Directo Bogotá # 10

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Revista escrita por estudiantes de la Carrera de Comunicación Social, editada por los profesores del Campo de Periodismo

{*PresEnta2ción}

Directora Maryluz Vallejo Asesor editorial Mario Morales

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Tercer aniversario de Directo Bogotá

Columnista 3 *invitado

* }Ensus OFICIOS [ ]

Editor la edición especial de tercer aniversario Alberto Salcedo Reporteros en esta edición Carolina Mila, Christian Bustos, Julián Isaza, Isabella Portilla, Marcela Riomalo, Simón Posada, Óscar Moreno, Viviana Sánchez, Martín Franco, Liliana Silva, Angélica Gallón

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Columnista invitado Jorge Cardona y Mario Morales Fotografía SIvonne Chávez, Sylvia Gómez, Sebastián Ritoré, Andrés de la Cuadra, Martha Torres, Óscar Moreno, Germán Torre y Paola Pacheco

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Diseño y diagramación mottif. Corrección de estilo Gustavo Patiño Díaz Impresión Javegraf Decano Académico Jürgen Horlbeck B. Decana del Medio Universitario Doris Réniz C.

El señor de la noche: Antonio Ibáñez desde la cabina de “Los habitantes de la noche” Novela con sabor a tornamesa: Juan Carlos Garay, escritor y periodista de la noche Urgencias sobre ruedas: los salvavidas de las ambulancias Maquillaje para la muerte: el ritual de los preparadores de cadáveres en Medicina Legal Pilotos en tierra: el oficio del controlador aéreo del día a la noche Cazafantasmas en La Candelaria: un tour de Stellita por la ruta colonial del terror

[repor * ] 38 taJE

Mientras la ciudad duerme…

gráfico

Director de la Carrera de Comunicación Social Maritza Ceballos

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[En suS * ] goCES

Vampiros urbanos: entrevista con dos vampiros

Carne de Andrés a la pasarela: crónica de una noche lujuriosa Sodoma y Gomorra en el Terraza Pasteur: crónica de una noche sórdida Corabastos Rosa: las bodegas del relax en la central de Abastos

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Distribución y suscripciones El Malpensante

Informes Trasversal 4ª No. 42-00, piso 6 Teléfono 320 83 20, ext. 4587 Fax 320 83 20, ext. 4576 Correos electrónicos: directobogota@javeriana.edu.co maryluz.vallejo@javeriana.edu.co

“Eso que anda”: un recorrido por los sitios de salsa en Bogotá

Columnista 61 *invitado

En el silencio de la noche: un homenaje póstumo a una periodista de La Noche

[+]foTo

* 64 Noticia

El reloj de la violencia

Pontificia Universidad Javeriana Carrera de Comunicación Social


Tercer Aniversario

de Directo Bogotá Detrás de estas crónicas hay un proceso riguroso de investigación, de discusión de enfoques, de varias escrituras hasta llegar al producto final que transmite en todos los casos la voz de sus autores, como lo pide el género. Entre los oficios y los goces de la noche los autores nos pasean por su particular mapa nocturno de Bogotá y nos presentan una galería de personajes (en su mayoría anónimos de difícil clasificación). Aquí pasamos de los ambientes sórdidos, populares, macabros y naif al más fashion; de las locuras y obsesiones particulares a los sueños colectivos. De la vida a la muerte.

Para celebrar el tercer aniversario de la revista Directo Bogotá, que comenzó a circular en octubre de 2002 y llega a su décima edición, quisimos hacer un especial de crónicas, Los habitantes de la noche, con el fin de explorar otras posibilidades de narrar la ciudad.

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La idea partió de Alberto Salcedo Ramos, reconocido cronista y profesor de la facultad, quien se propuso el año pasado publicar un libro con las mejores crónicas de los estudiantes de periodismo, que realizarían un trabajo de largo aliento orientado por él y el equipo de profesores de la revista. Pasó el tiempo y el libro se fue esfumando por la deserción del personal, pero un puñado de estudiantes perseveró y gracias a ellos, y a la pasión que le puso el profesor Salcedo al proyecto, pudimos armar este número monográfico.

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Los reporteros gráficos también hicieron su mejor esfuerzo, arriesgando sus cámaras en la cacería nocturna de imágenes y jugándosela toda al obturador sin flash. Y aquí están los resultados para celebrar la posibilidad de seguir publicando esta revista universitaria volcada a la ciudad: Directo Bogotá.

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“ESO QUE ANDA”

un recorrido por los sitios de salsa en Bogotá 3 Por Mario Morales*

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*Profesor y coordinador del campo de Periodismo de esta facultad, autor de la novela nocturna, hipertextual salsosa Dos metros Bajo Tierra. http://www.nuestracolombia.org.co/m_colombiarevistaliteraria/colombianizarte.htm

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Lo dicen porque no lo han vivido. Señalar que la salsa ya no habita en Bogotá es desconocer la noche que vive bajo esta ciudad y que palpita. Permítame explicarle. Atavíese de manera informal. Siga el consejo de Formell de Cuba con los Van Van: Camiseta y chancleta para salir a bailar. Después déjese llevar por el tuntuneo y disfrute. Entrene el oído. Es su ojo de lince en los vericuetos de la urbe que hierve dos metros bajo tierra. La noche como la vida es breve y no hay tiempo para matar el tiempo. No hay espacio para el tecnovallenato, el chispum, el reggaetón y ese sonido paisa, que oscila como un péndulo entre la raspa y el chucu-chucu, y es pegachento y acaramelado como un consejo comunal.

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Si está en plan de “Revivamos nuestra historia”, es momento de Quiebracanto y de El Goce Pagano. Allí, en el centro del epicentro, el tiempo parece suspendido. Las memorias de los años idos giran al compás de los clásicos que a pesar de los obituarios y de los aniversarios se mantienen intactos como un tatuaje en calidad y cadencia al oír y bailar. Sumados los que suenan cada noche (Lavoe, Maelo, Santos Colón, Curet Alonso, El conde Rodríguez) conforman lo que alguien llamó con tino musical la Celestial All Stars. “Champú de cariño para ellos”, como dijo o cantó alguna vez Daniel Santos. Quiebra y el Goce han sido la escuela para los gozones de hoy, para los gozones de siempre. Alistados en oficios varios, propios de cantineros, en noches que comenzaban el jueves y terminaban el lunes, los impúberes de entonces –cuando la otra Bogotá era Los Hispanos y los Golden Boys–, están graduados o han asaltado a la vida con profesiones cercanas al arte y a la política por acción u omisión. De cuando en viernes conjugan el verbo volver en tiempo de tango con voz de Micki Vimari y acompañamiento de Ricardo Ray y Bobbie Cruz. Entonces el bar cierra y nadie sale. Más al norte o menos al centro, titila con sabor de tradición cubana Son Salomé. An-

típoda del kitsch. El minimalismo con olor a rústico. Es la expresión de la obstinación por una tendencia que es vanguardia así tenga los sonidos de una colección. Ahí el que baila gana. El espacio es un pretexto. Sólo caben los exponentes de la timba, la soka y las mezclas con el son de tradición: Lo que un crítico calificó como el sonido adulto contemporáneo del Caribe. Suenan Van Van, la Charanga Habanera y la Revé por los tiempos que corren. En la otra orilla de las edades se escucha a Cuní, Chapotín y Arsenio. Las dos caras de una misma moneda lanzada al aire. Si la idea es la imaginación habrá tiempo de creer que todavía existe Barytonos, a veinte metros de Pozzeto y su historia que una vez fue macabra y que es hoy recobrada para la literatura y para el turismo fisgón. Como en pocos locales, allí la música estaba en la planta de arriba, fuente que irradiaba la vida, “desde donde adentro nacía un sol”. Fue la casa de la Orquesta Aragón y del Son 14. Fue la puerta de entrada o de salida, dependiendo de las intenciones, para Oquendo y el Conjunto Libre y para la Orquesta Ideal y el grupo Niche cuando era grupo y tocaban niches. Todavía cuando la noche apenas musita en los exteriores se ven los fantasmas rondar por sus pagos y se escucha en sinfín el que fuera su himno, la Descarga Número Dos de Richie Ray. A veces esas sombras se cruzan con las que aún buscan en Chapinero bajo a Sonfonía, el sótano garaje ascendido a hoguera inmemorial de la vanidades para los bailadores. Lugar sacrosanto del baile promiscuo, del calor humano presentido en la misma baldosa, de sudores, pisotones y alientos compartidos. De ese lar de las más altas temperaturas quedan algunos matrimonios, muchos más divorcios y toda una nueva generación concebida en extramuros. Ese lugar fue presentido por los hermanos Lebrón cuando compusieron y cantaron Hasta las piedras bailan. Hoy en las calles aledañas retumban las melodías de los suburbios con su silencio. “Hay reunión en la cima” (con música del Gran Combo).

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5 No pregunte direcciones, no las anote, no hace falta, “agúcese que lo están velando”, entrene el oído, el sonido tímbrico de los metales, el retumbar percutiente del cuero de vaca y el aguaje de las voces sonoras y soneras serán su guía, su estrella Polaris en su viaje sostenido al centro de la tierra, al fondo del agujero negro que gravita y que todo lo jala y todo lo consume.

Al norte, desplazados a la misma velocidad que lo hace la ciudad, venidos a más están Salsa Camará y Café Libro. Salsa de etiqueta. Sitio de moda para gente de moda que quiere aprender de los oídos exquisitos y de los pies curtidos. Ese es el parche si no hay expectativas acerca de la hora de salida. Mix con música vernácula del Caribe, algo de porro, algo de Cumbia, algo de Benny Moré, “que bueno cantaba usted”.

Sabrá entonces que la salsa es antes que nada un movimiento vital que “como un tren de alegría” disipa las horas que fueron o que no llegaron a ser. Sabrá entonces que la salsa es como la vida y es como la noche, visceral y animada, que recorre las calles exhalando su aliento de goce y esperanza. Sabrá que, contra todos los pronósticos, la salsa está entera y goza de cabal salud, que la salsa vive, porque la salsa como la noche es eterna mientras dura, porque la salsa es “eso que anda” (con música de Van Van).


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El señor de

LA NOCHE

Antonio Ibáñez desde la cabina de “Los habitantes de la noche” Por Carolina Mila Fotos de Ivonne Chávez Antonio Ibáñez lleva más de 20 años en la radio nocturna, por lo que su voz cascada resulta familiar para los insomnes bogotanos. En su programa Habitantes de la noche, que se transmite de diez de la noche a dos de la mañana por Todelar, conjuga la labor periodística con la asesoría sicológica y sueña despierto desde la soledad de la cabina.


Hacia las ocho de la noche los estudios de la cadena Todelar en la paralela con 84 se comienzan a desocupar. Las escaleras del viejo edificio, enérgicamente transitadas durante el día, traquetean con ritmo mientras las secretarias, locutores y técnicos descienden con calma para detenerse en el tercer piso y despedirse desde lejos de los que aún permanecerán unas horas más. “Hasta mañana, que les vaya bien”, gritan sin desviarse demasiado de su camino a la salida. “Que duerman”, contestan escurridos en sus asientos los que aún deben quedarse para transmitir las últimas noticias o algún partido nocturno. Un personaje menudo y pequeño que revolotea por los cubículos y pasillos también se despide de los que van saliendo sin desconcentrarse demasiado de aquello que lo tiene tan ocupado. “Hasta luego, hasta luego”, dice mientras organiza algunos papeles por aquí y escarba entre sus libros y discos por allá. Sucede que mientras la mayoría se encuentra terminando su día laboral, Antonio Ibáñez debe prepararse para salir al aire. Por más de 22 años ha trabajado en la radio, en el horario nocturno, dirigiendo programas para los que, como él, prefieren vivir de noche que de día. En Caracol trabajó durante 11 años, todos los días de doce a cuatro de la mañana, “transmitiendo cultura a los queridos insomnes del país”. Fue despedido por una infidencia cometida a la una de la mañana, porque no se aguantó compartir con la audiencia una noticia que resultaba muy grata para él: el nuevo presidente de Caracol Radio iba a ser un amigo suyo muy cercano. Al irse dejó una carta que aún hoy en día recita de memoria: “Que quede muy claro que yo aquí nunca trabajé, porque yo no sé trabajar. Yo todo lo que hice en esta linda institución fue estudiar y aprender”.

Y es que para Antonio ser locutor de radio siempre ha sido en realidad mucho más que un trabajo. Ha sido una excusa para conocer gente, para leer libros nuevos y para teorizar sobre la vida; después de todo, un público invisible se trasnocha diariamente para oír lo que Antonio tiene para decir. Aunque hoy trabaja en Todelar, no tiene un sueldo fijo porque en realidad la cadena no le paga directamente; a cambio de que salga al aire en esa franja, no le cobra el uso de las instalaciones y permite que se quede con las regalías de las pautas que él mismo logre conseguir. Actualmente se mantiene con una pauta de Bavaria (de cerveza Pilsen), pero hace dos meses que no le pasan el cheque de pago. Esto, sin embargo, no lo preocupa demasiado: para él la plata siempre ha sido lo de menos. “El dinero nunca me ha motivado a mí para nada. No me importa confesar que a mis 64 años no tengo un techo propio, porque vivo feliz en una pieza arrendada. Además, mi hija Alexia sí lo tiene y con eso me alcanza y me sobra”. Su actual programa se llama Habitantes de la Noche, se transmite entre semana y dura de 10 de la noche a 2 de la mañana. Cuando comienza, no queda nadie más en los estudios de Todelar aparte de Antonio y su equipo: el muchacho que lo ayuda con la consola, a veces son dos, y el celador. Cuenta con un formato móvil que cambia cada día dependiendo de cómo se vaya desarrollando la noche. En principio, Antonio tiene un invitado diario que normalmente no es muy conocido para el gran público; suele ser un historiador, un antropólogo, un escritor o el director de algún proyecto social que haya sacado algo en los últimos meses que a él le interese en particular. Con el invitado conversa sobre su obra toda la noche, pero si por alguna razón éste debe partir temprano, Antonio llena las horas restantes con lo que tenga a la mano y con dos secciones de reserva: la de ‘Historia’ y la de ‘Adivine el personaje’. En la primera lee “sucesos decisivos para el mundo que pasaron un día como hoy”, y en la segunda él le pide a un ayudante que lea los datos de algún famo-

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so intelectual sin decir el nombre. Si Antonio no adivina, las líneas quedan abiertas para que la audiencia llame, pero casi nunca repica el teléfono. Una vez, después de haber entrevistado a un joven investigador de los mitos indígenas que tuvo que irse a las once y media, se dedicó a leer al aire las remesas totales que había recibido cada uno de los países latinoamericanos desde Estados Unidos en el año 2003. En la radio un minuto de silencio hace tanta bulla, que se siente como si hubieran pasado diez; siempre hay que hablar y hablar. De lunes a jueves llega al estudio hacia las cuatro de la tarde, saluda, aunque en realidad no trata mucho con nadie, y se sienta a leer en algún cubículo el libro del invitado de esa noche, del de mañana o de la próxima semana: “Para poder preguntar hay que

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conocer la ideología de cada invitado o si no, luego no hay de qué hablar durante el transmisión”. Entonces, sentado en su cubículo se dispone a subrayar lo que tiene que leer y a doblar por la mitad las páginas que le parecen más interesantes. Con esfero destaca lo más importante, con azul lo que más le gusta y con rosado lo que le encanta. El resultado, un libro maltrecho y coloreado, subrayado en un 99%, “violado” como él mismo dice, “pero aprovechado”. En realidad le interesan todos los temas, y devora cuanto pasa por sus manos, ya sea una tesis de grado publicada por alguna universidad, alguna novela de un joven autor desconocido, un análisis económico sobre Colombia, un libro de ovnis o de literatura indígena. “Uno tiene que estar abierto a todo en la vida”, me dice con los brazos cruzados detrás de su cabeza ovalada peluqueada casi al rape. “Yo, a mis 64 años siento que todavía me queda todo por aprender. No entiendo a esa gente que cree que ya lo sabe todo porque ha vivido mucho, o que cree que por su experiencia puede decir que ha encontrado la verdad”. La voz de Antonio es ronca y le cambia un poco todos los días por culpa de un enfisema pulmonar; a veces se le escucha tan aguda que las últimas palabras de sus frases se hacen inaudibles, y a veces tan grave que por la ronquera no se entiende lo que dice. Da la impresión de que ya no le queda mucha, y aunque su vida depende de ella, con dificultad para de hablar. Tampoco parece importarle demasiado cuidarla del frío nocturno: casi siempre anda sin saco, en camisa de cuello y una rara manga tres cuartos, porque los puños le incomodan y prefiere mandarlos cortar. Los rasgos de su cara tienen aires indígenas y su figura menuda recuerda a los duendes de los cuentos. Mientras habla, apunta abstraído con su nariz aguileña al cielo, pero cuando se emociona mucho se pone de pie, bate los brazos al aire y clava sus ojos pardos en su interlocutor. “Cuando tenía 16 años me invitaron a que me uniera formalmente al Partido Comunista, ¡me prometieron que podía estudiar lo que


quisiera en la Unión Soviética sin pagar un peso...!, y yo les dije que no. Me pareció muy temprano para comprometerme con una verdad; hoy sé que la verdad es peligrosa. Cuando uno cree ciegamente en algo, le pasa lo de Neruda, que por andar enamorado del Partido Comunista nunca se dio cuenta de que Stalin era un asesino”. ¿No cree que exista nada verdadero en la vida? le pregunto. El amor, tal vez. Pero creo que lo verdadero nada tiene que ver con lo real; amar verdaderamente, por ejemplo, implica salirse de la realidad. Con el tiempo he descubierto que la realidad es tan sólo una versión y que en la fantasía podemos vivir más y mejor. Los sueños siempre han sido un motor importante en mi vida, como para Borges, como me lo confesó cuando tuve la oportunidad de entrevistarlo hace como 20 años. En la realidad uno se estrella con la imposibilidad de hacer muchas cosas que en sueños hace sin problema. Y ¿a qué horas sueña? La verdad es que desde niño he soñado mejor despierto que dormido, porque nunca he podido dormir las ocho horas reglamentarias. Desde pequeño he querido librarme de tanta atadura y tanta cosa rutinaria que tiene la sociedad humana; yo no he querido eso, y por ello me han mirado mal, como a un fenómeno.

Pero a mí nunca me ha importado porque me hace feliz fantasear. Antes de que lleguen los invitados hace unas cuantas llamadas telefónicas. Primero llama a su hija Alexia, de 31 años, que vive con su madre Fanny en un apartamento. Antonio y Fanny se conocieron en una tienda de discos cuando ella tenía 17 y el 33. “En el momento mismo en que nuestros ojos se encontraron hubo chispas y maripositas. La amé y la respeté como a nadie, pero al final la cosa decayó. Vivimos un par de años idílicos y tras nuestra ruptura Fanny se unió a un grupo de oración”. Luego llama a confirmar a algún otro invitado para otro día, y a veces a cobrar a alguna plata que le deben. A veces llama a Alexandra, su actual “amada”, una jovencita de 25 años con la que sale hace más de cuatro y quien, como él, “tiene un intelecto inquieto”. Luego de llamar, manda al celador a hacer aguapanela con tinto para que los invitados no se le duerman, entra en la cabina, recoge el reguero del grupo anterior y le pide a John Edward, uno de los muchachos de la consola, que le aliste el chat en un portátil que siempre está en una esquina de la mesa. Hace año y medio Habitantes de la noche se escucha también por Internet para el resto del mundo, a través del portal Colombia. net. Al comienzo, al chat entraban hasta 10 usuarios durante la emisión del programa,

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pero últimamente han disminuido. Ahora, cuando se conectan cinco o seis, el chat se considera animado. Allí sólo está permitido hablar de temas culturales: “Más de uno te va a pedir que hablen de farándula y boberías, pero tú no te puedes dejar seducir, tienes que encarrilarlos a que hablen de temas interesantes”. Hace dos años el programa se transmitió también por el Canal Capital durante 6 meses, pero entonces cambiaron al gerente, y al nuevo ya no le pareció buena idea. “Eso sí que era una verraquera, salíamos al tiempo por televisión y por radio. Todo se transmitía en directo, claro está; nada pregrabado, porque lo pregrabado siempre es embalsamado. Fue una de las mejores épocas”.

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Cuando llegan los invitados, Antonio los saluda caluroso, pero rara vez se acerca a darles la mano. “Sigan, sigan que están en su casa, siéntanse cómodos y sean todos muy bienvenidos”. A esa hora se comienza a poner nervioso, sale de la cabina, va al baño, toma tinto, entra en el cuarto de las consolas y escarba en el anaquel del rincón donde guarda todos sus discos. “¿Trajeron música? Recuerden que yo les pedí que trajeran música, la que fuera, la que más les gustara, para compartirla con los oyentes en los intervalos, porque esto es charladito y musicalizado”. Cuando no la llevan, Antonio se disgusta un poco, aunque no dice nada, y a regañadientes se ve obligado a recurrir a su colección personal, que entre otras cosas incluye a Los Carrangueros, Helenita Vargas, música instrumental caribeña y muchos discos raros de grupos extranjeros que interpretan música colombiana, la que más le gusta. “A mí me encanta todo lo que tenga que ver con Colombia porque toda su cultura es muy rica, no sólo su música. Esta patria es tan bella que debería llamarse Colombella. Si este país tuviera otra clase de dirigentes seríamos una superpotencia mundial, porque tenemos todo el potencial para serlo. El nuestro es uno de los mejores vivideros del mundo, eso se lo puedo asegurar yo porque viví siete años en Europa y a pesar de todo Colombia no tiene nada que envidiar a ninguno de esos países”.


