Directo Bogotá # 35 by Revista Directo Bogotá

Número 35 Octubre - diciembre 2011 Facultad de Comunicación y Lenguaje Distribución gratuita

La dama de arena La exhibición “Maravillas del mundo en arena”, que estará en Bogotá hasta marzo de 2012, permite a los espectadores contemplar símbolos arquitectónicos y culturales del mundo, como la Torre Eiffel de París.

Foto

[ensayo

Santo cach贸n I Foto Juan Jos茅 Quezada

* sueltos} 02] Cabos

Asistente editorial Daniel Alejandro Pinilla

Ilustradora Daniela Yepes Diseño y diagramación Angélica Ospina angelikaos@gmail.com Corrección de estilo Gustavo Patiño Díaz correctordeestilo@gmail.com Impresión Javegraf

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Los perros del ermitaño

04] Opinión

Gina: bendita entre los hombres

48] (( Deportes )) Cachacas en la cancha

Portada Fotografía Juan José Quezada Caricaturista Cristian Sánchez

de Bogotá

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Reporteros en esta edición Eliana Samacá, Juan David Piedrahíta, Natalia Marriaga, Juanita Restrepo, Juan David Roncancio, Diego Andrés Páez, Laura Quintero, Juan Sebastián Toro, Daniella Mendoza, María Camila Sánchez, Lorena Rueda, Laura Tobón, Grace Acosta, Alejandra Díaz, Diana Gutiérrez, Francesca Fichera, Daniela Anzola, Angélica Casallas, Laura Bonilla, Alejandra Parra, Daniel Alejandro Pinilla.

45]

Aguafuertes

06] Educación}

Educación con ánimo, no con lucro

52] MEDIO ambiente

}

Asesor editorial Mario Morales

}

Directora Maryluz Vallejo

La Vaca que salió del charco

08] (( Salud )) Ganadores del baloto de la vida

Decano Académico José Vicente Arizmendi C.

* 56] patriMonio La virgen de la impureza

Decano del Medio Universitario Ismael Rolón M. Directora de la Carrera de Comunicación Social Patricia Bernal Director del Departamento de Comunicación Antonio Roveda

14]‡COLECTIVO ‡ Turismo barrial

Informes y distribución Transversal 4ª No. 42-00, piso 6

‹‹

59]‹ Cine] Rodaje cuesta arriba

Teléfono: 3 20 83 20, ext 4587

Consulte nuestro archivo digital en la página: http://issuu.com/directobogota

28] [DIVINO

rostro ]

El consuelo de Ana

35] Arte} Pontificia Universidad Javeriana Carrera de Comunicación Social

Alquimia con arena

62] }ARQUITECTURA] Homenaje en concreto y en vida

64] caricaturas −] ]

Escríbanos a: directobogota@gmail.com

{ Hierba entre las flores

Desde hace 20 años, Pedro se dedica a vender flores en el semáforo de la calle 77 con carrera 8ª, en el barrio El Nogal. Desde entonces se le han unido alrededor de 14 colegas, quienes ofrecen a sus clientes rosas, lirios, aves del paraíso, cartuchos y girasoles. Y aunque dicen que son como una gran familia, algunos de sus miembros acostumbran robar las flores del vecino y ocultarlas en una alcantarilla de la cuadra. Venden aproximadamente tres ramos cada uno, equivalentes a $50.000 diarios, pero entre ellos hay quienes ganan más porque además de flores venden marihuana, camuflada entre el verde. Para los celadores y vecinos de la cuadra es habitual la escena de la Policía que los requisa, les decomisa sustancias ilegales y se los lleva detenidos. Sin embargo, también están acostumbrados a ver que a los pocos días regresan al negocio. Esporádicamente llegan dos hombres con maletas simulando distribuir mercancía para los vendedores; sin embargo, según Alicia, habitante del barrio, lo que en realidad les distribuyen es marihuana. Por un puñado de ellos se daña la imagen de los vendedores legales, que no tienen más opción que trabajar en la informalidad. Pero mientras tengan clientela que les compre el “follaje” de las flores, no abandonarán su esquina.

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Grace Acosta grace.acosta.gamboa@gmail.com

Foto: Juan José Quezada

{ Patrimonio sacro

En medio de música sacra se inauguró la exposición "Arquitectura sublime: El patrimonio religioso de Bogotá", el pasado 27 de octubre en la Sede de la Fundación de Amigos de Bogotá. Asistieron monseñor Juan Miguel Huertas, en representación del arzobispo; Sandra Forero, presidente nacional de Camacol, y el arquitecto Germán Samper Gnecco, entre otros amigos de la Fundación, que abrió sus puertas a comienzos del 2010. En la exposición se encuentra el patrimonio religioso de Bogotá desde la Colonia hasta la actualidad, en el cual están incluidas iglesias tanto católicas, como de otras religiones, cementerios, conventos, universidades y hospitales junto con una descripción detallada de la arquitectura y el contexto sociopolítico en el que se construyeron. El montaje de las salas, además de los tradicionales paneles, cuenta con imágenes que crean la sensación de estar dentro de la Iglesia. La exposición estará abierta hasta mediados del 2012, con el ánimo de que los capitalinos se acerquen a conocer la historia y los secretos de los imponentes templos, más visitados por las palomas que por los feligreses.

Viviana Forero Bedoya viviantfb@hotmail.com

* suelto Cabos

abossueltos}

{ Racha en la cancha

Quién podía imaginar que en solo cuatro años los equipos bogotanos reaparecerían en los cuadros de honor del fútbol colombiano, obteniendo tres de los cuatro títulos que ha entregado la “revivida” Copa Colombia, hoy llamada Copa Postobón, por el patrocinador oficial.

{ Sobre los usos de la Matera

Acostumbrado a festejar en el popular estadio El Olaya, al suroriente de la capital, el modesto Equidad Seguros fue el que terminó con la sequía de títulos que por más de siete años alejó a los bogotanos de dar una vuelta olímpica. Equidad, un equipo con 29 años de tradición, fue el primer ganador en el relanzamiento de la Copa Postobón en 2008, como tercer torneo oficial del fútbol profesional colombiano. En el 2009, Santa Fe amplió la estadía de la Copa en Bogotá y se llevó el título de campeón en el torneo, que desde 2008 reúne a equipos tanto de la primera como de la segunda división del fútbol colombiano; logro que no conocía desde 1989. Millonarios no podía quedarse atrás, y este año trajo de regreso la Copa Postobón a su casa. Con un marco espectacular en el Estadio El Campín y una fiesta sin igual en el Parque Simón Bolívar, el equipo albiazul pudo regalarle a sus hinchas un nuevo motivo para celebrar luego del título obtenido en 2001 en la desaparecida Copa Merconorte. Tres títulos que llenaron de nuevo las tribunas de El Campín. ¿Será este el comienzo de una etapa exitosa para los bogotanos en materia de fútbol, o tendrán que volver a esperar más de diez años para dar una vuelta olímpica?

Néstor Julián Peña ticor91@hotmail.com

{ Premio Etecom para Directo

El 17 de noviembre, en el Auditorio Central de Telefónica, se realizó la entrega de los primeros Premios Etecom Colombia 2011. El asistente editorial de esta revista, Daniel Alejandro Pinilla Cadavid, recibió el segundo puesto en la categoría Prensa Escrita por el reportaje “Esmeralderos que dan la talla”, publicado en el número 33 (disponible en la página web). Se recibieron 85 propuestas de estudiantes de comunicación de todo el país y se premiaron los mejores trabajos en cinco categorías. Carolina Cuervo, que ha sido colaboradora de Directo Bogotá, obtuvo el primer lugar en la categoría Fotografía. El jurado de este premio, que busca destacar los trabajos de los futuros periodistas, estuvo conformado por Silverio Gómez, Ignacio Gómez, Ricardo Galán, Juan Manuel Ruiz y Germán Centeno.

No es un recipiente para sembrar geranios, aunque eventualmente eche flores; no es para miccionar — como podría pensar la ‘honorable’ excongresista Yiddis Medina—; tampoco para decorar terrazas, aunque sí podría lucir en la mesa de la sala; no es un objeto para amoblar la casa, aunque sirve para amoblar la mente. Antes de que los lectores quieran lanzárnosla a la cabeza, Matera es un receptáculo de sentido, mejor dicho, una revista literaria de formato pequeño (11 x 12 centímetros) y cuidada factura, dirigida por Manuel Kalmanovitz, graduado de Cine y Televisión de la Universidad Nacional, pero experto en musarañas, inclinado al pensamiento metafísico o extraviado, catador de letras y estéticas provocadoras, músico y escritor. El primer número de la revista, de periodicidad indefinida y de carácter monográfico, salió en agosto del 2009, y hablaba sobre pantalones; el segundo, del futuro; el tercero, del pelo, y el cuarto de los amigos. Kalmanovitz dice que su inspiración fue la revista Eco, del dueño de la librería Buchholz, una pequeña joya literaria que circuló entre 1960 y 1984. El director de Matera es al tiempo diseñador, editor, corrector, fotógrafo, ilustrador y distribuidor (en bicicleta). Como no alcanza a cubrir todos los puntos de venta con su pedaleo, también tiene disponible la colección en issue.com, llena de materia orgánica y sensorial, con textos limpios, agudos y divertidos y traducciones de las obras del escritor suizo Robert Walser —ídolo de Kalmanovitz—, entre muchas otras exquisiteces. Para sembrarse a leer y a ver (http:// revistamatera.blogspot.com/).

Directo Bogotá directobogota@gmail.com

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Opinión

Gina:

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Por: Angélica Casallas Perea angecasallas@gmail.com Fotos: Fredy Gómez Suescún

bendita entre los hombres

No quedó de alcaldesa, pero pisó fuerte con sus tacones y sus propuestas. Una comunicadora que acompañó a la candidata javeriana en su campaña narra el día a día de esas jornadas que seguramente se repetirán.

Gina en el día del cierre de campaña.

El pasado 30 de octubre comenzó muy temprano para Gina Parody. La jornada electoral iba a ser larga. A las 7:00 a.m., acompañada por sus padres —Luis y Teresa— y su equipo de campaña, llegó a la iglesia de La Porciúncula. Allí agradeció a Dios por los casi seis meses de campaña para dar el paso más importante de su vida.

A las 8:00 a.m. se encaminó hacia la vecina Universidad Pedagógica Nacional. Allí buscó la mesa 15. Sufragó a las 8:30 a.m., y con Antanas Mockus, su compañero de alianza, aprovechó para invitar a los bogotanos a votar a favor y no en contra. A votar de acuerdo con sus principios.

De allí salió hacia la Hemeroteca Nacional, donde Mockus ejercería su derecho al voto. El excandidato besó el tarjetón antes de depositarlo en la urna. Salieron a desayunar a las 9:30 a.m. al tradicional desayunadero santandereano de la calle 42: huevos, caldo con costilla, arepa y jugo de naranja. Allí, varios ciudadanos le decían a Gina: “¡Doctora, ya votamos por usted!”. Ella les respondía con una sonrisa y un abrazo, como lo hizo a lo largo del día en los puntos que recorrió. En Corferias, aún bajo la lluvia, la abrazaban y le pedían una foto. En seis meses de campaña y de recorrer cada rincón de la ciudad se tomó más de 50.000 fotos con ciudadanos, las mismas que les enviaba por correo electrónico.

En la Universidad EAN se encontró con su contendor, Carlos Fernando Galán, quien acompañaba a votar a su madre, Gloria Pachón. Con un beso se desearon éxito para ellos y para la ciudad. A las 4:00 p.m., cuando se cerraron las urnas, Gina llegó al centro de convenciones de Cafam Floresta para esperar con sus seguidores los resultados de la jornada. A las 6:30 p.m., los medios proclamaron a Gustavo Petro como alcalde mayor electo de Bogotá, y Gina Parody se dirigió a sus electores. “Hoy tenemos una razón hermosa para celebrar: gracias a todos ustedes multiplicamos las firmas de los 240.000 ciudadanos que nos dieron su aval para participar en estas elecciones y las convertimos en una verdadera fuerza ciudadana independiente […]. Hoy somos la revelación política de Bogotá y de Colombia”, expresó Gina en medio de los aplausos. Con 375.574 votos, Parody obtuvo un resultado significativo para una candidatura independiente en la ciudad y logró romper varios paradigmas machistas aún presentes en la forma de hacer política en nuestro país. No es fácil ser la única mujer en una de las contiendas electorales más importantes de Colombia: Gina Parody tenía encima los ojos no solo de los bogotanos, sino también del país entero. El hecho de competir con ocho hombres, la mayoría con experiencia en cargos públicos y algunos exalcaldes de la capital, la hizo una representante digna del género en la pasada campaña. A las seis de la mañana ya estaba trabajando, usualmente atendiendo medios de comunicación: grandes cadenas o medios comunitarios pequeños, ella se desplazaba a donde fuera. Antes de salir a recorrer la ciudad, almorzaba en la sede, junto con los compañeros de trabajo, o los invitaba a comer hamburguesas, empanadas y arepas, de carritos en la calle. Para sus largos recorridos solía usar tenis y jeans, aunque más tarde tuviera que ponerse tacones (los verdes son sus favoritos) y vestidos morados, el color que le puso a su campaña. Mientras recorría la ciudad, también conoció la gastronomía bogotana y probó todos los platos que le ofrecieron en los barrios. Las arepas fueron sus preferidas. Por suerte, contó con el apoyo permanente de sus padres, barranquilleros, y de sus tres hermanos hombres. Una vez a la semana, doña Teresita decoraba la oficina

de su hija con las flores que compraba en el tradicional sector de la 68 con avenida Caracas, muy cerca de la sede de campaña.

Cuestión de género

Los candidatos no tenían que preocuparse por los comentarios de algunos ciudadanos del común o del análisis de los medios de comunicación que, más que comparar sus propuestas, se dedicaban a hablar de su imagen personal. Pocos se fijaron en el sinnúmero de ocasiones en que Enrique Peñalosa se puso un vestido negro y su tradicional corbata verde (o naranja, después de aliarse con La U). Mucho menos hablaron de los colores que escogió Gustavo Petro para diferenciar a su movimiento Progresistas de los partidos políticos. Pocos periodistas hablaron del peinado que distingue a David Luna, el candidato liberal, y quien se uniformó en el color de la corbata con Carlos Fernando Galán, en varios ++++++++++++++++++++++ debates (claro que para los caricaturistas esos detalles ++++++++++++++++++++++ fueron la guinda del pastel, sin distinción de género). ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ Pero Gina tuvo que aguantarse un número considera++++++++++++++++++++++ ble de críticas, como si hiciera campaña en pasarela. ++++++++++++++++++++++ Por sus zapatos, por sus gafas, por sus vestidos, por ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ su peinado, por el color morado de su campaña —que buscaba marcar la diferencia con los otros partidos— y ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ hasta por su disciplina. “¿Y es que Gina Parody no tiene ++++++++++++++++++++++ más vestidos?”, decía la gente en las redes sociales. ++++++++++++++++++++++ “Habla muy bien, impacta, pero tiene el pelo muy largo ++++++++++++++++++++++ {5} ++++++++++++++++++++++ y mal cortado. Mejor parejo a la altura de la clavícula”, ++++++++++++++++++++++ decía un artículo del diario ADN el 25 de octubre en sus ++++++++++++++++++++++ páginas centrales. Y había comentarios del estilo “Votaré ++++++++++++++++++++++ por Parody porque es una mamacita” o algunos subidos ++++++++++++++++++++++ de tono que expresaban: “Gina me lo Parody”. Todos en ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ medio de cruciales debates que definirían el futuro de ++++++++++++++++++++++ una ciudad. ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ Cuando Gina respondía algún comentario grosero de otro ++++++++++++++++++++++ candidato, la tildaban de altanera, pero pocas veces cri- ++++++++++++++++++++++ ticaron a Enrique Peñalosa por repetir en cuatro debates ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ que ni ella ni Petro “habían administrado siquiera un ++++++++++++++++++++++ parqueadero”. Aún así, Parody, abogada de la Pontificia ++++++++++++++++++++++ Universidad Javeriana con especialización en resolución ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ de conflictos en la misma institución, capoteó hábil++++++++++++++++++++++ mente cada contienda. ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ Petro alguna vez propuso hacer el Broadway Bogotano. ++++++++++++++++++++++ Peñalosa quería hacer parques con piscina climatizada ++++++++++++++++++++++ y gimnasio. Parody jamás habría podido decir eso sin ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ que sus críticos, los medios y las personas del común dijeran inmediatamente que su intención era convertir a Bogotá en un club privado y que esas ideas solo nacen de la mente de niña hueca, de una burguesa del norte de Bogotá, aunque ella es una mujer sencilla, amable y poco preocupada por lo material. Lo anterior no es más que la evidencia del machismo que reina en la política colombiana, y que no solo parte de los medios o de los propios candidatos, sino también de la gente que exige igualdad de géneros.

Educación}

Educación con ánimo,

no con lucro

Por: Daniel Alejandro Pinilla Cadavid dalejopinillacadavid@gmail.com Fotos: Meleck George

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Marcha de las antorchas

A comienzos de noviembre cayó la propuesta del gobierno para reformar la Ley de Educación Superior (Ley 30 de 1992), tras una protesta organizada que comprometió a estudiantes de universidades públicas y privadas, convencidos de que la reforma apuntaba a la privatización, pérdida de calidad y restricción al derecho a la educación. Aquí hacemos un recuento de lo que pasó, en las voces de los líderes del movimiento. La comodidad de los pupitres fue reemplazada por la democracia de los andenes, las cátedras se convirtieron en himnos de protesta y los profesores tomaron rostros de líderes juveniles, todos movilizados por la causa de la educación que, irónicamente, cambió los salones por la calle.

esta ley de hace 18 años. Por ejemplo Alza la voz (www.facebook.com/profile.php?id=100000360244526) es un espacio digital, creado por estudiantes, abierto al debate y a la formación política, social y cultural; surgió para analizar temas nacionales e internacionales de la agenda social transversales a la educación.

El activismo y la resistencia pacífica de los estudiantes refuerzan las marchas. Se han formado grupos universitarios que motivan e impulsan proyectos organizados para contrarrestar decisiones políticas como la reforma a

Otro grupo que prueba cómo el movimiento estudiantil colombiano ha resurgido después de 40 años y se articula movilizándose bajo el máximo estamento de organización es Mesa Amplia Nacional Estudiantil

(MANE); un órgano que cuenta con la participación de varias universidades como La Salle, Nacional, Javeriana, Gran Colombia, Libre, Bosque, Jorge Tadeo Lozano, Los Andes, Autónoma, América, Inca y Externado. El grupo se conformó entre el 20 y el 21 de marzo de 2011, ha tenido sesiones periódicas para organizar al movimiento en actos masivos como foros, conferencias, marchas, performances, flash move (actos inusuales en público donde luego los actores se dispersan rápidamente) y, por supuesto, la contrapropuesta del estudiantado colombiano.

inversión que podrá hacer la empresa privada sobre las universidades es un “leviatán”, como lo califican los universitarios, para el futuro de una educación autónoma. Se cuestionan las garantías en las decisiones de las juntas directivas de las universidades frente al poder de los empresarios que invertirían significativamente.

