Directo Bogotá # 20 by Revista Directo Bogotá

Número 20 Enero - Marzo 2008 Facultad de Comunicación y Lenguaje Distribución gratuita

La Victoria de

las balineras

En este barrio de la localidad de San Cristóbal se realizará en mayo próximo, como desde hace seis años, el campeonato de carros esferados.

*] [ensayo

Foto

So単ar no cuesta nada - Fotos: Laura Juliana Mu単oz

Siesta despu辿s del almuerzo

Santos sue単os

Asistente editorial Mónica Castro Reporteros en esta edición Marcela Garzón, Ailín Martínez, Tathiana Sánchez, Daniel Pineda, Andrea Amaya, Carla Giraldo, Laura Ospina, Andrea Cristina Herrera, Daniel Vélez de La Hoz, Laura Juliana Muñoz, Maryluz Vallejo

* sueltos} 02] Cabos

04] . Género.

}

44]

10] OficiOs

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Corrección de estilo Gustavo Patiño Díaz gustavo_patino_diaz@yahoo.com

Un gol en la oscuridad Enflechados en Teusaquillo

Con miedo a salir del clóset

Fotografía de portada y contraportada Andrea Cristina Herrera Diseño y diagramación Angélica Ospina angelikaos@gmail.com

37] }Deportes]

Retro *Visor

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Asesor editorial Mario Morales

Salvaguardias del patrimonio

El mensajero de la luz

Impresión Javegraf Decano Académico Jürgen Horlbeck B. Decana del Medio Universitario Doris Réniz C.

15] La zona L de Bogotá Lechona a la orden

Directora de la Carrera de Comunicación Social Patricia Bernal

Informes y distribución Transversal 4ª No. 42-00, piso 6 Teléfono: 3 20 83 20, ext 4587 Fax: 3 20 83 20, ext 4576 Distribución gratuita Escríbanos: directobogota@gmail.com VISITE NUESTRA PÁGINA WEB: www.javeriana.edu.co/directo_bogota

19]

MEDIO() * AMBIENTE Pronóstico reservado

Las sobras del tigre

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Director del Departamento de Comunicación Antonio Roveda

‹

50] ‹‹ Cine]

56] (*)libroS

Aventuras de una gringa en Bogotá

* 26] }estaciónCENTRAL [ ]

La Victoria de las balineras

58] Antología de aprendices de cronistas

* 31] }estaciónCENTRAL [ ]

Pontificia Universidad Javeriana Carrera de Comunicación Social

Música 60]

[}

La Bogotá enruanada

La movida celta en Bogotá

* su Cabos

{ Otra víctima de la xenofobia {2}

Imagen: José Agustín Jaramillo

ARCHIVO DE PRENSA

El ferrocarril subterráneo Cincuenta años atrás, también se debatían proyectos para solucionar los problemas de movilidad de Bogotá. En la revista Proa No. 85, de diciembre de 1954, se reseñó un curioso proyecto sobre un ferrocarril subterráneo para solucionar la movilidad en la capital. “El rompecabezas del transporte en Bogotá es y será un mal progresivo; su control exige una solución radical”, decían los urbanistas que valoraron el proyecto, Carlos Martínez y Álvaro Ortega. Según ellos, dado que las vías eran insuficientes para el número de carros que circulaban en la ciudad (a diario se matriculaban 30 vehículos) se contempló el sistema de ferrocarril subterráneo, como funcionaba en Milán, Madrid y Toronto. Tendría dos líneas: la Norte-Sur, con una longitud de 14,5 kilómetros, y la línea Oriente-Occidente, con 4,5 kilómetros. Para una población de un millón de habitantes, se estimaba que el subterráneo sería usado por 30 mil pasajeros por hora y que no interferiría con los otros sistemas de transporte público. Como se ve, estudios técnicos nunca han faltado. Pero sí voluntad política para sacarlos adelante.

A diferencia del caso del bajista de la banda de hardcore asesinado en septiembre de 2007 por un skinhead (cabeza rapada) —ampliamente difundido por los medios de comunicación—, la muerte de una joven de 18 años, asesinada en el Parque Nacional por un grupo de skinheads el pasado 6 de febrero, no se registró en los medios. Según relató un testigo a Directo Bogotá, la chica pertenecía al movimiento R.A.S.H., de ideología antifascista. Esa noche se encontró con una pandilla de skinheads de ultraderecha y, en estado de embriaguez, los enfrentó a gritos. En respuesta, la golpearon repetidas veces contra la valla de un paradero de buses, en la calle 37, hasta matarla. Aunque las autoridades distritales hablan de más de 50 tribus urbanas en la capital, que a menudo protagonizan violentos y fatales enfrentamientos como los narrados, no han tomado suficientes medidas para controlar la xenofobia creciente: el odio al otro por ser extranjero, por tener otra ideología, otra raza, otro estilo de vida o simplemente por llevar otro corte de pelo. Y los medios locales apenas se dan por aludidos. La muerte de Julián Javier Prieto, el guitarrista, trascendió porque pertenecía a una banda medianamente conocida; pero de esta chica ni siquiera se supo el nombre. Una N.N., como tantas víctimas de la violencia entre pandillas de punks, rude boys, sharps, emos, etc., cuya historia nadie narra. Y aunque aquí no nos demos por enterados de estos hechos de violencia entre pandillas juveniles —con tantos partes de guerra rutinarios—, sí hemos sido noticia en el exterior. En un reportaje difundido por el canal BBC Mundo, el 19 de septiembre de 2007, se habló de los tres focos mundiales de neonazismo: Berlín, Israel y Bogotá. Y tampoco hubo reacciones.

Julián Mercado Campos juliancho100@hotmail.com

ueltos}

{ Movilidad sin futuro El pago de la valorización a principios de enero fue calificado por el Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) como un éxito de las políticas de tributación y una muestra de la cultura ciudadana. Sin embargo, aquellos que nos detuvimos en la letra menuda de los insertos que acompañaban los recibos nos llevamos una desagradable sorpresa. Resulta que la ficha técnica de la resolución —el instrumento usado por la administración para legalizar el cobro— dividió en cuatro grupos las obras que serán construidas en igual número de fases. Así mismo, los cobros se harán en cuatro etapas, la primera es el cobro que está vigente, con el cual se pretende construir las obras de la fase 1 y dejar los estudios, diseños y compra de predios de la fase 2. El año entrante, los bogotanos pagaremos el segundo impuesto con el que se construirán las obras de la fase 2 y, nuevamente, se harán estudios, diseños y compra de predios de la fase 3. El proceso se repetirá en el 2011 y el 2015 hasta dejar terminadas las cuatro fases. Según Blanca Chavarriaga, funcionaria del IDU, “las obras estarán listas en algún momento entre el 2015 y el 2017”. Resulta que la mayoría de obras de valorización son urgentes para mejorar la movilidad en la capital, pero como el cobro no se puede y no se quiere hacer de una sola vez, cuando se construyan serán insuficientes debido a la cantidad de carros y de peatones. En la fase 1, que estamos pagando, sólo se van a construir 45 de las 137 obras que se consideraron prioritarias en el 2005. Ojalá que la construcción del metro, las demás troncales de Transmilenio y el sistema integrado de transporte no se demore 10 años, porque ya no soportamos más el caos.

Rodrigo Sandoval sandoval.rodrigo@gmail.com

{ Los bares que burlan la ley La medianoche de un sábado de finales de enero, llegó de sorpresa al bar Touch, en inmediaciones del parque de la 93, la alcaldesa de la localidad de Chapinero, Angélica Lozano, acompañada de agentes de la Policía. Ante la presencia de menores de edad, ordenó parar la música. Al parecer, un chico de 16 años estaba en el piso inconsciente y muchos otros se encontraban en estado de embriaguez. Los jóvenes, atemorizados, empezaron a gritar. Pero cuando la alcaldesa requirió refuerzos, los uniformados ya habían abandonado el lugar. Según lo denunciaron algunos medios, como Citytv, llamó alguien "importante", cuyo hijo se encontraba en el sitio y pidió evitar escándalos. A falta de las autoridades, no se pudo sellar el lugar. Rosario, Touch o Ka, son algunos bares del sector más concurridos por menores de edad. Ingresan fácilmente con un documento o contraseña que consiguen como pan caliente en el centro de la ciudad. Las contraseñas hechas con crayola, cuya falsedad es evidente, se venden en $30.000. Las que pasan por luz, cuestan $50.000 y las que tienen papeles de respaldo, alrededor de $60.000. Y ni hablar de la venta de licor dentro de estos establecimientos. Cualquiera puede comprar cuantas botellas de aguardiente se le antoje sin presentar la cédula. Por ello, de los 200 menores de edad que aproximadamente ingresan a cada bar —según cálculos de algunos empleados—, el 90% ingiere licor y muchos se embriagan hasta perder la conciencia, como se puede apreciar a simple vista. Aunque el Código de Policía dispone la clausura hasta por dos meses del establecimiento “que venda o suministre licores o bebidas alcohólicas o embriagantes a menores de 18 años, y en caso de reincidencia, la clausura será definitiva”, estos lugares permanecen poco tiempo cerrados. Los dueños se valen de toda clase de artimañas y complicidades con las autoridades para burlar la ley y reabrirlos. Urgen controles reales, tanto de los bares, de sobra identificados, como de los sitios de expedición de falsos documentos a menores de edad, para evitar problemas mayores; resacas fatales.

Sylvia Patiño Narváez sylvianis11@hotmail.com

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. Género. Texto: Daniel Vélez De la Hoz unosoy@gmail.com

Chapinero

Con miedo a

salir del clóset Fotos: Daniel Vélez y cortesía de Colombia Diversa.

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Si bien existe cierta aceptación frente a la comunidad de lesbianas, gays, bisexuales y transgeneristas (LGBT), en Chapinero todavía se vive lo gay en la clandestinidad. La política pública de protección de comunidades vulnerables contrasta con los numerosos crímenes y atropellos contra LGBT. Se espera que con la aprobación de un decreto de la Alcaldía saliente, la administración distrital les ofrezca mayores garantías y seguridades, para que se pueda hablar de una real inclusión social.

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Es sábado. Uno de los últimos buses de Transmilenio me deja en la estación de la calle 63 con avenida Caracas. La oscuridad se ha tomado las calles, y los faroles de luz artificial empiezan a asumir el rol de iluminadores. Empiezo a caminar hacia el sur por la carrera 13; la plaza de Lourdes se ve amarillenta, y la recorre un viento que obliga a un mendigo a acurrucarse y a soplar sus manos. Bogotá huele menos a smog, y pocas bocinas rompen la tranquilidad. Entonces comienzo a ver signos de una ciudad que sale de su refugio diurno: delante de mí dos chicas de no más de 20 años caminan tomadas de la mano. A mi derecha pasan cuatro hombres que caminan con paso firme y ríen a carcajadas; uno de ellos lleva una manilla con los colores del arco iris. La bandera de la diversidad resalta en las calles de Chapinero con cierto orgullo en las paredes exteriores de varios establecimientos. El que algunos llaman barrio gay de Bogotá, “Chapigay” y hasta “Gay Hills”, cuenta con 104 clubes, bares, cafés, tiendas y una que otra librería —de aspecto más bien lastimoso—, dirigidos preferiblemente al público homosexual, bisexual o transexual. Según la Alcaldía Menor de Chapinero, en Bogotá hay 136 establecimientos de este tipo, que no siempre se reconocen por la bandera del arcoiris La pareja de mujeres desaparece de mi vista en el cruce de una esquina. El hombre de la manilla se detiene a comprar cigarrillos, enciende uno y alcanza a sus amigos, que se reúnen con otras 30 personas frente a un portón en el que los revisan de pies a cabeza.

Víctimas de la intolerancia “Yo vivo en el norte, pero esa tarde iba a encontrarme con mi novio, que vive en Chapinero. Acababa de salir de la universidad y llegué a su apartamento. Luego fuimos a tomarnos un café, y de allí salimos agarrados de las manos… los straight [heterosexuales] lo hacen todo el tiempo, y si nosotros nos queremos no veo por qué evitarlo. A las tres cuadras nos tiraron un zapato desde un bus y nos gritaron: ‘¡Maricones!’”, cuenta Mauricio*, mientras enrojece y clava los ojos en el suelo, dando fe de que en Bogotá hay quienes prefieren andar descalzos que convivir o, por lo menos, respetar su estilo de vida. Mauricio vive con sus padres, tiene 19 años, acaba de terminar el bachillerato y quiere estudiar diseño industrial. “Desde pequeño he sabido que me gustan los hombres, pero la gente se imagina cosas falsas: no me gustan todos los hombres… Esto no dista mucho del mundo normal —cuando dice ‘normal’ dibuja comillas en el aire con sus dedos índice y del corazón—; no soy promiscuo ni pervertido. No se trata de sexo solamente, se trata de algo emocional que además no es una decisión. Ser gay no es algo que se decida de la noche a la mañana. La gente no entiende eso”. Los casos de violencia contra lesbianas, gays, bisexuales y transexuales (LGBT) en Bogotá van desde la agresividad verbal hasta la tortura y el asesinato. Según el informe sobre derechos humanos de 2005 de la organización no gubernamental Colombia Diversa, “son más de 60 casos de homicidios contra hombres

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La bandera de la diversidad resalta en las calles de Chapinero con cierto orgullo en las paredes exteriores de varios establecimientos. El que algunos llaman

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barrio gay de Bogotá, “Chapigay” y hasta “Gay Hills”

gays cometidos en esa ciudad [Bogotá] entre los años 2000 y 2005”. Por lo general, las víctimas son hombres mayores de 30 años, estables económicamente, y aparecen con muestras de actividad sexual, tortura y estrangulamiento con cable eléctrico. Al respecto, Édgar Robles, asesor de la Alcaldía durante la administración de Luis Eduardo Garzón para asuntos de género y mujer, asegura: “El tema se está manejando desde el SUIVD [Sistema Unificado de la Información en Violencia y Delincuencia del Distrito], que depende de la Secretaría de Gobierno. Con ellos hemos trabajado para esclarecer si estos asesinatos fueron motivados por homofobia o no, y hemos hecho la articulación con Fiscalía, Procuraduría, Personería,

[

]

Veeduría, Medicina Legal y Policía”. Según el Instituto de Medicina Legal, los crímenes ocurrieron principalmente en las localidades de Chapinero, Santafé, Mártires y La Candelaria. Con la declaratoria de “zona gay” de la localidad de Chapinero, en junio de 2006, hecha por el alcalde Garzón, Chapinero se ha venido consolidando como lugar preferido para la homosocialización y visibilización de LGBT. La apertura del Centro Comunitario para prestar asistencia médica, psicológica y jurídica a esta comunidad ayudó a legitimar las relaciones con las autoridades y distintos sectores sociales, pero no faltaron resistencias y amenazas. De todas formas, y aunque no exista una formalización legal del “Distrito Gay”, la administración quiere poner en marcha este proyecto en otras localidades. Al respecto Robles asegura: “No sólo con el Centro Comunitario se ha avanzado bastante, sino que se ha reconocido una realidad que siempre ha estado ahí, que no estamos inventando”.

Habitantes de la noche Amanece. Frente a la iglesia de Lourdes transita todo tipo de gente, pero ningún transexual, ninguna pareja gay camina por la calle; para ellas y ellos, la calle se

. Gén

nero.

camina casi siempre con zapatos de noche. Parece que los caminantes nocturnos se escondieron en sus madrigueras. Así lo confirma el patrullero Yesid Chávez: “Esa gente sólo se deja ver de noche, de día parece gente normal. Uno sólo se da cuenta de que son gays cuando entran a los lugares que hay por acá”. Robles afirma que se ha logrado dar visibilidad a la comunidad LGBT a través de actividades que tienen alguna tradición, como el Desfile del Orgullo Gay o el Ciclo de Cine Rosa. Además, se está poniendo en marcha una política pública integral que busca articular los sectores de salud, educación, trabajo, participación ciudadana, comunicación, cultura y seguridad. Así, se ha logrado mostrar no sólo que las personas LGBT habitan en la ciudad —aunque no se cuenta con estadísticas confiables de la población—, sino que se deben respetar sus derechos ciudadanos. En el ámbito educativo, algunas universidades han otorgado apoyo a colectivos estudiantiles que se dedican a promover la tolerancia por la diversidad sexual y a visibilizar la problemática social existente en torno a este punto, como el Círculo LGBT Uniandino, el de la Universidad Nacional y el recientemente conformado Stonewall Javeriano. Estos grupos esperan replicarse en varias universidades de la ciudad, e incluso del país, así como integrarse en trabajos con las diferentes organizaciones que comparten su objetivo y con la administración distrital. Sin embargo, estos avances también han hecho visibles los problemas de intolerancia y homofobia. En este sentido, Robles dice que a la ciudadanía le queda un largo camino por recorrer. Pese al reconocimiento legal, son pocos los que se atreven a “salir del clóset” y vivir libremente. Mauricio Albarracín, abogado de Colombia Diversa, puntualiza: “Hay indicadores de visibilidad en comparación con otros años, y ya hay una tradición, pero la situación no es ideal. Las cosas sólo pueden cambiar si se moviliza la opinión pública”. Mariana Jiménez*, estudiante de derecho, sostiene desde hace varios meses una relación con otra mujer. Afirma tener miedo de declararse gay porque su medio laboral es “muy cerrado y machista”. Pero no le teme sólo al rechazo laboral, también a la vida en público: “A nosotras nos gusta salir, pero preferimos estar en casa de alguna de las dos para sentirnos cómodas juntas. A veces la gente es agresiva y dice muchas groserías cuando dos mujeres tienen muestras de afecto”. Pero también hay quienes salen la luz pública como lo que son: “En la medida en que nos damos a conocer hay menos discriminación. Que la gente sepa distinguir entre lo que es un gay, un bisexual o un travesti marca El parque de Lourdes, típico punto de encuentro de la comunidad LGTB.