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De los 25 a los 32 años Antonio viajó por España, Francia e Italia, estudiando lo que fuera, trabajando en lo que pudiera, midiéndosele a todo, conociendo gente y mujeres exóticas. A la que recuerda con más emoción es a Mali Moeb, una árabe de 18 años que, estando en Barcelona, a primera vista le quitó el aliento. “Una conexión inmediata y particular se dio entre los dos. Ambos renunciamos a nuestra religión para podernos ir a vivir juntos, aunque la mía fue más una renuncia simbólica para acompañarla a ella, porque en realidad nunca he sido miembro activo de ninguna. Vivimos en una pensión durante tres meses hasta que ella tuvo que volver al desierto”. Cuando faltan cinco para las diez de la noche, Antonio confirma los datos de todos los invitados presentes, necesarios para el riguroso saludo inicial. No le pide a nadie que se aliste, pero chasquea los dedos apenas oye la cortinilla de entrada: una voz femenina que con unos sonidos de fondo algo intergalácticos anuncia el programa e introduce al conductor, “con ustedes: Antonio Ibáñez, el señor de la noche”. Entonces él señala con el dedo el letrero de “Al aire” que se enciende rojo, y con una gran sonrisa en los labios comienza a hablar, modulando despacio, como intentando seducir: “Saluuudooos para todos los habitaaantes de la noooche, transmitieeendo desde Colombeeella por Todelaaar pentacontinentaaaal y Colooombia punto cooom, para el mundooo”. Luego se dispone a presentar, en medio de muchos halagos y reconocimientos, a cada uno de sus invitados: “Autor de uno de los libros más maravillosos que jamás me haya leído”, comienza, o “investigador brillante que dirige un interesantísimo proyecto”, o “miem-

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+++++++++++++++++++ +“Saluuudooos ++++++ ++ + +los + habitaaantes +++++++ para todos +++++++++++++++++++ desde +de+la+noooche, + + + +transmitieeendo +++++++ + +Colom+++ pentacontinentaaaal +beeella + + +por + Todelaaar +++++ + + + + + + + +y+ +Colooombia +++++ + + cooom, + + + para + + el + mundooo”. +++++ punto +++++++++++++++++++

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bro insigne de esta notable institución que trabaja por el bienestar de todos los colombianos”. Entonces los invitados responden agradecidos, “Hombre, Antonio, muchas gracias”, y a su vez saludan a la audiencia, unos más tímidos que otros, pero nunca desenvueltos por completo, porque el micrófono intimida y la conciencia de un público invisible acartona, a veces más a las invitadas mujeres que a los hombres. Habitantes de la noche inicia y transcurre en medio de un tiempo y un orden propios, ajenos a los del mundo, que al principio son difíciles de asimilar. Antonio dispara alguna pregunta y el invitado comienza a hablar. Usualmente inicia despacio, pero poco a poco se va soltando, sintiéndose cada vez más seguro en un tema que domina, ayudado en parte por la figura del señor de la noche, quien de vez en cuando, al oír algo que le gusta en particular, le muestra con sus dedos una “o” al invitado mientras que le pica el ojo y asiente con la cabeza. Pero a veces también hay invitados que nunca se sueltan del todo, y Antonio se ve obligado a hablar casi durante todo el programa. “Aún hoy en día, al comenzar cada programa, temo que el invitado no sea capaz de poner en palabras todo aquello que, estoy seguro, sabe”. Una de las invitadas más desenvueltas que ha tenido fue la amante colombiana del dictador panameño Noriega, “muy hembra ella, por cierto”, quien no tuvo reparos en contar todas sus intimidades con él al aire. “Dijo sin tapujos que el señor Noriega era un amante muy generoso, un varón a carta cabal, que había sido su macho y su fiero. En ese entonces aún no había sido derrocado, pero al poquito tiempo cayó y lo metieron a la cárcel”.

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Cuando alguien en el programa se siente lo suficientemente seguro como para hacer un chiste, Antonio lo celebra y se ríe aun cuando no haya sido muy gracioso. Pero si alguien se descuida y le susurra algo a su compañero, se para indignado y con un gesto de ira se lleva el dedo índice a los labios. Los culpables se frenan en seco y se echan para atrás en sus sillas; Antonio, entonces, se sienta y sigue el programa como si nada. “Por favor les pido de verdad que no se susurren entre ustedes, porque eso se oye muy mal en radio”, repite cuando el letrero de “Al aire” se apaga, mientras suena una canción en el intervalo. La música suele ser tan variada como el tipo de invitados. “Cada programa es una sorpresa diferente”, dice a menudo Antonio, aunque por principio nunca se transmite nada que sea demasiado comercial. A veces traen música africana o de algún grupo aborigen americano, otras veces suena un tango de Piazzolla, o acaso alguna canción de Mercedes Sosa.

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En los intervalos, mientras suena una canción o pasan los comerciales, los invitados se distensionan, se ríen, y aprovechan para decir todo lo que no fueron capaces de decir al aire. Antonio entonces deja que hablen entre ellos y solo participa para contar alguna anécdota personal que le suscita la conversación que oye. “Como cuando vino Totó la Momposina — interviene de pronto—, la mujer más encantadora que uno se pueda imaginar. Tiene la risa más franca que jamás haya escuchado”, o “A mí me tocó hacer algo parecido cuando joven, cuando estuve en Venezuela a los 21 años, llegué a tocar puertas porque no conocía a nadie; claro que yo venía con una carta de recomendación de Jorge Gaitán Durán, el director de esa gran revista latinoamericana que llegó a ser ‘Mito’, y eso me facilitó las cosas”, o “Es que los nervios son traicioneros. La noche antes de entrevistar a Jorge Luis Borges tuve una diarrea tremenda. Luego estuve enfermo toda la mañana hasta que hablé con él. Me tranquilizó su presencia, era sereno, sencillo, y no dejaba que le dijera Maestro. ‘Dígame Jorge Luis a secas’, me pidió, ‘que por su voz noto que usted es joven y a mí me encanta hablar

con los jóvenes’. Hablé tres horas con él, grabé la conversación por momentos, pero en Caracol perdieron la entrevista que preparé”. A veces les sugiere a sus invitados que lleven trago. Cuando lo hacen, Antonio les pide que lo dejen en una esquinita para que no lo vea la cámara que graba en la cabina, y así los que quieren se van sirviendo en el mismo vaso en el que se toman el tinto. Cuando era muy joven, solía mandarse antes de cada emisión “dos aguardienticos” para infundirse valor, y aunque hoy asegura que ya no los necesita porque no siente miedo, no desaprovecha la oportunidad de tomar cuando llevan alguna botella al programa. La cabina, que en contraste con el frío nocturno de afuera es caliente por ser muy encerrada, se vuelve por momentos asfixiante cuando hay más de tres invitados y cuando hay bebidas embriagantes de por medio. Llega un punto en que todos quieren hablar de sí mismos, aunque siempre hay uno que nunca acaba de sentirse cómodo por completo, y a veces sucede que algún invitado se emborracha un poco y ya no quiere callarse más. Antonio interviene sutilmente, y aunque los deja hablar a todos nunca pierde las riendas del programa. “Eso habría que tratarlo en otra emisión, es mejor hacer como aconseja Hitchcock y no revelar todos los misterios en un día, dejemos algunos para mañana y para pasado mañana”. De vez en cuando pide que le digan cómo va el chat. Antonio saluda al aire a todos los que estén conectados: usualmente colombianos nostálgicos en los Estados Unidos, seguidores de la emisora vía Internet, y uno que otro oyente curioso regado por México y Centro América. El teléfono se llama distinto cada noche, dependiendo del invitado y el proyecto que esté presentando. ‘Crear-fonos’, ‘Héroe-fonos’, ‘Actualidad-fonos’. Antonio se anima cada vez que a través del ventanal que separa la consola del estudio los muchachos le avisan que alguien está en línea; se pone rápidamente los audífonos e invita a todos los presentes a


hacer lo mismo mediante guiños y gestos exagerados. De cualquier manera los que llaman no suelen ser muchos, y ostentan perfiles muy diferentes. Hombres solitarios, madres solteras, gente de bajos recursos o de marcada tendencia comunista; llaman a opinar sobre el tema o a pedir más información. También ha sucedido que han llamado a insultarlo a él o al invitado. “Una vez llamó un oyente a decirme que yo era un hij***, y aquí iban a cortar la llamada pero yo les pedí que no lo hicieran. Este programa también es para que la gente se desahogue. Tenemos una audiencia muy especial a esta hora: solitarios, presuicidas, enfermos terminales, guerrilleros, paramilitares... Después dije al aire que esperaba de corazón que el señor que me había echado la madre se sintiera un poco mejor”. A las doce de la noche saluda puntualmente al nuevo día que llega. “Bienvenido seas martes 20 de septiembre”, y si los invitados ya se han ido inicia con la sección de ‘Historia’. Una noche, después de haber conversado con su invitado, que por razones de fuerza mayor sólo pudo quedarse una hora, me pidió que leyera algunas frases célebres de un libro enorme, casi enciclopédico, rayado y coloreado como ningún otro de sus demás libros. Luego me pidió el favor de jugar con él a ‘Adivine el personaje’, y comprobé asombrada la facilidad con que identificó personajes como

Antonio Ibáñez con Camilo González Pozo, ex ministro de Salud.

Gotlob Frege, Tusidides, Milán Kundera, Carlos IV, Chateaubriand, Gaudí y Nietszche, a partir de unos pocos datos sacados de Internet. Antonio comienza a despedirse cuando se acercan las dos de la mañana. Les agradece a los oyentes y a los invitados dándoles también a ellos la oportunidad de despedirse. Usualmente es en ese momento cuando los invitados se sueltan más. “Ha sido un placer estar en este programa, la hemos pasado muy bien todos porque Antonio nos ha tratado como si estuviéramos en casa. Ojalá esta experiencia pueda repetirse de verdad en un futuro no muy lejano”. El señor de la noche introduce la canción final y todos terminan contentos. “De verdad, muchas gracias por habernos invitado, agradecemos mucho que aprecies nuestra labor. Nosotros apreciamos la tuya y esperamos que puedas seguir cumpliendo”. De repente terminan esas cuatro horas, que transcurrieron pesadas y algo tensas. Si los invitados tienen carro se ofrecen a llevarlo, si están de humor lo invitan a tomarse unos últimos traguitos, y si no hay nada más que hacer, como normalmente suele suceder, Antonio sale a la calle oscura, con un pañuelo en la nariz para protegerse del frío, y espera a su amigo el taxista que anda siempre merodeando la zona. “¿Necesita que le fíe hoy también don Antonio?”, “Pues si no es mucha molestia…”. Y entonces el señor de la noche se sube rumbo a su pieza, a seguir fantaseando y recordando, porque después del programa llega tan feliz a su casa que el sueño arriba con dificultad. Sólo lo tranquiliza saber que en unas pocas horas, por mucho cuatro si se acuesta muy cansado, podrá levantarse de nuevo para preparar la siguiente transmisión.

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Novela con sabor a

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tornamesa

Juan Carlos Garay, escritor y periodista de la noche

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Por Christian Bustos Fotos de Sylvia Gómez

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A las nueve de la noche, de lunes a viernes, se escucha la voz de Juan Carlos Garay en la HJCK, para deleitar a los oyentes. Este bogotano de treinta y pico, javeriano, +melómano, + + + + +periodista + + + +cultural + + + y+profesor ++++ +++++ +también + + + encuentra + + + + +en+las + noches + + + la + inspiración + + + + +para +++ +escribir. + + + De ++ ++ + + + salió +++ + + + novela, +++++ esas jornadas su+primera +recientemente + + + + + +publicada, + + + + La ++ ++++ +++++ nostalgia del+melómano. +++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++

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A Garay, de aspecto descomplicado, una barba y un corte de cabello que perpetúan al John Lennon de la Plastic Ono Band, le gustan más los Rolling Stones que la banda de su famoso hipertexto. En su vida sonámbula existen las criaturas espectrales, los superhéroes, los hombres lobo, los vampiros y demás “personajes maravillosos” que son también, según Juan Carlos, “habitantes de la noche”. Pero el lugar que estos personajes ocupan en su vida nocturna está fuera de lo sórdido y lo tenebroso. Para él, estos seres mágicos de la noche son los intérpretes de la estrepitosa eufonía del silencio. Un silencio que Juan Carlos aprovecha para el otro oficio que lo apasiona, después de la radio nocturna: escribir. Su primera novela, La nostalgia del melómano, es el resultado de dos años de escritura noctívaga, de profundas inmersiones entre las sordinas de la noche. Como un John Cage con su pieza muda 4’33’, Juan Carlos Garay le da esa importancia al silencio: “Yo procuro introducir elementos musicales dentro de mi escritura, por ejemplo, el ritmo. Por eso no puede haber otro ritmo sonando al mismo tiempo; cada vez se va haciendo más rico ese silencio. La noche tiene un silencio único, y yo necesito ese silencio para escribir; por eso escribí esta novela musical”. En aquellas jornadas de diez de la noche a tres de la mañana, surgieron las ideas y los personajes de La nostalgia del melómano, cuyas historias se desenrollan por los corredores de una ciudad melómana, aunque hay que aclarar que no se trata de Bogotá. “Es más bien como a mí me gustaría que fuera Bogotá: una ciudad donde hay una tienda como el Cocodrilo Discos y clientes como Francisco Talavera y Miranda que van a comprar acetatos”, apunta el autor. Beethoven, Eric Clapton y hasta Gardel comparten un surco en este libro que, como un gigantesco acetato, no sólo se lee, sino que también se escucha.

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COMO EN LOS DÍAS DE RADIO Desde niño, Juan Carlos dormía todas las noches con un pequeño radio que captaba la frecuencia de onda corta: “Antes de acostarme, debajo de la almohada, ponía el radio y escuchaba emisoras europeas y hasta japonesas”, recuerda. De su primer contacto con el trabajo radial en Javeriana Estéreo, como programador musical, conserva gratos recuerdos: “Como decía Gardel en una de sus películas, ‘la gente es muy amable, los cocteles muy buenos y el ambiente muy simpático’”.

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En 1998 y de la mano de su “padrino”, el ilustre Bernardo Hoyos, Juan Carlos se fue a Estados Unidos a hacer un posgrado en periodismo cultural. Su viaje le abrió las puertas en Radionet para acompañar a la audiencia desde su frecuencia favorita: el AM. “Es lo único que yo he hecho en AM, Amplitud Modulada, que me encanta […]. Mi audiencia en aquella época eran celadores, porteros, y mucha gente del campo”, recuerda Juan Carlos. Por esa época hablaba de cultura de una forma “no muy erudita”, para poder calar en esa audiencia popular que él adora. Garay describe su trabajo de locución como el budista describe el arte de un buen té: “Preparar el té, servir el té, tomar el té”. Así, Juan Carlos Garay es el tipo de locutor que “se prepara, se siente, y habla… es así de sencillo”. De Radionet pasó a la Radiodifusora Nacional y luego a la HUJT, donde trabajó al lado de Bernardo. A él siempre le admiró esa elegancia al hablar, la búsqueda constante de la palabra correcta, la diplomacia natural y esa memoria que para Juan Carlos Garay es la esencia de la radio cultural: “Creo que es importante mantener la memoria, ir administrando el conocimiento, y luego atar cabos… eso es erudición”. Por esa época surgió la idea de escribir La nostalgia del melómano. Durante unas vacaciones en Barcelona, sintió que tenía varios temas pendientes por escribir, como la historia de un espiritista o la leyenda de la grabación de

Cheo Feliciano y Eric Clapton. “Era una mezcla de cosas periodísticas con cosas ficticias”, dice Juan Carlos. Al llegar a La FM, por problemas de tiempo, tuvo que suspender la novela. Las madrugadas a las 4 de la mañana reñían con su proyecto literario. “Soy muy trasnochador, y poco madrugador… Para mí fue un suplicio en ese sentido”. Por otro lado, su incursión en La FM supuso un cambio drástico en el metódico adiestramiento que exige la radio cultural. Lo más enriquecedor fue la poderosa interacción personal con el invitado en vivo. Sin embargo, Juan Carlos Garay no ve su trabajo con la Gurisatti como un desvío de la radio intelectual, sino como una experiencia en la que quería matricularse por sus propios fueros: “El contraste entre la radio cultural y la comercial estilo La FM es muy fuerte […]. Pero debo decir que hubo cosas de La FM que me gustaron, y mucho: poder tener al personaje que vos querés por teléfono, eso es una chimba”, cuenta Garay. La experiencia en La FM, lo ha llevado a trasladar esa rapidez de la radio comercial a la radio cultural que actualmente hace en HJCK. Como cuenta él mismo: “No me pongo a hablar sobre el invitado, que era el esquema viejo de la radio cultural. No se trata de hablar ‘sobre’ alguien si tú puedes hablar con ese alguien […]. Eso es periodismo”.

LA NOSTALGIA DEL ACETATO En La nostalgia del melómano Garay retrata la historia de Francisco Talavera, un melómano dueño de una tienda de discos. Con una narrativa concisa y un lenguaje muy urbano, el autor cosecha el saber musical de un experto en la materia. Se trata, entonces, de un libro lleno de música, de texturas sonoras, con mucho sabor a tornamesa. Incontables onomatopeyas de la industria del acetato y sus medios tecnológicos: pop, scratch, hisss. Pero, sobre todo, un libro con mucha nostalgia.


“Si de lo que se trata es de reflejar la realidad, para eso tengo yo suficiente con mi oficio periodístico”, subraya Juan Carlos. El pretexto para cruzar esa delgada línea que separa al periodismo de la literatura fue la música. Y es que a este periodista egresado de la Javeriana la realidad lo abruma, los noticieros lo deprimen. De allí que se inventara una ciudad ficticia basada en Bogotá, pero mucho más melómana. Una ciudad donde la vida de sus habitantes y su personaje principal, Francisco Talavera, fuera abrumado más bien por la música, por el ritmo, el acetato. Cuando se le pregunta quién es más melómano, si él o el personaje de su libro, Juan Carlos responde con tajante amabilidad: “¡Pues yo, porque me inventé el personaje!”. Según él, Francisco Talavera, es una entidad imaginaria que tiene algunas de sus neurosis, pero no todas. “Yo le presté a mi personaje ese gus-

++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++ silencio + + + + + + + + + + + + “La + +noche + + +tiene + + un ++ + + +único, + + +y + para escribir; + + + + + + + + + + + +yo+necesito + + + +ese+ silencio ++++ ++ +++ + + + + + + + + + + + + por + +eso + +escribí +++ ++ +++ ++++ esta novela musical”. +++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++

de la palabra, frases, ideas o imágenes, pero tal vez por lo mucho que los respeto, lo que escribo no se parece en nada… ni se acerca”, aclara él. De Jack Kerouac le gusta lo místico: En el camino y Los vagabundos del darma. El juego con las drogas y lo religioso es lo que más le atrae de esta generación de escritores estadounidenses. Entre los escritores bogotanos que Juan Carlos conoce y admira está Hugo Chaparro. A él lo cautiva ese universo lleno de monstruos nocturnos, las historias “muy de eso, de vida nocturna, muy fantasiosas”: Frankenstein, Drácula y la noche. De Efraín Medina le gusta esa pluma vertiginosa, “como una ametralladora”. Sin embargo, con Efraín disiente literariamente por lo sexual, cosa que para Juan Carlos, en su novela, es “así como muy sutil. Que día le mostré a mi novia y le dije: ‘Mira este pedacito, ¿no te parece muy sexual?’. ‘No, eso ya lo había leído y no me había dado cuenta’, me respondió”. De quien se siente más lejano es de Mario Mendoza: “Si tuviera que definirme por contrastes, sería con su obra”. El asesino, la prostituta y todo aquello que pasa por lo sórdido no le interesan en su novela, por la que deambulan los personajes más comunes y corrientes.

to por la música. Por Beethoven, que a mí me encanta”. El resto de Talavera, según Garay, es el resultado de su imaginación y poco o nada tiene que ver con él mismo.

En el libro de Garay, la nostalgia no es tristeza. La nostalgia es como ese apego de sus personajes hacia lo que la realidad les ha dejado: música. Y por ello en la novela no hay animosidad ante las cosas, ni soledad, ni desesperación. Es sólo una atmósfera nublada y fría, en la que los personajes se desenvuelven y en la que suena la música de fondo de nuestros recuerdos.

Entre la pluma veloz del Beatnick, Jack Kerouac, y la magistral escritura de Shakespeare, Juan Carlos debate sus influencias y gustos literarios. Si bien estos dos escritores han sido su mayor influencia, en La nostalgia del melómano no se revelan. “Uno lee mucho a algunos autores y se inspira en ellos y a veces incluso les copia, en el buen sentido

La novela de Juan Carlos Garay no es una novela rompedora, veloz. Es mejor servirse un té caliente, abrir la mente hacia el pasado de la música, hacia ese sentimiento que todas las personas llevamos por dentro y que es más fuerte que cualquier espectáculo, que cualquier ruptura y que cualquier velocidad: la nostalgia.