Javier Arango, estudiante de Ciencias Políticas de la Javeriana y líder de Mesa Amplia Javeriana, asegura que el movimiento ha tenido éxito: “Se han realizado foros en la universidad sobre la ley, marchas internas y la consulta nacional universitaria con la participación de más de 4.000 estudiantes javerianos, donde unos 3.950 revelaron no haber sido consultados para la construcción de este proyecto de ley; más de 3.800 no comparten el contenido y están dispuestos a participar en la construcción de un nuevo modelo”.

El movimiento javeriano ha realizado eventos como el Pupitrazo, con la participación de más de 150 javerianos; el Abrazatón, donde más de 300 javerianos abrazaron la universidad, y las marchas estudiantiles, lo que le permite afirmar a Javier Arango que “se ha consolidado un número superior, en todas las movilizaciones, de 200 a 300 estudiantes junto con profesores, algo histórico para la universidad”.

Ante el intento de convencer, y no dialogar, que hizo la ministra de Educación, María Fernando Campo, estos grupos manifiestan su preocupación sobre varios de los 144 artículos de la reforma. Mencionan que la llegada de capital extranjero, con el Tratado de Libre Comercio (TLC), plantea la educación como un servicio, lo que implica que sería más costosa y aniquilaría así las oportunidades para las clases bajas; además, generaría ofertas reducidas a los sectores minero-energético y agroindustrial y a la mano de obra semicalificada. Hablan de la calidad como un punto que se deteriora en toda la reforma, sobre todo con la creación de la “universidad con ánimo de lucro”. Andrés Botero, estudiante de Ciencias Políticas y Gobierno de la Universidad del Rosario, dice que eso obliga a la “movilidad” de los profesores, como aparece en la reforma, lo que hará que no “siembren” investigación en las universidades, ya que no serán de planta; tendrán que repartirse en varias instituciones para ganar salarios decentes. Agrega que también representa dificultades para los estudiantes: “Se puede mirar el caso de Chile y ver las deudas intergeneracionales de quienes adquirieron créditos educativos para poder estudiar en medio de estas lógicas de mercado”. Para el gobierno, el modelo de la universidad con ánimo de lucro que aplicó Brasil aumentó la cobertura; argumenta que en doce años se pasó de 1’800.000 estudiantes a casi seis millones, con un 75% de instituciones con ánimo de lucro. Para el rector de la Universidad Nacional, Moisés Wasserman, la calidad es un tema que sí se afecta con la reforma, incluso en el modelo de Brasil; dice que no son universidades verdaderas, “funcionan en forma muy eficiente dando el mínimo posible logrando cobrar el máximo posible, como buena empresa. En Brasil tuvieron un impacto fuerte en cobertura, pero nulo en calidad”. Los recursos que propone aumentar el gobierno no son suficientes para subsistir en las universidades públicas, lo que resulta molesto para los estudiantes. Ahora, la

Este es un tema que perturba la tranquilidad de cualquier estudiante, sobre todo, por tanta autoridad en la rama ejecutiva, gracias al poder sancionatorio que la reforma le otorga al Ministerio de Educación.

En el Besatón del 3 de noviembre, al ritmo de tambores y con disfraces, evocando guerreros indígenas, miles de jóvenes salieron una vez más a las calles capitalinas a cantar. La cita fue en la noche, con antorchas prendidas, al mejor estilo gaitanista; con dragones chinos y carrozas vestidas de materiales reciclables. Se besó a la universidad, la policía y la educación. Los jóvenes revivieron los carnavales universitarios de comienzos del siglo pasado, pero en lugar de sonetos a la reina de los estudiantes, recitaron proclamas por una educación digna. Aunque el diálogo entre el gobierno y los universitarios deberá moverse de las calles al Congreso, donde está la carta de la Ministra que solicitó la retirada del proyecto a la reforma; el llamado es a unificar la contrarreforma, estudiar detalladamente el proyecto para delimitar los inconformismos en un futuro acuerdo, medir cuál fue el impacto del paro de 31 universidades públicas, prever las posibles distracciones de la opinión pública, dialogar lejos del vandalismo y vincular las voces de los padres de familia, profesores y rectores que tanto se han extrañado. Marcha del Besatón con antorchas, el 3 de noviembre.

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(( Salud ))

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Ganadores del

Texto y fotos: Juanita Restrepo Díaz banita87@hotmail.com

baloto de la vida

Dos mujeres con trasplante de riñón pueden contar su historia gracias a que hubo donantes para salvarles la vida. Ellas, como casi el 5% de la población adulta en el mundo, tienen alguna enfermedad del riñón sin saberlo. Médicos y especialistas dimensionan este problema de salud pública en Bogotá, donde cerca de medio millar de personas están a la espera de un órgano, y la tasa de donación es de 21 personas por millón de habitantes.

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++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ Johanna en la plaza de Quevedo. ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ + +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

Johanna Sosa aparenta unos 20 años, pero tiene 27. Su sonrisa dulce y su mirada ingenua no dejan entrever lo que ha vivido los últimos ocho años. A los 19 años de edad estudiaba ingeniería industrial y estaba enamorada. Pero un día tuvo que detener su rutina normal de estudio para asistir a urgencias por una alteración en su ciclo menstrual. A partir de entonces comenzó la cadena interminable de citas y de exámenes. Recibió el diagnóstico a las pocas horas: insuficiencia renal crónica. Ella no entendía de qué se trataba esta enfermedad ni cómo afectaría su calidad de vida, solo pensó en cómo podría estar bien. Johanna sigue hablando, pero la taza de café que sostiene en sus manos comienza a tambalearse cuando recuerda que después de un año, y a pesar de las recomendaciones médicas, quedó en embarazo. A los cinco meses y medio tuvo que ser internada por una convulsión. "Me dio eclampsia y cuando me preguntaron qué vida quería salvar dije que la de mi hijo"; el niño nació y vivió cinco días. Otra persona que resultó afectada fue su mamá, Flor María Bonilla, quien siempre trabajó en archivos y a los 49 años tuvo que renunciar a su puesto cuando Johanna comenzó la hemodiálisis. Actualmente, Flor está buscando trabajo, pero le ha resultado difícil porque ya tiene 53 años. Ahora, en un viejo café del Chorro de Quevedo, está sentada en un inmenso sillón rojo que la hace ver diminuta. Detrás de ella se encuentra un póster de la película francesa Amélie, interpretada por Audrey Tautou, quien se asemeja a Johanna por su sonrisa y romanticismo, porque ella adora las historias de amor y ficción, sobre todo la saga Crepúsculo.

La cofradía de las máquinas En el 2006, Johanna había cambiado de trabajo y tenía una nueva pareja. Abandonó sus estudios universitarios en sexto semestre y comenzó a trabajar en una óptica. Cada vez iba a menos citas médicas por la exigencia del trabajo y por la creencia de que su vida seguía un curso normal. Al poco tiempo se comenzó a sentir muy cansada, con náuseas y pocas ganas de comer y estaba muy pálida. Regresó a urgencias y después de los exámenes le anunciaron lo que temía: que no le funcionaban los riñones y debía comenzar inmediatamente la hemodiálisis, un procedimiento desgastante pero necesario para eliminar el exceso de agua. Ese mismo día se encontró en una sala, ante una extraña máquina que veía por primera vez y con la que se limpiaría su sangre. Allí estuvo tres horas y media, que fueron eternas para ella y para su mamá. La extraña máquina sería parte de su rutina. Cada dos días asistía a la hemodiálisis y tuvo que dejar el trabajo porque en ningún empleo le permitían tantas faltas. Empezó a convivir con gente mayor que ella en una especie de cofradía que se forma en las unidades renales. “Mirábamos televisión, oíamos música, uno empieza a

hablar y a conocerse; pero algunos morían y era terrible saber que habíamos estado con esa persona y que ahora no estaba”, cuenta. Ella, aficionada al cine, ya no sabía nada de películas nuevas. La persona en hemodiálisis por lo general se vuelve irritable y pierde el interés en el mundo exterior. Así pasaron dos años y sobrevino otra crisis: cinco convulsiones, tres de ellas en un carro, mientras que su tía conducía desde Soacha hasta el norte de la ciudad. “Yo no respondía y mi mamá apuraba a mi tía gritándole que me iba a morir”. Estuvo seis días en cuidados intensivos a causa de un edema pulmonar y no recuerda nada; ni la visita de su papá, a quien conoció a los 20 años y no ha vuelto a ver. Ni la vez que a su mamá no la dejaron seguir porque en ese justo momento Johanna tuvo un paro cardiorrespiratorio y durante seis minutos estuvo muerta. “Inténtenlo otra vez, ella está muy joven y no se puede ir”, le dijeron que gritaba el jefe de enfermeros a quienes trataban de reanimarla. Cuando se despertó, todos le contaban cómo había regresado de la muerte. Desde el Chorro de Quevedo contempla el cielo y las calles empinadas de La Candelaria, por las que ya puede caminar tranquilamente y, lo más importante, sin agitarse mucho. Johanna Sosa ahora participa en maratones, como la Media Maratón de Bogotá.

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Un segundo cumpleaños En el 2008, Johanna Sosa, de 24 años de edad, entró a la lista de espera por un trasplante de un riñón. Al mes y medio, a las cuatro de la mañana, el jefe de enfermeros llamó a su mamá para decirle que había un posible donante y que no la dejara comer nada. Hasta la una de la tarde supo que ese iba a ser uno de sus riñones, a pesar de que había otra persona antes en la lista, porque finalmente resultó compatible solo con ella. “¿La tengo aguantando mucha hambre?”, preguntó el jefe de enfermeros y ella de inmediato se empezó a alistar para la cirugía que se realizaría en la Clínica Colombia. “Todo estaba girando a través de un riñón y yo estaba entre nerviosa y emocionada”, dice Johanna con satisfacción al recordar ese día, el 12 de abril, que celebra como su segundo cumpleaños. “A las nueve de la noche me desperté y fui muy feliz cuando pude tomar líquidos”, dice mientras se toca el estómago, donde se ubica el riñón. Más tarde se enteraría de que su “angelito” fue una señora de 40 años a quien se le reventó una vena de la cabeza y quedó con muerte cerebral. El médico Julio Chacón, uno de los coordinadores de la Red Nacional de Trasplantes, habló con la familia y le pidió a Johanna que diera gracias a Dios y sobre todo a esta familia, más que a los médicos. Johanna nunca olvida a su donante y reza por ella, le habla, le celebra misas y le agradece a diario. {10}

Como a todas las personas trasplantadas de riñón, a Johanna le realizan exámenes de sangre y de nitrógeno ureico para saber cómo está funcionando su nuevo órgano. Sufre de algunas infecciones urinarias de vez en cuando, pero las controla a tiempo con su médico. Así mismo, tomará algunos medicamentos de por vida —en diferentes dosis—, como inmunosupresores, que bajan sus defensas. Por esto, además de una dieta baja en azúcar, sal y grasas, debe protegerse de la gripa y de otras enfermedades virales, sobre todo en época invernal. A pesar de los cuidados excesivos, su calidad de vida aumentó significativamente y aunque sabe que un trasplante no dura para toda la vida, piensa que fue lo mejor que le pudo pasar. A los cuatro meses del trasplante, Johanna pudo participar en la Media Maratón de Bogotá y desde hace un año y medio recorre Cundinamarca con las presentaciones de su grupo de danzas. Planea retomar su carrera de ingeniería industrial. Se volvió a enamorar, quiere conocer el mundo, trabajar y ser mamá. Mientras camina por las empinadas calles de La Candelaria, sonríe, siempre sonríe.

1.460 días de espera A los 55 años, Nelsy Moreno sufría de calambres que le adormecían los brazos y las piernas. Cuando se enteró de que tenía insuficiencia renal y de riñones poliquísticos, supo que uno de sus riñones estaba totalmente deteriorado, y que si no comenzaba la diálisis, solo le

quedaría un mes de vida. Empezó en el 2007 una espera de cuatro años por un riñón, ya que, a diferencia de Johanna Sosa, su tipo de sangre (A negativo) complicaba la búsqueda de donante. Sin embargo, el tiempo promedio de espera por un riñón es de 12 meses, según la Red Nacional de Trasplantes. Antes de la enfermedad, Nelsy era dueña de un restaurante en el barrio Venecia y tenía una vida activa junto con sus dos hijos y su esposo, pero mientras esperaba el órgano, comenzó la diálisis, un proceso de tres días a la semana con el que le ayudaban a disminuir la retención de líquidos. Para asistir a la diálisis, salía a las 5:30 de la mañana de su casa en Venecia y cogía un bus hasta la calle 134 con carrera 9ª. Tenía que tomar pocos líquidos para que no fuera tan tortuosa. “Es tremenda odisea”, comenta Nelsy, a quien no se le olvidan esos momentos de decaimiento y estrés que aceleraron el fin de su matrimonio en medio del tratamiento. Al día siguiente de la diálisis se levantaba débil, pero seguía con sus quehaceres de ama de casa. “Me fui desilusionando de todo y si me decían que no comiera pescado, era lo primero que hacía, ya sentía que solo me +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ Nelsy, después de haber tocado fondo...

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esperaba morir”, cuenta Nelsy. Cuando perdió las esperanzas, recibió la llamada. El 15 de marzo del 2011, uno de los jefes de enfermeros de la Red Nacional de Trasplantes la contactó para decirle que posiblemente había un riñón para ella. Los gritos de emoción no se hicieron esperar. Tuvo sentimientos encontrados y pensó: “Vuelvo mejor o no regreso”. Se alistó para este día tan importante, fue a diálisis y a la 1:00 p.m. entró a cirugía en la Clínica Reina Sofía. “Al día siguiente lo primero que hice fue ir al baño. Era un milagro”, dice con una sonrisa. Sus ojos grandes y verdes, que ella resalta con una gruesa capa de maquillaje morado, se agrandan para demostrar la felicidad que sintió. Nelsy quiso saber algunas cosas sobre su donante, pero solo supo que era una persona de Bogotá. Realizó una misa en su nombre y no tiene palabras para agradecer a la familia. “Cada vez que me toco la cara me sorprendo: ya no está fría, ahora es tibia y siento cómo me circula la sangre, por esto creo que si todo el mundo supiera lo que es donar, lo haría”, dice. A pesar de su felicidad, pronto tendrá que ser operada de nuevo, ya que es normal que

en la operación de trasplante se dejen los dos riñones propios, además del riñón nuevo, porque hacer los tres procedimientos en la misma cirugía podría ser muy riesgoso. En su caso, los riñones anteriores son poliquísticos y tienen que ser retirados para evitar metástasis. Aún no le han programado esta nueva operación porque ha comenzado a sufrir problemas cardiacos. Afirma que a pesar de los efectos secundarios de algunos medicamentos para mantener el trasplante, como inflamación y artritis, prefiere correr el riesgo de aceptar en su cuerpo este nuevo órgano que le permite vivir sin la hemodiálisis. “Algunos mueren en la hemodiálisis o en la operación, pero hay que tomar el riesgo por una vida mejor”, dice con seguridad. Mientras espera la operación dice que anhela viajar a San Andrés y conocer a sus nietos. Quiere volver a tener un negocio propio y seguir carnetizando donantes de órganos en Bogotá y en el resto del país. A Nelsy su riñón no le costó un peso, y por eso cree en el sistema de salud colombiano; pero se desanima cuando ve que las cifras de donación bajan debido a los mitos y falsas creencias que reproducen algunos medios de comunicación.

+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ Nelsy Moreno, cuatro años esperando un riñón. +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ {11} +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ + ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

El trasplante

en Bogotá

Según la Secretaría de Salud de Bogotá, actualmente 465 personas se encuentran en lista de espera por un trasplante de órgano: 404 necesitan un riñón. En un reporte reciente, la Red Nacional de Trasplantes afirma que en Bogotá 110 personas están en la lista por un hígado y que tres personas necesitan un corazón. La tasa de donación de la ciudad es de 21,84 donantes por millón de habitantes y en el plan de desarrollo de la ciudad se contempla que para el 2012 ascienda a 28 donantes por millón, ya que mundialmente la tasa es de 35 donantes. En el primer semestre de 2011, en Colombia se han realizado 533 trasplantes de órganos, lo que indica una disminución del 7,5% en relación con el mismo período del 2010: 576 trasplantes. En Bogotá se realizaron 196

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trasplantes y se rescataron 175, y en Antioquia 185, aunque esta regional ha logrado el mayor número de rescates con 215 órganos. Los trasplantes de riñón se disminuyeron en un 10,6%, aunque fueron el mayor número de órganos rescatados (367 riñones), mientras que hubo un aumento del 48,1% en trasplantes de corazón. La disminución en los donantes se debió a la negativa familiar, la poca aceptación de la donación y “contradicciones médicas y administrativas”, según la Red Nacional de Trasplantes. La Red Nacional de Trasplantes reporta que el año pasado se rescataron 350 órganos y se trasplantaron 421 personas en Bogotá, mientras que en regiones como Antioquia se rescataron 506 órganos y se trasplantaron 438 personas. Las regionales —como la de Medellín— pueden donar órganos a otra seccional que no cumpla con la demanda. La diferencia en las cifras demuestra que la cultura de trasplante aún es baja en la capital. Así mismo, en regiones como la costa atlántica las cifras llegan a ser tan alarmantes que en el primer semestre del año no se rescató ningún órgano. En el país la cifra es de 12,5

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donantes por millón de habitantes, mientras que en España, por ejemplo, la tasa es de 34 donantes. Julio Chacón, coordinador operativo de la Red Nacional de Trasplantes en la Clínica Colombia y en la Reina Sofía, es un luchador incansable por el rescate de órganos. Desde hace ocho años ejerce la medicina y hace cinco realizó su maestría en Coordinación de Trasplantes. Hasta el momento ha rescatado unos 90 riñones. Alto y de rostro amable, siempre se mueve de un lado a otro, habla de cifras, muestra imágenes y cuenta historias conmovedoras que ha vivido como interlocutor entre la tristeza de la familia que pierde un ser querido y la esperanza de la persona que recibe un órgano. “La muerte nos llega a todos, y este acto [donar un órgano] no depende del nivel social o cultural, sino del deseo de ayudar a los demás. Yo lo que hago es decirles las cosas claras para que entiendan la muerte cerebral, ya que tienen que tomar una decisión rápida; por eso es mejor que las personas hayan hablado de esto antes con sus familias", dice Chacón. Las historias que más recuerda son las de los niños, pero lo marcó la muerte de un joven que trabajaba en un cultivo de flores y fue atropellado. Sus padres viajaron desde Boyacá; Chacón llegó a pensar que no donarían, por su condición socioeconómica, pero lo primero que la mamá del difunto dijo fue que había que “salvar otras vidas”. En la capital del país hay 12 grupos de trasplante y 10 coordinadores como Julio Chacón. Hay un programa que les asigna a cada hospital y clínica turnos de 48 horas para recibir los casos de trasplante de toda la ciudad. Los costos operativos de los trasplantes los asume el Estado o las EPS. Las instituciones que están vinculadas a la Red Nacional de Trasplantes son: Fundación Cardio Infantil, Fundación Santa Fe, Hospital Universitario de San Ignacio, Clínica Shaio, Clínica Universitaria Colombia, Clínica Reina Sofía, Clínica del Country, Hospital San José, Hospital de la Misericordia, Clínica San Rafael, Clínica de Marly, Hospital Mayor y Hospital Cardiovascular de Soacha. En la Cínica de Marly se realiza la mayoría de los trasplantes porque esta IPS “coincidencialmente recibe varios donantes”, cuenta Chacón, y también es debido a que allí se hace una gran cantidad de trasplantes de donantes vivos, un proceso técnicamente más complejo por el cuidado de ambos pacientes, en el que se ha venido especializando esta tradicional clínica. En nuestro país, el primer trasplante lo realizó Enrique Carvajal Arjona en 1965, tres años después del primero en el mundo. Desde esa época los trasplantes eran realizados por la fundación privada Da Vida. Este manejo privado derivó en múltiples irregularidades del sistema y en la falta de una política justa porque se favorecían ciertas clínicas y se operaba en su mayoría a extranjeros, por lo que quedó la mala fama de esta práctica. En el 2004, el Estado pasó a ejercer esta función y creó la Red Nacional de Trasplantes, mediante el Instituto Nacional de Salud, que poco a poco ha vuelto a dar credibilidad a los trasplantes.

