Revista escrita por estudiantes de la Carrera de Comunicación Social y editada por los profesores del Campo de Periodismo
Impresión Javegraf Decano Académico Jürgen Horlbeck B.
Gloria de Pachón de Galán
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* ción CENTRAL
48]
Entrevista con Felipe Martínez, director de Bluff Entrevista con Andrés Baiz, director de Satanás
Neumococo: La vacuna que levanta más ronchas
55] tele VISIÓN
20] Corrientazos de cinco tenedores
Culturama, televisión cultural sin farándula
Alto y bajo turmequé Danza árabe: Las caderas no mienten
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‡ PORTADA‡
57] (*) LibroS Hay días en que amanezco muerto
En Bellavista los niños juegan a coger las nubes
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] 36] repor taJE gráfico
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Pontificia Universidad Javeriana Carrera de Comunicación Social
Cine
Cine para “público cautivo”
Del monte al aula
17] (( Salud
ESPECIAL
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Informes y distribución Transversal 4ª No. 42-00, piso 6 Teléfono: 3 20 83 20, ext 4587 Fax: 3 20 83 20, ext 4576 Distribución gratuita Escríbanos: directobogota@gmail.com Consulte nuestra página web www.javeriana.edu.co/directo_bogota
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* patriMonio Edificio Ugi: El palomar de la carrera 13
“Soy afinador de pianos”
14] }esta
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(*)
Director del Departamento de Comunicación Antonio Roveda
44]
10] OficiOs
Decana del Medio Universitario Doris Réniz C. Directora de la Carrera de Comunicación Social Patricia Bernal
Eduardo Franco: ex guerrillero de los años cincuenta
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Corrección de estilo Gustavo Patiño Díaz gustavo_patino_diaz@yahoo.com
41] DIVINO rostro]
06] entre}VISTA
Fotografía de portada y contraportada Jorge Andrade Diseño y diagramación Angélica Ospina angelikaos@gmail.com
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Guía para bajar un puente
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Columnista invitado Pedro Adrián Zuluaga
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Reporteros en esta edición Jorge Andrade, Mónica Castro, Silvia Bonilla, Javier Franco, Andrea Herrera, Lorena Esteban Meléndez, Rodrigo Sandoval, Juliana María Plata, Adriana Montoya, Luz Andrea Lancheros, María Elvira Gaviria, Natalia Aldana, Laura Juliana Muñoz, Ana María González, Giovanna Urazán, Laura Angélica Vásquez
La medicina de los ‘doctores clown’
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Asistente editorial Mónica Castro
Opinión en cápsulas
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Asesor editorial Mario Morales
38] SociaL
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Directora Maryluz Vallejo
* 02] Cabos sueltos}
Locura de la nomenclatura
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Bogotá ‡‡‡‡ en la RED El álbum fotográfico de Paul Beer
Carritos para los abuelos Luchar contra la apatía de los bogotanos ha sido una de las principales preocupaciones del alcalde Luis Eduardo Garzón. No en vano todas las estrategias desarrolladas durante su gestión llevan el eslogan: “Sin indiferencia”. La última campaña se llama “Mecatos sin indiferencia”, y apunta a mejorar la calidad de vida de los adultos mayores de escasos recursos. El día del lanzamiento, Garzón les ofreció a algunos ancianos un carrito dotado de dulces, chicles, cigarrillos y “charmes”, para que trabajaran como vendedores ambulantes dentro y fuera de los edificios públicos, y así mejoraran sus ingresos. Puede que la iniciativa les ayude a los mayores de 60 a sentirse incluidos en la economía de la ciudad, pero por su condición necesitan cuidados especiales para disfrutar al máximo de la vejez, en lugar de someterlos al trajín y a la diaria batalla del rebusque. Además, ¿a quién se le ocurre institucionalizar el empleo informal? Esta iniciativa nos lleva a recordar los “carritos sangucheros” que repartía Laura en América a los pobres en su popular programa de televisión.
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Alejandro Rincón alejandro.rincon@javeriana.edu.co
El hueco cuadrado más caro Los apacibles y exclusivos barrios La Cabrera y El Chicó, al norte de Bogotá, con edificios que a duras penas superan los seis pisos de altura, se han visto apabullados por la aparición de moles que alcanzan los nueve pisos y que en muchos casos rompen con el entorno arquitectónico. De un día para otro los vecinos se enfrentan a un muro de concreto que tapa el paisaje y la luz. Pero el problema va más allá de lo estético. Si bien estas torres —donde los apartamentos cuestan hasta 1.000 millones de pesos— valorizan el sector, pueden ocasionar su futuro deterioro. Es lamentable el estado de las calles en estos barrios, en gran parte causado por las construcciones, pues el constante tráfico de maquinaria pesada levanta el asfalto y abre “cráteres”. Y cuando terminan los proyectos, las calles quedan así. A esto se suma la contaminación auditiva que producen las maquinarias y, como si fuera poco, la creciente ola de inseguridad que aqueja al sector (hasta en el Parque del Virrey atracan a los deportistas madrugadores). Vivir en estos barrios de estratos 5 y 6, con el metro cuadrado más caro de Bogotá, y donde se pagan los servicios públicos y los impuestos más elevados, se ha vuelto una pesadilla.
* Cabos sue
Juliana Plata platis_2000@hotmail.com
Fotos: Javier Franco
El hundimiento de la 127 También en el norte, la calle 127 se convirtió en una trampa para los miles de carros y buses que atraviesan la ciudad de oriente a occidente y viceversa. El problema de hundimiento de esta avenida se debe a que su separador es el canal que transporta las aguas del río Callejas, y la situación empeora por las múltiples construcciones que se realizan a sus costados, en los Lagos de Córdoba y en la Colina Campestre. Las constructoras ganan millones y suman maquinarias pesadas a la congestionada vía, pero no pagan un centavo para el arreglo de las calles que terminan de estropear. El Concejo está en mora de establecer un impuesto a las empresas que emprendan grandes proyectos, el cual podría ser utilizado exclusivamente para mejorar la malla vial. Rodrigo Sandoval sandoval.rodrigo@gmail.com
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¡Abran paso a las rutas!
Proyecto estrellado
Los buses escolares en Bogotá podrían tener igual primacía que las ambulancias en las vías de la ciudad. Es decir, llevar las luces encendidas mientras transportan a los estudiantes para que los demás vehículos les abran paso. El proyecto de acuerdo, presentado por el concejal Fernando Rojas, busca poner fin a los recorridos de hasta dos horas que deben padecer muchos escolares para llegar al colegio o regresar a sus casas. Quien incumpla la norma tendría que pagar una multa de 433.000 pesos. Se aprecia la sensibilidad del concejal frente a los derechos de los niños, pero parece desconocer que un alto porcentaje de los conductores de buses escolares son infractores reincidentes y han acumulado comparendos por millones de pesos. Entonces, se verán premiados con esta patente de corso para correr a sus anchas, exponiendo la vida de los pasajeros. Por otra parte, basta imaginar vías congestionadas a las horas pico, y a los conductores de buses escolares pegados a la bocina. Los padres de familia preferirán que sus hijos lleguen a casa un poco tarde, pero sanos y salvos. Sí, las rutas son largas y extenuantes, pero se podría buscar otra solución mediante un programa de cultura ciudadana para los conductores. Claro que en víspera de elecciones los proyectos “desenfrenados” abundan.
Luego de 37 años de funcionamiento, el viejo proyector del Planetario Distrital por fin se reemplazará. El modelo, ya descontinuado, es la herramienta vital del teatro de estrellas “más grande de Latinoamérica”. La remodelación del Planetario costará unos cuatro millones de euros y está contemplada en dos etapas: primero se destinará un millón para la reforma de cúpula, la silletería y los equipos de audio. Para la segunda etapa, que consiste en la adquisición del nuevo proyector, Modelo IX, de Zeiss, por valor de tres millones de euros, se pretende crear un fondo con los ingresos de taquilla. ¿En cuánto tiempo se recogerá el dinero?, ¿cuántas entradas de 3.500 pesos se necesitan para redondear esta cifra astronómica? Respuesta: 2’400.000 boletas. Ahora bien, en toda su historia el planetario ha sido visitado por unos ocho millones de personas; si dividimos ese número en 37 años de funcionamiento, tenemos un promedio de 216.500 personas al año. Con estas cuentas, y si no hay otra fuente de financiación, no estrenaremos proyector hasta el 2018.
Diana Coronado dicoronado@hotmail.com
Santiago López Álvarez santiagolopezalvarez@gmail.com
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Juan Pablo Bonilla* juanpb1983@gmail.com Fotos: Alejandro Naranjo
Guía para
bajar un puente Uno de los 180 relatos que llegaron a la convocatoria de Talleres de Crónicas Barriales, organizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango, el Archivo de Bogotá y la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Universidad Javeriana, en el marco de ‘Bogotá, capital mundial del libro 2007’. Una muestra de lo que será el libro de crónicas urbanas que se editará al final del año.
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++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ Del Portal de la 170 no se sale, se huye. Lo digo yo, que vivo ahí nomás, en el barrio La Uribe, en la calle 172, a una cuadra de la estación. La experiencia me permite asegurarle que si cree que después de salir del articulado en medio de un pogo que envidiaría cualquier Rock al Parque y de dejar los atestados andenes de la estación, ha salvado el último obstáculo antes de llegar a su destino, no está ni tibio. Traspasar las puertas de vidrio es enfrentarse a otro caos. No importa si baja por el lado del Éxito o del Homecenter: por lo general un ejército de muchachas con un tarro en la mano y una calcomanía en la otra lo abordará pidiéndole colaboración para una desconocida obra de caridad. Si usted no es muy rápido, terminará cargado con dos o tres pegotes en el saco y su bolsillo aliviado en 1.000 pesos. Tenga cuidado porque por ir aprisa puede chocar con un canasto repleto de tarros de arequipe, de almojábanas o de garullas, o en el peor de los casos, tumbar los caracoles que reposan sobre un cajón recubierto con hojas de lechuga, evidencia de la “autenticidad de la baba de caracol” que trata de vender un hombre de uñas renegridas. Y, ojo, ni se le ocurra ir a pisar las figuritas fosforescentes, los libros para colorear, los juegos de dominó o los guantes de lana que hay en el piso, porque se le puede armar la gorda. Para bajar tiene dos opciones: tomar la rampa, por donde hay menor flujo de personas, pero corre el riesgo de ser atropellado por los ciclistas que disfrutan con la velocidad en el descenso, y además tendrá que contener la respiración durante el tiempo que gaste en el recorrido o soportar el vaho
denso que expele la orina de muchos usuarios que diariamente usan el puente como depositario de sus excreciones; si no cree alcanzar a dar la carrera antes de necesitar aire en sus pulmones, quizá sea bueno que tome la escalera, donde el olor es menos penetrante, aunque también se siente. El punto neurálgico ahí es como hacia la mitad del recorrido, donde una mujer con tres niños y una cartulina anuncia su situación de desplazados, y se disputan el espacio con una indígena y su “guagua”, que ya consideran suyo ese lugar. Eso sí, recuerde que si baja por el lado oriental y se descuida, puede terminar subido en un bus intermunicipal o en una camioneta de las que van para Duitama y Sogamoso porque al final de la escalera una horda de acomodadores intentarán llevarlo, a grito pelado y halándolo de la camisa, a Tunja, Barbosa, San Gil o, por lo menos, a Chocontá, prometiéndole puesto y viaje de primera. Acuérdese de prevenir el olfato, no porque haya desaparecido el olor acre de la urea, sino porque éste se mezclará con otros olores dependiendo de la hora: si es en la mañana, con tinto, aguas aromáticas y jugo de naranja; si es al mediodía, con salpicones, helados, Bon Ices, maní y coco en dulce, y si es por la noche, con pizzas, arepas, chorizos y perros. Por último, absténgase de correr, porque la Policía puede confundirlo con un vendedor ambulante en proceso de evitar la redada. Y no se anime mucho, que todavía le falta cruzar la calle de las tabernas, pero esa lección la dejamos para otro día. *22 años. Ocupación: digitador.
Bogotá, capital mundial del libro 2007.
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Gloria de Pachón María Elvira Gaviria Pardo mariael85@gmail.com Fotos: Diana Salcedo
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y de Galán Más que un juego de palabras este título es una justa definición: Gloria Pachón le debe sus genes de periodista al padre, a quien rinde homenaje con una antología de su obra, recientemente editada en Medellín. Y fue la Gloria de Galán, futuro líder político con quien se conoció en la redacción de El Tiempo. Pero entonces la famosa era ella, en el oficio desde los 17 años. El 22 de junio de 2007 Gloria Pachón cumplirá 70 años de edad y Directo Bogotá celebra su dedicación al periodismo nacional.
Más conocida como la mujer que compartió 20 años de matrimonio con el inmolado líder del Nuevo Liberalismo, Luis Carlos Galán, su faceta no tan divulgada es la de periodista, profesión que ejerce desde hace más de 50 años. Hija del también reconocido periodista Álvaro Pachón de la Torre, el ‘Narrador Indiscreto’ —que iluminó con su pensamiento y su escritura a los lectores de El Espectador a mediados del siglo pasado—, Gloria se caracteriza por mantener un perfil bajo. No es presuntuosa ni abusa de su reconocimiento público. Es indiscutiblemente liberal, al igual que su padre, su esposo y sus hijos. Además, conserva el estilo clásico, el porte y la elegancia de la tradicional mujer bogotana. Vive hace nueve años en Bogotá, en un apartamento en el norte de la ciudad y todavía extraña la primera casa donde vivió con Galán y los niños cuando llegaron de Roma. Quedaba en la calle 104 con carrera 19, y no era grande ni lujosa, pero le encantaba, y siente que la hayan demolido. Su apartamento es un espacio dedicado a preservar, al menos de forma íntima y familiar, la memoria de su marido, como lo testimonió en uno de los capítulos del libro Voces guardadas, junto a otras 34 mujeres colombianas (Editorial Norma, 2007). También tiene en mente una obra sobre el pensamiento político de Galán, que de paso sería un análisis de la política de los años ochenta, marcada por tantos hechos dramáticos. Con la antología Crónicas de un Narrador Indiscreto, obra selecta de Álvaro Pachón de la Torre (Editorial Universidad de Antioquia, 2006), en compañía de José Luis Díaz-Granados, Gloria Pachón busca también recuperar el legado de su padre. Directo Bogotá (DB): ¿Quién fue Álvaro Pachón de la Torre? Gloria Pachón (GP): Era un periodista bastante importante que trabajó en varios periódicos colombianos, como El Liberal y El Espectador. Además, durante la Segunda Guerra Mundial hizo una revista que se llamaba Contraataque, la única publicación en Colombia que registraba y analizaba esos acontecimientos. DB: ¿Cómo fue el proceso de selección y edición del libro de su padre? GP: Desde hace muchos años un amigo escritor y periodista, José Luis Díaz-Granados, tenía la idea de hacer una selección de lo que había publicado
mi padre, fundamentalmente en el Magazín de El Espectador. Él hizo una primera selección, pero cuando la íbamos a revisar se perdió todo el material. Hicimos una segunda recolección y en ésa le ayudé yo. Y otra vez se perdió. Volvimos a revisar muchísimos ejemplares de El Magazín Dominical, y en esta ocasión la editorial de la Universidad de Antioquia se interesó en el proyecto. Aunque la antología resultó pequeña —no como la habíamos concebido en un inicio—, es representativa de la obra de Álvaro Pachón de la Torre. DB: ¿Cómo pueden leer las nuevas generaciones esta antología? GP: Para las nuevas generaciones de periodistas es una muestra de un buen periodismo de la época. Además, la selección ofrece un retrato de la sociedad de entonces en todos sus aspectos: político, social, económico. Se tratan todos esos temas de manera explícita y detallada. DB: ¿Cuáles son los mejores textos del libro? GP: Uno es la famosa historia “Vida, pasión y muerte de El Liberal”, el periódico que fundó Alberto Lleras Camargo en 1938 y duró hasta 1951. Otro es “Una roca en el mar de la opinión”, una semblanza sobre ‘Calibán’, el último texto que escribió mi papá. DB: ¿Cómo y cuándo empezó su carrera de periodista? GP: Yo empecé el periodismo con la muerte de mi papá. Él murió el 21 de marzo de 1953 en un accidente automovilístico junto con otros dos periodistas. Cuando murió, era director del Magazín Dominical de El Espectador y presidente del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB). Yo estaba estudiando en Canadá, pero me tuve que venir por nuestra situación económica. Fue un golpe muy duro, y mi hermana y yo nos pusimos a trabajar. Entré a El Tiempo cuando tenía 17 años. Entonces los profesores míos fueron los amigos de mi papá: Enrique Santos Montejo (‘Calibán’), Rogelio Echavarría, Enrique Santos Castillo, Felipe González Toledo. Ahí hice de todo. Era reportera, redactora, traductora, dirigía algunas secciones del periódico. Estuve trabajando 18 años. DB: ¿Cómo se ha desarrollado desde entonces su carrera periodística? GP: Cuando me casé seguí trabajando en El Tiempo y poco después nos fuimos para Roma porque a Luis Carlos lo nombraron embajador. Ahí fui corresponsal de la revista Cromos. Luego nos vinimos para acá y
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Luis Carlos entró a trabajar a la revista Nueva Frontera. En ese momento yo no ejercía el periodismo. Durante las campañas de Galán propuse y dirigí una serie de documentos mensuales que se llamaban “Documentos del Nuevo Liberalismo”, y recogían sus políticas y propuestas. Hicimos 40. En 1986, entré a dirigir el Noticiero del Medio Día, de Fernando Contreras y María del Rosario Ortiz. Acepté la dirección con una salvedad: no hacer parte de la junta ni tener ningún vínculo con el noticiero. Entraba a ocupar el cargo de directora y recibía un sueldo. Fui por última vez el 17 de agosto de 1989. Después de la muerte de Galán, viajé a París para servir como embajadora ante la Unesco, y luego como embajadora ante Francia. Allí adelanté proyectos relacionados con la ética periodística y logré que la Unesco asesorara a Colombia en muchos programas que tenían que ver con el periodismo. DB: Usted comenzó su vida periodística pocos meses antes de la llegada de Rojas Pinilla al poder, ¿cómo vivió la censura?
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GP: A mi papá lo vi padecer la censura conservadora en los periódicos. Pocos meses después de llegar al periódico, subió Rojas Pinilla al poder. Eso fue la maravilla para casi todo el mundo, porque parecía que de verdad iba a haber un cambio. Lo que hizo Rojas Pinilla —que a nadie le sorprendió pero a mí sí— fue que no nombró ni un sólo ministro liberal, y los liberales dichosos pensando que iba a ser la maravilla. Muy poco tiempo duró esa luna de miel y empezó la censura terrible y la clausura de El Tiempo y El Espectador. Cuando El Tiempo cerró, el periódico liberal El Correo, de Medellín, tomó en arriendo una oficina en el mismo edificio donde había tenido oficina Gaitán, y llamó a un grupo de periodistas de El Tiempo para que hiciéramos el periódico desde El Correo. Llamaron a ‘Klim’, a ‘Calibán’, al redactor político, a ‘Chapete’ y a mí. Ahí trabajamos un tiempo e hicimos el periódico en esa oficina hasta que salió Intermedio, de la misma casa editorial. Los últimos años del gobierno de Rojas Pinilla fueron muy duros. DB: ¿Por qué entró a trabajar a El Tiempo y no a El Espectador? GP: Porque el último personaje sobre el cual escribió mi papá fue Enrique Santos Montejo, ‘Calibán’, y con mi mamá pensamos que tal vez a través de él podía llegar a El Tiempo. Y así fue.
