intervención. Además, es necesario capacitar personal profesional que esté en contacto con los menores desde el momento de su captura, proceso de reeducación y de reinserción, con el fin de garantizar sus derechos, concluye Gilma Jiménez.

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La Hora

CERO

Por Diego Cruz Fotos de Viviana Patricia Sánchez

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++++++++++++++++++++++ Directo 1 de mar+ + + +Bogotá + + +reconstruye + + + + +la +historia + + +del ++ ++ ++ + +++ + que + +los + reinsertados ++++++ +++ zo+de+2005, día+en de+un+ alber+ + de ++ + + + + se + enfrentaron ++++++ ++ ++++ gue Teusaquillo con+ los vecinos. + + + + + + + + + + + + + + + + + + ++++ Primer evento de una serie que parece imparable, ++++++++++++++++++++++ considerando + + + + + + que + +la+ciudad + + +no+ estaba + + +preparaba ++++++ para alojar el conflicto en sus entrañas. ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++

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El 1 de marzo, Pedro Rosas*, oriundo del Valle, quien hizo parte de las filas de las autodefensas —pero que se considera un ciudadano común y corriente—, fue con otros cuatro compañeros del albergue de Teusaquillo a beber licor a una tienda, donde ya los conocían, según su relato. Pasadas las diez de la noche, Rosas tuvo un incidente con un hombre de mediana edad, al parecer por un lío de faldas. El señor lo denunció ante el CAI de Teusaquillo, ubicado a menos de media cuadra del establecimiento donde ocurrieron los hechos.

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“La policía llegó y me querían llevar a mí, pero yo no había hecho nada. Comenzó el forcejeo y mis compañeros intentaban impedir que me llevaran”, cuenta Rosas. Los reinsertados se empezaron a desplazar hacia su albergue, lugar donde fueron recibidos por otros desmovilizados que respondían a las autoridades con lo que tenían a mano.

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sta ción CENTRAL

La tienda de la carrera 16 con calle 16 donde se produjo el incidente.

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CAI de Teusaquillo (carrera 16 con calle 34)

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Por la carrera 18 se enfrentaron desmovilizados y policías. Los primeros con piedras y tablas y los segundos con bolillos y hasta armas de fuego, por lo que uno de los desmovilizados recibió dos heridas de bala en sus muslos.

el malestar quedó en el ambiente. Y es que el propio alcalde de la Localidad de Teusaquillo, Félix Guillermo Torres, dice que al programa de reinserción le faltó concertar con la comunidad la apertura de estos albergues de Teusaquillo, que ya suman 17.

En un comienzo varios medios de comunicación sostuvieron que el incidente ocurrió, porque los reinsertados no pagaron lo que consumieron esa noche en la tienda. Sin embargo, el dueño del establecimiento reconoció que sí lo hicieron: 140.000 pesos.

“Hoy la mayoría de muchachos se despiertan, se desayunan, se recuestan a ver televisión, juegan cartas o dominó; si tienen un curso estudian dos horas, dan alguna vuelta y se ponen a hacer nada”. Es la situación de los reinsertados que llegaron a los albergues de Bogotá, según afirma Ricardo Ramírez, desmovilizado y representante de la comunidad reinsertada de Teusaquillo.

Al dueño de la tienda, que lleva varios años en el sector aledaño al CAI, la Policía del sector le puso un comparendo por el hecho de venderle licor a los reinsertados “¿Y cómo puedo saber yo quién es reinsertado y quién no lo es?”, se preguntó. Directo Bogotá intentó hablar con los policías del CAI Teusaquillo que estuvieron presentes la noche del 1 de marzo de 2005, pero otros uniformados aseguraron que se les había concedido una licencia por las heridas que sufrieron en el incidente. “Esto no fue una guerra entre paramilitares y policías, como se ha dicho en los medios. Nosotros hoy somos civiles; la guerra quedó en el pasado”, afirmó Javier Cifuentes*, que también estuvo la noche del incidente. Al otro día de este hecho, el programa de reinserción instó a desmovilizados y a policías a pedirse disculpas públicamente, acontecimiento al que asistieron varios medios. Pero

Ramírez afirma que en los albergues conviven ex guerrilleros y ex paramilitares. El caso de La Fortaleza, albergue vinculado al incidente con la Policía de Teusaquillo, es excepcional, pues sólo aloja a ex militantes de las autodefensas. “Muchos de quienes vienen de una especie de régimen militar se desinhiben al llegar a una ciudad desconocida, y empiezan flagelos como lo que tenemos hoy en los albergues: un gran consumo de drogas y un aumento de la delincuencia”, según cuenta Ramírez, quien ingresó a las FARC-EP en la época de la zona de despeje, por invitación de ese grupo guerrillero. Para él, el hecho de que en algunos albergues estén mezclados ex paramilitares y ex guerrilleros no es problema, “porque todos estamos en el mismo costal”. * Los nombres han sido cambiados


[ ] * esta } ciónCENTRAL

Los dolientes de los

Parques

Capitalinos

Por Paola Sguerra Fotos de Julián Rodríguez Cornejo y Viviana Patricia Sánchez

Directo Bogotá hizo una investigación sobre las políticas de administración y mantenimiento de los parques. Encontró que tanto la administración como las empresas privadas y los ciudadanos están invirtiendo dinero y esfuerzos en la atención de estas zonas verdes, pero todavía quedan en el abandono muchos de los 4.500 parques que tiene la ciudad.

Hay parques que sólo piden una “manito” y más seguridad, como el de la av. 1a con cra 18.

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La primera idea que tuvo Fanny Piña cuando fue elegida como presidenta de la Junta de Acción Comunal de su barrio Lombardía, Suba, fue la de recuperar el parque del sector. El parque estaba en el abandono, desaseado, sin árboles, ni prado. Además, la única construcción en el área era una caseta en la que los ladrones se ocultaban para asaltar a quienes se atrevían a pasar por allí. Fanny le demostró al Instituto Distrital de Recreación y Deporte (IDRD), por medio de cartas y oficios jurídicos, que el parque necesitaba ser intervenido. Aunque, en 1999, este instituto tenía proyectada su recuperación abandonó la idea hasta el 2001, cuando apareció la petición de esta líder comunitaria. El IDRD le ayudó con la dotación de juegos para niños y el plan maestro que consiste en diseñar el parque.

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Desde que el parque está en mejor estado, el entorno y la calidad de vida de los habitantes del barrio ha mejorado. Ahora hay más seguridad, más juegos para los niños; más árboles y pasto. La gente del barrio apoyó la idea y se organizó por cuadras para hacer brigadas de aseo y de respaldo a la Junta de Acción Comunal, y no sólo prestaron ayuda a la obra, sino que, además, contrataron una empresa que los orientó en actividades como el empedramiento y adoquinamiento. UNA CIUDAD CON 4.500 PARQUES Durante la administración de Peñalosa fueron inventariados 1.300 parques en el IDRD. La cifra, hoy en día, es de 4.500 parques clasificados en cinco categorías: parques metropolitanos, los más representativos de Bogotá, destinados a la recreación; zonales, destinados a satisfacer la recreación de un grupo de barrios y que cuentan con piscinas, pistas de patinaje y canchas; vecinales, áreas libres destinadas a la recreación e integración de la comunidad; de bolsillo, áreas libres muy pequeñas que quedan cuando se hacen vías y que sirven para recreación de niños y ancianos, y, por último, están los regionales,

espacios naturales de gran dimensión y valores ambientales de propiedad del Distrito Capital. El IDRD administra directamente los 74 parques principales que tiene Bogotá, es decir, los metropolitanos y zonales. Esto implica pagar servicios, vigilancia y hacer el mantenimiento respectivo. Las empresas sin ánimo de lucro ayudan con el mantenimiento, por medio del pago del Impuesto de Industria y Comercio, Avisos y Tableros (ICA) que, según el Acuerdo 78 del Concejo de Bogotá, estipula que las empresas logran un descuento en el impuesto si se comprometen a administrar parques. Otro método es la adopción de parques en el que las empresas asumen su mantenimiento y obtienen, como incentivo, publicidad en canecas, bolsas de basura o vallas del parque. A las empresas les conviene arreglar el parque que esté ubicado detrás de su negocio, como es el caso de Carulla o Carrefour, pues así mantienen en buen estado el entorno del establecimiento.


El deterioro de los juegos impide la diversión de los pequeños (parque de la calle 6b y 7bis con Cra 18 y 18b,

es que los lotes a veces son utilizados como parques dotándolos de mobiliario, pero no reúnen las condiciones necesarias para la certificación.

LA CERTIFICACIÓN TAMBIÉN JUEGA Los parques vecinales, como el de Fanny, deben ser administrados por la Junta de Acción Comunal del barrio al que pertenecen, y aunque el IDRD tiene una metodología para intervenirlos en caso de ver la necesidad, es importante que la ciudadanía sepa que los parques necesitan de una certificación que los acredite como tales para poder ser intervenidos. Sin esa certificación no se les puede hacer ningún arreglo porque los organismos de control, como la Contraloría, lo impedirían. El Departamento Administrativo de la Defensoría del Espacio Público (DADEP) es el encargado de certificar qué área es denominada como parque. El mapa de Bogotá presenta cuadrados dibujados, que significan que allí hay un parque. Por eso, si no hay certificación no hay intervención. Además, hay muchos parques que aunque se encuentren abiertos al público son privados, por lo que no pueden ser intervenidos. Sumado a esto, se presenta un caso muy común y

El IDRD tiene una cifra anual de 31 mil millones de pesos, de los cuales 15 mil se gastan en los 74 parques principales. A los 4.426 restantes se les debe hacer el arreglo y el mantenimiento con la otra parte del dinero. Sin embargo, el IDRD argumenta que tiene déficit ya que cada uno de estos parques necesita de 9’300.000 pesos anuales para su mantenimiento administrativo e intervención, y el instituto no logra reunir ese monto. (Ver Figura 1)

Figura 1. Área verde por habitante en cada localidad

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Para que un parque vecinal sea intervenido, es necesario que un funcionario haga una visita en la que se constate su mal estado. Luego, se determina el área verde por habitante, el presupuesto que se necesita para arreglarlo y el estrato en el que está. Con estos datos se busca dar prioridad en atención a los parques y a los sectores más urgidos de ayuda.

a sus vecinos de la importancia de mantener limpios los parques y por ello le pidió al IDRD que le ayudara con campañas de sensibilización. El desaseo que había en los parques por el excremento de las mascotas era insoportable. Las campañas que se hicieron surgieron efecto, ya que la gente aprendió a recoger y se ha notado la mejoría.

CIUDADANOS ECOLÓGICOS EN CAMPAÑA

ZONAS VERDES DE EMERGENCIA

Rosita Sierra es otra de las muchas personas que se han preocupado por el parque de su barrio. Para ella, “La naturaleza lo es todo”. Por eso, le sorprende que la gente no cuide el medio ambiente. “Uno debe enseñar a sus hijos a cuidar la naturaleza, porque una mata es como un hijo. Tú la siembras y la ves crecer y es como si vieras crecer a un hijo, y te sientes orgullosa de que te la elogie todo el mundo”. Ese amor que tiene hacia la naturaleza hizo que, en el periodo en que fue edil de Modelia, planteara proyectos para arreglar los parques de su localidad.

Con la administración de Lucho Garzón se decretaron zonas de emergencia, localidades que exigen una intervención prioritaria. Generalmente los parques de estrato 5 y 6 necesitan arreglos mínimos y no son “una prioridad para el instituto”, según el funcionario Jorge Quintero. “En todos los barrios existe la Junta de Acción Comunal. En los estratos altos no hacen uso de ella porque no existe la necesidad de espacios públicos de esparcimiento, como sí sucede en estratos bajos que no cuentan con distracciones como clubes”, añade este funcionario del IDRD.

Las campañas que ofrece el IDRD para sensibilizar a los ciudadanos sobre la necesidad de cuidar la naturaleza fueron clave para la gente de Modelia, pues, desde que éstas se iniciaron, empezaron a hacer un mejor uso de esas áreas recreativas.

Aunque el IDRD, las empresas privadas y sin ánimo de lucro y las Juntas de Acción Comunal se han unido para mejorar la situación que hay con los parques de Bogotá, todavía quedan muchos parques por intervenir en distintos sectores de la ciudad. Pero el presupuesto no alcanza para todos.

Horacio Estrada lleva media vida en la localidad de Usaquén. Su idea ha sido convencer

Parque de la calle 59 con carrera 4a en Chapinero, recientemente remodelado con nuevas canchas


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Y tENDENcias

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Texto y fotos de Angélica Gallón

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Bar Electrónico en piel de Burdel + + + + + + + + + + + + +

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“Se arrienda establecimiento público, amueblado, de 300 metros cuadrados. En Chapinero (al frente del bar Teatrón)”

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Cuando Camilo Revéis leyó este aviso clasificado supo que había encontrado el sitio ideal para montar el bar que deseaba desde hacía un año y medio. Él conocía Onírica, y no porque fuera del tipo que visita lugares de mala reputación, sino porque unos amigos suyos, los del colectivo artístico El Vicio, lo habían alquilado hacía algunos años para hacer una fiesta electrónica.

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Revéis llamó a Daniel y a Charlie, los otros dos socios con los que montaría el bar, e hizo una cita con don Gustavo, el dueño de Onírica. Cuando llegaron a ver el local, se encontraron con que estaba sellado. Rompieron el letrero, abrieron la puerta y un fétido olor empezó a expandirse. Estaba sucio, fermentado; el sexo y la mala vibra nocturna que habían circulado la noche del cierre se quedaron enclaustradas durante los seis meses que estuvo sin funcionar, en los que no se abrió, ni siquiera, una ventana.

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Pero el mal olor no fue la única excusa que tuvieron Charlie y Daniel para hacer mala cara. Era evidente la baja calaña del sitio, las cabinas con portezuelas en el techo que conducían a pasajes secretos donde los visitantes se entregaban a las mieles del amor; las luces rojas y la abundancia de espejos hacían que dijera burdel en todas partes. ¿Cuál de sus amigos iba a querer meterse a rumbear en un burdel? Sin olvidar que el sitio funcionó por casi 37 años y que en sus mejores épocas llegó a tener filas de clientes de más de tres cuadras. Don Gustavo, entrado en años y en kilos, les contó que tiempo atrás los visitantes más asiduos del lugar eran malandrines de Chapinero y policías que se tomaban un tiempo de descanso para pasar un ‘ratico’ con las muchachas. Esta mezcla mortífera al estilo policías y bandidos del Viejo Oeste fue, precisamente, la que causó el cierre del burdel. “Como circulaban tantas armas en el lugar, alguien resultó herido, llegó la ley y lo sellaron”. Después de escuchar semejante historia, narrada sin reparos y con repugnantes minucias, Daniel y Charlie estuvieron seguros de su decisión: por nada del mundo alquilarían Onírica para montar su bar. Pero Revéis pensaba muy distinto. Acababa de llegar de estudiar Diseño de Modas en Barcelona, y allá se había dado cuenta de que la rumba electrónica tenía la movilidad suficiente para superar los típicos bares de luces frías, de decoraciones minimalistas y de bailes vigilados, y desplazarse a lugares más extraños.