Uno de los mitos se originan en el desconocimiento de cómo funciona la Red Nacional de Trasplantes a la hora de seleccionar la persona que va a ser trasplantada. El trasplante de órganos necesita un estudio de compatibilidad que Julio Chacón llama el “baloto de la vida” porque los códigos genéticos de ambas personas deben ser compatibles. En la lista de espera se hace un cruce de datos entre las personas que necesitan un trasplante y se considera la edad (si es menor de 15 años, tiene privilegio), el código genético, el tipo de sangre, la gravedad de la enfermedad, la talla y el peso, entre otros aspectos. Las operaciones de trasplante para pacientes con obesidad o con complicaciones de salud como diabetes o hipertensión pueden llegar a ser las más complejas, aunque según Chacón, “todos los casos son complicados”. Para que una persona sea donante debe haber muerte cerebral, diagnosticada legal y médicamente, cuando cesan todas las funciones del cerebro. El médico tratante y un especialista en neurociencias hacen un examen neurológico, como el test de apnea, para determinar la muerte encefálica. Así mismo, este tipo de muerte se diferencia del coma cerebral, ya que el cerebro está muerto y la persona vive máximo unas pocas horas o días, no meses ni años. Ciertas funciones corporales se mantienen artificialmente, como el pulso cardiaco o la respiración, por lo que es muy difícil asimilar que la persona falleció. Después de que dos equipos médicos, independientes uno del otro, han certificado la muerte cerebral, la clínica llama al centro local que coordina la recuperación de órganos para los trasplantes y un coordinador operativo averigua la voluntad de la familia. Esta es la que tiene la última palabra. El carné de donante, si la persona se afilió al sistema de donantes, es como un “testamento en vida”. El año pasado 37.283 personas obtuvieron el carné de donante, para un total de 119.757 personas carnetizadas desde 2006. En cuanto a las denuncias que periódicamente se han divulgado en medios de comunicación por el llamado “tráfico de trasplantes” para extranjeros, la práctica está controlada, según la Red. En algunos hospitales, sobre todo en la regional de Antioquia, se han presentado escándalos porque han operado a extranjeros; sin embargo, estas irregularidades se han ido disminuyendo con el sistema de veeduría interno y externo de la red. En el año 2005 se registraron 109 casos de trasplantes a extranjeros, mientras que en el primer semestre de 2011 se han realizado apenas cuatro. La decisión de operar a un extranjero la toma el Instituto Nacional de Salud después de que los extranjeros no residentes presentan una solicitud o acuden a una tutela. Tras la aprobación de la Coordinación Regional de la Red Nacional de Trasplantes se debe examinar que no haya ningún colombiano compatible con el órgano antes que el extranjero. Para los extranjeros residentes el proceso es como el de una persona nacida en Colombia.

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‡COLECTIVO ‡

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Turismo barrial

Por alguna razón que no suelen conocer sus habitantes, decenas de barrios de Bogotá tienen nombres de ciudades extranjeras, muchas de ellas de atractivo turístico. Los reporteros de Directo Bogotá hicieron este recorrido por doce destinos, sin necesidad de pasajes costosos ni de visas, y tomaron las fotos de rigor. Que el lector compare.

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Los Alpes con su cancha y su capilla.

Alpes con arena Por: Diego Andrés Páez B. diegopaez2009@hotmail.com Barrio: Los Alpes Localidad: Ciudad Bolívar Ubicación: Limita al norte con la carrera 20 Sur; al sur, con los cerros en Bellaflor; al oriente, con la carrera 26C, y al occidente, con la calle 78CS Sur carrera 26C con calle 78CS Sur. Mientras los Alpes europeos se mantienen cubiertos de nieve, los Alpes criollos padecen por las intensas lluvias que han provocado deslizamientos y daños de

infraestructura que acentúan la pobreza del sector. Los Alpes de Ciudad Bolívar son los más famosos en Bogotá, ya que en por lo menos otras tres localidades existen veredas y barrios bautizados con el mismo nombre, todos aferrados de las montañas, con precarias construcciones. Para Marcela, que trabaja en una tienda del barrio, los Alpes originales quedan en Argentina, mientras Sara Camacho, comerciante de ropa, cree que el origen del nombre tiene que ver con un sembrado de pinos cerca del paradero de buses. Y ni modo de contrastar sus versiones porque en la Alcaldía Local de Ciudad Bolívar no tienen información sobre el barrio.

Hay personas que incluso creen que los Alpes originales están en Bogotá. Una de las asistentes a un templo evangélico dice: “Los Alpes queda en Tunal… de allá viene el verdadero nombre”; mientras Antonio Beltrán, que vive hace 22 años en el barrio, afirma que el origen del nombre sí tiene que ver con la altura y los pinos del paradero. Para desplazarse en el sistema Transmilenio, los “alpinos” deben llegar al portal El Tunal, desde donde se ven las montañas atiborradas de casas. Ahí abordan un alimentador del sistema que va hasta El Paraíso, donde los ladrones son capaces de matar para robar $1.000. El alimentador circula por los barrios más populares del sector: San Francisco, Las Acacias, Lucero, Rostro Divino y Vistahermosa. En el trayecto se puede ver la plaza principal del barrio, un arenal, rodeada de misceláneas, tabernas, la escuela República de Canadá y la parroquia Nuestra Señora del Santísimo Sacramento.

Arabia camelladora Por: Laura Quintero laura_quintero16@hotmail.com Barrio: Arabia Localidad: Fontibón Ubicación: Entre las carreras 96 y 98 con calle 23. El barrio Arabia hizo parte de la gran finca Puerta de Teja, propiedad de una familia acaudalada: los García. En la esquina del salón comunal se encuentra la casa de la familia Garzón, que habita el barrio desde su fundación, en la década de los sesenta. Comentan los habitantes que seguramente el nombre del barrio surgió porque “acá no llegaba nadie y, además, estos eran terrenos donde construyeron pocas casas. El barrio no pasaba de dos cuadras largas y lo demás era un tierrero que duró mientras construían la avenida principal, que lo uniría con el centro de Fontibón”. La población actual no excede los 1.200 habitantes. Con las nuevas construcciones en localidades aledañas se ha venido fortaleciendo el comercio, y es así como los trabajadores de la zona afirman que el barrio no podría llamarse de otra manera, pues los negocios son prósperos: “Uno sabe que está en Arabia cuando empieza a ver que hay peluquerías, tintorerías, restaurante, panaderías, peluquerías, marmolerías, misceláneas. No podíamos hacer quedar mal a los árabes, ¿no?”, comenta entre risas Jaime Quiroga, dueño de una pizzería. Uno de los problemas que aqueja al barrio es la cercanía al Aeropuerto Eldorado. Clemencia, propietaria de un

El sacerdote, Manolo Martín, es uno de los historiadores natos del barrio. Hace 40 años llegó a Colombia proveniente de España. Según él, el nombre de Los Alpes “se le puso gracias a una alianza del gobierno de turno con las embajadas; creo que estaba en la presidencia Turbay Ayala; de ahí que en el barrio de al lado haya un centro de alianza suiza y aquí el colegio se llame República de Canadá”. Los Alpes suizos son tranquilos, pero los Alpes bogotanos no. El padre Martín asegura que la llamada zona rural de Ciudad Bolívar “está colonizada por paramilitares, que saben que hay minas de oro en los cerros y también hay de las otras minas… pero yo no me dejo, yo estoy aquí para ayudar a la comunidad”. No sirven para esquiar ni para cultivar estos Alpes bogotanos, donde escasamente se deslizan los carros de balineras, y no dan de comer a las más de diez bocas que hay por casa, según cifras de la Alcaldía Local.

pequeño supermercado, dice que hace unos años el barrio parecía un desierto porque cuando los empleados del Acueducto intervinieron los tubos del alcantarillado, “rompieron todo y se demoraron como tres años en terminar la obra; por acá no pasaban más que los aviones, y el barrio parecía estar en obra negra”. Y agrega con ironía, en alusión a su nombre, que en Arabia solo faltan los camellos y uno que otro “majito”. Leonidas Arias advierte que es mejor guardar la cámara porque los ladrones “no son árabes petroleros, sino raponeros”, que se ocultan en las sombras de la noche, oasis para los delincuentes. La ruta de bus que se lee en el letrero “Fontibón, Salitre Plaza, Modelia, K100, Arabia, San José” circula por vías que no gozan aún del Transmilenio, sino de un transporte público obsoleto; y en lugar de vivir de regalías por el petróleo, la mayoría de sus habitantes vive de un salario mínimo, y otros no del harén, sino del harán: harán lo que a diario salga, pues deben rebuscarse la vida como vendedores informales. Calle comercial de Arabia.

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Palermo, jardín con clínica Por: Juan Sebastian Toro vacamul@hotmail.com Barrio: Palermo Localidad: Teusaquillo Ubicación: Calle 39 hasta la 48, carreras 14 y 15. El Palermo bogotano no tiene puerto como la ciudad siciliana; ni jardines, ni zoológico, como el tradicional barrio argentino que rindió este homenaje a Italia, pero sí vestigios de la arquitectura inglesa de los años treinta. Algunas casonas que alojan restaurantes e institutos conservan los techos de dos aguas, las paredes de ladrillo, las ventanas con marcos de madera y los antejardines colmados de rosas y geranios, cercados por una reja de hierro. El barrio, trazado por la firma Ospinas y Cía. en 1932, ocupó los predios vacíos que habían sido utilizados para la Exposición Nacional del IV Centenario de la fundación de Bogotá, en 1938.

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Aunque muchos predios han sido demolidos y en su lugar se han construido edificios hasta de seis pisos, se mantiene la fisonomía de las casas uniformes y adosadas, en su mayoría de dos pisos. Los árboles, que se encuentran a lo largo de todas sus calles y en los patios traseros de las casas, son pulmones que ayudan a respirar a Palermo en medio de tres transitadas vías: la Caracas, con Transmilenio, y las carreras 17 y 24, con buses ejecutivos. Desde la calle 39 hasta la 48, es un barrio tranquilo y silencioso, excepto por la calle Casas tradicionales de Palermo.

47, entre las carreras 14 y 15, donde funcionan seis discotecas que compiten con merengue, vallenato, salsa y reggaetón, concurridas de jueves a sábado por estudiantes universitarios. Palermo tiene una iglesia y una clínica muy conocidas por sus habitantes. “La catedral de Santa Teresita, ubicada en la calle 44 con carrera 16, era donde uno se encontraba en misa con los conocidos porque todo el barrio iba a rezar al mismo lugar”, dice Alejandro Sánchez, quien vivió ahí en los años setenta. La Clínica Palermo, entre las calles 43 y 45, pasando la carrera 21 hacia el occidente, fue fundada en 1948 por las Hermanas Dominicas de la Presentación de la Santísima Virgen. En la década de los sesenta fue uno de los pocos edificios en Bogotá con ascensor, de manera que mucha gente, habitante o no del barrio, entraba a la clínica sonriente porque iba a usar tan innovadora atracción. “Cuando uno tenía que visitar a la tía enferma en el hospital, se ponía feliz porque iba a montar en ascensor”, cuenta Alejandro. Palermo también fue famoso por sus salas de cine. En la calle 45 con carrera 13 quedaba el Teatro Palermo y, frente a la iglesia de Santa Teresita, el Miramar. Sin embargo, con el auge de las salas múltiples, ambos cerraron. Desde su fundación, Palermo se ha caracterizado por ser un barrio de clase media y media alta. Y aunque algunas casas no las han pintado en años, es difícil encontrar una cuya entrada no esté decorada con flores, o una calle donde no haya un árbol. No será el jardín botánico del porteño Palermo, pero ofrece solaz a vecinos y visitantes.

Recuerdo parisino, olvido general Por: Daniella Mendoza daniella.mendoza88@gmail.com Barrio: París Gaitán Localidad: Engativá Ubicación: Avenida Ciudad de Cali con calle 90. Un portón blanco que encierra un terreno baldío es lo único que queda de lo que alguna vez fue la casa principal de la finca de los Avendaño París. Al menos eso cree Rafael Salamanca, presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio París Gaitán. Él recuerda vagamente la historia de una finca que iba desde la avenida Boyacá, pasando por el Quirigua, hasta el río Juan Amarillo. Dos señoras que circulan cargadas de bolsas confirman la historia y ofrecen más detalles: “El doctor Avendaño París fue uno de los generales que formaron parte de la Junta Militar que reemplazó al depuesto Rojas Pinilla”. En realidad, el general se llamaba Gabriel París. La Notre Dame de París Gaitán.

El barrio París Gaitán, fundado en 1931, entre el río Juan Amarillo y la actual autopista a Medellín —que en ese entonces era un camino de herradura—, es uno de los más antiguos de la localidad. Los vecinos recuerdan que ese terreno era una extensa finca. Hoy quedó reducido a unas pocas calles que se resisten a desaparecer entre los barrios La Española y La Serena. Los niños que juegan en el parque frente a la Junta de Acción Comunal no tienen idea del origen del nombre del barrio, se miran y se encogen de hombros. Tampoco saben nada la mujer que los cuida, ni la dueña de la cigarrería de la esquina. Tres señores mayores meditan en silencio frente a un taller de mecánica. Se mecen en sus sillas de plástico y responden que sí, “eso todo como que era una finca de una gente con mucho dinero”. Nadie más hace referencia al general París, menos a la Ciudad Luz. En las estrechas calles del barrio, tejidas por cables de electricidad de poste a poste, escasamente se filtra la luz. La gente camina por la mitad de la vía, sin mirar a los lados, porque los pocos carros que pasan ruedan lentamente para esquivar los huecos. En la única calle que podría llamarse principal se alternan todo tipo de negocios: cigarrerías, panaderías, talleres, papelerías y un par de peluquerías que ofrecen depilación láser. Lejos de Notre Dame, la pequeña iglesia del barrio París permanece cerrada, y los feligreses no parecen advertir las grietas de sus muros y el descolorido amarillo de sus ventanas. Al parecer, este pequeño barrio con doble nombre evoca más el origen popular del caudillo Jorge Eliécer Gaitán que la glamurosa metrópoli, y menos al general París, de breve mandato. Parisino echándose un motoso.

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¿Quién era La Española? Por: María Camila Sánchez González maca9208@hotmail.com Barrio: La Española Localidad: Engativá Ubicación: De la transversal 76 hasta la carrera 86 y desde la diagonal 85 hasta la diagonal 82. El nombre de este barrio de estrato tres es un misterio incluso para sus fundadores. En 1967, estos terrenos le pertenecían a Currea Aya y Uribe, la urbanizadora y constructora que identificaba el terreno como Hacienda La Española. Ese año, el Instituto de Crédito Territorial decidió comprar una parte del terreno a los propietarios y empezó a construir. La primera etapa del barrio se inició en la calle 81, con 156 casas de 6 metros de frente por 18 de fondo. Las primeras familias del barrio fueron los Moreno, los Carranza, los Ortiz y los Duque. A los seis meses, se consolidó la segunda etapa con casas más pequeñas. Los propietarios debían pagar a Currea durante cuatro años el terreno, y los siguientes seis años, al Instituto de Crédito.

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En este proceso fundacional, el señor Carlos Carranza —presidente de la primera Junta de Acción Comunal—, quiso conseguir ayuda del embajador de España: “Era un lamberico con el embajador”, dice Carlos Moreno, vocal de la primera Junta. Consideró como mejor opción rendir un homenaje a España dando nombres de ciudades españolas a los nuevos parques y poniendo una placa al embajador de España. “La placa ayudó con alguito de dinero para el barrio, pero nada relevante”, dice Moreno. Nombres como Andalucía, Zaragoza, Valladolid y Las Acacias son algunos de ellos. Pero, ¿quién o qué era La Española? Eso es lo que aún se preguntan unos pocos vecinos inquietos por la historia. “Era dificilísimo el acceso al barrio”, asegura Gilma Muñoz, que ha vivido en el barrio desde hace 44 años. Su único medio de acceso era el “troli” (trolley) que pasaba por la calle 80. “Tocaba caminar mucho para transportarse”, dice Muñoz. Con ayuda de la Junta de Acción Comunal, llegó al barrio la primera ruta de buses, Expreso Moderno, que recuerdan con afecto sus habitantes por el servicio que les prestó. Hacia 1970, empresas como Republicanos y Continental empezaron a enviar sus rutas por el barrio. Hoy, llegar a La Española es muy sencillo. El barrio limita al norte con el Gaitán París; al sur, con los barrios Tisquesusa y Andalucía; al oriente, con el barrio Morisco, y al occidente, con Los Cerezos y Primavera

Los parques que deleitan a los españoles.

Norte. Su calle emblemática es la diagonal 83, donde se levantaron las primeras casas, y la principal es la transversal 76, por la que pasa la mayor parte de las rutas de buses y los alimentadores de Transmilenio. Colindan con el barrio avenidas principales, como la Ciudad de Cali y la calle 80. A diferencia de muchos barrios de Bogotá, la iglesia tuvo un atropellado proceso de construcción. En 1968 las misas eran celebradas al aire libre por el padre Enrique Valencia, y las familias se turnaban los domingos para invitarlo a almorzar. Cansados de la calle, decidieron hacer bazares y recolectar dinero para la capilla. De esta forma, Valencia construyó una precaria capilla sobre la carrera 85, pero fue expulsado por la comunidad porque tomó más de la mitad del dinero que habían recolectado para comprarle una casa a su madre. Un padre lo reemplazó, y al poco tiempo la comunidad lo destituyó porque dejó embarazada a una de las niñas del sector. Hasta que en 1980, el padre Gustavo Beltrán construyó con dinero de la feligresía el templo de Santa María de Jesús. Junto a este, construyeron el centro de salud, operado por el Hospital de Engativá, y el salón comunal, que está abandonado porque aún no han legalizado el terreno. Lo que más quiere la gente del barrio son sus 14 parques, aunque no se ven muchos visitantes. Por cada cuadra hay un parque que los vecinos mantienen en buen estado. “Es el emblema de nuestro barrio, amamos la naturaleza y la belleza de nuestros parques”, asegura Carlos Moreno. Pese a que la mayoría de placas de los parques se las han robado o se han caído, los parques Ciudad Roma y Los Fundadores —mal llamado de Las Palomas— son los más cuidados por sus habitantes. En sus bancas los abuelos especulan y suspiran por La Española, que morirán sin conocer.