DB: ¿Qué mujeres periodistas la influyeron en sus inicios? GP: Emilia Pardo Umaña era un personaje absolutamente fantástico. Ella sí fue realmente una pionera en el periodismo. Escribía muy bien, tenía mucho criterio y además publicó libros. Era muy amiga de todos los hombres, era grosera, “echada pa’lante”. Una mujer increíble. Me enseñó bastante. Me decía: “Mire, lo más importante en el periodismo, si quiere salir adelante, es escribir y es escribir y es escribir… escribir mucho, todo el tiempo”. DB: ¿Ser mujer le dio ventajas o desventajas a la hora de ejercer el periodismo? GP: Ventajas, tal vez porque no había tantas mujeres en esa época en el periodismo. Pero nos exigían igual que a los hombres, no había discriminaciones. DB: ¿Qué significó para usted Enrique Santos Castillo? GP: Enrique Santos Castillo fue la persona que en realidad me enseñó a hacer periodismo. Fue uno de los mejores periodistas que ha habido en Colombia, porque tenía una característica: jamás escribió una línea, pero su criterio periodístico era sumamente acertado, oportuno. DB: ¿Qué trabajo periodístico recuerda con especial aprecio de su época de reportería? GP: Me acuerdo que le hice una de las primeras entrevistas a Fernando Botero cuando llegó de estudiar y hacer pintura en Estados Unidos y Europa. Ésa es una de las que más me han gustado. DB: ¿Qué cubrimientos especiales hizo en su juventud? GP: Cubrí algunos aspectos de la visita del primer papa que vino, Pablo VI, y la visita del presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy. Acompañé a Jackie Kennedy a la visita que hizo al Hospital Infantil Lorencita Villegas de Santos. Esos cubrimientos no eran muy interesantes porque no había muchas noticias. Nos peleábamos con los periodistas a ver quien podía decir algo que fuera medio ‘chiva’. Enviábamos noticias por teléfono; uno dictaba la información como iba a salir porque no había tiempo de escribirla y editarla. DB: ¿Cómo fue su experiencia en la televisión? GP: Primero hice tres programas de televisión: Nescafé paga las letras, Frente a la cultura (un programa de concurso para jóvenes) y ¿Quién es quien?, un programa que comenzó a hacer Marta Traba, en el canal 9, el Teletigre. Cuando Marta Traba renunció, me propusieron que hiciera el programa
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y lo hice por un tiempo. Se trataba de adivinar qué personaje, relacionado con el arte o la política, se estaba presentando. Y por último, la dirección del Noticiero del Medio Día, que mencioné antes. DB: ¿Qué premios periodísticos ha recibido? GP: Entre 1979 y 1980 hice una serie de artículos que publiqué en El Espectador: “Se acaba la familia”. Era una investigación social, una radio-
grafía sobre la sociedad en esa época en materia de educación, salud, política. Con ella recibí el premio Simón Bolívar. DB: ¿Cómo se puede comparar el periodismo de la mitad del siglo XX que vivió su padre, el que vivió usted y el actual? GP: Antes la prensa era muy política y a los periódicos no les daba miedo decir “somos liberales” o “somos conservadores”. En esa medida defendían sus ideas. Con el transcurso del tiempo el periodismo ha cambiado. Hoy el interés económico prima sobre cualquier cosa. Eso puede ser muy bueno para las empresas periodísticas, pero no tanto para la opinión pública. En un comienzo yo hice periodismo al estilo de los años cincuenta, que era muy profesional. Una crónica de investigación de un crimen en esa época era muy interesante, era como un cuento, como una telenovela. Después el lenguaje se fue simplificando. El periodismo de hoy es muy escueto, no tiene adjetivos ni calificativos. Me parece que le falta sustancia, pero de ninguna manera quiero decir que el periodismo de antes era mejor. DB: ¿Qué piensa usted del periodismo político actual? GP: En cuanto a la información, me parece que falla en algunos aspectos porque muchos periodistas carecen de conocimiento político, entonces no tienen el criterio para informar. Respecto a los columnistas, pienso que la opinión política está mejor que la información.
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DB: ¿Cree que en Colombia es posible ejercer el periodismo independiente? GP: Es difícil, porque siempre los directores, los propietarios, tienen unas ideas que a la hora de la verdad prevalecen, aunque se diga que hay libertad total. Que los columnistas, por ejemplo, digan lo que quieran en sus columnas, no significa que los periódicos sean indiferentes políticamente. Siempre tienen sus tendencias. No se puede decir que exista censura del mismo tipo que vivimos nosotros. Es una autocensura, especialmente de tipo económico. DB: ¿Cómo resumiría su experiencia de los 70 años que ha vivido, más de 50 dedicados al periodismo? GP: Yo he oído a personas decir “yo fui periodista”. Un periodista no puede decir eso. Uno es periodista hasta que se muere. Uno actúa, piensa y anhela en función del periodismo. Es una cosa muy estimulante porque se tiene la capacidad de influir como uno quiera, de trascender. Eso vale más que todo.
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OficiOs
“Soy afinador de pianos”
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Texto y fotos: Javier Franco francoj@javeriana.edu.co
En el taller de los Forero se acomodan estrechamente en un corredor cinco instrumentos de teclados que esperan llegar a las manos de quienes los revivirán. Esta familia representa una poco conocida tradición: la de los restauradores y afinadores de pianos.
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Yuri con los técnicos húngaros en el Teatro Colsubsidio.
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Tan escasos son los afinadores y restauradores de pianos en Bogotá, que se cuentan con los dedos de las manos —ya callosas de tanto estirar y aflojar cuerdas—. Entre ellos se destacan los Forero, una familia que desde 1958 ha cuidado los pianos del Teatro Colón, del Teatro Colsubsidio y del Museo Nacional. Miguel Roberto Forero, un estudiante de bellas artes que combinó su pasión por la música con el oficio de carpintero que le enseñó su padre, trabajó como aprendiz de restaurador y afinador con el maestro Gabriel Vieco, que afinaba los teclados del Teatro Colón. A él llegó gracias a la recomendación del maestro Frank Preuss, entonces director de la Orquesta Sinfónica.
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+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ “Hablar de un piano es hablar de un objeto +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ único, con personalidad, con historia, no +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ existen dos pianos iguales ni tampoco +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ sonarán igual dos pianos distintos por más +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ que provengan de una misma fábrica o ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ hayan sido afinados por la misma persona” ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
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Al lado de esos maestros, Miguel se convirtió poco a poco en un profesional, tal como dice su hijo Leonardo: “A él le gustaban mucho los violines, también se encargó de pianos y llegó a ser el mejor reparador”. Sus familiares también heredaron el oficio, y un hermano menor se ganó una beca para ir a estudiar a Cremona, Italia, conocida como la ciudad de los luthiers (constructores de instrumentos de cuerda).
Durante más de 20 años, Miguel le dio mantenimiento a cientos de pianos, y todavía revisa algunos, aunque cerró su viejo taller. De su sangre de carpintero, artista, restaurador y afinador nacieron sus hijos Leonardo, Yuri y Berena, quienes abrieron un nuevo taller en la calle 136 No. 45A-32, al norte de Bogotá. Más que una carpintería o una tienda de instrumentos, parece un anticuario por la cantidad de años e historias que allí se acumulan.
Y más que un instrumento musical, un piano es un ser vivo, como acuña Leonardo: “Hablar de un piano es hablar de un objeto único, con personalidad, con historia, no existen dos pianos iguales ni tampoco sonarán igual dos pianos distintos por más que provengan de una misma fábrica o hayan sido afinados por la misma persona”. En el taller de los Forero hay instrumentos del siglo XIX a la espera de reparación, y en Bogotá —según cuentan ellos— abundan pianos de esta época que gracias a sus expertas manos se encuentran en perfecto estado. “En Bogotá hay pianos antiguos muy finos que se han mantenido bien debido al clima sano; no se presentan problemas de humedad o del salitre del mar que oxidan las cuerdas y acaban la madera”, aclara Leonardo.
Un viejo mecanismo La historia del piano se remonta a 1725 en Alemania, donde el organero Gottfried Silbermann construyó dos pianos que fueron elogiados por Johann Sebastian Bach, y luego se fundaron las escuelas inglesa y francesa en las cuales los artesanos perfeccionaron el instrumento, pero “su evolución se detuvo hace unos 110 años y por ello el mecanismo de un piano de hace 110 años es el mismo de un piano de 2007; lo que varía es la calidad de los materiales”, explica Leonardo. Por el auge de pianos en Bogotá han llegado al taller de los Forero pianos de Europa y Estados Unidos adquiridos por personas conocedoras que los mantienen en buen estado, y pianos de otras partes del mundo que son algo más baratos y que por falta de mantenimiento y de uso terminan convertidos en un mueble más de la sala. Si bien adquirir un piano sigue siendo un lujo, las condiciones no se comparan con las de los primeros bogotanos que importaron pianos. Traerlos desde el Viejo Continente era una tarea titánica, según relata Leonardo: “Los pianos venían hasta los puertos del Magdalena y de ahí hasta el final de su destino se llevaban prácticamente a lomo de mula”.
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Para dedicarse a este oficio no hay escuela y mucho menos en nuestra ciudad. Según Leonardo, “el oficio de luthier no se aprende aquí en ninguna academia; la reparación y restauración de pianos tampoco; la afinación, menos: es algo aprendido en el medio con personas que saben”. Al restaurar un piano se deben tener en cuenta infinidad de detalles, porque cada piano tiene incontables partes en su mecanismo, diversos materiales y tipos de maderas. El arpa que sostiene las cuerdas recibe una fuerza de casi veinte toneladas y por eso su construcción debe ser precisa y con los materiales adecuados. Asombran los mecanismos microscópicos, las piezas y resortes que deben estar sincronizados y graduados en medidas milimétricas para la correcta sonoridad del piano. Además, este instrumento tiene sistemas totalmente mecánicos; no intervienen la electrónica, la electricidad o la tecnología moderna.
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Desde que un piano llega a las manos de los Forero para su restauración hasta la salida del taller, pueden pasar semanas o meses, dependiendo de muchos factores. El “diagnóstico” del instrumento se enfoca en el estado del mueble, de las cuerdas y de los sistemas. En ocasiones, el mal cuidado o simplemente el tiempo y las condiciones afectan de tal modo la madera que hay que reemplazarla. Y generalmente hay que importar esos materiales de alta calidad. Cuando el sistema o las pequeñas partes del mecanismo interno han sufrido un desgaste mayor, se requiere un trabajo más minucioso. El precio que puede tener la restauración de un piano es variable. “Nosotros acá les decimos lo que toca hacer, lo recomendable, pero son ellos los que deciden dependiendo de su capacidad económica”, dice Leonardo. Un piano restaurado y listo para salir a la venta puede costar entre 4 o 5 millones de pesos, dependiendo también de la marca. “Hoy es raro ver gente que compre pianos de 20 o 25 millones”, comenta Leonardo. La esposa de Leonardo, Luz Adiela, es la encargada de la pintura en el taller, que se suele hacer “al tapón” para que el sonido final del piano sea
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de mayor calidad, así como su apariencia externa y su capacidad de soportar el uso y el abuso. Ella aprendió de Leonardo, quién antes se encargaba de la labor completa de restauración, y poco ha poco ha ganado experiencia.
El touché: arte de oído La afinación de un piano es una labor tan cuidadosa como su restauración. El otro hijo de Miguel, Yuri, es el encargado de esta labor, y reconoce que le resulta extraña al ciudadano común. “No es lo mismo presentarse como un afinador de pianos que como un arquitecto”, afirma. No es cuestión únicamente de que la nota quede en su punto, según Yuri “también hay que tener en cuenta la orquesta, el pianista, la obra, el escenario,
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Yuri, aún cuando se ayuda de un afinador electrónico, prefiere confiar en su instinto para dar a las cuerdas el ajuste necesario: “Así se le da al piano un sonido más personal, más puro; el oído es el que dice la última palabra”.
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Ahora bien, este oficio exige una línea de trabajo continua. Hay pianistas que viajan de país en país con su propio afinador para que le dé al piano que va a utilizar los retoques que requiere. Precisamente en la Serie Internacional Grandes Pianistas 2007, del Teatro Colsubsidio, el pianista húngaro Gergely Bogányi vino al país con sus técnicos, quienes trabajaron sobre el piano del teatro en el sótano, mientras Yuri se ocupaba del piano ubicado en el escenario, que para esta ocasión fue prestado del Teatro Colón. Una visita a los sótanos sirvió para conectar a los afinadores húngaros con Yuri. A pesar de la barrera del idioma, no tuvieron mayores problemas a la hora de hablar de la afinación y del mantenimiento del piano. Y es que para Yuri era de vital importancia conocer la opinión de expertos internacionales, por ser el encargado de ambos pianos.
el auditorio, la temperatura y otros factores que finalmente se mezclarán a la hora del concierto”. Y de la misma forma, para el piano de la sala de la casa, su ubicación, la influencia del sol o los muebles alrededor, son factores que influyen en el sonido y afectan su afinación. La recomendación de Leonardo a la hora de cuidar un piano es que se le haga un mantenimiento anual y siempre con la misma persona: “Esa es la ventaja para un instrumento, que haya una línea de trabajo, de dedicación, para que no se deteriore porque tanto el uso como el ambiente afectan a los pianos”, explica. Y como en la restauración, para aprender a afinar tampoco existe escuela; es el oído el que debe educarse para ir encontrando el sonido perfecto. Las nuevas tecnologías ayudan en el proceso, pero
El trabajo de los Forero ha sido reconocido en la ciudad y en el país desde cuando su padre se cotizaba como el mejor, hasta hoy en día cuando trabajan con artistas de importante trayectoria. Sin embargo, con discreción y amable actitud disimulan la importancia de su oficio.
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Uno se preguntaría si tantos años de experiencia con pianos han servido para despertarles el gusto por la interpretación, pero no han sentido esa necesidad. “La paciencia y dedicación que se deben tener para estudiar piano las he aprovechado en el proceso de restauración”, dice Leonardo. Hoy, cuando las nuevas tecnologías se imponen en el medio musical, los Forero continúan como una especie de administradores de reliquias. Para ellos y para cualquier pianista el sonido y el touché que tiene un piano no serán imitados nunca por la tecnología. La magia de trabajar en un piano, de restaurarlo, afinarlo y de entender la personalidad única del instrumento prolonga esta tradición artística.
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}estación CENTRAL * [ ]
Fachada de Tecnovos, en el barrio Ricaurte.
Las mujeres se capacitan para insertarse a la vida laboral.
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Del monte
al aula
Textos y fotos: Juliana Plata platis_2000@hotmail.com
En una bodega del barrio Ricaurte de Bogotá, en medio de talleres de industria metalmecánica, se encuentra la Fundación Proyectos Tecnovo, que trabaja con discapacitados, y en 2006 creó un proyecto para la inclusión social de reinsertados. En esta crónica se recogen testimonios de mujeres que alguna vez pertenecieron a grupos armados y ahora tratan de salir adelante junto con sus pequeños hijos. Les cuesta hablar de la vida pasada por temor a las represalias, pero sus silencios son elocuentes.
“Me salí de la guerrilla porque me dieron donde más me duele: mataron a mi compañero”, dice Mariela* con voz entrecortada. Hace una pausa y continúa: “A partir de ese momento las cosas cambiaron, quedé muy desmoralizada, empecé a fallarles, hasta que un día me fui, y aquí estoy, empezando otra vez de cero, pero tranquila”, y sella sus palabras con una tímida sonrisa. Mariela es alta y tiene una apariencia cuidada desde el pelo hasta las uñas. Su trato suave y cordial oculta las asperezas del pasado y cuando habla demuestra seguridad. Ella hace parte de los 85 beneficiarios del ‘Proyecto de inclusión social basado en capacitación y empleo para personas en situación vulnerable’, que maneja la Fundación Proyectos Tecnovo desde mayo de 2006, con el apoyo de la Fundación Tejido Humano, ambas privadas y sin ánimo de lucro. En su sede del barrio Ricaurte ofrece capacitación en áreas de
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sistemas, empresariado y plan de negocios, preparación para el mundo del trabajo y acompañamiento psicosocial. En un futuro próximo tendrá capacitación en artes y oficios. El caso de Mariela es particular porque el año pasado, después de desmovilizarse, llegó a Tecnovo a trabajar en el taller de fabricación de velas, proyecto bandera de la fundación, pero debido a su preparación la promovieron como orientadora del programa de acompañamiento psicosocial. “Yo estudié psicología social y ahora estoy estudiando comunicación social. Le comenté esto a doña Claudia de Caballero, la directora de la Fundación, y con ella comencé a montar el programa de ayuda psicosocial”, cuenta Mariela, que trabaja con sus alumnos en talleres de perdón, reconciliación, tolerancia y autoestima. De ellos admira la aceptación que demuestran al ser ex militantes de grupos tan opuestos. “Aquí hay ex guerrilleros y ex guerrilleras de las FARC y del ELN, desmovilizados de las AUC, muchachos de la Armada, el Ejército y desplazados recibiendo clases en un mismo salón. Jamás me imaginé que esto pudiera pasar, sin que hubiera tensiones entre ellos”.
bien equipado y atractivo, los niños dibujan, juegan, hacen la siesta y reciben felices a sus mamás al terminar el día. Mariela dice que gracias a esa cercanía se ha ganado la confianza de sus hijos, y hoy en día es su mejor amiga: A corto plazo se ve “organizada, con mi casa propia, mi hijo mayor terminando una carrera y mis otros dos niños terminando el bachillerato”. Cuenta que le gustaría montar su propio negocio —una droguería—, terminar la carrera de comunicación y ser una excelente profesional enfocada en la labor social. Esta activa y enérgica mujer, a pesar de tener su tiempo copado cumpliendo funciones de madre, profesora y estudiante, quiere desarrollar otro oficio: el de escritora: “Pienso escribir un libro con mi historia, pues creo que es muy valioso mostrar esa realidad que muy pocos conocen. Además, las mujeres tenemos muchos valores, entonces ¿por qué no sacarlos a relucir?”.
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Aunque aparentan más edad de la que tienen, estas dos mujeres no alcanzan los 25 años. Mónica* está maquillada y luce una balaca azul que hace juego con el conjunto de pantalón y chaqueta de jean. Contrasta con Diana*, que lleva una sudadera negra holgada, camiseta blanca y trae su pelo recogido en una cola de caballo. Llegaron a la fundación en octubre de 2006, siete meses después de haberse desmovilizado. También dejaron las armas por sus hijos. “Es que eso no era vida para ellos, eso de estar lejos de uno y escondidos”, comenta Mónica, quien no oculta el alivio que siente al haber dejado la guerrilla. A diferencia de Mariela, ellas eran combatientes rasas, o sea “guerrilleras de base”. “Ahí las cosas sí eran bien duras —interviene Diana—. Hubo momentos intensos en los que pensé que no salía viva, y la vida me pasaba en un segundo”.