La antigua Onírica le permitiría a Revéis imponer lo underground que tanto anhelaba en Bogotá. La apuesta era meter a los amantes de la mejor música electrónica, a los disk jokeys, a los grupos experimentales y a la gente más bonita, fashion y fiestera de la ciudad en un bar, en un burdel de mala reputación. Era arriesgado, pero atractivo, y por eso los tres inexpertos socios terminaron firmando el contrato de arrendamiento por un año. Durante días lavaron con mangueras, cepillaron los muebles, cerraron puertas, derrumbaron paredes. Por supuesto, ninguno imaginó que tendría que hacer ese trabajo, pero cuando se dieron cuenta de que los cinco millones de pesos que tenían de presupuesto se les habían ido en conexiones eléctricas y optimizaciones en el sonido, dejaron de lado sus vestidos cuidadosamente ‘deconstruidos’ y manchados para ensuciarse verdaderamente con pintura, masilla y cemento.

Camilo Revéis hizo el transfer de la escena electrónica barcelonesa a la bogotana


Decidieron dejar el techo con el efecto de aluminio, y hasta repararon los lugares donde empezaba a caerse. También respetaron los muebles y mantuvieron las cabinas, que, incrustadas en las paredes, simulaban cuartuchos de madera ligeramente privados. Revéis luchó para que sus asépticos compañeros dejaran algunos detalles del burdel que le aportaban al espacio un tono kitsch. Entre pinceladas, construcciones de barras y adecuaciones de ventilación, Onírica quedó oficialmente convertida en Subroyal, y en tan sólo dos semanas abrió sus puertas para un grupo de gente que ni don Gustavo, ni los de la tienda de al lado, pensaron jamás que visitarían ese lugar. Los techos de papel de aluminio resaltan el maquillaje de la clientela

SUBROYAL, UNDERGROUND DEL PRIMER MUNDO El recorrido se inicia frente a una puerta de hojalata, dos timbres: el que dice “casa” y el que dice “discoteca”; el segundo es el indicado.

Diez mil pesos y la entrada está asegurada. Una vez cruzada la puerta los ojos reciben disparos de neón que se prolongan por un túnel de espejos. Es un conducto oloroso, tal vez de colonias, quizá de sudor; y de mucho alcohol. En el gran salón hay mujeres hermosas, raras, de esas que no circulan por espacios cotidianos de la ciudad. Todo el glamour de los años ochenta se despliega en cuerpos más anoréxicos. Pintas extrañas, cabellos rosados, crestas, faldas afelpadas, hombros palpitantes; hoy habrá máquina de espuma y todos bailarán con el bit de “Rumba robot” de Dynamicrón, y con el electro de Los Fantasmas. Todos se ven felices en Subroyal, bajo su techo de plata que no es más que papel aluminio arrugado, entre sus paredes casi amarillentas, quizá por tanto sudor, y sentados en sus sillas de cuerina barata que, durante décadas, fueron colchones que amortiguaron el amor. Que las baldosas estén rotas, que la barra sea una armazón de madera enclenque, que el escenario lo constituyan unas mesas y unas teluchas colgadas desde el techo y que aún así, de sus bafles se bombee la más novedosa música electrónica, no es una innovación de Subroyal. Hacia los años sesenta cientos de Subroyales poblaban el mundo, sobre todo en la ciudad de Detroit, Estados Unidos, donde las bodegas abandonadas, los viejos salones metalúrgicos, ruidosos y engrasados, de las fábricas y los antiguos bares de mala muerte se volvieron los recintos privilegiados para jóvenes ingeniosos que querían encontrar una nueva forma del ritmo. Y es que la música electrónica nació en lugares que, comparados con Subroyal, resultaban un verdadero desastre. Según el Dj Bicho, lo que hicieron los dueños de Subroyal fue importar un modelo de underground del primer mundo, que opera bajo el principio según el cual entre más bajo, sucio o raro sea el lugar es mejor, porque así la

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música no se populariza y se mantiene entre una estrecha élite conocedora de los buenos choques electrónicos.

electrónicos de la ciudad: “Sin embargo, el hecho de que sea un bar ya restringe sus posibilidades”.

Y, efectivamente, Revéis quiso romper, con Subroyal, las tres reglas de oro que se habían establecido en los últimos años para la escena electrónica: primera, el bar no se llamaría como un electrodoméstico o como una parte de la casa tipo Monitor, La Sala, La Lavandería, ni como una sensación extrasensorial. Segundo, en el bar no se pondría house, que es lo único que se escucha en los otros bares, y, por último, no sería un lugar de luces frías, de colores negros, rojos y blancos, con sillas elegantes.

Simón Hernández y Simón Mejía están explorando por estos días una fusión con algunos grupos de hip-hop de Las Cruces, y aunque Sub les abrió sus puertas para que hicieran el show, saben que este tipo de riesgos, el de juntar el público del sur con el del norte exclusivísimo, no se puede correr constantemente.

Para Bicho y Revéis, Subroyal llena el vacío de lugares de la década pasada como La Floristería, de Andrea Echeverry y Héctor Buitrago, y Fonoespacio, del músico Champú. Estos dos bares, que igual que Subroyal colonizaron nuevos espacios para la rumba, aseguraron una vitrina para los incipientes intentos de música electrónica que se hicieron en su época. Pero, en tanto crece su fama como vitrina musical, hay una crítica que recae sobre Sub, y es que su idea de ser locos y extravagantes con el espacio y con la música “no se vea de igual manera en el público que invitan, y siga parada sobre un cierto concepto de élite que empieza a tornarse caduco”, como asegura el Dj Bicho. Para los del colectivo artístico-musical El Vicio, uno de los primeros que empezó a experimentar con los espacios, Subroyal sí ofrece un escenario privilegiado para todos los grupos

Camilo Revéis no quisiera limitar las posibilidades del bar, pero debe cuidar su bolsillo y el de sus socios que le apostaron a este proyecto más por su insistencia que por convicción propia. Aún así, el bar Sub (subterráneo), de los royal (realeza en inglés), ofrece más apertura que los otros bares, donde los dueños se mueven únicamente por intereses comerciales. El Sub ha sido asaltado por géneros de la electrónica tan diversos como el electro, el tecno, la electro-acústica, el drum and base; y del tipo de música electrónica que tocan Dynamicrón y Los Fantasmas, al fusionar cumbias con sintetizadores y programas de computador. Ha permitido cantar a alguno que otro desafinado e incipiente grupo y ha dejado que atrevidos pongan a bailar, al mismo ritmo, gallos desplumados de pelea con muchachitas encopetadas listas para salir a librar la contienda. Revéis sabe que la rareza de Subroyal es parte de su encanto, pero también la gran culpable de su fracaso.


UN SUEÑO CONVERTIDO EN TRABAJO Y EN FRACASO Quien tomó el riesgo de aportarle una nueva vida a este burdel, al que unos quieren por ser el más bacán, el que a otros les fastidia por sus extravagancias y el que de vez en cuando se gana sus ‘madrazos’ por ser el genio de un proyecto económicamente azaroso, no es un personaje tan desconocido en la ciudad. Alto, de barba, con gafas. Se hizo famoso cuando, por dos años, rumbeó solitariamente, sin saludar ni hablar con nadie, en todas las fiestas importantes de la ciudad, vestido, eso sí, muy elegante, con escocesas bien plisadas. Revéis era el hombre con falda. Luego, cuando se engordó y cuando los candys empezaron a volver la falda una moda, dejó para siempre su fiel compañera y se concentró en lo que sería su futuro. Ahora, con algo más de normalidad en el vestir trabaja en lo que se ha convertido su futuro. Es barman, cajero, mesero, y hasta portero de Subroyal, al igual que sus otros dos socios, porque, al parecer, el bar no ha dado los resultados que esperaban como para contratar empleados. Ellos imaginaban lleno total todos los fines de semana, porque cuando Revéis hacía fiestas con Frito-Lay, Pink o Bit 64 (organizadores de grandes fiestas electrónicas), siempre resultaban unos parrandones descomunales donde tocaba devolver a la mitad de la fila porque el lugar estaba abarrotado. Sin embargo, durante estos seis meses frente a Subroyal se han dado cuenta de que un bar es muy diferente a una fiesta. “En una fiesta no hay normas, el espacio no es de nadie y se puede consumir cualquier droga adentro. Un bar en cambio exige un comportamiento, una regularidad, cosas que a la gente no le gustan tanto”, asegura Daniel, preocupado por el estado financiero del bar.

más anhelado sueño se ha convertido en un trabajo esclavizante que lo obliga a rumbear jueves, viernes y sábados, y que lo ha vuelto más alcohólico. Se ha dado cuenta, además, de que el tiempo ha cambiado: la gente con la que empezó a salir antes de irse para Barcelona terminó en centros de asistencia o deseando una rumba más ligera. “Yo ya no sé qué quiere la gente, cuando uno está en la universidad sabe más sobre el gusto popular, pero igual ahora lo que importa es qué me gusta a mí”. Sin embargo, Revéis trata de mantener vivo su burdelcito, por eso tiene en mente aliarse con el Dj de Bar-Fly, contratar a un par de mujeres hermosas y alternativas para que atiendan en la barra, conquisten a los clientes y les hagan consumir más cervezas de las que logran vender los tres escuálidos dueños, y proponer una rumba de sólo base para los miércoles. Aunque ya no saben cuánto más pueda aguantar sus bolsillos, que además de los gastos propios del bar tienen que sobrellevar las inspecciones y sellamientos de la Policía.

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Hay muchas cosas en las que tienen que organizarse. Ya han logrado que el bar luzca como ellos quieren. Han remodelado la tarima y han adecuado algunos telones para crear más sensación de escenario. Ahora tienen que ordenar la caja, restringir las entradas gratuitas por cuenta de todos los que aseguran ser sus amigos, que de hecho lo son, y diseñar una estrategia más efectiva de publicidad. Mientras esto pasa, Subroyal seguirá haciendo una alianza entre el mundo bajo de Chapinero y los sonidos electrónicos de los muy bien vestidos, o desvestidos, de la ciudad. Seguirá cautivando alguno que otro fotógrafo que encuentra en su combinación algo inspirador para poner modelillos a bailar; pero, sobre todo, seguirá siendo el bar de Revéis, el bar electrónico que osó disfrazarse de burdel.

Uno de los choques más duros que le ha generado Subroyal a Revéis es ver cómo su

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* vanGUARdias Y tENDENcias


El Retorno

del Patriarca Por Emmanuel Cely Fotos de Martha Viviana Torres

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El Gran Patriarca cambió. Hasta su nombre perdió grandeza. El billar ubicado, desde hace quince años, en la carrera 13 con calle 53 dejó de lado al viejito bonachón con una garrafa de cerveza en una mano y un taco de billar en la otra para exhibir su nuevo estilo de aluminio corrugado, que de noche da visos con los reflectores violeta. Para los románticos de este deporte, también perdió ese ambiente cálido de vieja construcción, de luz tenue medio sórdida, colores rojos y verdes, lámparas y espejos antiguos.

Uno de los billares más tradicionales de la capital, El Patriarca, cedió a la tentación del cambio de imagen. Del espacio escasamente iluminado apto para viciosos de esta práctica, se pasó neón,+siguiendo + al gigantesco + + +cubículo + radiante + + de+luces + de + + +la + + estética + +gringa + de+los supermercados + + + y+de las + peluquerías. + + +Una+ + queja + nostálgica + + +de un + antiguo + +cliente. + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + Después de pasar por los locales comerciales tipo San Andresito de la planta baja, se accede al segundo piso por unas estrechas escaleras. Lo primero que se encuentra al frente es una video-rocola clasificada por géneros, con 60 mil canciones y 5.000 videos; a la izquierda, diez mesas de tres bandas detrás de una línea de postes color gris metalizado, con farolas redondas de luz blanca en la punta, y, a la derecha, seis mesas de pool, iguales a las que uno se topa en cualquier otro billar.

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“Lo que se buscó fue cambiar el concepto de lo que es jugar billar. Mejorar la clientela, atraer a la gente joven, los universitarios que antes no venían porque se creía que sólo venían a jugar viejitos, los pensionados”, afirma Juan Carlos Medina, administrador del negocio desde hace dos años. “Ahora, los domingos la gente puede venir a almorzar con la familia y quedarse jugando un rato, ya no es sólo un lugar para vagos”, agrega. Es cierto, los viernes, por ejemplo, es fácil encontrar a varias mujeres —¿serán mujeres vagas?— metiendo bolas en las buchacas, sin ningún hombre a la redonda. El lugar también es restaurante y bar. Para ello adecuaron una terraza en la fachada sobre la calle 53, con 120 sillas y 30 mesas metálicas cubiertas por tejas plásticas color azul. “Chinchulines, provolones, punta de anca y baby beef, al mejor estilo argentino, son algunos de los platos que se ofrecen”, comenta Alex Guzmán, quien asesoró la carta del restaurante. Igualmente, se puede comer un pollo Meryland o Confitiur, acompañado de una botella de vino argentino, o una picada para tres personas con varios de estos productos, pensada más para los jugadores. Sus precios van de los 5 mil a los 30 mil pesos. Las carambolas, los tacos descachándose y el festejo por una buena carambola van y vienen. Mientras uno juega un ‘chico’, se puede distraer viendo los cuadros de Jack Roberts, Koroles, Gimartez o Miró, que reemplazaron a las mujeres en biquini, con corbatín y sombrero (a punto de tacar); la publicidad de Jimar, y los anuncios de cerveza Costeña, o las chicas Águila, de un billar más popular. También sigue el movimiento del otro piso donde están ocho mesas de libres y otras cuatro de tres bandas.

El club público de billar mas grande del pasís ostenta su nueva fachada y decoración

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DON DE CARAMBOLA De El Patriarca se puede decir que tiene el estilo propio de César Guzmán, el dueño. Fue él quién, desde hace dos años, cuando lo compró, decidió reemplazar las paredes rosadas, azules y verdes del antiguo negocio, por un blanco inmaculado. “Éste es un billar moderno, un bar tipo americano diseñado por el propio dueño. Esto antes parecía una bodega y lo que hicimos fue abrir más ventanales y aprovechar mejor los espacios”, dice Juan Carlos Medina. Esta reforma gusta entre los clientes: “Es un billar más elegante, más reservado, con una estructura vieja pero que atrae más”, afirma Reiner Flores, un estudiante de Ingeniería Electrónica de la Manuela Beltrán, quien lleva once años frecuentando el sitio. CUANDO ERA GRANDE

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Desde un inicio este espacio fue pensado para ser un billar. A principios de los años noventa, los cuatro hermanos Soto, dueños de El Gran Patriarca de la avenida Caracas con calle 34, compraron un terreno para construir otra sede de su establecimiento. Levantaron una gran bodega únicamente con cuatro columnas en su interior y el resto de vigas las dejaron por fuera. Estas propiedades arquitectónicas les han dado el derecho de ser sede de campeonatos panamericanos, suramericanos, mundiales, y del que patrocina cerveza Costeña. “Este billar es el club número uno de Colombia y me atrevo a decir que de Suramérica”, afirma Marco Vallejo, un maestro de fantasía que ha participado en torneos de su categoría en Estados Unidos y el resto de Latinoamérica. Su experiencia en este tipo de sitios lo autoriza para hablar y para dictar cursos en El Patriarca. “El maestro Vallejo ya es parte del patrimonio del negocio”, comenta Medina. “Es el único al que recomendamos para dictar clases”.