El Nueva York de Kennedy Por: Daniela Anzola C. danianzola@hotmail.com Barrio: Nueva York Localidad: Kennedy Ubicación: De la avenida Ferrocarril del Sur a la avenida Boyacá; de la calle 40A a la 39A Sur y de la Avenida Boyacá a la carrera 63.

El presidente estadounidense John F. Kennedy murió en 1963 sin saber el legado que le dejó a Bogotá. Aunque la visita causó revuelo en el país gracias a la fundación de Ciudad Techo —una urbanización de 12.000 viviendas construida con los aportes de su proyecto político Alianza para el Progreso—, jamás se imaginó que la localidad más poblada de la capital, con un millón de habitantes, sería rebautizada con su apellido. Fue así como en 1964, el nombre de Ciudad Kennedy reemplazó al de Ciudad Techo e inspiró la creación de diferentes barrios que soñaban con tener un nombre gringo. Fue el caso de Nueva York, cuyos inicios se remontan a 1972, cuando era un terreno baldío de la empresa Provivienda. Entonces, varios de sus actuales habitantes construyeron vivienda sin tener escritura, por lo que a este sector se le empezó a conocer como ‘La Invasión’. Salvador González, expresidente de la Junta de Acción Comunal, fue uno de los primeros residentes. Llegó en 1973, cuando había unas pocas casas y fue testigo de la fundación ese mismo año. Ese día, el padre Rogelio Ruiz decidió que ‘La Invasión’, pasaría a llamarse Nueva York. El Nueva York de Kennedy y su original no se parecen en nada. Aquí se escucha el vallenato a todo volumen en las calles polvorientas, se aprecia a las niñas caminando hacia el Colegio Alfonso López, se ven carretilleros cargando frutas y verduras, se huelen las ollas de comida a las 12 en punto del día y se ven los mecánicos en los talleres. No cuenta con los más de 4.000 edificios altos que invaden el cielo de Manhattan, pero sí con aproximadamente 630 casas apeñuscadas. Según Salvador, Nueva York es un “barrio ejemplo”, pues en 1986 la localidad de Kennedy contaba con 900 barrios piratas, y este fue uno de los primeros en conseguir escrituras. Además, como antes todo era “de contrabando”, se hicieron enormes esfuerzos para construir todo; el barrio no contaba ni con acueducto ni con energía y mucho menos con calles pavimentadas. Gracias a los esfuerzos de la Junta del barrio y a los

aportes de la comunidad, se pavimentaron 24 de las 28 calles actuales y se instalaron los servicios públicos. Salvador afirma que fue una lucha difícil de librar, pues hizo hasta lo imposible por incursionar en diferentes círculos políticos. Logró ser escuchado por Julio César Turbay y Alfonso López Michelsen, que le ayudaron a conseguir citas en la Secretaría de Obras y en el Acueducto. Gracias a esto, Nueva York logró salir adelante, pues en palabras de González “el que no hace política no consigue nada”. Hoy, María Oliva, actual presidenta de la Junta, afirma que Nueva York se ha deteriorado, pues la asistencia a las asambleas es mínima, y la gente ya no está dispuesta a aportar dinero, como lo hacían antes. Según ella, Emel Escamila, presidente de la Junta entre 2001 y 2003 “es un comunista que estaba acabando con el legado de Salvador”. María afirma que el barrio necesita arreglar sus calles, principalmente la transversal 72, entre las calles 39A y 40. Asimismo, uno de los principales problemas que agobian al barrio son la delincuencia común y el comercio de drogas, como el New York de las películas. Aunque este Nueva York es sombrío, con calles sin pavimentar y fachadas de ladrillos mal puestos, cuenta con una comunidad alegre y emprendedora. Muchos de sus habitantes quedan estupefactos cuando se les pregunta por el nombre del barrio; otros, como el carnicero, Mauricio Rivera, responden con seguridad que “el señor que lo fundó tiene ese apellido, Nueva York”. No será la capital de la moda, pero sí se consiguen sandalias y zapatos de cuero al mejor precio. Aunque no ha sido objeto de atentados terroristas ni tiene rascacielos, la vida allí es de alto riesgo. Nueva York made in Bogotá

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Los mercaderes de Venecia Por: Laura Tobón Yepes lalitatobon@hotmail.com Barrio: Venecia Localidad: Tunjuelito Ubicación: Limita al oriente con la Escuela de Cadetes General Santander; al occidente, con el barrio Laguneta; al norte, con los barrios Alquería, La Fragua y Ospina; al sur, con los barrios Fátima y San Vicente Ferrer.

Cientos de historias de amor hablan sobre góndolas donde los amantes se besan bajo la luna llena de Venecia, Italia. Pero ninguna transcurre en un barrio al sur de Bogotá, con el mismo nombre de la ciudad de los tórtolos, que pueden flotar sobre mesas y armarios después de una inundación. Pero más que los desastres invernales, el evento inolvidable para Venecia fue la visita del Papa Pablo VI, quien pidió ir a un barrio de escasos recursos para oficiar una misa el 24 de agosto de 1968.

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Venecia es un barrio comercial donde se intercambian a la luz del día artículos de consumo. Cuando se pone el sol, las actividades comerciales se relacionan más con la prostitución y el robo simple o armado; ‘comerciales’, porque para algunos venecianos la mercancía que se sustrae en la noche se vende en el día, sin escrúpulos. En 1958, este terreno fue loteado por la urbanizadora Ospina y Cía. En esa época, el sector se conocía como Mercaderes de Venecia.

La Laguna, porque quedaba en la parte alta de las lagunas y humedales del río Tunjuelito. Por eso los primeros habitantes del barrio decidieron cambiarle el nombre por el de Venecia, como la ciudad italiana, no por su belleza, sino por la cantidad de agua que los rodeaba. Luego realizaron el protocolo de nombramiento del barrio mediante un comunicado que enviaron al Vaticano, y el 11 de octubre de 1960 fue legalizado el barrio. “Nosotros sabemos que nuestro barrio tiene el mismo nombre que una ciudad de bien lejos; pero creo que ninguna de las personas que vive en mi barrio haya ido allá. Si no tenemos para resanar nuestras casitas, ahora menos para pensar en viajar. Ni yo, ni ninguno que conozca siente complejo por no conocer otras ciudades; nosotros somos venecianos y tenemos cosas más grandes por las cuales preocuparnos, como llevar comida a nuestras casas todos los días”, dice Ismael Rodríguez, comerciante y uno de los más de 14.000 habitantes del barrio. Además, las inundaciones son parte de la rutina, dado que al menos una vez al mes el agua se desborda y afecta las viviendas. Aparte del agua, hay un vínculo cultural entre las dos Venecias: la Bienal. Pero mientras la bogotana explora formas de aproximación entre el arte y el barrio, la italiana está dirigida a la élite internacional del arte contemporáneo. La Bienal Popular de Venecia (Bogotá) comenzó en 1995, organizada por unos artistas jóvenes, liderados por Franklin Aguirre, que no podían acceder a salones importantes para exponer. La primera versión usó los mismos conceptos de la Bienal de la Venecia italiana, pero con referentes culturales propios. Así que no estamos tan lejos.

Javerianos catalanes Por: Grace Acosta grace.acosta.gamboa@gmail.com Barrio: Cataluña Localidad: Chapinero Ubicación: Limita al norte con la calle 45; al sur, con la calle 39; al oriente, con la avenida Circunvalar, y al occidente con la carrera 7ª.

De las 24.500 personas que en promedio llegan a diario a la Pontificia Universidad Javeriana, pocas sabrán que se encuentran al nordeste de la península Ibérica; y es que el barrio Cataluña abarca las 18 hectáreas que comprende el campus. Sus paisajes y arquitectura no tienen precisamente un aire español. El área residencial comprende tan solo dos cuadras de las cuales una de ellas, la carrera 4ª con calle 43, está convertida en un parqueadero público. Algunos de sus habitantes residen en el barrio desde hace más de 30 años —como doña Berta, la más veterana—, pero no conocen la historia de Cataluña.

Cataluña, el barrio javeriano.

Incluso, en la Alcaldía Local de Chapinero desconocen su ubicación y aducen que, como el barrio no tiene junta administradora local, carecen de información. Pero el portero de la residencia de los jesuitas dice que sí hay una junta y que hace poco determinó poner vigilantes en el sector para evitar los robos nocturnos. En la Panadería y Pastelería Millapán, ubicada en la esquina de la carrera 5ª con calle 43, se reúnen algunos de los abuelos del sector a tomar aguardiente o jóvenes a comer un refrigerio. Sin embargo, al otro extremo de la calle se encuentra una improvisada carpa donde Gilma, ‘la Mona’, vende a los estudiantes mecato, bebidas y cigarrillos desde hace cinco años. Además, Cataluña estrenó un pequeño hotel el año pasado que, sin tener letrero a la vista, mantiene una alta ocupación de extranjeros y eleva la población “flotante” del barrio, el cual se desocupa en época de vacaciones. Juan Wilfrido, residente del sector desde hace siete años, cree que “el señor que donó la tierra donde fue construido el barrio era un español devoto de la virgen de Cataluña y en honor de ella le puso su nombre al barrio”. Sergio dice que donde está actualmente la Universidad Javeriana había un monasterio de catalanes y por esto empezaron a llamar al barrio como la provincia española. Por el contrario, según Judith, los jesuitas que fundaron la zona llamaron Cataluña a la hacienda donde vivían y así se fue conociendo el sector. O como dice doña Berta, que lleva 30 de sus 85 años viviendo en el barrio, simplemente “se llama así porque como aquí a todo le quieren poner nombre español…”.

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Ginebra con chocolate Por: Alejandra Díaz Baldocchi adiazbaldocchi@gmail.com Barrio: Ginebra Localidad: Usaquén Ubicación: De la calle 129 a la 134 y de la carrera 7ª a la 9ª. ¿A qué sabrá un pandeyuca dentro de un fondue? ¿Un bocadillo con queso emmental? Unas pocas casas con tejas españolas, rodeadas de árboles tropicales, cerezos, cauchos y eucaliptos caracterizan el barrio Ginebra. Un sitio lleno de zonas verdes, parques amplios y limpios, y casas que poco a poco son reemplazadas por edificios. Las nuevas edificaciones conservan nombres suizos como Zúrich, Berna, Bella Suiza o Ginebra Oriental, y otras mantienen el estilo arquitectónico de la ciudad europea.

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Las señoriales casas que le han ganado la pelea a los edificios.

Pero ¿qué pasa todos los días, cuando don Fausto se para en la esquina de la calle 129 con carrera 8ª a vender tamales? ¿Será que eso se parece a la Ginebra suiza? ¿Los buses de la 7ª?, ¿Los huecos en las aceras? ¿Los grafitis en las paredes? ¿Los mendigos pidiendo plata? Lejos estamos de la ginebra europea que se intentó recrear hace 50 años en Bogotá. El barrio adoptó su nombre influido por un barrio vecino, Bella Suiza, que a su vez lo tomó del restaurante de un suizo, situado en la carrera 7ª con calle 128, famoso por sus salchichas con chucrut, donde el olor a pan toscano y a frutos secos atraía a los comensales; en su lugar hoy funciona un concesionario de autos. “Es triste ver que esas casas con jardines y flores las reemplacen por edificios que quitan la vista y nos llenan la zona de carros”, dice Yolanda Bautista, una señora mayor que creció en el barrio Ginebra. “No es lo mismo tener tres vecinos que tener treinta en un mismo espacio”, agrega. Juan José Sánchez, que lleva viviendo allí unos 30 años, comenta que el ruido de los camiones con tantas construcciones acabó con la tranquilidad del barrio. Pero la Ginebra capitalina sigue siendo un barrio agradable y seguro. Los parques se mantienen intactos, pues los habitantes cuidan las zonas verdes, y cuenta con dos CAI y vigilancia 24 horas. Eso hace que los residentes vivan como sus homólogos en la Ginebra suiza. Pero como todo tiene un costo, una pareja de recién casados que compró apartamento en el barrio, piensa que Ginebra se llama así porque “los precios parecen en euros; todo está escandalosamente caro”.

El lujo de los parques suizos.

Fotos: Alma García.

¡Santa Bárbara bendita! Por: Diana Gutiérrez dianacrisgf17@hotmail.com Barrio: Santa Bárbara Localidad: Usaquén Ubicación: De la calle 125 a la 113 y de la carrera 7ª a la autopista Norte. En 1539, los españoles comenzaron la construcción del pueblo de Usaquén, que comenzó llamándose Santa Bárbara de Usaquén. El barrio adquirió el nombre por el templo de Santa Bárbara construido en 1914 en la plaza del pueblo. La ciudad californiana del mismo nombre fue bautizada también por influencias religiosas, pues allí se construyó un monasterio de los franciscanos españoles el 4 de diciembre de 1786, día de la santa. Las casas que ocupaban el occidente de Usaquén pertenecían a gente influyente, como Tomás Rueda Vargas, propietario de la Hacienda Santa Ana, que luego dio nombre al barrio y al centro comercial. Pero muchas casas de Santa Bárbara, amplias y con balcones coloniales, han sido derribadas para dar paso a los edificios. “El sector gusta mucho y se ha valorizado bastante porque todo queda muy cerca, por eso están tumbando las casas para urbanizar”, dice Marta Forero, habitante del barrio. Entornos amables en Santa Bárbara del norte.

La avenida Pepe Sierra o calle 116 tiene este nombre por José María Sierra, un empresario paisa que llegó a ser el hombre más rico de Colombia e invirtió mucho dinero en terrenos donde se construyó esta avenida, límite de las haciendas de El Chicó y Santa Bárbara, cada una con sus casonas del siglo XIX, una hoy día convertida en museo y parque, y otra en centro comercial. Al recorrer la avenida Pepe Sierra y la calle 122 se aprecia el fácil acceso a entretenimiento, comida y centros comerciales, como si estuviéramos en California, pues hay vitrinas elegantes y palmeras en algunos andenes, aunque aquí estemos a 2.600 metros sobre el nivel del mar. Entre la carrera 15 y la avenida 19 hay todo tipo de establecimientos comerciales y restaurantes que le dan un aire internacional al barrio. Quien transite estas calles encontrará almacenes de muebles, tiendas deportivas, piñaterías, supermercados y hasta las tiendas de barrio que curiosamente tienen nombres extranjeros, como Málaga o Nueva Zelanda. El barrio también atrae nuevos residentes, según la señora Consuelo Robayo, “por la cantidad de parques y zonas verdes donde uno puede salir a tomar el sol, con los nietos o pasear al perrito”. Aunque es un barrio estrato seis, hay opciones para todo aquel que lo visite o resida en él: cabinas telefónicas y cafés internet, cerrajerías, vendedores de aguacate y mango biche, y en las cigarrerías venden tamales que envían a domicilio. Ese paisaje más colorido es el que enmarca el Santa Bárbara Sur, de la localidad Rafael Uribe Uribe y el de La Candelaria, uno de los barrios fundacionales de Bogotá, que se está cayendo a pedazos. Santa Bárbara con sus amplias avenidas y andenes.

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Japón en los rines

El balcón de la ciudad

Por: Francesca Fichera francescafichera@me.com

Por: Lorena Rueda lorenita.rueda@gmail.com

Barrio: Japón Localidad: Suba Ubicación: De la calle 128C a la avenida Ciudad de Cali y de la carrera 93 a la 95.

Barrio: Egipto Localidad: La Candelaria Ubicación: De la calle 8ª a la 12 t de la carrera 1ª a 7ª Este.

En este Japón situado en lo profundo de la localidad de Suba, entre el humedal Juan Amarillo y el barrio El Rincón, no circulan los últimos modelos de la industria automotriz porque escasamente cabe un carro por sus estrechas calles. Los habitantes caminan por el entramado de callejones, juegan fútbol y miran mal a cualquier “forastero”.

Llegando por la avenida Circunvalar, se asoma como un parador con sus empinadas escaleras la iglesia de Nuestra Señora de Egipto —declarada Monumento Nacional en 1990,—cuyo origen se remonta al siglo XVI, cuando el padre Jerónimo de Guevara y Troya decidió construir en el “patio de los naranjos”, una de las primeras ermitas de la ciudad.

Estos japoneses tienen mala fama. Se dice que antes de la ampliación de la avenida Ciudad de Cali, en el 2004, nadie podía entrar al barrio, o lo hacía bajo su propio riesgo. Fue escondite y hogar de drogadictos y ladrones desde su creación, en 1993, cuando fue bautizado Japón, nadie sabe por qué. Hoy en día, y gracias a la ampliación de la avenida, el barrio tiene más circulación y más seguridad; sin embargo, sigue siendo peligroso, sus habitantes lo saben y hasta bromean con la fama del lugar: “Ahora sólo robamos por la noche”.

El barrio se desarrolló durante el siglo XVII alrededor de la iglesia, y también como paso obligado de quienes subían hasta la ermita de La Peña, otro hito religioso en los cerros; posteriormente creció como un barrio popular en la periferia de la ciudad colonial, y fue legalizado en 1996.

Japón es pintoresco. Sus casas, algunas hechas de cemento, otras de lata, unas de un piso, otras de hasta tres, están pintadas de diferentes colores, incluso una donde funciona un jardín infantil tiene decoradas las paredes como si fuera un castillo medieval. Cuando se llega a la zona comercial, se empieza a entender el porqué del nombre: puestos de frutas y verduras en las calles, baldes, cajas, juguetes y hasta animales domésticos están a la venta en plena calle, como en cualquier mercado asiático. Algo compartido con el Japón real es el escaso espacio disponible por habitante: pese a que aquí no existen los hoteles cápsula, sí se encapsulan sus habitantes en los reducidos espacios de las viviendas construidas por sus mismos dueños. Salón comunal del Japón.