+++ +++ +++ +++ Durante la conversación, en la sala de sistemas hay cinco personas más. Mónica y Diana hablan en voz baja, pero muy animadas. Mónica se sonroja, desvía la mirada y examina la sala rápidamente. Diana es locuaz, a veces interrumpe a Mónica, hace bromas y se balancea en su silla. Cuesta creer que en algún momento empuñaron un fusil. Pero el pasado quedó atrás, y hoy están aprendiendo a manejar una nueva herramienta: el computador. “Cuando yo llegué aquí no sabía ni prenderlo. En los casi cuatro meses que llevo estudiando he aprendido Word, Excel e Internet. ¡Cómo será que ya hasta abrí un correo!”, dice Mónica sin despegar los ojos de la pantalla. Las dos llegaron a Tecnovo por algún conocido. A Mónica la convenció su cuñado, que trabajaba allí, y llegó a Bogotá con su esposo —también desmovilizado y beneficiario del proyecto— y sus dos hijos. A Diana lo que más le llamó la atención fue la guardería para su hija, aunque la lleva poco. Mónica sí lleva a Giselle todos los días a la guardería para poder concentrarse en sus clases.
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+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ También dejaron las armas por sus hijos. +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ {16} “Es que eso no era vida para ellos, eso de +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ estar lejos de uno y escondidos”. ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
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Los niños de Tecnovitos Felices, más cerca de sus mamás.
El sambenito de los reinsertados La capital puede resultar hostil y caótica para quienes vienen del campo. “Para mi fue durísimo, eso me tocaba con psicólogo y todo”, dice Mónica. “A mí me dan una dirección y yo llego porque llego”, afirma Diana, que con el tiempo ha aprendido a moverse en la ciudad. No ocultan los motivos que las impulsaron a entrar a la guerrilla, pero tampoco se justifican. Mónica entró a las FARC por razones económicas, pues le pagaban 150.000 pesos, con los que llevaba el mercado a su casa. Diana se enlistó porque la situación de violencia doméstica en su casa era insoportable: “Mi mamá nos pegaba todo el día, y fuera de eso mi padrastro trató varias veces de abusar de mí”, así que a la primera oportunidad que tuvo se fue de la casa y se incorporó al ELN. Ambas dicen llevar el sambenito de ser reinsertadas. “Eso para muchos es un baldadito de agua, pero tampoco uno anda por ahí contándoselo a todo el mundo. En eso aún falta mucho camino por recorrer”, dice Diana. A medida de que la conversación avanza, se van animando a contar más. Pasamos a un salón de clase vacío donde se sienten menos intimidadas. Empiezan a hablar entre ellas, a conocerse. Diana le cuenta a Mónica que le mataron a su compañero, y Mónica le dice que está felizmente casada. Las dos hablan de sus hijos con emoción y descubren tener cosas en común, como su posición frente a la guerrilla. “Algunos que quedan sí están realmente convencidos, pero hay otros que lo hacen por plata y están convirtiendo la lucha en un simple negocio”, comentan ellas. En cuanto a su futuro, tienen elevadas aspiraciones. “Ahora estoy validando el bachillerato y quiero estudiar en la universidad”, dice Diana. Y Mónica quiere montar un supermercado con su esposo, aprovechando sus conocimientos de empresariado y plan de negocios. “De las mujeres reinsertadas casi no se habla. Ellas son las que necesitan más apoyo durante su proceso de reincorporación, sobre todo porque vienen de un medio muy machista, y en eso los programas han tenido sus falencias”, afirma Luisa Villamizar, la psicóloga del programa. Mariela, Mónica y Diana ya están saliendo adelante, pero la mayoría de mujeres reinsertadas necesitan constante apoyo psicológico y capacitación para volver a la vida civil y recuperar el tiempo perdido. *Los nombres se cambiaron a petición de las entrevistadas.
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La vacuna
Natalia Aldana natica_aldana18@hotmail.com
que levanta más ronchas Neumococo es un nombre raro para una bacteria muy común, que produce meningitis, otitis media y enfermedades respiratorias, como neumonía, entre otras. Pero además de ser causa de infecciones, también ha sido foco de discusión entre médicos, laboratorios y gobierno, que no se ponen de acuerdo sobre la necesidad de la vacunación masiva, considerando que es la vacuna más costosa del mercado (un promedio de 700.000 pesos las cuatro dosis). Este informe recoge distintas voces de la polémica.
La Academia de Pediatría de Estados Unidos y la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomiendan que todos los niños menores de dos años reciban la vacuna conjugada contra el neumococo, y los menores de cinco años no inmunizados, la neumo23. Pero el gobierno distrital no piensa igual. Patricia Arce, técnica del Programa Ampliado de Inmunización de la Secretaría Distrital de Salud (SDS), afirma que es un error pensar en una vacunación masiva cuando sólo la necesitan grupos que están en riesgo, como niños con VIH, cardiopatías, inmonudeficiencias, diabetes, asma, pacientes sin bazo o con enfermedades crónicas de riñón e hígado, entre otras. También la población infantil vulnerable, es decir, que vive en hacinamiento o que está desnutrida. El pediatra infectólogo Carlos Torres, quien hace parte del Comité Asesor de Vacunas, afirma que los médicos recomiendan inmunizar a los niños sin ánimo de infundir temor. “En la mente de un pediatra no existe la menor duda de que la del neumococo es una vacuna importante”.
Para Torres, el verdadero discurso del gobierno es: como no hay dinero para garantizar la vacuna a toda la población infantil, toca hacer rendir los recursos entre quienes más la necesitan. Para el pediatra, “es ilógico decir que un niño sano no está en riesgo, porque también se mueren por neumococo, que no respeta condiciones socioeconómicas”. Según Fabio Varón, internista neumólogo y miembro de la Sociedad Neumológica Colombiana, es mejor prevenir que curar. “Si la razón de no vacunar es económica, entonces qué le cuesta más al Estado: vacunar a los niños por neumococo o atender a pacientes que por neumonía pueden requerir hospitalización y tratamiento en la unidad de cuidados intensivos; eso sí cuesta una gran cantidad de dinero”. Analizar esta situación definiría el costo-efectividad de la vacuna. Para él, la principal garantía de la vacuna es que disminuye notablemente el número de episodios de neumonía graves que causan la muerte. Hernando Villamizar, presidente de la Sociedad de Pediatría, ratifica que todos los niños necesitan la vacuna, tanto los de estratos 4, 5 y 6, como los de
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1 y 2, pero “impulsamos la idea de empezar con los grupos en riesgo y vulnerables, ya que los costos parecen superar las posibilidades actuales”. Como el número de vacunas sigue siendo limitado, “entre un niño que tiene una malformación congénita y uno que duerme con otros tres en el cuarto, pues elegimos el primero”, afirma Arce. “Imagínese un niño que muera de neumonía porque se complicó de sarampión, y yo pensando en aplicar una vacuna de más de 50 dólares la dosis cuando la otra me cuesta menos de nada; todo este conjunto es muchísimo más importante que pensar en vacunar contra el neumococo. Lo otro sí es de primer orden”, añade la funcionaria de la SDS.
Vacunación, pero sostenida Vacuna y vacunación son conceptos que se parecen, pero no significan lo mismo. Según Villamizar, “no hay vacuna mala”, todas son necesarias; el problema radica en el sostenimiento: “Si se consigue la financiación y se inicia una vacuna, y luego no se mantiene, se caen las coberturas de vacunación y se disparan los casos de morbilidad y mortalidad”.
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A esto se suma que el neumococo tiene un elevado grado de contagio, ya que establece colonias en la nasofaringe tanto en niños como adultos. Por ello, la infectóloga y docente de la Universidad del Cauca, María Lilia Díaz, asegura que en los países donde se ha institucionalizado la vacuna para todos los niños menores de dos años, además de la reducción de infecciones invasivas y la mortalidad en vacunados, se ha visto un beneficio adicional: “La reducción en los casos de infecciones en niños no vacunados, al disminuir las fuentes de transmisión”. El secretario distrital de Salud, Héctor Zambrano, declaró en 2006 que se invertirían 5.000 millones de pesos en esta vacuna y se aplicarían 10.000 dosis. En efecto, en marzo de 2007 se realizó por primera vez en Bogotá la vacunación contra la bacteria del neumococo, en la que se invirtieron 2.100 millones de pesos para 4.000 dosis. Pero, según los expertos, las vacunaciones sólo serán eficaces cuando la vacuna se incluya en el plan obligatorio de salud (POS) y se brinden garantías a largo plazo. Para el pediatra Torres, se trata de un plan pensado con mente tercermundista, y comenta que países vecinos, como Brasil y Panamá, van un paso adelante al suministrar la vacuna de neumococo a toda la población infantil sin recursos. Y en países como Noruega, Estados Unidos, España, Canadá, Francia, Australia y Holanda, cuando los niños cumplen un año los inmunizan contra la bacteria.
Incidencia del neumococo De acuerdo con el Instituto Nacional de Salud (INS), en Colombia se registran en promedio 25.000 casos de neumonía cuya principal causa es el neumococo. Del 20% al 30% de los 10.000 casos de meningitis, son provocados por la bacteria del neumococo, y de éstos mueren 600 niños menores de cinco años anualmente. Patricia Arce afirma que en la SDS están al tanto de la incidencia de la neumonía, y su propósito siempre ha sido disminuir los índices de la enfermedad. Han intervenido otros orígenes inmunizando contra el virus de la influenza que, según la funcionaria, marcaba picos altos. Y ahora el turno es para el neumococo. Pero Varón, miembro de la Sociedad Neumológica Colombiana, afirma que la influenza es un virus que produce gripas, infecciones respiratorias y en pocos casos neumonía, mientras indudablemente el neumoco es la causa principal de esta enfermedad. Como parte de los esfuerzos del gobierno distrital, también existe el proyecto de acuerdo 264 de 2006 para que el Concejo apruebe la inclusión “dentro del esquema oficial de vacunación del Distrito Capital, de manera gratuita y con carácter obligatorio, de las vacunas contra el neumococo, el rotavirus, la hepatitis A y la varicela”. Su argumento es que hasta 2006 las dos primeras causas de morbilidad infantil eran por neumococo y rotavirus. Por otro lado, existe el acuerdo 335 de 2006 del Ministerio de la Protección Social, según el cual todo niño en riesgo o vulnerado puede obtener la vacuna en forma gratuita. Pero sobre este derecho no se ha hecho una campaña de difusión, por lo que la ciudadanía lo desconoce. Un vocero de Laboratorios Wyeth —empresa creadora de la vacuna— afirma que el Ministerio de la Protección Social “destinó una partida de 3.000 millones de pesos para adquirir vacunas durante el 2007 para un grupo específico de población con algunos factores de riesgo. Sin embargo, es crucial mantener esta inversión en los años siguientes y ampliar la cobertura. Es importante que instituciones como el Congreso de la República, el Ministerio de Hacienda estudien el tema y busquen destinar los recursos necesarios, pues en Colombia estamos lejos de cumplir las metas del milenio en reducción de mortalidad infantil”.
Efectividad de la vacuna, según serotipos Para Arce, la vacuna del neumococo sólo protege un 60%, ya que no contiene los serotipos 1 y 5, que son los más frecuentes en la zona tropical, donde
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circulan en Internet las quejas sobre un comercial de Wyeth que promovía la vacunación contra la bacteria: “¿Sabías que el neumococo es una de las principales causas de muerte de niños menores de cinco años? Yo lo supe demasiado tarde y mi hijo ya no está conmigo”.
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El Ministerio de la Protección Social solicitó suspender la emisión porque generaba pánico y anteponía el interés particular sobre el general, ya que no era una vacuna 100% efectiva. se ubica el país (serotipos son las variedades de un mismo microorganismo o bacteria). Torres refuta: “Si esos serotipos fueran los más frecuentes, la vacuna no cubriría el 60%, ya que 1 y 5 en Colombia corresponden al 22%”. Laboratorios Wyeth sostiene que la vacuna tiene “una eficacia clínica del 97%”. Este porcentaje varía según el país. El neumococo presenta 90 serotipos, pero la vacuna contiene los siete más agresivos y es más efectiva en Colombia que en países como México, Argentina, Chile y Uruguay. María Lilia Díaz especifica que en Colombia, “según investigaciones del grupo del INS liderado por Elizabeth Castañeda, alrededor de la mitad de los serotipos que causan la enfermedad invasiva están en la vacuna del neumococo. Así que el problema más grande es de costo para el sistema de salud, y no entiendo por qué en Colombia es tan cara, pues un estudio reciente publicado en la revista científica Lancet demostró que la vacuna sería efectiva con un costo de 5 dólares la dosis”. Se podría pensar que el gasto para cubrir toda la población puede ser elevado cuando sólo protege en el 60% de los casos. Pero Torres argumenta: “Si se incluyen vacunas en el plan básico como la DPT [difteria, tosferina y tétanos] con una efectividad del 35% y de tuberculosis con un 22%, incluir una que cubra el 60% no estaría mal”. El problema, de nuevo, no es la efectividad, sino el costo; además, la vacuna contra el neumococo realmente cubre el 71% contra neumonía y 65% contra meningitis, asegura Torres. Además, aclara el neumólogo Varón, estos porcentajes son aproximados, ya que en Colombia no existen estudios específicos sobre la efectividad de la vacuna contra el neumococo.
El documento alentador Y en medio de la polémica sobre la vacuna contra el neumococo, los padres de familia se sienten desinformados y confundidos frente al tema. Aún
Hacia el mes de junio será transmitido en la televisión y en la radio colombianas un comercial más amable, menos aterrorizante, sobre la vacuna contra el neumococo. Además, mediante plegables, Wyeth realiza una campaña educativa en la que invita a los padres a incluir esta vacuna en el esquema de vacunación de sus hijos con una primera dosis a los dos meses y una última dosis entre los 12 y los 15 meses de edad. Por lo pronto las esperanzas están puestas en la Declaración de Cartagena, “Vacunación: un reto de equidad”, hecha en noviembre de 2006. Para Hernando Villamizar, la Sociedad de Pediatría tiene una posición clara basada en ese documento: deben analizarse las posibilidades de incremento del Programa Ampliado de Inmunizaciones e incluso trascender las limitaciones legales actuales respecto del POS. La Declaración especifica que la vacunación debe estar en las más altas consideraciones constitucionales y ser defendida como política de Estado, por lo cual la falta de financiación no puede convertirse en un impedimento: “Que estemos seguros de que no haya ni un solo niño que sufra o muera por cualquier enfermedad prevenible por inmunización”. En el documento, Hernando Villamizar; Mirta Roses (directora general de la Organización Panamericana de la Salud); Álvaro Mendoza, rector de la Universidad de la Sabana y 180 firmantes más proponen crear un Consejo Nacional de Prácticas en Inmunizaciones y así promover las negociaciones conjuntas de vacunas del sector salud colombiano con los laboratorios. Mientras tanto, a la vacuna contra el neumococo sólo accede una minoría de la población. Por ello Torres, que no pierde su sentido del humor, cuando recibe a altos funcionarios de la Secretaría Distrital de Salud y del Ministerio de la Protección Social con sus hijos como pacientes, cuenta que les dice: “No le irás a poner el neumococo, supongo”. Pero ellos invariablemente le responden “¡Pues claro, póngasela!”.
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‘Corrientazos’
Andrea Herrera Suárez andreitaherrerasuarez@yahoo.com Fotos: Silvia Bonilla
de cinco tenedores
El furor de la certificación de calidad también llegó a los restaurantes caseros, más conocidos en Bogotá como ‘corrientazos’, que por menos de 5.000 pesos deben ofrecer alimentos frescos y bien manipulados a sus clientes. En Chapinero se concentra el mayor número de establecimientos acreditados, pero la meta es que los 4.500 restaurantes distribuidos en las 20 localidades de la ciudad realicen el proceso para obtener la calificación Uno-A.
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Hacia la 1:30 de la tarde, hora pico de los restaurantes, dos funcionarios de la Secretaría Distrital de Salud llegaron sin previo aviso a realizar su visita de inspección al Restaurante Chatos, ubicado en la calle 70 con décima. “Entraron directo a la cocina, abrieron la nevera, destaparon las canecas de la basura y pidieron de cada una de las empleadas los certificados de manipulación de alimentos”, cuenta Luz Mirella Acosta, propietaria del establecimiento que busca renovar su acreditación. Desde 2003, la Administración Distrital cuenta con una estrategia de distinción sanitaria de restaurantes populares que cumplan con los requisitos exigidos, principalmente en materia de calidad de servicio, normatividad sanitaria y menú balanceado. “En la localidad de Chapinero el resultado fue excelente, pues de 53 restaurantes Uno-A clasificados desde el comienzo del proyecto, 24 fueron de este sector”, afirma María Cristina Prieto, directora del programa de certificación de calidad. “Sin embargo, no fue nada fácil la evaluación, puesto que muchos restaurantes no reunían los requisitos del servicio y descuidaban la manipulación de las ensaladas y de los jugos, por ejemplo”. Para evitar que la gente consuma verduras mal lavadas y jugos con una elevada concentración de mohos y levaduras, comenzaron las capacitaciones
La cocina, limpia como una sala de cirugía
para personal de restaurantes ‘caseros’ en 2005. En las charlas se explicaba qué jugos no se debían dejar expuestos al medio ambiente sin protección, antes de ser servidos. Además, se les daban las concentraciones precisas de hipoclorito para las soluciones desinfectantes de las verduras, mostrando a los participantes cómo conservarlas en hielo, limón y vinagre.
Es común escuchar usuarios de este tipo de establecimientos que han sufrido intoxicaciones: “La última vez que me intoxiqué fue en uno de los restaurantes en los que yo confiaba, pero un postre de maracuyá y la limonada, que siempre está amarga en estos ‘chuzos’, hizo que durante dos días no pudiera ir a trabajar”, cuenta María Fernanda Gutiérrez, oficinista del sector.
A propósito de las muestras tomadas de los alimentos, Rocío Gómez, bacterióloga del Laboratorio de Salud Pública, afirmó: “Lo que sucede es que nuestra legislación no responde a la gran variedad de productos que tenemos; específicamente para productos preparados de restaurantes no hay una legislación que permita determinar si el alimento se encuentra en un grado aceptable y apto para el consumo humano. Si se realizara un análisis fisicoquímico se incluirían pruebas como el pH, la acidez y otros parámetros de calidad”.
El alcohol es nocivo para los restaurantes
En las brigadas de control se hicieron pruebas de tipo microbiológico (recuento de mesófilos, coliformes totales, coliformes fecales, presencia de salmonela, recuento de mohos y levaduras). Si la legislación nacional lo permitiera, se prevendrían aún más las enfermedades transmitidas por alimentos (ETA), que constantemente producen intoxicaciones por la presencia de ciertas bacterias u otros microorganismos. Una de las ETA clásicas es la intoxicación por la toxina del estafilococo, bacteria que se encuentra en las manos y en las mucosas de boca y nariz; produce diarrea, vómito y dolor de cabeza, y los episodios ocurren regularmente media hora después del consumo de los alimentos.