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* vanGUARdias

Y tENDENcias

“Mi Dios me regaló ese don y yo lo perfecciono. Es como los futbolistas, a pesar de ser pobres, nacieron con ese don y lo perfeccionaron”, afirma Marco Vallejo. Este contador público de 49 años, quien desde los 16 salió de su natal Mocoa, lleva 17 años jugando billar como profesional y es uno de los cuatro maestros de fantasía que hay en el país. Para llegar a este punto, estudió sobre una mesa de billar, durante seis años, 80 videos de todo el mundo y 21 libros. Con ese conocimiento publicó Billar: deporte ciencia. Matemática y geometría aplicada, que ha vendido alrededor de 10 mil ejemplares en Suramérica y fue lanzado al público en 1995, en el programa de televisión de uno de sus alumnos: Charlas con Pacheco. “Esto es como el estudio. Para llegar a bachillerato tiene que hacer primaria y para llegar a la universidad, bachillerato. La carambola libre es la primaria, las tres bandas el bachillerato y la Fantasía es la universidad”, comenta. Su mejor participación en el ámbito internacional la obtuvo en unos Juegos Panamericanos en Córdoba, Argentina, donde quedó subcampeón. Ha participado en 12 torneos departamentales, 14 municipales y 18 torneos relámpago en todo el país; así mismo, ha hecho cerca de 600 exhibiciones de fantasía. Ocupó el quinto puesto en el escalafón nacional del cual se retiró hace dos años para dedicarse exclusivamente a enseñar. Ha sido maestro en trece clubes privados de Bogotá, donde ha tenido como alumnos a personajes de la talla de los ex presidentes Alfonso López Michelsen, Andrés Pastrana, César Gaviria; los senadores Guillermo Chávez y Ciro Durán, y los presentadores de televisión Pacheco y Javier Hernández Bonnet. “En Colombia tenemos la fortuna de ingresar a un club público como El Patriarca. En los clubes privados no tienen mesas tan buenas como éstas”. “Éste siempre ha sido un billar elegante. Aquí llega gente seleccionada, ejecutivos, la gente

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que a mí me gusta tratar. Vienen a desestresarse, a olvidarse de las fiestas y la rumba, incluso, hasta para evitar el trago. En manos del nuevo dueño, el ambiente ahora es excelente, además, ¿sabe cuál es el mejor patrimonio de un ser humano?... la amistad. Las amistades que uno hace en el billar son increíbles”, afirma Vallejo. UN BUEN BILLAR El marfil, a pesar de estar sucio, rueda sin dificultad gracias a que las bandas están bien templadas y tienen una temperatura ideal (36 ºC). Si uno mira hacia la barra, donde están las mesas de pool, se da cuenta de sus luces violeta, del diseño que no tiene nada que envidiarle a los recién reformados bares de la carrera 15, en el norte de la ciudad —o, por sus colores, a las peluquerías de moda—, y del recinto para la Very Important People (VIP). El Salón Bogotá cuenta con cuatro mesas profesionales marca Gabriel (la mejor del mundo, según Vallejo) traídas directamente de Bélgica, y con comodísimos sofás; además, está decorado con fotografías de la Bogotá antigua. En medio del tranvía, la Plaza de Bolívar de los años cuarenta y viejas calles de la ciudad juegan algunos jueces, magistrados

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y políticos que frecuentan el lugar. La hora cuesta ocho mil pesos y no tiene el descuento del 30% que rige para el resto del billar antes de las cinco de la tarde. Cuando hay que correr las carambolas, uno se tropieza con los marcadores del antiguo billar que, pese a no desentonar con la nueva estética, se van a cambiar. Es un tablero con los números pintados, con un par de ruedas para girarlos y no el tradicional ‘chorizo’ que llega a cincuenta. Del billar viejo quedan estos marcadores y el piso ajedrezado, de caucho, en tonos verdes. También la música de siempre: Agustín Lara, Julio Jaramillo, Vicente Fernández, Alci Acosta, etc., pero alternada con los sonidos modernos de Paulina Rubio, Juanes, Laura Paussini y Andrés Calamaro. Al ver hacia la mesa de al lado, se nota algo muy propio de estos lugares: un comisionista de bolsa escapado de su trabajo juega con su chofer sin importar las condiciones sociales que los separan.

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El Sueño de Las

Torres

con escalinatas

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Las escalinatas en homenaje al poema de Jorge Zalamea

“San Diego era un lugar reprimido socialmente y ni hablar de la Colina de la Deshonra, el lugar era marginal; la única zona residencial del sector era el Bosque Izquierdo”, recuerda Rogelio Salmona, el escultor caprichoso, desde el comedor de su apartamento, en la Torre B.

cario (BCH). “La propuesta era acabar con los tugurios, no por razones humanitarias, sino por razones estéticas. Tocaba proporcionarle otro ambiente a la alta burguesía, porque cuando venía al Circo de Toros se veía rodeada de putas”, cuenta con un dejo de ironía el arquitecto.

En los años cincuenta, el exceso de tugurios volvía inhabitable el sector. Así que ante los reclamos de la gente, se emprendió el proyecto de las Torres del Parque, liderado por él, con el respaldo del Banco Central Hipote-

De esa manera “Las Torres”, como se conocen en Bogotá, fueron creadas para armonizar la zona, y empezaron como vivienda de interés social. Según Salmona, la construcción de *

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los apartamentos dúplex se emprendió con la propuesta intelectual y liberal del BCH: apostarle a la buena arquitectura, ofreciendo más oportunidades a mejores precios. Gracias a la intervención de Belisario Betancur, miembro de la Junta Directiva del Banco de la República, se modificaron los cánones para la adjudicación de vivienda a la gente joven, porque en esa época no había facilidades de pago y los únicos que podían comprar casa eran los que ya tenían una propia, cuenta el varias veces ganador del Premio Nacional de Arquitectura.

UN ABRAZO DE LADRILLOS A LA PLAZA DE TOROS “Yo tenía que construir un parelepípedo de 180 m de largo”, explica Salmona mientras ejemplifica su obra con el individual verde del comedor y un tarro largo café con pimienta en su interior. “La idea fue ir llevando escalonadamente el perfil de Las Torres hasta la parte más alta. Primero me vi obligado a romper el parelepípedo para integrarlo a la plaza de toros: lo hice en ladrillo por la continuidad sutil para que la abrazara, dejando espacios para la gente de la Macarena, porque no iba a dejarlos sin sol”. El arquitecto tuvo que ingeniarse un sistema de construcción que le permitiera crear un conjunto de ladrillos hecho edificios de 17, 25 y 36 juguetones pisos, con 294 apartamentos de diferentes tamaños opuestos al rectángulo. También debió usar la imaginación para mantenerse dentro de un escaso presupuesto. Pero el mayor reto de Salmona fue construir un conjunto aprovechable en su espacio exterior, un modo de vida y un concepto de familia. Un 75% de la obra corresponde a espacio público, y lo restante es espacio privado. “Se pensó no como un espacio privado comunal, sino como un espacio abierto a toda la ciudad, donde reinara la tolerancia y donde la Policía urbana no existiera, pues es lo más indignante que puede haber”. “Aquí no se pusieron rejas, como en otros conjuntos, no se trataba de poner un portero feo con una escopeta y ordenarle que no dejara entrar a nadie.”, dice el autor de las fotogénicas torres. LA GENTE ‘CUERDA’ DE LAS TORRES LOCAS “Eran edificios de gran densidad poblacional, pero durante dos años nadie los habitó, sólo Guillermo Ángulo y yo, y eso que cuando quise comprar apartamento en las torres me lo negaron porque no tenía cuentas ni tenía capital y el banco no le prestaba plata al pobre sino al rico”, Las torres de 17, 25 y 36 pisos, un mirador en espiral del centro de Bogotá

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cuenta Salmona mientras agita un tarro de Ginseng coreano de 250 mililitros. Con su expresiva voz y un manoteo constante, continúa: “Los intelectuales, los pintores, la gente de profesiones liberales y algunos avivatos que dijeron que el proyecto tenía futuro fueron los primeros habitantes de las torres”. Entre cortos sorbos de café sin azúcar, agrega: “Gente joven de la bohemia, en su mayoría, que no vivía en los sitios de la alta burguesía sino en las fronteras de la ciudad viva, se vino a vivir aquí; era gente sin convencionalismos, libre y anárquica. Me acuerdo que los encuentros bohemios se daban muy cerca de aquí, en un sitio llamado El Cisne, en la carrera 7ª con calle 26: allí se agrupaba la intelectualidad, desde García Márquez hasta el poeta desconocido”.

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Hoy, en esas torres donde los muros de concreto se van abriendo como si contuvieran un ciclón elevado hacia el cielo, habitan actores, músicos, arquitectos, escritores, periodistas, cineastas y toda clase de especímenes que llevan años de arraigo. Este rincón callado en medio de la vibración del centro de la ciudad resulta muy apetecible para vivir, aparte de la cercanía con el Mambo y su cinemateca, el Planetario, la Galería Valenzuela y Kleneer, el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, los restaurantes aledaños de la Macarena, el Museo Nacional, la Biblioteca Nacional, entre otros muchos atractivos del vecindario. Así como el espacio condiciona al habitante y el habitante al espacio, la arquitectura de Las Torres lo hace con la gente. Algunas personas que empezaron a vivir en Las Torres se fueron a los cuatro meses, porque no se aguantaron el centro, pero fueron más los que se quedaron que los que se fueron, y ahora nadie quiere renunciar a su apartamento. Y eso que desde el año pasado los habitantes perdieron el beneficio del estrato 1 y pasaron a estrato 4. Aquí la gente no cuelga la ropa en los balcones ni permite que en las paredes de ladrillo

haya un solo graffiti, aclara Rogelio Salmona. Están orgullosos de vivir en Las Torres y respetan el privilegio de habitar un Monumento Nacional. Por su parte, Alirio Reina, administrador del conjunto, dice que allí viven “las fuerzas vivas del país”, desde ministros como Cecilia María Vélez hasta el empleado anónimo que todas las mañanas sale para su oficina. Los porteros se dan el lujo de saludar a personajes tan significativos como Salomón Kalmanovich, codirector de la Junta Administrativa del Banco de la República; escritores, como Laura Restrepo; cantantes tan carrangueros como Jorge Velosa; artistas de gran trayectoria, como Beatriz González; actores tan veteranos, como Diego León Hoyos (el ángel de Tentaciones) y el actor cubano Jorge Cao; profesores de colegio y de universidad; controvertidos personajes, como Piedad Córdoba y D’Artagnan; además de anónimos perfectamente identificados en el conjunto. “En los 23 años que llevo aquí en Las Torres me he dado cuenta de lo sencillos que son los actores, los políticos y la gente importante del


Las escalinatas integran el conjunto residencial al parque y a la ciudad.

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país, pero no sólo viven personajes públicos, aquí vive mucha gente agradable, que me hace sentir muy bien en mi trabajo”, dice don Saúl, el portero más antiguo. Aquí, como en el placer, hay diversidad; pero eso sí, quienes habitan estas torres comparten su afinidad por el arte. Desde su laberíntica oficina, en el primer piso de la Torre A, el administrador de este Monumento Nacional dice que la gente prefiere vivir en las Torres del Parque antes que en cualquier otro sitio, por la cercanía al centro y a las entidades públicas, además, por el corto desplazamiento que tienen que hacer cuando se dirigen a cualquier actividad cultural. “Un habitante de Las Torres es un observador con una vista privilegiada, una perspectiva distinta de la que ofrece la ciudad desde abajo o desde cualquier otro edificio, pues Las Torres están ubicadas en el centro de Bogotá, pero a la vez están aisladas, como un oasis en el desierto”, dice desde su sofá Lucas Nieto, actor y residente del 1705 de la Torre C, con una cortina de edificios y un cielo grisáceo como fondo.

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“En Las Torres está reflejada su gente, gente curvilínea, difícilmente manipulable, resistible a rectangularidades y a modelos sociales, como los que ofrecen, por ejemplo, el yeso látex plus y el audi A8 (aunque exista el que se ponga una faja de yeso y el que tenga la gran berlina deportiva) esta gente es de la que en lugar de ir de compras un domingo al Andino, prefiere ir al Gaitán a recuperar la tan perdida costumbre del teatro en Colombia y dejar la actividad vitrinal para un día menos concurrido”, dice un habitante del 904 de la Torre B, que prefiere reservar su identidad. Pero así como hay seres anónimos que viven en la clandestinidad del mundo y en la popularidad de sus amigos, también encontramos en este lugar a hombres públicos, como el politólogo y ex alto comisionado para la Paz, Daniel García Peña, quien vive en Las Torres desde hace varios años. Su razón es simple y breve: parte de su familia está distribuida en cada una de las tres torres y su cercanía le permite una mejor relación; también dice que el lugar le agrada porque la gente en su mayoría es de corte intelectual y manifiesta interés por la cultura. “Para el único sitio donde

“La idea fue ir llevando escalonadamente el perfil de Las Torres hasta la parte más alta”: Salmona

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Rogelio Salmona, el caprichoso escultor de Las Torres

me iría de aquí es para más arriba”, dice el residente del séptimo piso de la segunda torre más alta. Las Torres han hecho que sus habitantes no se pierdan ni un solo evento de la Plaza de Toros: cantantes, músicos, toreros y actores en escena. Los artistas, por su parte, se han dejado ver sin recibir un solo peso, por eso cada vez que César Rincón, el ‘Juli’, Alberto Plaza, Carlos Vives, la Orquesta Filarmónica de Bogotá, Ricardo Arjona, Ana Torroja o cualquier otro artista se presenta, la gente de las torres curvas agradece a Salmona haber escogido ese lugar como su casa, porque gozan de balcón en la Santamaría.

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Dice Margarita Escobar, residente de la Torre A, que cada vez que hay corrida de toros llama a sus amigos para invitarlos a celebrar el rito de la tauromaquia desde su terraza: en cada faena escuchan los constantes oooooooooolé que resuenan en su apartamento del piso 28, mientras chocan las copas en lugar de las botas de los de abajo. UN DÚPLEX GIGANTESCO Según Salmona, el proyecto se pensó no como un espacio privado comunal, sino como un espacio abierto a toda la ciudad, donde reinarían la tolerancia, la vida cultural y la recreación, con lugares de encuentro como los senderos y las plazoletas, pues, para el arquitecto Salmona, permiten que el bogotano que pasa por Las Torres disfrute de parte de la ciudad. “La labor de la arquitectura, además de construir, es poner en evidencia la belleza geográfica de un lugar; ésa es su esencia”.