El barrio se desarrolló durante el siglo XVII alrededor de la iglesia; posteriormente creció como un barrio de invasión y fue legalizado en 1996. Egipto es un laberinto de casas y angostas calles de piedra que abarca diez hectáreas. Los tonos grises, amarillos y terracota contrastan con el verde del cerro de Guadalupe. Su plazoleta se ubica a los pies de la iglesia, mientras su plaza de mercado, Rumichaca, queda a tres cuadras al Este, sobre la Circunvalar. Debido a la construcción de la avenida de los Cerros, la plaza de mercado —fundada en el siglo XIX— quedó partida en dos; ahora tiene escasamente 15 puestos de frutas y verduras. En uno de estos puestos trabaja Rosa, que ha vivido toda la vida en este barrio y reconoce que “siempre fue importante para la gente, pero ahora solo hay delincuencia, desempleo y descuido”. Egipto conserva parte de su arquitectura colonial y sus casas han sido heredadas de generación en generación, al igual que los oficios tradicionales, como la forja, que acerca a sus artesanos con los árabes. Algunas casas todavía ofrecen este servicio y exhiben las obras de sus antepasados. El barrio conmemora, desde hace 95 años, la visita de los Reyes Magos al niño Jesús. Esta tradición del 6 de enero está tan arraigada entre los habitantes que en las representaciones teatrales participan activamente desde los más pequeños hasta los adultos mayores, y las fiestas se completan con bazares y espectáculos

musicales. En el 2005, el Concejo de Bogotá declaró esa celebración de Reyes como patrimonio cultural de la ciudad; sin embargo, desde la prohibición de la pólvora en el 2003, las fiestas comenzaron a apagarse. Según Aureliano González, que lleva viviendo en Egipto más de 30 años, “el barrio perdió la relevancia que le daba la ciudad y ahora es parte del olvido de los bogotanos”.

La Iglesia declarada Monumento Nacional en 1990.

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Callejones de Egipto.

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[DIVINO rostro ]

El consuelo

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Fotos: Camilo Salazar, Andrés Virviescas y Eliana Samacá

Por: Eliana Samacá eliana.samaca@gmail.com

de Ana

Ana Caballero de Gómez fundó hace 50 años en Bogotá la Academia Anna Pavlova, que heredó su hija Ana Consuelo, quien comenzó a bailar a los tres años y desde entonces no ha parado de hacerlo, de enseñar, de montar coreografías, de experimentar. Hace diez años fundó el Grupo de Danza Experimental de Bogotá para explorar otros lenguajes, y este diciembre estrena La Bella Durmiente. Perfil de la maestra, otra oveja díscola de la familia Caballero.

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Bailarinas de La Bella Durmiente, estreno del Ballet Anna Pavlova en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán. // Foto: Camilo Salazar

A comienzos de 1961, Ana Caballero de Gómez y el maestro inglés Henry Danton abrieron la Academia Anna Pavlova en una Bogotá provinciana donde las señoras de alta sociedad veían el ballet como un hobby para que sus hijas moldearan sus cuerpos. Ana Caballero acababa de enviudar y abrió la academia para tener una fuente de ingresos y para que su hija pudiera continuar en el Ballet de París, donde estaba contratada. “Ella soñaba con que yo tuviera un sitio donde trabajar en Bogotá; me dio la oportunidad de ser independiente económicamente toda mi vida”, comenta Ana Consuelo. Cuando abrieron la academia los comentarios del círculo social y familiar no se hicieron esperar. “¡Qué horror! En el sermón del domingo en La Porciúncula, el cura dijo que han abierto una academia para que las niñas levanten las piernas. ¡Qué indecencia!”, le dijo una amiga a Ana Caballero. Cuando la hija habla de su madre, su rostro se transforma y su voz se quiebra: “Mi mamá significó todo, sin ella no habría sido una milésima parte de lo que soy, por el apoyo que me dio. Ella siempre estuvo ahí para mí hasta su último aliento; su apoyo en mi vida personal y artística fue absoluto. Eso es inolvidable”. Tan imborrable para ella como su madre es Tamara Toumanova, “la bailarina rusa que encendió en mí la llama del deseo irremediable de bailar”. A los siete años, Ana Consuelo vio bailar a la Toumanova en el Teatro Colón; su mamá la llevó al camerino, donde la bailarina la besó en la mejilla y ella lloró, “pues había sido tocada por el arte”.

Ana Consuelo en los inicios de la Academia. // Fotos archivo personal.

Y, claro está, la bailarina rusa Anna Pavlova, a quien su abuelo Lucas Caballero vio bailar en París, y a quien dedicó su academia: “Mi tributo personal a una gran artista, que le mostró la danza a mucha gente que no la conocía”, dice, sin olvidar a Isadora Duncan, “una artista que le dio libertad a la danza: la primera que bailó con el pelo suelto, descalza y en túnica en el estilo que más admiro por su libertad y su pasión por la vida”.

La ‘tía Pavlova’ Ana Consuelo es nieta de uno de los generales que combatieron en la guerra de los Mil Días y que firmaron el Tratado de Paz de Wisconsin; sobrina de los escritores Eduardo y Lucas Caballero Calderón ‘Klim’, y prima del columnista y caricaturista Antonio Caballero, del pintor tempranamente fallecido Luis Caballero y de Beatriz, teatrera y escritora. Con esa predisposición genética se inclinó por la danza y por la escritura.

Ana Consuelo interpretando a Giselle.

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Como su madre, que llenaba libretas y libretas de apuntes, Ana Consuelo escribe después de sus largas jornadas de clases y ensayo; en su habitación, forrada de libros, películas y música, se aprecian pilas de libretas en las que consigna el movimiento de su mente inquieta e insomne. Publicó un libro de poemas, Dolor oscuro y profundo; tiene otro inédito (Sarcófago de cristal), y prepara sus memorias (Amores incompletos y El rostro oculto): la historia de una mujer rebelde y heterodoxa en una sociedad hipócrita. Fue irreverente desde niña y siempre contó con el apoyo de su padre, Manuel Gómez Echeverri, dueño de la cadena Droguerías Reales en Bogotá, que quería lo mejor para su única hija y sus dos hijos. Su primo Antonio le dijo hace poco: “Mi tía Pavlova —apodo que él le había puesto a Ana Caballero— le dio a usted una educación que no tuvo ninguna mujer de la familia ni de la época; usted fue educada para ser lo que es”. “Mi vida fue atípica: mi madre me dio una educación no convencional. Tengo una mentalidad libertaria sin ser libertina, y soy liberal, de ideas que se acomodan muy poco a las que tiene la gente sobre el papel de la mujer en la sociedad y en el arte”, agrega ella. A los tres años de edad ingresó a una escuela recién fundada en Bogotá, la de Magda Brunner, esposa del {30}

Ana Consuelo y Jaime Díaz en El Corsario Negro.

embajador de Austria en Colombia. Hoy recuerda que era muy tímida, pero se esforzaba para alcanzar el sueño de ser bailarina porque la disciplina ha sido un rasgo de personalidad. Su niñez y adolescencia fueron agitadas entre el colegio (que odiaba intensamente), la pasión por bailar y las clases de piano. Estudió en The School of American Ballet, de Nueva York, tras pasar exigentes pruebas. Estudió desde los siete años entre Nueva York y París; por eso el francés y el inglés fluyen espontáneamente cuando está en el salón de clase, alternados con enfados muy castizos, porque su búsqueda de perfección suele chocar con la despreocupación de algunos bailarines que llegan tarde a los ensayos o no prestan atención. Y no hay nada que a esta mujer, que ha tallado cada músculo de su fino cuerpo con disciplina de hierro, le indigne más que la pereza. Los mejores recuerdos que tiene como estudiante son de Nueva York y de París: “Los maestros con los que entré en contacto me abrieron el mundo; hasta ese momento mis experiencias eran muy provincianas. Ellos habían dedicado toda su vida a la danza profesional”. Y se acuerda de cada uno: Natasha Boskovic, Olga Preobajesnka, Elvira Ronè, Sulamif Messerer, Henry Danton, Vladimir Dokoudovsky, Eric Volodin y Kiril Pikieris. Hay otros hechos que en su momento le amargaron la vida, pero que hoy son anécdotas para su libro de memorias. Cuando regresó a Bogotá después de su estadía en Nueva York, tuvo que aguantar comentarios de la familia, como que estaba muy delgada quizá porque su mamá le prohibía comer. “Déjenos verle bien las piernas, niña; dicen que a las bailarinas de ballet se les engordan las piernas por el exceso de ejercicios y se les acaban los senos”, reproduce la frase con voz impostada. Ella les contestó que le miraran bien las piernas y se subió la falda —para escándalo de los presentes— y aseguró que eran perfectas para una bailarina.

Amores en punta En su juventud, Ana Consuelo salía en los periódicos y asistía a eventos convocados por la alta sociedad bogotana, aunque siempre se sentía incómoda y obligada por las circunstancias. Cuando regresó de París, su madre celebró una cena blanca en su casa del barrio El Nogal, en la cual presentaría a su hija en sociedad. A los 18 años, recién desempacada de Europa y casi con las zapatillas en la mano, contrajo matrimonio con Julio Montoya Sáenz. Aunque él habría preferido que se dedicara al hogar, ella prefirió seguir su camino artístico bailando y enseñando hasta la

víspera del nacimiento de su primera hija, María del Carmen. Pronto llegó la separación y la época más difícil de su vida por la imposibilidad de ver a su niña; fue la comidilla de la sociedad “por haber roto el sagrado vínculo del matrimonio”. Su segunda relación, más larga y estable, fue con el bailarín Jaime Díaz Fajardo, padre de sus dos hijos, también bailarines profesionales: el mayor, Felipe, está vinculado al Het Nationale Ballet, de Ámsterdam, y Jaime Francisco baila en el Boston Ballet. Aunque hace años dejaron de ser pareja, siguen siendo socios de la Academia, donde Jaime trabaja como profesor y codirector. “Hemos llegado a un estado perfecto de amistad y complicidad, somos los mejores amigos y los padres de nuestros hijos”, dice Ana Consuelo.

La Academia Anna Pavlova a comienzos de los sesenta. A la derecha, Ana Caballero y el maestro Henry Danton. // Foto Archivo familiar. // Foto archivo personal

Pero después de haber visto cuánto se quisieron sus padres, la pareja más inspiradora para ella, siguió soñando con ese amor inalcanzable, que a veces se materializa en un sublime pas de deux en el escenario.

“Apuñalada” en el escenario Como bailarina, Ana Consuelo recuerda una de las experiencias que marcaron su vida. Sucedió en el Teatro Colón, con apenas quince años, cuando se enfrentó sola a un escenario: “Pararte ahí y sentir en tu propia piel que todo ese sudor y vivencias te han llevado a ese glorioso instante… Había bailado antes en escenario, pero no había sentido ese impacto fulgurante como un puñal en el estómago”. Ella sigue siendo bailarina, pues participa en todos los montajes que realiza; salir a escena la apasiona “porque es ahí donde siento ¡que estoy viva!”. Otra de las facetas de su vida es la de enseñar. De esos maestros estrictos y disciplinados que tuvo, heredó su estilo de enseñanza. “El don de la pedagogía es difícil, no solo es impartir el arte, es saberle llegar al alumno. Los mejores maestros no son los más queridos, esto no se trata de ser el más querido, sino los que con la técnica y el amor enriquecen la danza que enseñan”, afirma. Después de haber bailado toda la vida, continúa estudiando: “Yo sigo siendo una estudiante, si yo no ejercito diariamente mi cuerpo, no puedo impartir clases con propiedad ni mostrarles a los bailarines qué quiero de ellos en las coreografías. No soy de las que se sientan a dar clase. No paro”. Para ella lo más importante es ver las ganas de aprender de los estudiantes. Se precia de ser una maestra que sabe discernir los talentos que tiene enfrente, así en ocasiones estén escondidos. “Puedo intuir en un

La maestra hoy, en ensayo. // Foto Eliana Samacá.

grupo de bailarines para qué rol serían buenos; ese es el talento del maestro. Ahora, uno tiende a identificarse más con unas personas que con otras porque uno tiene preferencias artísticas”, aclara. En uno de los salones de la Academia de Ballet Anna Pavlova, ubicada en el norte de Bogotá, está Ana Consuelo, rodeada de espejos y de barras, vestida con ropa algo excéntrica, pero cómoda. Atenta a cada movimiento, si una bailarina no domina alguno, ella se lo hace repetir las veces que sea necesario. La maestra hace los ejercicios con las alumnas, les indica lo que deben hacer, las observa con atención y cuando tiene que corregir a alguna lo hace a viva voz. “Yo puedo ser muy cariñosa, pero no soporto una cosa mal hecha; soy muy exigente. Soy educada, amable, gentil fuera de la clase; pero en la clase y en el ensayo soy implacable”, se autodefine.

“Vivo a la caza de temas” Ligada a las facetas de estudiante, bailarina y maestra, está la de coreógrafa, pues siempre está buscando ideas para sus montajes; por lo tanto, es una lectora obsesiva: le encantan la poesía, la historia de la humanidad, la literatura y la música (desde la clásica hasta la contemporánea, incluyendo la electrónica). Sus montajes se caracterizan por romper los esquemas

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Relaciones Peligrosas, estreno del 2011. // Fotografía de Andrés Virviescas.

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del clasicismo y por atacar los prejuicios y la doble moral de la sociedad. “Yo quiero ser creativa hasta el último momento que Dios me dé vida, entonces tengo que buscar qué quiero hacer mañana y no conformarme con lo que hice hoy. Vivo a la caza de temas, y ya estoy pensando qué voy hacer el año próximo en danza experimental”. Cuando Ana Consuelo fundó el Grupo de Danza Experimental de Bogotá en el 2011 se desató el escándalo en sus círculos cercanos: “Me masacraron por arriesgarme a hacer algo diferente, pero eso hace parte de mi naturaleza como mujer y como artista”. La primera obra fue Dolor oscuro y profundo, cuando la artista estaba pasando por un momento emocionalmente difícil: bailaba con el pelo suelto y descalza durante 45 minutos. Protagonizó a una Dama de las Camelias que moría de sobredosis. Una de las obras mejor recibidas por la crítica fue Juana la reina, la reina loca de amor. Posteriormente, estrenó La consagración de la primavera, Las intermitencias del corazón —en homenaje a su primo Luis Caballero— y Alexandros, basada en la vida y amores de Alejandro ‘el Grande’. Por último, Relaciones peligrosas, el montaje en el que dejó las entrañas, estrenado en septiembre del 2011. En esta adaptación de la novela del siglo XVIII de Pierre Choderlos de Laclos, el guión y la coreografía estuvieron a cargo de ella; además, interpretó el papel de la villana que orquesta la trama de engaños amorosos, a manera de cuadro de costumbres de la aristocracia francesa. “Estoy enamorada de Relaciones Peligrosas porque tiene mucho de mí, soy parte de todas esas mujeres:

un poquito de la Marquesa de Merteuil por la mirada cínica que tiene de la sociedad; me encanta el personaje tierno y amoroso de Madame de Tourvel porque yo he amado profundamente, y el amor me ha hecho sufrir; soy un poco del Vizconde de Valmont porque he tenido muchos amores; soy un poquito de Cecile de Volanges, joven y curiosa que quiere tener experiencias. El amor que Madame de Tourvel siente por Valmont es devastador y llega a destruir su integridad; yo he vivido eso como mujer”, enfatiza. No se queda callada, dice lo que piensa así le moleste al resto del mundo; reconoce que cuando niña su irreverencia le traía problemas y ahora le atrae enemigos. “Sigo siendo irreverente, yo digo lo que he visto, oído y vivido en esta sociedad; he llevado la vida que a mí me gusta sin necesidad de estar en contacto con la banalidad. Soy así, me molestan la doble moral y la hipocresía de la sociedad”.

La eterna lucha El Ballet Clásico Colombiano, la primera compañía que hubo en Colombia, con el tiempo se transformó en el Ballet Anna Pavlova y en el Grupo de Danza Experimental de Bogotá. Y si en un comienzo, cuando participó en innumerables giras por el país y el exterior y en festivales internacionales, tuvo el apoyo del Instituto Colombiano de Cultura, en los tiempos que corren la poca ayuda que recibe del Estado es mediante el sistema de coproducción, “lo cual es una ayuda restringida y, además, el pago lo dan atrasado”. “He luchado mucho en esta vida para que el Estado colombiano mire lo que yo hago; en los últimos tres

años he invitado a los ministros de Cultura a que vayan a ver la temporada del Ballet Anna Pavlova en el Teatro Bellas Artes, a que vayan a ver la temporada del Grupo de Danza Experimental de Bogotá en el Jorge Eliécer Gaitán y ningún funcionario va”. Los principales patrocinadores de la Academia han sido sus mismos propietarios, Ana Consuelo y Jaime Díaz. Han becado a jóvenes talentosos que no tienen los recursos para desarrollar esta carrera. Ana Consuelo dice que las únicas personas que los han apoyado en los últimos tiempos han sido Ximena Ochoa de Pastrana y Mónica Tapias, exalumnas del ballet. Quizá por ser tan crítica, ella dice que hay personas que siempre han negado su existencia como bailarina, coreógrafa y maestra, por lo que ha sido excluida de festivales nacionales, como el que realiza la directora de Instituto Colombiano de Ballet (Incolballet) en Cali. Pero queda la evidencia de su técnica y virtuosismo como bailarina en más de una veintena de montajes y de reconocimientos internacionales y en los exalumnos que triunfan en el exterior.

Ambiente de clase, a la derecha, contra la barra, la maestra rusa, Nadedja Podchikova.

En sus recuerdos de maestra figura el nombre de William Arroyo, director de una de las revistas de danza más importantes en España, y Giovanni Ravelo, quien trabaja en los ballets Trocadero, donde los hombres se visten de mujeres. Estos exitosos bailarines alguna vez pasaron por los salones de la academia Anna Pavlova.

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La inclusión de los hombres en el mundo del ballet no ha sido un trabajo fácil, porque en la sociedad colombiana subsiste el prejuicio de que el hombre bailarín es homosexual. “Aquí han estado dos o tres niños, duran un año, dos o tres, pero los padres los sacan, el tabú sigue latente en Colombia, en el mundo hay un respeto, una admiración por los bailarines hombres, que son vistos como artistas. Acá en Colombia nos falta mucho”, afirma el maestro Jaime Díaz. Sus grandes e incondicionales colaboradores en esta lucha por el arte han sido el codirector de la academia, Jaime Díaz, y la maestra rusa, Nadejda Podchikova. También incondicional ha sido Maruja de Prieto, ‘Marujita’, que le ha confeccionado los tutús desde que tenía 14 años y es la mano primorosa detrás del vestuario, junto con Laurean Tirado y, más recientemente, Adán Martínez, diseñador uruguayo de la Ópera de Colombia. Por otro lado, están los maestros de niños y jóvenes de la Academia: Catalina Guerrero y Santiago Muñoz, comprometidos en la formación de talentos. Para la maestra, las figuras que hoy se destacan en la Academia y en el Grupo Experimental son: Raquel Rivera y María Angélica Rodríguez; Vanessa Suárez y su hermana, Jessica (como Aurora y Princesa Florina

La maestra en ensayo.

en La Bella Durmiente); Nathalie Montaño, Margaret Arias y Adriana Possos, solistas del Grupo de Danza Experimental, que también tienen roles en el ballet, y María Canela Perea, la solista más pequeña, con 11 años. De los hombres destaca a Santiago Muñoz (Príncipe Désiré en La Bella Durmiente), Felipe Obregón, Sergio Martínez, Andrés Isaquita y Manuel Molano, actor y bailarín.