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URGENCIAS

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sobre ruedas

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los salvavidas de las ambulancias Por Martín Franco Vélez

Para los conductores de ambulancias y paramédicos la noche tiene dos ritmos: el lento, en que pasan las horas sin señal de alarma, y el veloz, cuando deben esos minutos desper+ + + + + + +atender + + + una + +emergencia + + + + +y + ++ + + +antes +++ +++ + + + + + + +diciados + + + significan +++++ + + una + +vida. + + Pero + + debido + + + a+la+ + salvar + + + + + + +competencia + + + + +que + +existe + + en + +la +capital, + + +las + ambulan++++++ +++++++++++++++++++++++++++++ un+servicio si + fueran taxis, + + + + + + +cias + +se+disputan ++++ + + + como +++ +++ + +lo+ + que dispara las sirenas y la adrenalina del personal +++++++++++++++++++++++++++++ + + + + + + +dentro + + +y fuera + + +de+la+ambulancia. ++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++

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A las 11:24 minutos de la noche se presenta el primer caso: dos carros estrellados cerca de la calle 82, en plena Zona Rosa de la capital. La Policía Cívica reporta el hecho a través de la frecuencia de radio que comparten todas las ambulancias, y de inmediato se prende la alarma. Juan Carlos Martínez, que terminaba de ajustar algunos detalles en la parte trasera del vehículo, se pone de inmediato al frente del volante. Jorge Fernández, su acompañan-

Poco antes de llegar al lugar, la voz del radioteléfono informa que hay otra ambulancia en camino. Juan Carlos la alcanza ver unos cincuenta metros adelante, va con la sirena prendida esquivando vehículos a alta velocidad. Ésa es dice mientras señala con el dedo. Luego mira a Jorge, preocupado, y acelera un poco más. Va a llegar primero. Fernández asiente sin mirarlo y se muerde los labios, ansioso. De nada vale acelerar: apenas diez segundos después la misma voz del radioteléfono confirma que la ambulancia ya llegó al sitio. Sólo una fracción de segundo los separó, pero llegar tarde significa perder el caso. Y también, por desgracia, el dinero. Juan Carlos apaga la sirena y disminuye la velocidad. No dice nada, pero se nota que ha quedado molesto. En el rostro de Fernández se percibe un gesto de resignación. La ambulancia se devuelve despacio a la esquina de la 63 con 18, en espera de que el radioteléfono se active de nuevo. Tranquilo dice Martínez—. La noche apenas comienza. La jornada nocturna, sin embargo, empezó dos horas atrás, cuando las cuatro ambulancias de Asistencia 911 se formaron junto a la Policía Cívica, en la calle 116 con carrera séptima, frente al supermercado Pomona de Hacienda Santa Bárbara.

te, le informa a las demás móviles que en pocos minutos llegarán al lugar. No están muy lejos: desde hace un par de horas la ambulancia número 2 de la empresa privada Asistencia 911 se encuentra estacionada en la esquina de la carrera 18 con calle 63. Martínez da la vuelta apurado y enciende la sirena para no perder tiempo; en menos de un minuto la ambulancia recorre la avenida Caracas a toda velocidad y los pocos carros que quedan se hacen a un lado para dejarla pasar.

Luego de saludar a varios policías con la confianza de viejos amigos, de entonar un himno breve y de recibir una serie de instrucciones básicas, los cuatro vehículos partieron a ubicarse en los puntos principales de atención. El primer móvil, que cubre la zona norte, se estacionó en el mismo lugar de siempre: la esquina de la calle 119 con carrera 15; el segundo, que está en el sur, lo hizo en carrera tercera con calle tercera; otro, que tiene bajo su cargo la zona occidental, en la avenida Ciudad de Cali con avenida Esperanza; y el último que es el de Juan Carlos y Jorge salió a esperar trabajo al oriente, en el sitio mencionado.

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URGENCIAS La ambulancia llega de nuevo al lugar de la partida. Juan Carlos apaga el motor y le sube volumen a una canción de Miguel Bosé que suena en el radio. Después se cruza de brazos y recuesta su cabeza en el respaldar de la silla. Sabe bien que lo único que resta es esperar a que el radioteléfono anuncie otra vez algún caso. Mientras tanto, sólo se puede conversar y mirar a los transeúntes que a esa hora y a pesar del peligro, caminan por el sector.

UNA MIRADA POR DENTRO

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Parqueada, la ambulancia parece un animal dormido. Vista desde afuera es una enorme camioneta con luces y reflectores. Adentro, la cabina es estrecha y ajustada; diseñada para dos personas. La parte trasera es lo más parecido a una sala de urgencias en miniatura, con la camilla y los asientos para los acompañantes y paramédicos. Al frente, varios cajones que contienen aparatos respiratorios, quirúrgicos, pediátricos y circulatorios. Jorge Fernández toma de los cajones cuellos ortopédicos, máscaras de oxígeno y otros adminículos para rescates. Con apenas 22 años, habla y realiza su trabajo con pasión. Está vestido con el mismo uniforme que llevan los 14 hombres y dos mujeres que hacen parte de la empresa: una chaqueta abullonada, de color gris y líneas rojas, atravesada por fragmentos de tela reflectiva en los hombros y costados. Lleva también un chaleco cubierto de bolsillos para guardar los equipos necesarios, botas negras y unos pantalones flexibles y cómodos con el distintivo de la empresa estampado. Aunque ambos son paramédicos —y están preparados para socorrer al paciente accidentado—, Juan Carlos Martínez, con ocho años de experiencia en el oficio, comanda la ambulancia. Alto y fornido, lleva puestas unas pequeñas gafas sin marco, y el pelo erizado cubierto de gel. Cuando habla, refleja seguridad y firmeza y parece que ya nada lo impresiona después de haber atendido los accidentes más dramáticos.

“En este trabajo uno va a la deriva. A nosotros nos reportan un accidente, pero cuando llegamos al lugar no sabemos qué vamos a encontrar. Puede ser una colisión, un atropellamiento o incluso un herido de bala o arma blanca; nunca se sabe, por eso hay que estar dispuesto a todo”. “En esto, la pasión influye mucho —interviene Jorge—. Yo estoy seguro de que uno podría ganar mucho más dinero trabajando en un hospital, pero no sería lo mismo. La velocidad, la adrenalina, el deseo de salvar vidas… son cosas que lo pegan a uno a este oficio”. Y es que los turnos de trabajo no son nada envidiables: comienzan a las nueve de la mañana y se extienden 24 horas seguidas sin descanso. Como si fuera poco, permanecen largo tiempo estacionados en la misma esquina día y noche, reclinados en sus asientos, a la espera de una llamada, con los brazos cruzados y las chaquetas hasta el cuello, atreviéndose incluso a cerrar los ojos.


TRAGEDIA EN LA NOCHE

del parabrisas. “Yo nací en Barranquilla, pero vivo acá en Bogotá desde hace varios años. Al principio me desempeñé como ayudante en una bodega, pero luego estudié y comencé a hacer este oficio”.

Pero no hay que confiarse: el propio Juan Carlos advierte que ese silencio es momentáneo y que en cualquier momento el gran monstruo puede despertar. El reloj marca las 12:30 y las canciones de la radio emiten un mismo y aburrido sonsonete. Cada vez pasa menos gente y el frío comienza a hacer estragos. El radioteléfono suena a veces, pero ningún caso sucede cerca. El reloj sigue su marcha.

De repente la voz del radioteléfono inunda la cabina. El relato de Jorge se interrumpe para reportar el choque de dos autos en la esquina de la calle 68 con carrera trece, al parecer porque uno de ellos se pasó a gran velocidad la luz roja del semáforo.

Dos horas después, el panorama continúa igual. Los dos hombres permanecen impasibles, sin musitar palabra. Resulta paradójico pensar que una buena noche para ellos es aquella que está llena de accidentes. Hasta que Martínez comienza a hablar. Se reincorpora en su asiento, deja el teléfono móvil junto al volante y recuerda las dificultades que ha debido sortear a lo largo de los años. “Yo llegué a esto por casualidad —comenta—. Durante muchos años tuve un local en Sanandresito y eso me dio para vivir. Pero luego quebré y entonces no supe qué hacer. Se presentó la oportunidad de trabajar en esto y no lo pensé dos veces. Estudié, me preparé y ahora estoy acá, dedicado a algo que nunca me imaginé que haría”.

Juan Carlos enciende el motor del vehículo. Jorge oprime el botón rojo situado encima de su cabeza y la potente sirena de luces rojas y azules emite su sonido ensordecedor. La ambulancia enfila por la avenida Caracas a gran velocidad, evitando los vehículos por el carril de Transmilenio. En menos de cinco minutos llega al lugar de los hechos. El panorama es desolador: un taxi Chevrolet Sprint de placas SIH214 está al borde de la vía, ladeado, y completamente hundido en uno de los costados. Unos metros más atrás se aprecia un Chevette azul viejo con la parte delantera destrozada. La gente que está en el lugar se aparta cuando escucha la sirena. En cuestión de segundos Fernández se pone los guantes y Martínez estaciona el vehículo. Una señora pide ayuda llorando. Fernández abre la puerta del costado y saca la camilla del vehículo; desata un par de correas y la deja lista para ubicar al herido. Toma un par de elementos de rescate y se mete al taxi, donde están todavía los tres ocupantes. Juan Carlos le pone un cuello ortopédico a cada uno. Por desgracia, la mujer que estaba sen-

Fernández lo escucha en silencio; luego se quita la gorra, la toma en sus manos y comienza a hablar en voz baja, mirando a través

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+++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++ +“En ++ + trabajo ++++ + va ++ + deriva. +++A + noso+++ este uno a la +tros ++ + + + +un+ accidente, +++++ ++ +++ nos+ reportan pero cuando +++++++++++++++++++ al + lugar +llegamos ++++ + +no+ sabemos + + + +qué + +vamos + + a+ + un+atrope+encontrar. + + + +Puede + + +ser+ una + +colisión, ++++ +++ incluso +llamiento + + + +o + + + +un+herido + + +de+bala + +o+arma ++ +blanca; + + +nunca +++ + +por + +eso + hay + +que + +estar ++ se +sabe, +dispuesto + + + +a + + + + + + + + + + + + ++ todo”. +++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++

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tada en el lugar que recibió el impacto quedó atrapada y tiene una herida muy grande en la cabeza.

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Pocos minutos después llegan más ambulancias. La Policía rodea el lugar y le ordena a los curiosos hacerse un poco más atrás. Ayudado por otros socorristas, Jorge intenta sacar a la mujer, pero se da cuenta de que es imposible: está muy herida y cualquier movimiento brusco puede ser fatal. Hay que buscar otro camino. Luego de una llamada por radioteléfono llega al lugar una camioneta de la Cruz Roja. Tres hombres vestidos de overol azul y gorra bajan un pequeño motor eléctrico conectado a unas enormes pinzas para cortar metal. “Es la pinza de la vida”, advierte Martínez, mientras los socorristas se ubican cerca al vehículo. Uno de ellos que tiene las tenazas en la mano comienza a cortar la parte superior del auto. Cuando termina, los otros dos compañeros hacen un último esfuerzo y desprenden el techo con un solo impulso. Luego repiten el procedimiento con la puerta y el vehículo queda reducido a un par de latas inservibles. Entre tanto, Martínez y Fernández socorren a los ocupantes del Chevette. El conductor es un hombre maduro de rasgos indígenas que responde al nombre de Alcides Lozano Barragán. Tiene el brazo hinchado y varios huesos rotos. Su acompañante es una niña de once años, su hija, que llora asustada y se queja de dolor. De inmediato los inmovilizan y los suben a la ambulancia. Fernández va con ellos,

socorriéndolos, y Martínez activa de nuevo la sirena y se encamina hacia la clínica Marly. A los ocupantes del taxi, heridos de mayor gravedad, los suben en otros móviles. Durante el trayecto Fernández hace su trabajo en silencio. Con mucha precaución comienza a quitarles las prendas a los heridos y luego les pone encima una sábana blanca. Tiene que sacar las tijeras de su pantalón y cortar la camisa del hombre para no lastimar su brazo roto. La niña llora, consciente, y se queja de un dolor intenso en la cabeza. Martínez gira un poco su cuello y a través de la pequeña ventana de vidrio que separa la cabina, intenta calmarla. Lozano Barragán, acostado y rígido como un palo, empieza a relatar el accidente: “Yo venía cruzando la calle y el taxi se comió el semáforo. Choqué de frente contra el costado izquierdo. La mano se me quedó incrustada en el timón y perdí el control del vehículo; luego dimos un par de vueltas antes de estrellar contra el andén”, dice con voz agitada y nerviosa. Después de dejar a los heridos en urgencias, Martínez se sienta en la ambulancia a llenar el reporte que será remitido al Seguro Obligatorio de Accidentes de Tránsito (SOAT), para el pago de los servicios. Con los primeros destellos de luz, Fernández se dedica a limpiar los residuos de sangre seca que quedaron esparcidos en el auto. Ya son las cinco y media de la mañana de un sábado cualquiera en Bogotá y para estos socorristas de la noche comienza el descanso.


Maquillaje para la MUERTE

el ritual de los preparadores de cadáveres en Medicina Legal

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Texto y fotos de Óscar Moreno Martínez + + + + + + + + + + + +

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+En+el+laboratorio + + + + +de+la+funeraria + + + +de+ Los + +Olivos +++ +donde + + se ++ + + + + + + + + + + + + +++ arreglan los cadáveres no importa ++++++++++++++++++++ o de noche. única artificial +si +es+de+día ++ ++ + + La ++ + +luz ++ ++++ los+focos que +proviene + + + de ++ + + blancos ++++ + cuelgan + + + +del+ + +techo. + + Para + + los + +tanatólogos + + + + +cambiar + + + el + flujo ++++ +de+sangre + + +por + el + de + +formol +++ + + +es+ cosa ++++ también +de+rutina + + +cuando + + +se+tienen + + +que ++ + + + maquillar +40+ + ++++++++++++++++++++ pasa +cadáveres + + + +diariamente. + + + + + ¿Qué +++ + +desde + + el+ + + momento en que alguien muere hasta + + + + + + + + + + + + + + + + que ++++ +llega + +a +la +sala + +de+velación? ++++++++++++

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Avanza la noche en Bogotá, y Gastón López, el coordinador del laboratorio ubicado en la calle 15 Sur con Caracas, cierra una de las tres puertas del lugar donde se arreglan los cadáveres. La asegura con fuerza para que ningún fisgón advierta, por el portón gigante que da a la calle, el momento en el que el conductor baja de la carroza fúnebre la camilla con el cuerpo: un joven que no sobrepasa los veinte años, con los dientes partidos, los ojos pequeños y la piel pálida. En el laboratorio hay ocho mesones de metal conectados a tubos de PVC por donde circulan los residuos hasta la cámara ardiente. En uno de estos fríos catres, los trabajadores ubican al joven, cuyo cuerpo tiene las piernas despedazadas. Ni siquiera el vallenato de Escalona que envuelve el lugar suaviza la rigidez del muchacho, ni siquiera la sábana logra ocultar la desnudez lavada por su propia sangre.

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Para Gastón López este cuerpo clavado en el mesón es uno más de los muchos que ha tenido que ver después de once años de trabajo en la funeraria. “A mí me gustaría morir de un infarto. Algo que me mate de una, que no me haga sufrir mucho”, dice con gran humildad este hombre de unos cuarenta años, de baja estatura y delgado bigote, mientras observa las heridas del joven y las fracturas en sus extremidades inferiores. En una de las columnas del laboratorio, al lado de un extinguidor, se pueden leer los avisos de “Prohibido fumar”, “Riesgo biológico” y “Use implementos de seguridad”. Los tanatólogos usan botas plásticas amarillas de suela negra hasta la canilla, pantalón y camiseta de tela de color azul oscuro, cinturón grueso de color negro sostenido por unas tirantas que se entrecruzan en la espalda, tapabocas, guantes quirúrgicos, delantal blanco y gorro del mismo color. “Nombre: José Darío Buendía; procedencia: Instituto de Medicina Legal”, dice el papel en el registro del cadáver. El cuerpo no presenta ningún signo de haber sido herido por una bala o por un cuchillo; tiene el número ocho

Con sus mejores prendas para la despedida.

Un aspecto general del laboratorio.

marcado en su muslo, pues es el octavo cadáver de los cuarenta que son embalsamados diariamente en la funeraria. En el laboratorio hay un estante de baldosas blancas; allí, en dos cajas de herramientas Rimax, los trabajadores guardan algunos de sus instrumentos: metros, martillos, tijeras, peinillas, tornillos, billetes viejos de 1.000 pesos y varios calendarios con fotos del Divino Niño.


Mientras el chofer de la carroza fúnebre acomoda a José Darío en el mesón, el tanatólogo de turno, Jorge Díaz, termina de taponarle con algodón las fosas nasales a otro cuerpo, que fue alcanzado por tres balazos en algún lugar de Bogotá.

“Yo hice un diplomado en disección y en necropsia, en Medicina Legal. Además, acá el mismo cuerpo le va enseñando a uno. El cuerpo cambia un 60 o 70 por ciento. Entonces, a veces la familia dice: “¡Qué le hicieron, miren como la cambiaron, ella no era así!”, apunta López.

“Al principio uno se impresiona por el olor de algunos cuerpos en descomposición, pero después uno se va familiarizando con este trabajo. Nosotros permanecemos mucho más tiempo acá que en nuestras casas. Yo llego a las ocho de la mañana y a veces me dan las nueve de la noche”, dice Gastón López, quien antes de realizar este oficio se dedicaba a manejar camión y taxi.

Tan rígido como la madera de la guitarra que José Darío solía tocar en vida con dedicación, es el cadáver. Las manos que antes se deslizaban con gran destreza por las seis cuerdas del instrumento, ahora se encuentran imperturbables, incluso ante el sonido tropical que proviene de un radio cercano.

Después de taparle los orificios de la nariz, Díaz se dispone a introducirle una sábana dentro del cráneo, debido a que no tiene cerebro porque uno de los balazos le impactó la cabeza, y siempre el órgano involucrado en la muerte violenta queda en Medicina Legal. Tras aplicarle un poco de jabón en la cara, Díaz coge una cuchilla de afeitar y le rasura la barba hasta delimitarle un perfecto candado, para que se presente tal cual lo recuerdan sus seres queridos. El lugar que antes ocupaba el estómago en el organismo del hombre de candado perfecto ahora es invadido por una talega escarlata que contiene sus vísceras. Jorge Díaz limpia el sector afectado con una manguera de plástico e introduce otro pedazo de sábana vieja. Empieza a coser verticalmente desde la garganta hasta el ombligo, y une con fuerza los dos extremos de la hendidura, como tratando de cerrar una maleta repleta de ropa. Al lado izquierdo del mesón se encuentra un tablero acrílico de marco rojo. De frente a éste, una repisa de madera que soporta una estatuilla de Jesucristo con la bandera de Colombia. Jorge Díaz estira su mano envuelta con guantes quirúrgicos para empezar a limpiar, ahora, el cuerpo de José Darío con la manguera de plástico.

Todos los cadáveres son preparados en veinte minutos. Los familiares y amigos de José Darío deben esperar a la mañana siguiente para poder cumplir su duelo en la sala de velaciones. *** Horas más tarde, en otro extremo de la ciudad, Alejandro Ruiz despierta sin ningún conocimiento de lo ocurrido. Calza sus pantuflas para evitar el frío del piso y se dirige al comedor para tomar el desayuno. Después de haber hablado toda la noche con su esposa bajo la complicidad del cuarto oscuro, el padre de Alejandro decide decirle a su hijo que José Darío, uno de sus mejores amigos, murió la noche anterior. Alejandro no sólo piensa en la última vez que vio a su amigo, sino que recuerda el sueño que había tenido dos días antes: se encontraba con José Darío Buendía al frente de un computador, haciendo un trabajo para el colegio. Darío estaba digitando en el teclado y Alejandro le dictaba. De repente José Darío se levantaba y decía: —Me tengo que ir para Canadá. —¿Cómo? ¡Pero si todavía no hemos terminado el trabajo! —exclamaba Alejandro. —Usted tiene que seguir escribiendo, pero yo me tengo que ir —le respondía Darío. ***

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Cuando la manguera termina de limpiar la sangre seca pegada en el cuerpo de José Darío, el tanatólogo lo desenvuelve completamente y arroja la sábana a una de las cuatro canecas blancas con bolsas rojas que hay en el laboratorio. Jorge Díaz coge en su mano enguantada un bisturí y le hace una pequeña incisión en el cuello. Ayudado con unas pinzas empieza a buscar, entre tejidos y pedazos de piel, la arteria carótida por donde va a inyectar casi cinco litros de la mezcla acuosa de olor penetrante e incolora llamada formol.

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En un sólo dedo, Díaz sostiene la vena cava y la arteria que parecen pequeños tubos: el primero, de tono rojizo, y el segundo, de color blanco. La inyectora, aparato que contiene el formol, se encuentra conectada por medio de un tubo plástico a un punzón metálico y grueso que se introduce en la carótida. Le hace una cisura a la cava para que drene la sangre. A medida que se inyecta el formol por la arteria, la sangre va saliendo por la vena y se va dirigiendo al sifón central del mesón. “Cuando murió mi papá, su cuerpo estuvo acá y yo estuve viendo el proceso. Es algo a lo que uno tiene que acostumbrarse. Uno tiene que saber que esto es lo normal, que es un proceso natural”, vuelve a expresar López.