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“Para el único sitio que me iría de aquí es para más arriba”: Daniel García Peña.

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La gente de Las Torres no sólo vive en sus apartamentos de dos pisos, también circula con familiaridad por los 20 locales comerciales con que cuenta la pieza arquitectónica. Los más tradicionales son la panadería que lleva el mismo nombre de la Plaza de Toros, en la que los desayunos son tan exquisitos que vale la pena esperar lo mucho que se demoran sus empleadas de gorro y delantal rojo en preparar los famosos huevos revueltos con salchichas mañaneros, el néctar de naranja natural, los vaporosos tamales y el chocolate burbujeante. Y cómo no hablar del café Barcarola, de la actriz Carolina Trujillo, que permanece misteriosamente cerrado todos los días de la semana excepto el viernes, como si se tratara de un club privado. Dice Ilichtna Manga, habitante de la Torre B, que a Carolina le gusta estar quebrada, porque nadie sabe con qué sostiene el café que, por cierto, encierra una primorosa exhibición permanente de figuras de cera y escenografías de teatro en miniatura realizadas por la excéntrica actriz.

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Los niños también tienen un lugar primordial en el lugar: bajando de las torres A y B, diagonal a la rotonda, encuentran la guardería que enseña sus colores desde el ventanal de pecera. Y siguiendo hacia la izquierda, después de pasar por las escalinatas que conducen al Parque de la Independencia, llegan al carrusel (regalo de la colonia sirio-palestina cuando en el Centenario de la Independencia) en el que dan tres vueltas por sólo 1.200 pesos. Y a eso de las seis de la tarde, entre lunes y viernes, un grupo numeroso de adolescentes rubios, altos y melenudos, en su mayoría, baja del bus escolar en la carrera 5ª. Son los hijos de la gran colonia francesa que habita en Las Torres. Pero es en las amplias zonas donde se aprecia el movimiento y la interacción de la gente de Las Torres. Entre los antiguos ascensores, los pasillos y las salidas de cada edificio no es raro encontrarse con Consuelo Luzardo, Gloria

Gómez, Pablito (el de De pies a cabeza), Betty La Fea (paseando a su perro) o a cualquier personaje del jet-set criollo. También algunos converse desteñidos o un par de zapatos negros ocultos por una falda larga, sedientos de una copa o de una buena película, luego de cruzar la 26. Éste es El sueño de las escalinatas, de Jorge Zalamea, como reza la placa de las largas escaleras de ladrillo que unen Las Torres con el Parque de la Independencia. El sueño de Salmona compartido por unos 700 habitantes del conjunto, que sin duda están más cerca del cielo bogotano.

33 El juego de terrazas frente a la carrera 5a


Arquitectura SUIZA demolida al estilo BOGOTANO

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Por Juliana Bedoya Pérez Fotos de Martha Viviana Torres y Juliana Bedoya

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+ + + + + + + + + + + + + + + + + + + + esta + ciudad, +En + + que + se+precia + de+tener + un+barrio + llamado + + La+Bella+Suiza, + varias + +fábricas + + +de muebles + + suizos + +y unos + cerros + +que+desde + ciertos + + + evocan + + los +bucólicos + +Alpes + + ángulos +suizos, + se + está + destruyendo + + +sin + + + el patrimonio + + + arquitectónico + + + que + dejó + de+ + compasión +legado + Victor + +Schmid, + + + trata + desesperadamente + + + + de + defender + + su+hijo.+Desde + + y que+ahora + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + ánimo de constructores +su fundación + + +sin + + de +lucro, + Urs+Schmid + se + enfrenta + + a la + codicia + + + + + y+ +curadores + + urbanos. + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +

Nelson lleva tres días copiando un farol Schmid. Aunque para un simple observador la tarea va muy bien, el experto no se confía y recalca que si quiere terminarlo en dos semanas, tendrá que “darle duro”. Nelson es especialista en forja y aprendió el oficio de su jefe Urs Schmid, un hombre que sueña con tener una escuela de oficios y que se ha dedicado a proteger el patrimonio arquitectónico de Bogotá. Urs es hijo del arquitecto suizo Victor Schmid, que llegó a Colombia en los años cuarenta y

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con el tiempo comenzó a implantar el estilo suizo. El gusto por la arquitectura y el oficio de la carpintería y la forja han llevado a Urs a continuar el oficio de su padre y a enfrentar todo tipo de problemas para conservar un legado que tiende a desaparecer. La obra arquitectónica de Victor Schmid, como la de otros gran arquitectos de principios y mitad del siglo XX, está a punto de desaparecer. De las 215 casas que el suizo construyó en Bogotá, sólo sobreviven veinte, y lo hacen por una especie de protección

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divina. Unas por problemas jurídicos, como la casa en la que funciona el Restaurante La Loma, en la calle 94 con 14. Otras, porque todavía son consideradas patrimonio, como el Colegio Helvetia o la Iglesia de Santa Bibiana. Las demás se mantienen en pie porque los dueños no han sido tentados por el ‘negociazo’ que sería vender el lote para construir una nueva mole de concreto con diseño innovador y porque quedan algunos curadores urbanos con conciencia del oficio. Pero de las 195 edificaciones derrumbadas, que antes hacían parte del paisaje de los barrios más tradicionales de Bogotá, queda algo más que el recuerdo de quienes las habitaron. Una columna, el marco de una ventana, la puerta, una lámpara o un farol, se agrupan por montones en la única casa de tapia pisada y puerta de madera maciza del barrio Villamaría, al noroccidente de Bogotá. En la casa funciona el Taller de Urs, arquitecto de 55 años, profesor de Artes del Colegio Andino. Urs Schmid se ha dedicado en los últimos veinte años a conservar el legado de su padre desde la Fundación Victor Schmid. Allí lleva las piezas que logra recuperar de las casas demolidas y luego recrea los modelos en su taller de carpintería y forja; además, diseña los planos para restaurar y construir casas al estilo suizo, así como muebles y objetos de decoración. Urs estudió arquitectura en Suiza, “aunque papá no quería que ninguno de sus hijos fuera arquitecto, pero la sangre gana”, comenta. Cuando Urs volvió a Colombia no ejerció de lleno la profesión, sino hasta la muerte de Victor Schmid, en 1984. Pero la labor de Urs Schmid se extiende a la conservación del patrimonio arquitectónico de toda la ciudad. Asiste a las reuniones que hace el Distrito para determinar qué edificaciones deben considerarse patrimonio y cuáles no. Aunque su preocupación empezó con las primeras demoliciones de las casas de su padre, hoy está pendiente de las demoliciones y las construcciones que puedan afectar otros bienes con valor arquitectónico. La situación lo ha llevado a que en muchos casos no se

le permita la entrada a predios que van a ser demolidos o donde se esté construyendo, porque los constructores ya lo conocen y le temen. Según él, el Distrito sí hace esfuerzos por conservar el patrimonio; el problema está en la reglamentación y lo que él llama burocracia. “Hasta la Alcaldía de Mockus los bienes protegidos no pagaban impuestos, ahora tienen que pagar hasta un 50% del impuesto predial”. Esto hace que los dueños de esas edificaciones tengan dificultades para pagarlos, pues en muchos casos llegan a ser de varios millones de pesos. Las reglas de demolición y construcción también son aprovechadas por los constructores para tumbar las casas con algún valor patrimonial. Hay casos en los que se retiran las tejas de las casas para que entre humedad y los cimientos empiecen a ceder. Así, la casa pasa a ser un peligro para los vecinos y debe ser demolida. También hay situaciones en las que no se da el tiempo suficiente entre la orden de demolición y la demolición, “y es cuando pasas por el sitio y dices: ‘¡la semana pasada la casa estaba ahí!‘’ dice Schmid.

Urs Schmid, protector del patrimonio arquitectónico de la ciudad

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Esto no ha sido impedimento para realizar su labor. Antes de que se derrumbe una casa, las compañías de demolición avisan a quienes puedan estar interesados y hay partes de la construcción que se tumban con cuidado, pues se venden a personas interesadas como Urs Schmid. Gracias a este mecanismo y a otras trampas que ha hecho en su labor de recolección, hoy tiene más de cien modelos de lámparas, puertas, muebles, gárgolas y columnas de estilo suizo. Sin embargo, por el afán de tumbar las casas, se han perdido piezas muy valiosas. “Una vez entramos a una casa que ya habían demolido y estaban tirados pedazos de la chimenea y las columnas de la casa rotas”, comenta Schmid. En este caso, como en otros, la operación de adquirir los objetos fue más turbia. Entró a la casa ya demolida y extrajo algunos elementos.

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Aunque el hecho de que las casas ya no existan es una pena para Urs, él recuerda las irrupciones en los escombros como una gran aventura. Cada caso tiene una anécdota, desde transportar una columna de varias toneladas que al ser cargada en una camioneta daña la suspensión del vehículo hasta ver llegar, uno tras otro, nueve camiones con el mobiliario de un restaurante que decoró Victor Schmid y que luego de la quiebra pasó a ser propiedad del Banco de Colombia. En sus recorridos por la ciudad, que acompaña de registro fotográfico, Urs se ha encontrado con sitios muy interesantes y llenos de historia. En una ocasión llegó a un palacete ubicado en el oriente de Bogotá, cerca al Politécnico Grancolombiano, en el barrio El Castillo (a este palacete se debe el nombre del barrio). La casa, que estaba abandonada, había sido sede del DAS. En el lugar estaban arrumadas pilas de documentos y expedientes que los funcionarios habían dejado ahí: “cuántos procesos y cuántas sentencias no se habrán trabado porque esos papeles quedaron ahí tirados”. Tiempo después fue utilizado para grabar una novela y al finalizar las grabaciones fue demolido.

PARA CONSERVAR EL LEGADO Urs no sabe si alguien continuará con su labor y si una de sus dos hijas se inspirará en la obra del abuelo y, como su padre, resultará enamorada del patrimonio arquitectónico de la ciudad. Lo único que espera es que en alguien quede la sensación de tener una pieza Schmid original, uno de esos faroles que tardan 17 días en forjarse, y no una copia de la serie que se puede encontrar en cualquier almacén.


El estilo suizo y rústico están cada vez más arraigados en el gusto de los bogotanos. Para Schmid el problema radica en que los elementos ya no son únicos, “todo es hecho en serie y muy industrial”, además “la gente cree que lo rústico quiere decir chambón”. Por eso él se preocupa de enseñarle a sus pupilos y empleados del taller el oficio de su padre, pero de la forma artesanal. En la forja, cada golpe se da de una manera distinta para que el hierro vaya tomando forma. Con martillo y sobre un yunque, una varilla recta y simple se va convirtiendo en una de las partes de algún farol. Las técnicas de carpintería también se las ha transmitido a estas personas con el cariño de un maestro y con la esperanza de que algún día sus trabajadores se independicen y puedan vivir del oficio. Los trabajadores del Taller de Urs son los primeros alumnos de la incipiente Escuela de Artes y Oficios de Schmid, que él espera abrir para todas las personas que no tienen los medios económicos para entrar a un instituto a aprender alguna actividad. Con este proyecto busca no sólo ayudar a muchas personas, sino a mantener la tradición que inició su padre hace más de sesenta años.

Arriba, a la derecha, la sede del taller de Urs Schmid, que funciona como incipiente Escuela de Artes y Oficios para mantener la tradición familiar.

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“Mi sueño es montar un museo que sea un remanente de lo que era Bogotá y al lado hacer la Escuela de Artes y Oficios”, revela Schmid. Por eso creó la Fundación Victor Schmid y por eso recorre la ciudad buscando problemas y, como él mismo dice, enemigos; mientras encuentra algún nuevo elemento para su colección y una que otra foto que recuerde lo que hay y, muy seguramente, pronto no estará.

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[repor ] * taJE

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gráfico

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Fotos de Ángela María Ariza, María Fernanda Aguilera, Juana Romero y Nicolás Osorno

El Toque

KITSCH

en Bogotá

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Para los españoles significa hortera o cursi; para los paisas, mañé; para los bogotanos, lobo. Se usa en el arte o la arquitectura con intenciones artísticas y como signo de refinamiento, pero posee un cierto “mal gusto”. En últimas, es un pastiche o imitación (generalmente de lo made in Miami).

Elvis Presley Boulevard, sobre la carrera 15 con 127. La imitación criolla de las estrellas de Hollywood.

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+ + + + + +Una escultura + +desafiante + +

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que se sobrepone a los cables de la luz y apunta al cielo con su telescopio. En una escuela de diseño de Chapinero.

La peluquería de Norberto, también frecuentada por el star system, cuya arquitectura clásica realzan los herrajes y las molduras en yeso en atrevida combinación. Y que no falte la palmera…

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Atlantis Plaza, el templo de las compras al mejor estilo de Sunset Boulevard en el downtown de Miami Beach. Sólo falta que crezcan las palmeras.


Un exAgente

Explosivo Por Oriana Obagi Orozco Fotos de Viviana Patricia Sánchez

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Ex agente antiexplosivos del CTI, ex agente de Policía, ex fotógrafo judicial de la Fiscalía General de la Nación y ex docente en desactivación. José Almenjo Ladino sirvió al Estado colombiano durante tres décadas hasta que, recientemente, fue despedido sin razón. O con razón: porque conocía demasiado esos diminutos mecanismos de poder de ciertas entidades oficiales. Aquí da testimonio de su experiencia y comparte los más duros momentos del terrorismo en Bogotá. Para no olvidar.

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DIVINO rostro ]

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El primer caso que se le viene a Almenjo a la memoria es el de Nemocón, ocurrido el 6 de agosto de 1986, cuando murieron tres de sus compañeros al intentar desactivar una bomba introducida en un tubo de PVC, y que pocas horas antes habían recibido la medalla al valor en la Plaza de Bolívar de manos del alcalde. “Yo fui y recogí muchos pedazos […] cada vez que me arrodillaba había un pedazo, no sabía si era un pedazo de zapato, de cabello o de su cuerpo”, recuerda Almenjo con voz temblorosa y lágrimas en sus ojos. Lo más difícil de su vida laboral ha sido ver morir a sus compañeros: “Recoger en mis brazos a mi amigo y compañero de trabajo y escucharlo decir: ‘no me deje morir’, es duro. Verlo irse, todavía más”.

Así comenzó este largo recorrido hasta convertirse en ‘decano’ de explosivos, como él se llama. En 1986 continuó su formación en Estados Unidos con un curso sobre desarme de artefactos explosivos, y luego con una especialización en postinvestigación en la Academia de Policía del Estado de Lousiana: “Allí aprendí a utilizar equipos especializados, como el robot, y un equipo de rayos X que permite saber qué hay dentro de un paquete extraño… Mi navaja, que todavía tengo, había quedado atrás”. También tuvo la oportunidad de ir a España y a Israel, pero no pudo porque se atravesaron otros intereses de la institución. “En este país hay gente que se pelea por desactivar una bomba sabiendo que implica un alto riesgo; por pura envidia”, explica él. Su último curso lo hizo a mediados del año pasado, y obtuvo el diploma de investigador de causa y origen del incendio.