Chapinero es un sector donde la mayoría de los restaurantes sí cumplen con los parámetros requeridos del restaurante popular. Están legalmente constituidos, venden menús ejecutivos con un precio inferior a 5.500 pesos (hace dos años, 5.000 pesos), no son de ventas callejeras, no están dentro de un centro comercial, no pertenecen a cadenas de restaurantes y tienen sus empleados afiliados al sistema general de seguridad social en salud. No obstante, algunos ‘corrientazos’ del sector cobran 7.000 pesos, un precio que supera al del menú popular. Para la directora del programa, la principal causa para negar certificaciones es el expendio de alcohol: “Los distintos establecimientos, supuestamente restaurantes, en vista de la situación económica se rebuscan en el expendio de licores, pues por la cercanía con las universidades se convierten en bares después del medio día”. Mirella Acosta, de Chatos; Yaleidy Madera, de Patacones (calle 48 # 23-14), y Myriam Rieño, de Viva Mejor (carrera 24 # 48-65), coinciden en que la publicación de los restaurantes certificados les abrió más las puertas para el comercio, el consumo y el reconocimiento.
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En el caso de Patacones, sólo les sugirieron comprar un perchero para las escobas, enmallar las luces para prevenir daños ante cualquier explosión y cambiar el color del techo por uno más claro, para dar luminosidad. Yaleidy Madera, administradora y arrendataria, quedó bastante satisfecha después de la última inspección realizada hace tres meses. Su restaurante fue certificado en diciembre de 2003, y todavía guarda debajo de los vidrios de las mesas algunos recortes de periódico y conserva su diploma en la puerta. Mesas para unas 100 personas, un televisor grande y baños aseados caracterizan este restaurante. Con cinco empleados de planta funciona todos los días de 8 de la mañana a 5 de la tarde. Su menú un día cualquiera es: crema de ahuyama, aborrajado, carne en goulash, ensalada de apio y jugo de mora. Un menú equilibrado por 4.500 pesos. Hablando de comida sana, el restaurante vegetariano Viva Mejor —antes conocido como La Vid— funciona hace diez años y tiene capacidad para 120 personas. Ofrece un buffet diario por 5.500 pesos. “Con Rocío Gómez, bacterióloga del Laboratorio de Salud Pública.
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nosotros los funcionarios fueron muy amables, hasta almorzaron ese día acá y lo único que nos aconsejaron fue tapar el cableado y tener mucho cuidado con el piso mojado en la cocina, limpiarlo cuantas veces se pueda”, comentó su administradora. Por su parte, Mirella Acosta, tercera propietaria de Chatos, recibió felicitaciones de parte de la Secretaría Distrital de Salud debido al buen servicio. Es así como Carolina Berrío, quien trabaja en las oficinas de la calle 72, dice: “Me gusta mucho este lugar, pues por 5.400 pesos no podría comer en ningún otro restaurante del sector; además, el servicio y la comida son realmente buenos”. En la última visita de la Secretaría, realizada hace un año, la única observación que les hicieron fue la de revisar los extintores y cambiar los uniformes de las cinco empleadas, preferiblemente por un color claro.
Aseo a toda prueba En general, las autoridades sanitarias advirtieron sobre la contaminación cruzada, que se presenta cuando en las neveras se guardan alimentos ya cocidos junto con alimentos crudos, más propensos a bacterias y demás microorganismos. Lo ideal sería tener dos neveras para conservarlos. En casi todos los restaurantes populares de Chapinero no se encontraron restos de comida del día anterior guardados en la nevera y se diagnosticó un buen manejo de basuras, ya que hay lugares donde nunca lavan las canecas, nicho de mosquitos, hormigas y cucarachas. Aunque algunos propietarios dicen que a veces las inspecciones son superficiales y que duran máximo 20 minutos, Prieto sostiene que una visita debe durar mínimo dos horas, porque no se trata sólo de mirar, sino de corregir para generar un cambio de hábito.
Espacios amplios, iluminados y limpios son requisitos para los “corrientazos”
Este sello de calidad ofrece a los clientes la posibilidad de consumir un almuerzo de calidad que no ponga en riesgo su salud. Sin embargo, el programa ha tenido poca difusión, y aunque en cada localidad se entregaron plegables, no se ha promovido de forma directa para ampliar su cobertura y elevar el número de restaurantes postulados ante la Secretaría. El seguimiento de los ‘corrientazos’ se publicó en el Boletín Epidemiológico, pero quedó haciendo falta la difusión del primer balance de la situación de los restaurantes populares entre 2003 y 2005 en la capital. Las oportunidades están abiertas para todos los restaurantes que quieran recibir la acreditación Uno-A, y así materializar el dicho popular de “bueno, bonito y barato”.
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De alto y bajo
turmequé
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Una mujer de 25 años, delgada y alta, de pelo largo cepillado y con jean Diesel dentro de unas botas negras hasta la rodilla, llega con sus amigos al Restaurante y Campo de Tejo Paninario, ubicado en la calle 245 con carrera séptima. Cuando le corresponde el turno, se acerca con pasos cortos y elegantes, toma el tejo en su mano derecha, mira fijamente el centro de la cancha y lo lanza con poca fuerza por encima de su cabeza, de manera que el disco de metal hace un recorrido parabólico lento y golpea contra el piso. El tejo ni siquiera queda enterrado en la arcilla. La mujer hace un gesto de decepción, baja los brazos con fuerza y da media vuelta mirando al piso. Sus compañeros la alientan: “Ánimo, ya vas mejorando”.
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Al día siguiente, una señora de talla baja, de 47 años, con jean Enrazado de bota doblada hacia arriba y zapatos de tacón, llega a almorzar y a entrenar en el Campo de Tejo y Piqueteadero Alfonso López, ubicado en la calle 49 con 26, en el sector de Galerías. Su puntería es precisa: donde pone el ojo, pone el tejo. Revienta mecha a cada minuto, celebra cuando escucha una explosión o aspira olor a pólvora. Cuando termina su turno, sus amigos le pasan una copa de aguardiente y le dicen: “Salud, mamita; tómese unito, que se lo merece”. Y los dueños del establecimiento la saludan y la felicitan por su juego.
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Andrés Bautista, ingeniero industrial de 26 años, visita por primera vez el Paninario. Según él, lo que hace del tejo un sitio play son las personas de estratos sociales entre 4, 5 y 6, el estilo de música —tropipop, reggaeton y algo de rock—, y la comida: baby beef, punta de anca y mojarra frita. “No creo que este lugar sea ‘gomelo’; lo único es que vienen muchos jóvenes universitarios a seguir la tradición de nuestros antepasados chibchas, pues el turmequé hace parte de nuestra cultura”. A Ferney Aguirre, obrero de 48 años, le encanta frecuentar el Alfonso López después de las dos de la tarde, cuando sale de la construcción cercana al sitio. Allí llega con algunos amigos, se toman unas ‘polas’ y se retan a jugar tejo. “En este sitio uno la pasa muy sabroso escuchando rancheritas y vallenatos. Muchas veces apostamos en el juego, y el que pierda paga la cuenta. Lo malo es que cuando llegamos a la casa nos toca rendirle cuentas a la mujer”, comenta entre risas. A la mesa esquinera del Paninario llega un grupo de estudiantes del Colegio Anglo-Colombiano, entre 17
y 19 años. Su intención no es comer ni jugar. Las niñas llegan uniformadas con jean, camisa blanca, cachucha y tenis Skechers. Los muchachos, con camisetas de equipos de fútbol y tenis Nike. En el ala derecha se ubican los hombres a tomar cerveza; en la izquierda, las niñas que se burlan de los jugadores, posan y se toman fotos, como si fuera una experiencia irrepetible. Pasan los minutos y los jóvenes no se animan a jugar; simplemente se retan a beber. A las mujeres les llenan la boca de cerveza sin dejarlas respirar. “Hágale, que ya casi pisa fondo”, les gritan sus amigos. Al ritmo de la música norteña, Nelson Cortés, de 53 años, saca a bailar a Alcira Fernández, de 42 años. Se
y 30.000 pesos en comida, por cabeza”, dice Ricardo Sarmiento, administrador de empresas de 32 años. En el piqueteadero Alfonso López, las canchas son de arcilla, como en la “tierrita” donde aprendieron a jugar. La mayoría de clientes oscila entre los 36 y los 60 años, muchos comen con las manos y se limpian con las mangas de la camisa. Se proponen jugar, comer un buen plato típico y pasar un momento agradable junto a sus amigos. En el Paninario las minicanchas son sintéticas para que los jugadores no se ensucien y la greda no les salpique la ropa. Allí se encuentran clientes entre 18 a 30 años, muchos de los cuales van al lugar por curiosidad y se comportan como en cualquier club social.
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“Los clientes de Paninario vienen a divertirse y a experimentar, pues la mayoría no sabe jugar”, aclara Indira Bohórquez, dueña y administradora del establecimiento, quien lo compró a tres estudiantes de la Universidad de La Sabana que lo inauguraron hace cuatro años. “Acá no vienen conductores de bus ni obreros y mucho menos gente con ruana y sombrero. Vienen, sobre todo, universitarios que gastan en trago y empresarios que toman, piden picadas y juegan”. El Alfonso López funciona hace 11 años y es propiedad de la familia López, heredera de don Alfonso. Como en los tiempos del caudillo Jorge Eliécer Gaitán, que jugaba con sus copartidarios en el campo Villamil del barrio La Providencia —después de su muerte, barrio Gaitán—, allí llegan los vecinos curtidos en el juego a quemar sus mechas y a apostar cervezas.
“El plato principal de este campo de tejo y piqueteadero es el cordero cocinado en horno de leña, y la ‘polita’ es el mejor acompañante; aproximadamente me gasto 30.000 pesitos entre juego y almuerzo”, dice Alfredo Jiménez, de 42 años, empleado de una fábrica. “Es la tercera vez que vengo al ‘tejo gomelo’; me encanta la comida. Además, es muy económica. También vienen niñas muy lindas, aunque la mayoría no sabe jugar. Normalmente vengo a este lugar con diez amigos y gastamos, casi siempre, 30.000 pesos en petaco de cerveza, con derecho a cancha de tejo por una hora,
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En el directorio de Páginas Amarillas aparecen registradas 18 canchas de tejo, pero puede haber más de medio centenar en la ciudad; la mayoría en sectores populares y menos de diez en sectores más exclusivos y en clubes sociales. Incluso en algunos clubes y empresas privadas realizan torneos de tejo entre empleados y socios. Otros lugares especializados en este deporte son la Liga de Tejo (avenida 68 con calle 63) y la Federación Colombiana de Tejo (calle 28 con carrera 25), que reúnen a expertos en el turmequé de toda clase y condición.
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balancean con la canción El carro rojo y suspenden el baile cuando a Nelson le toca el turno de jugar.
Dónde jugar
Anualmente en Bogotá se realizan 21 torneos de tejo entre hombres y mujeres profesionales, empresas y clubes. Y uno de los jugadores bogotanos más destacados es Enrique Bustos, campeón de moñonas en el último campeonato nacional de tejo masculino juvenil.
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Luz Andrea Lancheros lenwe22@hotmail.com Fotos: Adriana Montoya y Luz AndreaLancheros
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Danza árabe en Bogotá
Las caderas no mienten Más allá del fenómeno Shakira, del exotismo y de los mitos inventados por Occidente, desde hace unos cinco años la danza árabe se ha comenzado a abrir espacio en la capital, como actividad artística provechosa para el cuerpo y el espíritu. Este es un recorrido por las academias, los espectáculos y la indumentaria del baile importado de Medio Oriente que evoca las Mil y unas noches.
“La danza árabe es matemática, cada ritmo lleva su paso y cada paso lleva su tiempo. Es ver la música”, dice Claudia Cabana Vizcaíno, una de las maestras de danza árabe en Bogotá. En esta danza ancestral nacida en Egipto, cada elemento representa algo, dependiendo de la canción: el sable simboliza el espíritu guerrero; el velo, la sensualidad y el amor. El espíritu femenino se conecta con los demás elementos de la naturaleza; las manos simbolizan el cielo, y las caderas, la tierra. Pero este simbolismo es bastante desconocido en Occidente; más aún en Bogotá, donde suele asociarse con “la danza del vientre” que pone a babear a los hombres. Por esta percepción errada, quienes practican la danza árabe —hombres y mujeres— son vistos con cierta malicia. Para su círculo social, Claudia Cabana es una psicóloga graduada en la Universidad Javeriana, amante de la cultura árabe, que dicta talleres sobre danza y cocina árabes en su casa, ubicada al norte de la ciudad. Pero para el pequeño círculo de bailarinas de danza árabe es Samara (que en árabe significa “dulce”). “Gano mucho más como bailarina de danza árabe que como psicóloga”, dice Claudia Cabana entre risas. Samara, Zahira o Freya son nombres comunes en el Medio Oriente, pero en Bogotá sólo suenan cuando las bailarinas presentan sus shows nocturnos en lugares como Salamandra o el restaurante de comida árabe El Califa. De día vuelven a sus oficios y profesiones. Como sostiene Margarita Martínez, instructora del centro de yoga Mandala e ingeniera de sistemas, “las que bailamos siempre tenemos una carrera paralela porque el oficio de bailarina no está bien visto; hay muchos prejuicios”. Tanto Claudia como Margarita tienen claro que la danza árabe es un estilo de vida que aún no se adapta del todo a la sociedad bogotana, pero poco a poco se va extendiendo la práctica artística en gimnasios, centros de yoga, universidades y academias reconocidas, como Shalabia, Mahaila y Prem Shakti. Las mujeres asisten no sólo por salud física y mental, por mantener la figura o por razones estéticas, sino también por un interés artístico que se advierte en la guía de espectáculos de Bogotá.
en clases privadas. En promedio, de 20 a 30 personas asisten a las principales academias. Según Olga Patiño, instructora del Centro Javeriano de Formación Deportiva, la danza árabe comenzó a tener auge por dos factores: “La globalización, por la apertura islámica hacia Occidente, y por Shakira. Ella nos abrió el camino porque poca gente conocía esta danza cuando la puso de moda, hacia 1999, con su canción Ojos así”. No hay que desconocer tampoco que gracias al cine, al turismo y la industria musical se difundió la danza árabe en Occidente. Incluso en Estados Unidos se creó un estilo, tribal dance, que combina todos los pasos y movimientos de las danzas del Medio Oriente; y se crearon otros estilos en Argentina y en España. Pero el más popular y practicado es la danza del vientre (belly-dance) o raqs sharki, que mezcla los movimientos de las danzas del Medio Oriente con algunos provenientes de Occidente. Ahora bien, en academias como Prem Shakti se baila la danza samkya, que combina la danza clásica india con la árabe. Olga Patiño se interesó por la danza árabe después de ver un espectáculo en El Cairo. “Lo que me atrajo de la bailarina fueron los movimientos, la gracia, y entonces decidí aprender”, cuenta. Ella, al igual que Claudia Cabana, comenzó a asistir a academias en el exterior, a seminarios en Argentina y España, a ver videos. Sus amigas se interesaron en tomar clases con ellas y ahora algunas alumnas son maestras en gimnasios y centros de yoga.
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“Me encanta que la danza árabe se comience a practicar en gimnasios, en cajas de compensación, en centros de yoga, pero algunas maestras se quejan de que muchas mujeres llegan allí por seguir la moda y bailan sin saber siquiera lo que están haciendo. Creen que la danza árabe se puede improvisar, que no tiene ciencia”, dice Claudia Cabana con tono indignado.
Bailarinas graduadas El proceso de aprendizaje puede durar tres o más años, dependiendo de lo que la bailarina aprenda sobre las variaciones del baile clásico, de las actualizaciones y de las especializaciones en academias y
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El mito de la sensualidad “Me dicen que soy muy brusca y la danza árabe me ayuda a ser más femenina” o “me aconsejaron que bailando esto puedo levantar marido” son razones que esgrimen numerosas mujeres que dedican tres horas a la semana a bailar danza árabe. En cambio, otras que están compenetradas con este arte y desean bailar en público sólo pueden hacerlo en privado por los prejuicios de sus familiares y amigos.
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Y es que esta danza profundamente femenina choca con una sociedad machista. “El problema es que acá cuando uno baila los hombres se dedican a ‘morbosear’. En cambio, en Egipto no pasa eso; la danza árabe sirve para tomar conciencia sobre el propio cuerpo en el momento de la relación afectiva y sexual. Pero si se baila ‘para ser mejor en la cama’, pues mejor leer el Kamasutra, porque la danza árabe no ofrece eso”, advierte Olga Patiño. La danza árabe ayuda a expresarse como mujer, a reencontrarse con el cuerpo y con la identidad femenina. “Es una rebeldía del cuerpo”, dice Patiño. Por eso sus alumnas la integran a su estilo de vida. Pero todo estilo de vida tiene un precio; más cuando las principales academias de danza pasan de la calle 100 al norte, y una clase de una hora puede costar entre 15.000 y 30.000 pesos.
Un arte costoso Chinchines, zapatos bordados, cinturones, faldas, brassieres bordados, sables, monedas y velos de colores fuertes, cálidos… En medio de la parafernalia se encuentra Mohsen Makki, un egipcio de edad mediana que atiende cordialmente a sus clientes. Faravahar, su tienda, ubicada al lado del restaurante El Califa (calle 89 con carrera 11), tiene su clientela regular por las tardes: clientes conocidas que buscan un nuevo CD de un percusionista egipcio, bailarinas interesadas en un traje profesional de danza del vientre, expuesto en el maniquí de la vitrina, o jovencitas iniciadas que buscan un cinturón de monedas. La mayoría de ellas provienen de estratos altos y medios, así que pueden pagar los costosos artículos de Makki. Cuando quieren conseguir un artículo árabe se van al norte de la ciudad, donde hay gran variedad de tiendas de egipcios y libaneses radicados en Bogotá hace menos de diez años. Ellos saben que en Bogotá la danza árabe tiene cierto auge y todavía no hay mucha competencia. Además, se trata de artículos especializados y de confección artesanal. Un vestido de bailarina profesional puede costar desde 100.000 hasta 500.000 pesos. Un cinturón, si es de principiante, 50.000 pesos; adornado sube hasta 200.000 pesos. Los zapatos y bolsos cuestan entre 40.000 y 60.000 pesos. Los videos y CD cuestan entre 15.000 y 40.000 pesos. Si se quiere tener un elemento del ajuar —un sable, por ejemplo—, hay que pagar hasta 300.000 pesos, lo mismo que por un velo. Pero además de un bonito atuendo con sus abalorios, para ser una buena bailarina hay que actualizarse, asistir periódicamente a clases y a seminarios. Cuando vienen figuras tan importantes del extranjero como Hossam y su esposa Serena Ramzy o como Zaida (“(bailarina argentina de danza del vientre) o Amir Thaleb, los precios oscilan entre 15.000 y 500.000 pesos a la semana, dependiendo de la actividad y del prestigio del personaje que dicta el seminario.
“Conciencia femenina” Antonina Canal, directora de Prem Shakti, una de las academias más reconocidas, ha organizado desde hace tres años el Festival de Danzas Árabes en Bogotá. Este año decidió traer a Amir Thaleb, bailarín argentino de origen egipcio, para dictar el taller ‘Conciencia femenina’, acerca del conocimiento del poder de cada mujer. Luego de un taller de dos días en el Gimnasio Moderno, las bailarinas de Prem
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La danza como espectáculo
Los espectáculos de danza árabe en Bogotá han comenzado a tomar fuerza. Ya no son sólo bailarinas extranjeras las que llenan los recintos (el coliseo del Gimnasio Moderno o los teatros de Teusaquillo), sino las que se están formando en las academias. La calidad de estos espectáculos es innegable por las luces, el vestuario, la coreografía y la gracia de las bailarinas. Espectáculos donde confluyen los sonidos del derbake que se escuchan en algunas clases de Samara o Claudia Cabana; jóvenes que giran con los velos en Mandala o en Kamurozan; suaves coreografías de las bailarinas Prem Shakti con sus rostros iluminados; narguilas que se asoman en la tienda de Mohsen Makki. Y ocultas tras los velos, bailarinas sabaneras que le dan a la capital un aire repentino de Emiratos Árabes.