La sangre ha terminado de drenar y es reemplazada por el formol, que evita la descomposición natural del cuerpo. Díaz aprieta un delgado y largo tubo metálico llamado troquel, lo sitúa bajo el pecho y con fuerza se lo clava en la parte inferior del esternón como el torero que entierra el estoque en la cruz del toro al final de la corrida. Con movimientos firmes, el tanatólogo hinca y extrae el troquel para succionar los líquidos y gases que se encuentran en el hígado, el tórax, el estómago y órganos contiguos. En seguida, un segundo troquel se introduce en el orificio antes hecho e inyecta formol en las vísceras para quemarlas y evitar su descomposición. Después de retirar el instrumento, con una aguja gruesa y un hilo que parece seda dental, Díaz cose todas las heridas abiertas que tiene el cuerpo, incluyendo las realizadas en el cuello y el esternón. Antes de pasarlo al mesón de maquillaje, le hacen el proceso de taponamiento para que durante los actos fúnebres no emerja ningún líquido. “Una vez llegó un señor que tenía 24 dedos: seis en cada mano y en cada pie”, cuenta López a medida que abre los ojos para expresar la impresión que le causó aquel hecho. Una escena de rutina en el laboratorio de la funeraria Los Olivos


Ayudado por unas mangas plásticas y amarillas, Díaz pasa su brazo derecho entre las piernas del cadáver, mientras que el izquierdo sostiene la cabeza. Aprieta fuertemente y carga al muerto hasta el mesón de maquillaje. El esfuerzo es grande, parece que el cuerpo pesara mucho más que en vida. *** La víspera, José Darío se encontraba planeando una fiesta en su casa. La reunión no se pudo llevar a cabo; entonces, esa noche, después de ayudarle en una tarea de matemáticas al hijo del vigilante del edificio, él y su papá, Fernando Buendía, se dirigieron a sus habitaciones para descansar. A eso de las 10 de la noche, Fernando oyó que su esposa, Rebeca Rojas, se levantaba de la cama para cerciorarse de que todo hubiera quedado en perfecto orden. Ese carácter precavido chocaba a menudo con el temperamento de su hijo menor. Fernando bajó al primer piso por las escaleras en espiral y vio que su esposa estaba organizando la sala. La hermana mayor de la casa se encontraba en su cuarto estudiando. De repente, José Darío subió al segundo piso. Tal vez se dirigía al computador o quizás a la terraza donde solía ir para despejar su mente dando un vistazo a la ciudad o tocando la guitarra que tenía desde hacía varios años. Minutos después sonó el citófono: “Es que su hijo está aquí abajo, en la entrada”, dijo el vigilante, que horas antes había quedado muy agradecido por el favor que le habían hecho los hombres de la casa. Después de colgar el citófono, Rebeca y Fernando bajaron los siete pisos por las escaleras, llegaron a la entrada y vieron a su hijo, que se encontraba sangrando. El vigilante llamó a una enfermera que residía en el edificio para que socorriera la emergencia. Darío no había muerto de inmediato. Había caído de pie desde la terraza y la parte de su cuerpo más afectada eran sus piernas. Sus dientes se le habían quebrado y sólo le decía

a su madre que le dolía mucho, que se sentía muy débil. Había caído por la terraza. Al llegar al hospital, uno de sus primos se encontraba prestando el servicio de internado. José Darío le suplicó que no lo dejara morir. Después de remitirlo a cirugía, José Darío pereció debido a una hemorragia causada por las múltiples fracturas en sus piernas. *** El cuerpo está boca arriba. Después de ponerle la ropa que llevó la familia, el maquillador acerca un pequeño estante donde se encuentran todos los implementos para embellecer el cadáver. Un polvoriento secador, máquinas de afeitar desechables, peinillas, labiales de todos los colores, pinceles, esmalte, cepillos, tijeras, cinta, tres botellas de maquillaje natural y dos de base para la piel son las dotaciones que componen el conjunto cosmético del pequeño anaquel. El maquillador le esparce base en el rostro y coge el cepillo para peinarlo hacia atrás. Mientras tanto, Díaz prepara el ataúd introduciéndole un fondo de cartón blanco. Sitúa allí el cuerpo de Darío, le cruza las manos a la altura del estómago y le coloca un escapulario en el cuello. Antes de devolver el cadáver a la carroza fúnebre que lo trajo de Medicina Legal, el maquillador brilla el cajón con una bayetilla hasta dejar la madera resplandeciente. “La vida es una rumba y hay que disfrutarla al máximo. Se debe saber llevar. Uno no sabe cuantos años va a vivir”, dice Gastón López, mientras mira al nuevo cadáver que entra con el número 10 marcado en el muslo. Cuando el cajón de José Darío sale por la puerta blanca de vidrios redondos, la música de Iván Villazón recibe al nuevo visitante que ha muerto esa noche en algún lugar de Bogotá. • Todos los nombres fueron cambiados.

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Pilotos en

TIERRA

el oficio del controlador aéreo del día a la noche

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++ + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + ++ + + + + + + + + + + + Sin la+ayuda piloto ++ + + + + + + + + + ++ + + + +del ++ + + +real, + + +del + +automático + + + + + + + + + + +premio, en esa época, podía escoger donde ++ + + + + + + + + + ++ +++++ + + + + +no+ + + + + + + + + + + + + +trabajar y se quedó en el Centro de Control y+ del copiloto, los+ aviones despegan ++ + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +++ + + + + + + + +de El Dorado, el aeropuerto de mayor tránsito ni aterrizan. Tampoco sin el apoyo de+los + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +aéreo en Colombia. controladores en+los ++ + + + + + + + + + + + + + + + +aéreos, + + + +personajes + + + + + +que +++ +++++++ tiempos de emergencias y accidentes que ++ + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + ++ + + + + + + + + + + + corren en+el ojo del huracán. ++ + + + + + + + + + + + +están ++++ ++ ++ ++ + + + + +Infidencias, + + + + + + + + +Hecho de ladrillo, encerrado y sin ventanas, ++ + + + + + + + + + +++++++ + + + + +de + +un + +controlador + + + + + +de + + + + +el Centro se divide en dos salas. En una están experiencias y+ anécdotas ++ + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + vuelo, responsable de conducir con seguridad+ + + + +las máquinas viejas, y al fondo se encuentra + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +la sala de control a la que solo tiene acceso los+ + aviones destino. Las horas ++ + + + + + + + + + + + + +a+su ++ +++++ + +24+ + + + +la+ + + + + + +personal autorizado. Benjamín abre la puerta atención está pero ++ + + + + + + + + + +++++ + +fija, +++ + +de + +noche + + + +aumenta + + + + +la+ + + + + tensión Control vecino ++ + + + + + + + + + + + + +en + +el+Centro + + + +de ++ + + + +de+ Área, ++++ + + + + + +y aparece un alumbrado corredor de baldosas ++ + + + + + + + + + + + +de ++ + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +blancas mientras que en las pantallas de los a+ la+Torre Control. + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +enormes computadores una gran cantidad de cuadros de colores se mueven y titilan: los aviones que están próximos a aterrizar. Por Viviana Patricia Sánchez Mejía

Son las siete de la noche. A lo lejos, la encendida Torre de Control del aeropuerto Eldorado hace las veces de faro en tierra. Unos metros al oriente está el Centro de Control de Área donde el radar no cesa de dar vueltas, mientras los aviones alzan vuelo. Y ahí está para controlarlos, desde hace quince años, Benjamín Gómez*. Él desciende por las escaleras de “El Acuario”, como es conocido el edifico contiguo al Centro de Control. La serenidad que transmite, y que es uno de los requisitos básicos para ejercer su trabajo, no delata la tensión que viven las 24 horas del día los responsables de dirigir desde la tierra el tráfico aéreo. Benjamín quiso ser piloto toda su vida. Cuando se graduó del colegio recibió de su padre dos propuestas para estudiar aviación en la Fuerza Aérea Colombiana o en la Fuerza Aérea estadounidense, pero entre sus planes no estaba ser militar y su familia no podía pagarle la carrera de piloto comercial o privado que hoy cuesta cerca de 55 millones de pesos. Dos meses después, Benjamín ingresó a un curso especializado de controlador en el Centro de Estudios Aeronáuticos, de la Aeronáutica Civil, y, aunque ya sabía en lo que se metía, pues esa era la profesión de su padre, no lo pensó dos veces porque parte de los entrenamientos consistía en hacer lo básico de pilotaje. Estudió y sacó el primer puesto. Como

Benjamín Gómez es uno de los 519 controladores aéreos con que cuenta el país para vigilar todos los vuelos que despegan o aterrizan en el territorio colombiano. En la sala, los computadores centrales y los de reemplazo están organizados de acuerdo con las regiones de información de vuelo en que se divide el espacio aéreo. Totalmente computarizado, el Centro de Control de Área es la casa, la vivienda y la oficina de los controladores de vuelo. Por eso no es extraño escuchar de fondo y a bajo volumen una de las más viejas canciones de Alejandro Sanz, ni observar un ambiente de total familiaridad, mientras los controladores, cada uno concentrado en su pantalla radar, imparten órdenes a los aviones en inglés, el idioma internacionalmente usado en aviación, o en español, a una velocidad que difícilmente entendería cualquier advenedizo.

“¿TÚ HAS JUGADO ALGUNA VEZ TETRIS? Mientras los controladores aguardan a que algún avión aparezca en su pantalla, Benjamín habla sobre las funciones del controlador que básicamente tiene que sopesar las especificidades técnicas de cada avión, la legislación y poner a prueba su conocimiento en proyecciones de velocidad: “Uno mira la pantalla y ubica el avión, le apagan la pantalla y le dicen “aterrícelos” y uno comienza a preguntarle a los pilotos cúal es su posición”.

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Pilotos en tierra Afirma que todos los controladores “tienen exámenes anuales físicos, sicológicos, siquiátricos, de tórax, pulmones, presión arterial y sangre. Fuera de eso, por reglamento, cada seis meses deben estar sujetos a una revisión de conocimientos teóricos y prácticos”.

Benjamín también habla de las cartas de navegación. Se refiere a una especie de mapas en los que aparecen los aeropuertos y las conexiones entre ellos, las ciudades, las rutas y las regiones de información de vuelo. “Estas son los espacios aéreos controlados que van de 24.500 pies hasta el infinito y los no controlados en los que vuelan los avioncitos que van mirando el terreno”, asegura. Los espacios controlados son dos: Barranquilla, dividida en cuatro, y Bogotá, dividida en dos. Por debajo de 24.500 pies está el área de Medellín, Pereira, Cali, Villavicencio, Yopal, Bucaramanga y Cúcuta. Así también se organizan los puestos en el Centro de Control.

En cuanto a la tarea de controlar el espacio aéreo, Benjamín utiliza una de sus ya comunes y atractivas comparaciones. “¿Tu has jugado alguna vez tetris?, pues el trabajo del controlador son barritas, aviones que bajan y aterrizan en una pista, que suben o despegan para llegar a determinado nivel”. El oficio del controlador es un juego que tiene una única condición: los estados de game over y de pérdida de vida no existen porque si las “barritas” no se acomodan bien y se producen accidentes como colisiones entre dos aviones en el aire o contra el terreno no solo se estaría hablando de muertos sino también de gastos materiales.

Las comunicaciones en el oficio de los controladores son básicas por ello en los exámenes de ingreso les hacen revisiones de oídos y de voz, pues todo el día imparten instrucciones. Cuando se anula la comunicación, aunque siempre hay radios de repuesto, el piloto sabe qué tiene que hacer. Ese es, tal vez, el único momento en el que al controlador sólo le resta esperar que los acuerdos pactados entre él y los pilotos –dirigidos por la Organización Civil Internacional de Aviación–, las instrucciones antes del despegue y el plan de vuelo lleven al avión a salvo hasta su destino final.

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Sin embargo, cuando las comunicaciones están activas no solo hace falta que los controladores tengan una excelente vocalización, sino que mantengan la calma ante situaciones apremiantes porque los pilotos “son como los perros cuando le ven el miedo a la gente y cuando desconfían del controlador es que se empiezan a producir los accidentes”, asegura Benjamín. Por eso los controladores pueden dejar de recibir más tráfico cuando no son óptimas las condiciones meteorológicas o de espacio y cuando ven que su calma está cediendo. Ellos no tienen derecho al error.

LA TORRE DE OPERACIONES: CENTRAL DE NERVIOS Pero los controladores también están en la torre de control. Ahí sí que empiezan a unirse los eslabones perdidos. La explicación de Benjamín no puede ser más clara: un controlador lleva al avión desde el aparcamiento hasta antes de entrar a la pista; ahí el avión pasa a otro que organiza e intercala los despegues y los aterrizajes. Cuando el avión va a cinco o siete kilómetros y ya no se ve desde la torre, dependiendo de las condiciones meteorológicas, se cambia a la sala de radares. En caso de que vaya hacia el norte, se le transfiere al sector superior de Bogotá, luego a Barranquilla y luego a los aeropuertos internacionales. Si el avión va a aterrizar en Bogotá, de los sectores internacionales lo transfieren al sector superior en Bogotá, este lo remite al Terminal Norte y “este secuencia varios aviones en una radioayuda que se llama el VOR de Bogotá, en la cual todos los aviones convergen para alinearse a la pista”. El VOR funciona en altas frecuencias, es libre de interferencia y permite una exactitud de movimiento con errores de un grado. Da al piloto datos sobre la distancia que tiene en relación con el aeropuerto y con la estación de radioayuda. El controlador, dice Benjamín, “debe armar con aviones volando a 900 Km. por hora una fila india para que se alineen y

cuando ya estén cerca de la pista se les cambie al controlador de Torre para que les dé la orden de aterrizaje”. En la Torre hay ocho controladores por turno y un planificador que verifica la cantidad de tránsito para organizárselo al controlador que va a despegar los aviones con la separación requerida y para que se reciban y se envíen aviones de todos los puntos. Ese planificador, una especie de policía de tránsito, debe también coordinar con la sala de radares las autorizaciones para que los aviones que están próximos a despegar no se vayan a estrellar con los que están descendiendo. También hay un supervisor que “mira que las operaciones se lleven a cabo normalmente y dirime los conflictos entre dos controladores”. Pero la labor del supervisor también se extiende al cuidado de la disciplina en el Centro de Control. “Para ser controlador tu no puedes llegar ni trasnochado ni bebido ni con narcóticos, si llegaras a incurrir en una de esas de inmediato eres removido del puesto de trabajo”, asegura Benjamín. Sin embargo, también afirma que hay otras cosas que obligan a los controladores a alejarse de su trabajo; hasta por la más mínima enfermedad se puede perder agudeza en los cinco sentidos y eso es fatal a la hora de tomar decisiones de urgencia. Además, hay dos reservas en la Torre y diez en el Centro de Control, donde los turnos son de 30 personas. La finalidad es que los controladores no aparten los ojos de los aviones y que, cuando tengan que abandonar su puesto, haya alguien dispuesto a asumir la responsabilidad de dirigir el tráfico aéreo. Cuando las reservas llegan al Centro de Control, los controladores se van para una sala cercana y comentan entre tinto y tinto las últimas experiencias del trabajo. Sin embargo, esos controladores son los que salen o entran a trabajar, pues los que están prestando el turno solo se pueden ausentar por unos minutos, cuando quieren tomarse un café o ir al baño.

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PROFESIÓN DE ALTO RIESGO Debido a la falta de centros de preparación en el país, el gremio de controladores es pequeño, por lo que tienen la vida laboral garantizada. Sin embargo, el reducido número de controladores impide conformar grupos de trabajo fijos porque no todos están habilitados para operar en las diferentes posiciones del Centro de Control. Los cambios de turno con los compañeros están autorizados y así se puede tener un día completamente libre.

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Tampoco gozan de beneficios pensionales acordes con la exigencia del oficio, según Benjamín. La profesión era considerada de alto riesgo en el país, y aun es definida como tal por los organismos internacionales de aviación y la medicina aeronáutica, pero el gobierno decidió incluir a los controladores que llevan menos de 15 años de trabajo en el Régimen General de Pensiones. Según Benjamín, esta decisión es injusta porque “se ha demostrado que los controladores en el país que trabajan 20 años, realmente, trabajan 36”. Los turnos son de seis horas y a los controladores les pagan un básico más el tiempo extra. Aunque hay una reglamentación que dice que no pueden trabajar más de 156 horas al mes, la escasez de personal hace que trabajen 36 horas adicionales. ”Esa es una de las cosas que arregla el sueldo del controlador a cambio de su familia y de su tranquilidad”, dice Benjamín, porque lo que más les cuesta es mantener una relación afectiva. “En muchas ocasiones yo podía ir a una fiesta, pero sin tomarme un trago, y a las once y media me tenía que ir a dormir”, cuenta Benjamín.

También afirma que “la mayoría de los controladores son separados, tienen un desastre de vida impresionante porque no hay mucha gente que se pueda aguantar estas jornadas y eso lleva a una cantidad de conflictos emocionales que inclusive para la seguridad aérea son graves”. Además, se pierden los mejores años de los hijos y se llega a atentar contra la comodidad de la familia. “Cuando vivía con mis papás había semanas enteras en que no nos veíamos y era tanta su preocupación que decidí irme de la casa”, cuenta Benjamín, a quien hasta el celador del conjunto le decía “’don Benjamín, usted sí es de parranda brava’. Yo le decía que venía de trabajar y me respondía: ‘No me diga que usted también es celador’”. Pero según Benjamín, en Colombia “no ha habido el primer accidente en el que un controlador haya puesto a un avión contra el terreno o que haya estrellado dos aviones”. En este punto, recuerda que una hora antes de graduarse lo llevaron a una sala. Él suponía que le iban a decir qué hacer en la ceremonia, pero le pasaron una película de Vladimir Tasik, un controlador en Eslovenia que se descuidó y en su pantalla radar vio que por culpa de él se estrellaron dos aviones en el aire y murieron 300 personas. El controlador pagó 17 años de cárcel. Esa película lo puso a dudar antes de recibir el diploma porque sabía que “un número mal dado ha significado accidentes con miles de muertos”. El controlador tiene que saber de prioridades. Siempre se privilegian los aviones que vayan a aterrizar porque esos son los que se pueden caer. En situaciones de emergencia, antes que el avión presidencial se permite el aterrizaje de los aviones ambulancia y los de orden público. Ahora bien, en las emergencias no siempre se puede esperar la decisión del controlador. Cuando los aviones se despresurizan, si no bajan, explotan. En esos casos, dice Benjamín, “los aviones se declaran en emergencia y bajan a lograr la presión óptima o simplemente actúan”. Para los controladores el avión de la emergencia “es un chiste”, el verdadero problema “es quitar los otros aviones para que este haga lo que tiene que hacer”.


Pero la legislación y las políticas que no parten de la Aeronáutica sino del gobierno también son un factor decisivo a la hora de enfrentarse al tráfico aéreo. El aeropuerto El Dorado, afirma Benjamín, “batió récord mundial por operaciones con una sola pista en 1997, durante la política de cielos abiertos”. Sin embargo, el entusiasmo decae un poco cuando recuerda que al estar acostumbrados a manejar sólo las empresas nacionales y las que tenían contrato con Colombia, el aeropuerto sufrió un colapso porque “la aviación en el país creció de un día para otro en un 140 por ciento”.

Raramente los radares se apagan, pero en caso de que eso pase, El Dorado tiene cinco plantas y un radio de pilas de mucho alcance con baterías de tiempo limitado, pero suficiente para aterrizar los aviones de emergencia. Así trabajan los controladores de vuelo: acomodan barritas en una pantalla, como diría Benjamín, para llevar un avión desde su punto de partida hasta su punto de llegada y darle la seguridad a los pasajeros de que su vida y su destino están en buenas manos. Toda esta operación desde un Centro de Control de un aeropuerto internacional donde el día empata con la noche y viceversa*.

SÓLO EN CASO DE TERREMOTO… Benjamín recuerda el terremoto de Armenia. Aunque los movimientos telúricos no se sienten en el aire, en el Centro sí se sintió, a la gente le dio pánico y salió corriendo. Cuenta que “solo quedaron tres o cuatro controladores contestándole a todo el mundo y diciendo: ‘Si no le contesto me mato yo o se mata él”. Ahora, recalca, “no creo que uno vaya a decirle al supervisor ‘está temblando, téngame acá’, él también saldrá corriendo”.