Luego menciona el caso del DAS, del 6 de diciembre de 1989, cuando murieron más de cien personas. “Recolectamos muchos dedos, pero no cadáveres”, y empata con uno de los atentados de 1993, cuando un carro bomba fue activado en el Centro 93 de Bogotá: “Un matrimonio dejó a su niña de siete años en el carro mientras iban de compras […] Cuando regresaron sólo hallaron pedazos de ropita, de su pelo y de su cuerpo que yo les pude recoger”. Para completar, recuerda el más reciente atentado terrorista en Bogotá: el del Club El Nogal, el 7 de febrero de 2003. Para él, “otra catástrofe causada por la mano del hombre, sin ningún respeto por la vida”.

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Su vida, en cambio, ha sido la de actuar en décimas de segundos para salvar a otros. Como jugando a la ruleta rusa, José Almenjo se inició en el campo de los explosivos en 1977. Era cabo segundo cuando decidió participar en una convocatoria para un curso sobre explosivos. Cumplía con todos los requisitos: soltero, con edad adecuada y buen estado de salud. De 131 aspirantes pasaron cuatro con él. “Fui a la Escuela Gonzalo Jiménez de Quesada en Sibaté, y allí, durante seis meses, me especialicé como técnico en explosivos. Me dieron el equipo más suntuoso que usted se pueda imaginar: una navaja, una manila de 20 metros y un anzuelo”. + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +

En 1988 se retiró de la Policía e ingresó a la petrolera Occidental de Colombia. En Caño Limón-Coveñas investigaba las voladuras del tubo y todos los atentados terroristas. En 1992, ingresó a la recién creada Fiscalía General de la Nación, donde, además de su trabajo habitual, empezó a incursionar en la docencia; y en 1994 pudo vincularse como docente en el área de investigación y conocimiento en explosivos de la Escuela de Investigación Criminal de Ciencias Forenses de la Fiscalía. Allí, Almenjo capacitó a jueces, fiscales, magistrados, procuradores, policías y compañeros. “Tuve una gran satisfacción porque me permitió, además de dejar una huella, conocer desde Riohacha hasta Pasto y desde Apartadó hasta Florencia, incluyendo Leticia”.

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José Almenjo se considera más que un informador, un formador. Siempre les habla a sus alumnos de valores y principios morales, y no se priva de mencionar las lecciones de cívica y de la Urbanidad de Carreño. Pero, después de 20 años, José Almenjo ya no sigue en la docencia con los alumnos del DAS, la Policía, las Fuerzas Militares, el Ejército, el INPEC y + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +

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la Fiscalía, y nada desea más que volver para compartir sus vivencias.

del Centro de Entrenamiento Federal para el Cumplimiento de la Ley, en Estados Unidos.

A los 17 años, Almenjo tuvo la oportunidad de escoger entre ir al servicio militar o hacer parte de la Policía, y se decidió por la última porque ganaba dinero. Además de recorrer varios departamentos del país, dejó las huellas de sus botas en algunos barrios de Bogotá como el sector de la calle 85 con circunvalar donde vivía Enrique Peñalosa Camargo, en ese entonces, gerente del Incora. Allí su misión era vigilar cerca de cinco cuadras, y, para su sorpresa, contaba con la confianza de los residentes del sector, quienes nunca dudaron en darle las llaves de sus casas. “Era una época muy tranquila. Personalmente, con la experiencia que tengo hoy, no le daría las llaves de mi hogar a un policía”, dice enfáticamente. 23 años dedicados a la institución le permitieron percatarse de los actos corruptos y delictivos que allí realizaban comandantes y subalternos, y por ello les perdió la confianza a sus colegas.

Entre sus grandes satisfacciones está la creación de los grupos de explosivos de la Policía, en 1970; del DAS, en 1978; de los Ingenieros Militares, en 1982 y de la Fiscalía, en el 2003. El último grupo, conformado por diez personas, obtuvo un robot fabricado en Estados Unidos por medio del Plan Colombia. “Andábamos vanidosos. Ya no mostrábamos la navaja ni el anzuelo”. Asimismo, Almenjo recuerda con una sonrisa haber sido el instructor principal en el curso para técnico en explosivos de la Fiscalía, y, posteriormente, el tutor de sus alumnos.

En 1973, dejó a un lado sus rondas diarias por las calles capitalinas e ingresó al F2, hoy en día la SIJIN. Allí fue comandante, trabajó en el campo de la fotografía judicial y sintió la necesidad de prepararse mejor. Hizo cursos en entidades como los Ingenieros Militares, el Ejército, el DAS, la Fuerza Aérea, las Fuerzas Armadas y la misma Policía, hasta llegar a ser postinvestigador en explosivos e incendios

En la Policía recibió la condecoración, según él, reservada para los muertos: la medalla al valor. Por desactivar 75 bombas con sus compañeros de equipo se hizo digno de la medalla cívica Ciudad de Bogotá. Sin embargo, Almenjo comenta que siempre hay personas que ignoran la importancia de los reconocimientos (refiriéndose a sus antiguos jefes), aún más cuando se desarrolla una labor tan peligrosa: “Sólo yo sé cuánto me ha costado tener estas medallas”. Sus colegas siempre lo miraron con recelo por su posición crítica frente a estas instituciones del Estado. El gran problema que tienen es la preparación incipiente de las personas: “No las están preparando y son enviadas a realizar trabajos rápidamente”. Almenjo recuerda que en febrero del año pasado un muchacho recién salido de la Policía fue enviado a Lavanchagrande, Boyacá, a desactivar unos cilindros bomba. “El joven no tenía tutoría ni experiencia, así que, después de haber desactivado cuatro cilindros, voló con el quinto. Hay una cosa que yo obvio, y es que la desactivación manual se lleva a cabo en casos de

La explosión frente al centro internacional del mueble. Cra 15 con calle 93 y 93A


extrema necesidad, el resto se trabaja a distancia con el fin de proteger la vida”. Almenjo recuerda haberlo hecho en su juventud unas 72 veces utilizando tan sólo una navaja, un cortafrío, y su conocimiento e intuición para no cortar el cable. “Ése, se lo confieso, era un trabajo bien empírico. Nadie más lo hacía y uno tenía que hacerlo solo”. El suceso del collar bomba, ocurrido en Simijaca, Cundinamarca, es otro de esos graves errores debidos a la indisciplina, la inexperiencia e impericia, según Almenjo. A la casa de doña Elvia llegaron unas personas en la madrugada, le colocaron un collar de tubo galvanizado que tenía en su interior cierta cantidad de explosivo y un sistema de activación. Se envió un técnico en explosivos de la Policía de Boyacá: “un muchacho joven, sin experiencia y sin tutoría. Por ello siempre he dicho que los comandantes son responsables de estas muertes… El técnico nunca supo lo que estaba haciendo, pues se limitaba a cumplir las órdenes de sus comandantes que le decían, ¡apúrese que tenemos rueda de prensa! Él continuaba cortando el collar con una cegueta mientras otro policía le echaba agua para que no se produjera calor”, recuerda Almenjo. A doña Elvia la trasladaron y la sentaron en la berma de una carretera. “Yo no vi que la hidrataran o que hicieron algo por ella”, dice. “El muchacho, cuando estaba utilizando la segueta, hizo contacto con un material sensible y se produjo la explosión. Así murieron la señora y él”, comenta Almenjo al tiempo que critica la tardanza y la negligencia de los directivos por no dar a este caso la importancia que merecía: “No enviaron el mejor profesional o los mejores profesionales capacitados de este país o del extranjero. Tampoco se utilizaron las herramientas necesarias”.

Uno de los vehículos afectados por el carrobomba del centro comercial 93. Abril de 1993

Otro punto débil, según el diagnóstico de este ex agente, es la falta de reconocimiento al alto riesgo del trabajo. “Para los directivos, comenta Almenjo, es igual el nivel técnico de una persona que maneja una máquina de escribir a otra que arriesga su vida al lado de una bomba. No hay ninguna diferencia”. Quizá por esta razón, la mayor de sus tristezas, luego de ver a sus compañeros morir, es darse cuenta de que los directivos no reconozcan los esfuerzos diarios de tantos funcionarios generosos y entregados a su trabajo. “Por lo menos debe existir la oportunidad de conocerlos y chocarles la mano. Yo no conocía a mis jefes, no sabía quiénes eran, escasamente los veía en televisión”. Tanto él como todos los otros agentes en misiones peligrosas sentían ese miedo a diario, a cada paso y cada respiro. “El temor a no regresar, a que desconozcan mi paradero o no se encuentre nada de mí”, comenta. Es el desasosiego que surge en el preciso instante en el que se disponía a desactivar una bomba. “Me bloqueaba totalmente. Es un momento en el que la mente queda en blanco. Uno es robótico. Sólo puedo esperar dos cosas: que suene y no salga de ello, o salir y a lo mejor recibir una felicitación”, dice Almenjo, que en esos momentos sólo recordaba las cosas justas y necesarias.

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UNA GUÍA DEL PELIGRO BOGOTANO Por ese conocimiento profundo de los peligros que acechan la ciudad, cada vez que José Almenjo camina por la carrera 9ª con calle 16 recuerda la explosión de una bomba en la Cámara de Comercio, en ese instante imagina que un ladrillo le cae encima y muere. A la calle de El Cartucho le gustaba ir por conocer, con algo de recelo por la inseguridad. Hoy prefiere no acercarse a la Presidencia, al Capitolio o a la Fiscalía General de la Nación. Almenjo confiesa tener cierta fobia a estos lugares, a los que sólo va por obligación. Piensa que la delincuencia camina por todas partes: “por ejemplo, uno puede pensar que Cedritos es un sector seguro, pero es allí donde se registran los índices más altos de robo de vehículos”, afirma. Para Almenjo, tanto Unicentro como Unisur son inseguros.

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Cuando habla de la evolución del crimen en Bogotá se remonta a los años setenta. “En ese momento no había delitos como los que hay hoy en día”, afirma. Almenjo menciona uno de los primeros secuestros, en el año 1973, a José Raquel Mercado, sindicalista de la Confederación de Trabajadores de Colombia (CTC), por considerarlo uno de los primeros pasos para llegar a la ola de secuestros del siglo XXI. Habla de la evolución del narcotráfico, la cocaína, la morfina, el opio y todos sus derivados, y los considera una fuente de ingresos vital para los grupos armados. Por su mente nunca ha pasado la idea de que hace treinta años la situación del crimen estuviera igual que ahora. La primera razón que aduce es el crecimiento constante de la población. Las necesidades de esa época eran menores que hoy en día, pues cree que el flagelo del desplazamiento de la población civil hacia las

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ciudades ha sido determinante: “los barrios subnormales son muchos más, y la miseria que allí se ve es aterradora”. En su opinión, antes la gente se ganaba más fácil la vida. “Hace unos treinta años, comenta, alguien que trabajara para un hogar de cuatro personas podía sostenerlo, hoy salen a trabajar los cuatro y no sostienen a uno”. Para él, el hambre y la miseria que se vive en las calles es grande, y el aumento de la criminalidad, ostensible. Por otro lado, no duda en denunciar que las autoridades de prevención han cambiado su objetivo. Hoy son instituciones de lujo que andan en motos BMW y carros blindados que les impiden ver, oír y sentir lo que ocurre fuera de su espacio, según lo comenta Almenjo. “Las autoridades de misión preventiva se convirtieron en entidades de levantamiento de cadáveres. La prevención ya no existe”, concluye. Pero Bogotá también le ha dado placeres a este ex agente, a pesar de que desearía vivir en Bucaramanga, “la ciudad bonita”, y, en el mejor de los casos, regresar al campo. Le apasiona realizar sus caminatas de cuatro horas, y a veces hasta de nueve, quizá yendo a Fusagasugá, al río Bogota, a Cota o a la Calera. Sin embargo, cuando el clima no se lo permite recurre a su otra pasión: los libros. Los últimos que ha leído tratan sobre Osama Bin Laden, la vida secreta de Sadam Hussein, las intenciones reales del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y sobre las vidas de Carlos Castaño y Salvatore Mancuso. Aunque también ha disfrutado leyendo las memorias de la esposa del ex presidente Mariano Ospina Pérez, Bertha Hernández de

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“Mi niñez fue la de un niño campesino enseñado a cuidar de las vacas y las ovejas, a recoger los huevos y tomar la leche recién ordeñada con un pedazo de panela. Una vida muy apacible”

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[DIVINO rostro]

Sin embargo, podría resultar extraño que en sus recorridos por el supermercado no sea la sección de comidas su favorita, pues confiesa que su única enfermedad es el hambre. Admira también a personajes como Jacques Chirac por ser “un tipo sólido”, a Indira Gandhi y, por supuesto, a Mahatma Gandhi. En Colombia les tiene respeto a Jaime Bernal Cuellar y al doctor Cancino. En su tiempo admiró a Londoño Hoyos, pero dice: “se me cayó de la nube”. A Samper no lo admira, lo felicita porque durante su mandato sólo se defendió y se mantuvo. Ospina, y las memorias de una de las personas secuestradas del avión de Avianca con ruta Bucaramanga-Bogotá. Una muchacha joven con la que siempre se ha querido encontrar. Asimismo, le apasionan los temas de criminalística, explosivos e incendios. “Yo soy de los que creo, señorita, que luego de dormir durante ocho horas uno se levanta ignorando muchas cosas, y cuando doy la vuelta en la esquina debo seguir aprendiendo porque olvidé algo. Ésa es la idea”, dice con orgullo. José Almenjo, un hombre que de niño no comió muchos helados ni tuvo juguetes, encuentra hoy su mayor entretenimiento en los supermercados de la ciudad. Le gusta desaparecer y tiene presente que su familia sabe dónde se encuentra: “Primero voy a los libros, pero invierto más tiempo en los licores. No es que compre, me gusta ver”, dice con una sonrisa. Acudir a los libros se explica en la admiración que siente por aquellas personas que leen y se capacitan, pues piensa que el mundo será mejor cuando la mediocridad y la pereza de los hombres acaben.

Llevaba doce años y tres meses trabajando cuando fue despedido del CTI, el 6 de enero de 2005. Lo declararon insubsistente justo cuando escasean los agentes especializados en equipos antiexplosivos, que, muchas veces, se tienen que archivar porque no hay quién los maneje. Y de añadidura, el Estado colombiano no le permite trabajar en un periodo de doce meses, por lo que sostener a su esposa y tres hijos le resultará más complicado que desactivar una bomba de regular poder.

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Homenajea un

cronopio Por Carolina Mila Fotos archivo personal

Ignacio Ramírez Pinzón: periodista, escritor, crítico, actor, gestor cultural, amigo entrañable, padre y ateo, mantiene su correspondencia con miles de lectores del diario virtual Cronopios, mientras la vida le alcance.