A finales de abril se realizó el show de apertura del III Festival de Danza Árabe “Horus Colombia” en el Gimnasio Moderno. Amir Thaleb, reconocido bailarín argentino de danza egipcia, hizo cabriolas con un bastón al ritmo del derbake en la primera salida a escena. En su segundo acto bailó un tango combinado con música egipcia. Por su parte las alumnas de Prem Shakti, presentaron “Agneha”, una coreografía de gran colorido en la que ondearon las alas de Isis al ritmo del pop árabe. En “Hop” y “Luz”, los otros dos números con los chinchines, demostraron una precisa coordinación del cuerpo con la música y los elementos escénicos. El percusionista Miguel Crespo animó el segundo número, donde las maestras de Prem Shakti le dieron el toque de celebración a la noche con el ritmo de sus caderas, al igual que Antonina Canal, la directora de la escuela.
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Shakti dieron un show al lado del famoso bailarín (como equilibrio masculino ante la mayoría femenina). Así lo hicieron en el programa Yo, José Gabriel con luces, vestidos coloridos y sensuales coreografías.
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Al final Antonina y Amir Thaleb bailaron junto a todas las alumnas de la academia, y desataron los aplausos del público que se sintió tocado por los velos de Sherezada.
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‡ PORTADA‡ En Bellavista los niños juegan a
Textos y fotos: Jorge Andrade Blanco yacasinosoynadie@gmail.com
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coger las nubes Detrás de las montañas de Ciudad Bolívar, en la frontera entre Bogotá y Soacha, queda Bellavista, donde los niños —a falta de juguetes y de parques— juegan a coger las nubes. Crónica narrada tras dos visitas a este lugar donde no hay presencia del Estado y donde la pobreza y la ignorancia claman al cielo.
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Primera visita: lunes Para llegar a Bellavista —que hace parte del barrio El Paraíso, pero sus habitantes quisieron bautizar así por el ‘paisaje’—, hay que subir en carro por una calle que divide Ciudad Bolívar en dos. Después de media hora de ascenso por una carretera solitaria, en mitad del tramo se emprende una escalada a pie de casi 15 minutos hasta alcanzar la cuesta. Allí lo primero que captura mi atención es el silencio. Lejos queda el murmullo de la ciudad que suena como una maquinaria desenfrenada. Decenas de cambuches fabricados con madera, lata y plástico se apretujan en un par de hileras. No son muchos los ranchos, pero la cantidad de niños me deja atónito. Todos miran hacia arriba, hacia el sendero por donde desciendo, pues no es normal que un “extranjero” —como les dicen ellos a toda la gente de la “planicie”— suba al Bellavista, un sector de conocida peligrosidad.
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Vida y Jersey
Tengo la impresión de estar parado en el fin del mundo, aunque un anciano bonachón insista en decirme que detrás de las otras montañas hay más barrios. Lo sorprendente es que el hombre hace énfasis en que es gente más pobre que ellos: “Campesinos la mayoría”. Algunos jóvenes se acercan a saludarme: “Tons qué, parcero”; “Buenos días, joven”, saludan los más viejos. Otros me miran con desconfianza. Justo en ese momento alguien me dice que tenga cuidado con la cámara, yo aprieto el maletín y continúo el camino hacia la casa donde me esperan para una entrevista. En la puerta del cambuche —armazón de maderas, plásticos, hojalatas y cartones—, una mujer me toma del hombro y me introduce en los seis metros cuadrados de su casa que da contra la montaña, por lo que una de las paredes es de roca natural. El mobiliario consiste en dos viejas camas de madera y tres colchonetas. La mujer me invita a sentarme en la mejor de
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sus camas y mientras cruza la pierna me dice con su voz delicada, casi un susurro: “Me llamo Vida”. A sus 28 años tiene el rostro prematuramente envejecido y la mirada cansada. Es madre de siete hijos y abuela de tres niños que son hijos de su propio esposo. En este barrio es común el embarazo en la adolescencia, y no es tan anormal que queden embarazadas de sus padres. Vida lo cuenta con la mayor naturalidad y yo disimulo mi reacción de escándalo. Vida tiene un torrente de quejas: “No hay qué comer”, “no hay trabajo”, “estamos cansados de la violencia”, “nadie nos pone atención”... La interrumpo para preguntarle si todos los que están ahí son sus hijos. Vida me contesta que no: “Aquí están sólo las mujeres; mis hijos están trabajando”. “Pero si me acaba de decir que no hay trabajo…”, le replico. Entonces me contesta: “Ellos bajan a robar a Ciudad Bolívar”. Sigue un silencio algo incómodo. Vida me cuenta que siempre ha vivido ahí, por eso ya está acostumbrada. “Aunque, de todas formas, usted ++++++++++ sabe, me gustaría vivir en uno de esos barrios de ricos. ++++++++++ Por allá en Kennedy o donde esa gente que tiene plata ++++++++++ pa’comprar cosas y poner las casas bonitas”.
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de nuevo a la casa. Me siento más seguro en este cambuche destartalado y construido en zona de alto riesgo por los frecuentes deslizamientos. Vida me dice: “Qué pena no tener pa’ofrecerle algo, don Jorge”. Pienso en el tarro de bóxer y agradezco que no tenga nada. Aprovecho para hablar con las niñas. Jersey, todavía a media lengua, es muy tímida. Pero las otras se sientan a hablar conmigo, juegan a ser gente famosa que contesta a las preguntas de un reportero novato. Cuando les pregunto por la religión, Lida, de 10 años, me dice: “Yo no quiero ir al cielo, ¿se imagina el frío? Mire que aquí a veces yo me despierto por la noche y estoy en el cielo. Todo está blanco”. Luego Tania me explica que en las noches, muchas veces, baja una neblina espesa que no deja ver ni la cama del lado. Por eso las menores creen que se levantan en el cielo; para ellas es un juego. “No les haga caso, ¡estas chinas son más brutas!...”, interviene Vida. Jimena, con su juguete viejo de cumpleaños.
Aprovecho una pausa para saludar a sus hijas y saco la cámara del maletín. Vida la mira como si se tratara de un arma nuclear, y las niñas, como si fuera un juguete galáctico. Tania, la hija mayor, de 15 años, regaña a su hijo Steven cuando lo ve acercarse con intenciones de tocar la cámara: “Quieto, Steven, que esa chimbada debe valer como cien mil pesos. ¿Nocierto?”. Yo asiento mentirosamente, pues no soy capaz de decirle lo que cuesta esa “chimbada”. La mayoría de estos niños son rubios por las terribles condiciones de desnutrición. De un rubio casi blanco. Juegan mientras yo tomo las fotos, se ríen coquetos, se pelean por el primer plano. De repente Jersey, la hija menor de Vida, me deja mudo: “Mamá, pegante”, implora. Yo miro incrédulo a la mamá que, apenada, le responde: “Más tarde, mamita”. “Son siete niños, más tres de mis hijas, pidiendo comida; no tengo cómo alimentarlos y sólo me dejan en paz dándoles pegante”, aclara Vida sin titubear. Salgo de la casa, observo las calles polvorientas y los perros bravucones que me ladran. De nuevo escucho el murmullo de la ciudad al fondo. Una de las niñas estrena un camión destartalado porque está de cumpleaños, me mira emocionada. En ese momento siento un estruendo; me tensiono y ante mi reacción la niña dice: “Tranquilo, que eso fueron unos disparos”. Y como los tres tiros me intranquilizan, entro
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Las niñas en este barrio maduran más rápido. A los 14 años ya pueden tener más de un hijo e intentan hablar como adultas. Cuando les pregunto cómo se entretienen los niños, Angélica, de 13 años y madre de un pequeño, me dice: “Aquí a veces traemos juguetes viejos que nos encontramos por allá abajo. Pero lo que más les gusta hacer a estos pelaos es coger las nubes”. “¡Coger las nubes!”, repito sorprendido. “Sí, cuando las nubes están bajitas una manada de chinos sube a coger las nubes allá”. Y me señala con el dedo hacia un hueco que hace las veces de ventana. “Son totiados de la risa allá brincando. Nosotras también vamos a veces, ¿nocierto?” y le da un codazo a Tania, que asiente con una sonrisa. “También juegan a los sicarios —se suben a sus motos invisibles y pasan a toda disparando—, pero sólo
Abajo, la planicie.
los niños, a las niñas no les gusta ese juego porque estos mocositos son muy bruscos”, agrega Tania. Son las cuatro de la tarde, una hora límite para permanecer en este barrio donde la seguridad no se le garantiza a nadie. Así que me afano, empaco la cámara y en cuestión de segundos estoy listo para descender del Bellavista. Doy una última mirada. Otra vez el silencio.
Segunda visita: domingo Asciendo de nuevo la escarpada para llegar al pequeño barrio ubicado detrás de la montaña. Esta vez con una par de bolsas de mercado para la familia de Vida y sándwiches para los niños. Cuando logro la cima, contemplo a Bogotá. En el lado opuesto a esta montaña está Monserrate. La torre Colpatria se ve diminuta, rodeada por un reguero de casitas desordenadas.
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Esta vez no hay nadie en la calle, el barrio se ve vacío. Son poco más de las nueve de la mañana y pienso que todos deben estar dormidos. Tuve que golpear varias veces en la puerta de Vida hasta que, apenada, con el pelo desordenado, y aún entre sueños salió a abrir la puerta: “Huy, que pena, don Jorge, recibirlo en esta facha”. Cuando entro en la casa me tropiezo con un montón de ollas y latas: “Discúlpeme, Vida”, digo. “No se preocupe, que a esta hora ya no necesitamos alarma”, replica ella despreocupada. Entonces me entero de que en este barrio las ollas no se utilizan para cocinar, pues prácticamente no hay comida. En las noches las personas ubican pilas de ollas en las puertas y en cualquier orificio por el que pudiera entrar un posible ladrón. Así, el sonido de las ollas que resuenan contra el piso es la alarma. Con algo de imprudencia pregunto: “Pero, ¿qué les van a robar?” . Me explica: “No tienen nada que robarnos, pero uno no sabe cuándo va entrar alguien a matarle un hijo a uno, como estos muchachos se meten en tantos problemas, y pues como ellos para conseguir comida hacen lo que sea…” . Todos se despiertan en la casa. Esta vez conozco al marido de Vida, de intensos ojos azules. Cojea exageradamente por un accidente que sufrió hace algunos años, y se apoya en un palo largo que emula un bastón. No es un tipo simpático y contesta tajantemente. Cuando le pregunté sobre su forma de ganarse la vida se sintió atacado y me contestó: “Aquí uno no se puede poner a pensar; si me pagan por matar a alguien, pues le hago, ñero, porque aquí no vivimos de tomarle foticos a los pobres, aquí
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++++++++++ ++++++++++ ++++++++++ ++++++++++ ++++++++++ ++++++++++ ++++++++++ ++++++++++ ++++++++++ ++++++++++ Vida me dice que me tranquilice, que a él le dan ++++++++++ arrebatos: “Eso es porque no ha metido vicio. No ++++++++++ demora en entrar a pedirle perdón”. En efecto, media ++++++++++ hora después volvió a entrar y me dijo: “Perdóneme, ++++++++++ ++++++++++ ñerito, es que usted me pregunta vainas que... ¿Sí ++++++++++ me entiende? Qué pena con usted, don Jorge, es que a uno el hambre lo pone de mal genio. Además, mire ++++++++++ ++++++++++ —se levanta la bota del pantalón y me muestra la ++++++++++ herida de su pie, luego se oprime un poco y sale una ++++++++++ ++++++++++ ++++++++++ ++++++++++ ++++++++++ ++++++++++ ++++++++++ no somos niños ricos. Si nos toca quebrar, quebramos; si nos toca robar, robamos. Yo no tengo tiempo para pensar, a mí lo que me importa es comer, socio. O no ve que aquí nos estamos es pudriendo de hambre. Que tal esta gonooo…”. Me quedo paralizado y agarro el maletín. “Y tranquilo, que no me le voy a pegar de esa cámara”. El hombre sale del cambuche maldiciendo entre dientes.
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suerte de materia—, a mí esto me tiene inservible desde hace dos años”. Intento no hacer cara de asco. Reparto los sándwiches entre los niños, que comen y me dejan tomarles fotos. Uno de ellos, que estaba metiendo pegante, no quiso comer. Yo les digo que me gustaría tomarles fotos cogiendo las nubes: “Pues si bajan, sí”, me dice uno de ellos. “Cuando uno tiene más ganas de jugar, nunca bajan”. Vida me informa que por la tarde bajan las nubes y llegan más niños del “trabajo”: “Pero eso es por ahí a las seis. Ahí verá si se arriesga, don Jorge”. No sé si fue por estupidez o por la llamada pasión periodística que acepté quedarme hasta tarde con todo mi equipo. Después de comer, iniciaron sus quehaceres en el barrio. Aproveché para hablar con Tania. Le pregunté por qué no estudiaba y me contó que los directores de los colegios distritales de Ciudad Bolívar no aceptaban a los niños que venían del Bellavista porque eran muy violentos y ponían muchos problemas: “Es que un día un pelao de aquí cosió a puñaladas a un muchacho de un colegio por mil pesos que se le quería enguantar. Después de eso, y pues por más problemas, los rectores no nos aceptan allá”. “Pero de todas formas yo sé leer, no crea”, me dice con un orgullo que me saca una sonrisa. “A mí don Polo —el señor que les lee cuentos a los niños del barrio— me enseñó a leer. Lo que pasa es que no leo nada porque para qué…”.
Vecino de Bellavista.
A medida que cae la tarde van llegando los adolescentes. Todos tienen una mirada cansada y severamente hostil; ninguno quiso hablar conmigo, incluso una señora de edad se me acercó asustada y me dijo: “Mejor váyase temprano joven, de verdad, es que estos muchachos se vuelven pirañitas con la gente como usted”. Me dieron las cinco de la tarde sentado en silencio. Vida me reunió un grupo de cinco niños con los que intenté hacer unas fotos, pero estaba muy oscuro. Cuando bajaron las nubes, la cámara no capturaba sino manchones borrosos. Escucho algunos disparos y comienzo a tiritar tanto de frío como de miedo. Decido irme. Le doy una última mirada al barrio, tempranamente oscurecido, pues a esta parte de la ciudad no la baña el sol de las cinco de la tarde. Una estampida de niños pasa corriendo junto a mí rumbo a la cuesta; los sigo con la vista, las nubes están bajas y ellos saltan retorciéndose en carcajadas y acariciando las nubes con las puntas de los dedos.
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Locura de la
nomenclatura Adriana Montoya Buitrago pollito80@gmail.com
Mientras que en la mayor parte de las ciudades las vías tienen un solo nombre a lo largo de su trayecto y las direcciones son fáciles de identificar, en Bogotá reina la desorientación entre nombres, números y letras que cambian cada dos o cinco cuadras. Así, con tantos cambios en la nomenclatura, padecemos una crisis de doble, triple y hasta múltiple identidad (trastorno “vía-polar”), como ocurre con la avenida 100, que deviene en avenida 68, avenida España, avenida del Congreso Eucarístico, avenida de El Espectador, avenida General Santander. O la autopista Norte, que se transforma en: avenida Paseo Los Libertadores (por la Av. Rodrigo Lara), avenida 13 y avenida Caracas. El crecimiento desmedido de la ciudad y al afán de los políticos por rendir homenajes merecidos e inmerecidos son causas del caos, pero en medio de todo se valora la recuperación de esa memoria histórica tras las placas, donde encontramos nombres insospechados
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La medicina de los
Laura Juliana Muñoz lajuli_mt@hotmail.com
doctores clown Fotos: Tathiana Vanesa Sánchez y Laura Juliana Muñoz
Inspirados en la terapia de la risa, del doctor ‘Patch’ Adams, un grupo de actores decidió convertir los hospitales en escenario de sus payasadas para distraer un rato a los pequeños enfermos. Dra. Alegría
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Apartados de los parques, juegos y familiares, los niños del pabellón pediátrico del Hospital Reina Sofía tienen que estar conectados a una bomba de difusión para recibir suero mientras se estabilizan. Esas horas de tedio, malestar y, muchas veces, desesperanza, las atiende el doctor ‘Picarín’, un payaso. Es viernes, y ‘Picarín’ llega apresurado al hospital, a las dos de la tarde, porque debe hacer su rutina en, al menos, 20 habitaciones con niños generalmente enfermos de diarrea o complicaciones respiratorias. Se toma su tiempo para ponerse el disfraz de payaso: zapatos grandes y coloridos, pantalones como los que usaba el Chavo del Ocho, bata con dibujos de nubes, un gorro adornado por un girasol y, lo más importante, una nariz roja y brillante. A este ‘doctor’ lo remite la Fundación Doctora Clown, con su eslogan “la risa es vida”. Desde 1998 esta organización pretende suavizar el sufrimiento de los niños y niñas hospitalizados a través de la terapia de la risa, famosa por el doctor ‘Patch’ Adams, que fue activista social, payaso profesional, actor y músico. La terapia consiste en aplicar técnicas de payaso y de circo (malabarismo, música, magia y teatro) como complemento al tratamiento de los enfermos. Desde que Enrique Peñafort se vuelve ‘Picarín’, habla como niño chiquito, canta, toca su guitarra y les hace bromas espontáneas a las enfermeras y aseadoras del hospital. Según los doctores clown, esto mejora el ambiente que rodea al niño. Esta vez va acompañado de Catalina Ávila, o la doctora ‘Cataclown’. Su personaje es una niña con los pies torcidos y los dientes negros, característica que aprovecha para enseñarles a los pacientes algo de higiene. Antes de entrar a cualquier habitación deben preguntar si la familia quiere que el niño reciba la terapia, y qué enfermedad tiene, ya que varias veces se han visto en situaciones incómodas: “Aunque parezca extraño, les hemos hecho malabares a ciegos, chistes de comida a anoréxicas y les hemos
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pedido aplausos a niños sin brazos”, cuenta Luz Adriana Neira, fundadora de Doctora Clown.
mados, por el fuerte olor y el impacto que producen las deformidades.
Vanessa, de cuatro años, lleva una semana con diarrea. Su mesa de noche tiene varios jarabes, una jeringa nueva y un jugo de guayaba que no ha probado. Tiene los ojos hinchados a causa de noches mal dormidas y llantos de dolor. No quiere jugar, y sólo la acompaña su madre. De repente, entran ‘Picarín’ y ‘Cataclown’ cantando con gestos exagerados “en un bosque de la China la chinita se perdió…”. La pequeña se levanta de la cama y presta atención a todo lo que hacen sus médicos-payaso, que hoy no van a cambiarle el suero ni a atormentarla con una inyección.
Cada habitación es un escenario distinto y los payasos deben elegir rápidamente la estrategia adecuada para levantarle el ánimo al paciente o, en el más desalentador de los casos, acompañar su dolor con un abrazo o una oración.