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Pilotos en tierra

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La Cazafantasmas

de la Candelaria

un tour de Stellita por la ruta colonial del terror Por Isabella Portilla Fotos de Sebastián Ritoré ++++++++++++++ ++++++++++++++ ++++++++++++++ ++++++++++++++ ++++++++++++++ ++++++++++++++ ++++++++++++++ ++++++++++++++ ++++++++++++++ ++++++++++++++ ++++++++++++++ ++++++++++++++

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+++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++ +En + una + +fría + +noche + + santafereña + + + + + de + +domingo, + + + +quince +++ + + +y + + +Monsalve +++++++ jóvenes Stella +—Stellita, + + + + la + cazafantasmas +++++++ + no ++ + +ninguno, + + + +pero + +los + conoce + + + a+todos—, +++++ que ha+visto +recorren ++++ + + y+calles + + +del+barrio + + +La+Candelaria, + + + + +donde +++ + + + +del + más + + allá ++ las+casas las+historias +++++++++++++++++++++++++++++++++++ tradición. +son + +parte + +de + su ++ +++++++++++++++++++++++++++ “Centro histórico + + + + + + + +La + Candelaria-Bogotá, + + + + + + + + narración + + + + oral + + y+recorrido + + + +sobre + + fantasmas, +++++ +presenta + + + +a:+Stella + + Monsalve + + + + Gaitán, + + + domingo + + + + 11 + de + +septiembre + + + + de ++ + +a + + +de + 2005 las+5:30 da+ + + + + + + + + + + + + + + + + + + +la+tarde. + + +Punto + + de ++ + + + + + + + partida, carrera 2. con calle 11, La Candelaria”. +++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++

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Con la experiencia que le han otorgado los años, Stellita es emisaria de los cuentos fantásticos de su querida Candelaria.

Cuando el campanario de la restaurada iglesia Nuestra Señora de La Candelaria avisa el segundo repique para la misa de seis de la tarde, una señora de un metro con 46 centímetros de estatura, tez morena, mirada profunda y larga cabellera blanca, se mueve de arriba abajo en la calle 11, mientras espera a sus invitados. Entre tanto, los jóvenes que cambiaron la desidia del domingo en la tarde por una caminata por el barrio colonial, marchan presurosos desde la estación de Transmilenio de Las Aguas hasta la dirección convenida, donde no esperan encontrarse con Gasparín ni con el fantasma de Canterville ni con el espíritu del papá de Hamlet, pero tampoco con Stellita, la guía de 86 años, de graciosa sonrisa y ánimo infantil.

Pasando por un corredor oscuro y largo, Oliva cuenta que todos los días rocía agua bendita sobre los pisos entablados para desviar las malas energías y ahuyentar a los fantasmas malos, aunque, según ella, la peor picardía de un fantasma es “salirse a un balcón a fumarse un chicote”. Al fondo de unas escaleras, en el patio de ropas, se oye raspar una olla. Elizabeth Ramírez, de unos cincuenta y tantos años, trata de calentar el arroz que le quedó del almuerzo. Saluda a Stellita, y cuando ella le pregunta por los fantasmas, se echa a reír. Dice con un gesto burlesco que cada habitante de la casa tiene su fantasma preferido. La cocina parece la de la nana del Conde Pátula. De techos altos, casi vacía por las pocas ollas y platos. Lo único que la calienta es el fogón en torno al cual charlan las dos ancianas, rodeadas por los jóvenes. Allí cuentan que en las noches se escucha un sonido de cadenas. Los baños parecen de colegio, con división para hombres y mujeres, en los que asustan bajando las cisternas y apagando la luz continuamente. “También se oye a veces el ruido de alguien que arrastra los pies, pero para nosotros no es terrorífico. Ya nos acostumbramos”.

UNA CASA ESPECTRAL Doña Oliva Guzmán abre la puerta de la casa donde trabaja como ama de llaves, en la esquina de la carrera segunda con calle 11, abajo de la Universidad de la Salle. El inquilinato de 22 habitaciones hace alarde de la arquitectura colonial, con un gigantesco patio principal y corredores por donde deambula el fantasma de Leonilde, que los inquilinos ven rondar por los pasillos. Pero se trata de un buen fantasma, por su sigilo y discreción.

La estructura modular de vidrio del techo deja ver el cielo oscurecido de esa tarde fantasmal.

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ENCUENTRO CON RUSSI

“Mucha gente no cree en los fantasmas, pero desde que vivo aquí estoy convencido de que existen; además, me he interesado por tratar de ser amigo de ellos. En medio de tanta soledad, por lo menos tengo a alguien que escuche mis gritos y yo los de ellos”, dice Carlos Alvarado, estudiante y residente del segundo piso.

Bordean la zona y caminan hasta llegar a la calle de La Toma de Agua. Son las 7:43 de la noche. Las calles están silenciosas y sólo se ven las sombras de los recicladores. Por las rendijas de las ventanas de madera se alcanzan a ver los rayos titilantes de los televisores. A medida que anochece y aparecen las primeras estrellas, el grupo vislumbra los hermosos jardines en los techos que tienen algunas casas del barrio. En ese momento, Stellita ve al fantasma.

Los integrantes del recorrido fantasmal salen de la casa algo aturdidos; convencidos de las palabras que repetía continuamente la señora Oliva con una parsimonia particular: “Los fantasmas escogen a las personas, ellos no se le presentan a todo el mundo”.

“¡Mírenlo, mírenlo!, ¡Ése es Russi!” Inmediatamente todos voltean a mirar a la anciana que va detrás. El espanto tiene la cara ensangrentada, va vestido con paño negro y sus ojos se salen de las órbitas. Dos de los muchachos deciden ir tras él, mientras los otros trece se quedan estupefactos mirando calle arriba a ver qué sucede con el tal Don Russi.

SIGUIENDO LA CALZADA

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El grupo toma la carrera segunda y se encuentra con la placa de Enrique Low Murtra, un externadista ilustre, profesor de la universidad de La Salle. “Fue asesinado en la puerta del claustro educativo por dos motociclistas hace ya un tiempo”, relata Stella. “Al parecer, el difunto no descansa en paz y todavía anda pendiente de los muchachos; dicen que algunas veces los visita en los salones de clase”, narra la señora mientras observa la reacción de los muchachos.

Después de una prolongada escena de espanto e interrogación, la octogenaria mujer exclama: “¡Ay!, yo no debí confiar en ese actor. De pronto se emborrachó y se le olvidó asustarnos”. Después de un lapso de gritos y casi llanto por la aparición, no hay comentarios, sino simplemente grandes carcajadas al unísono. Mucho después dice uno de los jóvenes, “Stellita nos metió gato por liebre… fantasma por actor”.

Dan quince pasos hacia el sur y se topan con la casa de José Raimundo Russi: un personaje distinguido en la sociedad de mitad del siglo XIX. Abogado boyacense de origen italiano que defendía en los estrados a los ladrones. La veterana guía se para al frente del portón café y cuenta: “Era alto de cuerpo pero pobre de bolsillo, se vestía de paño, pero se le notaba lo resentido… lo fusilaron por un supuesto asesinato que no cometió; porque se las dio de socialista y porque se creía Robin Hood y decía que estaba bien robar a los ricos para dar de comer a los pobres. Pero esta es la hora y todavía no se ha muerto”.

+ + + + + + +La+animosidad + + + + +de+ los + +muchachos + + + + ya + +no+está +++ + + + + + + +orientada + + + +a+la+guía, + +sino + +a+un+ ruidoso ++++ + +de+ carro + + + + + + +balines + + +conducido + + + + por + +una + +señora + + +robusta + + + que ++ ++++++++++++++++++++++++++ fuerte + + + + + + +transporta + + + + a+su + hijo. + + El ++ + + soplo + + +del+ viento +++ de esta noche septembrina empieza + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +a tragarse ++++ de+Stella. + + + + + + +la+voz ++ +++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++

En las noches se oyen unos pies que suben y bajan las escaleras que son recorridas en el día por los habitantes de la casa.

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EL FANTASMA DE LA CASACA VERDE Para mitigar el hambre, los muchachos compran tres paquetes de panes en la única tienda abierta a esa hora. En ese instante llegan los dos cazafantasmas frustrados porque Russi se les ha esfumado. Todos bajan por la calle décima hasta llegar a la Fundación Gilberto Alzate Avendaño. Stellita se sube a una grada para hablar con el portero. Le pregunta si les permite la entrada. El señor de uniforme azul hace uso de su poder y, entre una y otra frase, duda en dejar entrar a la visitante más obstinada y a sus acompañantes a la biblioteca de la Fundación. Ella le aclara que sólo van a mirar si hay fantasmas. Una vez adentro, cuenta la historia del fantasma de la casaca verde y la peluca empolvada, que solía aparecer en el segundo piso de la Fundación, y que vio por primera vez José Cuervo, el papá de Rufino, el famoso filólogo. Golpeaba tres veces en una de las paredes de la casa y después desaparecía. Pasados los años, cuando se restauró la casa, corrió el rumor de que en el mismo lugar donde el fantasma daba golpes había un hueco en la pared. Allí se escondía un tesoro del que alguno de los habitantes de la casa se había adueñado. Al salir de la Alzate Avendaño, Stellita se para en la puerta y dice con malicia: “Yo quiero a toda La Candelaria, pero esta es la casa que más quiero, no les cuento por qué, porque no puedo”.

FANTASMAS MADE IN LA CANDELARIA En el Teatro Colón, Stellita evoca a otros personajes favoritos. Al hablar de la mula herrada, Stella menciona que después de que murió Álvaro Sánchez, un adicto al juego, su mula seguía el mismo recorrido que él hacía con ella cada vez que iba a jugar cartas al barrio Las Nieves, desde la carrera segunda con calle novena, interrumpiendo el sueño de los habitantes del sector. Claro que también hay otras versiones en las que se afirma que la

“También se oye a veces el ruido de alguien que arrastra los pies, pero para nosotros no es terrorífico. Ya nos acostumbramos”.

mula herrada era el cadáver de una mujer que tenía las manos y los pies clavados, y que en el momento de su hallazgo se oía el galope de una mula por las calles de La Candelaria. Stellita sigue detallando con pasión que por la carrera tercera con 19, al lado de Las Aguas, habitaba una mujer bellísima que era admirada por su cara y su larga caballera, pero un día, en un acto de vanidad, dijo delante de sus amigos que su pelo era mucho más hermoso que el de la virgen de Las Aguas. Y fue así como recibió un castigo divino, pues, según cuenta la guía, “ella fue la reencarnación de la medusa colombiana con su cabello convertido en serpientes”. En medio de la narración aparece como de la nada un señor vestido con un saco de paño café y pantalón azul oscuro pidiendo dinero con una mano completamente inflamada, mientras da vueltas por el círculo de caminantes. El pedigüeño encuentra la narración tan interesante que decide quedarse. Stellita promete su última intervención y narra la leyenda del virrey Solís con cierta nostalgia: “El virrey Solís era muy querido durante su mandato, pero era un picaflor con las muchachas; la gente siempre le criticó que viviera de fiesta en fiesta, hasta que en una alucinación presenció su propia muerte y le dio por volverse franciscano, abandonado a Marichuela, la mujer que más quería”. Así termina el recorrido, cerca de las nueve de la noche, con la guía más conocedora y apasionada por los espectros, Stellita, una historiadora graduada de la Universidad Nacional, quien confiesa que como no quiere abandonar nunca su barrio, ella misma algún día será uno de sus fantasmas.

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Los obreros se ocupan del parcheo de las calles.

MANOS A LA

NOCHE 38

Fotos Martha Torres

Mientras la ciudad duerme, muchos pasan la noche de largo dedicados a ganarse la vida en oficios formales e informales, eso sí, sin tanto sudar la gota debido a las frías temperaturas. Martha Torres captó varias escenas de estos trabajadores bajo las luces citadinas y bajo la oscuridad apenas interrumpida por sus chalecos reflectores.

Y los mariachis de la avenida Caracas esperan al cliente que les salvará la noche.


Las j贸venes vendedoras de la calle 19 con cuarta atienden a los taxistas.

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Los aseadores se encargan de dejar sin m谩cula las estaciones de Transmilenio.


Vampiros

Por Julián Isaza Fotos de Andrés de la Cuadra

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URBANOS

entrevista con dos vampiros Los vampiros renacen en la oscuridad de la noche bogotana, pero los que aquí presentamos son jóvenes que no se levantan rígidos de un féretro, sino de un mullido sofá; que no se despiden de un encorvado esclavo, sino de corriente parentela; que sienten una admiración casi religiosa por la figura del no muerto y saludan ante los glóbulos rojos circulantes de los demás mortales.


Andrés, de 24 años es un vampiro de “energía”, a quien después de esperar por más de una hora (los vampiros también son incumplidos) en el Centro Comercial Vía Libre (calle 19 con carrera sexta), aparece con su extraña humanidad: muy flaco y tan blanco que se le alcanzan a notar algunas venas en la frente. Me llama por mi nombre. Efectivamente, es Andrés.

Andrés es vampiro desde hace tres años, pero él no succiona la sangre de sus víctimas sino la energía. Desde que era niño dice haber estado en contacto con espíritus, que muchas veces buscaban a su madre, porque ella era bruja (?). Ahora él dice que conoce a estos visitantes y no les teme, más bien los ve como sus aliados, como parte de ese “mundo que se mueve y que sólo uno lo puede ver”.

Él es como los demás que se ven en el Centro. Un metalero como los otros que caminan por La Candelaria, con sus ropas oscuras, pelo largo, camisetas de calaveras o demonios y botas militares con punta de acero, esas que dejan claro que no sólo sirven para caminar, sino también para hacer escupir un par de dientes. Al mismo tiempo es diferente en medio de su uniformidad; pues su oficio es robar energía, acumularla y conseguir poder (cualquiera no hace eso). Su actitud es ruda, incluso despectiva, pues su condición se lo exige, de lo contrario se arruinaría el “estilete”.

Según él, en las noches tiene la capacidad de desdoblarse para llegar hasta sus dormidas e indefensas fuente de alimento, que invade como un espectro en sueños; es una especie de “Íncubus”, la versión masculina del “Súcubus”, que drena la fuerza y vida de sus víctimas mientras dormitan, algunas veces a través del sexo que mantiene de forma onírica, siendo percibido como una pesadilla o una presencia espectral. Él puede causar eso que los científicos llaman desórdenes del sueño REM, pero que él explica así: “¿Nunca ha sentido que cuando está dormido sabe que esta soñando y no puede moverse, que algo lo aprisiona desde arriba? Pues esa es una de las habilidades de los Íncubus”.

Entramos a un bar de metal en la zona, me percato de la inexpresividad de sus ojos claros como de conejo y de sus dientes caninos un poco más afilados de lo normal (aunque estoy completamente seguro de que esos detalles son acentuados por la autosugestión). Pedimos dos cervezas, pero él hubiera preferido vino, y nos acomodamos en una mesa alejada de la ventana, por lo que le pregunté —haciendo gala de toda mi ingenuidad—, si se debía al sol y él respondió con una sonrisa incómodamente compasiva: “No, es por el ruido y el frío… Es que tengo gripa”. Por un momento me sentí en la película Entrevista con el vampiro, pero él no era precisamente Brad Pitt, ni yo Christian Slater. El ambiente oscuro del bar y su música pesada ayudaban a la sensación de estar en un territorio ajeno y, al mismo tiempo, intimidante. Las cabezas de los presentes se mecían al ritmo de las estridencias; Andrés era un bicho en su caverna, sabía todas las canciones y las seguía con el movimiento de sus labios sin emitir sonido.

Sin embargo, también puede aplicar sus habilidades vampíricas de día, concentrándose en su víctima, que presenta un cuadro sintomático de depresión y cansancio. No obstante, son las actividades nocturnas las más importantes, pues en este período también mantiene enfrentamientos con sus iguales, que siempre están al acecho para robarle lo que ha conseguido en sus incorpóreas correrías. “La noche es un rito. Se presta porque hay mucha actividad, y los espectros —tanto de vivos como de muertos— se mueven y uno tiene libertad, incluso se puede conseguir compañeros”, explica. Toma dos sorbos de cerveza, me mira y dice que la energía se le convirtió en un vicio porque lo hace sentir “grande y poderoso”, que incluso la roba sin percatarse, hasta el punto de que en ese mismo momento puede estar hurtando la mía. Yo no siento nada, no estoy más cansado ni más cómodo, pero sí quizás más ebrio.

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Habla sin parar y parece agradarle mi atención que, sin que él lo note, se fija en ese diente triangular que se descubre en las escasas ocasiones en que sonríe; sobre todo, cuando asegura que su próximo reto será quitarle tanta energía a alguien hasta dejarlo sin emotividad, tal vez para llevarlo al suicidio. La mirada le cambia y parece satisfecho al decirlo, es como si disfrutara pensar en que asustó a su auditorio. Andrés fue iniciado en el vampirismo de energía en un ritual tan bizarro como él. Dos amigos experimentados en estas prácticas lo iniciaron por medio de un “bautizo” ante el lado oscuro; exactamente ante cuatro demonios cuya función es guiar al converso.

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Todo ocurrió en un lugar alejado y privado que sólo ellos conocen; allí sus colegas invocaron a los demonios, mientras Andrés les rezaba. Con sangre de él y de gato en una vasija como ofrenda, dieron inicio a la ceremonia que se aderezó con algunas copas de vino y pases de “perico”. Él, arrodillado, sintió que las cuatro invisibles presencias se ponían al frente, atrás y a los dos lados, para empezar a presionarlo hasta el punto de ahogo. Se aterró como nunca, pero mantuvo su posición, oró y finalmente les hizo una petición (obligatoria), que no ha confesado nunca. Desde entonces, las cosas cambiaron. Con sus ojos de vampiro recién nacido lo observó todo y descubrió un mundo fantasmagórico, lleno de guerras espirituales, brujas y brujos, cacerías nocturnas y poderes sobrenaturales. Un plano ligado a las artes negras a las que ahora pertenece. La música suena más fuerte y el bar está lleno, decenas de sujetos agitan sus melenas al ritmo de la música y el televisor reproduce un video de Ozzy Osburne. Andrés está como abstraído mirando al tipo de al lado, que, según él, también es vampiro. Dice que entre ellos se reconocen como si se tratara de la serie Highlander, en la que sus protagonistas sentían la presencia de aquellos que tuvieran sus mismos poderes.

Pasadas las diez de la noche, un poco mareado por las siete cervezas que bebió, dice que es tarde y que debe irse, pues mañana tiene que madrugar a una entrevista de trabajo. ¿Trabajo? ¿Los vampiros también trabajan? ¿No que estaban más allá de lo mortal? Parece que, como todos los demás, deben tener algo más que plasma en la nevera. Sangre es el objetivo de miles de jóvenes del mundo, que creen en los vampiros (y se creen vampiros). Dissaor es su inspiración, el autor de su evangelio de más de 9.000 años de antigüedad —según aseguran—, en el que se expone la crueldad de Dios con las criaturas de la oscuridad. Caín es el primero de la especie, el símbolo de la rebeldía ante Dios, más hijo de Lilith (la primera mujer, convertida en un Súcubus por no aceptar las imposiciones de Adán, y madre de los demonios) que de Eva. Los nombres saltan por doquier, así como la historia que se remite mucho más allá del popular Drácula, de Bram Stoker, y que se resume con arbitrariedad en este párrafo, que posee un reduccionismo suficiente para que algunos quirópteros humanos tiemblen de la irritación. Sin dientes retráctiles, caminan por ahí con la misma anatomía y estética que a estas alturas ya parece un lugar común: flacos, blancos y de negro. Como Juana, una “vampiresa” que lo primero que pidió fue una colaboración de plasma de este servidor, que por supuesto fue negada y canjeada por un par de tragos.

JUANA, LA TOMADORA DE PLASMA Esa tarde la esperé sin nerviosismo, sensación que se desvaneció al verla en el centro comercial Terraza Pasteur, lugar famoso por la prostitución gay, pero no por ser el hábitat de los no muertos. Caminó hacia mí identificándome por la grabadora que tenía en la mano, como lo convinimos por teléfono. Seguía haciendo honor al clisé estético de su tribu, con su falda larga hasta los tobillos con la que parecía flotar, dedos con uñas negras, anillos del


tamaño de morrocotas y su maquillaje oscuro de muerta. Pero era diferente, sus ojos transmitían, parecían de lobo al acecho, su cara era fina pero agresiva, fea y al mismo tiempo sexy. Una verdadera vampiresa de celuloide. Con su voz finita me dijo que conocía un sitio dentro del centro comercial. Jugaba una vez más ese escenario oscuro, de aire espeso, olor a cigarrillo y cerveza, y pesadeces sonoras. Sentada, miraba con sus ojos de depredadora y bebía con esos labios delgados y púrpura, que imaginaba manchados de rojo. En ella confluían todas las imágenes que propone el cine y, lo más importante, tomaba sangre, y eso la hacia más real y al mismo tiempo más ficticia que Andrés y su vampirismo de “energía”. Empezó a contarme su historia, desde que se involucró con la brujería por medio de sus amigas, y sus aficiones musicales. La silla de madera parecía endurecerse cada vez más y ella recordaba maleficios terribles aprendidos en esa especie de preparación que la llevaría más temprano que tarde a conocer a otro metalero, en este caso un “blackiento”, es decir, un seguidor del black metal: la variación más oscura de este género y ligada a las prácticas satánicas.

sujetos que a esa hora ya parecían sombras, algunos con base blanca en sus rostros para acentuar su palidez y todos en estado de éxtasis y borrachera. Hablaban de Dissaor, de las sectas de vampiros “reales” y de las crueles, violentas y cortas vidas de los “vástagos”, que son los vampiros recién convertidos. Contaban historias y nombres como letanías, igual que Andrés y los millares de vampiros que usan Internet como un medio de ultratumba, en poblados foros que les sirven para intercambiar conocimientos y hasta conseguir pareja. Bebieron la sangre de sus camaradas combinada con el vino y el sonido de las guitarras eléctricas; sin embargo, no fue como se podría pensar, pues todos toleraban el nivel de violencia (si cabe el término). Más que una carnicería, fue un rito y una fiesta, una comunión y una bienvenida que se cerró cuando él cortó el brazo de ella con un bisturí para papel y después le devolvió el favor. En ese momento ella se convirtió en miembro oficial de ese oscuro club en el que los demonios no son huéspedes extraños.