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Fotos cortesía de Colombia Diversa

una diferencia grande. Además, la gente se da cuenta de que nuestra preferencia sexual no es una perversión, que llevamos una vida normal, con trabajo, amigos, estudio”, cuenta Maruja, un travesti que se dedica a la costura.

El futuro de Chapinero y de Bogotá {8}

Robles afirma que Chapinero “no tiene nada que ver con el tema de la prostitución ni con las zonas especiales de alto impacto metropolitano, ni hay ninguna zona de tolerancia. En ese sentido, Chapinero puede seguir siendo un barrio elegante, muy tradicional, pero más diverso y tolerante con el tema de los derechos”. Si bien está funcionando el Centro Comunitario LGBT, aún hay dos fuerzas en conflicto: la de quienes buscan

la protección de sus derechos y la de sectores ultraconservadores que los tildan de inmorales y pervertidos. “En Chapinero siempre han existido problemas, que no sólo provienen de las diferencias entre lesbianas, gays, bisexuales, travestis y heterosexuales; los comerciantes y los residentes viven en una constante lucha por la convivencia”, apunta Robles. El 28 de diciembre del 2007, en uno de sus últimos actos como alcalde de Bogotá, Garzón expidió el decreto 608, mediante el cual se establecen los lineamientos de la política pública para garantizar los derechos de la comunidad LGBT. Las repercusiones de la medida recaen sobre la administración de Samuel Moreno, pero mientras el Concejo Distrital no apruebe el proyecto

. Gén

nero.

de acuerdo para reglamentar esta política, no habrá garantías permanentes para proteger a las personas discriminadas en futuras administraciones que tengan otra percepción del problema. “El decreto es un gran avance, pero no garantiza nada. Consiste en unas directrices para que instituciones públicas tengan acciones y planes concretos para vigilar y proteger a la comunidad, pero no implica acciones judiciales que pueda tomar la Fiscalía, por ejemplo, en el caso de crímenes motivados por la homofobia”, explica Mauricio Albarracín. Gran parte de los 60 asesinatos a hombres gay en Bogotá se calificó como “crímenes pasionales” o simples robos, y se dejaron de lado los posibles motivos de

odio que muestran los signos de violencia extrema. Como cuenta un especialista de medicina forense, entrevistado por Colombia Diversa: “Para mí es claro que hay un móvil de hurto, pero también es claro que hay otras motivaciones netamente homofóbicas debido al exceso de lesiones, porque yo puedo robar a alguien y darle un tiro, pero ¿para qué lo amarro, para qué le produzco tanto dolor? […] El móvil es hurto, pero va más allá, tiene características sexuales y perversas”.

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Por lo pronto, el Desfile del Orgullo Gay, esa multicolor marcha para reivindicar los derechos de la comunidad LGTB que se celebra en junio, servirá también para mostrar a esas otras víctimas de la violencia cotidiana en Colombia. * Nombres cambiados.

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Texto y fotos: Tathiana Sánchez tathysan@gmail.com

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El mensajero de

OficiOs

la luz

++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ Ir de casa en casa, de puerta en puerta, entregando cartas, paquetes o recibos no ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ es tan sencillo, especialmente para un muchacho de 20 años, que con una maleta +++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++ de 46 kilos se enfrenta en su rutina a toda clase de peligros. Ese día debe repartir, en ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ la loma del barrio El Codito, 1.040 recibos de la empresa de energía eléctrica. Son 40 +++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++ mensajeros de la luz que pocos ven. ++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++

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Foto de El Codito: Estefanía Giraldo

Julián Santaella Marino es alto y exageradamente delgado, tanto que parece que la cachucha, de la que se descuelgan largos cabellos de color castaño, le bailara en la cabeza. Viste una chaqueta azul con letras grises, que lo identifica como trabajador de Codensa, la empresa que provee de energía eléctrica a Bogotá. Junto a él está su compañero Jeison Caña, que usa la misma chaqueta azul. A diferencia de Julián, es moreno y acuerpado. Se turnan para cargar la maleta, que contiene 400 recibos, la mitad de lo que deben repartir este día. Un martes a las 8:00 a.m., ellos me esperan en la calle 187C con carrera cuarta. El día anterior, Julián me advirtió que su supervisor, Rafael Rivera, no me debía ver, porque eso le podía traer graves consecuencias, desde un memorando hasta el despido. Por eso me dibujó un mapa para que yo pudiera llegar al lugar acordado. “Es fácil: usted se baja en la séptima y comienza a subir unas escaleras que parece que fueran al cielo. Sube y sube hasta que encuentre el colegio La Estrellita. Allá nos vemos”, fue todo lo que me dijo. Seguí las instrucciones. Encontré las escaleras y empecé a subir. Iba contándolas, pero al llegar a 306, mis ojos se nublaron. El cansancio empezó a apoderarse de mí y todavía había que subir mucho más. {11}

—¿Lista para hacer ejercicio?,— me dice Julián cuando llegó al colegio donde nos quedamos de encontrar. Aunque me falta el aire, musito un sí, y entonces emprendemos nuestro camino. Santaella saca el mapa que le dio el supervisor esa mañana, y me muestra el recorrido de la jornada. Tenemos que repartir 1.040 recibos, desde la calle 187 hasta la 190, entre la carrera primera y la séptima. Lo que yo no sabía era que cada dirección iba acompañada de letras, desde la A hasta la F, y en las carreras la nomenclatura iba hasta la H. Además, el recorrido es en subida. Julián y Jeison cogen la primera maleta, cada uno de una manija, y la levantan para subirla por otros 200 escalones. Al llegar a la cima empezamos a caminar. Jeison saca un paquete de recibos y Julián los sujeta con un caucho para que no se le caigan. Acelera sus pasos y con una técnica que, según él, ha perfeccionado en el tiempo que lleva trabajando, Julián lanza uno de los recibos por debajo de una puerta. Eso hará las siguientes siete horas. Hace seis meses Julián entró a trabajar como mensajero a Codensa por “palanca” de una amiga suya. Desde entonces, lo asignaron al grupo que cubre la zona norte, de la calle 95 hasta La Calera, entre la carrera primera y la autopista. Gana $590.000 mensuales, y la mayoría de días sale a las 2:00 p.m., menos cuando le

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toca repartir en las lomas. “Yo creo que nada me gusta de este trabajo”, dice, y después de una carcajada añade: “Pero es bueno cuando tenemos días suaves y salimos temprano”.

Los enemigos del camino En total hay 40 mensajeros en la empresa. Bogotá está dividida en cuatro zonas, y a cada una se asignan grupos de entre ocho y diez muchachos, cuya edad oscila entre los 20 y los 30 años. Sólo hay dos mujeres, y rompen el promedio de edad: una tiene 40 años, y la otra, 46. “Trabajamos como burros. Yo no es que sea machista, pero es que este trabajo sí es sólo para hombres”, afirma Julián.

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A Julián siempre le han gustado los animales. En su casa tiene dos perras que han vivido con él toda la vida. Pero no niega que por este trabajo se han convertido en sus mayores enemigos. Codensa, al ver la amenaza que representan las mascotas, les dio a los mensajeros otro instrumento de trabajo: una regla metálica de un metro, que sirve para espantar a cualquier ser viviente que los amenace. “No sólo hay perros, también hay cabras, chivos, ovejas y pollos. Eso es lo que realmente odio de este trabajo, además de los ñeros y de las lomas”, comenta.

El mensajero sube con cautela. El perro se levanta y comienza a ladrarle estruendosamente. Julián se ve algo nervioso, pero no se echa para atrás. Debe esquivar al gozque para repartir los recibos lo más rápidamente posible. El animal se le acerca enseñando sus colmillos. El mensajero empieza a espantarlo con la regla, y se agacha con cuidado para dejar la factura. Cuando va bajando, el perro se lanza a morderlo en la pantorrilla. Julián, con un movimiento extraño, logra esquivarlo, y vuelve a espantarlo con su arma plana. El perro se queda atrás, pero sigue ladrando. “Ese fue el que me rompió el pantalón”, dice agitado, mientras levanta la pierna para mostrarme los pequeños orificios que tienen sus jeans. A la 1:30 p.m., en la maleta sólo queda un paquete de 60 recibos. “¡Ya acabamos!”, les digo con alivio, pero ellos se ríen. Era sólo el comienzo. “Acabamos de empezar —me dice Julián—. Tenemos que ir por la otra maleta que está llena”.

Ofic

}

Me cuenta que las zonas más sencillas son las que tienen grandes conjuntos de apartamentos. “Es muy fácil porque uno llega a las porterías y ahí descarga de a 200 recibos o más. En Unicentro hay un conjunto en el que dejamos una o hasta dos maletas completas: 1.500 facturas sin hacer esfuerzo”.

Mientras subimos una trocha que parece no tener final, un perro de unos 70 centímetros, blanco, con manchas marrones, divisa al mensajero desde lejos. Julián lo ve, y nos dice que tengamos cuidado porque ese animal siempre lo espera para morderlo.

“¡Coronamos!” Después de una mañana de intenso sol, en la que repartimos 400 recibos, una nube negra se posa en el cielo. Llevamos la segunda maleta dentro de un carrito de mercado. En ella hay 640 facturas que pesan 30 kilos. A las 3:30 p.m. ya vamos por la mitad, pero comienzan a caer unas gotas de agua.

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ciOs

“Cuando llueve es terrible. Perdemos mucho tiempo porque nos toca escampar en algún sitio”, dice Jeison. Y no sólo eso, el peligro se duplica cuando hay lluvia, pues las trochas que deben caminar se vuelven resbalosas. Como los lugares no están pavimentados, el suelo arenoso queda convertido en barro. “Con la lluvia hay que andarse con cuidado”, afirma Julián. Pero ya están acostumbrados, pues esa loma siempre se la asignan. Cada mes deben ir y enfrentarse con las 200 manzanas de El Codito, que para los mensajeros del sector es la más difícil de todas. “Esta loma es áspera, no hay calles pavimentadas, todo son trochas y subidas como de 100 escalones en cada esquina, y además la zona es grandísima, por eso salimos tan tarde”, dice Julián, mientras se fuma el quinto cigarrillo del día y descansa sentado en un andén. A lo que no se acostumbran es a cargar las maletas. Cuando van llenas pesan 46 kilos, pero a ellos sólo se les permite cargar la mitad cuando van solos: 23 kilogramos, que representan 500 facturas. Sin embargo, últimamente los recibos van acompañados de publicidad, es decir, con cuadernillos que promocionan los créditos de Codensa, para que los usuarios puedan adquirir todo tipo de electrodomésticos. Estas promociones duplican el peso de cada morral, pues los anuncios agregan 40 gramos a cada recibo. Por eso mandan a dos con las respectivas maletas. Y también por esa razón Julián lleva al trabajo el carro de hacer mercado de su mamá. Gracias a esta ingeniosa idea, los mensajeros no hacen tanto esfuerzo con la segunda maleta que deben repartir.

De igual forma, Julián ya aprendió que cuando lo mandan solo a la loma, no sube con los recibos: “Yo dejo la maleta botada en la primera escalera y subo sin peso, si se la roban, pues que se la roben, pero yo no voy a subir todas esas escaleras con 23 kilos”. El robo es otro de los peligros a los que están expuestos los mensajeros, pero sólo hay dos cosas que les podrían hurtar: el comunicador Avantel que los mantiene en contacto con el supervisor —por el cual les descontarían $200.000 del sueldo—, y la maleta —que les costaría $100.000—. Claro que saben muy bien que si les llegaran a robar la maleta llena de recibos, los echan del trabajo. Jeison dice que el mejor momento del día es cuando sienten que en la maleta ya no hay facturas. Según ellos, cuando se desocupa, podrían hasta flotar: “Uno se siente como Gokú cuando se quitaba el caparazón y salía volando”, dice Julián haciendo referencia al dibujo animado, y después suelta una carcajada. A pesar de los obstáculos que debe afrontar cada día, Santaella no quisiera cambiar de trabajo. “Por el momento no, aquí me dejan tener mi cabellito largo, y los días duros como hoy son contados. La mayoría de veces salgo temprano, a las 2:00 o 3:00 p.m., o sea que trabajamos casi medio tiempo y ganamos más del mínimo. Entonces no hay por qué pelear. Al fin y al cabo no todo es tan malo”.

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Son las 4:30 y ya hemos recorrido 23 kilómetros. Las piernas me tiemblan del cansancio y el sol me ha quemado la cara. En silencio ruego para que no queden recibos. Julián, como si hubiera escuchado mi súplica,

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de Julián

hace una especie de ritual, entre cómico y solemne, como preludio para meter el último recibo debajo de una puerta. “¡Coronamos, papá. Coronamos!”, le dice con gran emoción a Jeison, y lo repite a través del comunicador, para informarle a su supervisor que terminó el trabajo del día. Esboza una sonrisa, pues sabe que ya acabó la zona más dura del mes. Se da la vuelta y mira hacia la loma, abre los brazos y dice: “Hasta el próximo mes”.

A rockear Son las 2:00 p.m. del domingo. Llego al tercer piso de un edificio ubicado en el barrio Siete de Agosto. Desde afuera se escucha una música fuerte, con letra

ininteligible. Cuando entro al apartamento donde vive Julián Santaella, me reciben ‘Muñeca’ y ‘Cotopla’, sus dos perras. También sale Nora Marino, su mamá, quien acaba de servirle el almuerzo a su hijo. “Juliancito se está arreglando”, me dice la señora mientras termina de servir el almuerzo. A las 6:00 p.m. de este día, Julián irá al concierto del grupo alemán Sadus, uno de sus preferidos. El pelo largo y la ropa negra delatan su gusto por el rock. En la sala de su apartamento tiene una repisa llena de álbumes de grupos que interpretan heavy metal, dead metal y black metal, hasta llegar al brutal y al trash. “Yo soy un rockero puro”, dice. Julián pone en su equipo un CD del grupo al que verá en concierto. Con toda propiedad empieza a contarme la historia de la agrupación, mientras sorbe su sopa de espinaca a toda velocidad. Debe llegar a la avenida 26 con Primera de Mayo para hacer fila, pues quiere estar lo más cerca posible de la tarima. Va a ir solo. “Hubiera querido ir con mi nenita, pero no consiguió la plata”. Le pregunto por qué no le gastó la entrada, y él me dice que está sin dinero, porque compró un computador que está pagando a cuotas. “Yo nunca había tenido computador, lo compré porque lo necesito para la universidad”. Julián espera entrar a la CUN el próximo semestre, y estudiar ingeniería de sistemas. Pero esto lo hace más por complacer a su mamá y a su hermano, ya que su verdadero sueño es estudiar música. “Yo quiero música porque soy un adicto al rock. Pero en la casa no me dejan, dicen que eso no da plata. Entonces me toca ingeniería de sistemas, a ver que se puede hacer con eso”. El mensajero va al baño a retocarse el pelo. Mientras lo espero, Nora me cuenta que con el trabajo en Codensa, su hijo ahora ayuda con los gastos de la casa. Ella dice que antes no hacía nada y que debía aprender de alguna forma que la vida no es tan fácil. Nora es una mujer muy religiosa. Lo evidencia el cuadro del Sagrado Corazón, de casi un metro de largo, que está colgado en la sala. Mientras mira la imagen de Jesús, me dice que siempre le encomienda su muchacho a todos los santos para que lo cuiden, especialmente en el trabajo, porque sabe que le toca muy duro. Julián se despide de su mamá. Ella le dice que tenga mucho cuidado. Le insiste en que lleve otra chaqueta por si llueve, pero el muchacho no le presta atención. Nora le ruega que vuelva apenas se acabe el concierto. Le da la bendición y un beso en la frente. Julián cierra la puerta. Llegó la hora de rockear.

La zona L de Bogotá

Lechona a la orden

Texto y fotos: Sandra Ramírez Carreño sandrita2905@hotmail.com

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Ana Pacheco en la Dietética de Natagaima.

Son las hembras del lechón o cerdo, y están al alcance de todos los bolsillos en el barrio Olaya. Algunas seducen al transeúnte con su boca entreabierta, sus coquetos moños y cintas y sus entrañas repletas de sabor. Hasta nombre tienen, y su grasoso recuerdo perdura en el satisfecho comprador. Y para no quedar por fuera del mercado globalizado, hay oferta de lechona dietética.