Al principio, Vanessa se asusta y llora, pero ‘Cataclown’ saca algo que siempre funciona: un tarro de burbujas de jabón. La niña se calma y sonríe, mientras intenta reventar las bombas. Los clown se sienten satisfechos porque su paciente ha entrado en confianza y disfruta de la función, como suele suceder.
A casi todos los bebés les gusta la música y las burbujas de jabón, y a los más grandes, los malabares, los cuentos y los trucos de magia. Pero hay casos más complicados: “Una vez visité a un niño completamente quemado, porque cuando estaba montando en su triciclo se tropezó con un tarro de ácido que su papá, un policía, había decomisado. No podía moverse, ni reírse y, además, estaba ciego. La terapia perfecta para él fueron unas rondas infantiles que le toqué con mi guitarra”, recuerda ‘Picarín’ mientras su expresión indica que le angustia evocar ese tipo de historias.
También deben estar pendientes de que no haya otros pacientes a los que les pueda incomodar la alharaca que hacen con su música, sus chistes y su magia. Esto lo sabe muy bien Juan David Villa, o el ‘Doctor Chito’, un payaso que se la pasa con un agudo pito en la boca y gafas tan grandes como las de un piloto: “Estábamos en una terapia de rutina en la que cantábamos, hacíamos mucho ruido y nos reíamos a carcajadas. Pero no habíamos notado que al lado había una joven pareja esperando a que su hijo de seis meses se muriera a causa de un tumor no operable”.
Por hoy, ‘Picarín’ y ‘Cataclown’ han terminado su trabajo. No visitarán más hospitales, ya que es extenuante hacer por cada habitación una rutina de aproximadamente diez minutos, en la que juegan, hacen magia, malabares, rondas infantiles y cantan El pájaro carpintero o Los pollitos dicen.
Es en esos momentos cuando no pueden llorar. Su trabajo es hacer que tanto los pacientes como sus familiares se distraigan, y una cara triste no ayuda mucho. Entonces, les toca salir disimuladamente a desahogarse en otra parte y a esperar que sus compañeros rescaten la función.
La sala de espera es oscura, solo hay una ventana y no entra mucha luz porque se encuentra en el primer piso. En este lugar hay desde recién nacidos hasta adolescentes de 18 años acompañados por un familiar. Algunos doctores y enfermeras pasan por sus camas para repartir regalos y ánimo.
También tienen charlas en la Fundación, en las que hablan de sus debilidades y reciben apoyo de todos. Comparten el miedo de estar en el pabellón de que-
En el fondo se escucha un televisor prendido al que nadie le presta atención, y en toda la sala, un canto monótono, fuerte, como si un locutor calentara
El lunes de la semana siguiente, ‘Picarín’, ‘Cataclown’ y ‘Chito’ visitan la Fundación Corazón Colombia, de la Clínica Shaio, que cada año hace una jornada de operaciones de corazón abierto, especial para niños sin recursos de todo el país.
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su voz. Al parecer, es tranquilizador para el chico que lo produce. Varios de estos pacientes no lucen ni actúan normalmente por los daños que su enfermedad cardiovascular les ha causado. A las nueve y media de la mañana, entran los tres payasos, capturando rápidamente la atención de todos los que están allí. No tienen nada planeado, no hay un libreto ni una misma rutina todos los días; ellos son profesionales y su especialidad es improvisar con los elementos que tengan alrededor, con sus habilidades especiales y con el público de turno. A veces comienzan la presentación con una ronda infantil. Sin embargo, es difícil empezar porque el niño que repite las vocales no deja escuchar lo que dicen los payasos. Ellos no se alteran y, en cambio, ‘Cataclown’ aprovecha para hacer un comentario gracioso: “Él siguió cantando, jeje”, dice con voz infantil.
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Después de 40 minutos de malabares, música, magia y chistes, los doctores clown hicieron carcajear a unos cuantos, y a otros al menos los distrajeron un rato antes de una complicada cirugía, “cuyos riesgos son la muerte, infecciones y alteraciones del corazón; aunque el porcentaje de niños que mueren en el mundo durante este procedimiento es sólo de un seis por ciento”, según explica Alberto Mejía, el director médico de la Fundación Colombia Corazón. Hay también otra clase de logros menos superficiales. La risa es un estimulante que actúa sobre la respiración, el corazón y los músculos, disminuyendo el wn. ctora Clo
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dolor, el estrés, la ansiedad y la depresión. Además, una terapia al estilo clown ayuda a que los pequeños se relacionen mejor con el personal médico, acepten tomar sus medicamentos, reciban con agrado la comida y, en general, disminuyan el estrés y la tensión de estar encerrados en un hospital. Al día siguiente, siete de los 20 doctores clown están en la sede de la Fundación, en Chapinero, para asistir a un taller acerca del aprendizaje de los niños según la edad. Todos tienen experiencia en música, teatro, magia y técnicas de circo, como el malabarismo. Muy pocos clowns estudiaron una carrera relacionada con la salud, pero en la Fundación Doctora Clown se encargan de capacitar a los artistas sobre higiene hospitalaria, enfermedades pediátricas, contraindicaciones y bioseguridad. En esta oficina, las personas demuestran que no son sólo payasos en los hospitales, ya que el ambiente es de cordialidad, bromas, carcajadas y palabras inventadas como “tengo una crisis clowniática” o “vamos a hacer una fiesta desclowntrolada”. Los payasos se ganan entre 200.000 y 2 millones de pesos al mes, dependiendo de la cantidad de terapias que hagan a la semana, la variedad de técnicas de circo que sepan y el trabajo administrativo para la Fundación. Pero la satisfacción de comprobar la efectividad de la terapia de la risa es el verdadero pago que reciben a cambio de su trabajo: “Después de visitar el Instituto Cancerológico, los oncólogos nos cuentan que los niños, al recibir la quimioterapia, vomitan menos y no lloran porque el dolor es mínimo”, asegura Luz Adriana Neira. Además de la risa, la pedagogía es una técnica que tiene buenos resultados. Neira recuerda cuando un hombre le pidió que le ayudara a explicarle a su hija de ocho años que tenía cáncer: “Hice un recorrido con ella por el Instituto Cancerológico, presentándole a otros niños. Ellos mismos le mostraban que el pelo se les caía y todo lo que les pasaba por la enfermedad. Un tiempo después la volví a ver y se veía tranquila porque ya estaba preparada para todo lo que estaba viviendo”. Es difícil robarle una sonrisa a una familia desconsolada, contener las lágrimas por estar ante un caso impresionante, explicar a un pequeño que a su corta edad tiene una enfermedad terminal y recordar a los que no sobrevivieron. Sin embargo, los doctores clown se ponen la nariz y bombean oxígeno y risas a los pequeños pacientes.
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Un franco defensor Rodrigo Sandoval sandoval.rodrigo@gmail.com Fotos: Silvia Bonilla
de la
revolución
Eduardo Franco Isaza comandó las guerrillas liberales de mitad del siglo XX en el Llano y publicó Las guerrillas del Llano, un clásico de la literatura sobre la Violencia. Considera un triunfo para la izquierda los logros del alcalde Garzón y espera que al país lleguen pronto los vientos de revolución que rondan en el vecindario latinoamericano. A sus 86 años, después de un largo silencio, habló para Directo Bogotá de esa época de la Violencia que dio origen al actual conflicto.
Difícil imaginar que este abuelo ojiazul, de pelo blanco y rostro rozagante —fenotipo tan irlandés como boyacense— “que camina a diario por Chapinero” haya sido uno de los ideólogos de izquierda más connotados de Colombia. Nació en Sogamoso en 1920, en una familia acomodada que lo crió entre las montañas de Boyacá y las llanuras de Casanare. “Uno de andino se reduce a pensar con cuatro paredes, cerrado por las montañas, pero en Sogamoso nos criamos diferente porque el mundo se nos abre por la cercanía con el Llano; uno deja la ruana y el encierro y se vuelve libre”. Sus primeros años de juventud los pasó en las frías aulas del Colegio de Boyacá, donde sus habilidades intelectuales y físicas lo destacaron del resto
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de estudiantes, tanto que siendo bajo de estatura logró un cupo en el equipo de baloncesto, primer campeón nacional de ese deporte. “Ganamos esas olimpiadas cuando no se usaban tenis ni había tablero en la cancha”.
La guerrilla
Cuando su padre murió, debió alternar los deportes y el estudio con el cuidado de la finca familiar, Durante su exilio en VenezueHato Mararabe, ubicado a orillas del río Cusiana. Al la, Franco isaza publicó Las terminar el colegio creó la Fundación Los Algarroguerrillas del Llano (1954), con prólogo de Juan Lozano bos (es decir, montó una finca) en el antiguo hato y Lozano. En 1986 el Círculo familiar y luego la vendió para dedicarse al comerde Lectores lo reeditó por cio de sal. En sus constantes correrías por los Llaquinta vez. nos empezó a oír los rumores de los levantamientos populares de resistencia, pero no les prestó mucha +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ atención hasta que fue víctima de un atentado por +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ parte de la Policía en Recetor, Casanare. “A mí me iban a matar, me salvó una comadre que no dejó atentado contra Luis Francisco ‘el Buchón’ Salcedo; que me dispararan, pero uno ya empezaba a oír los llegaron, incendiaron la finca y pusieron a todo el cuentos de que unos muchachos estaban peleando mundo en fila y los fusilaron. Al ‘Buchón’ no lo macontra los conservadores. Ese día supe que los liberataron, pero como quedó tirado en el piso, bañado en les teníamos que armarnos para defendernos”. sangre suya y de su encargado, entonces lo dejaron ahí tirado y salieron a dar la noticia. El ‘Buchón’ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ llegó a Sogamoso cuando en su familia ya lo estaban {42} +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ llorando y relató la verdad”.
En respuesta a la Violencia —según el veterano luchador—, el Ejército masacró civiles y los presentó como víctimas de los guerrilleros. Uno de los hechos más sorprendentes y que ayudó a acabar con el mito de los guerrilleros en contra de los hacendados ocurrió en la Finca Las Mercedes de Maní, en 1951, donde un comando de la Policía y el Ejército irrumpió para asesinar a todos los habitantes. “Ese día las tropas enemigas decidieron inculparme de un
Mientras preparaban la operación, el General Rojas Pinilla subió al poder y con la legitimación que le dio el Partido Liberal inició diálogos con la guerrilla. “¡Cuándo se ha visto una cosa así! Los militares, que eran el brazo represivo de los conservadores, ahora querían acabar con la guerrilla así como así y que nosotros negociáramos con el enemigo”. “‘Failache’ [Rafael Sandoval] y yo le escribimos a Guadalupe para decirle que dejara las cosas como estaban, mientras nosotros seguíamos con la operación”. Días más tarde, un comisionado del gobierno se reunió con Sandoval y Franco en Puerto
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En un principio las relaciones de los comandos guerrilleros con los jefes del Partido Liberal fueron ambiguas, pero cuando los movimientos empezaron a tomar fuerza, especialmente en el Llano, prácticamente desaparecieron las relaciones con la Dirección Liberal. La información que llegaba a Bogotá era muy imprecisa; se basaba principalmente en informes militares sobre atrocidades cometidas por los llamados “bandoleros”.
A finales de 1952 Franco empezó a rondar la frontera con Venezuela, a lo largo del río Meta, para negociar la entrada de armas desde el vecino país a cambio de ganado. “La idea era cambiar armas, con ayuda de algunos elementos del gobierno de Marcos Pérez Jiménez, por unas 300.000 cabezas de ganado que todos los hatos de Casanare debían aportar; íbamos a hacer una operación para distraer al Ejército y poder sacar el grueso del ganado […]. Habíamos dejado a Guadalupe Salcedo a cargo del Comando Mochacá; él tenía que mover el ganado y sacarlo a Venezuela como habíamos acordado”, narra Franco.
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Carreño para analizar la posibilidad de que dejaran las armas: “Ellos querían retenernos y llevarnos a Villavicencio en calidad de presos políticos, entonces nosotros nos montamos en la avioneta de Esteban Vivas, quien nos llevó hasta San Fernando de Apure [Venezuela] y ahí nos concedieron el asilo”. Entre tanto, en Colombia, en 1954 Guadalupe Salcedo y los otros integrantes de los grupos guerrilleros comenzaron a desmovilizarse y los líderes debieron exiliarse o fueron víctimas de atentados. “Guadalupe fue muy incauto porque le advertimos que no se podía entregar las armas, pero él fue y se tomó la foto con Rojas en la plaza de Yopal y un tiempo después lo mataron”, recuerda Franco. Durante su exilio, Franco viajó a Caracas, donde se reunió con el general Pérez Jiménez y conoció al escritor y político liberal Plinio Mendoza Neira. En una de sus conversaciones con Mendoza, Franco le comentó que ya tenía listo el libro sobre las memorias de la guerrilla, pero que necesitaba alguien que lo pasara a máquina para presentarlo a la editorial. Así conoció a Inés, la hija y secretaria de Mendoza. “A Inés yo le dictaba mis apuntes y pues en esas nos hicimos ojitos y nos enamoramos y terminamos casados”.
El regreso a Bogotá
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Una vez instaurado el Frente Nacional y cuando la situación política del país había mejorado, Franco volvió a Bogotá a vivir con su familia y se instaló en Chapinero. Después de tener cuatro hijos se separó de Inés Mendoza: “Me dejó porque en una de esas calenturas de las parejas cogió a sus hijos y se fue para Barranquilla y nunca volvió, y yo tampoco me fui detrás de ella”. Años más tarde, en Cúcuta, donde tenía un negocio de licores, conoció a Cruz Arciniegas, quien después de la muerte de Inés se convirtió en su segunda esposa. Aunque Franco es miembro de la Logia Masónica, se casó por el rito católico. “Cuando le conté a mi primo Fernando Reyes de mi matrimonio, él organizó una fiesta y una ceremonia en la finca Suescún, pero nos tocó casarnos en la Iglesia de Tibasosa por culpa del cura. Cuando estábamos en la plaza del pueblo, me encontré con un amigo que me preguntó por qué estaba toda la oligarquía de Sogamoso en el pueblo y yo le dije: ‘Curioseando será’, pero él no tenía ni idea de que me iba a casar”. Ha vivido en Bogotá los últimos 40 años y actualmente es vecino de la Universidad de La Salle. Hace caminatas por Chapinero y tertulias con amigos sobre la situación del país en los cafetines del barrio. “Leemos El Tiempo por la mañana y por la tarde lo discutimos con un cafecito y arreglamos el país.
También nos dedicamos a analizar las diferentes versiones de los hechos que aparecen en la prensa oficialista y las que aparecen en Voz”. La decadencia de sus copartidarios lo ha hecho abandonar el trapo rojo, pues opina que todos los liberales del partido son corruptos y tienen las mismas prácticas de los políticos de derecha: “Uno ya no se sorprende cuando la prensa habla de un presidente como Samper untado por la corrupción y el crimen al lado de un hombre como Botero Zea”. Sigue con escepticismo el actual proceso paramilitar: “Es un proceso muy infantil, producto de la ignorancia política del pueblo colombiano y de la malicia de unos pocos colombianos que tienen el poder”. Cree que ningún proceso va a acabar con el ciclo de la violencia, hasta que no se plantee una reforma estructural de las costumbres colombianas. “Los paramilitares de ahora lo único que hicieron fue imitar a los chulavitas que cumplían con la misma función: matar en nombre del Estado y la protección de los intereses de unos pocos y después sí preguntar a quién habían matado”, añade. “Yo me pregunto por qué las clases medias y sobre todo los estudiantes universitarios no hacen nada para cambiar esta situación. Todos los días uno ve a los gringos diciendo pendejadas y a sus discípulos en el gobierno haciendo lo que les mandan, y aquí nada pasa, todo sigue igual”. Justamente esa falta de compromiso de las nuevas generaciones es lo que más le molesta, pues pocos reaccionan ante los problemas del país. Ve en el Polo Democrático la única vía para la reconciliación. “En el Polo está lo mejor de la política colombiana; con el tiempo será el eje de desarrollo social y de mejoras para los más pobres”. Para Franco, las políticas sociales de la actual administración, especialmente las de educación y salud, han sido muy positivas. “La ciudad ha alcanzado los mejores índices de educación y salud de todo el país, pero aún tenemos muchas deficiencias que son producto de la misma concepción errada de nuestro Estado”.
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Edificio Ugi El palomar gigante
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Texto y fotos: Silvia Bonilla silvisbonilla@gmail.com
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El Ugi, edificio de 22 pisos situado sobre la carrera 13 con calle 39, fue construido por Hernando Vargas Rubiano al revés: primero levantó el núcleo central, luego una gran plataforma y después los pisos de arriba abajo. En 1973 fue la sensación arquitectónica en Colombia y no se volvió a repetir la experiencia. A sus 90 años de edad, y con la memoria fresca, el arquitecto recuerda esa aventura para Directo Bogotá.
La pasión por construir la sintió Hernando Vargas Rubiano desde pequeño, cuando hizo palomeras y conejeras para los animales del corral de su casa de Tunja. Al terminar el bachillerato vino a Bogotá a estudiar ingeniería civil en la Universidad Nacional, con el anhelo de que algún día se abriera la carrera de arquitectura. En poco tiempo hizo parte de un movimiento para fundar la primera facultad de arquitectura del país, en 1936, cuando el presidente Alfonso López Pumarejo comenzó la reforma universitaria. Así inició su larga y exitosa carrera como arquitecto, con obras tan significativas en la capital como la transformación del Panóptico en el Museo Nacional (1947), la Clínica del Country (1957), el Icetex (1961), el Banco Ganadero (1973) y el Edifico Ugi (1973), entre otras que también hizo en distintas ciudades del país. En el Ugi, Vargas Rubiano aplicó un novedoso sistema constructivo, consistente en edificar en reversa. “Yo recibí un encargo de Aurelio Ramos, el propietario de la casa que allí existía, de dos pisos, y una bomba Esso muy pequeña, en la esquina. Se presentó en mi oficina con un amigo para encargarme un edificio lo más alto posible. En ese entonces, la altura dependía del ancho de la vía y de las construcciones del sector, y según las normas existentes, se podían hacer unos 5 o 6 pisos, nada más. Pero, por la manera como se lo planteamos al Distrito, nos permitió realizar 15 pisos, que después ampliamos a 22”, recuerda el arquitecto. Sin embargo, la obra requería mucho dinero, con el que no contaban. En 1971, cuando empezaron a madurar el proyecto, no existía aún el sistema UPAC para la financiación. Entonces Vargas Rubiano se ingenió una forma viable para realizar el Edificio Ugi, que consistió en canjear zonas construidas y locales del edificio, a cambio de dinero anticipado para la construcción. “Logramos convencer a 3 o 4 empresas, que aportaron el valor de sus pisos anticipadamente, recibieron área para sus oficinas y así pudimos construir el Ugi en un tiempo récord: un piso por semana. Los industriales que invertían no sólo creían en el negocio, sino que confiaban ciegamente en que el proyecto Ugi era técnicamente posible, que ‘esa maroma era viable’. La única entidad financiera que nos ayudó fue Colmena, cuya gerente era Nohemí Sanín. Yo acudí a ella y aunque le pareció raro el sistema de construcción, nos prestó una plata […]. Supusimos que nos iba a costar lo mismo que un edificio tradicional, pero logramos un precio bastante inferior,
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debido a que no hay necesidad de armar y desarmar la formaleta para cada planta. Se utilizó una sola plataforma o formaleta para todo el edificio”. Para la decisión del diseño de construcción, Hernando Vargas Caicedo le contó a su padre que había visto una edificación hecha en Hamburgo de una manera muy particular: primero se había construido el núcleo central y luego desde la corona de la estructura se empezaban a descolgar los pisos de arriba abajo.