Los dos también se sentían atraídos hacia la música “gótica”, que es la característica de los vampiros en todo el mundo, incluso en la ecuatorial Bogotá. Sin embargo, él ya estaba involucrado desde hacía tiempo y fue quien inició a Juana, en medio de una rumba en una casa vieja de La Candelaria. Allí bebieron vino de caja, que pasaban de mano en mano y de boca en boca, fumaron “porro” y algunos desaparecieron en las habitaciones, en sospechosas parejitas o en sorprendentes tríos. Era… “¿Cómo se dice? ¿Una noche de copas, una noche loca?”, evoca ella, con cierto aire kitsch.

Ese recuerdo no tenía más de seis meses. Luego, estas prácticas se volvieron habituales, así como la sed de plasma se hizo recurrente, pues “cuando uno toma la sangre de alguien es como poseer una parte de su espíritu, por eso es que uno la busca, para ganar fuerza, porque la sangre es algo así como la esencia de la vida”. No obstante, la necesidad se evidenciaba desde otros ángulos, pues no sólo le hacía falta beberla, sino verla, por eso desarrolló un gusto por el gore, que no es más que la estética de lo crudo y descarnado, de la imagen vomitiva de muertes violentas, en las que se destacan los primeros planos a los órganos destrozados y cuerpos desgarrados en accidentes. Como ella dice: “Es ese morbo al que muy pocos se resisten, pero que todos niegan”.

La “noche loca” no había terminado, faltaba el plato fuerte. Cuando Juana llegó a este punto era literal, pues en realidad existía un “plato fuerte”: hígado semicrudo. Servido sobre una bandeja, cada cual cortó un pedacito que se comió, eran más de una docena de

Aunque ella es consciente de su “terrenalidad”, también cree que existen sectas vampíricas reales, con integrantes iguales a los de las fantasías victorianas, con inmortalidad y poderes, que se dividen en 16: Camarilla, Ventruz, Toreador, Brujah, Nosferatu, Sabbat,

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Lasombra, Tzimisce, Gaitiff, Assamitas, Gangrel, Malkavians, Ravinos, Setitas, Tremere y Manonegra. Cada una en guerras y alianzas con las otras. Dicen que las maneras de ser convertido en vampiro van más allá del simple mordisco, pues también se puede lograr la transformación al beber la sangre de uno de ellos, si se es el séptimo hijo, un mago o una bruja, o por no recibir un entierro apropiado. Sin embargo, para Juana esto no pasa de ser superstición (?), pues ella cree que debe ser convertida en un “vástago” por alguna especie de Drácula perteneciente a las sectas antes nombradas, y los busca moviéndose en su mismo mundo.

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Un mundo que se camufla en la ciudad, en lo subterráneo, que comparte el espacio con otros cientos de pequeños universos generalmente armados por grupos jóvenes y sus músicas underground. Por eso es importante su esencia gótica, pues ante todo y antes de todo, ella es gótica. Pertenece a un género musical que se basa en la vida y la muerte, en la tristeza y las tinieblas, que se niega a ver pajarillos multicolores, arcoiris psicodélicos o a los ositos cariñositos jugando con el pequeño pony. “Lo gótico es una forma de pensar, un estilo de vida, que asume el bien y el mal como dos fuerzas presentes en la vida, en la que el uno y el otro son necesarios para mantener el equilibrio”, explica. Juana es la hija darkie de esa primera oveja Dolly clonadora, que llaman goth (gótico en inglés), que de un solo pujo parió miles de chicos que quedaron hechizados por Nosferatu y sus secuaces, “con la música gótica empezó mi gusto por los vampiros, porque está muy ligada a ellos, y muchos de los que la escuchan son también vampiros”, añade. Su vida se desenvuelve en esos escenarios lúgubres, entre músicas que tienen ritmo de balacera y bares de Nutabes, que con su aspecto de cueva reciben a cuanto melenudo afecto a jugar con guitarras imaginarias mientras ven el video de alguna banda enemiga de MTV. La rumba de ella es distinta, pero nadie

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+ + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + “La+ noche + + + es + un + rito. + +Se+presta + + porque + + + hay+ mucha actividad, + + + + + + + y+los+espectros + + + + + + + + + como + + de + muertos— + + + + se + —tanto de + vivos + + + + + + + + + + + + + + mueven y uno tiene libertad, incluso se + + + + + + + + + + + + + + puede + + +conseguir + + + compañeros”. + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +

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negaría que ella es diferente, que entre ella y la mayoría existe la misma distancia que entre gringos y frijoleros. Pero la brecha se amplía aún más con sus gustos poco ortodoxos por la muerte, por los cementerios adonde va porque “se siente bien” o por sus planes que incluyen cortadas y fiestas orgiásticas en esa casa de La Candelaria, que se convirtió en su refugio. Ella lleva una doble vida, pues de día es estudiante de derecho y hace su judicatura en algún juzgado, cumple un horario y tiene jefe. Pero de noche, como si se tratara de Superman, cambia su vestimenta y se transforma en vampiresa, toma sangre, por más riesgos de hepatitis y VIH que existan, pues parece aplicar al extremo aquello de “mugre que no mata, engorda”. Juana no es de aquí ni de allá. Está convencida de la existencia de personajes y hechos, que a los ojos (y oídos) comunes no dejan de ser fantasías que por más interesantes y seductoras que resulten, siguen siendo precisamente eso: fantasías.

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Carne de ANDRÉS a la Pasarela Por Marcela Riomalo Clavijo

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crónica de una noche lujuriosa

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Ya de madrugada, la selecta jauría de los aún enfiestados comensales se dispone a abandonar la escena. Un yuppie abraza a la mujer que se levantó, una actriz despide a sus ilustres conocidos, un quinceañero borracho se aferra al cuello de corpulento bouncer (guardia), un extranjero intenta dar sus últimos pasos de salsa y un traqueto paga en efectivo las ocho botellas de Buchanan’s que ordenó. A la salida, el puesto de venta del caldo “reavivamuertos” empieza a congestionarse. Durante las últimas siete horas, la variopinta clientela ha sido acogida, sin ningún distingo de casta, por las pistas de baile de Andrés Carne de Res. Desde las ocho y media de la noche han empezado a desfilar por los corredores los dos mil comensales que todos los sábados viajan desde Bogotá hasta Chía para hacerse protagonistas de la rumba que durante más de quince años ha estado entre las más cotizadas entre la élite de la ciudad.

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Pasando la máquina registradora que se encuentra a la entrada, unas jóvenes delgadas, carilindas y sonrientes conducen, uno a uno, a los diversos grupos que van haciendo su aparición en el recinto. Cinco extranjeros, tres hombres y dos mujeres, acaban de ingresar. Muy seguramente han venido porque les han dicho que cualquier turista que visite Colombia “debe ir a Andrés Carne de Res”. Una vez en el lugar, no tardan mucho en descubrir por qué les han hecho esa sugerencia. No podría describirse con precisión la cara de asombro que súbitamente se ha producido en los cinco rostros al toparse con los cientos de imágenes religiosas (y sus respectivas veladoras), con las tapas de botellas de cerveza y gaseosa, con las piezas de chatarrería y demás colgandejos de hierro y lata con que están forradas las paredes que dan estructura al lugar. La acomodadora los lleva hasta el Patio, zona donde, por lo general, ubican a los extranjeros y a los yuppies. Andrés no sólo está dividido en cinco comedores distintos —que

corresponden a las múltiples ampliaciones del restaurante desde sus inicios—, sino que, a su vez, los comensales son acomodados en ellos de acuerdo con su perfil. Materile, Éxtasis, Placer, Delirio, Perfume, Querubín y Freud son los nombres de algunas de las mesas del restaurante, grabados en las lámparas de corazón que cuelgan sobre cada una de ellas; cuando están iluminadas, el ambiente adquiere un cierto matiz rojizo, similar al de un antiguo cabaret parisino. Mientras llega la hora de la rumba, los asistentes que han tenido la suerte de conseguir mesa —pues después de las nueve de la noche, encontrar una mesa libre es casi una odisea—, se deleitan tomándose los primeros tragos de la noche y echándole un vistazo a la extensa carta, la cual se encuentra enrollada en una especie de carrete metálico en el que hay que girar —no por poco tiempo— una perilla para ver la totalidad del menú. Se pueden leer frases como “Derivados del fuego —del bicho que se mata o del bicho que se ordeña—: lomo de res, churrasco, punta de anca, etc”, “De los inventos de la mujer en la cocina: puchero, ajiaco, otros”. Todos suenan apetitosos y en verdad lo son —no en vano, la cocina de Carne de Res está catalogada entre las mejores del país—, pero hay que considerarse afortunado si los platos llegan a la mesa una hora después de haber hecho el pedido, y resignarse si es que acaso se le


ocurre poner una queja, pues el lema de “Servicio demorado, ambiente muy distinguido”, visible en una de las paredes del restaurante, derrumba cualquier reclamo. Con locuciones de ese tipo y con objetos que oscilan entre lo popular y lo kitsch, está decorado Carne de Res. Es posible que en el recorrido de su mesa al baño, un comensal encuentre a su paso antiguas máquinas registradoras, muñecas de trapo, sombrillas, ganchos de colgar la ropa y un molino para

Pues bien, aunque Andrés Jaramillo —el paisa creador y dueño del restaurante— no va a misa los domingos, asegura que las imágenes tienen una estrecha relación con esa cierta fe suya en algo que es mágico y que funciona, como el Sagrado Corazón que ubicó a la entrada del restaurante hace muchos años y siempre ha tenido una vela encendida. *** Son las diez y el DJ acaba de poner a Carlos Vives con Contestación a la brasilera. La canción, que contrasta ligeramente con el tono de las anteriores (de Buena Vista Social Club, Pablo Milanés, Silvio Rodríguez…), de inmediato activa los grados de alcohol ingeridos por los comensales, y la adrenalina empieza a aumentar. Entonces, las primeras parejas saltan a la pista y la fiesta comienza a animarse. Afuera, la taquilla, que hacía unas horas había atendido a los adultos de diversa procedencia que ya se encuentran adentro, ahora es asediada por un tumulto de jóvenes entre los 18 y los 25 años que, ansiosos, aguardan su turno en la interminable fila que se ha formado frente a la puerta de entrada.

hacer arepas. O bien puede toparse con decenas de banderas de Colombia, pancartas de “Se compra tierra”, avisos publicitarios de los años cincuenta, un par de piernas con liguero descolgándose del techo y hasta una jaula con un gallo vivo dentro. Y si el visitante es muy católico y esto se le antoja pagano, no hay problema: en Andrés también encuentra decenas de altares a la Virgen, estampitas con imágenes de santos, uno que otro cirio y estatuillas del Divino Niño. ¿Por qué hay una presencia religiosa tan marcada en un lugar que por lo general se asocia a la rumba, al exceso y al desenfreno?

Quince mil pesos (5.000 consumibles), es el valor de ingreso a Carne de Res. Una boleta alargada, diseñada en papel rojo y con una calcomanía en forma de corazón es el pasaje al microcosmos de Andrés. Un gigantesco guardia uniformado con traje gris y cachucha recibe las boletas mientras un compañero requisa a los hombres, y una colega, a las mujeres y sus carteras. Los culicagados —como ha sido denominado dicho grupo de universitarios por el elenco de meseros (aunque ellos, por regla, se encuentran entre las mismas edades)— no requieren un acomodador que les indique el camino. Saben de memoria el recorrido y se dirigen hacia el lado derecho del comedor Jardín, el cual corresponde a la parte descubierta de Andrés, que se extiende a lo largo de la fachada.

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Para ese momento, Carne de Res, a pesar de su amplitud, ya se encuentra casi a reventar. Entonces, llevar las chaquetas y las carteras a algún guardarropas resulta algo parecido a una travesía, no sólo porque muchos tienen que atravesar el restaurante de esquina a esquina para lograrlo, sino porque en el recorrido hay que superar toda clase de obstáculos; casi los mismos que, durante toda la noche, tienen que esquivar los fornidos meseros que van de un lado a otro llevando con ambas manos en alto las palanganas de carne y sorteando a los innumerables borrachos sin rumbo, a los quinceañeros “traviesos” que se lanzan a hacerles cosquillas en el sobaco, al galán que está en el apogeo de su conquista y a la parejita que está concentrada en el baile. ***

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Bajando del segundo piso —lugar donde se encuentra uno de los guardarropas—, en el comedor Bar, al es posible ver una mesa larga de la que se han apoderado cuatro traquetos, fácilmente identificables, acompañados por las respectivas “modelos prepago”,

“¡Reinita, tráigame otra de èstas!”, dice uno de ellos a la mesera mostrando una botella de Buchanan’s 18, luego de haberla llamado con un chiflido. ¡Reinita!, como si no se hubiera dado cuenta de que todos los jóvenes que atienden llevan un delantal de cuero con su nombre escrito en letras enormes. La mesera, que aún no se acostumbra a este tipo de clientes, respira profundo y da media vuelta. Minutos más tarde, un compañero regresa a la mesa con el servicio. Cuando ya se dispone a ++ + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +marcharse, + + + + +la+voz + +ronca + + +de+uno + + de + +los+ comen++++++++++++++++++++++++++++++ sales lo detiene: “Mono, venga, atiéndame”, +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ + + + + + + + +dice + +confiado + + + +el+ hombre. + + + + “Sí, + +señor, + + + con + +gusto, +++++++++++++++++++++++++++++ + + + + + + + +¿qué + +se + le ++ + + + +pregunta + + + + paciente + + + + el ++ ++++++++++++++++++++++++++++ ofrece?”, mese+ + + + + + + +ro.+ “Sírvanos + + + + +una + +rondita, + + + +¿sí?”, + + +a + + +el+jo+++++++++++++++++++++++++++ lo +que +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ + + + + + + + +ven + +contesta: + + + + “Qué + + +pena + +con + +usted, + + +señor, + + +pero ++++++++++++++++++++++++++++ es que en Andrés no se acostumbra a + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +servirles ++++++++++++++++++++++++++++++ a los hombre, apenado, + + + + + + + +el+trago +++ + +clientes”. + + + + El ++ ++++ +++++++++++++++++++++++++++++++ + + + + + + + +replica + + +“Ay, + + mono, ++++ + + + + + + + +++++++++++++++++++++++++++++++ no sabía, disculpe”. +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

crónica de una

noche lujuriosa


La mayoría de los mafiosos que se ven en Andrés están ahí por primera vez porque les han dicho que ésa es la rumba de la gente de plata.. La posibilidad de que no los dejen entrar —como ocurriría en muchas discotecas “bien” de Bogotá— es mínima, pues en Andrés no se hace filtro. Aunque Jaramillo asegure que al restaurante viene desde el más famoso e intelectual hasta la familia que ahorró un mes para conocer el lugar, el público de Andrés está conformado en su mayoría por gente de diversas edades, pero toda de clase alta; así se ha venido perfilando desde hace 22 años y son escasos los asistentes que no concuerdan con dicho target. Pero los hay. A los clientes que no clasifican para las mejores mesas, los acomodan en el Bar o en el lado izquierdo del Jardín, espacios fuera del foco de atención. Sin embargo, no faltan los que ofrecen propinita a un mesero para que les consiga un mejor lugar. ***

plataforma o tacón puntilla, un esqueletico sencillo y ajustado y pelo largo. Los hombres, en su mayoría, traen puestos unos jeans (también Diesel) o un pantalón de dril, una camisa vestidora, pero que ellos llevan con un toque casual y un cinturón del mismo color de los zapatos tipo mocasín. De las pintas no queda ni el rastro después de unas cuantas horas, cuando las muchas botellas hayan hecho sus estragos, y los bouncers de Andrés tengan que acudir a detener la pelea que se ha formado, a reanimar a la pobre que se ha quedado dormida en el piso del baño con la cabeza metida dentro de la taza y a sacar en hombros al quinceañero desplomado en medio de la pista. Alguna vez Jaramillo se cansó de los jóvenes y prohibió la entrada para menores de 24 años. El resultado fue que se perdió toda la clientela porque los de 25 venían a buscar a las niñas de 18, y si ellas ya no estaban, no valía la pena venir hasta acá. Por esa razón, Andrés tuvo que reevaluar la norma y he aquí que hoy se ven no sólo las de 18, sino los de 15 en adelante merodeando por el lugar. Y aunque nadie se explica cómo es que Carne de Res parece no tener ningún problema legal por ese asunto, lo cierto es que la muerte de un joven de 17 años que salía del restaurante —ebrio y luego de haberle buscado pelea a otro— volvió a plantear el eterno interrogante: ¿por qué Andrés sigue siendo uno de los pocos lugares del norte de Bogotá —por no decir el único— donde los menores de edad pueden rumbear y tomar sin restricciones?

Son las once y media de la noche. El DJ ha puesto a sonar Carmelina, una de las canciones de moda, y de repente la pista principal está invadida por ríos de jóvenes que buscan abrirse campo entre el gentío. Se han formado varios círculos donde hombres y mujeres bailan y cantan con voz ferviente, mientras alguno de los integrantes del grupo reparte guaro en las copitas que los demás mantienen extendidas con ansia. Cuando se termina la canción, regresan a sus mesas en Jardín, o, como dijo alguna vez un detractor de Carne de Res, a la zona de “Andrés Teens” o de “la clientela del fuEn fin… aquí viene una quinceañera que lleva turo”, por aquello de que ahí se reúnen última + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + la ++ + + +media + + + hora + + +recorriendo + + + + + +el+restaurante +++++++++++++ con frecuencia la+ + + +como vis+++ + + + + +muchos + + + +de + +los+ hijos + + +de ++ + + +si+buscara + + + +a+alguien, + + + + pero + + +que, + + por + + lo ++ +++++++++ oligarquía + + + + + +nacional. + + + + + + + + + + + + + + + + + +to, + +se+pasea + + +sólo +++ ++ ++ + + +vida +++ ++++++++++ con el+fin de+hacer social + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +para + + que +++ +++ + + + +de ++ + +ella + +va+a+ + + + + + + + + + + todos se+enteren que + + + +falta +++ + +gran + + +conocedor + + + + + + + + + +rumbear + + + +a+Andrés + + + +—porque + + + + +estar + + +en+Carne + + + de ++++++++++ No+hace ser+ un + ++++ + +darse + + +cuenta + + + +de+ que ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ de+la+ moda para un+sábado + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + Res +++ + + + +es+superplay, + + + + + +según + + +cuentan—. ++++++++++++++ ésta, aunque selecta, no es muy ++ + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + variada la +gente *** + + + + entre ++++ + + +joven + + +de + +An++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++ drés. + + +No + +podría + + + +decirse + + + +que + +todas ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ + +niñas ++++ + + +idénticas, + + + + +pero + + + + + + + + Son + + +cerca + + +de+ las + +doce + + +y+Andrés + + + +Jaramillo + + + + +se +++++++++++ las lucen + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + sin lugar a dudas hay un modelo ha apropiado del micrófono. La música se + + + + + + + + + + + +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ que predomina entre ellas: la+ + + + + + + + + + + +++ ++++++ +++ + + +jeans + + + + + + +detiene. + + + +Los + + comensales, + + + + + + +que + +ya + +conocen +++++ Diesel, descaderados, zapatos de que + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +costumbre + + + + + +del + +dueño + + +—y +++ + +en+ repetidas +++++++++++++++ +++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

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++++++++++++++++ ++++++++++++++++ ++++++++++++++++ ++++++++++++++++ ocasiones le han oído decir cosas como “¡Oye, tú, mi amor, estás muy linda, pero no te imaginas lo fea que te ves comiendo chicle!” o “¡Cómo me molesta ver a las niñas con esos pantalones!… ¡Arriba las minifaldas, abajo los descaderados!”— se disponen a escuchar el apunte de la noche. Unos, los que detestan a Andrés —porque él es un hombre de amores y odios—, hacen caras y comentarios, consumiéndose por dentro. Otros, en cambio, le festejan lo que dice y esperan con ansia el próximo comentario. “Bueno, hay una niña aquí muy linda que además está bailando divino, así que ¡se gana una botella de lo que me pida!”. Celebración y aplausos. Claro que éste no es tan emocionante como el apunte de hace unos días, cuando Jaramillo anunció: “¡Hoy nos acompaña Cabas!” y empezó a sonar La caderona, al tiempo que el cantante se disponía a bailar.