En el barrio Olaya, entre las calles 28 y 31 Sur con avenida Caracas se encuentra la zona L, especializada en lechonas. Hace unos 25 años se abrió allí el primer negocio que todavía funciona: Comamos Lechona. Desde entonces se han instalado unos 30 restaurantes en el sector, que se identifican por las lechonas de gran o pequeña contextura alojadas en vitrinas. Allí permanecen calientes gracias a una pequeña estufa de gas ubicada debajo de la bandeja. Algunas lechonas tienen las orejas y la boca forradas con papel aluminio para que no las queme el horno. Casi todas tienen los ojos cerrados; unas conservan la boca un poco abierta y, entonces, los dientes de la otrora marrana saludable se ven con claridad. Parecen regalos especiales en medio de las flores que decoran las vitrinas y de las cintas amarillas, moradas o azules que las adornan. Una que otra lleva el nombre marcado en el hocico con tinta verde o negra. De está forma se podría suponer que se llamaba Ana, Patricia o simplemente Rosa, pero no es porque hayan sido tratadas como mascotas, sino porque en los criaderos las marcan de acuerdo con los

pedidos que hacen los dueños de los establecimientos. Entonces, para diferenciarlas les ponen el nombre de las dueñas de los locales. Detrás de cada mostrador hay alguien que ofrece la lechona, generalmente una mujer, que la revuelve para que el arroz no se pegue, y grita a voz en cuello: “¡A la orden!”, para capturar a los transeúntes. En toda la cuadra se expande ese olor característico a cerdo cocinado, a grasa, a “calentao”… La mayoría de los dueños de los establecimientos es de origen o ascendencia tolimense, región de donde es típica la lechona. Cada lechonería es un lugar de tradición y de clientela fija. Casi todas son pequeñas, con apenas tres o cuatro mesas. En las paredes se pueden encontrar cuadros pintorescos de La última cena en los que el pan se reemplaza por una lechona; imágenes de marranos con una manzana en la boca, como las que aparecen en las caricaturas infantiles; de los tres cerditos, de paisajes o de cerdos con bigote y, por qué no, puercos vestidos con corbata, sombrero y traje de paño.

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Lechonas dietéticas Como en la variedad está el placer, en la Zona L se pueden encontrar lechonas grandes, pequeñas, baratas, costosas, normales y dietéticas. Sí, dietéticas, aunque suene contradictorio. Según Ana Pacheco, dueña de La Dietética de Natagaima, que lleva 15 años en el mercado, a diferencia de las comunes y corrientes, las dietéticas tienen pollo, son deshuesadas y sin grasa, o mejor, sin tanta grasa. En la Zona L se encuentran también lugares con nombres raros y exóticos como El Chancho Fiestero, El Cerdito Sabrosón, Comamos Lechona, El Éxito, La Auténtica del Espinal, El Cerdito de Oro, Súper Lechona del Tolima o La Sabrosura del Tolima. La lechona más económica oscila entre $100.000 y $150.000 para unas 50 personas. La más costosa es de $300.000 para 200 personas, aproximadamente. Sin embargo, el cliente también puede conseguir lechona por plato desde $4.000 en adelante, según el tamaño de la porción. Todos los días, desde las ocho de la mañana las lechonas están listas y, en promedio, se venden cerca de 50 platos diarios en una semana con buen clima. Si está lloviendo, la venta se reduce en 20 o 25 platos diarios.

Así se arma una lechona

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Para preparar una lechona se necesitan los perniles y el cuero del marrano, arroz, arveja, un horno de ladrillo, entre cinco y diez minutos para armarla y ocho horas para cocinarla. Cada punto de venta tiene los distribuidores del “material”, como les dicen a los ingredientes del relleno: cuero del marrano, carne de cerdo, arroz, arvejas y pollo, si es dietética, pero los más conocidos son los criaderos de Guadalupe, cerca al cerro de Monserrate. Algunas lechonas se queman, otras simplemente quedan “tostaditas”; unas son amarillas y otras cafés. En el fin de semana comer lechona es un plan familiar en el sector. Abuelos, nietos, sobrinos y hasta las mascotas llegan a la Zona L para merendar, y acompañan el plato con cerveza, refajo o gaseosa. En la hora pico —sábados, domingos y festivos es entre las dos y las cinco de la tarde— se venden por lo menos 200 platos al día en cada local. Sin contar que las cabezas de las lechonas son muy apetecidas por los clientes, quienes pagan $10.000 por cada una para luego hacer frijoladas en sus casas. Entre semana, cada lechonería del Olaya prepara de 10 a 15 lechonas. Enero y febrero son los meses de menor afluencia de clientes, pero en diciembre la producción aumenta. De esta forma pasan de elaborar 10 lechonas

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en un fin de semana a vender 180 en un solo día, sobre todo en fechas especiales. Sin embargo, así como aumenta la producción suben los precios: cada lechona cuesta por lo menos $30.000 más, sin importar su tamaño, debido a que durante la temporada los ingredientes para su elaboración escasean por la demanda en el sector. Si se quiere comprar una lechona completa, debe pedirse con anticipación para que se le garantice la calidad y el sabor al cliente. Una vez encargada, no hay vuelta atrás. Se entrega con arepas, servilletas, platos y tenedores desechables. Las dos cuadras de la Zona L, entre el ruido de Transmilenio, la congestión del andén el fin de semana, el olor a lechona, el transporte de los cueros de los

marranos entre las bolsas y la invitación de los vendedores, dan la impresión de un sector en crecimiento gracias a estas microempresas familiares. Y las familias, que llevan el oficio en la sangre, viven y trabajan en la misma casa donde funciona el restaurante, como es el caso de la familia de Luis Fernando Mancilla, dueño de Comamos Lechona, quien durante más de 20 años ha sido el guardián de su negocio, de su hogar y de sus lechonas. Todos los miembros de la familia siguen la tradición y saben cómo funciona el negocio para mantener la calidad. Y es tan rentable que muchos jóvenes del sector, como Wilmer Cortázar, de 19 años de edad, abandonan los estudios para dedicarse de lleno al relleno.

MEDIO() * AMBIENTE

Reserva forestal de San Cristóbal

Pronóstico reservado

Textos y fotos: Marcela Garzón Joya anaid451@gmail.com

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Sobre los cerros orientales, a pocos kilómetros de la carrera décima con calle 12, se ubica la reserva forestal de la localidad de San Cristóbal. Su principal recurso natural es el río Fucha, que se ha convertido en uno de los grandes vertederos de aguas residuales, domésticas e industriales de la capital. El pronóstico es reservado por la gravedad del problema ambiental y ecológico, según se demuestra en este reportaje.

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La Victoria, barrio donde se inicia el recorrido hacia la reserva forestal.

El caño del Fucha, que muchos capitalinos atraviesan velozmente tapándose la nariz, es en realidad el río San Cristóbal, muy contaminado desde hace más de 20 años. En las aguas del río Fucha, que nace en el páramo de Cruz Verde —en los cerros del suroriente— y recorre 21,4 kilómetros de la ciudad, es posible encontrar desperdicios de todo tipo: llantas de carro, ropa usada, cáscaras de fruta, pañales y hasta muebles. Lo que pocos se imaginan es que ese río sucio y maloliente es uno de los recursos hídricos más importantes de la capital. En la década de 1930, se instalaron en su ronda los primeros pozos decantadores que sirvieron como acueducto a la capital. Desde el corredor del Delirio, en la segunda etapa de la reserva de San Cristóbal, caudales de agua cristalina conforman el camino que conduce hasta el cerro del Zuque, en Aguanoso, el pico más alto. Un hermoso recorrido ecológico en el cual se puede apreciar el cauce

del río San Cristóbal, que atraviesa la reserva desde San Isidro —terreno de barro seco donde aún se perciben los malos olores del río contaminado—, hasta el santuario de la Virgen de la Roca, donde ya es posible admirar el paisaje rico en flora y respirar el aire puro. Para llegar allí es necesario cruzar la carrera décima con calle 11 y ubicar el Parque Metropolitano de San Cristóbal. Se asciende por la carrera novena hasta Aguas Claras, la vertiente del Fucha con mayor contaminación. Se pasa por la ronda de los sectores de La Cecilia, Laureles y Manila, hasta llegar al declive del manantial, donde una puerta de rejas delimita la entrada a la zona de conservación.

No hay tierra para tanta gente La reserva forestal de San Cristóbal ocupa un espacio de 3.187,13 hectáreas, de las cuales 61,10 se encuentran pobladas por alrededor de 16.000 habitantes, según cifras aportadas en noviembre del 2007 por la

Aquí comienza el corredor de El Delirio. A los lados, el Parque Metropolitano de San Cristóbal.

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Corporación Autónoma Regional (CAR) de Cundinamarca. Y es que uno de los más graves problemas ambientales de la reserva se debe a los asentamientos ilegales allí ubicados, pues causan deslizamiento de tierra y contaminación del río, además de contribuir a la deforestación por construir viviendas en zonas de riesgo. En 1977 los cerros orientales fueron declarados zonas de conservación y se restringió el desarrollo urbano. En 1992, la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (EAAB) compró el 40% de los cerros orientales, porque el 60% ya estaba en poder de particulares. Con esta reglamentación, los 14 barrios que ocupan la reserva forestal de San Cristóbal son ilegales, pero muchos de sus habitantes —que llevan allí más de 50 años— exigen los beneficios de la legalización, con servicios de agua, luz, gas y teléfono. “Vivo aquí desde 1942, no tengo intención alguna de irme porque aquí crecimos mis hijos y yo. No gozamos

de las mejores condiciones, pero con el paso de los años hemos ido construyendo nuestra casita y comprando nuestras cosas. No tenemos más y no estamos dispuestos a negociar nuestro predio por unos centavos”, dice Plinio Montes, habitante de La Cecilia, barrio ubicado en la primera etapa de la reserva, sobre la carrera 22 este, entre calles 11 y 15 Sur. Como él, otros 16.085 habitantes padecen el mismo problema. Algunos ni siquiera tienen una casa de ladrillo ni una cama para dormir. Varios de ellos contribuyen a la contaminación del río, al verter los desechos inorgánicos de sus viviendas en el agua y provocar el deslizamiento del suelo sobre el cauce. “Muchos de estos habitantes llegaron allí como consecuencia del proceso de migración interna en el país desde comienzos de la década de los cincuenta. Las ciudades absorbieron un gran flujo migratorio rural y muchos emigrantes solucionaron su problema de

Corredor del río a la altura de La Victoria.

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vivienda en los sectores donde el uso del suelo estaba destinado todavía a actividades agrícolas o pecuarias y, peor aún, en sitios que ya correspondían a zonas de conservación ambiental”, explica Liliana Suárez, gestora ambiental encargada de la Alcaldía de la Localidad de San Cristóbal. La alcaldesa local, Elsa Hernández Hernández, afirma que el problema de asentamientos ilegales dentro la zona de reserva siempre ha sido una de las mayores preocupaciones de la localidad, teniendo en cuenta que el 70% de San Cristóbal es rural. Aunque la Alcaldía Local dispone de $1.700 millones anuales para gestar proyectos de carácter ambiental, faltan recursos para reubicar la totalidad de residentes ilegales en zonas de conservación. Por el momento, sólo se ha pactado la compra de predios con habitantes del barrio Montecarlo, ubicado en la primera etapa de la reserva.

Más techos, menos árboles Los primeros urbanizadores de la zona, con el respaldo de algunas constructoras, retiraron la cubierta vege-

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tal del cerro para dar cabida a más viviendas, y desde entonces el proceso de deforestación no ha parado. A estos asentamientos ilegales se suman las construcciones legalizadas dentro de la zona de reserva. Aparte de antiguas edificaciones, con más de 20 años, inexplicablemente en la reserva forestal se han realizado otros proyectos, como el jardín infantil que se construyó en el 2002, en el costado oriental de San Jerónimo del Yuste, con diseño donado por el fallecido arquitecto Rogelio Salmona. El edificio consta de dos pisos y cuatro niveles, una biblioteca y un parque infantil. Aunque es innegable la utilidad del jardín infantil en un sector deprimido, muchos padres de familia deben realizar largos recorridos para dejar a sus hijos, y el frío y la humedad dentro de las instalaciones son penetrantes. La segunda construcción de la reserva se hizo en el 2003 con el auspicio de la Caja de Compensación Familiar Compensar, que planeaba entregar 2.703 viviendas de interés social a sus afiliados, pero sólo alcanzó a culminar 160, a la altura del espinazo de San Jerónimo de Yuste. Una acción popular interpuesta por

Barrio La Cecilia, uno de los varios asentamientos ilegales de la zona protegida.

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miembros de la Corporación Vida del Río Fucha (Corvif) frenó el proyecto. Hoy, las familias que residen en esos apartamentos se encuentran en un lío legal, además de sufrir las consecuencias ambientales de su mala ubicación, pues las aguas del río se han filtrado por las paredes y los pisos más bajos.

La defensa de la comunidad “La norma de conservación de la reserva forestal no ha sido respetada por ninguna administración, pues las construcciones ilegales han sido aprobadas por distintas curadurías urbanas y no han cesado”, apunta Luis Arturo Riaño, presidente de la Comisión Local de Educación Ambiental (CLEA).

“El hombre no puede destruir lo que naturaleza ha hecho y no debe someterla; al contrario, debe vivir sometido a ella porque le ha dado la vida”, afirma José Joaquín Ortiz, habitante desde hace 32 años del barrio Santa Ana, en la parte baja de San Cristóbal. Cansado de la explotación indiscriminada de recursos naturales en su localidad, José Joaquín decidió trabajar por la recuperación ambiental de la reserva. Actualmente es el tesorero de la CLEA, conciliador en equidad de la Junta de Acción Comunal de San Cristóbal, consejero del ordenamiento de la cuenca del río Fucha y fundador de la Corfiv, que desde 1995 propende por la educación ambiental de los residentes de San Cristóbal. La Corvif organiza expediciones para recorrer el río desde la reserva, hace jornadas intercolegiales y encuentros deportivos, cívicos y pedagógicos. “Las mujeres jóvenes y los hombres de edad son quienes más participan en estos procesos de recuperación ambiental. Opinan al respecto, denuncian, debaten y, sobre todo, concilian con la naturaleza”, afirma Alejan-

Pese al muro limítrofe, los habitantes de las urbanizaciones de La Victoria arrojan desperdicios al río.

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dro Londoño, párroco de la Iglesia de San Javier-San Cristóbal, y colaborador de la Corvif. “Una de mis grandes preocupaciones es la de los cuatro chircales aledaños al sector de la reserva, pues la extracción de recursos naturales para la fabricación de productos industriales es un fuerte contaminante para el río; por eso nos interesa mostrarle a la gente el recurso hídrico tan bello que tienen, para que lo admiren y no lo afecten más”, afirma Ana Lucía Torres, colaboradora de Comisiones Ambientales locales. Pero, salvo un puñado de ciudadanos, la mayoría de habitantes de la localidad es indiferente a los problemas ambientales. “No conozco muchos programas de educación ambiental locales y, a decir verdad, no tengo tiempo para involucrarme en esas cosas. Me gusta el ambiente sano y hago lo que puedo”, acepta Manuel Poveda, del barrio Santa Ana.

Cuando el río suena, piedras lleva “Estamos en contra de la canalización de los ríos en Bogotá, porque al canalizarlos la gente se olvida de

que existen, no los escucha, no los siente y, como tal, los ríos dejan de existir para sus mismos habitantes y se convierten en caños desagradables”, afirma José Joaquín Ortiz. Una de las causas de Corvif es evitar la canalización del río Fucha, proyecto en trámite de la EAAB. Los contradictores del proyecto quieren conservar el río en su estado natural y argumentan que con la canalización no se evita la contaminación, pues aunque acelera la corriente de las aguas, también facilita la acumulación de residuos sólidos. “Además, las piedras no deben quitarse, son autodepuradoras del río, oxigenan sus aguas y le dan vida”, agrega Luis Arturo Riaño.

MEDIO() *A

El río Fucha está canalizado desde la carrera sexta hasta la avenida Boyacá, en la localidad de Kennedy. La canalización consiste en la regularización del cauce por medio de la implantación de mecanismos hidráulicos que reemplazan las piedras y orientan el flujo de las aguas del río. El objetivo es acelerar la corriente para que los residuos lleguen más rápidamente hasta el vertedero de aguas sucias, en el río Bogotá.

Aquí comienza la canalización del río, antes de la carrera décima.

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Por su parte, Liliana López, otra vecina de la reserva, considera que “la canalización del río tiene cosas a favor, como contribuir al ordenamiento territorial de la ciudad. Si los ríos se dejaran en su estado natural, la ciudad tendría más ríos que carreteras, las inundaciones aumentarían y la contaminación sería incontrolable”.

Flora y fauna en peligro El problema ecológico radica en la extinción de especies nativas de la reserva. El mortiño, árbol frutal de mediana estatura que da la baya —alimento de aves como la mirla— fue reemplazado por el pino, que impide el progreso de especies menores. Y el mayor de los problemas, de acuerdo con Liliana Suárez, es la propagación del retamo espinoso, planta proveniente de Canadá que se usa para delimitar territorios, pues se ha ido expandiendo de forma incontrolada, y al ser de fácil combustión eleva el riesgo de incendios forestales. En Bogotá, la reserva de San Cristóbal es el lugar con mayor presencia de esta especie.

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La cercanía de la reserva con la Escuela Logística del Ejército Nacional afecta a la fauna nativa de la zona. Algunas aves, como la torcaza y el ruiseñor, han emigrado por causa de los estruendos provocados con {25} las prácticas de tiro al blanco en la Escuela, pero aún es posible escuchar el silbido de colibríes, copetones y +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ quiches que alegran el hábitat. +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ Soluciones a más de 4.000 metros ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ Según algunos participantes activos de la Corvif, +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ como José Joaquín Casas, para contrarrestar el daño +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ecológico en la zona es preciso reforzar los taludes +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ al. +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ n Cristób que impiden los deslizamientos constantes del suelo. do de Sa a rc e m e +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ plaza d También es conveniente la siembra de árboles por el Antigua ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ corredor ecológico, pues éstos actúan como muros de ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ contención y evitan la entrada de residuos contami++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ nantes al río. Otro asunto importante es el control del +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ retamo espinoso, para evitar más incendios forestales. +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ Cualquier habitante de Bogotá puede visitar la +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ reserva. El Departamento de Gestión Ambiental de la ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++ Alcaldía Local, la Corvif y la CLEA realizan mensual+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ caminatas ecológicas por los senderos de la ++++++++++++++++++++mente +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ronda del Fucha. Después de bajarse del bus en El ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ Delirio, el recorrido a pie hasta el cerro del Zuque +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ puede tardar entre tres y cuatro horas hasta alcanzar ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ una altura de 4.250 metros, desde donde se puede +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ admirar el flujo de agua cristalina del río, e incluso ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ beberla, experimentar la sensación de encontrarse +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ en un paraíso natural, en la frontera de la ruidosa y ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ contaminada metrópoli. +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ l”. ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ r “natura rtíz, líde ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ O ín u q a José Jo +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

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* }estaciónCENTRAL [ ]

La Victoria de las

Balineras

Textos y fotos: Andrea Cristina Herrera S.* andrea.herrera@javeriana.edu.co

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Desde finales de los años sesenta comenzaron a rodar los carros esferados en las calles del barrio La Victoria. En la casa-hacienda de los Carrillo —todavía habitada—, Felipe Carrillo, negociante de repuestos y carros antiguos, incentivó la construcción de los primeros bólidos. Aquí presentamos una memoria de estas arriesgadas competencias, para animar el festival que se realizará el próximo 4 de mayo —como se ha hecho en los últimos seis años—, con la Organización Teatral Artífice Inimaginable.