“Alpargatizamos el sistema” “En ese entonces, mi hijo tenía una excursión a Europa y le dije: pásate por Hamburgo y visitas a Fritz Rafeiner, arquitecto de la Casa Finlandia de Hamburgo. Así lo hizo, y Rafeiner le dio toda la información y lo llevó a ver el edificio de 15 pisos y 2 sótanos que se construyó con el principio con el que se quería construir el Edificio Ugi. Esta visita ayudó en la parte técnica; pero todo lo demás lo ‘alpargatizamos’ aquí, con nuestros materiales y colaboradores”.
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Después de tener resueltos el diseño y la forma de financiación, se conformó el equipo, coordinado por Vargas Caicedo, que estaba terminando su carrera de arquitectura y le puso todo el entusiasmo al proyecto. Como su padre, seguía la consigna del abuelo: “El mundo es de los valientes”.
Arriba: Hernando Vargas Rubiano, arquitecto e inventor, amante de la aventura. Abajo: Fotografía tomada de la revista Proa, 1979.
“Desde el principio Guillermo González Zuleta, un genio de la ingeniería nacional, se interesó y trabajó conmigo todo el proyecto, resolviendo problemas de día y de noche. Justamente hay una anécdota muy divertida: notamos que el edificio estaba rotando; en el núcleo había un desplazamiento de aproximadamente 15 centímetros. Íbamos en el décimo piso, lo cual significaba una situación muy preocupante. Entonces Guillermo, en un amanecer, llegó a la conclusión de que, como el concreto no estaba suficientemente endurecido y resistente, la velocidad de giro de la Tierra influía sobre el núcleo y lo hacía rotar. De hecho, nosotros cada 24 horas corremos 40.000 kilómetros, una velocidad tremenda e imperceptible. Esa anécdota es simpática porque Guillermo, en una desvelada de ésas, se ideó un mecanismo dentro del propio núcleo con poleas y canecas llenas de piedras y de agua. Así se calculó y se compensó la influencia de la gravitación universal”. Poco a poco se corrigió la inclinación. Hoy, 34 años después, el Edificio Ugi sigue siendo el único en Colombia construido en reversa, a pesar de las ventajas que representa este diseño: aprovechamiento del espacio por la ausencia de columnas rapidez en la construcción, menor costo en el proyecto total y una sección adecuada contra movimientos sísmicos, entre otras. Para Vargas Rubiano
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Perspectiva del edificio con planta hexagonal
es explicable que nadie más se le haya medido al desafío porque para una construcción de este tipo se necesita un lote muy grande que permita el aislamiento del edificio. “Además, no ha habido otro arquitecto con la misma audacia y, sobre todo, propietarios valientes que se arriesguen a ordenar un edificio tan inusual”. El Edificio Ugi se diseñó a la medida de las circunstancias colombianas y por eso tiene muchos elementos originales frente a las demás construcciones análogas en el mundo (México, Checoslovaquia, Estados Unidos, Alemania, entre otros). Por ejemplo, el Ugi es modernísimo en el aspecto de los sismos, por el apoyo central, que es un hexágono grande semejante a una guadua. Esta clase de estructura tiene gran resistencia y flexibilidad, ideales para soportar los temblores y los movimientos de las placas tectónicas. Durante los meses que duró la obra, el Ugi fue noticia en diarios y noticieros nacionales e internacionales. Hasta un diario japonés publicó una crónica sobre el curioso edificio. Y, según cuenta Vargas Caicedo, los taxistas en esa época comparaban el Ugi con una pagoda porque cuando comenzó la construcción parecía una casa china en el aire. Con este edificio, patrimonio arquitectónico de Bogotá, Vargas Rubiano y su osado equipo demostraron que “la ciencia y la técnica no son los tornillos: la técnica son las formas de pensamiento, de relación y de compromiso”, según afirma él.
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La nueva aventura Por eso a sus 90 años Vargas Rubiano sigue activo: presta asesorías técnicas de vez en cuando, toma clases de dibujo con su sobrino y hace caricaturas —su hobby desde estudiante—. Confiesa que no ha dejado de ser niño y curioso: “A mí me gustan las cosas raras, me gusta la aventura”, como cuando volaba en avioneta y en planeador con su amigo Guillermo González. Ahora sueña con atravesar el cielo llanero en la bicicleta voladora que inventó hace tiempos y ya tiene casi lista. “El sistema es sumamente sencillo: un globo con aire en forma delta que no impide la velocidad, la bicicleta está abajo con una hélice atrás. Ya tengo una especie de aliado para esa aventura y el sitio para volarla, que es en la vía Bogotá-Villavicencio, que tiene unas rectas muy pendientes en donde se puede iniciar este vuelo, y se llega volando sobre Villavicencio al aeropuerto de Vanguardia”. Y si pudo construir un edificio al revés, volar en una bicicleta no suena tan disparatado.
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ESPECIAL
Cine
Cine para un
Pedro Adrián Zuluaga* pedroadrian@hotmail.com
“público cautivo” La experiencia de Cine al patio, que realiza en cárceles del país el cineasta Juan Diego Caicedo González con el apoyo de la Universidad Nacional y el Inpec, demuestra que el cine ensancha y libera los espíritus, en este caso tanto de los internos como de los talleristas y realizadores. Nuestro columnista invitado presenta en este comentario crítico su visión del programa.
{48} Cristina, en sendas imágenes de Marnie derriba el muro.
“No me interesa practicar el terrorismo visual, o hacer que el espectador todo el tiempo esté sintiendo la reclusión. Con frecuencia recurro a detallitos donde se ven rejas, pero son como naturalezas muertas. Ya se ha enfatizado demasiado sobre la suciedad, el hacinamiento y la violencia de las cárceles en las películas y en los medios de comunicación. Me interesa romper esas barreras y que en los documentales quede reflejado que no hay separación radical entre los que estamos afuera y los que están allá adentro”. Detrás de estas palabras, dichas a propósito de la serie de documentales Cine al patio, no es difícil reconocer el talante de Juan Diego Caicedo González, un profesor que hace parte de la vieja guardia de la Universidad Nacional en Bogotá. En un gremio que presume de librepensador y antidogmático, Juan Diego se ha declarado un creyente y un católico. No teme hablar de la ética de los oficios (el de profesor, crítico y director) ni se cuida de instigar, en tono imprecatorio, a colegas y otra gente del medio, por lo que se ha ganado la fama de resentido y de complicado.
Ahora, mientras busca recursos para un largometraje sobre la crisis de madurez de un profesor universitario, Caicedo González parece haber encontrado un público más auténtico y sincero que el de sus épocas de cineclubismo y crítica de cine. En los últimos seis años, este egresado de la escuela de cine de Lodz, en Polonia, ha ido sumando voluntades a favor de una idea: llevar el cine a las cárceles de país y, de esta manera, permitir que se dé la comunicación entre películas exigentes de prestigiosos directores, como Kieslowski o Hitchcock, y un público que las ve sin prevenciones. “Un público cautivo”, como se suele decir no sin ironía. Además, Cine al patio registra audiovisualmente en los documentales que sirven de memoria al proyecto —hasta ahora se han hecho cuatro, todos dirigidos por Caicedo— los momentos de revelación provocados por las películas en los internos y las historias de vida de algunos de ellos. “El proyecto —dice Juan Diego— fue una iniciativa de los internos de la cárcel Modelo que estaban organizados en mesas de trabajo y querían que la Universidad
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Cuatro documentales de memoria Para los 35 encargados de los talleres en los últimos seis años la experiencia ha sido enriquecedora: “Uno aprende muchas cosas en las cárceles: aprende de la condición humana, aprende a ampliar su mirada, aprende de interioridades, de contradicciones, de la realidad colombiana. El mejor espejo del país son las cárceles, porque ahí es donde uno ve cuáles son las grandes carencias, no sólo económicas, sino también afectivas”. El decálogo en patios colombianos (2005), el segundo documental de la serie Cine al patio, muestra cómo un cine exigente, por ejemplo, el del polaco Krzysztof Kieslowski conmovió a muchos reclusos y los hizo hablar de sus dilemas internos. Y es que Cine al patio ha logrado preservar la autonomía en la programación: “Nunca se nos ha dicho: ‘Preferimos esta clase de material o démosle prioridad a esto o aquello’; hemos pasado el cine que hemos querido, y en ese sentido no ha habido ni censura ni intromisión de funcionarios del Inpec”. Lo interno y lo interior (2006), el tercer documental de la serie, es la historia de vida de Fernando Villa.
Al igual que Marnie derriba el muro, busca mostrar los últimos días de un interno en la cárcel y sus primeros días en libertad, pero en Lo interno y lo interior la puesta en escena es pobre, especialmente porque sobreabundan los testimonios en un mismo encuadre, y la falta de fuerza visual del documental dificulta la aproximación al personaje. Marnie, de Hitchcock, inspira el cuarto y mejor documental de la serie, Marnie derriba el muro (2007), un afortunado encuentro con Cristina, que hace poco recuperó su libertad y quien tiene una enorme sensibilidad para captar las relaciones esenciales entre el arte y la vida. El acercamiento con ella se logró mediante Luis Eduardo Reyes, tallerista en la reclusión de mujeres, que participó con Caicedo en el guión del documental. “Luis Eduardo y yo somos fanáticos de Hitchcock. Luis Eduardo les había pasado Marnie a las internas y les había gustado mucho, a Cristina en particular. Cuando decidí hacer un documental sobre ella, descubrimos que realmente la afinidad entre Cristina y el personaje de Hitchcock era profunda […]. Cristina es como la cleptómana Marnie, una mujer con carencias afectivas que la llevan de manera casi inconsciente a hacer lo que no quiere hacer”. Terminó siendo un documental en el que se establecen relaciones directas entre el arte, la poesía, el cine y la vida.
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Vistos los cuatro documentales de la serie Cine al patio, parece evidente que el programa ha tenido efectos benéficos y, en casos como el de Cristina, ha logrado verdaderas transformaciones. Quizá porque, como corrobora Juan Diego Caicedo, “lo que quiere un interno en el fondo de su alma es recuperar su dignidad, que se le respete, y el cine es una excelente manera de canalizar expectativas, de comunicarse”. Este año se harán dos documentales más: una historia de vida sobre un interno de Bucaramanga en coproducción con la Universidad Autónoma, y una comedia de 50 minutos de la cual Cristina es coguionista y que es el resultado del ciclo El poder de la risa: “Proyectar comedias en las cárceles es como estar de nuevo en las barracas de feria, como revivir la relación que tuvieron los primeros cómicos con el cine”, cuenta Juan Diego, emocionado de ver este público cautivo que durante un par de horas accede a una de las mejores formas de la libertad. * Crítico de cine, editor de la revista Kinetoscopio, docente de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Universidad Javeriana.
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ESPECIAL
Cine Entrevista con Felipe Martínez Amador, director de Bluff
“Ahora quiero hacer cine de verdad” Mónica Castro Betancourt monica.castro@javeriana.edu.co Fotos: Laberinto Producciones
Directo Bogotá (DB): Háblenos de su participación en el Festival de Cannes…
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Felipe Martínez, bogotano de 31 años, arquitecto de la Universidad Javeriana y cineasta de la escuela TAI de Madrid, le apostó con Bluff a hacer cine colombiano diferente del que estamos acostumbrados a ver: una película sin historias de narcotráfico, de sicarios y pandillas. A pesar de ser criticado por hacer un guión light, Martínez se defiende y dice que su cine es “entretenido”. “Yo estaba obsesionado con hacer una película antes de los 30”, dijo, y cumplió su sueño. Ahora quiere dirigir a grandes estrellas de Hollywood. Extrovertido y sincero, nos recibe en su apartamento al nororiente de Bogotá, un lugar que evoca su gusto por la arquitectura minimalista, al estilo loft. “Mi forma de ver la vida es de arquitecto, mi estructura mental es práctica, soy excesivamente pulido. La vida es como la arquitectura moderna, en la que cada cosa cumple una función; así es mi cine, cada personaje cumple su función. Si yo no hubiera estudiado primero arquitectura, posiblemente mi cine sería mamerto y aburrido”, dice Felipe.
Felipe Martínez (FM): En Cannes presentamos la película en el día del cine colombiano junto con otras tres: Soñar no cuesta nada, Al final del espectro y Satanás, escogidas por los organizadores del Festival y la Dirección de Cinematografía. En Miami se estrenó la película y la acogida fue increíble, con boletería agotada una semana antes. Al día siguiente se mostró en el Festival de Cine de Cartagena, donde tuvo tanto éxito que tuvieron que proyectarla en una sala más grande y se quedaron como 400 personas por fuera. Y acabo de llegar de Houston, donde la presenté en el Festival Latin Wave, del Fine Arts Museum. Y contrario a lo esperado, se agotó la boletería. Gracias a ese festival nos invitaron a otros dos, en Atlanta y en Nueva York. DB: ¿Qué premios ha obtenido la película? FM: El Ministerio de Cultura nos otorgó el premio al mejor guión, que contaba con el respaldo de una casa productora, Laberinto. En principio nos dieron 250 millones de pesos para la producción, luego 120 millones para la postproducción y, finalmente, 120 millones para la exhibición. Y acabamos de recibir el premio del público como mejor película en el Festival de Miami. DB: ¿Cómo surgió el guión de Bluff? FM: Bluff salió de las ganas de hacer cine. Cuando era estudiante hice un guión llamado Control Z que contaba la historia de un muerto a quien hacían pasar por otra persona; ahí nace la primera parte. Pero Yo estaba obsesionado con hacer una película antes de los 30.
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aje, con
En el rod
Carolina
Gómez.
DB: ¿Cómo ve el debut de Carolina Gómez en el cine? FM: La primera vez que ensayé con Carolina le dije: “Ya no más, no quiero que ensayes más”, tuve suficiente con lo que me mostró. Ella empezó a darme todo un bombardeo de información, sugirió su vestuario, maquillaje y hasta la manera de caminar. DB: ¿Siente que transformar a los personajes es arriesgado? FM: El único actor que se transforma en Bluff es Luis Eduardo Arango. Yo quise hacer una película con actores que se parecieran a lo que ellos son en la vida real; no pretendo grandes transformaciones, pero eso no es un invento mío, es una técnica de Hitchcock. A mí me asustan las transformaciones en las que los actores se vuelven otra cosa. En mi película hasta los extras son ellos mismos: la señora que sirve los tintos en la productora actúa de empleada doméstica en la película. Con esto yo gano la pinta, el tono, el hablado; yo les digo a mis actores: “Sea simplemente usted”.
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DB: ¿Cómo llega Federico Lorusso, un argentino dedicado a la producción musical de comerciales, a ser el protagonista de Bluff? FM: Federico aporta mucho de humor en este rodaje, tiene una capacidad de improvisación fascinante. Nos hizo reír y eso se refleja en la película. Si hubiera puesto a actuar a Federico como colombiano, habría perdido su esencia. DB: ¿Por qué el recurso de que el personaje protagónico le hable a cámara? FM: El disloque temporal lo hice para que el espectador sienta que es el amigo del personaje. Normalmente los protagonistas de un filme tienen un compañero a quien le cuentan sus pensamientos; como Nicolás no tiene amigos en la película, le di este recurso para lograr más intimidad con la gente.
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ESPECIAL
Cine
DB: ¿Cómo logra la toma del carro? FM: En mi guión el carro explota con efectos especiales y todo, pero luego supe que cuando los carros caen a precipicios no explotan, así que alquilamos la chatarra de un Mégane y no un BMW, luego la dirección de arte se encargó de ponerle detalles de un BMW, pero la explosión está montada sólo en audio. DB: ¿Cuánto tiempo duró el rodaje de Bluff? FM: Nos organizamos para rodar 12 horas al día, seis días a la semana durante seis semanas, pero yo nunca había filmando más de cuatro días seguidos. A la semana de rodar ya estaba cansado y a veces sentía que no iba a alcanzar, pero al final todo se fue dando. DB: En una escena, Carolina Gómez hace una parodia con el libro Un actor se prepara, ¿es una puya contra Stanilavsky?
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FM: Es una burla mía porque no creo en nada de la técnica tormentosa de Stanilavsky, porque la escuela de esos directores era maltratar sicológicamente a los actores. Para mí no es sano que el director y el actor tengan una relación tormentosa. DB: ¿Qué quiere hacer después de Bluff? FM: Quiero aprovechar este éxito y hacer cine de verdad; quiero hacer cine con Meg Ryan o con Julia Roberts; quiero llegar a ser un director top en las listas, como Tarantino; quiero que los actores quieran trabajar conmigo. Tengo dos posibilidades en este momento: seguir siendo director de comerciales de televisión o arriesgarme a hacer cine de verdad. DB: ¿Entonces cree, Felipe, que esta película no es un proyecto serio? FM: No, para nada, Bluff es lo más serio e importante que he hecho en mi vida. Al decir “cine de verdad” me refiero a tener todo para hacer bien una película. Con Bluff todos estábamos aprendiendo, por ser nuestra primera vez, y cometimos errores. Me gustaría poder hacer cine y concentrarme en mi trabajo, no en solucionar problemas por inexperiencia. DB: ¿Cómo recibió las críticas que le hacen Mauricio Laurens, de El Tiempo, y Ricardo Silva Romero, de Semana?
FM: A pesar de lo que ellos dicen, siento que lo mejor de Bluff es el guión, creo que soy mejor guionista que director. Ellos dicen que mi película es light, y no lo niego, porque mi película es entretenida. Puede que los intelectuales critiquen esta visión, pero el cine es como el fútbol: a Beckham lo contrataron porque es un negocio. Y yo quiero vivir del cine. DB: ¿Qué es lo que quiso transmitir con su guión? FM: Cuando hice Bluff tenía muy claro que no quería contar ninguna historia de narcotráfico, de secuestros, de guerra, de pandillas. No tenía la pretensión de dejar un mensaje al final de la película, porque el cine que me gusta es entretenido y quise que mi película fuera netamente comercial, que divirtiera con una historia bien contada y ¡que vendiera! DB: Pero ¿no son justamente esas películas sobre nuestros problemas las que atraen al público extranjero? FM: No creo. Bluff no trata del conflicto colombiano y cada vez que se muestra por fuera de Colombia es un éxito. Creo que el cine colombiano debe hablar de lo que quiera, no de lo predecible. DB: ¿A quién le dedica esta película? FM: A mi esposa, Aleja. Ella soportó este proceso; ella está conmigo desde antes de que yo estudiara cine. Ha sido una relación a prueba de balas.
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Andrés Baiz, director de Satanás
El Satanás que llevamos dentro Giovanna Urazán urazan.giovanna@gmail.com
Andrés Baiz es un cineasta caleño que se estrena como director y guionista de largometrajes con la película Satanás, adaptación de la novela de Mario Mendoza, inspirada en la matanza que ocurrió en el restaurante Pozzeto.