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Porque si algo es bien sabido es que Andrés es uno de los sitios predilectos de la farándula colombiana. Así como en su momento fue el sitio de encuentro para empresarios y políticos —incluidos embajadores, ministros, gobernadores y senadores—, hoy lo es para actores, modelos, periodistas, cantantes, productores y otros miembros del jet-set. Por eso, no resulta extraño que uno de los objetos decorativos sea un lienzo con una ampliación de la firma —tomada de un voucher— de Fernando Botero, que Hernán

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+++++++++ +++++++++ +++++++++ +++++++++ +++++++++ Zahar se encuentre tomando whisky en una + + + + + + + + + de las mesas de Fritos —comedor de la entra- + + + + + + + + + + da donde se puede ver la más amplia gama de + + + + + + + + + +++++++++ la farándula—, que Jaime Sánchez Cristo esté + + + + + + + + + + conversando con sus contertulios en algún +++++++++ lugar de Postres —ubicado en el centro del + + + + + + + + + restaurante, donde, por lo general, se acomo- + + + + + + + + + + dan los amigos de Jaramillo— o que el can- + + + + + + + + + +++++++++ tante juvenil de moda, Fonseca, esté tomando + + + + + + + + + + guaro con sus amigos en Jardín. +++++++++ +++++++++ ++ + + + + + + + + ***

Andrés tiene fama de ser medio neurótico y psicorrígido. Si no, que lo digan varios de los 130 meseros que tiene bajo su mando. Se conoce el restaurante como la palma de su mano, sabe cuándo puso cada pedazo de lata y cuál es su historia. Según cuenta Carlos, un mesero, jefe de comedor, Jaramillo no permite ni siquiera que haya un bombillo de las lámparas de las mesas fundido. Aunque reconoce que es un tanto malgeniado, cuando se le critica su temperamento, Andrés asegura que a él le toca ser así de exigente para poder formar a la juventud que trabaja con él en un ambiente que no es un convento, sino una discoteca con 2.000 personas, donde hay trago y rumba.

Cuando Carne de Res empezó en 1982, era una pequeña tienda exóticamente decorada, pero apenas con una parrilla y seis mesas, atendida personalmente por Jaramillo y su esposa, Stella. Lo difícil de imaginar es que el sitio haya sido concebido como un restaurante de corte más bien bohemio, con música en vivo de Serrat y Milanés, con recitales de poesía y + + + + + + + + + + ambiente de tertulia. Andrés como lugar de +++++++++ rumba nació luego de casi seis años, cuando la + + + + + + + + + misma clientela propuso poner a sonar música + + + + + + + + + + +++++++++ bailable. Para ese momento, la tiendita, que +++++++++ en ese entonces se llamaba “Andrés Carne de + + + + + + + + + + Res: Restaurante Atípico”, ya había crecido en + + + + + + + + + público y en espacio, y aunque Jaramillo se +++++++++ opuso a la idea, terminó por acceder al cambio. + + + + + + + + + + +++++++++ +++++++++ Y cómo va a ser sencillo creer esa historia ++++++++++ cuando ya es cerca de la una de la mañana y a + + + + + + + + + las pistas, que están a punto de reventar, aún + + + + + + + + + ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++


++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++ + + + + + + + + + le siguen llegando comensales que se pelean + + + + + + + + + + por un espacio para bailar. Claro que la pugna + + + + + + + + + es más patente en la pista principal, donde +++++++++ + + + + + + + + + + abundan los economistas, los administradores + + + + + + + + + y algunos ingenieros recién graduados con + + + + + + + + + un puesto estupendo en la Bolsa, en el Banco + + + + + + + + + + de la República o en alguna multinacional. + + + + + + + + + Hablan de tasas bancarias, de acciones y del +++++++++ + + + + + + + + + + almuerzo que tendrán mañana en El Humero + + + + + + + + + —un asadero de Cajicá casi tan play como + + + + + + + + + Carne de Res— para desenguayabar. ++++++++++ Por su parte, un canadiense pasado de guaros intenta cogerle el paso a la caleña con la que anda bailando Oiga, mire, vea, y un francés se entretiene brindando con la dama de compañía que le han conseguido para la noche. Cuando se acaba la canción, el grupo de costarricenses que hacen parte de la embajada de ese país en Colombia regresa extenuado a la mesa. Entonces, al tiempo que empieza a sonar el himno de Costa Rica —que vaya uno a saber cómo hicieron en Andrés para conseguirlo—, aparecen cinco meseros con la bandera del país y chispitas Mariposa que reparten encendidas a cada uno de los comensales. Ahí es cuando Jaramillo toma de nuevo el micrófono y anota: “¡Hoy nos acompaña la gente de Costa Rica! ¡Bienvenidos a Colombia!”. ***

Dos de la mañana. La maldita primavera se toma Andrés. Aunque la música del restaurante es variada y pasa por los géneros de merengue, salsa, vallenato, ranchera, pop y folclore, entre otros, quizás es el de plancha el que mejor logra reunir a la variada clientela ++++++++++ + + + + + + + + + del restaurante. Los adultos conocen las can+ + + + + + + + + ciones porque son de su época y los jóvenes, + + + + + + + + + + porque están de moda. Así que el DJ no duda + + + + + + + + + en bajarle el volumen a la música justamente + + + + + + + + + en el coro que dice “Qué importa siiiiiiiii para ++++++++++ + + + + + + + + + enamorarme basta una hora, pasa ligera la + + + + + + + + + maldita primavera, pasa ligera, me hace daño + + + + + + + + + + sólo a mííííí…”, pues conoce de memoria el + + + + + + + + + efecto expandido de su acción: ya entrados en + + + + + + + + + tragos, los comensales cantarán a grito herido, ++++++++++ + + + + + + + + + poniéndose la mano bajo la quijada, en forma + + + + + + + + + de micrófono, cerrando el ojo y frunciendo el ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++

ceño, como quien interpreta la más sentida de las piezas musicales. La tanda de plancha dura unos minutos más. Ahora la gente comienza a emprender la tediosa travesía hasta el guardarropa. Poco a poco el lugar que hasta hace una hora era una masa de gente, ruido y licor empieza a desocuparse. Aún se ve por los pasillos a uno que otro borrachín que ha perdido su grupo y a algunos amigos de Andrés que todavía brindan y celebran. Pero si los comensales salen cansados de hacer cola hasta para bailar, no se rinden porque saben que afuera los espera la última fila y, quizás, la mejor recompensada de la noche: la del caldo “reavivamuertos”. Los jóvenes escarban en sus bolsillos en busca de los infelices 2.000 pesos que los harán acreedores de una de esas sopitas o de una porción de empanadas de carne, que también son buenas para bajar la rasca. Minutos más tarde, la escena empieza a palidecer. El yuppie ya no abraza a la mujer que se levantó, la actriz ya no despide a sus ilustres conocidos, el quinceañero borracho ya no se aferra al cuello del bouncer corpulento, el extranjero ya no intenta dar sus pasos torpes de salsa y el traqueto ya no paga en efectivo ninguna botella. Nada pasa fuera de Andrés. Nada fuera de ese reino de pasarela.

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Una Peque帽a Sodoma y en la 23 con

S茅ptima

cr贸nica de una noche s贸rdida


Seguro que Luis Pasteur, gloria de la medicina, jamás se imaginó que su apellido iba a bautizar un centro comercial bogotano.

Viernes, 6:45 p. m. Mientras en los alrededores de las universidades la rumba ya está llegando a su fin para dar paso a los bares y discotecas de la 82 y La Calera, al Terraza Pasteur nadie puede entrar. “Hay ochenta agentes de policía en redada, debido a que este es el mayor centro, desde hace seis meses, de prostitución y venta de drogas”, me dice el agente Sánchez de la estación de policía del barrio Santafé. Y es que según estudios de la Sociedad Colombiana de Sexología, alrededor de 72 hombres menores de edad, entre los 8 y los 18 años, trabajan en este lugar.

EL DÍA

GomoRra Por Simón Posada Fotos de Ivonne Chávez

Una guía de turismo lo considera parte del centro histórico de Bogotá —por aquello de que el edificio tiene más de 80 años—, y una página de Internet lo presenta como centro comercial de shopping. Pero el Terraza Pasteur es una sórdida guarida donde conviven bohemios, metaleros, pederastas, indigentes y gays, que ostenta la estrella negra de la prostitución masculina.

Los cuatro pisos del Terraza Pasteur rodean una plazoleta -el piso cero- donde se mezclan bares de rock con peluquerías

El 90 por ciento de los locales del Terraza Pasteur están cerrados durante el día hasta cerca de las cuatro de la tarde. Antes, sólo están abiertos cuatro cafés Internet, una tienda de artículos orientales y una de productos naturistas, piercings, camisetas, botones y afiches. A la entrada, los hippies venden pulseras y collares, y los perros callejeros orinan las paredes sin que la Policía pueda hacer algo. Hacia el norte puede verse a los bohemios y universitarios subiendo por esa acera nauseabunda que queda sobre la 26 —en la que antes había un letrero que multaba a quienes hicieran sus necesidades “sólidas” allí— para asistir a exposiciones y cine arte en el Museo de Arte Moderno; al sur está la carrera séptima extendida en todos sus contrastes, en la que “viven desde el presidente y el cardenal hasta el más cuchillero ladrón y la peor ramerita”, como dice Germán Santamaría; al oriente comparten calle y pared el Multiplex Embajador —donde los estudiantes, las secretarias y ejecutivos del sector van a ver los estrenos que trae Cine Colombia — y la sala X Metropol, en cuya entrada se ubican desde las nueve de la mañana hombres solos y ojerosos que contemplan afiches de suecas e italianas desnudas con estrellas sobre sus partes íntimas mientras mascan una pajilla; y al oeste hay más hombres solos viendo afiches similares y muchachas con trusas forradas que van

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al gimnasio 7.23 y a una academia de baile ubicada en el último piso de un parqueadero de la carrera novena.

y queda a merced de los indigentes que lo llaman “sapo” toda la noche, y de los cuatro atracadores del lugar que hacen entre cinco y ocho asaltos por día a los transeúntes.

LA NOCHE

En el DVD Bar hay una barra con cientos de películas, catálogos para escoger y una fragancia de ambientador como el de los baños públicos que camufla sabe Dios qué olores. Y debajo del bar, en el primer piso, hay miles de metros de cinta de 35 milímetros que Cine Colombia guarda de los últimos estrenos. Me cobran tres mil pesos por entrar a la sala general. Adentro hay un televisor de 35 pulgadas y dos hileras de sillas Rimax, de tres puestos cada una. En la sala sólo hay un hombre, con el codo derecho apoyado en la rodilla. Se come las uñas, y advierto que un palmoteo que escuchaba junto con el “yesyes-ajá-ajá” de las dos lesbianas que parecen ser electrocutadas en la pantalla por el consolador eléctrico con que juegan proviene no de la pantalla, sino de mi único compañero. Ya han pasado quince minutos y creo que me voy a quedar dormido por la monotonía de la película, pero estos tres que acaban de entrar me hacen reacomodar. Entre estornudos, “yesyes-ajá-ajá”, palmoteo, gemidos, golpeteo de cremallera contra la silla, zapateo nervioso y más gemidos, oigo una voz en mi oído que me dice algo como “muchacho...”, seguido por un susurro ininteligible. Me volteo y pregunto “¿que qué?”, a lo que me responden “que si quiere...”, seguido por otro susurro ininteligible. Un escalofrío me electrocuta desde mi oído derecho hasta mis pies. No sé qué me dice, tal vez sólo me esté ofreciendo una menta, pero el shock de que alguien de este lugar me hable está produciendo en mí un movimiento mecánico e instintivo de huida.

Pero cuando se cierran las tiendas y se abren los locales de rumba, el ambiente cambia totalmente. Los hippies amplían su oferta de productos al preguntarles al transeúnte, muy silenciosa y misteriosamente, “¿qué busca?”; los perros entran a pelear con los humanos a ver quién marca más territorio al orinar las paredes; los hombres solos se multiplican como los hombres de traje y gafas oscuras de The Matrix, y las muchachas en trusas de licra son reemplazadas por jovencitos de 13 a 17 años con bluyines apretados y descaderados que, como también dice Germán Santamaría, “serían hermosas si fueran mujeres y no homosexuales travestis en cacería nocturna”. Sí, el Terraza Pasteur es conocido por ser el lugar por excelencia en Bogotá donde se hacen —de miércoles a domingo, de cinco de la tarde a tres de la mañana, como me dijo el ex vigilante John Alarcón— contactos gay. “Nuestro objetivo es aburrir a los locales que, por dejar entrar a menores de edad, están patrocinando indirectamente que las prostitutas y los prostitutos menores de edad del barrio Santafé se vengan para acá a buscar clientes”, me dice el agente Sánchez sin mirarme a la cara ni un momento, porque está muy ocupado en ver quién lo mira a él. Al caminar por los alrededores un papelito llega a mis manos: “La mejor sala de exhibición de películas X y Gay. Encontrará la mejor sala ejecutiva. Cabinas individuales para parejas”. El lugar se llama DVD Bar, y los alrededores del Terraza están llenos de sitios similares. El lugar deja de atender a las once de la noche cuando el vigilante Fernando Muñoz —padre de cuatro hijos, habitante de Bosa y que cuida toda la noche ese centro comercial en el que ya sólo está ese Video Bar, un almacén de recargas de tinta para impresoras y un pequeño puesto de revistas— cierra las persianas de metal

CROSSOVER Tal como el infierno de Dante, el Terraza Pasteur tiene su jerarquía por pisos —cuatro y medio en total—, círculos cuyo centro es la plazoleta del primer piso, donde hay tres bares de música metal, el almacén de artí-


culos orientales, tres peluquerías y cuatro cafés Internet. En los pisos segundo y tercero conviven orgiásticamente bares y discotecas de salsa, rock en español, balada romántica, reggae y vallenato, y en el último —muy cerca al cielo, como si fueran de mejor familia— están los bares que se supone son los de los comunistas, llamados Literato y La Habana. Me dirijo allí, pero primero voy al baño, que es el más psicodélico que he visto en la vida, con inodoros y lavamanos rojos, y de donde hace veinte días sacaron a dos costeños que, supuestamente, estaban bebiendo dentro de una de las cabinas, según me cuenta uno de los vigilantes —que no me da su nombre por miedo a represalias—. En los baños se puso vigilancia exclusiva desde hace un par de años debido a que se estaban volviendo el lugar idóneo para las citas y los robos.

LOS ESTEREOTIPOS El último piso del Terraza está lleno de mochileros de pantalón entubado, unos con camisas de tela delgadita y chaleco de lana virgen —es decir, que tiene todavía el mugre de la oveja—, otros de pelo largo, sacos gruesísimos con llamas bordadas y mocasines. Y las mujeres podrían ser agradables a la vista si no tuvieran el pelo tan largo y abandonado como un pastizal, y pantalones botacampana que

Entre las ofertas de películas y cinemas X, hay otro tipo de lugares como Café Cinema y Café Habana, en donde se hacen presentaciones de discos y de libros.

les dan hasta más arriba del ombligo. Y todos tienen el mismo olor, como si, en lugar de sudar, transpiraran aguapanela. Entre los pisos tercero y segundo es más difícil la clasificación. Allí el Terraza está en su sección más “hetero”, por lo que es posible encontrar grupos de amigos —hombres y mujeres intercalados— bailando vallenato abrazados en círculo y cantando mientras miran al techo; compañeros de trabajo bebiendo unas tres cervezas en bares de rock en español y balada romántica en inglés —como Café Cinema, mi único recomendado—; parejas de paisas y caleños que bailan salsa hasta el cansancio en Ilusiones; marihuaneros que salen y entran de Afro —el lugar de los rastafaris y amantes del reggaeton— para ir a reabastecerse a la entrada del segundo piso adonde el hippie o el flacuchento de chaqueta amarilla y azul —quienes a las ocho de la noche hablaron largo y tendido, como amigos de toda la vida, con dos policías que llegaron en moto después de la redada—; y, finalmente, los cuenteros de Rayuela, que se clasifican entre ellos como “Cronopios”, “Famas” y “Esperanzas”, para deshonor de Cortázar. Ya en el primer piso —por debajo del nivel de la séptima y que bien podría llamarse “Piso Cero”— conviven en aparente armonía rockeros vestidos de negro, pelo largo y pantalones

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entubados, y una gran cantidad de negros costeños que parecen ser los únicos clientes de esas peluquerías, a las que, según veo, no van a cortarse el pelo sino a beber.

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un único golpe para salir corriendo de su casa por última vez. Desde ese día la rutina de su vida cambió. Ya no va al colegio porque tiene que dormir. Ya no hace tareas porque en la tarde debe arreglarse para salir en la noche a trabajar en las inmediaciones del Terraza Pasteur. Ya no se acuesta viendo las telenovelas de la noche. Ya no quiere estudiar periodismo porque no le alcanza el tiempo.

Falta mirar la entrada al Terraza, donde están los dos jíbaros ya mencionados, un tipo moreno, de más o menos 1,80 de estatura, con trencitas, que grita a todo momento: “¿Van a coger taxi, o me voy?”, los tres vendedores ambulantes de rigor, acompañados de sus hijos —que tienen gorritos de lana para el frío y chaquetas que les llegan a las rodillas—, un grupo de seis jovencitos de 13 a 17 años con bluyines descaderados —uno de ellos se llama Mateo—, más o menos ocho hombres apoyados en las columnas de la puerta, al igual que yo mientras miro el ambiente —¿serán gays en busca de levante? ¿Creerán que yo también estoy en busca de pareja?—, y un indigente sentado en el suelo, que duerme profundamente apoyado en una de las palmeras más orinadas del lugar, y lleva allí desde hace... PUUUM... ¡Ay juep***!... Me acaba de caer algo en la cabeza. ¿Será una botella de cerveza?... No, fue este hijue**** indigente, el más famoso de todos, ‘Blaki’, que lleva un gorro de rastafari, una camiseta de los Chicago Bulls, pantalones de cuero y unos zapatos dispares. A todo el que pasa le pega con la guitarra en la cabeza, y está borracho desde las cinco de la tarde.

De su trabajo específico no habla, ya que dice que: “Eso es entre el cliente y yo. Usted no anda contando cómo lo hizo con tal o cual vieja. Y si es así, usted no es un macho de verdad”. Sin embargo, afirma que por cada relación usa dos condones, y que ninguno de sus compañeros trabaja sin condón. “Nadie que yo conozca lo hace descalzo. Lo que sí pasa es que se rompen. A mí se me han roto hasta los dos que me pongo. Pero cuando eso pasa toca seguir, porque lo que uno quiere siempre es acabar bien rápido”.

MATEO

Cuando tenía doce, hace cinco años, Mateo decidió irse de su casa porque su papá lo golseguido + + + + + + +peaba +++ + + +para + +sacarle + + +el+“hombre” + + + + que +++ había + + + + + + +nunca +++ + +habido + + +en + su + +interior. + + + Sin + +embar+++ + + + + + + +go, + se ++ + +sacar + + cuando + + + Mateo + + + le+ devolvió ++++ lo + pudo ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++

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Nunca desayuna porque está dormido. Sólo se alimenta con el almuerzo —“que, eso sí, es sagrado”— y con algo pequeño en la noche, como un pastel de pollo, un pan con gaseosa o un perro caliente si tiene plata. Algunas veces los clientes lo invitan a comer antes o después del encuentro. También algunos suelen darle uno o dos pases de perico, una droga que no se puede dar el lujo de comprar porque “eso es para ricachos”. En los primeros días en la calle solía oler mucho pegante para que se le pasara rápido el día y no le diera hambre. Ya lo ha dejado bastante, y para evitarlo se pone a dormir. “Eso es para ñeros, para manes que tienen + +robar +++ +++ + +Es + más, + + con + +esa + +gente +++ que o pedir plata. ++++++++++++++++++++ yo no+quiero parchar ++ +++ + + +nunca, + + +porque + + +nos + gritan ++++ ‘Ahí van las loquitas’ cada vez que nos + + + + + + + + + + + + + + + +ven, ++++ + + + + que + +uno + +anda + +con ++ + plata + + +que + ellos +++ sabiendo más +++ + + +les+hemos + + +dado”, + + +dice, + +y +com+++ y+ hasta a veces ++++++++++++++++++++ plementa indigen+ + + + que, + + para + + protegerse + + + + +de+los ++ ++++ tes, anda siempre en grupos de al menos + + + + + + + + + + + + + + + + +tres +++ personas. “Casi +++++ + +siempre + + +voy + +con + mis + +dos + +únicos +++ + + + + + + + + + + + + + + + + + +++ amigos y los únicos que uno tiene en la vida. + + + + + + + + + + + + + + + + + + a+ + Cuando se va de la casa queda así. Es lo que ++++++++++++++++++++ uno deja de+hablar porque + + le+ toca”, + + +y + ++ +++ + + +uno + de +++ sus + +amigos + + +le+está + +silbando. + + + +Debe + +ir+a +trabajar. ++++ ++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++

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Corabastos ROSA las bodegas del relax en la central de Abastos

Los vallenatos y las rancheras que salen de los amplificadores se disputan la vía pública. Son las 12:30 de la madrugada del domingo, y a Jorge Celedón y a José Alfredo Jiménez, intérpretes de estos dos géneros musicales, se les unen los gritos de las matronas y los chiflidos de los coteros. Corabastos se convierte en una orquesta. El acompañamiento lo hacen los pitos roncos de los camiones, los precios de la comida —que allí no se vende, sino que se subasta—, los madrazos de los vendedores, el ruido de las carretas que embisten primero y después aplastan la basura que entapeta la entrada a la plaza bogotana.

“y uno que otro traguito; pero en vaso plástico, porque si se les vende la botella, arruinados y rascados la estampillan contra las máquinas, y es a mí al que le cargan la cuenta”, dice Emilio en tono burlón, como si ya hubiera enfrentado esta situación muchas veces.

La Zona Rosa ocupa tres cuadras en las que el interesado puede dedicarse a los juegos de azar y a “la tomata” o visitar a “las bandidas”. A El Café de la Suerte, que no es un café sino un casino situado en un segundo piso, llegan los coteros a eso de las tres de la mañana para dejar gran parte de lo que han conseguido en el rebusque de frutas, hortalizas y bultos.