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Incrustado en el manto ocre que recubre el suroriente bogotano, existe un terreno arborizado y fértil en el que todavía se cultiva calabaza, se recogen las brevas en cosecha y se saca agua del pozo. Allí queda la casa donde vivió Felipe Carrillo, reconocido vecino del barrio La Victoria, amante de los carros antiguos y del bullicio de los niños que, entre cachivaches, repuestos y matorrales, inventaban un sinnúmero de juegos y armaban carritos de balineras con la chatarra del taller. Su hija Norma, que en la actualidad vive en la casa en compañía de su hermano, recuerda que esta hacienda era “la mamá de todas las casas colindantes”, con cerezos y ciruelos que fueron el deleite de los niños. Felipe Carrillo tenía la casa abarrotada de repuestos de carros de los modelos 1955 a 1960, y de allí se podían sacar las balineras y la madera para construir los carros esferados, con lo que se inició una práctica que marcaría a varias generaciones de vecinos. Norma cuenta que el valor patrimonial de su casa no radica en la construcción, sino en las relaciones de vecindad que propició, tanto así que “casi todos los vecinos eran criados acá”, y la abuelita siempre hacía “olladas” de comida para atenderlos. Pero sin duda su papá era el personaje: “Era muy conocido acá por los repuestos, porque era muy humano y muy dado a hacer favores, mejor dicho, a todo el mundo le servía”. Hernando Merchán, uno de los niños que creció entre los repuestos y los juegos de la casa de los Carrillo, recuerda su infancia de carrito esferado, acarreos, aventuras y mercados hace más de 30 años. “Yo creo

que don Felipe fue el artífice de todo. Los ‘chinos’ permanecíamos en ese taller jugando a escondidas y ponchados. Todos los de la cuadra y de La Victoria íbamos a su casa, donde un montón de chatarra nos esperaba para jugar”. Hernando recuerda que los primeros carritos esferados que construyeron difícilmente podían transitar por la carrera principal del barrio —donde actualmente se ubica el comercio de la zona—, entonces sin pavimentar. Los niños más arriesgados se lanzaban por la antigua vía al Llano, donde tenían que sortear el tráfico pesado. Y los carros esferados fueron un juego callejero hasta que alguien dijo: “Con ellos podemos traer lama del monte, eucaliptos y árboles para la Navidad”. Entonces se convirtieron en un medio de transporte. En las vacaciones de diciembre algunos niños, ávidos de adrenalina, se dirigieron a la zona rural de los barrios más altos (Juan Rey, Altamira, Quindío) en busca de chamizos y ramas de los árboles para decorar los pesebres. Agrandaron y reforzaron los carros con el fin de transportar la mercancía y acomodar hasta cuatro bultos de especies nativas para venderlas en los barrios de la parte baja (Veinte de Julio, Country Sur, Primero de Mayo, Villa Javier, La Serafina, San José), donde les pagaban mejor. Los muchachos se colgaban en las tractomulas o camiones por la parte de atrás para impulsarse y llegar así más rápido y con menos esfuerzo a su destino. Muchos de los que no lograron la arriesgada hazaña fueron arrollados por el mismo carro del que se e:

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remolcaban. Sobra decir que sufrieron innumerables accidentes. “Creo que en una oportunidad hubo dos pelados que murieron ahí espichados al lado de los carros”, recuerda Hernando, pero los animaba la posibilidad de descubrir nuevos barrios. Así llegaron a la plaza del Veinte de Julio, donde los carros esferados se utilizaban para acarrear mercados. Y pronto replicaron el negocio. “Entonces, uno llegaba a ofrecer el servicio y le pagaban 50 centavos, o recibíamos mercado y subíamos con plata y mercado”.

Competencias de vértigo Con la pavimentación de La Victoria, a partir de 1973, se incentivó el juego y la práctica con los carros esferados: se lanzaban así en series de ocho seguidos, uno

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n. o Merchá Hernand

tras otro, y en medio del jolgorio del juego quedaban estropeadas las vestimentas de los niños, la “pinta” regalada en Navidad. “Era simplemente para divertirnos y rompernos ahí los trapos que nos daban cada año”, cuenta Hernando. Pero estos juegos tampoco estuvieron exentos de accidentes, y hubo uno en particular que prohibieron los padres de familia. Animados por la barra del día, que indicaba las nuevas metas en la ruta trazada para la competencia, llegaron a la conclusión de que el taxi de los Fajardo sería el obstáculo para esquivar, pero el reto era pasar tan cerca del vehículo como fuera posible. El ganador obtenía gran cantidad de puntos, y el perdedor, una “muñequera” (golpiza). Bajaron los ocho carros esferados, y los tres primeros lo lograron, pero el resto quedó debajo del taxi. Los más afectados tuvieron fracturas; los demás, moretones y raspones. Todos lloraron asustados. Los vecinos de la cuadra estuvieron de acuerdo en decomisar los carros, y los padres de familia de los implicados resolvieron quemarlos.

Pero la afición por los carros esferados no terminó ahí. “La trampa estaba hecha; había otra gente del sector que también tenía carros y entonces íbamos allá”, apunta Hernando. Los muchachos iban hasta el barrio San Martín a continuar sus competencias con carros prestados y para la época de Navidad encontraron a un personaje con el mejor carro esferado, que había bautizado ‘La Victoria’, y no por el nombre del barrio aledaño. Estaba perfectamente “engallado” con arreglos navideños, tapicería, cabrilla, corneta y bombillos. “El ‘man’ era creído porque pensaba que lo que tenía era lo máximo, y sí, era cierto, porque era un carro muy bacano y novedoso, con cabrilla y un pocotón de cosas”, evoca Hernando.

Nueva generación de los esferados A la vuelta de los años, la Organización Teatral Artífice Inimaginable, del barrio La Victoria, retomó la práctica de los carros esferados y realizó en el 2001 el primer Festival Las Balineras se Toman la Cultura, para recuperar esta tradición y vincularla al movimiento cultural actual de la localidad de San Cristóbal.

Con este evento buscan promocionar a jóvenes artistas, que con distintas manifestaciones estéticas le hacen el quite a la violencia. Como dice Elvis Merchán, se trata de que “alrededor de una carrera de carros esferados, que es lo principal, se genere conocimiento cultural; no es sólo el hecho de estar montado en el carro, sino también de dar a conocer la danza, el teatro, la música que viene después”. Desde 2001, Artífice Inimaginable ha atraído a distintas organizaciones locales y distritales, en su mayoría juveniles, y al público de las localidades vecinas, que ya pregunta por el festival de La Victoria. El festival se realiza un domingo de mayo, cuando la mayor parte de la comunidad puede hacerse presente. Hacia las nueve de la mañana se cierra la calle 37 Sur, entre carreras cuarta Este y tercera Este, para dar inicio a la competencia de carros esferados. Gracias al apoyo de la Alcaldía Local de San Cristóbal, se garantiza la seguridad de los participantes para que no transite ningún automotor que ponga en peligro a los competidores. Con el patrocinio de uno de los locales comerciales de la vía principal, entra en escena un animador que,

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dos de las comparsas se entremezclan con la música de los establecimientos y las voces de los vendedores amplificadas por poderosos equipos de sonido. Las comparsas serpentean entre el tránsito vehicular y se arma un festivo caos.

megáfono en mano, anuncia las promociones y ofertas del establecimiento, al tiempo que informa sobre las etapas y modalidades de la competencia y, finalmente, sus respectivos ganadores, hasta llegar a las eliminatorias para niños y adultos. El árbitro da el pitazo de salida, y a los carritos, que arrancan como bólidos, los espera un comité de verificación en la línea de llegada, a unos 100 metros de distancia. Y entre la música y la algarabía de la competencia, los vecinos salen de sus casas o siguen curiosos el evento desde terrazas y ventanas. En la segunda parte del evento, hacia el mediodía, se organizan las comparsas que irrumpirán en las principales vías del sector, sobre sus zancos y con todo su arte, para brindar a los espectadores una muestra de la integración entre localidades (San Cristóbal, Usme, Ciudad Bolívar y Kennedy). A lo largo del trayecto se atraviesan diferentes sectores comerciales, y los soni-

El recorrido finaliza en el parque central de La Victoria, donde todas las comparsas se presentan al público, y al caer la tarde se realiza la premiación de la competencia de carros esferados, acompañada de danza, teatro, hip hop y rock. En la noche, algo exhaustos por el trajín logístico y artístico del evento, los miembros de la Organización Teatral Artífice Inimaginable se reúnen a dar cuenta del festival: lo bueno, lo malo, lo curioso y lo divertido. Mientras comparten unas cervezas, lo comparan con los festivales anteriores y comienzan a planear el próximo, para ganar mayor participación y más reconocimiento, local y distrital. Por lo pronto, cuentan con un grupo de jóvenes campeones que mantienen sobre ruedas la tradición.

Los nuevos campeones Andrés Giovanni Benítez y Óscar Guarín, del barrio Atenas; María Fernanda Merchán, del barrio La Victoria, e Iván Fajardo, del barrio San Miguel, saben que para triunfar en la competencia hay que contar con un buen

y Ósca Fernanda

Aspectos del festival que organiza el grupo Artífice imaginable.

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carro, que ellos mismos arman con ayuda de los vecinos. Utilizan como taller de ensamble el Centro Operativo Local (COL), cualquier parque o espacio abierto. Allí juntan dos tablas de madera, ruedas esferadas, clavos y tornillos, y una vez armado el carrito, se pinta y se decora al gusto del competidor y se le pone un número. “Es como si fuera una carrera de verdad, entonces los carros vienen numerados”, aclara Óscar. Los entrenamientos comienzan desde el momento en que los carros se someten a pruebas técnicas y de manejo: se mide su resistencia y su adecuado rodamiento sobre cualquier calle “empinadita”. Cuando llega el momento del arranque, los cuatro se ubican en la línea de salida a la espera del pitazo. Y además de las emociones que experimenta cualquier deportista en trance de competir, lo que más les preocupa es cómo lograr que el carro logre una mayor velocidad, y para esto Óscar conoce algunas técnicas, como el desarrollo de fuerza en brazos y piernas: “Para que el carro no le gane a uno, echar el cuerpo un poquito hacia atrás o acostarse bien en todo el carro”. La competencia del año anterior fue fácil de ganar, porque los grupos invitados “no tenían práctica para manejar; era gente que como venía de lo plano, entonces nunca practicaba”, según María Fernanda, una de las pocas mujeres “balineras”. Los ganadores cuentan que recibieron en esta ocasión “sacos bonitos, un carrito Willis de madera ‘bacancito’ y un reloj muy grande”, pero lo que les justifica tantos esfuerzos, riesgos y raspones en las rodillas es el título de equipo campeón de balineras en La Victoria. * Estudiante de la Maestría en Comunicación de la Universidad Javeriana.

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* }estaciónCENTRAL [ ]

Sumapaz

La Bogotá

enruanada

Fotos: Katia González y Ailín Martínez

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++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ Para celebrar la edición 20 de Directo Bogotá —que circula desde finales de +++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++ 2002—, quisimos echarle una mirada a la localidad 20, la más alejada y rural del ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ Distrito Capital, casi invisible en el mapa capitalino. En esta crónica, que tiene por ++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ escenario la fiesta anual de la comunidad —realizada el 2 de diciembre de 2007 en +++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ San Juan de Sumapaz—, se palpa el aislamiento de los sumapaceños y la arroba++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ dora belleza del paisaje paramuno, que sólo unos pocos conocen gracias a excursiones +++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++ ecológicas programadas, como las del Archivo de Bogotá. ++++++++++++++++++++++

Mientras Los 50 de Joselito entonan la canción Dame tu mujer, José, las parejas de campesinos bailan, las muchachas suspiran cerca de la tarima al contemplar a los cantantes, y un puñado de niños miran asombrados al techo para descubrir la magia de las luces discotequeras. En las afueras del “salón de convenciones del páramo”, como lo llaman los sumapaceños, los vecinos se muestran sorprendidos porque no pueden creer que la agrupación musical que han visto tantas veces en televisión, esté ahí, en San Juan de Sumapaz, celebrando con ellos el día rural comunal. En medio de este caserío de veinte casas, una escuela, un hospital y el salón de convenciones, todo es celebración: el Instituto de la Participación y Acción Comunal (IPAC) y la Alcaldía Local de Sumapaz reunieron a miembros de las 29 veredas de la comunidad para regalarles una fiesta en la que la comida, la música y los premios abundaron.

Sumapaceños y bogoteños El frail

paisaje bolo del ejón, sím

o. paramun

Alberto Penagos, de 71 años de edad, ganó un televisor de 21 pulgadas en el bingo. Su grito ensordecedor cuando pasó a la tarima a recibir el premio y la sonrisa que tenía dibujada en su rostro fueron suficientes para entender por qué sus amigos le dicen ‘Chispazo’. Este campesino agricultor está orgulloso de vivir en Sumapaz y disfruta caminar por el páramo, sin sentirse víctima del frío. “Yo nací y fui criado en tierra fría, por eso no me da duro”, afirma mientras se quita el sombrero para peinarse. Y aunque ‘Chispazo’ no ha ido a la “Bogotá urbana” desde hace seis años y nunca ha montado en Transmilenio, aclara: “Yo me siento sumapaceño y a la vez bogoteño porque Sumapaz es la zona 20 del distrito de Bogotá”. Y es que en los últimos cuatro años, la campaña de concientización que ha desarrollado la Alcaldía Local para visibilizar a Sumapaz como parte de Bogotá no ha sido fácil. La directora del IPAC, Olga Beatriz Gutiérrez, pasó la mayor vergüenza de su vida cuando llevó a un evento de la localidad unos mapas de la Secre-

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Alberto Penagos, ‘Chispazo’.

taría de Ambiente en los que no aparecía Sumapaz. Para resarcir ese error, el Instituto elaboró unos mapas pedagógicos en forma de rompecabezas en los que aparecen las 29 veredas.

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Para los lugareños la ruana es una prenda obligada en el vestuario, debido a la altura que en algunos puntos del páramo llega a 4.100 metros sobre el nivel del mar. La “cuatro puntas”, como llaman los campesinos a la ruana, es su mayor orgullo. Floriberto Rey, de 57 años de edad, explica que la ruana “es la tradición que nos dejaron nuestros padres y abuelos”. Acompañada de sombrero y botas pantaneras, representa a los campesinos de esta región. “Aunque tengo mi ruana, yo sí me siento de Bogotá”, afirma Floriberto con determinación. Cada dos meses hace el viaje de tres o cuatro horas en bus para visitar a sus familiares, si bien prefiere que ellos lo visiten en diciembre para mostrarles el “oro blanco” que brota del páramo: el agua. A pesar de que ama su tierra, a Floriberto le molesta que haya tanto ejército pidiéndoles a los campesinos los documentos de identificación todo el tiempo. “Hace 10 o 15 años a uno no le pedían papeles y andábamos muy tranquilos, pero ahorita hasta para salir a trabajar a uno le toca andar con papeles. Uno se siente deprimido por eso”, reclama mientras agacha su cabeza. Para muchos visitantes, en cambio, el Batallón de Alta Montaña brinda seguridad desde que retomaron el control territorial que tenían las FARC, que a su vez heredaron el mando del legendario líder guerrillero Juan de la Cruz Varela. En la única calle de San Juan se ven grupos de amigos tomando cerveza, y la música carranguera, proveniente de las dos tiendas que hay en el caserío, suena a todo volumen.

durante nstruida cárcel co . la e d s Ruina Pinilla de Rojas régimen

A Alonso Penagos, de 49 años de edad, le encanta que la gente de su comunidad sea tan unida y solidaria. Todos parecen de la misma familia. “Si uno no tiene una panela, camina adonde el vecino y él se la presta o se la regala; mientras que en Bogotá si no es con platica, se muere uno de hambre”, aclara. Por esto y por la imposibilidad de conseguir un trabajo estable, nunca se iría de Sumapaz, donde trabaja como agricultor.

“Estar conTIGO es estar en Sumapaz”, pero sin celular Cuando Alonso va a visitar a sus familiares en la ciudad, toma la carretera destapada Sumapaz-Usme, que se encuentra en buenas condiciones. La alcaldesa local, Magnolia Agudelo, afirma que una de las pre-

ocupaciones de la política pública de ruralidad ha sido mejorar la movilidad para permitir la integración local. La política pública de ruralidad, uno de los planes bandera de la administración de Luis Eduardo Garzón, busca que “la dinámica urbana no se siga chupando al campesinado”, explica la alcaldesa. Esto se refleja en una mayor inversión social en la infraestructura de los dos colegios (uno de los cuales rinde homenaje al ex alcalde local Jaime Garzón, el humorista político asesinado en 1999), en la construcción de un hospital y en la dotación de la canasta nutricional para las familias de escasos recursos.