Sacerdotisa de la danza “Hacer un montaje teatral en Colombia reviste las características del viaje de Ulises a los infiernos en La odisea”, afirmó alguna vez Ana Consuelo en una entrevista. “Superados los obstáculos de la burocracia y después de tocar puertas infructuosamente para conseguir apoyo de la empresa privada, hay que suplicar en los medios para que difundan lo que costó sudor y lágrimas”, sigue diciendo Ana Consuelo, porque en las últimas décadas “la situación del sector cultural ha empeorado”.

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Alquimia con arena

Texto: Natalia Marriaga Martínez nmarriaga@gmail.com Fotos: Juan José Quezada y Natalia Marriaga

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La exhibición Maravillas del Mundo en Arena abrió su gigantesca "carpa" al público el 29 de octubre y estará hasta marzo de 2012 en un lote contiguo al Coliseo El Campín. Lo que los espectadores ven no es solo la representación de grandes monumentos históricos y arquitectónicos del planeta, sino la transformación de la arena en arte. La traductora del equipo de realizadores y artistas, testigo privilegiado de la elaboración de las esculturas, ofrece este particular recorrido.

{35} El imponente Taj Mahal.

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El sueño del Templo Bayon, Angkor Wat, Camboya Pabellón de Asia

Escena de construcción de las pirámides de Guiza, Egipto Pabellón de África

Una mujer sueña con el Templo Bayon, lo lanza al viento y el templo se vuelve real.

Trabajadores mueven bloques de hasta 2,5 toneladas para construir la pirámide.

Tras meses de negociación entre empresarios, representantes de artistas y realizadores de eventos, el 10 de septiembre de este año aterrizaron en Colombia tres holandeses con un sueño: instalar un mundo mágico en la carrera 30 con calle 63. Eppo Vogel, gestor del proyecto; Alec Messchaert, organizador, y Maxim Gazendam, director artístico, llegaron con el tiempo justo para realizar un evento de esta magnitud, y con la experiencia suficiente para exhibir, por primera vez en Latinoamérica, un centenar de esculturas de arena, de hasta ocho metros de altura. Aunque llegaron cansados y somnolientos después de la travesía por el océano Atlántico, quisieron hacer realidad ese sueño.

Para hacer una escultura de arena, esta debe ser compactada, pues solo así adquiere la textura precisa para que pueda ser esculpida sin desmoronarse. Este proceso requiere, primero, unas formaletas (cajas) de madera en las que se deposita la arena capa por capa. A cada capa se le agrega una gran cantidad de agua y se utiliza un canguro (máquina para aplanar y nivelar el suelo) para compactar. Tarea ardua; tanto, que en los dos días siguientes llegaron otros seis holandeses para colaborar en el proceso. Vinieron prestos para armar formaletas y sumergirse en el pantano que formó la arena mojada.

Emús, fauna terrestre, Oceanía Pabellón de Oceanía Aves corredoras similares y de la misma familia de los avestruces, pero nunca iguales. Tanto los colombianos como los holandeses tenían características similares, hacían oficios parecidos y, en últimas, trabajaban por la misma causa. Sin embargo, manejaban idiomas empresariales distintos y actuaban de manera diferente. Sus uniformes no eran los mismos, como tampoco sus alimentos. Por parecidos que fueran sus trabajos, jamás eran iguales. Cuando se conocieron los emús y los avestruces, se precisó un breve pero intenso período de adaptación para identificar y comprender sus diferencias, para adecuarse a sus dinámicas, para convivir en tolerancia. No obstante, había contrastes culturales muy marcados.

Torre Eiffel, París, Francia Pabellón de Europa Se mostró orgullosamente en la Exposición Universal de París en 1889. Hoy es una de las estructuras más visitadas del mundo. Siempre hubo disposición y buena voluntad, pero, como en todo proyecto de gran envergadura, se presentaron demoras, confusiones, dificultades, malentendidos en la comunicación, gritos, amenazas, vergüenza, decepciones. Muchas decepciones. Pasaban tantas cosas en un solo día, que transcurrida la primera semana, parecía que hubiera pasado un mes. Más discusiones, más altercados, mucha impotencia. El proyecto casi perece como la Torre Eiffel, que estuvo a punto de ser vendida como chatarra, pero la salvó el hecho de que también funciona como antena repetidora. Por su valor artístico y cultural, esta exhibición no podía sufrir el destino que se tenía previsto para la ‘Dama de Hierro’.

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Torre de Babel, Babilonia Pabellón de Asia Referencia bíblica que cuenta la historia de una torre con que los hombres pretendían llegar al cielo. Dios les asignó a todos idiomas distintos para que no se entendieran y nunca llegaran. Es preciso reiterar la fatigante tarea que tenían por delante. Los nueve holandeses eran claramente insuficientes para completarla solos, por lo que el equipo de trabajo también contaba con unos 40 obreros locales. Su interacción inicial se asemejaba a la Torre de Babel y aun cuando dos de los compactadores holandeses hablaban muy bien español, se requería la presencia constante de intérpretes. Sin embargo, con el paso de los días, sobre todo la relación entre compactadores holandeses y colombianos desarrolló su propio lenguaje corporal basado en la observación, la repetición y la camaradería. De ese modo, no tardaron en alcanzar el cielo.

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Panorámica de Nueva York, Estados Unidos Pabellón de América

Juanes (músico y activista), Shakira (cantante y activista) y Carlos Vives (cantante vallenato y rockero) Pabellón de Colombia Artistas colombianos de talla internacional (y un ‘colado’ que desconcierta a los visitantes: ‘Germán es el man’).

patas de cabra desarmaron formaletas. Bebiendo entre todos aproximadamente 400 tintos diarios, resistieron el frío y el cansancio, y con sus propias herramientas tallaron las maravillas que ahora se ven en la exhibición. Pero nunca visitaron las maravillas colombianas, pues fueron catorce días intensos del hotel al trabajo y de vuelta al hotel. Invirtieron su día libre yendo a la Catedral de Sal de Zipaquirá, que no forma parte de la exhibición. Iglesia de Las Lajas en Nariño, Colombia.

Después de dos semanas de carreras y una compactación más rápida de lo normal, llegaron a Bogotá 47 escultores de diferentes nacionalidades y con los trabajos más disímiles que uno podría imaginar. En el grupo había desde odontólogos hasta cazadores de cocodrilos, pasando por directores de cine y arquitectos. Ellos, basados en el trabajo de los compactadores, se encargaron de darle los toques finales al sueño de Maravillas del Mundo en Arena. Durante dos semanas, en jornadas de diez horas diarias, los escultores, pala en mano, removieron arena y con

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Colon ias

Esperando al

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Texto: Natalia Marriaga Martínez nmarriaga@gmail.com Fotos: Juan JOsé Quezada y Natalia Marriaga

señor Chang

Los comerciantes del Centro Comercial Galerías son chinos de la China, no de los otros tan nombrados por los cachacos. Hacen parte de la primera oleada de inmigrantes asiáticos que llegó a Bogotá en la segunda mitad del siglo XX, y abrieron una docena de locales hace más de diez años. La cronista trató de acercarse a ellos y se tropezó con una muralla de piedra, como la milenaria maravilla. Buda en arena.

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Estragon: Ya tendría que estar aquí. Vladimiro: No aseguró que vendría. Estragon: ¿Y si no viene? Vladimiro: Volveremos mañana. Estragon: Y después pasado mañana. Vladimiro: Tal vez. Estragon: Y así sucesivamente. Vladimiro: Es decir… Estragon: Hasta que venga. Samuel Beckett, Esperando a Godot Para celebrar sus 25 años, el Centro Comercial Galerías, ubicado en la calle 53 con carrera 25, está remodelando algunas zonas y se prepara para una gala. La idea es que Galerías sea un sitio popular entre los bogotanos —como lo fue su antecesor, Sears, el primer almacén por departamentos de la capital— y que siempre esté lleno de compradores. Este centro comercial de la localidad de Teusaquillo, cuyos dos pisos albergan más de 160 locales, brinda la posibilidad de elegir accesorios, ropa, calzado, gastronomía, salas de cine, agencias de viajes, bancos, sex shops y salas de belleza. Incluso cuenta con diez locales dedicados a la venta de mercancía china. Se ve que la mercancía sí es traída de China, pero no necesariamente es vendida por chinos. Los chinos son la cara del negocio y es posible encontrarlos supervisando las ventas y a veces interactuando con los clientes. No obstante, conseguir que hablen con el público no es tarea fácil. La mayoría de los que tienen locales contratan a personal colombiano para que atienda a los compradores, así que acceder al núcleo del negocio es, como mínimo, tedioso, por lo que no queda más remedio que insistir y esperar. *** Hoy 27 de agosto del 2011 y es una de las tantas veces que visito a los chinos de Galerías y espero al señor Chang. Por ser sábado están ajetreados; los clientes vienen y van por los pasillos. Así es como termino en Fu, el local 2-065, que atiende la señora Fu. La señora Fu llegó a Colombia en el 2002, y afirma que le gusta mucho Bogotá, pero que detesta la inseguridad. Su español es maravilloso, no solo porque su conjugación es adecuada (difícil para los chinos, que no manejan tiempos verbales), la composición de sus frases y su pronunciación son acertadas, sino por la cantidad de colombianismos que usa. Ella es, entre los chinos de Galerías, una de las pocas nacionales del gigante asiático que puede sostener una conversación fluida, utilizar expresiones propias de los bogotanos y hasta bromear. Más sorprendente aún es que no aprendió el idioma en cursos, sino hablando con la gente.

Fu tiene una hija de tres años. El padre de la niña también es chino, pero la niña es colombiana. Entre ellas hablan en mandarín, pero la niña aprende español en el jardín infantil. Se ve que la madre la lleva a menudo, pues la niña se siente como pez en el agua en los locales vecinos, donde juegan con ella, le hablan y la consienten. La pequeña Fu tiene una cara adorable, pero se comporta como una criatura malvada. En nuestro primer encuentro me pegó en repetidas ocasiones mientras en mandarín le decía a su madre: “Ma, ella es diferente: es mala”. La madre, a sabiendas de que yo hablaba mandarín, apenada, o tal vez consternada porque iba a perder la venta debido a los insultos de su hija, le decía: “No digas eso”. A pesar del incidente, compré algo de bisutería en el local de Fu. *** Vladimiro: ¿Quiere usted deshacerse de él? Pozzo: En efecto. También en ese primer encuentro, la señora Fu se mostró amable, pero resistente a hablar conmigo. Precisamente porque ella y yo tenemos una breve historia, y ella se acuerda de mí (no hay muchos clientes que se acerquen a su almacén y hablen mandarín), me sorprende su reticencia ese sábado 27 de agosto. Al preguntarle si tiene tiempo de responderme algunas preguntas me dice: “Yo ahora no puedo. Voy a hacer inventario”. Aunque siempre sonriente, Fu no disimula muy bien: ningún propietario se pone a hacer inventario un sábado, el día más concurrido de la semana. Le pregunto cuándo tendría tiempo, y me responde: “En unos tres meses”. Aún así, insisto: le digo que seré breve, que puedo pasar cuando ella quiera, tal vez un día entre semana... Ella se mantiene firme y dice que no hay tiempo. En un intento desesperado por mantener su atención le pregunto por el señor Chang, dueño de los locales 2-052 y 2-074; ella dice no saber de él, y me sugiere que lo busque (y la deje en paz...). Decepcionada por la actitud de Fu, me pregunto qué habré hecho mal. ¿Será que no fui lo suficientemente amable con su hija? ¿No le hice los debidos cumplidos a su local? ¿Qué falló? ¡Ah!, es cierto: esta vez no compré nada, así que ella no tiene ningún sentido de retribución hacia mí. Tal vez sí es mejor idea que hable con el señor Chang, pues mi madre le ha hecho compras generosas y en alguna ocasión ayudé a su hija a ponerse en contacto con la cónsul de la Embajada de Colombia en Beijing. Puede ser hora de cobrar esa deuda. Así que espero, como lo he hecho otras veces, a que él llegue.

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Salgo del almacén Fu para ir adonde Chang, pero me doy cuenta de que no tengo el teléfono de ella. Al entrar nuevamente a su local, Fu está de espaldas atendiendo a alguien. Su largo pelo negro cae en ondas sobre su camisa y me hace pensar que, por supuesto, eso no es natural, pero quién soy yo para juzgar: mi muy crespo pelo de morena ese día está liso. Le pido a una de sus ayudantes una tarjeta del local, ella me dice que espere un momento. Mientras va por la tarjeta, Fu se voltea y parece exasperada con mi presencia. Sabe que hoy no le voy a comprar y parece decir: “Lo que no sirve que no estorbe”. Con los ojos le pide explicaciones a su ayudante, quien indica que me va a dar una tarjeta. Fu interviene y dice: “Se me acabaron. Me las dan el lunes”. Le pido, entonces, el teléfono del local. Incómoda, vacila unos instantes y finalmente dice: “212…”. *** Vladimiro: Podemos esperar. Estragon: Ya sabemos a qué atenernos. Vladimiro: Basta de inquietudes. Estragon: Solo hay que esperar. Vladimiro: Estamos acostumbrados.

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Me voy al local 2-062. Empiezo a hablar con la ayudante colombiana y noto que la china dueña del local también está allí. Ella se ve amable, un poco cansada. A lo lejos la ayudante grita: “¡Doña Lina…¡”, y muy dentro de mi pienso: “Gracias”, y así cuando llego puedo decirle en mandarín a la dueña: “Buenas tardes. Disculpe la molestia, ¿es usted Lina?”. Doña Lina, quien ya había oído parte de la explicación que yo le había dado a su ayudante, tenía cara de espanto mientras me dirigía a ella. Igual que Fu, se notaba que estaba pensando en la manera de evadirme. Sin embargo, cuando empiezo a hablar en mandarín, se relaja. Le pido un poco de su tiempo, le explico lo que estoy haciendo y lo que necesito. A diferencia de Fu, no es cortante, no me cierra las puertas de inmediato y, aunque deja muy claro que en ese momento no me puede ayudar, se queda hablando conmigo un rato. Con habilidad, doña Lina hace un cambio de roles y termina entrevistándome a mí. Me pregunta por qué hablo chino, cuánto tiempo estuve en China, dónde vivía, qué ciudad me gustó más, si quiero volver, etc. En medio de nuestra conversación me da excusas por no poder dedicarme más tiempo, pero explica que acaba de regresar (no entiendo de dónde), que está un poco cansada y que son las cuatro de la tarde y no ha almorzado (cosa muy inusual en un chino). Entien-

do que no podremos hablar más, tal vez ella no me conceda tiempo jamás, pero parece dejar una puerta abierta para el diálogo. Me da una tarjeta con su número telefónico y me pide que la llame el siguiente mes. Para sacar un poco más de información, le pregunto si conoce a un profesor de mandarín, pues en Colombia es muy difícil practicar. Ella, como buena china, es aduladora, pero no necesariamente sincera, y dice: “No lo necesitas, tú ya hablas bien”. Me despide con amabilidad e insiste en que la llame. Y yo sigo esperando al señor Chang. *** Estragon: Vayámonos. Vladimiro: No podemos. Estragon: ¿Por qué? Vladimir: Estamos esperando a Godot. Estragon: Es verdad. ¿Qué hacer? Ha pasado por lo menos una hora desde mi último diálogo con Fu. Ella, por supuesto, no ha hecho

Guerrero chino de la exposición de esculturas de arena.

inventario. Igual que su hija, ha merodeado por los locales de los vecinos que se encargan de echarle un ojo a la pequeña Fu.

y capacidades, sino por las relaciones que sostienen, si se devolviera hoy a su país, Huang Guo Chang no tendría buenas conexiones.

Hablando de la pequeña, está sentada en la vitrina del local contiguo al de su madre, una juguetería. El encargado, un colombiano, está parado frente a ella mientras le habla. Se estira los ojos para parecer chino y le dice que es un dragón. La pequeña Fu lo mira perpleja, como si no le entendiera. Después de unos minutos, sale y se dirige al local de enfrente. En esas, llega la señora Fu y ve a su hija echada sobre la vitrina de la juguetería. Sorprendida, abre los ojos, tanto que parece occidental. Le empieza a gritar en español: “¡Vienes ya! ¡Llamo a la Policía!”. Se refiere, en realidad, a un guardia de seguridad del centro comercial.

Voy por tercera vez al local 2-052 y por tercera vez tengo el mismo diálogo con la ayudante, una colombiana que me ha atendido en múltiples ocasiones en que he comprado cosas como excusa para ver a Juanito, e igual me he quedado esperando:

Tal vez a Fu le sucede lo mismo que al pastorcito mentiroso, y de tanto amenazar a su hija, esta ya no le cree. Así pues, en vez de atender el llamado de su madre y mostrar el respeto y la obediencia tan característicos de los chinos, la niña la mira sin inmutarse, casi desafiante.

— Se supone, pero no sabría decirle.

— ¿Está el señor Chang? — No, no ha llegado. — ¿Más o menos a qué horas llega? — No sabría decirle. — Pero ¿él sí viene hoy?

*** Mientras espero al señor Chang, voy al local 2-086. Está lleno de clientes. Entre la multitud veo a la

*** Estragon: Entretanto, no pasa nada. Pozzo: ¿Se aburre? Estragon: Más bien. Durante el tiempo que he pasado observando, he esperado al señor Chang, a quien conozco de visitas anteriores y quien ha sido el menos reticente a hablar de su vida. Huang Guo Chang se hace llamar Juanito y llegó a Colombia en 1985. Vino porque el gobierno chino lo envió en un programa de culinaria que consistía en trabajar en un restaurante durante tres años. Finalizado ese periodo, Juanito se quedó porque tenía un negocio acá. Se casó con una de sus compatriotas, a quien conoció en su país natal, y ambos vinieron a vivir a Bogotá. Tuvieron dos hijos: uno que estudia ingeniería en Bogotá y una chica que estudia en China. Juanito dice que vivir en Colombia tiene sus ventajas y sus desventajas. Por un lado, la mercancía se consigue económica en su país y se puede vender acá a buen precio, lo que le deja un margen generoso. Por el otro, como a Fu, la inseguridad lo trastorna. A su esposa, en cambio, no le gusta Colombia, y ambos se ven regresando a su provincia y envejeciendo allá, una vez se pensionen. ¿Cuándo será eso? “Cuando se gradúen mis hijos, habré terminado”, dice él. Aunque quiere volver a su país, se siente atado a Colombia debido a sus contactos. Considerando que en China las personas no necesariamente se miden por sus méritos

Monje en pagoda, de Maravillas del mundo en arena.

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china dueña del local: una señora de gafas, vestida de negro, de aspecto sencillo. Nunca en mis anteriores visitas la había visto. Se relaciona con naturalidad con los clientes. Sonríe, habla, le piden mercancía, la pasa, todo parece fluir. No puedo oírla, pero da la impresión de que habla bien español. No quiero interrumpirla, pero tampoco logro conseguir que esté sola. Hay dos clientas que han estado en su local todo el tiempo. Se prueban un sombrero, lo dejan, se prueban otro, vuelven a probarse el primero. Después de unos seis clientes que entraron, vieron y compraron, las señoras de los sombreros, sin haber comprado, se van y por fin está ella sola. Me acerco y saludo. Ella sonríe y responde. Después de haberla visto hablar, sin escucharla, asombra oír su pesado acento y su inseguridad al expresarse. En vez de darle rodeos al asunto, como en otra ocasión hice con la señora Hua, dueña del local 2-057, quien resultó molesta porque mi intención no era comprarle, fui directo al grano. Pero ella no es receptiva. Su sonrisa se desdibuja rápidamente y me dice que no me puede ayudar: “No, no. Yo poquito español”. Le hablo en mandarín y me responde en español que no le gusta.