Estaba agotado y enfermo. Llevaba varias semanas al frente de la organización de su “Festival de cultura colombiana”, en una enésima versión que se realizaría en Italia. Había que preparar exposiciones, ciclos de cine, conciertos y conferencias, sin patrocinios gubernamentales ni privados, valiéndose tan solo del apoyo de los entusiastas. No se sentía bien, pero a Ignacio nunca le ha gustado quedarse quieto. El mismo día que llegó a Milán tuvo que ser hospitalizado de urgencia. Entró en un coma profundo y fue declarado clínicamente muerto. Entonces vio su cuerpo acostado y a los médicos alrededor de él tratando de salvarlo. Entró en un túnel oscuro con una luz a lo lejos y oyó una voz que le hablaba: debía regresar porque su tiempo no se había cumplido aún sobre la tierra. Cuando despertó del coma en el que estuvo sumido durante 11 días, ya no se reconoció más en el espejo. Había envejecido por completo. El pelo, antes entrecano, ahora era blanco como la luz de sus ensueños, y había perdido peso: 15 kilos se le quedaron en el trance.

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[rostro]

DIVINO

Han pasado cinco años, y Nacho no le presta mayor importancia a esta experiencia porque está seguro de que todo se lo inventó su cabeza: simplemente había leído mucho sobre el tema. El episodio le sirvió para reafirmarse en sus creencias; por amor había accedido a irradiarse y después de lo sucedido se arrepintió de haber sido débil. Por decisión propia, Ignacio no se trata el cáncer ni va a médico alguno —no se toma siquiera una aspirina para los dolores—, y se molesta cada vez que le recomiendan rezos, brujos, novenas o terapias alternativas. Con el tiempo sus amigos han aprendido a respetar su elección, aunque ha sido duro, porque Ignacio se ha hecho querer mucho. + + + + + + + + + + + +

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Con Lina María Pérez, amiga muy querida y confidente.

Después de este episodio también decidió terminar su vida en pareja. No iba a vivir con otra persona para ser una carga. Sería injusto imponerle el peso de un cáncer ajeno. “Hoy tengo un concepto más alto de la soledad, sin ser un solitario. Tengo muchísimas amigas y disfruto mucho del contacto con la gente. Pero utilizo más mi tiempo y mi espacio, puedo estar más en lo mío”. Ignacio lleva 9 años como enfermo grave. A estas alturas ya se ha reconciliado con la muerte; aunque la espera sin combatirla, tampoco se entrega. En realidad ha superado con creces el tiempo de vida que le diagnosticaron. “No soy suicida ni estoy deprimido, pero me gustaría irme ya. La enfermedad es muy dura, y a los que me rodean les cuesta entender por qué no voy donde los médicos”. Lina María Pérez —premio Juan Rulfo en 1999—, amiga cercana de Ignacio desde hace 3 años, asegura que él ya no lucha contra la muerte porque ha vivido un proceso espiritual profundo que le ha permitido amistarse con ella y con él mismo. “A menudo me dice que la mejor medicina para enfrentar la muerte se llama Ignacio Ramírez. Es como si la enfermedad misma lo dotara de la fuerza necesaria para exprimir la vida que le queda”.

amiga entrañable con la que convivió más de 15 años, afirma que ella se deprime más que él. “Él me da ánimos a mí. Tiene una fortaleza increíble. Con el tiempo he llegado a pensar que su posición es inteligente; sin medicamentos, tiene un manejo de la enfermedad desde el punto de vista emocional y sicológico”.

Para el poeta Juan Manuel Roca, amigo de juegos de la infancia, a Ignacio se le ha agudizado el sentido del humor de manera proporcional al desarrollo de sus males. “Nunca le he oído una sola queja, nunca lo he visto deprimido. En realidad ayer se mostró preocupado porque me oía con gripa por teléfono. Se le ha agudizado su actitud benévola y generosa. Y su humor socarrón, infantil, a veces culto, en todo caso permanente. Ignacio lleva su condición discretamente”. El escritor Azriel Bibliowicz, amigo de siempre, concuerda con esta última afirmación “Nacho ha sido muy elegante, asume el dolor de manera muy personal”.

Entre sus amigos bromean con que hace tiempos lo están despidiendo y Nacho sigue siendo un hueso duro de roer. Entre todos, hace 3 años le organizaron un homenaje sorpresa. Con la excusa de invitarlo a comer, Lina María lo sacó de la casa. Nunca sospechó que en el Centro Cultural Mystic, alrededor de 300 seres queridos lo esperaran para agasajarlo. La lluvia de aplausos lo desconcertó cuando entró en el recinto. Una pancarta se alzó visible entre la multitud: “Queremos tanto a Nacho”, y entonces, aturdido, solo tuvo el reflejo de irse. Lina María se vio obligada a retenerlo por el brazo. Le llevaron serenata y le entregaron un libro firmado por todos en el que le expresaban sus afectos.

Olga Cristina Turriago, escritora, periodista y + + + +

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50 MIL LECTORES DE CRONOPIOS Para Juan Manuel Roca, su manera más poderosa de defenderse contra la muerte ha sido su diario virtual Cronopios, “que también le ha servido de catarsis”. El diario –que llega puntualmente por correo–, empezó con 33 destinatarios entre escritores, profesores de literatura, estudiantes y lectores, y hoy cuenta con casi 50 mil adeptos regados por el mundo. Tras abandonar su columna Literalúdica del suplemento dominical de El Tiempo, sus más fieles seguidores le pidieron que continuara con la columna aunque fuera de manera más íntima y familiar. Querían seguir contando con el ojo crítico de Nacho para la literatura, las artes y la situación cultural del país.

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Hoy en día Cronopios se ha convertido en un punto de encuentro y un espacio para el debate de “hombres y mujeres de palabra”, como reza su encabezado. En este diario, que a la vez hace de agencia noticiosa de la que se nutren numerosos websites, circulan noticias culturales colombianas, sobre todo, y de colombianos artistas e intelectuales en el mundo. “En los medios nacionales es muy extraño ver la cultura destacada, a no ser de que te hablen siempre de Botero o García Márquez, así que Cronopios ha querido brindar un espacio para divulgar a todos los colombianos que se destacan en estas áreas. Cronopios es una publicación para escritores, que trabaja por puro amor al arte. Esto alude a que es un proyecto desinteresado que incluye todo tipo de expresiones artísticas y culturales, aunque prime siempre la literatura”, asegura Ignacio. No recibe un peso por la labor que realiza. Le han ofrecido pequeños patrocinios y ayudas que no ha aceptado porque dice no estar pidiendo limosnas. “Lo lógico, lo justo, sería que uno pudiera siquiera sobrevivir por medio del servicio que está prestando, pero sé que a la gente no le interesa pagar por una publicación de este tipo. Además, si yo acepto que me paguen 10 centavos, 20 pesos por un aviso, quedo comprometido por un aporte que ni siquiera es visto como una retribución

profesional, sino como una ‘ayudita´. Si he de ser objetivo, esto es un superéxito periodístico, pero no tiene ni el más pequeño futuro comercial. Aunque no soy pensionado, de esto no espero retribución económica; si pensara en estos términos, me convertiría en lo que no quiero ser: un empresario, un comerciante”. Para Azriel Bibliowicz, Cronopios es una muestra de la generosidad de Nacho. “El diario ha sido un divulgador cultural muy valioso; Ignacio ha sido para nosotros lo que fue Germán Vargas para la generación de Gabo”. Lina María Pérez, como tantos otros de sus amigos, conoció a Ignacio a través de Cronopios. Para ella, este diario virtual “ha tendido una red invisible entre escritores y lectores que entre otras cosas ha permitido estrechar muchos lazos de amistad”. En la última Feria del Libro, gracias a la gestión realizada por Cronopios, se dio un encuentro de escritores colombianos que reunió a los más de 60 que viven en el extranjero —algunos de ellos llevaban más de 30 años sin venir a Colombia—, con muchos de los que viven actualmente en el país. No fue una labor fácil: no solo había que ponerlos de


acuerdo, los autores pedían pasaje, hospedaje, viáticos y honorarios si dictaban conferencias. Ignacio y Guido Tamayo, director cultural de la Feria, hicieron cálculos: costaría entre 12 y 15 millones de pesos traer a cada escritor. Nacho se dio a la tarea de tantear cuántos estarían dispuestos a venir por su cuenta.

Además de Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis y Fernando Vallejo, a quienes sabían que no podían esperar, faltaron muy pocos al encuentro “Colombianos en la diáspora”. Por otro lado, terminaron atendiendo a muchos escritores que no estaban en lista pero que de igual forma se habían enterado por Cronopios.

Al final, se logró conseguir patrocinio para muchos más de los que se imaginaron, a través del Ministerio de Cultura, el Instituto Distrital y algunas empresas privadas. Fue así como la Feria acogió a más de 100 autores colombianos provenientes de todas partes del mundo y de diversas ciudades del país. “Era emocionante ver cómo a toda hora los salones estaban llenos de escritores paisanos. Muchos de ellos se conocían de nombre porque se habían leído, pero nunca habían podido hablar, darse un abrazo. Algunos de ellos han vuelto desde entonces para quedarse, otros han decidido regresar. A muchos les han reeditado su obra, a otros les han dado esperanzas”, cuenta Ignacio.

UNA VIDA LLENA DE PASIONES A la edad de 9 años Ignacio ya daba muestras de su vocación de escritor y periodista. En la vieja máquina de escribir de su hermana, redactaba y diagramaba un periódico con las noticias de su cuadra: La voz de la 13A, se llamaba. Lo escribía todo solo, calcaba las letras de los títulos de los periódicos y las caricaturas, tenía editorial y avisos clasificados. Juan Manuel Roca, amiguito del barrio en ese tiempo, no puede olvidar esas iniciativas de Ignacio. “De todos los amigos de la cuadra, él era el más imaginativo, el más artista. En ese tiempo me parecía simpático lo que hacía, hoy sé que era realmente una prueba extraordinaria de su temprana vocación artística”. Tampoco olvida el circo que su amigo dirigía por esa época. Con Regalo, un perrito callejero al que había adiestrado para que le sirviera de león y de bailarina, Ignacio preparaba todos los días una función que contaba con un público fiel. Fue a los 9 años cuando Ignacio descubrió las dos novelas que despertaron las pasiones que hoy son el eje de su vida: los libros y los viajes. Con Las aventuras de Tom Sawyer, quedó tan maravillado que no se aguantó las ganas de escribir una historia parecida con la que llenó un cuaderno de 100 hojas. Y con Corazón, novela de Edmundo de Amicis que narra las aventuras por Italia de un niño subido de polizón en un barco, su corazón de viajero comenzó a alimentarse. “No hay una ciudad de Colombia y del mundo que uno mencione y que él no haya por lo menos visitado”, asegura su amiga Lina María. El día de su homenaje sorpresa. Al extremo derecho, su hija Karmencita, defensora de los derechos de los wayuu.

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Sin terminar el bachillerato —se retiró a comienzos de quinto, porque le pareció que sus profesores no tenían nada más que enseñarle—, partió de su casa para conocer el mundo y viajó por todos los pueblos de Colombia, haciendo radio y periódicos por donde pasaba. Sus andares lo llevaron hasta La Guajira, donde se casó con una princesa wayuu en una ceremonia tribal y tuvieron tres hijos. Después de 15 años de trabajar por todo el país, regresó con ella a Bogotá para unirse al equipo de Radio Sucesos RCN. Otra década y media después se separaron.

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Con RCN también hizo televisión. Tuvo una editorial, fue director de Cromos, trabajó en Colprensa, fue columnista de El Tiempo, periodista freelance, todero. Medio al que llegaba como reportero, medio que terminaba dirigiendo; rápidamente era ascendido a puestos directivos: 15 años de fogueo lo hacían sobresalir notoriamente. Con Gustavo Nieto Roa escribió varios guiones de cine, juntos hicieron el de El taxista millonario. También fue actor, durante muchos años se dedicó con pasión al teatro, pero las precarias condiciones de vida lo obligaron a dejarlo. Con Olga Cristina, viviendo juntos en París, compiló un libro de entrevistas realizadas por ambos a autores colombianos: Hombres de palabra. “Ignacio se ha interesado siempre de manera especial por la literatura colombiana, para mí el proyecto fue una experiencia nutritiva porque yo, en cambio, no era muy conocedora”. Y lo ratifica Azriel Bibliowicz: “Muy pocos conocen la literatura

colombiana como él. Con Luz Mary Giraldo son los que más saben. Nacho en la vida ha sido sobre todo un lector apasionado”. Sucede que detrás de las múltiples facetas de Ignacio subyace la que las alimenta a todas: la de escritor. “La palabra siempre ha ejercido un prodigio y un misterio increíbles en mí. Así que antes que periodista, he querido ser escritor y eso es lo primero, ese es el orden. Y bueno, por otro lado, leer es un oficio que hay que aprender a lo largo de toda la vida y tengo que decir que yo disfruto más leyendo que escribiendo”. En la mesa del comedor de su apartamento se arruman libros que han sido enviados por correo. Están envueltos, etiquetados. La biblioteca se extiende hasta el techo. Unas cuantas fotografías muestran a un hombre joven, de aspecto vigoroso y atractivo, sonriendo tranquilo. Parece alto, de pelo negro y ojos vivaces. Cuesta creer que es el mismo Ignacio 10, 15 años atrás. Lo delata la nariz, prominente y quebrada; es lo único. Su desaforada pérdida de peso desde que murió y resucitó en Milán lo ha transformado por completo. Hoy su figura es menuda, su rostro se ha empequeñecido, y su pelo, blanqueado. La piel está mustia; los ojos, hundidos. Pesa 47 kilos. Tiene 60 años. Ignacio se ha casado formalmente dos veces, pero en total tuvo cinco relaciones largas en su vida. Siempre ha estimado especialmente a sus amistades femeninas. Le gusta conocerlas a fondo, le agradan, le intrigan. Con facilidad se convierte en su confidente. “Sus relaciones


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Un SKATE

PARK callejero

Por Ana María Ospina Maya Fotos de Andrés de la Cuadra + + + + + + + + + + + + +

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+ + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + y+front + +side + son + algunas + + +de +las+palabras + + que + +se escuchan + + + a+ + Olli, hiflip + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + menudo como que+antes era+un +lago + + +en +el sitio + +conocido + + + + La + Piscina. + + +Lo + + + + en+ el+corazón del Parque Nacional, desde 1995 funciona como skate park + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +sin+ + + costo + + y+al aire + +libre. + + + pocos + +deportes + + +en + + + ningún Uno+de+esos el que todo+ se+ + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + pronuncia en inglés —incluso las reglas—, pero es de acceso popular,+y + + +practicando + + + desde + + hace + +veinte + +años + en + Bogotá. + + + + +a + + + se+ viene Aunque finales + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + del + siglo + +XIX+existió + + El+Bolívar + + Skating + + Rink + +en+Bogotá, + + lo+ que + habla + + de+un+ deporte de vieja + + + + + data. + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +

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El Parque Nacional se ha convertido, desde hace algunos años, en el sitio preferido por los skater bogotanos, que lo frecuentan con sus amigos durante toda la semana para practicar los mejores trucos de este deporte extremo. Desde cualquiera de las graderías de cemento que rodean lo que parece un estanque —de unos cincuenta centímetros de profundidad y un piso algo maltrecho por el constante paso de las patinetas—, los espectadores ocasionales contemplan sus piruetas.