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No obstante, la región está incomunicada porque no hay conexión telefónica y tampoco entra la señal de ninguno de los tres operadores celulares. La única

+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ Alfonso Penagos e Ilma Cifuentes. +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

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año. e fin de veredal d

opción que tienen los sumapaceños para comunicarse con la ciudad es un sitio de llamadas de la empresa ETB que utiliza conexión a Internet, pero la mayor parte del tiempo está fuera de servicio. Al otro lado del auricular tan sólo responde el eco de las montañas. Por eso la valla de bienvenida al municipio, patrocinada por Tigo, se vuelve parte del paisaje. Aunque Sumapaz ocupa el 48% del territorio distrital, muchos campesinos aún le tienen miedo a Bogotá, principalmente por la inseguridad: “Yo sólo voy obligada, cuando tengo que hacer vueltas de emergencia, porque me dan miedo los hampones que hay por allá”, dice Ilma Cifuentes, de 54 años de edad. Cuando termina la canción El pájaro amarillo, los aplausos de la comunidad despiden a Los 50 de Joselito. “Yo no tenía ni idea de que en Sumapaz había un pueblo o un caserío, yo pensaba que era solo el páramo”, exclama entusiasmado Charly, uno de los cantantes de la orquesta. Son las seis de la tarde y los buses encienden motores esperando a los habitantes de las diferentes veredas, que vuelven a sus hogares un poco más convencidos de que forman parte de la capital del país: Bogotá.

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Fauna y flora Entre las especies nativas de fauna de la localidad de Sumapaz se encuentran: la torcaza, la paloma ojiazul, el borujo, el tinajo, la paloma dorada, la tortolita guillana, la tortolita chusquera, el copetón, el colibrí, la mirla, la tortolita paramuna, la cotinga y el ruiseñor (las últimas cuatro especies en peligro de extinción). Y entre la flora se encuentran: el árbol loco, el árbol mosquero, el chusque, el laurel, la paja, el sauco, el helecho, el curubo, el musgo, el quiche, el chilco, el frailejón, el borrachero y, en peligro de extinción, la uva camarona y el mortiño.

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}Deportes]

Un gol en la

Texto y fotos: Laura Juliana Muñoz lajuli_mt@hotmail.com

oscuridad

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El fútbol sala es uno de los deportes favoritos de los invidentes porque les ayuda al desarrollo integral. Pero para los jugadores no es una práctica de rehabilitación ni representa un esfuerzo extraordinario. Juegan como cualquier otro deportista gracias a la agudeza de sus demás sentidos. Y atraviesan la cancha de 42 por 22 metros detrás del sonido de los cascabeles que aloja el esférico.

—¡Cuidado! Lo va a atacar Hermes —le gritan a Juan Pablo Parra, estudiante de psicología, de 23 años de edad. Él fue considerado el jugador revelación en el Mundial en Río de Janeiro 2002, gracias a su excelente remate, es decir, atinarle numerosas veces al arco. Un triunfo difícil cuando no se puede ver el objetivo. Durante el partido que se disputa en una cancha de hockey, en el velódromo de la avenida Primero de Mayo, se escuchan múltiples voces. Los jugadores están entrenados para mantenerse en estado de alerta: “Damos avisos todo el tiempo. Así, el que tiene el balón sabe que lo van a atacar. Si uno lo tiene, llama a algún compañero para saber si está cerca y hacerle un pase o escucha al guía para decidirse a tirarle al arco”, relata Hermes Celys, quien juega hace 13 años y hace parte del programa de movilización social y política del Instituto Nacional para Ciegos (Inci). El guía se ubica detrás del arco para alertar a los miembros de los equipos sobre dónde deben dirigirse para hacer gol, así como los antiguos consuetas o apuntadores del teatro dictaban el parlamento a los actores.

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Sin embargo, en este caso, el deportista más hábil es el que cuenta con menos ayudas y confía en su buen oído y en su concentración. Además de las voces, todos juegan con seguridad porque el balón se ubica fácilmente por los cuatro cascabeles que lleva adentro.

Se agitan los cascabeles En 1978 varios líderes y deportistas fundaron el club deportivo Valores Humanos para promover actividades culturales, y crearon el primer equipo de fútbol sala para ciegos en Bogotá. Con el tiempo se crearon cinco clubes más y decenas de invidentes pudieron demostrar que pueden jugar como cualquier selección de fútbol. De los fundadores de Valores Humanos, Dean Lermen es el único que aún juega en el equipo y deja ver su experiencia: se ubica delante del arco y retiene la llegada de los delanteros. En este juego, el que no arriesga un tiro —que casi siempre termina en el extremo de la cancha— pierde la oportunidad de hacer un gol espectacular. Hermes y Juan Pablo son los más avezados. Atraviesan la cancha de 42 por 22 metros como feroces leones en busca de una presa que lleva un collar de cascabeles. Siempre es fácil cazarla. Por eso, el partido transcurre con agilidad y emoción. Como en cualquier deporte, los torneos entre invidentes tienen normas, adaptadas de las reglas de juego de fútbol sala de la FIFA. Una de ellas es que todos deben

jugar con un antifaz de tela absorbente con una protección acolchada. Así se evita que quienes alcanzan a ver sombras tengan ventaja sobre los ciegos totales. No todos en la cancha son invidentes: los arqueros, el árbitro y los guías sí ven. Sin embargo, el arquero tiene la movilidad reducida y no puede intuir fácilmente en qué dirección le van a disparar. Además, debe resistir los taponazos, ya que para una mayor efectividad el jugador dispara siempre con “artillería pesada”. La cancha está rodeada de vallas laterales para evitar la continua salida del balón y también para facilitar la orientación del jugador debido al sonido del rebote. El futbolista requiere técnica, orientación, dominio espacial y corporal. Juan Pablo, por ejemplo, maneja el balón con tal destreza que casi nadie puede quitárselo: “Además del entrenamiento físico, los técnicos deberían incluir el psicológico. Un partido de fútbol sala es muy malo cuando los jugadores no tienen este entrenamiento y toman decisiones apresuradas, como botar el balón todo el tiempo”, dice Juan Pablo.

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astro Daniel C

El entrenamiento se diferencia en que los ejercicios se deben especificar más y poner puntos de referencia (como los guías), según explica Daniel Castro, entrenador de la selección de fútbol sala de Bogotá. “Mi función es corregir, ya que los deportistas llegan con concepciones personales sobre cómo deben controlar el balón, hacer un pase y atacar. Lo malo es que solo una vez al año hay un torneo interclubes y se pierde mucho la práctica”, explica Castro. La meta del equipo es derrotar en los torneos internacionales a los casi siempre ganadores, Argentina y Brasil, que tienen excelentes jugadores.

El fútbol no se ve, se siente No había a la mano un balón de cascabeles cuando Juan Pablo empezó a jugar fútbol y su estadio era la calle del barrio. “No obstante, metíamos el balón entre una bolsa de plástico como una alternativa para ubicarlo. Desde entonces, me acostumbré a jugar con videntes”, recuerda el jugador estrella. Daniel Vega, de 24 años, entrena todos los días desde hace siete años: “¿Por qué me gusta? El fútbol es mi pasión”, responde apresurado porque está pendiente del partido entre otros clubes deportivos. Luisa Polanía, su esposa (también invidente), se pone celosa y me dice: “Yo soy la mayor detractora de esto. Me quita mucho tiempo con mi esposo”. Alrededor de la cancha de hockey del velódromo de la Primero de Mayo, en el barrio Veinte de Julio, hay varios invidentes pendientes del partido. Ellos lo disfrutan a su manera: saben si el equipo es flojo o

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Juan Pablo Parra.

bueno, qué futbolista está rindiendo, quién tiene el balón, cuándo lo bota o hace alguna mala jugada. —Debería venir otra vez para que vea un buen partido. Ellos están jugando sólo de recochita —me dice uno de los espectadores. Para un vidente es difícil entender esta manera de apreciar un partido, de meter goles o de moverse ágilmente en la oscuridad total. Pero para ellos es normal. “Esto no es una dificultad, es una berraquera. En este juego nos damos patadas y ‘madrazos’, nos caemos y luchamos el partido, como lo haría cualquier futbolista”, afirma Hermes. {40}

Hermes terminó el bachillerato por radio y luego quiso estudiar derecho en la Universidad Libre, pero no pudo porque la psicóloga lo rechazó, pese a tener excelentes notas. Según ella, él no tenía la capacidad. Hermes no se rindió y, por encima de los prejuicios de muchos videntes, se graduó en la Universidad Católica.

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Las competencias En Bogotá, la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte cuenta con el programa El Deportista Apoyado, para los invidentes que practican

“En los años ochenta hice parte de los universitarios revolucionarios contra el presidente de entonces del Inci, Hernando Pradilla, ya que estábamos cansados de que nos sobreprotegieran. Queríamos trabajo y capacitación para vivir por nuestros propios medios”, relata Hermes, quien también fue campeón nacional de atletismo.

natación, ajedrez, atletismo, ciclismo,

“Las personas vienen a ver el juego con diferentes expectativas e imaginarios sociales. Cuando se van, siguen teniendo la misma idea porque son sus creencias. A ellas no hay que imponerles algo que no creen, sino proponer un acuerdo”, asegura Dean Lermen, quien fue director del Inci durante 11 años.

competencias nacionales e internacionales.

Así, mientras en el Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, la mayoría de la gente saca sus más bajos instintos para sobrevivir, los personajes que conocí saben que la mejor estrategia es dar lo máximo, sin golpes bajos al compañero. Ellos no habitan en un mundo donde reinan el caos y el desorden, todo lo contrario: saben de qué lado de la cancha pueden hacer un gol en la oscuridad.

levantamiento de pesas, yudo y fútbol sala. Los apoyos dependen del nivel del deportista e incluyen fisioterapia, transporte, alimentación con dieta balanceada, seguros médicos, dotación de uniformes y ayuda económica para participar en Además del Torneo Interclubes de Bogotá, los deportistas invidentes pueden aspirar a tres competencias más: los Juegos Paralímpicos, organizados por Coldeportes y el Comité Paralímpico Colombiano; los Juegos Para Panamericanos, que se realizan cada cuatro años (el último fue en el 2007), y los Juegos Paralímpicos del Comité Paralímpico Internacional, que se realizan después de los Juegos Olímpicos (el próximo será en Pekín y Colombia sólo estará representada en natación para invidentes).

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}Deportes]

Arquería

Enflechados en Teusaquillo

Textos y fotos: Laura Ospina Barón sukupolvi@hotmail.com

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La arquería, uno de los deportes más antiguos de la humanidad, se ha convertido en la pasión de una minoría de bogotanos y en una disciplina olímpica nacional. Sólo para sus practicantes el porte de flechas es legal en la ciudad. {41}

Juan Carlos Prieto, presidente de la Liga Bogotana de Arquería, cuenta que desde finales de los años setenta, una minoría pudiente —debido al alto costo de los implementos— comenzó a practicar este deporte. Con el tiempo, en diferentes ciudades se formaron pequeños grupos de aficionados que se reunían a tensar arcos y a disparar flechas hacia pequeños blancos o dianas. En el 2001, los aficionados en Bogotá decidieron formalizar esta práctica y crearon la Federación de Arqueros de Colombia para darle reconocimiento en la escena deportiva. Luego nació la Liga Bogotana de Arquería, que promueve el tiro con arco en diferentes modalidades: blanco al aire libre, blanco en recinto cerrado, recorrido de campo, sobre esquí, con carreras de altura y de vuelo a distancia para arcos (recurvo, compuesto, estándar, liso, largo, de cacería, convencional, largo americano, largo inglés y para pies).

Campo en Teusaquillo Los fines de semana, de nueve a once de la mañana, una veintena de amantes de este peculiar deporte acuden al Centro de Alto Rendimiento (CAR), en la localidad de Teusaquillo. En un espacio de 50 metros de largo, bajo la dirección de Aura Cecilia Pedraza,

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aprendices de diferentes edades tensionan el arco y enfocan el blanco. “Lo básico es tener una buena postura de arquero de los pies a la cabeza. Es importante la envergadura [abertura y distancia de un brazo a otro], manejar el brazo del arco y el de la cuerda, tener buena visión y manejar el ojo dominante”, afirma la entrenadora. Aura, licenciada en educación física, aprendió las primeras técnicas de la arquería hace cinco años con el maestro Alexander Boroday. Luego tomó varios cursos especializados con distintas organizaciones. A partir de una prueba que les hace a quienes desean ingresar a la escuela de formación, Aura detecta sus aptitudes para este deporte: “Hay que tener en cuenta que es un deporte estático y de mucha disciplina, por eso a veces los muchachos muy jóvenes se aburren y se van”, dice la entrenadora. Primero los deportistas aprenden a mantener la postura, a concentrarse, a manejar el tiempo y a anotar las puntuaciones en la planilla. “El blanco se llama ‘diana’ y va enumerado del centro hacia fuera. El área amarilla es el puntaje más alto, que equivale a 10 puntos; el rojo, a 8 y 7; el azul, a 6 y 5; el negro, a 4 y 3; el blanco, a 2 y 1, y fuera del círculo se llama M, o sea, 0”, explica Aura.

Cada dos o tres meses, la Federación de Arqueros de Colombia organiza la clasificación en Bogotá y otras ciudades para verificar el rendimiento de los estudiantes. Con el sol a sus espaldas, los deportistas hacen ejercicios de estiramiento y calentamiento corporal. Dieciocho jóvenes entre 12 y 17 años están callados, concentrados, en perfecta disposición. Se ponen pecheras y protectores de antebrazos; forman una hilera, de manera tal que cada uno queda frente a una diana a varios metros de distancia. Después de escuchar tres veces el sonido del silbato, toman sus arcos, sostienen sus flechas y apuntan a la diana. Aura les corrige la posición del cuerpo y observa su puntuación a través de unos binóculos. “Los resultados para mí son como una caída: uno se cae y sigue pa’lante. Es un deporte donde se mide uno mismo. No es el puntaje con los demás, es qué tan capaz soy yo; el deporte es eso, la vida es eso”, afirma.

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Clubes de lujo Para practicar este deporte se requieren flechas, arco, carcaj, pechera y protectores de antebrazos, entre

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otros implementos, cuyos precios varían entre 300 y 500 dólares. Un buen equipo de instrumentos cuesta 1.200 dólares. La mayoría de elementos no se consiguen en el país, pero la Liga Bogotana los trae por encargo. “Para empezar, les prestamos materiales a los muchachos que ingresan a la escuela. A medida que avanzan por módulos, deben ir comprando las flechas y el arco. Es importante que primero vivan y sientan qué es un disparo”, señala Aura. Los deportistas que hacen parte de los clubes practican en las canchas del CAR, donde aprenden las normas básicas de la arquería. El Club Robin Hood cuenta con 14 arqueros; Orión, con 19, y Flechas Doradas, con 20. “Sucede con los clubes que la rotación es bastante alta. De pronto es la dificultad de los chicos para venir a entrenar, el clima o los costos”, afirma Camilo Rincón, vicepresidente del Robin Hood desde 2005.

Un deporte familiar El primer domingo de febrero, al finalizar la clase, una joven de 15 años recoge las flechas y acomoda su arco con mucho cuidado en un estuche negro. Se llama María Alejandra Echavarría y lleva apenas tres días aprendiendo cómo manejar el arco. Y aunque confiesa

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que es un poco difícil adquirir un estilo propio y la precisión requerida para acertar en el blanco, siente una gran atracción por la disciplina mental que se gana con un arte tan tradicional. A unos cuatro metros de ella, su padre, Juan Carlos Echavarría, un arquero de 41 años de edad con una trayectoria de 26 años en el deporte, cinco medallas de oro y numerosas participaciones en certámenes internacionales, como los Juegos Olímpicos, aconseja a los novatos: “Uno nunca debe pensar en darle duro al contrincante. No distraerse pensando en las capacidades de los otros”. Como él, otros padres y madres entrenan en el campo con sus hijos los fines de semana. “Afortunadamente, mis hijas heredaron mi pasión por este deporte”, dice Echavarría, mientras afina la vista para dar en la diana.

Salvaguardias del

Texto: Andrea Amaya Porras amayitasi@gmail.com Carla Giraldo Duque carlis621@hotmail.com

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Fotos: Andrea Amaya Porras amayitasi@gmail.com

patrimonio

Una sala de cine abandonada se convirtió en centro multicultural por iniciativa de los vecinos; una vieja litografía es el punto de encuentro de los amantes de la cultura rusa, y una casa semiderruida —salvada de alojar un sanandresito— sirve de escenario a expresiones artísticas de vanguardia. Hablamos del Teatro Café Cádiz, el Instituto Cultural León Tolstói y Mapa Teatro, que aunque hacen parte del inventario de patrimonio arquitectónico de la capital, no estarían en pie sin sus “dolientes”, porque la legislación actual no los ampara. Fachada del Teatro Cádiz.