‘Andi’ —como todos lo conocen— es un joven alto, flaco, con marcado acento caleño y sonrisa bonachona. Ha tenido una breve pero intensa carrera en el campo audiovisual, desde que se graduó como productor y director de cine de la Universidad de Nueva York (NYU), ciudad donde también hizo un diplomado en teoría del cine, en la Tisch School of the Arts. En Estados Unidos trabajó en el departamento de producción de Vidas al límite (Bringing out the Dead), de Martin Scorsese, y en María llena eres de Gracia. Poco antes del estreno de su primer largometraje, ‘Andi’ presentó su corto Hoguera, en el Festival de Cine de Cannes. Satanás se aleja un poco de la historia que nos contó Mario Mendoza sobre la matanza ocurrida en Bogotá en los ochenta, y del cine que los colombianos estamos acostumbrados a ver, ya que a pesar de la sangre que corre, el director no cede al sensacionalismo fácil y trata el tema con elegante crudeza. Directo Bogotá (DB): ¿Qué fue lo que le atrajo de este proyecto? Andrés Baiz (AB): Me gusta el arte que descubre y muestra sin tapujos la realidad. La novela Satanás me llamó la atención porque me hizo sentir vivo a través del horror. DB: ¿Cómo fue el proceso de la adaptación de la novela a un guión cinematográfico?
AB: Al comenzar a leer el guión uno se imagina una película con una estética muy contemporánea; algo como Ciudad de Dios o incluso Amores Perros, en el sentido de una película con cámara en mano, más textura, más visceral. Y era tan obvio, que dije: “No lo voy a hacer así”. En vez de tratar de crear un estilo y volverme pretencioso en la forma desde mi primera película, comienzo a contar la historia de manera muy clásica, limpia, para contrarrestar la violencia y las emociones fuertes. Porque la película, a pesar de que es muy violenta, tampoco es sangre por todas partes. Hay cierto lirismo al final, es como operática.
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DB: ¿Usted hizo la película más como una adaptación del libro de Mendoza o como una recreación de los hechos ocurridos en Pozetto? AB: Mi adaptación no intenta documentar lo que sucedió. Yo me fui a la Luis Ángel Arango todo un día y saqué toda la información de Campo Elías, pero no todo en la película es exactamente como pasó en la realidad. Al final de la película se lee que los hechos ocurrieron en 1986, pero no estoy diciendo que fue así exactamente. Hice ocho versiones del guión y, bueno, una película se sigue reescribiendo en el set, en los ensayos y en la edición. La primera versión del guión era igualita al libro; entonces era un mal guión, porque era muy literario y no tenía nada de mí. Yo pensé: “Este libro
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ESPECIAL
Cine
es muy fácil de adaptar porque es muy visual”, pero realmente fue muy difícil porque tuve que cambiar la estructura, los diálogos, quitar personajes. DB: ¿Se permitió ser infiel al libro?
Escenas
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del roda
AB: Es casi una obligación traicionar al libro para poder producir una buena película. Pero la diferencia más importante es el enfoque del mal, que en la película es un mal dentro de los personajes, al contrario del libro, que retrata un mal más religioso. Yo quería decir: “Somos múltiples y nuestra naturaleza es múltiple y somos malos y buenos”; entonces eliminé todos esos aspectos sobrenaturales del libro, incluido el exorcismo.
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A medida que el guión iba progresando me tocaba quitar personajes del libro, sacrificar cosas, ya que la literatura y el cine son dos mundos diferentes. El libro está lleno de flashbacks y eso no me gusta. Campo Elías tiene un diario (a lo Taxi Driver) y eso me hubiera tocado hacerlo con voz en off, un recurso difícil de utilizar bien en el cine. Y así, mientras más lejos me iba del libro, más personal se volvía el guión. Claro que le faltaba esa parte seductora del libro; pero decidí crear un drama sicológico y decir que todo el mundo combate sus propios demonios. Esa fue la ruta que tomé y me llevó a hacer una película menos comercial, más escueta, más real. DB: ¿Qué traerá de nuevo su película a los espectadores y a los lectores de Satanás? AB: La película, como te iba diciendo, ofrece una reflexión sobre el mal que está en nosotros, del Dr. Jekyll y Mr. Hyde internos, que para mí son muchos y que en cierto momento de la vida se desatan como el bien o el mal. DB: ¿Qué relación hay entre Hoguera y Satanás? AB: Hoguera lo hice para poder presentarme como candidato a dirigir Satanás. Yo ya había hecho algunos cortos, documentales y videoclips, pero no tenían el lenguaje que requiere Satanás; entonces, de una manera muy rápida hicimos Hoguera. En este corto el personaje principal también se enfrenta a sus demonios interiores. DB: Cuando ve Satanás, ¿qué sensación le produce? AB: Ya la he visto como 200 veces en todo el proceso de posproducción. De la mitad para adelante me
gusta; la primera mitad es muy lenta, y como que no pasa nada. Pero me parece mucho más importante tener un buen final. DB: ¿Qué le aportó su experiencia en Estados Unidos para aplicar en Colombia? AB: Estados Unidos me enseñó a hacer cine eficiente, a dejar al otro hacer sus labores y a enfocarme en lo mío, que es dirigir actores y acomodar la cámara. Me enseñó a hacer del equipo de producción una máquina bien engrasada. También me enseñó a no dejar cabos sueltos en términos de producción. En Colombia los equipos de producción funcionan más como una familia. DB: Una diferencia entre hacer cine en Colombia y hacerlo en Estados Unidos… AB: El profesionalismo, aunque acá ya se puede conseguir personal profesional y calificado, lo que hace unos años no pasaba. En Colombia se necesitan más estímulos no gubernamentales; a pesar de que la Ley de Cine ha ayudado mucho, se necesita más inversión. Otra diferencia interesante es que aquí se hace cine con mucha más pasión, no como un producto industrial. DB: ¿Qué sacrificios ha tenido que hacer por el cine? AB: El más notorio es la seguridad económica. Mi familia siempre se ha dedicado a la industria y yo me enfrenté a ellos cuando escogí el arte.
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tele VISIÓN
Cultura
Laura Angélica Vásquez M. sombradevioleta@gmail.com
sin farándula
en televisión
En menos de un año, Culturama, de Señal Colombia, se convirtió en referente obligado de la televisión cultural colombiana por su excelente factura, formatos elaborados y variedad de miradas a la cultura nacional, regional y local. Foto cortesía Culturama
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Con sólo seis meses al aire, Culturama fue nominado por el periódico El Tiempo y la revista Semana como uno de los diez mejores programas de la televisión nacional. Después del reconocimiento, el Ministerio de Cultura abrió una licitación para producir la segunda temporada y la ganó nuevamente la productora antioqueña Videobase. A partir de febrero de este año los televidentes empezamos a ver los cambios del programa en imagen, set, presentadores, producción audiovisual, contenido y enfoque. Actualmente está dirigido a
un público de mayores de 35 años, para diferenciarlo de La sub 30, programa cultural del mismo canal dirigido a un público juvenil. El director de la primera temporada fue el escritor Juan Diego Mejía, quien ayudó a conformar el equipo que actualmente trabaja en el programa, más o menos 40 personas, entre investigadores, realizadores y productores. La actual directora es Paula Arenas, creativa y productora ejecutiva de televisión que trabajó en programas de televisión como Zoociedad, Quac y La alternativa del escorpión.
El magazín Culturama se transmite de lunes a sábado y lo presenta la actriz Alejandra Borrero, quien pasó de “actuar” a presentar con más fluidez y propiedad, aunque le sigue faltando más soltura con los invitados que entrevista. Tener todos los días un invitado puede resultar excesivo tanto para el televidente como para el mismo equipo de producción; así mismo, el volumen de información es desmedido y a veces se desperdician los personajes.
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El detrás de cámaras
Camilo Jiménez, editor de El Malpensante durante casi cinco años y ahora director de investigación de Culturama, responde en este minicuestionario sobre la producción del programa:
Hay temáticas semanales muy bien elaboradas, como la referente al cine y las artes plásticas, la animación, el carnaval de Barranquilla o el libro. El programa atiende todas las artes y recoge debates de actualidad del sector cultural.
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Culturama no está pensado para especialistas, más bien posee un carácter educativo, ya que explica conceptos, presenta la hoja de vida de los invitados y las preguntas van dirigidas a ilustrar al televidente sobre el tema en cuestión. Culturama entrevista, que se emite los domingos, es presentado por Mario Jursich, cofundador y subdirector de la revista El Malpensante, que actualmente está realizando una serie de 18 entrevistas con los personajes “que hicieron la diferencia” en el terreno cultural colombiano. En sus propias palabras, “los que abrieron trocha”. Con Álvaro Castaño Castillo se abrió la serie, y hemos visto pasar a personalidades del mundo cultural tan variadas como Antanas Mockus, el fotógrafo Carlos Caicedo, el cronista Alberto Salcedo, el ‘Teso’ de Fruko (inventor de la salsa colombiana) y la modelo Esther Farfán, entre otros. Y si bien el entrevistador llega bien documentado, a Jursich todavía le falta naturalidad en la presentación para que no parezca muy pegado del guión. Culturama está pasando por un proceso de transición, pero es un programa que se está posicionando y que ofrece una alternativa clara frente al homogéneo menú de las grandes cadenas televisivas: un programa con contenido, bien elaborado, de imagen agradable, que ofrece cultura a los televidentes sin el abrebocas de la farándula.
Directo Bogotá (DB): ¿Quién hace la selección de contenido? Camilo Jiménez (CJ): La hace el equipo de investigación con la directora del programa. Tenemos entre la selección de tema y lo que está en el aire más o menos mes y medio de diferencia. Para armar el contenido nos fijamos en el calendario de lo que está pasando en el año: efemérides, eventos culturales, exposiciones. DB: ¿En el programa ustedes proponen una agenda cultural? CJ: Esa agenda la hacemos como un servicio de información a las regiones porque hay mucha gente que no tiene acceso a la actualidad cultural. Intentamos anunciar cuatro eventos por emisión, pero si el invitado en estudio es interesante o las notas están muy largas, somos más flexibles. DB: Ahora están saliendo las notas firmadas por el investigador, el editor y el productor, ¿por qué? CJ: Es una especie de control de calidad. Desde que se están firmando las notas, las correcciones que hay que hacerles son mínimas. Ahora hay una licitación nuevamente para las productoras del programa y si vuelve a ganar Videobase y sigue el mismo equipo, la idea es seguir haciendo pequeños documentales de cuatro o cinco minutos de mucha calidad, con un lenguaje audiovisual cuidado y una investigación rigurosa. La firma es una motivación y también un reconocimiento. DB: ¿Cuál es el concepto de cultura que tiene el programa? CM: La idea es que haya diversidad, variedad, que todo el país esté representado, que haya productos terminados y se puedan ver procesos: cómo trabaja un artista, un artesano, un productor cultural, un músico.
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Los formatos de informe, perfil, reportaje y crónica son mucho más limpios en esta segunda temporada; se ve un trabajo más profesional en cuanto a forma y contenido, sin que se note improvisación en las entrevistas de las notas —como sucedía anteriormente— y el uso de un look cinematográfico le ha dado mayor calidad visual al programa.
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(*) LibroS Ana María González Sanz anamariagonza@gmail.com
Aguafuertes citadinas Hay días en que amanezco muerto Cristian Valencia Editorial Debate 143 págs. 28.000 pesos
{57} Un indigente del barrio La Macarena de Bogotá, llamado James, tuvo dos muertes. La primera la causó una pulmonía. Un par de meses después el cuerpo revivido de James (pronunciado como suena en español) caminaba por las calles. Cristian Valencia le contó que en la calle corría el rumor de su muerte y James le contestó: “Todavía no es mi hora: pero hay días en que amanezco muerto”. De esa sentencia callejera nace el título del último libro de crónicas de Cristian Valencia, que se presentó en la Feria del Libro de Bogotá. El samario Cristian Valencia es periodista y escritor. En 1992 obtuvo la primera mención en el Concurso de Libro de Cuentos del Instituto Distrital de Cultura y Turismo (IDCT); en 1997 fue premiado con la Beca de Novela del Ministerio de Cultura y en 2000 recibió la primera mención en el Concurso ‘Cronistas del siglo XXI’, convocado por la revista Gatopardo para Iberoamérica. Sus crónicas han sido publicadas en el periódico El Tiempo y en revistas como Gatopardo, SoHo, Cromos y Semana. Tiene dos novelas: El rastro de Irene y Bitácora del dragón, ambas publicadas por Planeta. Actualmente es columnista de El Tiempo,
ejerce el periodismo freelance y de vez en cuando dicta talleres de crónica. La crónica es un género que requiere un talento narrativo y tiene la capacidad de perdurar. Las buenas crónicas siempre excavan en las ciudades, en las carreteras, en los seres humanos, en lo invisible, para contar historias grandes o pequeñas, pero, que en todo caso, conmueven y atraen el interés. En Hay días en que amanezco muerto, la fuerza está en los personajes que protagonizan una docena de historias, en su mayoría situadas en Bogotá. Algunas tienen por escenario la costa atlántica, como la que trata de la rutina de un camionero en las carreteras del país. Podrían llamarse historias marginales, pero sería más justo llamarlas historias de oficios y de la calle. Lo marginal tiene un tono peyorativo y político que ensucia la belleza y la melancolía de estas narraciones. Valencia escogió a personajes como un payaso feliz, una recicladora, indigentes de El Cartucho y del centro para construir su libro. Casi todas las crónicas están recubiertas de un velo triste, sin caer en el tono lastimero, sobre todo cuando
Fotografía de Carlos Duque, cortesía del autor.
{58} muestra cómo la droga, la violencia y las tragedias nos pisan los talones. Sin quedar atrapado en el ciclo de la miseria, estos relatos pretenden hacer ver al lector que entre esas personas que viven en la calle hay seres deslumbrantes, únicos, incluso sabios. Por ejemplo, James, un pastor viejo: “Era un hombre que sabía demasiado, aunque no lo suficientemente vistoso como para ser objeto de una película taquillera o un best-seller novelesco. Ignoro si James conoció el mar, pero se le notaba en la forma de mirar. Ignoro si fue a la isla de Creta, pero también se le notaba. Pastor viejo, James” (p. 98). O Richard, un hombre que llora leyendo las cartas que una madre que no es la suya le escribe a su hijo: “Estaba antojado de amor de madre, Richard. Pensando, quizá, que si su madre escribiera a lo mejor lo haría de esa manera; que, si ella supiera adónde mandarle cartas, serían así. Pensando en su propia madre a través de otro, Richard” (p. 106). La forma de contar de Valencia tiene un ritmo que marca el paso de la historia, vertiginoso a veces o más lento, sin que la apresure ni la frene. A veces usa referencias cinematográficas, musicales y litera-
+++++++++++++++ +++++++++++++++ +++++++++++++++ +++++++++++++++ +++++++++++++++ +++++++++++++++ +++++++++++++++ +++++++++++++++ rias: tal se parece a Nick Nolte; otro, al de la canción +++++++++++++++ de Serrat; otro a Baudelaire. Incluso en una de las +++++++++++++++ crónicas utiliza como subtítulo “Aguafuertes porte- +++++++++++++++ +++++++++++++++ ñas”, en oportuno homenaje al escritor argentino Roberto Arlt, que bautizó así sus crónicas urbanas. +++++++++++++++ +++++++++++++++ Casi siempre el periodista habla como partícipe de +++++++++++++++ la historia, viviendo eso que ahora escribe. El mun- +++++++++++++++ do del periodista se nos descubre camuflado dentro +++++++++++++++ +++++++++++++++ de estas historias: el barrio donde vivió en algu+++++++++++++++ na época, sus gustos, sus intereses, su estado de +++++++++++++++ ánimo; es su testimonio el que prevalece en todo el +++++++++++++++ libro y hace aún más humano el texto, porque ahí +++++++++++++++ lo vemos, abrazando a Richard o montando en una +++++++++++++++ zorra por la séptima en la crónica “Cien horas entre +++++++++++++++ la basura”: “Velocidad de crucero: 25 kms por hora +++++++++++++++ +++++++++++++++ aproximados; estado corporal: cansados; reporte del clima espiritual: cielo despejado y silencio en la +++++++++++++++ +++++++++++++++ larga noche bogotana, abrazados por los ecos de dos +++++++++++++++ caballos galopantes” (p. 56). +++++++++++++++ Hay días en que amanezco muerto es un libro lleno +++++++++++++++ de vida e ingenio, así contradiga al título. Retrata +++++++++++++++ +++++++++++++++ una ciudad donde la gente lucha por su felicidad, y +++++++++++++++ hay personas que amanecen tan vivas, que su vida +++++++++++++++ merece ser escrita en una crónica. +++++++++++++++ +++++++++++++++ +++++++++++++++ +++++++++++++++ +++++++++++++++ +++++++++++++++ +++++++++++++++
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El álbum fotográfico de Javier Franco francoj@javeriana.edu.co
Paul Beer
Bogotá ‡‡‡‡ en la RED
La página web del Museo de Bogotá (www.museobogota.gov.co) ofrece el legado fotográfico del alemán Paul Beer: cuatro décadas del desarrollo urbanístico y arquitectónico de Bogotá desde 1948.
Residencias El Nogal, Paul Beer.
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En la primera mitad del siglo XX —justo después del 9 de abril y de las orientaciones del urbanista Karl Brunner—, se quiso dar una nueva cara arquitectónica a Bogotá, con edificios, avenidas y urbanizaciones que con el correr del tiempo se convertirían en símbolos y referentes urbanos. El fotógrafo alemán Paul Beer (1904-1979), quien llegó al país en 1920 y se radicó en la capital en 1948, se dedicó a registrar con su lente el proceso de construcción de las principales edificaciones. Contratado por diferentes firmas de arquitectos y constructores, tomó cientos de fotografías que testimonian el paso de una Bogotá todavía rural a la metrópoli. Son 850 imágenes, organizadas en 69 páginas, las que componen el álbum fotográfico reunido para la exposición ‘Metamorfosis de una ciudad: Bogotá en
Edificio de la antigua Gobernación.
Casas de Teusaquillo, carrera 13 con calle 37, desde Ecopetrol.
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Biblio rior de la
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la lente de Paul Beer’, que también se puede consultar en el libro editado por el Museo de Bogotá. El recorrido por las imágenes es ameno, las vistas en miniatura son lo suficientemente livianas como para cargar rápidamente en el navegador y despertar la curiosidad de verlas en un tamaño más grande. Es posible visualizar las imágenes del álbum directamente desde el índice o viendo las fotografías una por una. Las tres herramientas son bastante útiles y eficaces, teniendo en cuenta el número de imágenes contenidas en el álbum. Algunas fotografías pueden observarse en una resolución mayor, lo cual, junto con el título que identifica la dirección y fecha en que se tomó, permite al navegante hacer un reconocimiento del edificio, la calle, la casa, el conjunto residencial o el templo —si no ha desaparecido— y contrastarlo en su estado actual. Un recorrido visual que a los mayores les permite refrescar su memoria y evocar el perfil de la Bogotá de otros tiempos, y a las nuevas generaciones les descubre cómo era antes de que ellos llegaran a habitarla. Ahora, quien desee tener algunas de estas imágenes en papel, puede adquirir el libro editado por el Museo de Bogotá.
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