Diego, un moreno alto, que viste un pantalón ancho y una camiseta de la marca skate estadounidense Shorty’s: “es que cuando se va a practicar a eso se va, cada uno en lo suyo, en tratar de hacer su truco, si no la tarde se pierde. Se conversa, pero muy poco. El acompañamiento de los amigos es importante por el apoyo y porque ver a otro que haga un truco muy bueno, lo anima a uno a que lo haga también, pero, en realidad, es algo individual”, agrega.

Nicolás llega a las 4:10 de la tarde acompañado de Mario, su primo y un amigo, los tres están dispuestos a entrenar y a demostrar lo que han aprendido en los años de práctica. “Yo estoy frito, a mí se me dañó un rodamiento y me tocó dejar la tabla”, dice el amigo de Nicolás cuando le preguntan por su patineta. Nicolás le presta la suya en intervalos.

La destreza en este deporte no se mide en la cantidad de trucos que se logre en una tarde, sino en la calidad y en la perfección de cada uno de ellos; eso sólo lo dan los años de práctica y el ritmo de entrenamiento diario.

“Cuando es a montar es a montar”, exclama

El que mejor parece dominar la patineta esta tarde es Alejandro, de 25 años, los últimos


siete como skater. Muchas cicatrices y un numeroso grupo de amigos demuestran, en palabras de él, dos cosas, la primera: “no es fácil, es de muchas caídas y raspones, tiempo y dedicación”; y la segunda: “en el camino se consiguen amigos y personas que te admiran y comparten el gusto por la board, hasta para fortalecer los lazos sirve”. Un turista alemán, atraído por el estilo de Alejandro, captura, con su Minidv, los movimientos más arriesgados, y cuando alguno de los muchachos se luce, él sólo dice: “danke”, lo que en español significa “gracias”. Más de treinta muchachos dan vueltas en La Piscina, unos ruedan en las llantas traseras o delanteras, lo que se llama sostenido o manual, otros intentan encajar los truks en el muro y deslizar el madero, y unos pocos procuran saltar cinco o siete tablas de altura. El resto, los que no montan por falta de patineta, se sientan en las graderías de cemento a observar, a acompañar a los amigos, a aplaudir si se ve algo muy ‘teso’ o a comentar con otros expertos, como Santiago Arango, de 18 años, quien monta desde los 9 años y está incapacitado por su pierna izquierda, la cual se fracturó al intentar hacer un vuelo de diez escalas. “Llevo enyesado un mes, ¡vaya dolor de novio por no montar!, pero eso no quiere decir que no pueda disfrutarlo desde acá. Yo traigo mi discman con mi música favorita, el punk, y desde la instrucción les voy diciendo qué hacer para mejorar. Cómo se ve; los observadores estamos pendientes de lo que hacen los que montan, a su vez aplaudimos o abucheamos, dependiendo de lo que se saquen”, dice Santiago, que ha ganado varios torneos amateur infantil y un par de torneos juveniles locales. Viene a La Piscina casi todos los días desde que entró a la Universidad Distrital, hace un año, y se caracteriza por su cresta y su pantalón a cuadros ajustado.

NO SÓLO ES TALENTO, TAMBIÉN PLATA El caso de Santiago es muy diferente al de la gran mayoría de espectadores: Mateo, de 13 años, no puede montar debido a los altos precios de los accesorios skates, por lo que sólo ha podido comprar una patineta desde que se decidió a practicarlo. “Tenía una cruda, o sea sin marca, las llantas y los truks de segunda, lo único nuevo eran los rodamientos y los shortys. La ropa también es muy costosa, así que los tenis son normalitos”. Los precios oscilan entre 80 mil y 130 mil pesos el madero, 45 mil los rodamientos; la patineta completa cuesta aproximadamente 300 mil y los tenis, importantes para el buen roce con la lija, se consiguen desde 130 mil pesos. En todas las localidades de Bogotá existen skate shop, con buena oferta de marcas y productos, pero los precios no varían considerablemente. La zona de mayor comercio de estas tiendas especializadas es la de Galerías, al oriente de Bogotá. Allí se encuentran On Board, Flip, Fun, Bluetorch, Chicago, California, entre otras tiendas de marca. Los productos son importados de Estados Unidos. Los compradores son, en su mayoría, adolescentes que ahorran de su mesada para adquirirlos: “de las onces yo saco un porcentaje para poder comprar la ropa y la tabla, porque mis papás me apoyan de moral pero no aportan en lo que necesito, o sea la plata”, cuenta Fede, que a sus 14 años se paga sus implementos deportivos, y acaba de adquirir una bolsa con tenis marca Osiris. Con estos precios, el skate se convierte en un deporte un tanto elitista, pero lo siguen practicando los muchachos de todos los estratos, unos con más lujos que otros, por esa satisfacción que dejan los deportes extremos; particularmente, por el placer de exhibirse.

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La perfección de cada truco la dan los años de entrenamiento

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LA ÚLTIMA EXHIBICIÓN Un joven de 1,80 de estatura, pantalón negro ajustado, camiseta con el logotipo de la agrupación de heavy metal Iron Maiden, y una mochila tejida blanco y negro, se esfuerza por mostrar sus cualidades en el skate board a un grupo de siete amigas que hacen bulla mientras lo acompañan, se ríen con él y esperan a que lo logre. A los treinta minutos se van.

Al caer la tarde sólo quedan unos pocos. Grupo a grupo se alejan rumbo a los bares aledaños para continuar con el parche. “La única razón por la que uno se queda el viernes es porque no hay viejas para salir”, dice Nicolás mientras se recoge su larga cabellera y anima a su primo a que se “vuele el muro” y se vayan para la 7ª con 48.

Cuando la luz del sol se oculta, un vigilante del parque se acerca, atraído por el olor a marihuana, y pide que apaguen el cigarrillo. Nadie responde a la petición, pero éste no se va hasta que el último muchacho se aleja del parque.

Sólo cuatro lámparas dobles y sillas vacías acompañan al último grupo de seis muchachos que intentan hacer el mejor truco, planeado durante toda la semana, y para el que han entrenado todo el día.

GLOSARIO Board. Tabla. Shortys. Tornillos pequeños que adhieren los truck a la tabla. Skate board. Deporte extremo practicado desde la década de los setenta, que consiste en maniobrar una tabla sobre cuatro ruedas. Skate shop. Tienda que se especializa en vender accesorios skates. Skater. Persona que practica skate board. Tabla. Madero de la patineta. Truck. Base metálica para sostener las llantas.

OTROS SITIOS PARA PRACTICAR EL SKATE PARK -La 7ª con 8a -Rampas de la 148 con 6ª -Rotonda de Salitre Plaza -Alameda del centro comercial El Tunal -Parque de El Polo -Skatepark Fátima (Sur) -Skatepark San Carlos (Sur)


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LITERATURA

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en cada ESQUINA

Por Melissa Serrato Ramírez Fotos de Natalia Roldán Rueda, Ivonne Chávez y Viviana Sánchez

Varias entidades, privadas y públicas, realizan grandes esfuerzos para que los bogotanos puedan acceder a los libros. Actualmente, se desarrollan varios programas para el fomento de la lectura en la capital: Libro al viento, Clubes de Lectores y los Paraderos Paralibros Paraparques. Parafraseando el programa de Bogotá sin Hambre, este programa ofrece el mejor alimento para el espíritu: la literatura.

Dispensadores de libros en las estaciones de Transmilenio

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56 Carmen Ramírez, una habitante de la localidad de Usaquén, no utiliza con mucha frecuencia el Transmilenio. Pero, cuando se enteró, por una tarea de su nieto Esteban, de que se habían instalado unos puestos con libros de circulación gratuita en algunas estaciones del sistema Transmilenio encontró una excusa para atravesar la ciudad y obtener uno de los ejemplares, pues asegura que la actividad que más disfruta, a sus 76 años, es la lectura. Carmen se encontró con un libro titulado Cuentos de navidad, del programa del Instituto Distrital de Cultura y turismo (IDCT) Libro al Viento, que se viene desarrollando desde marzo de 2004 y ha distribuido 600 mil libros en diferentes destinos. Este programa publica una colección económica de buena literatura para que los bogotanos interesados

En cuanto a los resultados, Ana Roda comenta: “Lo que nos hemos fijado como objetivo en Libro al viento tiene que ver con el incremento en los índices de lectura, hecho necesariamente asociado a los hábitos. Sabemos que en Colombia no se lee, entre otras cosas, por problemas económicos de las familias, seguramente también por una débil política nacional en materia de fomento a la industria editorial, por vacíos en el sistema pedagógico que no seduce a los niños a la lectura. De suerte que mal podríamos hacernos cargo del problema. Pero se están diseñando herramientas para el análisis y seguimiento de esta iniciativa que ha sido acogida por la ciudad. Hoy sabemos que ciertos títulos se han agotado y que unos tienen más rotación que otros”. Roda asegura que es riesgoso hablar del impacto del programa en tan sólo un año de operación. Por lo pronto, se sabe que los libros se demandan, se devuelven y que se ha creado un alto nivel de interacción con ellos. Palpar el libro, ojearlo, pasar algunas páginas, leerlo y devolverlo, o hasta quedarse con él, es un camino que debe recorrerse para seducir a los bogotanos con la lectura. Precisamente, la devolución de los libros ha sido uno de los puntos de mayor discusión, pues se ha insistido en que los bogotanos no tienen la cultura ciudadana para comprender

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Las bibliotecas públicas donde reposan las mejores colecciones de libros

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que los ejemplares de Libro al viento son un bien público para el disfrute de todos. En este sentido, el IDCT considera que si los libros se leen, aunque no se devuelvan, la ganancia es inmensa; lo sería aún más si el retorno ocurriera, no sólo por cuanto más personas podrían leerlos, sino porque indicaría la creciente conciencia ciudadana. En enero de 2005, tras un mes de circulación, el retorno de libros fue del 6%, porcentaje que se ha venido incrementando: en febrero pasó al 18,3% y en marzo al 21,4%. Sin embargo, se debe tener en cuenta que en algunos casos la devolución no ocurre inmediatamente después de que los usuarios terminan de leer los libros, pues la práctica del intercambio de títulos se ha vuelto más frecuente. Por ejemplo, Diego Jiménez, ingeniero mecánico, ha leído cuatro títulos de Libro al Viento, dos de ellos los consiguió en la estación de los Héroes y los otros dos los intercambió con amigos y familiares. La Alcaldía respalda el programa Libro al Viento, aunque no dé resultados a corto plazo, pues tiene claro que lo que está en juego

es la estrategia y no el objetivo de aumentar los índices de lectura en la ciudad. Según Ana Roda: “El éxito o fracaso de la estrategia utilizada va a evidenciarse en un par de años. Estamos apostándole a incrementar los hábitos de lectura de la población bogotana, y estamos trabajando con un equipo de investigadores para verificar si el índice de 2,4 libros leídos por persona al año en Bogotá sube al final de esta administración. También para conocer cuál ha sido el impacto de la campaña en la población en términos de familiaridad con los libros e interés por la lectura”. Margarita Valencia, docente y editora de Unilibros, define Libro al Viento como “el sueño feliz”, porque brinda la posibilidad de demostrar que si se ofrece a los ciudadanos productos literariamente importantes y de calidad se acercan, los leen y les gustan. Considera que es muy difícil formar hábitos de lectura y lectores, pero que el principal aporte del programa es, precisamente, alcanzar a lectores potenciales que no tienen acceso a los libros: “Si hay un lector esperando a ser descubierto, Libro al viento va a llegar a él”. Como el objetivo del programa es acercar a los bogotanos a la literatura y vincularlos a experiencias de lectura compartida, los libros no circulan únicamente en los puestos de Trans-

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milenio. También pueden acceder a ellos las personas que participen en otras actividades del Instituto para la promoción de la lectura, como son los Paraderos Paralibros Paraparques (PPP) y los Clubes de Lectores, pues, de acuerdo a las investigaciones de todas las entidades del país cuyo objetivo es fomentar la lectura, la razón principal por la que las personas no leen es por el problema del acceso; tanto por el poder adquisitivo como por el desconocimiento de los servicios que prestan las bibliotecas públicas. De manera que lo que se pretende con estos tres programas es multiplicar las posibilidades de acceso de la gente a buenas colecciones de libros. PARADEROS PARALIBROS PARAPARQUES (PPP) Paraderos Paralibros Paraparques es un programa desarrollado por el IDCT y Fundalectura que ofrece el servicio de préstamo de libros a domicilio en las diferentes localidades de la ciudad. Los PPP son muebles de metal resis-

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tentes a la intemperie que albergan alrededor de 300 títulos diferentes, y que se encuentran instalados en diferentes parques de la ciudad. Los paraderos buscan fomentar el hábito de la lectura de niños, jóvenes y adultos con las colecciones de sus bibliotecas abiertas. Carmen Barbo, directora de Fundalectura, asegura: “el problema de la lectura es de acceso, de que la gente se encuentre con el libro, por eso con la instalación de estos muebles es posible cubrir la ausencia total de libros en algunos sectores marginados de la ciudad”. Además, al poner al servicio de la comunidad estos PPP se atienden dos prioridades de la Administración Distrital: el buen uso del tiempo libre y del espacio público. Estas colecciones son seleccionadas por el Comité de Evaluación de Fundalectura, que sigue criterios de calidad estética y literaria para mantener el equilibrio en cuanto a géneros, niveles de lectura, autores y editoriales. Los PPP funcionan en grupos de seis módulos, de manera que, al rotarse periódicamente, la oferta total de libros alcanza un total de 1.800 libros para cada comunidad. Los usuarios están carnetizados y se comprometen con el reglamento de préstamos. Los PPP funcionan desde diciembre de 2001 y actualmente existen 33 en las localidades de Usaquén, Suba, Engativá, San Cristóbal, Usme, Ciudad Bolívar, Puente Aranda, Antonio Nariño, Tunjuelito, Barrios Unidos, Santa Fe, Mártires, Uribe Uribe, Bosa, Kennedy, Fontibón y Sumapaz. Los atienden jóvenes de las comunidades que participan en los Talleres de Literatura del programa Jóvenes Tejedores de Sociedad del IDCT. EL RITUAL DE LA LECTURA EN VOZ ALTA Clubes de Lectores es un programa que desarrolla el IDCT, junto con Asolectura. Actualmente, existen 66 clubes en los que se reúnen los miembros de la comunidad para compartir sus lecturas y sus libros, apoyados por una persona que hace las veces de acompañante y estimula la discusión de los textos. “Tómelo, léalo y devuélvalo” es el lema de Libro al Viento.