La buena vecindad del Teatro Cádiz En medio del Centro Urbano Antonio Nariño —frente a Corferias—, se encuentra el Teatro Cádiz, un cinema que funcionó durante los años sesenta y setenta y que estuvo abandonado durante más de 20 años, cuando se convirtió en el refugio de indigentes y maleantes. A partir de 2006, vecinos y residentes del conjunto comenzaron a recuperar el inmueble. El Centro Urbano Antonio Nariño fue el primer proyecto de unidad residencial en Bogotá, construido en 1952 —por encargo del Ministerio de Obras Públicas del gobierno de Laureano Gómez— como solución de vivienda popular masiva. Los diseñadores se inspiraron

en los conceptos de la arquitectura moderna de Le Corbusier, y lograron que en ese conjunto de 23 edificios se aprovechara al máximo el espacio y se respondiera a las necesidades básicas de sus habitantes, con zonas sociales, comerciales y recreativas: una ciudad dentro de la ciudad. Por ser una de las pocas unidades multifamiliares en Colombia que conservan sus valores arquitectónicos originales fue declarado monumento nacional. El Teatro Cádiz daba tristeza cuando Fabián Acosta y su esposa llegaron a vivir al Centro Antonio Nariño. A ellos y a otra pareja de amigos los impresionó tanto su estado de abandono, que presentaron a la Junta

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Administradora del conjunto un proyecto para reabrir el espacio con trabajo social de la comunidad. Ante la negativa, tuvieron que esperar tres años por el cambio de administración y, finalmente, en el 2006 pusieron manos a la obra. “El teatro era una olla, los pelaos le habían quebrado todos los vidrios y se metían a hacer necedades ahí; por eso se pensó en un café, para que a partir de ese sitio de encuentro el teatro se transformara”, dice Fabián, quien por su formación en literatura y en teatro se encargó de recuperar este espacio para las expresiones culturales. Para lograrlo, la Administración puso los materiales, y Fabián, su esposa y varios amigos hicieron el trabajo de carpintería, plomería, pintura, electricidad y otros oficios. El Cádiz tiene cuatro niveles: sótano, vestíbulo, teatro y una cabina para el manejo de las luces y la proyección. Para el arquitecto Ricardo Trejo, de la Universidad Nacional Autónoma de México —quien llegó a Bogotá interesado en estudiar proyectos de conservación arquitectónica—, es una construcción funcionalista muy interesante, porque en el vestíbulo se encuentran el acceso, la cafetería y el foyer o antesala de la zona de butacas. La “brigada de rescate” logró sacar con una motobomba el agua que inundó el sótano durante años: “Tan bien construido estaba el edificio que no se cayó”, apunta Fabián. La estructura y los acabados son originales, las lámparas del techo también, y lo único que han alterado es el color. Al remover algunas capas de pintura roja, descubrieron que una de las pinturas originales era clara, y decidieron pintarlo de blanco.

Bogotá.

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Pero en el inventario faltan muchos arreglos: las goteras del techo, los dos proyectores de cine, vidrios para reemplazar los plásticos de las ventanas, etc. Con apoyo de la Administración se arreglaron los baños de mujeres; con donaciones de Cine Colombia y Cemex, las sillas, los suelos y los desagües; con el premio para proyectos socio-culturales de Corona se va a hacer el baño de hombres y un camerino, y el sótano se va a adecuar para talleres de teatro, cocina y salón de ensayos musicales. Claro que no es fácil conseguir los recursos porque, como dice Fabián: “Ser patrimonio puede ser un castigo, porque no hay ayudas que compensen los gastos excesivos que tiene una casa patrimonial, por eso muchos propietarios de Teusaquillo las cierran para que se caigan solas; lo que el gobierno hace con la ley es lesionar los bienes patrimoniales”. Al teatro llega más gente de afuera que del conjunto, pero la localidad ya lo tiene en cuenta como un espacio para eventos, como el Carnaval de Teusaquillo.

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De 2006 a 2007 se han presentado unos 80 espectáculos, la mayoría gratuitos: conciertos de rock, hip hop, música clásica y zarzuela (con la Corporación Mundo Lírico Escénico), exposiciones de pintura y fotografía. El espacio se alquila para obtener recursos y reinvertirlos, porque al ser privado no recibe ayuda de instituciones públicas. “Queremos trabajar en eventos cortos, que traigan público masivo y que cuando se acaben podamos seguir con algo diferente. Hace poco se hizo el Festival de Títeres para Adultos y con lo que nos produjo pudimos comprar las luces al teatro”, dice Fabián. Algunos vecinos, de acuerdo con sus intereses, han formando grupos de estudio y talleres artísticos. Desde hace más de un año, los martes se realiza un seminario de astronomía, y los miércoles se hacen las tertulias literarias, las cuales han tomado tanta fuerza que en abril de 2007 se realizó el Primer Festival Internacional y Popular del Libro, paralelo a la Feria Internacional, en Corferias.

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Lo curioso de esta historia es que el Teatro Cádiz toma su nombre de la ciudad española donde estuvo preso y de la que escapó Antonio Nariño, y aunque antes de que se iniciara este proyecto comunitario de recuperación era posible confundirlo con el más abandonado de los centros de reclusión, ahora tiene un aspecto digno gracias al trabajo de sus vecinos.

Casa bogotana con espíritu ruso En la calle 14 con carrera tercera funciona, desde principios de los años ochenta, el Instituto Cultural

León Tolstói, dedicado a la difusión de la cultura rusa: música, danza, idioma, literatura, gastronomía y cine. El centro cultural colombo-soviético nació en 1944, cuando un grupo de intelectuales, entre ellos, Baldomero Sanín Cano, León de Greiff, Alfonso López Pumarejo, Otto de Greiff y Luis Vidales, le propuso al primer embajador de la Unión Soviética en Colombia, Gregor Rezanov, apoyar la iniciativa para ampliar el conocimiento sobre los dos países. Primero se llamó Instituto de Intercambio ColomboSoviético, y luego, con la caída de la Unión Soviética, Instituto León Tolstói, el cual siempre le ha sido fiel al sector de La Candelaria porque, como dice Consuelo Rodríguez, la administradora desde 1992, es donde han ocurrido los grandes procesos políticos y sociales. “Y aunque con proyectos como el Plan Zonal del Centro y la ley que desde 2003 les quitó la protección a los inmuebles patrimoniales será más difícil mantener nuestro espacio de trabajo cultural, vamos a seguir aquí”, afirma.

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Al comienzo, el Instituto no tenía sede y los fundadores se reunían en sus casas. Después de El Bogotazo, en abril de 1948, el Instituto se volvió casi clandestino por los problemas de seguridad que afectaron a la capital. Pero en 1960, con la visita del famoso compositor soviético Aras Khachaturian y del secretario de la Asociación Soviética para América Latina, Vladimir Kuzmischiov, se reactivaron sus funciones. Fueron los amigos de la cultura rusa quienes empezaron a moverse con eventos culturales para recoger recursos, hasta que en 1980 consiguieron comprar una sede: una

Instituto Cultural León Tolstói en La Candelaria.

casa de estilo republicano de comienzos del siglo XX, con influencia de la arquitectura inglesa y francesa.

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Una biblioteca con cerca de tres mil libros en alfabeto cirílico, torres con rollos de películas rusas de mediados del siglo XX sin clasificar, proyectores de 35 milímetros que aún funcionan, un gran piano de cola, trajes femeninos para los recitales de romances rusos y una sala donde están izadas las banderas de los dos países hacen que esta casa se vea como una caja de recuerdos de la historia rusa muy a la colombiana.

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La fachada, los marcos de las ventanas, los pisos y los corredores mantienen el diseño original, salvo el auditorio, con capacidad para 200 personas, que se debió construir en el solar de la casa. “Este es un espacio muy ecléctico, con todo lo que influenció la arquitectura de finales del siglo XIX y principios del XX; tiene dos niveles y un mezanine, que al igual que el auditorio son intervenciones posteriores. Lo único que le hace falta, como a otras casas de conservación, es inversión, muchos millones que esta gente no tiene”, comenta Ricardo Trejo. Según Consuelo Rodríguez, el estado de la propiedad adora. no era el mejor al momento de la compra; sin embaradministr la , z e u g odrí go, con el tiempo se ha ido restaurando a fin de tener Consuelo R un espacio digno para el público. Claro que ella insiste en las dificultades que trae sostener una casa como estas, pues “si ventea, se caen las tejas; si llueve, se llena de goteras; la humedad agrieta las paredes”. Añade que como ya no hay exención de impuestos y los servicios públicos son cada vez más caros, la casa

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La bodega con las películas, un depósito invaluable.

les cuesta más de diez millones anuales. “Sí, es poca la ayuda que se recibe del Estado, pues es más difícil el mantenimiento que se le puede hacer a estos inmuebles que a una casa nueva”, apunta Rodríguez. En noviembre de 2004, el Instituto fue reconocido con la Cruz José Acevedo y Gómez, del Concejo de Bogotá, por 60 años de trabajo continuo. Grupos artísticos reconocidos, como el Teatro Bolshoi y Taganka, el Ballet Berioska y el Circo de Moscú, entre otras agrupaciones destacadas, se han presentado en su auditorio. Ofrece cursos de formación artística en música, artes plásticas y teatro. En los años setenta y ochenta tuvo su mejor época, al gestionar intercambios estudiantiles y otros procesos culturales. “El gobierno soviético apoyaba a los estudiantes con becas, pasajes aéreos, hasta les daba la ropa de invierno. Más o menos unos dos mil estudiantes fueron beneficiados”, recuerda Consuelo. Pese a los vitrales rotos, los baños en mal estado y la falta de pintura, en la fachada de la casa Tolstói, se aprecia una perfecta combinación de paredes rojas y blancas que en contraste con el cielo azul recuerdan los tonos de la bandera rusa.

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‘Mapiando’ por la Séptima No existe ningún letrero para llamar la atención del transeúnte, que difícilmente imaginará, entre tantos locales comerciales, que una puerta grande de madera sea el acceso a un espacio tan asombroso por sus dimensiones como por la propuesta artística de sus huéspedes. Se dice que en esta casa, situada en la carrera 7a # 23-08, cerca al Centro Comercial Terraza Pasteur, vivía una familia hasta que el padre la apostó y la perdió en el juego. Ahora es de una pareja de franceses que, desde su país, sólo se interesa por la renta que mensualmente recoge la inmobiliaria entre los locales comerciales que le han sacado al primer piso y la casa, que ocupa Mapa Teatro. Antes de que este grupo llegara a la casa republicana de finales del siglo XIX —con cuartos inmensos, techos altos, escaleras imponentes, ventanales internos—, fue colegio, hotel, inquilinato y primera sede de la Escuela de Artes de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, que al trasladarse condenó el inmueble al abandono.

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Los hermanos Rolf y Heidi Abderhalden, suizo-colombianos que después de estudiar en Europa volvieron a Bogotá a ejercer su carrera de producción artística, estuvieron muchos años sin sede para la exposición de sus propuestas, pero empezaron a buscar un escenario adecuado para el montaje de la obra Ricardo III, en el 2000. Entonces se encontraron con el artista plástico Rafael Ortiz, quien lideraba un proyecto de recuperación de la casa con talleres de pintores, joyeros, fotógrafos, artistas digitales, teatreros y realizadores de cine.

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“La casa estaba en ruinas, y el grupo de Rafael la había recuperado mucho, pero como él se fue a vivir a Cartagena, Mapa Teatro decidió asumir la coordinación de la casa y desde entonces ha mantenido abierto el laboratorio de artistas”, dice Ximena Vargas, realizadora de cine y televisión de la Universidad Nacional, quien trabaja con Mapa Teatro desde 2002. Mapa Teatro surgió como un grupo interdisciplinario. No cuenta con apoyo del Ministerio de Cultura ni del Distrito por no cumplir con los requisitos de programación fija y trabajo específico en teatro. Es un colectivo de creación artística que se mueve en torno a muchos proyectos para ofrecer diversidad de opciones a su público, pero también porque tiene que estar activo para no dejar perder la casa, que poco les interesa a los dueños. “Hace cuatro años a la casa la iban a convertir en sede de un sanandresito, pues al no estar registrada como patrimonio podían hacer lo que quisieran con ella, pero nosotros nos metimos y gestionamos todo el proceso hasta que la declararon bien patrimonial. El destino de los dos era terrible: nosotros sin sede y ella destruida; pero todo salió bien”, cuenta Ximena, quien siente que la energía de la casa ha influido en el trabajo de Mapa Teatro: “Sería muy difícil dejarla, salir de ella y entrar a un espacio moderno y limpio”. Además de servir de sede a los talleres de siete artistas, jóvenes en su mayoría, en la casa se realizan exposiciones de pintura, fotografía, festivales de performance, conciertos y presentaciones de libros. Ha sido sede del Salón Nacional de Artistas y trabaja desde hace cuatro años con el Cabaret Literario de la Embajada Francesa, ya que muchos de sus programas reciben apoyo de instituciones extranjeras. “Nuestra política es de puertas abiertas y en la medida de lo posible los eventos son gratuitos. Lo especial de la casa es que acerca a un público que por lo general no va a un museo, no va a una sala de teatro”, dice Ximena. Además, la casa resulta especial por la manera cómo se aprovecha el espacio para los montajes: la arquitectura se vuelve un personaje principal. Y aunque la idea de Mapa Teatro es conservar la casa en su estado original, los costos son muy altos. Cambiaron los pisos, repararon las paredes, impermeabilizaron los techos y arreglaron las escaleras, pero todavía falta mucho trabajo. La labor de estos tres grupos artísticos, salvaguardias arquitectónicos, continúa por ahora, pero siempre con la amenaza de quienes quieren sacar provecho comercial de los bienes patrimoniales de Bogotá. Sobre todo de los que hacen parte de la apetecida zona centro, en proceso de transformación.

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El centro de la discusión Mientras los artistas de Mapa Teatro disfrutan de su sede, los dueños de otras casas patrimoniales que sirven de escenario a instituciones culturales

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y artísticas se quejan de la falta de apoyo del Estado, pues después de que en la administración de Antanas Mockus se firmó el acuerdo 105 de 2003, se eliminaron los incentivos y exenciones tributarias que tenían los predios residenciales y de instituciones culturales de conservación arquitectónica (según el decreto 678 de 1994). Con los impuestos que se perdonaron a los dueños de estas propiedades, se mantuvieron en pie los inmuebles durante cerca de diez años, pero desde el 2003 asumen el 40% del impuesto de valorización, y se prevé que para 2009, todas las casas de conservación arquitectónica cubran el 100%. Como antes de la ley los impuestos y los servicios públicos eran muy bajos, muchas compañías de teatro, música, danza, poesía, decidieron instalarse en estas casas viejas, amplias y cómodas sedes. Pero ahora los dueños de los inmuebles se oponen a subir de estrato, pues, en palabras de Consuelo Rodríguez: “Nosotros comenzamos en estrato uno, ahora estamos en tres, y pronto, con el Plan Centro, vamos a resultar en estrato seis”.

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Fotos: Daniel Pineda y archivo de Luis Ospina.

Las sobras Daniel Pineda Ortiz danielp1986@gmail.com

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A finales del 2007 el cineasta caleño Luis Ospina estrenó su antidocumental, Un tigre de papel, y su libro Palabras al viento, memoria de sus “sobras” —como llama a sus obras—, apuntes al vuelo y cartas a los amigos fallecidos, Mayolo y Caicedo, con quienes hizo parte del grupo “Caliwood”, últimamente tan recordado por el renacer del cine caleño. Acompañamos esta crónica con una galería de fotos del artista.

Foto de Hernán Díaz, 1992.

Cuando Luis Ospina filmó su primera película, a los 14 años de edad, ya sabía que el cine sería la dulce condena de su existencia. Su látigo. El arte al que se entregaría. “Antes de que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al cine y me lo ganó la cinesífilis”, escribió alguna vez. Nació en una ciudad “ramera”, llamada Cali, en 1949. Su familia se daba el lujo burgués de proyectar películas en la casa, tener cámaras para filmar su propia historia y cultivar el séptimo arte. 'Poncho', como lo llaman sus amigos, creció con todas las herramientas y oportunidades para ser un hacedor de cine. Su padre fue un mecenas. Su ciudad, un nicho cultural. Y su personalidad tímida, una disculpa para gastar la adolescencia en teatros y en proyecciones de barrio, con maratónicas jornadas de cinefilia. Él mismo lo narra en su libro de memorias, Palabras al viento: “En la adolescencia descubrí el placer oscuro de ir a cine solo, muchas veces desafiando el estricto control de la censura de ese momento, que era para mayores de 18 y 21 años. Amparado en mi estatura, me ponía saco y corbata, me calaba unas gafas negras y, antes de llegar a la entrada, prendía un adulto cigarrillo para engañar al portero”. Con este hábito, poco a poco, se convirtió en una enciclopedia de cine. Muchos años después un amigo suyo, Andrés Caicedo, le dijo que lo admiraba porque era una persona que había visto mucho más cine que él (alguien difícil de encontrar). La verdad es que Luis Ospina tuvo la suerte envidiable de no preocuparse por dinero para sobrevivir. Estudió en un colegio gringo de Cali y terminó su bachillerato en Boston, Estados Unidos. Se dedicó, como si fuera un juego, al ocio académico del cine. Estudió en la Universidad del Sur de California y en la Universidad de California, en Los Ángeles (UCLA) —mejor dicho, en Hollywood—, cuando no había una sola escuela de cine en Colombia.