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Me recuerda a la señora Hua (su nombre completo es Luo Zhouhua), quien era hostil incluso con los clientes. El domingo 20 de marzo visité a la señora Hua mientras hacía amuletos para la prosperidad. No saludaba a los clientes y parecía molesta por tener que estar allí atendiéndolos. Su español era muy pobre y manejaba el regateo, como en China, a punta de calculadora. En esa ocasión, una señora quería comprar una blusa y no se decidía. Hua, con actitud de exasperación y un poco de agresividad le decía: “Pues las dos. Lleve dos. Dos bonitas”. Cuando hablé con ella, pregunté por té verde, por un amuleto de los que ella hacía, le hablé en mandarín y fue un poco menos agresiva, pero en absoluto amable. Cuando le pregunté por su vida en Colombia, nuevamente puso la barrera y me preguntó: “¿Va a comprar?”. Varios meses después, con varias visitas infructuosas, llego el 27 de agosto a preguntar por ella. No está, solo su ayudante colombiana. Le pido una tarjeta del local y me dice que no tienen tarjetas. Me pregunto cómo pueden hacer negocios sin tarjetas. La ayudante explica que ellos no hablan mucho español y no les gusta tratar con la gente. Que si tengo inquietudes, que para eso están ellas, las colombianas. Que a ellos no les gusta que los molesten. La actitud de la señora Hua durante todo este tiempo adquiere mucho más sentido. A ella no le interesa relacionarse a menos de que sea para lo estrictamente necesario, le gusta mantener su barrera.

Y su ayudante, con la lealtad del caso, hace todo lo posible para protegerla de invasiones externas. *** Huang Guo Chang no llega todavía. Ya está cayendo la noche, por lo que temo que no va a venir hoy, como no lo hizo la última vez que lo esperé, ni la vez anterior. Tal vez mañana sí venga, o la próxima semana. De las cuatro veces que lo he esperado, solo lo encontré la primera, cuando me habló brevemente de su vida gracias a la compra que realicé. ¿Habrá sido un golpe de suerte? En conversaciones telefónicas con él, indicó que vendría, así que seguiré esperando, como Estragon y Vladimir siguen esperando a Godot.

Algunos de los locales chinos del Centro Comercial Galerías.

Aguafuertes de Bogotá

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Los perros del ermitaño

Texto y fotos: Juan David Piedrahíta Cardona Juan David Piedrahíta Cardona

Esta nueva sección de Directo Bogotá estará dedicada a crónicas como las que el escritor argentino Roberto Arlt llamó “aguafuertes”. Estampas de ciudad con pinceladas rápidas sobre eventos y personajes cotidianos.

Los perros del ermitaño junto a la banca donde se sentaba su amo perdido.

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“El parque extraña a los perros”, dice David, un niño de seis años del jardín infantil del barrio Guaicaní, cuando ve vacías las bancas del parque. Recuerda cuando llevaba una pelota de tenis para jugar con ellos. No sabe qué les pasó. Solo vienen esporádicamente y desaparecen desde que su dueño, un ermitaño que solía recoger los sobrados de la panadería, se marchó. Rocío, la hermana de David, mira la banca donde se sentaba aquel individuo de ojos azules. Una banca con un garabato que dice “Julisa”. Sorprenden las caras de los niños. Sus brazos cuelgan y sus miradas caen en el piso, esperando algún ladrido. Rocío hace una ruta en el paisaje con su índice; a lo lejos señala las siluetas de las majestuosas montañas del valle de Tabio. Calla. Encierra con sus manos un lote baldío de dos kilómetros cuadrados, delimitado por el cerro de La Conejera y por un laberinto que comunica los barrios Guaicaní y San José de Bavaria. Señala la oxidada zanja por donde el hombre saltaba con sus perros. Recuerda cómo las gramíneas del lote soltaban sus espigas al viento cuando los perros lo atravesaban corriendo. Ese mismo fenómeno era el símbolo que los niños asumían como la llegada de sus compañeros de juego.

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Camino con Rocío. Sus ojos escudriñan el paisaje. Impotente patea un montículo donde solía recostarse a coger jaramagos y soplar con su novio los dientes de león. A un lado, los vestigios del camino que llevaba a la guarida del ermitaño. Seguimos. Acaricio los pastizales que se enredan en mis dedos. El silencio se torna estridente cuando Rocío para: una acequia de un metro de profundidad separa nuestro camino, está húmeda por las lluvias y una corriente fluye por ella a un caño cercano. Lleva un crisantemo. Rocío se devuelve y me señala un pequeño hoyo en la tierra: el bosque donde solía dormir el ermitaño. El viento del poniente nos devuelve. El lote ahora es homogéneo. Su única asimetría es el cerro de La Conejera y los verdegales profundos de las montañas de Tabio.

Bosque donde vivía el ermitaño. 2009.

Guaicaní Entro en los vericuetos de Guaicaní buscando miradas perdidas. El suburbio del norte de Bogotá se erige como un laberinto de argamasa que niega la entrada al sol. Cada cinco pasos me encuentro una puerta de aluminio con una raya al lado de sus jambas que señala el inicio de otra vivienda. Durante 20 minutos busco perros callejeros. Vahos de hornadas, figones y asaderos suben empañando los vidrios de las viviendas vecinas. Pero no encuentro miradas. Es hora de almorzar; en las calles prima el silencio del mediodía. El perentorio llamado del hambre. Entro en la única panadería del barrio. Julia me atiende mientras domestica el cálculo del almuerzo anterior, un tamal. Da las vueltas y me pone atención. Pido un tinto y menciono a un ermitaño. Divaga, con la mirada puesta en la tabla de precios y enjugando, con bayeta, la suciedad del comensal anterior. Musita: ”Desapareció con las lluvias de agosto”. Ese mes, camiones y excavadoras entraron al lote e hicieron acequias profundas para las cañerías, homogeneizaron el nivel del suelo y cortaron los matorrales. Derrumbaron así un pequeño bosque que quedaba al lado del camino a San José de Bavaria, donde los niños del barrio recogían coníferas para adornar los árboles navideños. Camiones con contratistas de Codensa excavaron pequeños huecos desde la esquina oriental de San José de Bavaria hasta Villas del Norte para estacar postes de energía. Brama por mi tinto. Julia mira el arcén donde solía quedarse a comer por las mañanas el ermitaño con sus perros, mientras limpia la mesa con movimientos circulares perfectos. Lo recuerda por sus grandes ojos azules. Siempre traía una chaqueta impermeable azul, una bufanda y una mochila con un plástico en su reverso. Llega mi tinto y me espeta:

“Venía a la panadería una vez a la semana; pedía unos rollos y un helado de coco”. No lo volvió a ver. Cree que se fue a Suba. Los clientes de la panadería miran con curiosidad y rápidamente se esconden en sus platos. El silencio retorna. No encuentro ningún perro de regreso, solo niños que se asoman desde los tejados con ojos inquisidores. Parece que una criatura extraña paseara por su entrada y trataran de repelerla con la mirada.

Un perro con los ojos purulentos Decido volver la tarde del sábado. El valle de Tabio imanta mi mirada de nuevo. Esta vez, tímido, se esconde detrás de una muralla de nubes cargadas de lluvia. Esquivo los embates de lodo que producen los carros que pasan por el camino a San José de Bavaria. Observo dos perros. Uno negro y otro chico, de pelo extenso leonado. Era una perra. Parecía tener ictericia, parpadeaba por un permanente pus que salía de sus ojos. Decidí sentarme a contemplar la lluvia. Esperé bajo un alero del salón comunal vigilando a los perros. Ellos hicieron lo mismo debajo de una buganvilia que se había tomado un pasamanos. La lluvia amainó. Escarbaron una bolsa de basura y siguieron el camino que conduce a La Conejera. Los seguí subrepticiamente. Paraban. Volteaban sus cabezas de soslayo, sobre todo el purulento. El galgo parecía concentrado revisando pastos en busca de estrógeno sedimentado. Orinaban y olían batiendo sus colas con mayor efusividad según cada descubrimiento. Durante cinco largos minutos seguí sus colas. Los perdí en un vivero sin nombre. Saltaron sobre el caño de la orilla del camino y entraron en el lote. Vi alejarse sus figuras. Desaparecieron con la nueva vanguardia de nubes que venía de Tabio. Eran las 5:45 de la tarde, las ranas empezaban a croar como de costumbre. Los colores bermejo y negro dominaron pronto el cielo. El domingo por la mañana fui al vivero. Las nubes desaparecieron y un celaje interrumpió el monólogo de una semana de mañanas oscuras. Joaquín, un boyacense de Nuevo Colón que administraba el vivero, afirmó que desde el 14 de agosto no veía ningún movimiento en el lote. Sabía, por los cotilleos de San José de Bavaria, que ese lote sería destinado a obras de interés social. Como el barrio vecino de Guaicaní: Villas del Norte. El vericueto que pasaba en frente, se convertirá en una arteria vial que comunicará la carrera 7ª con la localidad de Suba. No decía ninguna palabra acerca de un ermitaño, pero sí de los perros. Frecuentemente entraban al vivero y se orinaban en los esquejes de pinos. Los veía pasar por las tardes hacia La Conejera. El camino que daba entrada al cerro estaba vigilado por un zagal de acento costeño. No sabía de perros y menos de ermitaños. Señaló la garita del seminario de misioneros de enfrente: San Luis de Beltrán. Había oído que unos sacerdotes se habían internado un domingo de caminada por la falda del cerro, pero regresaron sin

hábitos y sin zapatos. Pregunté finalmente quién más subía. Masculló: ”Unos señores suben a las seis de la mañana a montar cicla”.

Canales entre la hierba Eran las 5:40 a.m. Salí de mi casa en bicicleta, con impermeable enterizo. La lluvia no cesaba desde las 4:00 de la tarde del día anterior. Las gotas tañían el plástico con un ritmo ensordecedor y las lunetas de mis gafas se ensuciaron con el pringue de lodo que expulsaban las llantas de la bicicleta. Preferí ser parcialmente ciego e ir bordeando, sin éxito, los charcos del camino. La portería estaba abierta. En la garita no se veía ninguna luz. Pedaleé un repecho que sacudió mi aliento y, sorprendido, después de 15 minutos de una planicie agradable, vi un hueco en la maleza. No era el primero, había visto otros, pero este tenía el pasto hollado con huellas de animal. Eran de perro. Cada minuto tenía que limpiar mis gafas con el pedazo de camisa seca que me quedaba en el ombligo. Veía el rocío en los álabes y los musgos ahítos de agua que subían colonizando la corteza de los árboles. Los primeros gorjeos de la mañana menguaban el temor que tenían mis manos y me alejaban por momentos de la realidad. Me imaginaba a los curas con sus manos envueltas en sus pechos desnudos, bajando con sus medias enlodadas y con resuellos de impaciencia. Escalaba, cogía con mis uñas el barro de las raíces que me impulsaban hacia arriba. Perdí la noción del tiempo. Encontré una saliente. Vi el lote vacío, Guaicaní, mi casa y, allende, la sabana inundada. El camino llegó a una pared de vegetación tupida, infranqueable. Regresé con mis manos entumecidas. El descenso me enlodó aún más. Cerca del lugar donde había dejado atada mi bicicleta, vi un color que rompía con la monocromía verde del entorno. Una camiseta roja tambaleaba en una rama. La maleza quería ponérsela. Bajé cuidadosamente apretando los frenos. Cuatro perros me sorprendieron. Paré. Atravesaron la vía de tres saltos. Desaparecieron en la maleza, pero vi con nitidez la perra de color leonado. Me dirigí al paso. Quité unas ramas rotas. El canal era de medio metro de alto. Había dentelladas por doquier. El estrecho camino recorría el cerro desde las faldas de la sabana hasta los lindes con Suba. Era una telaraña de caminos escondidos entre el cerro. Una obra de ingeniería civil canina. Me preguntaba sobre la existencia del ermitaño. Nadie lo veía desde agosto cuando se puso el último poste de energía. Era una figura invisible. Un hombre recordado por sus ojos azules y sus perros. Perros que no volvieron a jugar con los niños. El costeño desvió sus ojos un momento de la estufa donde parecía calentar café. Cerró la portería. Una cerrazón en los Andes oscureció la sabana. Acomodé mis orejas dentro de la capota y pedaleé acompañado de la lluvia.

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de Portes

Cachacas

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Por: Juan David Roncancio Hellal juanhellal07@hotmail.com

en la cancha Fotos: Catalina Mora Ruiz

Aunque el 9 de octubre las bogotanas perdieron en la final de la Segunda Copa Postobón de microfútbol femenino ante las caleñas, el público asistente al Coliseo Cayetano Cañizares, entre hinchas del Real Cachacas y habitantes de Kennedy, disfrutó de una reñida final de goleadoras con músculo.

La arquera, Adriana Pardo.

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El Coliseo Cayetano Cañizares, junto a Corabastos, fue el sitio escogido para esta gran final. Real Cachacas venía de derrotar en semifinales a Camaritas de Casanare, mientras que su rival en la final, Cali un Nuevo Latir, había vencido en cuartos de final a un duro rival, Mulatas Caribeñas, de Cartagena, y más recientemente en semifinales, a Real Caldas. A las 10:50 de la mañana, diez minutos antes de que comenzara el partido, no lucía lleno el coliseo. La noche anterior, en el mismo lugar, Saeta F. C., equipo masculino representativo de Bogotá, se había clasificado a la final, venciendo a Leones de Nariño; tal vez esta era la razón de la tardanza de los hinchas, que sobre la hora llenaron una de las tribunas del Cayetano Cañizares. Se hacía sentir la tribuna local con sus cantos a grito herido: “¡¡Cachacas, cachacas, cachacas!!”. Los periodistas eran más de los acostumbrados y se ubicaron en las tribunas, junto a los hinchas. Las protagonistas por fin salieron al campo: las dirigidas por Hugo Acosta con su tradicional uniforme amarillo de rayas rojas y medias rojas, alusivo a la bandera de Bogotá, mientras que las visitantes lo hicieron con los colores representativos de la bandera de Cali, con dominio del azul. Comenzó el encuentro y sorprendía la manera como jugaban los dos equipos; luchaban por adueñarse del partido y no daban ningún balón por perdido. Los espectadores se asombraron del gran nivel que tenían estas jugadoras de microfútbol, a juzgar por los comentarios al vuelo. Abrió el marcador Cali Nuevo Latir por intermedio de Íngrid Jaramillo y Sara Angulo aumentó la ventaja 2-0. Los asistentes no se resignaban y seguían apoyando a las cachacas, que descontaron con un golazo de la arquera Adriana Pardo, quien impactó el balón desde su área y venció a la arquera rival; cuarto gol en el campeonato para Pardo. Ante el buen comienzo de las visitantes, las cachacas reaccionaron, pero no supieron aprovechar los errores que en defensa cometieron las vallunas; y cuando parecía que se podía empatar el partido, llegó el gol de la venezolana Niquilena Rojas, a cuatro minutos del final poniendo el marcador 3-1. Rojas y la morena Angulo hacían un estupendo partido para su equipo, que ganaba el primer partido y mantenía el marcador 3-1 antes de finalizar el primer tiempo. Pero Adriana Pardo, arquera de Cachacas, hizo un excelente pase desde su área, para que Laura Téllez recibiera con categoría el balón y convirtiera el descuento de las bogotanas antes de culminar la primera parte.

Desquite “real” Gol y pase gol de la número 1 de Real Cachacas. Era un juego interesante, digno de una final que para la segunda parte traería más sorpresas. Entre el público se encontraba Pedro Pablo Rojas, de Zipaquirá, hincha de Cali Nuevo Latir, puesto que su

En el entrenamiento diario en los alrededores del coliseo Cayetano Cañizares.

hija, Diana Paola Rojas, no recibió apoyo en los equipos locales y emigró a Cali. En medio de tanta hinchada “primípara” —esto es, recién aficionada—, Pedro Pablo afirma que la cultura del microfútbol avanza en Colombia. Las visitantes trataban de hacerse sentir, pero predominaba en el coliseo el grito: “¡Bogotá, Bogotá, Bogotá!”. Al comienzo de la segunda parte, salieron las locales con ánimo arrollador, y a los 30 segundos se empató el partido 3-3. Apretada final, a tal punto que se empezaron a ver más choques entre las jugadoras, que no querían perder el balón.

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Riveros cobró con gran potencia y convirtió el 4-3. Por primera vez se ponía arriba en el marcador el conjunto local. Aunque duró poco la alegría: una mano en el área de Liliana Barbosa, le dio el chance a Sara Angulo de convertir de penal su segundo gol del partido y empatar parcialmente el juego. Más emocionante no podía resultar: a los 7 minutos hubo un nuevo penal a favor de Nuevo Latir, el tercero del partido y el segundo para las visitantes. Otra vez la jugadora Angulo marcó y las caleñas volvieron a ponerse arriba, 5-4.

A los 2 minutos y 30 segundos se lesionó la figura de Real Cachacas, Adriana Pardo, por una caída en un choque que casi la deja por fuera del partido. En el minuto reglamentario que tiene la arquera, se recobró. Y el técnico, muy inteligente, pidió un tiempo fuera para estar más seguro de la recuperación de su figura.

Las capitalinas no desfallecieron y siguieron atacando, pero Cali aumentó la ventaja 6-4 por un error de la figura de Real Cachacas, Adriana Pardo: Angie Balbuena regresó un balón que la arquera no logró parar con su pie derecho, y fue un fatal autogol.

Táctica y, sobre todo, gran técnica, demostraban los dos equipos finalistas. Llegó el minuto 4, y con él, un penal para Real Cachacas; cobró Natalia Riveros, jugadora que estaba lesionada, pero que es especialista en penales y entró al juego solo a ejecutar el tiro.

Derrotadas parecían las cachacas. Se escuchaban por primera vez las barras visitantes que gritaban: “¡Se murió, Cachacas se murió; se murió, Cachacas se murió’”, pero llegó una gran jugada colectiva de las bogotanas que pusieron el partido 6-5, una final de infarto.

Vuvuzelas, gritos y aplausos en el Cayetano Cañizares: el final del partido estaba tensionante y no se sabía que podría pasar. Antes de culminar el encuentro, la pequeñita pero hábil Laura Téllez fue derribada por la arquera visitante. Penal que nuevamente entró a cobrar Natalia Riveros. Con otra posibilidad de empatar el cotejo, Natalia se paró frente al balón y lo cobró de la misma manera que en el anterior penal. Golazo y empate: 6-6 marcaba el tablero.