Semanalmente se reúnen en distintos escenarios de las veinte localidades de la capital, con el objetivo principal de socializar la lectura, de fortalecer las posibilidades de disfrute estético de los textos literarios, de mejorar la comunicación y las posibilidades de expresión personal.

lecturas o, simplemente, transcriben frases que les llaman la atención. Las experiencias de lectura en voz alta se vienen realizando desde 1992 en las bibliotecas de Comfenalco, Antioquia, a través del programa Oír-Leer: un Encuentro Semanal con la Voz del Libro. La idea surgió de la columnista de prensa y locutora de emisoras culturales Aura López, quien propuso crear un espacio de lectura en voz alta para invitar a los adultos que visitaban la biblioteca en las horas de la mañana a oír leer durante una hora. Inicialmente, la misma Aura se encargaba de la lectura de diversos libros que congregaban a grupos de aproximadamente diez o quince personas que eran libres de quedarse o irse.

Los Clubes de Lectores funcionan con grupos pequeños que trabajan de manera permanente y persistente la lectura. Sin embargo, hay detractores de este programa que cuestionan el que se quiera convertir un acto individual e íntimo, como la lectura, en una práctica social. Silvia Castrillón, presidenta de Asolectura, responde a la objeción con dos razones: Primero, los espacios de intimidad se han acabado. Por lo general la sociedad ofrece espacios bulliciosos y saturados de estímulos, salvo en sectores sociales privilegiados donde la gente puede tener una habitación especial para sentarse a leer. Esa pérdida de espacios ha hecho que la gente sienta que si está sola leyendo un libro, o simplemente pensando, está perdiendo el tiempo. Entonces, es necesario rescatar esta práctica (por cierto muy antigua) para que la gente comprenda que está invirtiendo su tiempo en el cultivo del espíritu y de la mente. Castrillón sostiene, además, que los seres humanos somos producto de una cultura oral, por lo que preferimos conversar y escuchar a leer y escribir. Entonces, con los clubes se pretende aprovechar ese carácter oral de nuestra cultura para que los temas de conversación sean los libros leídos.

Oír-Leer tuvo una gran acogida entre el público de Medellín, así que, después de un tiempo, el espacio matutino se trasladó a la noche para propiciar el encuentro literario entre los adultos que terminaban sus actividades. Desde 1995 el programa se realiza los miércoles de 7:00 a 8:00 de la noche, y se alternan tres lectores que leen lo mejor de la literatura universal. ESPACIOS DE LECTURA En el libro Hábitos de lectura y consumo de libros en Colombia (2001), Germán Rey asegura que la escuela y la familia son los principales promotores de los hábitos de lectura. Por ello, la Secretaría de Educación se vinculó al programa Libro al Viento, para despertar en los maestros y estudiantes el interés en la lectura libre y creativa. Lo que aporta el IDCT es material de calidad y orientación para cambiar los esquemas de enseñanza de la literatura.

En segundo lugar, se está buscando la promoción de la escritura. Sin embargo, Castrillón aclara: “En los clubes se dedica menos tiempo a la escritura porque la gente siente temor a escribir, así que se está tratando de vencer esa resistencia para lograr una reflexión más profunda sobre los textos leídos”.

En cuanto al papel de la familia, Silvia Castrillón considera que los hogares no están en condiciones de formar a los niños como lectores porque en la mayoría de las familias no se lee, ya sea porque no pueden comprar libros o, en algunos casos, porque los padres son analfabetas. Por ello, sostiene que el hogar es el espacio menos probable para fomentar la lectura; que nada sustituye la escuela.

También se incentiva la escritura mediante el uso de diarios de lectura en los que los socios registran inquietudes, se identifican con personajes, aceptan o rechazan autores, anotan vivencias personales relacionadas con sus + + + +

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La meta es aumentar el 2,4 de libros leídos por persona al año en Bogotá

Distrital de Lectura comenzó una consulta pública de la política de lectura y escritura para la ciudad. Esta política pretende lograr compromisos en las normas y en los presupuestos que trasciendan los límites de una administración. ¿POR QUÉ LEER? Las líderes de los programas mencionados cuentan a Directo Bogotá por qué es importante leer: Ana Roda: “La literatura es parte fundamental de la vida; nos engrandece, nos hace más felices, más inteligentes y más humanos”. Silvia Castrillón: “Para tratar de entenderse a uno mismo y a los demás. Es más para comprender que para saber”.

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Por el contrario, Carmen Barbo afirma: “La responsabilidad de que los niños adquieran el hábito de la lectura es fundamentalmente de los padres, desde que el niño es un bebé. El espacio privilegiado es el hogar y los padres no pueden seguir delegando esa responsabilidad en los maestros”. Aunque reconoce que una de las principales fallas de la escuela es considerar la lectura una tarea obligatoria que se asume como una materia más, que se reduce a la elaboración de un argumento, la identificación de personajes, introducción, nudo y desenlace. Algo esterilizante. Por ello, estas instituciones están empeñadas en apoyar la labor de las escuelas y de los hogares mediante la dotación de bibliotecas escolares. Anualmente se realizan “vitrinas pedagógicas” para variar la oferta editorial de las escuelas, y durante todo el año se están conformando grupos de lectura con los maestros para leer en voz alta y debatir los títulos de Libro al Viento; de esa manera, ellos podrán guiar los procesos de lectura de los niños. El 29 y 30 de abril, durante la 18 Feria Internacional del Libro de Bogotá, el Consejo

Carmen Barbo: “Yo interpreto el mundo a través de la lectura. Me produce mucho placer descubrir mundos y sentimientos de personajes que he tenido o que desconozco y que me hacen reflexionar... Es un mundo vastísimo y riquísimo”. Margarita Valencia: “Creo que nos hace mejores personas. Brinda la posibilidad de entender que el mundo es amplio y diverso y lleno de cosas maravillosas y terribles, y además nos da la posibilidad de salirnos de la desgracia de repetir siempre las mismas tonterías que todos han repetido durante siglos. Nos permite estar más involucrados con el género humano”.


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Arriesgando poco

Por Juan Camilo Maldonado

Mario Mendoza Cobro de sangre Seix Barral, Barcelona, 2004, 288 páginas 30.000 pesos

Mario Mendoza, perteneciente a esa nueva generación de escritores que, junto con Santiago Gamboa o Efraín Medina, ha proclamado victoriosa la ruptura total con el universo de García Márquez, se ha dedicado a explorar en sus novelas la crisis del hombre moderno en las calles de Bogotá. En Satanás, novela que lo hizo acreedor del premio Biblioteca Breve de Seix Barral, Mendoza le siguió los pasos a un asesino en serie, Campo Elías Delgado, para reflejar, como afirma en una entrevista: “la construcción de un mundo literario que mete la nariz en una ciudad caótica, autodestructiva y apocalíptica como Bogotá”. Con un título crudo, que alude a los tradicionales cobros de sangre realizados entre las etnias wayuu en La Guajira, su nuevo relato parece reafirmar muchos de los temas que, hasta el momento, han sido los estandartes de este autor. Cobro de sangre es un recorrido por la historia de la violencia en Colombia a través de las desgracias de Samuel Sotomayor, un estudiante de clase media cuyos padres han sido asesinados por escuadrones de la muerte, de una manera que evoca el asesina-

to, en 1996, de los investigadores del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep) Mario Calderón y Elsa Alvarado. Sotomayor queda con ese cobro pendiente desde su niñez, y la búsqueda por saldarlo lo llevará a él, y a muchos de sus seres queridos, a un infierno palpitante que se respira en las calles, en los burdeles o en las cárceles de Bogotá. Entre 1970 y 1990, periodo en el que se desenvuelve gran parte de la novela, se conformaron, en Bogotá, múltiples organizaciones comunistas, milicianas y anarquistas, entre otras. Sotomayor pertenece a una, y hace de su venganza un objetivo de la organización. Su plan ha sido elaborado con meticulosidad, pero, en el momento de sacrificar al verdugo, algo sale mal. De ahí en adelante, Sotomayor huye de sí mismo, por un laberinto de lugares, fechas y episodios de la vida nacional, que rescatan mucho de lo que pudieron vivir los jóvenes que, en su época, fueron perseguidos por el establecimiento al rebelarse contra éste. Sotomayor es un héroe. Casi un superhéroe, si no fuera por su condición vulnerable y sus

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crisis existenciales. Sin embargo, Mendoza lo hace vivir múltiples aventuras de donde sale siempre intacto, victorioso. Todos los rasguños que se evita este héroe urbano se los van ganando aquéllos con los que se encuentra a su paso: siempre terminan muertos, torturados, perseguidos, prostituidos, asesinados: y él sigue vivo, respetado, pero infeliz. Pese a sus buenas intenciones (explorar el escenario de la violencia en Colombia), la novela de Mendoza es una historia un tanto inverosímil, que raya en estereotipos demasiado evidentes, en personajes que no convencen y en una trama donde son recurrentes imágenes que bien podrían pertenecer a una película como Leyendas de pasión o El conde de Montecristo y donde, a la larga, deja la sensación de haber querido abarcar mucho sin lograrlo.

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Los personajes de Cobro de sangre tienen tintes reales, pero, en el momento en que entran en la ficción, se vuelven poco creíbles. Por ejemplo, una mujer que en una sola sesión de tortura por las brigadas especiales del gobierno de Turbay descubre que es sadomasoquista y está enamorada de su torturador; un Samuel Sotomayor, estudiante y karateca, que en solitario logra vencer a todo malhechor y asesino con los que se topa en cualquier cárcel de Bogotá.

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También es destacable su interés por rescatar el valor literario que tiene Eduardo Zalamea Borda, y su novela Cuatro años a bordo de mí mismo. Así como este autor ha sido fundamental en la formación literaria de Mendoza, de la misma manera, su novela acompaña a la de Mendoza durante el viaje a bordo de sí mismo que realiza Samuel Sotomayor en su escurridiza fuga de la realidad para hacerse otro y purgar sus heridas. Éste y otros guiños literarios durante la novela generan un juego entretenido para el lector, sea mencionando la Odisea homérica o el Corazón en las tinieblas de Joseph Conrad. Cobro de sangre es una historia fácil de digerir y, como cualquiera de su estilo, el lector pasa un buen rato leyendo las aventuras de un superhéroe urbano. Una historia que le da vida, como en sus anteriores novelas, a una Bogotá oculta, violenta y demoledora. Pero cuya narración se queda en repetitivas frases de cajón, que le quitan vitalidad y fuerza a los personajes. Una obra que merece ser leída por el conjunto de lo que representa el trabajo del autor: la búsqueda de la violencia ejercida por las grandes ciudades y por el sistema social en el que se vive. Pese a que nos deja esperando, del autor de Satanás, algo más agudo, más arriesgado, menos cercano al cine comercial.

El interés de Mendoza por explorar la violencia transpolítica de Colombia es muy rescatable. El hecho de que la historia de este personaje sea paralela a los hitos de la violencia en Colombia, en las últimas tres décadas, crea la sensación de que sus personajes se esconden detrás de los titulares de los periódicos. Pero los personajes van y vienen, en la voz de un narrador que filosofa en exceso, que no deja al lector encontrar la propia verdad de sus personajes, sino que pareciera estar ansioso por mostrarla sin dejarlos hablar. Una historia pronosticable que da la sensación de haber sido escrita para agradar al mayor número de lectores.

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Mario Mendoza

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Bogotá también tiene

El empalizado. Abajo: Cabrera con sus actores

su MÉTODO Por Silvia Ardila Fotos cortesía de la productora

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Una ciudad, gris y misteriosa, es también protagonista de la última película de Sergio Cabrera, Perder es cuestión de método.

Víctor Silampa mira el cielo, que amenaza con lluvia, y se pone su gabardina. Enciende un cigarrillo y se monta a su Renault 6. El periodista está dispuesto a comenzar las pesquisas necesarias para averiguar de quién es el cadáver empalado que apareció frente a una laguna cerca a la capital.

Tratando de resolver el crimen, Silampa llega al burdel Lolita, donde encuentra a una joven prostituta, ingenua y tentadora, apodada Quica (Martina García), quien se convierte en parte fundamental de la historia.

cine •••••• * * ** * *


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El periodista-detective Víctor Silampa es el protagonista de Perder es cuestión de método, película basada en la novela homónima del escritor bogotano Santiago Gamboa, y llevada al cine por el director Sergio Cabrera.

En la cinta nos reconocemos como habitantes de una ciudad ancha y ajena, pero siempre acogedora. Y es que ver personajes cotidianos y lugares conocidos que hacen parte de nuestra identidad es un placer que sólo el cine colombiano nos ofrece.

Perder es cuestión de método muestra una Bogotá que alberga por igual a prostitutas que sueñan con ser cantantes ‘aterciopeladas’, políticos corruptos, narcotraficantes —que, a falta de la cadena de oro, se cuelgan dos patas de conejo como amuleto—, policías obesos y periodistas despechados.

Perder es cuestión de método presenta aciertos y desaciertos. Algunas partes son confusas y el hilo conductor a menudo se pierde, lo que lleva a situaciones irresueltas; esto puede obedecer a problemas de adaptación de la novela al guión cinematográfico.

Una Bogotá que se extiende desde los cerros de Suba hasta los cerros de la Macarena, cuyas calles dan paso al carro de Silampa, tan veloz como puede serlo un Renault 6, mientras cruza las Torres del Parque, la Iglesia de Lourdes, las casitas de colores del barrio donde vive Quica, el Juan XXIII, las avenidas Caracas, Jiménez o Suba. En la película, vemos una Bogotá que devela todos los clichés detectivescos, donde ni la gabardina desentona. Una ciudad ideal para cometer y desenmascarar un crimen, lo cual evidencia los altos índices de criminalidad, pero, también, la complicidad de las noches frías y sórdidas. La historia tiene tres componentes importantes: el manejo del humor, la crítica que subyace a las jugadas políticas de las altas esferas de la sociedad y el escenario citadino donde, claramente, contrasta el afán de ostentar con la pobreza.

El sonido y la fotografía son inmejorables, y el cartel de actores masculinos de lujo —Daniel Giménez Cacho, Humberto Dorado, César Mora, Víctor Mallarino, Jairo Camargo, sin dejar de mencionar al empalado, Gustavo Angarita— contrasta con la protagonista, Quica, con más presencia física que actoral, porque lo que tiene de sensualidad le falta de carácter en escena. Queda totalmente opacada por la excelente interpretación del mexicano Giménez Cacho (quien también actuó en La mala educación, de Almodóvar). Pero, la protagonista, sin duda, es Bogotá, que aparece como una mujer malgeniada, irascible, impulsiva, antipática y violenta, que, cuando tiene rabia, hace llover. Nos quejamos por eso y, sin embargo, nunca nos sentimos más bogotanos que cuando tenemos encima de la cabeza una nube gris a punto de reventar, que se extiende hasta los cerros. Vivir en Bogotá, aceptarla y quererla también es cuestión de método.

FICHA TÉCNICA España-Colombia, 2004 Dirección: Sergio Cabrera Productor: Gerardo Herrero, Tomás Darío Zapata y Marianella Cabrera Guionista: Jorge Goldenberg, adaptación al cine de la novela de Santiago Gamboa Fotografía: Hans Burmann Montaje: Carmen Frías Música: Xavier Capellas




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