Del setenta para siempre Los estudios y la alucinación por el cine que llenaban a ‘Poncho’, hicieron parte de la mezcla explosiva que estalló en las calles de Cali durante la década de los setenta. Una corte de jóvenes irreverentes se tomó la capital del Valle y desplegó un movimiento cultural sin precedentes, que todavía hoy la gente evoca con nostalgia y admiración. Del combo azaroso de aquella época se recuerda con frecuencia a Carlos Mayolo, a Andrés Caicedo —ya fallecidos—, a Eduardo ‘la Rata’ Carvajal y a Luis Ospina. Por esa época nació el Cine Club de Cali y se editó la Revista Ojo al Cine. Ospina y compañía grabaron siete

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cortometrajes que hoy son parte fundamental de la historia del cine colombiano. La sede de operaciones era Ciudad Solar, un caserón que permanece en pie. El sexo, las drogas, la salsa y el rock n’ roll en altas dosis fueron el combustible para un grupo embriagado de ciudad y de fiesta permanente. Sandro Romero Rey, integrante tardío, escribió una frase que bien puede definir la situación de efervescencia que vivían aquellos tipos: “Filmábamos para celebrar que estábamos filmando para celebrar”. La obsesión de Ospina era Cali. No le interesaba el cine de Hollywood, donde todo era viable y donde había vivido en el hastío de la opulencia. Por el contrario, se empeñaba en hacer películas en una ciudad complicada, con cámaras prestadas y con la policía detrás.

Eran los tiempos del empirismo, cuando todos dirigían, producían, actuaban y distribuían. Eso los llevó a viajar de un lado a otro, a conocer festivales y a empezar con una lista inmensa de nominaciones y premios que al parecer poco importaban. Lo que interesaba, valga la insistencia, era la murga, el rock y luego la salsa, la noche, las drogas y la fiesta interminable. Tanto así que el tufo y la resaca de aquellos días todavía reaparecen de vez en cuando. Y la pinta no dejaba dudas: Luis tenía una barba de hippie desengañado, usaba gafas al estilo Lennon y caminaba con desfachatez por las calles de Cali. De esa década memorable, los trabajos importantes fueron Oiga vea, un cortometraje sobre el impacto que tuvieron en la ciudad los Juegos Panamericanos de 1971; Cali de película, una versión satírica de la Feria

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de Cali, y Agarrando pueblo, una de sus obras maestras y una burla desafiante a la pornomiseria que se imponía en los documentales latinoamericanos. Todas codirigidas con Carlos Mayolo. No obstante, los años setenta no terminaron bien para el círculo de amigos: “En ese tiempo nos veíamos prácticamente todos los días. Estaba la casa cultural Ciudad Solar, del artista Hernando Guerrero, y estaba mi casa, con piscina y aproximadamente 20 cuartos. Todos tenían llaves de la casa. Todo se compartía. Era una especie de comuna —recuerda Luis—. Pero cuando la vida es así llega un momento en que no es sostenible, por muchas razones: mucha droga, mucho alcohol, muchos egos, muchos enredos amorosos”. En 1977, Andrés Caicedo se suicidó. Carlos Mayolo y Luis Ospina partieron cobijas, y éste último se fue a París, como buen burgués, a vagar y a ver cine días enteros. A partir de entonces, el inolvidable grupo, sería llamado —y honrado— con un nombre satírico que, después de todo, suena bien: Caliwood.

Problemas largos 'Poncho' dice que la década de los ochenta fue la verdadera temporada de fiesta. La invitación a festivales internacionales de cine, el reconocimiento como grupo y los éxitos y los fracasos que se inventó la vida se disfrutaron en forma descomunal. Fue, también, la temporada de algunos desengaños. En 1982, Ospina grabó su primer largometraje, una historia de vampiros que se llamó Pura sangre, con el triste desenlace de una deuda que liquidaría sus aspiraciones de cineasta de ficción. La bendición de aquellos años fue el video: la revelación de algo mucho más cercano, práctico y llamativo. Ospina se olvidó del cine, no quiso saber más de él. Se dio cuenta de que el camino suyo era el documental y que el video podía consagrarlo. “El cine de ficción, con toda la parafernalia técnica y sus altos costos, siempre ha sido para mí un estado de excepción, mientras el documental ha sido un estado de gracia”, diría algunos años después. Su primera experiencia con el video fue en 1986 y se llamó Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos. Fue, al fin de cuentas, un triste homenaje de 86 minutos a su compañero de juergas, Andresito, al que el propio Ospina define con un pleonasmo: un artista atormentado. Por esa época editó algunos trabajos en video y también empezó a explorar con el video los temas que lo perturbaron siempre: la memoria, la ciudad y la muerte. El resultado fue una seguidilla de documenta-

les: Antonio María Valencia: música en cámara (1987), Ojo y vista: peligra la vida del artista (1988), Arte sano cuadra a cuadra (1988), Fotofijaciones (1989), Adiós a Cali (1990), Cámara ardiente (1991) y otros muchos, que terminaron con el documental de diez capítulos Cali: ayer, hoy y mañana, que realizó en 1995.

Días de fama Luis Ospina se acreditó y se tituló, para muchos, como el mejor documentalista colombiano. Su marca registrada fue el humor negro, la crítica y la provocación. Nunca perdió la irreverencia de aquella corte caleña, por más que la vida dio vueltas. En 1999 se embarcó en otro largometraje (¿quién lo creyera?), impulsado por su hermano Sebastián, que había escrito el guión. La historia se llamó Soplo de vida, se filmó en la plaza de Las Nieves, en Bogotá, y fue otra incursión novedosa en las proyecciones nacionales: el cine negro, en el cual las historias giran en torno a hechos delictivos y criminales con un fuerte contenido expresivo. En esta película, el amor —en Luis Ospina, 2007.

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Luis Ospina, 2007.

todas sus versiones y perversiones— sirve de hilo conductor para relatar los incidentes de un detective. “Una película cruda, para un país podrido”, afirma Luis Ospina. Sin embargo, lo relación de 'Poncho' con los largometrajes estaba sentenciada. En un país sin mucha cultura cinematográfica, películas novedosas como las que dirigió no tuvieron acogida, lo enfermaron —literalmente— y sólo quedaron para la posteridad como trabajos bien logrados para guardar en el débil archivo histórico del cine colombiano. “Después de los largometrajes Pura sangre y Soplo de vida, tengo la satisfacción de haber hecho dos películas: la primera y la última. Dudo que en los años que me quedan de vida le dedique tanto tiempo y tanto sacrificio a entretener al pueblo. Que los divierta su madre”, escribió en el libro Palabras al viento.

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Acto seguido, y después de superar las secuelas heredadas de Soplo de vida, hizo el detrás de cámaras de la película La virgen de los sicarios, del director francés Barbet Schroeder, en 1999. Entonces, con 50 años de edad, Luis Ospina tenía una hoja de vida imposible para cualquier cineasta colombiano. Además de sus obras —que él llama sobras— y sus decenas de premios y distinciones en festivales, el reconocimiento nacional e internacional le ponían una especie de aureola en un país “donde el cine sólo ha generado pérdidas”, como dice. 'Poncho' podía morirse tranquilo —de noche, dormido en su cama, como siempre ha soñado—, pero su obra no había terminado y algo más grande iba a llegar. Después de realizar un corto de video-arte en el 2003, Luis Ospina dirigió, a escondidas y en solitario, un documental que para muchos era su ópera máxima, una obra de arte documental y una de las mejores proyecciones en video que se hayan realizado en Colombia (y la primera en salas comerciales): La desazón suprema: retrato incesante de Fernando Vallejo. En este documental Luis se empeña en auscultar con detenimiento la obra, el pensamiento y la intimidad de un escritor huraño y febril, nacido en Antioquia y autoexiliado en México. Con pinceladas audiovisuales, logra desentrañar al hombre desvergonzado que es Vallejo en sus escritos y mostrar el lado humano y genial de un ser atormentado, con una visión bastante angustiosa de la vida.

Corten… Hace algunas décadas, por obra y gracia de Carlos Mayolo, cayó sobre Luis Ospina el remoquete de 'Capitán' Misterio. “'Poncho' ha sido una persona pudorosa y

ciertos temas prefiere evitarlos. Con él, como con las señoras de otras épocas, no se habla ni de afectos, ni de plata, ni de enfermedades”, apuntó Sandro Romero. La realidad es que Ospina no es un tipo de corazón abierto. Es preciso con las palabras, evita hablar de intimidades y expone sus recuerdos selectivamente. Cuando algo le parece incómodo, guarda silencio —mantiene las distancias— y deja en el aire la sensación de unos puntos suspensivos. Con 58 años de edad, presentó hace algunos meses su (falso) documental Un tigre de papel, trabajo ganador del Premio Nacional de Documental entregado por el Ministerio de Cultura. La obra, en esencia, busca retratar las míticas décadas de los sesenta y los setenta a través de un personaje ficticio —Pedro Manrique Figueroa, precursor del collage en Colombia—, que cobra vida con entrevistas realizadas a intelectuales y artistas que vivieron la época (entre otros, Arturo Alape, Santiago García, Vicky Hernández, Joe Broderik, Jotamario Arbeláez). Además, 'Poncho' publicó su libro Palabras al viento (2007), en el cual recoge algunos escritos personales, crónicas cinematográficas y recopila parte de la correspondencia que tuvo con sus amigos Mayolo y Caicedo. Es, al fin de cuentas, una especie de exorcismo, 30 años después del sombrío 1977.

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Bogotá de película Hace 14 años vive en Bogotá, con la melancolía incesante de haber perdido la Cali de sus amores y con la tranquilidad de no pensar en futuros proyectos. En la capital, que siempre fue un destino obligado y el puerto donde ancló para abrirse al mundo, pasa los días en medio de invitaciones a congresos y festivales, esquivando la prensa y observando con algo de escepticismo el cine que inunda las salas de la ciudad. En su apartamento de dos pisos, amoblado con cachivaches regalados y afiches de películas, conserva las cámaras que algún día fueron de su padre y con las que hizo su primera exploración cinematográfica. Hay una pregunta, después de todo, que puede aclararnos su universo, dibujarnos su mundo y explicarnos su obstinación por el cine, que parece algo impenetrable en medio de su hablar pausado y de sus sonrisas imprevistas. —¿Por qué hace cine Luis Ospina? —Porque soy muy nervioso para robar. Porque detrás de la cámara oculto mi timidez. Hago cine por terquedad. Por la persistencia de la visión. Hago cine en el Tercer Mundo para encontrar el plano suramericano, capaz de revelar nuestra imagen subdesarrollada.

l 2007.

Fotos de

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( )libroS

Aventuras de una

Maryluz Vallejo M.

gringa en Bogotá

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Una gringa en Bogotá June Carolyn Erlick Aguilar, Bogotá, 2007 239 p.

Entre 1881 y 1882, Rosa Carnegie-Williams escribió un libro de memorias sobre su periplo en Bogotá, titulado: Un año en los Andes o aventuras de una Lady en Bogotá (publicado en 1990 por la Academia de Historia de Bogotá y Tercer Mundo). Pero las aventuras se reducen a las peripecias del viaje por el río Magdalena. De Bogotá llaman su atención los cerros tutelares y las plazas, los rituales religiosos, las costumbres campesinas, los oficios primitivos y, cómo no, la exuberante naturaleza y la variedad de frutas y flores, que junto a las veladas de té con las damas distinguidas de la ciudad, hacían soportable tanta pobreza. Obviamente, la provinciana capital decimonónica no ofrecía muchos atractivos al turista, que mejor se iba de paseo a los pueblos vecinos, como hizo ella mientras su marido se dedicaba a la minería en Honda. A la vuelta del siglo XXI, superada la visión eurocentrista e imperialista, June Carolyn Erlick narra los pe-

queños y grandes acontecimientos de los que ha sido testigo desde que llegó a Bogotá en 1975. Entonces se quedó diez años, durante los cuales trabajó como corresponsal en diferentes medios periodísticos de su país. Al regresar en 2005 en misión académica, con beca de la Fulbright, decidió registrar las transformaciones sociales, culturales y urbanísticas de la ciudad que la enamoró a primera vista por la abundancia de verde, las librerías, la séptima, el caos, la gente. Si bien June Carolyn huye de los lugares comunes de la violencia que tanto atraen a los periodistas, de la manera más sutil muestra las huellas que ha dejado el conflicto colombiano en la ciudadanía; los prejuicios y la intolerancia que tensionan el ambiente; sobre todo, la falta de valores. Nunca habla directamente de la guerra, pero “ésta cuelga invisible a lo largo del libro como en la vida de todos nosotros”, escribió su amiga Juanita León, también egresada de la Maestría de Periodismo de Columbia. Al fin y al cabo, la especialidad de June son los derechos humanos, y en 2004 publicó Disappeared: A Journalist Silenced, sobre la desaparición y muerte de una periodista guatemalteca. El tono que domina esta crónica es ameno, ajustado a situaciones que sólo una extranjera curiosa alcanza a percibir. Y más una gringa que con su 1,50 metros de

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estatura se camufla perfectamente entre los nativos. Por eso, cuando estaba recién llegada a Bogotá e iba a hacer los consabidos reclamos en las oficinas de servicios públicos —como cualquier sufrido habitante—, pasaba horas en las filas sin que la atendieran, pero veía que a otras personas pasaban sin turno. Después comprendió que por su ruana boyacense (que a ella le resultaba cómoda y elegante) y los cachetes rojos de tanto caminar, la confundían con una campesina del altiplano. Con esta anécdota ilustra la tendencia a la discriminación por el aspecto, tan propia de los colombianos, más allá de la política de estratificación social. Y así seguimos según el detector de prejuicios de June Carolyn, que hace rápidas denuncias sobre la llamada “limpieza social” (de personas y de perros callejeros), la persecución a los desplazados y a los indigentes. En las dos “rondas” —como se refiere ella a sus estadías en Bogotá— ha preferido quedarse en el centro, menos marcado por los contrastes. Los recorridos por la séptima, el mercado de las pulgas, las salas de cine, los museos, los parques, son entrañables para esta gringa que aprendió a moverse sin “dar papaya” a los ladrones. La última vez se alojó en el edificio El Embajador —al frente de la Torre Colpatria—, desde donde divisa todo el complejo de las Torres del Parque: “versión bogotana del Greenwich Village”.

Sin pretensiones sociológicas, la cronista maneja su método reporteril y acude a encuestas callejeras y a censos informales para hacer sus comprobaciones de campo de todo tipo, desde la disminución de crímenes callejeros hasta la manera de vestir (“93 de cada 100 mujeres aquí usan pantalones”). Y es que ella no está pendiente de los paseos típicos de las guías turísticas, lo que le llama la atención, después de ver las transformaciones de la metrópoli en las últimas tres décadas, es el Transmilenio. Claro que su percepción del sistema de transporte es cambiante: la primera crónica es una oda; en la segunda se estremece con una bomba contra el articulado, y en la tercera lanza una diatriba por el cambio de rutas y la ineficiencia del servicio. Se asombra con el Festival Iberoamericano de Teatro, los parques, la organización del comercio por calles, la red de bibliotecas de lujo en los barrios populares; pero le molestan la contaminación, la invasión urbana de los cerros y el dinero del narcotráfico tan visible en el auge de la construcción y en los centros comerciales. Y es que en este libro, la destacada profesora de la Universidad de Harvard —donde dirige la ReVista del Centro David Rockefeller para Estudios Latinoamericanos—, hace el ejercicio que les pone a sus estudiantes de periodismo: observar a su alrededor y escuchar a la gente de la calle.

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Foto: Andrés de La Cuadra

Aprendices de

cronistas

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Con el auspicio del Archivo de Bogotá se publicó la antología de los Talleres de Crónicas Barriales, programa de Bogotá Capital Mundial del Libro 2007, realizados por la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Javeriana, la Biblioteca Luis Ángel Arango, del Banco de la República, y la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte. El libro, de 300 páginas, se presentará en la Feria del Libro y se donará a las bibliotecas públicas de la ciudad.

“Escribir con los cinco sentidos (estar, ver, oír, compartir y pensar)”, como decía el maestro Kapucinski. Descubrir con otros ojos las calles que se suelen recorrer, los lugares de encuentro y los personajes que de tan conocidos ya hacen parte del paisaje cotidiano fue el intento de los jóvenes autores que publicamos en este primer volumen de los Talleres de Crónicas Barriales, una cartografía de Bogotá desde sus cuatro puntos cardinales, en 39 relatos. De los 120 jóvenes —entre los 17 y los 23 años—, que fueron seleccionados en la primera convocatoria, más de 50 concluyeron el proceso de capacitación en las técnicas básicas de la investigación y del lenguaje periodístico. En este libro se recogen los microcosmos que exploraron desde personalísimos y desprejuiciados puntos de vista, o desde las voces de sus personajes, casi siempre anónimos y poco trajinados en los medios de comunicación.