Tras 35 años como botones en un motel llamado Los Abedules, ubicado en la carrera novena con calle 23, pasó a trabajar a El Café de la Suerte como barman, sin barra, claro está. Pero, eso sí, a la espera de cumplir los años necesarios para pensionarse, como se lo prometió el ex propietario del motel, ahora inversionista mayoritario del casino. Atender a los clientes, limpiar la máquinas, cobrar las cuentas y separar a los jugadores cuando el local se vuelve un ring de boxeo —por las riñas provocadas por malos perdedores o ganadores que quieren cobrar a las malas lo apostado— son actividades rutinarias para Ocampo.

En dos mesas de billar y 25 máquinas tragamonedas los muchachos sudorosos y con tierra en las uñas, que completan cinco horas de trabajo, le dejan a la suerte las monedas de cincuenta que se tragan velozmente las máquinas. Emilio Ocampo, con el pelo canoso y mojado, impecable y perfumado, ofrece tinto

Pero no sólo el juego alivia a los comerciantes de Corabastos de las extenuantes jornadas de trabajo. A pocos pasos, el cartel de la taberna Texas —con una rubia de escote pronunciado, pantalón y botas texanas— cuelga sobre las morenitas rollizas y ojerosas paradas a la entrada del local.

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MESERAS QUE NO DAN ABASTO

un trago a todo el personal, y a los agobiados comerciantes que, tras perder una carga quemada por cuenta de las FARC en una carretera colombiana, se consuelan con el alcohol.

Son apenas las tres y media de la mañana y muchos clientes están por llegar a esta suerte de cantina-bar donde el vallenato, la guasca, la carrilera y los corridos prohibidos mexicanos acompañan relatos heroicos de carretera, cierres de negocios, historias de despecho y algunas veces también de conquista. Sin importar cuál sea el tema de conversación, Esperanza Cristancho, administradora de Texas, y Lida Mendoza, una de las meseras, siempre están listas para meter baza o aconsejar a sus clientes.

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“Todo es muy diferente acá, empezando por el horario en que trabajamos, de dos de la mañana a tres de la tarde. Los miércoles, jueves y viernes es cuando más gente viene; somos 5 meseras en este turno y casi no damos abasto. Tres adentro en el primer y segundo pisos y dos afuera del local, porque cuando se llena el negocio la gente se queda en la puerta, pero como sea, la pasan bueno y disfrutan”, dice Lida, mientras se ríe y se recoge el pelo descubriendo su cara, de rasgos indígenas, resaltados con varías capas de colorete y rímel.

“Hace un año llegué a Texas por necesidad, pues había terminado el bachillerato y me acababan de despedir de un restaurante en Fontibón en el que estaba trabajando. Andaba vaciada y como uno tiene sus metas, sus sueños y nada de plata, pues tocaba conseguírsela. Entonces, mi hermano —que es dueño de tres negocios de este tipo en Corabastos—, me dijo que por qué no me venía y le administraba el bar junto con mi hermana Rocío, que acababa de llegar de Sogamoso, donde viven mis papás. Acepté y acá estoy“, cuenta Esperanza.

Su familia lleva 15 años en estos negocios en la plaza; son dueños de dos bares y un restaurante de los que están a cargo sus hermanas y sobrinas. “Mi hermano es el que se cranea todo lo de los negocios. Él prefiere que seamos las mujeres las que los administremos y atendamos, pues es lógico que la minifalda atrae más a los clientes”. Conocedora de cuanto piropo existe, pues los recibe a diario de costeños, paisas, vallunos y boyacenses, es experta en + + + + + + +contestarles + + + + +educadamente, + + + + + + dejarlos + + + +callados ++++ hacerlos + + + + + + +y + + + + entender + + + + quién + + +es+el+jefe + +en+su+ bar. ++ ++++++++++++++++++++++++++ + + + + + + +Lida + +Mendoza, + + + +una + +de+las + meseras, + + + +recién +++++ + + + + + + +llegada + + +a +Corabastos + + + + desde + + +Vélez + + (Santander), ++++++ + + + + + + +afirma + + +que + en + +nada + +se+parece + + +Texas + + a+ La + Pese+++ ++++++++++++++++++++++++++ una + + + + + + +brera, +++ + taberna + + + +en+la+que + +trabajaba + + + +en+su+ + pueblo, donde tenía que lidiar solo + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + con + +algu+++ + + + + + + +nos ++ + +parroquianos. + + + + + +Dice + +que ++ + +di-+ + pocos ha+sido + + + + + + +fícil + +acostumbrase + + + + + a+la+cantidad + + + +de+gente + + +que ++ + + + + + + +entra + + al+ negocio, + + + +a +la +algarabía ++++ + + + + de borrachos+ + ++++++++++++++++++++++++++ + + + + + + +exacerbados + + + + +que, + +para + +celebrar + + + un + +negocio + + + de ++ ceros la + derecha, + + + + + + +varios +++ + +a + + + + deciden + + + +invitar + + +a + + ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++

Esperanza dirige al grupo de meseras desde una barra. Detrás de ella una pared se alza con repisas colmadas de botellas de aguardiente Antioqueño, Extra del Caquetá, Blanco del Valle, Néctar de Cundinamarca, Cristal Light y Tapa Roja del Tolima, variedad con la que se busca que todos los visitantes llegados de las distintas regiones del país se sientan en Texas como en su casa. O tal vez decidan acompañarlo con café y disfruten de un carajillo, fiel amigo de los coteros para disminuir el frío que se cuela por la ruana en la madrugada. El whisky sigue en la segunda fila, con el incansable Jhonny Walker a la cabeza en todas sus versiones —sello rojo, negro, dorado y azul—, con que los comerciantes mayoristas cierran sus negocios. Y no faltan los vinos espumosos chilenos y franceses, para paladares exquisitos o adormilados. + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +

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Con + + la + popular + + + +opulencia + + + +al+estilo + + Corabastos, ++++++ la ya+no+se+ programa + música ++++ + + + + desde + + +una + +vieja +++ victrola un+equipo sino + + + +o + + + +de+ bandeja + + + +de+CD, ++ +++ + + +un + computador ++++++ + anima + + +la+fiesta +++++ desde que + + + +la+madrugada. + + + + +Cada + +vez + +que ++ ++++ durante Cristina ++++++++++++++++++++ programa la + música +++++ + + +sobre + +la+barra, + + +por + los ++++ bafles esquineros salen vibraciones estridentes ++++++++++++++++++++ que las+botellas + + hacen + + +bailar +++ + + + sobre + + +el+gran + +es++ + + + + + + + + + + + + + + + + ++++ caparate, acompañadas por quejidos destem++++ + +ebrias + + y+ chiflidos + + + +de+ los + +clientes. ++++ plados, risas ++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++ ¡Cuando muera cruz de+ + + + + + +me ++ + + levanten + + + +/+una ++ ++ marijuana, diez botellas + + + + + /+con ++ ++ + + +de+vino + +/+y +cien ++ ++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++

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central de Abastos. Un hombre lo interrumpe, listo a comenzar el regateo.

barajas clavadas, / al fin ¿qué fue mi destino? / ¡Andar en las sendas malas! / ¡Que esa cruz de marijuana / la rieguen finos licores / siete días a la semana, / y que me toquen mis sones; / con la música norteña, /ahí canten mis canciones!

—¡Qué! ¿A cómo me deja la media de alverja? —pregunta el comprador con la mirada puesta en una venta de tintos cercana, como si no se dirigiera al hombre que tiene en frente.

Las voluptuosas vaqueras de los afiches abren el paso a los clientes que buscan el orinal. Cristina y Lida apenas comienzan su jornada, y entre trago y trago alientan los cuerpos cansados de estos hombres, que más tarde, superada la borrachera, volverán a sus ventas.

—A lo de siempre hermano. Tres y medio —le contesta Oñate, con los ojos puestos en la disputa entre dos hombres que ocurre en el andén opuesto. —Déjemela a dos siete y me la llevo —le dice el otro mientras le pica el ojo a la niña que reparte los tintos.

NEGOCIOS QUE NO DEJAN GANANCIA, PERO SÍ MORALEJA

Oñate, indiferente al coqueteo, se levanta del bulto de arvejas. Las exhibe, abre el costal, las revuelve con la mano y las exhibe otra vez. Su trasero sobre los bultos ha hecho que se vean marchitas y probablemente sepan diferente cuando estén cocinadas. O tal vez éste sea el encanto de las arvejas traídas de Choachí.

Los camiones que entran a Abastos —que en un año superan los 10.000— rasgan la neblina con las luces plenas. Dentro de sus bodegas, entre toneladas de plátano, yuca y mangostino llega un batallón de habitantes de las lomas que rodean a Bogotá. Horas antes (desde la diez de la noche), los abastecedores empiezan a bajar de Choachí, Cazucá, Usme y Ciudad Bolívar. Con los vendedores, compradores, coteros e intermediarios suman 250.000 personas que se reúnen al final de la jornada.

Carlos Oñate, sentado fuera de la bodega 12 sobre dos costales de arveja se parece a Juanito —el del cuento— cuidando sus frijoles mágicos. De sus 60 años, lleva 49 trabajando en la plaza. Con un puesto improvisado fuera de la bodega no paga arriendo y puede dejar la mercancía más barata. “Desde peladito acá+ dándoles a + + + + + + + + +estoy +++ + + + +a+las+ ventas, + + + nunca + + +fui ++ + + + + + + + +la+escuela, + + + +eso+ es + una + + pendejada, + + + + +para + +qué +++ + + + + + + + +carajos!”, + + + + dice + + el + campesino + + + + +quitándose + + + + +el + + + + + + + + + +sombrero + + + +y+rascándose +++++ + + +“De + +Choachí +++ la + cabeza. + + + + + + + +bajo + +todos +++ + + + + + + + + + + + +++ los días con papa, arveja y tomate +++++++++++++++++++++++++++ + + + + + + + +para + + rebuscármela... + + + + + + +de+la+vida + +hay + +que + apren+++ der, y eso no lo enseñan en la escuela, + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + + +es+aquí ++ + + + + + + + +que + +se+aprende + + + de + +la +vida”. ++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++ + + + + + + + +A+él+cada + +negocio, + + + +exitoso + + +o+frustrado, + + + +le+ha ++ + + + + + + + +dejado + + +una + +moraleja ++++ + + + + + + + + ++ que lo ha hecho madurar +++++++++++++++++++++++++++ como + + + + + + + +y+le+ha+ permitido + + + + realizarse +++++ + +comercian+++++ la +silvestre + + + + + + + +te. + Es ++ + + + filosofía + + + +cotidiana + + + +de+ la+ + + +++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++

—Fresquitica y buenecitica —Oñate insiste—. Ya le dije que tres y medio —le repite con tono decidido.

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— Nooo, hermano... —el comprador alza la voz para que todos los que están a su alrededor escuchen—, ¡pero usted se golvió carero! —¡Qué! Siempre la lleva a eso, ¿por qué no la lleva? —le dice el viejo a manera de reproche.

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—Porque hoy bajaron , viejo marico... —el ofendido Oñate +cliente + + +contesta ++++ + + + porque ++++ + + no +++ la + rebaja. +quiso + + darle +++ +++++++++++++ ++++++++++++++++++++ +El+insulto + + +parece + + +ser + lo + único + + +que ++ + +que ++ hace el + +viejo + +mire + +al+regateador. ++++++++++++++ ++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++ +—Pues... + + + +¡de+ malas + + +malas! + + +—contesta + + + + +Oña+++ te—. Y ahora písese de aquí —y + + + + + + + + + + + + + + lo+ despide +++++ +con + la ++ ++++++++++++++++ mirada. ++++++++++++++++++++ +Oñate + + continúa + + + + con + +una + +seguidilla + + + +de + “nego++++ ++++++++++++++++++++ fracasados”, +ciados +++ + + + + +como + +él+mismo + + +los + llama. ++++ se +estira +Se+acomoda + + + +el+sombrero + + + +y + + + la + ruana ++++ ++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++

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hasta las pantorrillas. Así es como Oñate aprende de la vida.

LA LLEGADA DE CINDY Camiones, furgonetas, monteros y Renault 4 modelo chatarra, de propiedad de los intermediarios, se parquean en fila al lado de las Explorer, Cherokee y Land Rover de los mayoristas. Las puertas de los baúles se abren, la humareda de tierra y el olor del campo inundan la calle. Entre la nube emergen tres hombres compañeros de viaje de los bultos. La ruana, que no discrimina acento paisa, boyacense, costeño o pastuso, los uniforma. “Calienta y amortigua el peso de los guacales sobre los hombros y la espalda. Le decimos la consentida, aunque queda a oliendo a mierda al final de día”, dice Luis Burgos, que lleva tres años de cotero.

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Solo un hombre se queda dentro del platón del camión. Los demás bajan y esperan que el de arriba les tire los costales que cargarán sobre su espalda. Corren, entran y desparecen dentro de la bodega: recibir, correr, entrar y desaparecer es lo que hacen todos mecánicamente. Una y otra vez: pum, pum, pum, tram, tram, tram. Cindy tiene 16 cambios, mide 20 metros de largo, pesa 18 toneladas y puede cargar otras 34 de mercancía. Aunque está fabricada para alcanzar los 140 kilómetros por hora, 24 es el promedio de velocidad que se le permite correr en las carreteras colombianas. Sin falta, de miércoles a domingo, las 22 llantas organizadas de par en par a lo largo de este anélido motorizado con nombre de mujer, recorren la ruta Bogotà-Cartagena- Cartagena-Bogotá. Cindy, la tractomula, nunca ha dejado varado a su conductor, Eugenio, en cinco años. “Siempre se comporta a la altura, mientras quien la maneje le conozca las mañas y le haga sus arreglitos, no tiene por qué joder”, dice Eugenio Sánchez, con 14 años de experiencia en el oficio del transporte de carga larga, y buen conocedor de la malla vial del país.

Hace dos años, con la intención de pasar más tiempo con su esposa y sus tres hijos —pues como transportador de tractomula intermunicipal renuncia a este derecho— intentó manejar un taxi en Bogotá. “El puesto me duró tres días porque me arrepentí de lo que estaba haciendo. El tráfico de esta ciudad es una locura y más loco estaba yo en trabajar en ese oficio. Prefiero 28 horas de viaje seguidas a Cartagena, que un trancón de media hora en Bogotá. Aunque nací aquí, me siento más colombiano que de esta ciudad”, dice en tono burlón, mientras que con una servilleta elimina de su poblado bigote los restos del un segundo cuchuco con espinazo en el restaurante El Postríbulo, en la entrada 5 de Corabastos. Todos los miércoles carga el camión en Bogotá y llega el jueves a Cartagena; hace el viaje de regreso los viernes con llegada el domingo a Bogotá. Durante 14 años tras el timón nunca se ha accidentado, aunque reconoce que sí se ha quedado dormido, “pero no me ha pasado nada por gracia de la Virgen del Carmen que nunca me descuida”. Eugenio gana en promedio 340.000 pesos por viaje, alrededor de 1’360.000 mensuales, que le alcanzan para pagar el arriendo y servicios públicos en una casa en el barrio La Estancia, frente al cementerio El Apogeo, de Bogotá. Sueña con dar a sus tres hijos educación en una universidad y desea que ninguno de ellos se dedique al oficio de rimulero. “Es un trabajo de mucho sacrificio, tanto para uno como para la familia, pues no compartimos muy seguido, y en un país como éste ser transportador es de muchísimo riesgo. No me gustaría que pasaran por esto”, dice Eugenio. Cuando los coteros terminan de descargar los camiones, hacia las cuatro de la mañana, alivian sus otras cargas en las tabernas y cantinas de la Zona Rosa, mientras que el transistor del que salía la voz de Celedón y Jiménez deja escapar sus últimos trinos de madrugada: “No tengo trono ni reina. Ni nadie que me comprenda, pero sigo siendo el rey”.


La última imagen de Diana Constanza Rojas en La Noche

EN EL SILENCIO DE LA NOCHE

un homenaje póstumo a una periodista de La Noche Por Jorge Cardona* Fotos Archivo Personal

*Editor Nacional de El Espectador, profesor de Periodismo de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana.

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+++++++++++++++++++++++++++++ + + + + + + +Un + homenaje + + + + +del + ex + +profesor ++++ + + + a+la+ perio++++ y amigo +++++++++++++++++++++++++++++ egresada + + + + + + +dista + + Diana + + +Constanza + + + + +Rojas, +++ + + + +de+la+ Fa+++ la+Javeria+ + + + + + +cultad + + +de+Comunicación + + + + + + y+Lenguaje + + + + de ++ ++++ editora espacios + + + + + + +na, ++ + + +y +periodista + + + + investigativa + + + + + + en ++ ++++ + + + + + + +televisivos + + + + +como + + La + Noche, + + + que + + murió + + +hace + + pocos ++++ + + + + + + +meses, + + +a+los + 29 + +años. +++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++

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A toda prisa, como si el tiempo no existiera, como si sus manos pudieran bordar el milagro del día con el silencio de la noche, como si cada esquina de su casa reclamara un recuerdo, así vivió Diana Constanza Rojas sus horas fructíferas, todas forjadas en la esperanza de convertirse en lo que fue: una guerrera sin desmayo consagrada a inventarse cada día una razón para crecer en amor y conocimiento, una conciencia generosa que hizo de sus afanes fraternos momentos para encontrarse y trascender. Desde sus días de redactora juvenil de la separata Espectadores 2000 que publicó el periódico El Espectador en los años noventa, cuando empezó a ejercer su implacable destino de editora perpetua. Temprano, en la mañana, antes de que llegaran a desconcentrarla de su aplicado oficio de aportar otro dato, atenta a desentrañar de su fatiga cotidiana el frenesí del periodismo como forma de vida, ávida de comprenderlo todo, de documentarlo todo, de clasificarlo todo en el archivo poderoso de su tenaz memoria. Después estiró el tiempo para que nada le quedara sin saberlo, de periodismo que cursó en la Universidad Javeriana mientras seguía afinando su condición de reportera; o de cine, que estudió en la Universidad Nacional y en el VHS de su casa que utilizó para visualizar añoranzas de escenas memorables de Bergman o Truffaut, de su exaltado Ninotcka de Ernst Lubitsch, de su solitaria y paciente discipli-

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na de acostumbrar los ojos al poder del arte. Siempre ocupada, pero siempre en su alma las puertas abiertas. Y en ese silencio se volvió confidente, aprendiz de dolores y a su casa siempre llegaron a buscarla los entrañables o los dispersos, los pares y dispares en el cruce de sus sueños, y una interminable camada de cachorros con precio o sin precio, recibidos o recogidos de la calle, sus amigos de siempre, los perros fieles que nunca le faltaron para sentirse a gusto, para regresar de sus agites y encontrarlos felices, y jugar con ellos hasta que regresaran los ausentes a persistir en el destino colectivo de derrotar el miedo. Por eso no la espantaron los azares que se derivaron de la publicación Jaque a la reina*, que ayudó a documentar en sus días de estudiante, ni le fueronajenos los noticieros de televisión que se tornaron escenario de sus aportes ad honorem. Pasó por la trasescena del programa de investigación Séptimo Día del canal Caracol, y luego llegó a La Noche del canal RCN donde encontró su estrado para

*Eccehomo Cetina, Jaque a la reina: mafia y corrupción en Cartagena, Bogotá, Planeta, 1994.

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ejercer el periodismo hasta el último segundo y amigos suficientes para aceptar el desafío de crecer entre todos.

victorias comunes, su refugio para enfrentar estoica las celadas del mal que fue minando susdefensas pero que nunca pudo doblegar la reciedumbre de su espíritu, el territorio donde escribió su obra inconclusa sobre una periodista que amó hasta la muerte.

Y en ese entorno de conocidos y colegas, uno especial y de vieja data que fue su amor: su esposo y editor Humberto Huertas, con quien erigió una casa pensada para el talento y planeada para un hogar. Su morada para trenzar alegrías con tristezas e idearse un mundo de

Hasta que un domingo de mayo, sin testigos ni adioses, sin el blindaje luminoso de su madre amiga, sin su familia protectora en el instante extremo, a solas, con la libertad que eligió para vivir a su manera, se sumó al sueño eterno que hoy nos deja agobiados. ¡Faltarás siempre, Diana Constanza Rojas! ¡No olvidaremos nunca tu mano solidaria y tu corazón combativo! Revivirás una y mil veces más en la memoria de quienes sumidos en el dolor y resignados a tu ausencia, agradecemos a la vida haberte conocido.

Con su esposo, el editor Humberto Huertas, y Claudia Gurisatti, directora de La Noche

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El reloj de la

violencia

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Desde que se inauguró, el 23 de agosto pasado, el reloj que marca en lugar de las horas las cifras de la violencia que afecta a los menores de edad en Colombia, en la esquina de la carrera séptima con calle 59, está logrando el impacto visual y emocional esperado. ¿Quién no se estremece al ver ese monstruo que se apresta a atacar a un niño? En las principales ciudades del país hay relojes similares como parte de una campaña interinstitucional. De enero a septiembre 21 los datos consolidados en Bogotá eran: homicidios, 72; suicidios, 21; maltrato, 2.182 y abuso sexual, 2.287.

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