Estas crónicas —agrupadas temáticamente en personajes, lugares, prácticas y oficios y memorias de sucesos— dan cuenta de un fuerte arraigo e identidad barrial que los jóvenes expresan con orgullo. Paradójicamente, muchos expresaron en tonos nostálgicos la pérdida de la fisonomía de sus barrios de infancia, transformados por el paso del progreso y convertidos en “no lugares”. Un joven recorre desde el amanecer los caminos que bordean el humedal del Burro, pasando por la biblioteca El Tintal, y descubre las huellas dejadas por sus habitantes, como el perro ‘Bruno’, sepultado a la sombra de un árbol. Y los viejos urapanes del Modelo simbolizan la lucha de los habitantes por preservarlos, aunque invadan las casas y fracturen el pavimento con sus raíces, como lo registra una joven historiadora del tradicional barrio. Ahora, con el pretexto de un asesinato que ocurrió en una panadería de La Uribe, un joven novelista narra cómo también

se fue muriendo el barrio arrasado por el cemento del progreso. Y una chica cuenta cómo 15 años atrás, el cierre del antiguo puente que comunicaba su barrio San Antonio con la calle 182, perjudicó a toda la comunidad. Un atajo de la Bogotá rural que se perdió. A propósito, esa línea fronteriza entre las costumbres urbanas y pueblerinas sobresale en algunas historias, como la de las guaraperías de San Fernando, donde se mantienen tradiciones como los juegos del turmequé, la rana y el cucunubá, amenizados por música cross over; o los habituales partidos de fútbol en canchas de barrio, que sirven de solaz a los obreros o a los ejecutivos en las canchas cerradas. La Bogotá antigua palpita en la crónica de un habitante de San Cristóbal, que en diálogo con las abuelas que trabajaron en las primeras fábricas recobra esa memoria con leyenda urbana incluida. Otra joven se encuentra con los descendientes directos de los muiscas en la vereda de San Bernardino, en Bosa, donde antes existió el resguardo indígena. Por estas páginas pasan ‘el Patrón’, que desde la Picota sigue en su ley; los reyes del volante, que ejercen su dominio en un parqueadero de buses, epicentro económico del barrio Sucre; los “midas” bogotanos, con su reino de joyerías en la calle sexta, que le venden el “alma” del oro al diablo; el enfermo de sida que abandonó su condición de oveja negra y asumió la de pastor en un templo de Sanandresito; el agente de inteligencia infiltrado en El Cartucho que recuerda su hazaña; los muchachos de Egipto que prefirieron las rimas del rap a las balas; los bicitaxistas que pedalean por la subsistencia en contravía de la ley; los vecinos y comerciantes de la calle 46 Sur que se resisten al cambio de nomenclatura y acogen la multiculturalidad capitalina. No faltaron la loca (Estela, la que defiende a los policías de la estación de Suba), el ‘ñero’ que perdió

a ‘Angie Cepeda’, su perra consentida; Pedro Medina, el compositor del himno de Bogotá, que a sus 90 años sigue inspirado; la indígena del Ricaurte que fue modelo de Grau durante más de 20 años; madre e hijas de un metro escaso de estatura que engrandecen el barrio de Modelia; dos vendedoras ambulantes, también madre e hija, que compiten mortalmente por la clientela en la misma cuadra; los empacadores de un gran supermercado que igualmente se disputan a la mejor clientela y hasta los gallos que mueren en la arremetida de sus picos para desgracia de los galleros del Alfonso López. Sin contar las consabidas historias del conflicto armado, estos jóvenes retratan la violencia, sutil o brutal que tensiona la vida cotidiana de la gente común y silvestre. Pequeños o grandes dramas que no dan para titulares, pero conmocionan a los seres cercanos: el chico guapo del barrio que se volvió vicioso, al que buscan desesperadamente sus familiares y amigos de El Bosque; los cinco ‘ñeros’ que vivían bajo el puente de la carrera séptima con 39 y una noche torrencial del último diciembre murieron arrastrados por el río Arzobispo sin que el hecho clasificara para noticia. Historiadores de la vida cotidiana y herederos del gran cronista santafereño del siglo XIX, J.M. Cordoves Moure, estos aprendices hicieron sus “reminiscencias” de Bogotá, menos santa en este siglo XXI, pero con raras devociones, como la del templo de Santa Marta —vecino al de Salomón—y mucha fe en esos párrocos que cumplen su apostolado, como el padre Mario, del barrio Girardot, que hace rifas entre los feligreses y paseos a Villeta con los jóvenes.

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Y aunque la mayoría de historias tienen como escenario barrios populares del sur de la ciudad, unas pocas visibilizan sectores exclusivos. Una caminata ecológica por el sendero de la quebrada La Vieja, en Rosales (con guardaespaldas, guardabosques y timbres de celular), o las entrañas de un flamante edificio de El Nogal reveladas en las anécdotas e infidencias del personal de servicio demuestran otras posibilidades del género urbano, realzado por el tono irreverente e irónico. Aquí está entonces el resultado de seis sesiones sabatinas, en seis bibliotecas públicas de la ciudad y bajo la orientación de seis talleristas —también jóvenes reporteros que hicieron su escuela en Directo Bogotá— durante las cuales los asistentes vivieron la dinámica de los consejos de redacción donde se arman y se desarman las historias. El experimento consistía en que estas voces nuevas hicieran propuestas temáticas y estilísticas frescas, que marcaran la diferencia con los medios tradicionales. Confiamos en que el lector nos dará la razón. Tomado del prólogo del libro.

Música

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La movida celta

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Laura Ospina sukupolvi@hotmail.com

Fotos: Laura Ospina y Andrés Salamanca

en Bogotá

Gracias al contacto con viajeros, a inmigrantes europeos, a la web y al cine, la cultura celta comenzó a difundirse desde los años noventa en Bogotá, donde una comunidad de entusiastas comparten música, bailes, literatura, símbolos, artesanías y hasta creencias. Así estamos un poco más cerca de las hadas, los gnomos, los elfos, los irlandeses y del ‘Hijo del Sol’ (Filsoleil), que convoca a la comunidad.

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Andrés Felipe tocando el bodhran.

En una antigua casa del barrio La Candelaria, en la carrera tercera con calle 13, hay un movimiento particular en la noche del 2 de noviembre. Al final del estrecho zaguán del Café Bar Casa de Citas, dos figuras altas y siniestras vigilan las puertas que dan al patio central: un par de jóvenes disfrazados de vampiros saludan a los visitantes, toman sus datos y ofrecen boletas para ingresar. Una vez adentro, es inevitable ver el gran pendón azul con la figura del “anillo infinito”, logo de la agrupación que se presentará en la noche: Espíritu Celta. Así se vive la fiesta céltica de disfraces del Saimhain, la celebración más importante de la tradición gaélica. Año tras año, aumenta el número de asistentes curiosos y fieles seguidores de la música, la historia y las costumbres de los celtas, los antiguos habitantes de Escocia, Irlanda, Bretaña (Francia), Galicia y Asturias (España), entre otros rincones del mundo. Un par de calabazas, que semejan rostros desafiantes, invitan a los presentes a improvisar algún tipo de danza sobre la espiral de baldosines verdes y blancos que recubren el suelo. Por la decoración y la música es fácil saber que esta fiesta es distinta y que muchos de sus invitados entienden la regla del juego: dejarse llevar por la alegría del espíritu de los bosques. Duendes, hadas, reyes, guerreros, princesas, elfos, hobbits y bardos llegan solos o en grupos y se dirigen rápidamente hacia el fondo del patio, donde el anfitrión de la fiesta los saluda. Este personaje es Andrés Salamanca o ‘Filsoleil’ (Hijo del Sol), como se le conoce en la comunidad. Durante siete años fue instrumentista del grupo Awen y actualmente es director de Espíritu Celta (http:// www.espiritucelta.com/), grupo que animó la fiesta de lanzamiento del XI Festival Iberoamericano de Teatro, cuyo país invitado fue el Reino Unido. Así mismo, su colaboración en el portal http://www.americacelta. com/ y la dirección de los clubes Amigos de Los Celtas, en Internet, y tertulias musicales han favorecido el crecimiento de esta comunidad en Bogotá. Desde 1997, Salamanca viene estudiando esta cultura y produciendo música celta, que considera “muy visceral; hay cosas que uno aprende del estilo por la tradición oral, pero hay que tener el espíritu”, dice ‘Filsoleil’, de 30 años de edad.

Bailando en un pie A las nueve de la noche la música cesa. Jairo Calderón, un hombre corpulento, sostiene entre sus manos un bígaro: caracola marina que llama la atención del público con un fuerte sonido. Cuatro individuos cubiertos de capas negras caminan lentamente hacia el

centro del salón; uno lleva una antorcha y dos llevan recipientes con agua y tierra. Así celebraban los celtas la fiesta del Samhain hace miles de años, llamando a los buenos espíritus con sus danzas y oraciones. Cada actor recita poemas sobre los cuatro elementos de la naturaleza; se inclinan, elevan sus manos y se alejan calladamente. Desde la tarima, ‘Filsoleil’ se acerca al micrófono, saluda nuevamente a los presentes y se dispone a interpretar sus apacibles canciones. A las diez de la noche, dos invitados se arriesgan a colonizar la pista, moviendo sólo las piernas, asidos de la cintura o con los brazos atrás, pero siempre en un solo pie. De repente, salta a la pista una bailarina experta y todas las miradas se posan en ella. Ligera como un colibrí, Daniela Sandoval se desplaza a toda velocidad sobre los baldosines, yendo de un lado a otro, dando saltitos, levantando una pierna a la vez y trazando conos en el aire. Su energía y habilidad marcan el ritmo de la fiesta: los presentes intentan imitar sus pasos sin mucho éxito, pero con entusiasmo. Cuando parece que los pies de los inexpertos bailarines se rompieran por la frenética danza, ca. Salaman , Andrés

o mer plan +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ a, en pri lt e C u it ír +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ación Esp Agrup+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ {61} +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ il’. +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ a, ‘Filsole alamanc S s ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ré d n A +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

En los rincones, se escuchan murmullos de los invitados sobre cómo hicieron o consiguieron los disfraces y cómo supieron de la fiesta. Al compás de las melodías del acordeón, el violín, la guitarra y los golpes del bodhran (una especie de pandero que se toca con una baqueta de dos cabezas), los aprendices celtas beben hidromiel (una bebida alcohólica fermentada a base de miel y agua, anterior a la cerveza y al vino) y bailan toda la noche.

Pensamiento y magia celta ‘Filsoleil’ considera que el aporte que los druidas (sacerdotes depositarios del saber sagrado y profano) pueden hacer a los seres humanos es valioso: “No consideraban la tierra como propiedad del hombre ni a los seres que la habitaban como inferiores, sino como seres que comparten la vida con uno, que tienen su sitio justo en el mundo y se valen por sí mismos”. Los celtas eran politeístas, cremaban a sus difuntos y realizaban rituales para ver el futuro, alabar a sus dioses y rendirle culto a la naturaleza.

++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ {62} ‘Filsoleil’, hijo del sol. ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ + +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

María Piedad Consuegra, barranquillera de 48 años, comparte rituales célticos, como la adivinación rúnica, práctica que realiza desde 1995 en Bogotá: “Supe que las runas [caracteres que empleaban los antiguos escandinavos en la escritura] eran un oráculo antiguo que usaban los celtas hace 5.000 años, por un seminario que tomé, y seguí averiguando por mi cuenta”, afirma. Ella siente una gran atracción por las concepciones celtas acerca del respeto a la naturaleza y de la igualdad de géneros. Elabora talismanes rúnicos para sus familiares, amigos y personas en dificultades. Cuando tiene que enfrentarse a situaciones complejas, se pinta runas en el abdomen, los pies y las manos para recordar la fuerza que guarda en su interior. Ella se considera como un viti druida, una maga blanca: “Los sacerdotes celtas eran médicos y videntes. Así como yo, trabajaban con runas y flores. Yo pongo mi mano sobre una persona y se me vienen a la cabeza runas que me hablan de su proceso, siento qué pasa en su alma y en su cuerpo físico. No lo puedo explicar, es muy intuitivo”, dice. ‘Mapy’, como la llaman sus amigos, atiende a unas seis personas a diario para predecirles el futuro, curarlas y ayudarlas a identificar problemas por medio de las runas, la terapia floral, los cristales y otras técnicas de sanación, en su apartamento del barrio Cedritos. Su casa-consultorio es un templo rúnico, tapizado de símbolos y ambientado con música clásica. Su cálido refugio de mullidos sofás y paredes blancas está decorado con cristales de colores, plantas, cojines coloridos y hadas en miniatura que vigilan a los visitantes desde todas las esquinas.

Celebraciones celtas al estilo rolo En Bogotá se celebran la fiesta de la fertilidad (Beltaine), la fiesta del solsticio de invierno (Alban Arthuan), la fiesta solsticial de fin de año y la más especial y concurrida: el Saimhain: “Los celtas creían que en el día de su año nuevo —que casualmente coincide con el primero de noviembre del calendario cristiano— el mundo de los humanos y los espíritus era uno solo. Entonces, los humanos eran vulnerables a los espíritus malignos y para protegerse de ellos usaban disfraces y calabazas para ahuyentarlos”, afirma Andrés Felipe González, de 19 años de edad. Hasta el momento estos eventos no tienen patrocinio. ‘Filsoleil’ organiza las celebraciones en diferentes restaurantes y bares de Bogotá, y procura ser fiel a la tradición: “Son un concepto original que he creado y quiero mantenerlo muy puro, sin mezclas ni degradaciones comerciales”, explica. Desde 2003, ‘Mapy’ también dirige diversos rituales celtas en

Mús

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las palabras de José Antonio Moreno, bardo y poeta, calman el ambiente y seducen los oídos de unas 250 personas con el relato de “Jack y las calabazas”, una de las historias más populares del folclor irlandés.

sica

torno a las fiestas del verano y del invierno. “El 21 de diciembre celebramos el solsticio de invierno con una ceremonia muy linda en un salón comunal: una meditación y un ritual que llamo ‘sembrando sueños’. Hablé de la sicomagia, una amiga habló sobre cristales, hicimos una danza circular con la música de ‘Filsoleil’ y tallamos runas en unas velas para la prosperidad en el 2008”, explica.

El ritual de los clanes Los celtas bogotanos se conocen gracias a la página web y a los clubes Tertulias Musicales y Amigos de los Celtas: “Creía que yo era un bicho raro con mi pasión, pero por la página supe que en Bogotá hay otros como yo. Así fue como conocí el club de Andrés Salamanca”, señala Andrés Felipe. Cada viernes, desde 1997, los miembros de Tertulias Musicales se reúnen en la casa de ‘Filsoleil’, en el barrio Colina Campestre, para conversar, leer poemas, bailar la jiga e interpretar tonadas. A las seis y media de la tarde tocan el timbre los tres primeros contertulios equipados con bodhrans, guitarras, prendas a la usanza del Medioevo, libros y discos. Custodiado por un par de perros french poodle, ‘Filsoleil’ se acerca a la puerta y los invita a pasar. En el fondo de la sala hay un gran barril. Alumbrado por una lámpara

de pie se puede distinguir una darbuka (tambor árabe similar a un reloj de arena), entre el mobiliario. El primer visitante es Andrés Felipe, que viste una camisa bombacha de lino blanco, un largo chaleco color canela y un pantalón de lana marrón al mejor estilo medieval; es uno de los miembros más entusiastas de la comunidad. En un año ha escrito decenas de poemas, sabe tocar el bodhran y habla un poco el gaélico-irlandés, entre otras habilidades: “Siento pasión por su música, su magia, el espíritu de los bosques y los druidas. En 2006 aprendí a bailar la jiga irlandesa y actualmente manejo una microempresa de artículos decorados con motivos celtas, como cajas, porcelanas y platos”. El segundo visitante es Freddy López, guitarrista de jazz y flamenco, de 23 años de edad, que apenas está incursionando en la música celta, y el tercero es Alfredo Hernández, también de 23 años, flautista y violinista de la Orquesta Sinfónica Juvenil. El frío y la oscuridad de la noche invitan a encender la chimenea; ‘Filsoleil’ le pide a Andrés Felipe que saque el hacha para cortar las ramas. Junto con las llamas crecen los ánimos y los músicos tocan enérgicamente. A las siete y media. llegan los demás. José, de 55 años de edad, es el bardo de Espíritu Celta. Poeta de

+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ {63} lo. +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ras de pa a h c u c n +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ a co elipe toc +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ Andrés F +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ u Celta. +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ de Espírit a n ri a il a l, b ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ Sandova Daniela +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

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pretaban temas propios y tradicionales de Escocia, Irlanda y Asturias y agregaban dramatizaciones, bailes y cuentería celta a sus presentaciones. Saimhain busca mantener intacta la tradición musical celta. Alfredo, Andrés Felipe y Freddy, los tres contertulios antes mencionados, conforman el grupo, que interpreta canciones folclóricas reconocidas, danzas, polcas y aires desde 2006. Por su parte, Perceval interpreta danzas, aires irlandeses, escoceses y tonadas con elementos musicales contemporáneos. Participan varios músicos de Awen, como la violinista Diana Gutiérrez, el flautista Juan Carlos Arévalo, el guitarrista Juan Luis Palacio y los percusionistas Javier Pinzón y Alicia Durán. El grupo musical Espíritu Celta es una puerta al mundo antiguo, con instrumentos celtas tradicionales y contemporáneos; al igual que Awen, incluye elementos como narraciones y poemas de un bardo acompañante, dramatizaciones, vestuario y decoración celtas. Tiene contactos en el extranjero, organiza fiestas y viajes

Los músicos celtas se consideran discípulos de un guía invisible: “Capta esa magia de manera pura y la transmuta para todos. Donde haya hombres que luchen por la libertad habrá bardos. Donde el fuego sea encendido, ellos lo cuidarán hasta su último aliento y más allá”, declara ‘Filsoleil’. Para los admiradores de lo gaélico, ese mundo es mucho más que un conjunto de datos históricos. Es un espíritu que, a través de los sonidos, las letras y las imágenes, surca miles de kilómetros desde las Tierras Altas de Escocia hasta Bogotá. Es una pasión, un mundo lleno de enigmas que primero debe sentirse y luego aprenderse, pero que aún no tiene la suficiente fuerza entre la gente, según el propio ‘Filsoleil’: “Aquí es muy incipiente. Ha habido intentos fallidos de organizar festivales en años pasados, pero se vio que no hay suficiente madurez y que hace falta primero atraer mayor interés del público por la música y cultura celtas”. Películas como Corazón valiente y El señor de los anillos acercaron al público masivo a esta cultura, pero falta un contacto más directo con los “espíritus elementales”.

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A $5.000 el motoso. Parqueo gratis.