Chicas duras A cinco minutos del final, los dos equipos, con acumulado de faltas (Real Cachacas con 8 y Cali Nuevo Latir con 9), reflejaban lo duro que estaban jugando. Las jugadoras, con técnica y corazón, defendían las camisetas de sus equipos. Cuatro minutos quedaban, disparo de media distancia de la jugadora del partido, Sara Angulo, de Cali Nuevo Latir, que pega en una rival y se mete para su cuarto gol del partido y séptimo de su equipo. Sara Angulo, que llevaba en su espalda la camiseta número 10, manejó los tiempos del partido y se dio el lujo de bailar con el balón frente a sus rivales, lo que también provocó varias derribadas de las bogotanas. Seguridad y tranquilidad para su equipo, y cuatro goles aportaba la talentosa morena.

Las subcampeonas de microfútbol en Colombia.

Pitazo final y el resultado de la primera final 7-6, victoria de Cali Nuevo Latir sobre Real Cachacas, con un emocionante espectáculo para los asistentes al partido. “Es la primera vez que vengo a ver un partido de microfútbol y he visto un gran encuentro, traje a mi ahijado y también disfrutó de este partido”, comentó Daniel Ortiz. Además de él, varios asistentes al coliseo veían microfútbol por primera vez, como Alirio Hernández, quien lo consideró un buen plan para él y su familia. Trece goles en la primera final, gran antesala del encuentro final del 17 de octubre. “Hay que ir a Cali y ganar; no estamos tranquilas, porque si perdemos, nos toca irnos a tiempo extra y posiblemente a penales”, dijo Sara Angulo. Y, efectivamente, en la segunda final no solo se llevaron la Copa Postobón —con un premio de 30 millones—, sino que le dieron una buena tunda a las cachacas: 8-1, que, como subcampeonas, ganaron 20 millones. La próxima será. Ahora las jugadora de Real Cachacas se preparan para los Juegos Nacionales con la Selección Bogotá, pero mantienen la expectativa de lo que pueda pasar el próximo año en la Copa Postobón, pues no han encontrado patrocinador. Hugo Acosta lamenta la situación: “Ahora mi prioridad es la Selección Bogotá, pero es una lástima no tener patrocinador, pues a estas niñas les gusta jugar todo tipo de torneos”.

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MEDIO ambiente

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La Vaca

Texto y fotos: Laura Bonilla Martínez laumarbonilla@gmail.com

que salió del charco

A mediados de los años noventa, el humedal de La Vaca, antes conocido como la laguna de la Magdalena, casi había desaparecido; en su lugar, se levantaba el Amparo Cañizares, un barrio construido por urbanizadores piratas. En este escenario continúa la historia de Dora Villalobos —que comenzó en el número pasado de Directo Bogotá—, una mujer que luchó por sacar a La Vaca del charco.

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Humedal La Vaca, el más pequeño de Bogotá, con nueve hectáreas. Originalmente tenía 25.

—¡Alcalde Mockus!, ¡Alcalde Mockus! —gritaba Dora Villalobos, mientras intentaba alcanzarlo, pasando casi por encima de la gente que había ido a escuchar lo que tenía que decir el burgomaestre en el Polideportivo Amparo Cañizares. Antanas Mockus ya se retiraba, rodeado de guardaespaldas y periodistas. Minutos antes había hecho un anuncio: el siguiente lunes, 25 de septiembre de 1995, la fuerza pública, conformada por cientos de policías, vendría a desalojar a las familias que habían invadido la zona de ronda del humedal La Vaca. A ‘la Villalobos’ se le desorbitaron los ojos. Como presidenta de la Junta de Acción Comunal del barrio Amparo Cañizares, no iba a dejar que su esfuerzo para construir las redes de agua y luz, el dinero invertido para construir su casa e incluso su enfrentamiento con Gilberanio Méndez no valieran la pena. Corrió y se adelantó a la delegación. —¡Alcalde Mockus!, ¡Alcalde Mockus! —seguía gritando, pero él no volteó a mirarla. Ella respiró profundo y con una agilidad felina se coló por el flanco descuidado y se colgó del cuello del abrigo gris de la primera autoridad de la capital. Los guardaespaldas trataban de soltarla. Ella apretó con fuerza sus puños. No lo soltaría hasta que le prestara atención. —¡Alcalde Mockus!, ¡escúcheme! No somos 50 familias, como usted dice. Ahí abajo ya vivimos más de 5.000 personas; usted no nos puede desalojar —le decía con vehemencia Dora, mientras los acuerpados hombres intentaban zafarla. Mockus les hizo un gesto a sus acompañantes. La gritería se calmó. Los hombres soltaron a Dora. Lentamente, ella abrió sus manos y el polideportivo quedó en silencio. —Calmémonos. Vamos a buscar una solución pacífica — propuso Mockus. —Yo lo estaba llamando y como no me puso cuidado, esta fue la única forma que encontré… Pero mire, alcalde —y le pidió a la secretaria de la junta una carpeta— cuando vinieron los de la Opes, por orden de la Procuraduría, a hacer el censo para estudiar el grado de riesgo de la zona, yo hice el mío. Vea, el 99,9% de los habitantes del sector no somos de Bogotá. Entonces, ¿quiénes son más culpables? ¿Nosotros que venimos de otras regiones, compramos estos lotes a plena luz del día, promocionados en vallas y cuñas radiales, y firmamos promesas de compraventa, o ustedes que lo permitieron? —Y giró para hablarles a sus vecinos—. Y si el lunes vienen esos 8.000 policías, los invito a que no salgamos de la casa y que si las van a tumbar, lo hagan con nosotros adentro —terminó. El alcalde la escuchó atentamente. Delegó a un funcionario para que se encargara del caso, pero insistió en que el humedal como espacio público se debía recuperar. “¡Buena, china!”, le decían a Dora los

Había que hacer un acto de fe para creer que en este lugar todavía existía el humedal La Vaca.

viejos del barrio. Pasaron horas antes de que sus manos dejaran de temblar. El lunes siguiente ningún policía se apareció por el lugar.

*** ¿Cómo apreciar el humedal si todo lo que veía la gente eran caños y basuras? Sin embargo, Dora tenía curiosidad de saber qué era eso que les había traído tantos problemas. Reunió a las juntas de acción comunal de los 14 barrios involucrados —El Amparo, El Olivo, Amparo Cañizares, La María, María Paz, Villa de la Loma, Villa de la Torre, Villa Emilia y Villa Nelly, entre otros— para que fueran a capacitarse. Unos solo fueron una vez, otros alcanzaron a ir dos veces y después botaron la toalla. En realidad, no querían oír nada del tal humedal. Lo que necesitaban era que se construyera la gran avenida que estaba proyectada. Muchos no entendían porqué ‘la Villalobos’ estaba tan comprometida. No obstante, las imágenes que ella vio en los talleres del DAMA se le quedaron grabadas en la memoria: cómo nadaban las tinguas, la cantidad de animalitos que vivían entre los juncos, las diferentes especies de fauna y flora, cómo se contaminaban las aguas cristalinas que bajaban desde las montañas. Siempre salía pensando que no podía ser cierto que un paraíso así hubiera existido antes de ser aquel “pichal”. “¡Qué miserables!, no fuimos totalmente culpables, pero indirectamente destruimos esta vaina. Si hay algo que hacer, pues hagámoslo”, decidió.

*** Siempre había alguien hablando del humedal, haciendo educación ambiental. Byron Calvachi y ‘el Pato’—menos conocido como Mauricio Salcedo, periodista ambiental de CityTV—, también estuvieron por allá. El turno en el programa Misión humedales era para La Vaca.

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‘El Pato’ caminaba por una calle polvorienta sin pavimentar y explicaba que esas viviendas habían sido construidas sobre rellenos ilegales. Un vecino del humedal, Hernando Ruiz, señalaba un potrero irregular y un charco de aguas negras, bordeado de escombros y montañas de basuras; afirmaba que eso era lo único que quedaba. Pegados a la pared de Corabastos se veían algunos ranchos improvisados, construidos con tablas, plásticos, cartones y tejas. Sorprendentemente, la nota televisiva finalizaba con la imagen de un grupo de tres tinguas piquirrojas que nadaban entre los desechos. Para 1997, una investigación de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá demostró que de las 25 hectáreas que se habían demarcado, solo era posible salvar nueve. En 1999, por medio del Acuerdo 035 se delimitó nuevamente el humedal La Vaca, con lo que se podrían comenzar las obras de recuperación del humedal. Pero 160 familias, las de la pared de Corabastos, quedaron en los límites. “Sí, muy lindo recuperar el humedal. ¿Y la gente qué?”, preguntó Dora.

***

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Cuando Dora llegó a Bogotá, con lo ahorros que traía, montó una panadería en Patio Bonito. Pero como en el barrio Amparo Cañizares no había agua ni luz, todos los días traía el pan en cajas, para venderlo a sus vecinos, junto con leche y panela. El bus la dejaba en la avenida Agoberto Mejía y para llegar a su casa tenía que bajar por un camino estrecho y pasar cerca de una hilera de ranchos. Los vendedores piratas les aseguraron a sus habitantes que ahí, donde todavía quedaba laguna, era la mejor ubicación del sector porque además de estar al lado de Corabastos, iban a construir una gran vía. Sus habitantes, muchos de ellos alcohólicos y drogadictos, vivían del reciclaje y del rebusque en la central de abastos. Con la excusa de la falta de servicios públicos se acostumbraron a vivir sucios; eso, sumado a la violencia física y verbal, hacían de la zona un sumidero de miseria.

El Distrito destinó un presupuesto para llevar a cabo el saneamiento predial y contrató a la empresa Gestambiental para que se encargara del proceso de reasentamiento de las 160 familias. Como siempre, parecía fácil. Hacer un censo, buscar casas prefabricadas, cobrarles una cuota relativamente barata, trasladarlos y listo. —Alexandra, cómo se van a llevar a vivir a esta gente a un lugar donde van a tener que pagar una cuota de $105.000, cuando ellos viven del rebusque y a veces siquiera alcanzan a reunir $5.000. No pagan servicios públicos, ni siquiera se bañan y no aceptan irse sin su caballito, sin su marrano o sin sus gallinas —le hizo caer en la cuenta Dora a la coordinadora del proyecto—. Si se va a hacer todo esto, pues háganlo bien: mejórenles la calidad de vida y no los engañen otra vez. Hasta que a ellos se les garantice una buena solución, no van a firmar nada —les sentenció. —Bueno, Dora, y entonces ¿cuál es su propuesta? —le replicó Alexandra. —¿Ustedes se han sentado a dialogar con esas personas?, ¿a preguntarles de dónde vienen, si esta ciudad les ha brindado algo bueno, si se quieren quedar acá, dónde les gustaría vivir o en qué quisieran trabajar? Eso sería bueno —respondió. La idea les gustó. Gestambiental solicitó una oficina en el Polideportivo y comenzó a organizar reuniones. El espacio era cerrado, y el olor, insoportable. Dorita, sin embargo, los abrazaba con cariño, a pesar de que estaban cundidos de piojos. Y cuando veía que alguno de los del equipo de trabajo se tapaba la nariz o cogía algún documento con la punta de los dedos, se quejaba con la coordinadora. Dora tomó la bandera de la acción social, sabía que la comunidad no estaba lista para irse a otro lugar.

Así vivían las 160 familias que quedaron en los límites de la zona recuperable del humedal.

Debajo de sus improvisadas viviendas, hechas de cartón, bahareque, plástico y tejas corrían las aguas fétidas de los baños, de las cocinas y de los lavaderos de papa de la central de alimentos. Ahí los más chiquitos jugaban con lo que se encontraran. La poca agua que tenían la conseguían de una manguera que bajaba de un tubo perforado, pero primero se lavaban los caballos; si a las 11 de la mañana había algún bebé que aún no hubiera tomado tetero, eso no era problema de nadie. En la rutina, Dora se hizo la amiga de estos desventurados. A veces pasaba y les fiaba el pan. Apachurraba con abrazos a los niños que se encontraba por ahí. Los saludaba: “Buenos días, ‘Cachucha’”, “Cómo me le va, doña Flor”. Comadreaba con las señoras y les sonreía; algo que nadie hacía. Por eso, cuando se enteró de que esas familias tenían que ser reubicadas para la recuperación del humedal, se convirtió en la veedora del proceso. “La Villalobos es nuestra abogada”, decían.

Dora Villalobos y su nieto Nicolás.

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La iglesia, fundaciones y benefactores les llevaban continuamente ropa, mercados y juguetes. Ellos se acostumbraron a recibir. Dora nunca estuvo de acuerdo; para ella era puro asistencialismo. Lo importante era “enseñar a pescar y no dar el pescado”, mostrarle a la gente que el aseo era salud y que podían dialogar, en lugar de gritar todo el tiempo. No fue fácil. A nadie le gusta que ‘se le metan al rancho’. —Oigan, viejas, en vez de estar chismoseando caminen a hacer trabajo social con la gente de allá ¡Justifiquen la existencia!, ¡Si vinieron a este mundo a no hacer nada, están ocupando mal su espacio!” —les decía Dora a sus comadres. Algunas se animaron y la acompañaron. A Tito, su esposo, le pidió que le comprara un espejo de 30 x 40 centímetros para jugar al reflejo. Antes, caras manchadas de suciedad, el cabello desgreñado, lagañas, ropa rota. Después, bañados y peinados, el impacto era grandísimo: — “¡Uy, ‘Cachucha’, si yo no tuviera marido, me casaba con usted! ¿Si ven por qué hay que mantenerse aseados? —molestaba Dora. Y al día siguiente volvía preguntando: — “¿Quién es el más rico hoy?”, el más rico era el que más piojos tuviera. Sin guantes, Dora se empeñaba en sacar las liendres. A la semana, el que estuviera más rico era el más limpio. Entre juego y chanza fueron aprendiendo. Al principio tocaba golpear de puerta en puerta, luego ya salían en combo, primero los niños, después las mamás y los papás. Mientras tanto, les contaban que en el nuevo hogar iban a tener servicios públicos, pero debían pagarlos. En el 2002, Dora le anunció a Gestambiental: —Alexandra, ya están listos para que comiencen a buscar dónde vivir.

Obras de recuperación del humedal.

Les entregaron un subsidio para vivienda, con la condición de que debían comprar en un sector legalizado, con papeles al día y escrituras. La gente inició su búsqueda. Solo seis o siete familias se fueron al campo, otros consiguieron una vivienda cerca de Corabastos, en Patio Bonito, y algunos se cambiaron de localidad. Y a todos se les garantizó estabilidad laboral y educación para los hijos. Gracias a Dora, que pidió más que deme. Para el año 2003 toda la comunidad tenía un futuro prometedor. La maquinaria tumbó los ranchos…

*** Una madrugada del 2006, Germán Galindo, gerente ambiental de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá; Byron Calvachi, ahora funcionario público; la Policía Metropolitana, el Esmad y los bomberos rodearon los cambuches de la gente que nuevamente había invadido la zona colindante con la pared de Corabastos. No eran ni ‘Cachucha’, ni Araminta, ni Flor, ni ‘la Ratona’, ni Gladys, ni Ignacio, ni Henry. Eran, en su mayoría, inescrupulosos que, aprovechando la negligencia de las entidades, se habían apoderado del lugar. “Eran pobrecitos con casa, carro y beca. Comerciantes de Corabastos y dirigentes comunales vendiendo lotes; apartamenteros, expendedores, consumidores, violadores… Con esos sí qué trabajo social, si lo buscaban a uno, era para matarlo”, recuerda Dora. Así lo registraba El Tiempo el 6 de octubre del 2006: “Los trabajos, iniciados en julio pasado, los podrían frenar las amenazas y la inseguridad en el sector. Esto debido a que, según los contratistas, desconocidos robaron del campamento una retroexcavadora y muy cerca de allí apareció uno de los obreros muerto de un tiro […]. La segunda batalla la libra la EAAB con las 68 familias que llegaron hace menos de dos años a invadir la ronda del humedal y no quieren abandonar el lugar. Pese a que el Acueducto ya había invertido más de 10.000 millones de pesos en la construcción de redes, compra de predios y reubicación de otras 163 familias que vivían antes en esos terrenos”. Pese a todo, el desalojo fue pacífico. Ya estaban advertidos. Sabían que tenían que abandonar por las malas o por las buenas, y escogieron este último camino. La primera en entrar fue la policía de menores; los antimotines ayudaron a la gente a sacar sus cosas; los buldóceres volvieron a tumbar los ranchos. Empezaron la remoción de basuras y escombros; las obras de alcantarillado para separar las aguas pluviales de las residuales, la apertura del espejo de agua. Una inversión cercana a los $3.000 millones. Apenas comenzó el desalojo, Dorita fue a dar un paseo con Nicolás, su nieto, a quien le contaba historias sobre el humedal, las aves, los juncos... —Tiíta, y ¿dónde están las maticas? —preguntó Nicolás. —Oiga, verdad, nosotros tanta lucha que hemos dado ¿Será que esto sí es un humedal? —pensó para sí.

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* patriMonio

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La virgen

Por: Alejandra Parra ale.parra91@hotmail.com

de la impureza

En la plaza de Lourdes, ubicada en la calle 63 con carrera 11, hay diversidad de personajes, desde lustrabotas hasta ladrones, que se echan la bendici贸n al pasar por la tradicional iglesia. Lourdes, santa y non sancta, cubre esta cr贸nica con su manto. La iglesia en obras, medianamente resguardada.

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Las familias chapinerunas, como los Arrázola Sáenz, los Ortiz Sáenz, los Borda y las hermanas Barriga y sus antepasados estarán pagando escondederos en sus camposantos al ver que de su hermoso barrio residencial, habitado desde 1812, solo queda la iglesia de estilo gótico, adonde iban los domingos a misa de 12. Las lujosas casas que rodeaban la iglesia —cuya construcción comenzó el arquitecto bogotano Julián Lombana en 1875 por encargo del arzobispo Vicente Arbeláez, pero nunca se terminó—, desaparecieron o se transformaron en restaurantes que impregnan la plaza de olor a pollo frito. Del parque de Lourdes de hace menos de un siglo solo queda una mujer con dos caras. De día se comporta como una dama que recibe con los brazos abiertos a vendedores ambulantes, a transeúntes y a fieles católicos en una plaza abrumada por palomas y cuidada por agentes de la Policía; pero al atardecer se transforma en una mujer de la vida alegre, rodeada de peligros y delitos de mayor y menor cuantía. Esta es la Lourdes de los contrastes.

La señora Lourdes Aunque decidió cambiar el sombrero, el sastre y los tacones de diario por jeans rotos y camiseta desteñida, Lourdes es toda una dama. Dueña de una plaza que entre semana recibe a más de 15 lustrabotas y a decenas de vendedores ambulantes que se pelan los clientes para hacer el diario. Una mujer que abre de par en par sus brazos a las personas que se sientan a ver el tiempo pasar mientras la caótica carrera 13 se inunda del monóxido de carbono que transpiran los buses. Una madre que mira cómo duermen sus hijos a plena luz del día luego de almorzar en la variedad de restaurantes que rodean la iglesia, también de su propiedad. En la madrugada se sienta a esperar a que ‘el Paisa’ —como lo conocen en la plaza— grite su usual “¡Ay, jueputa!”, luego de dormir al pie de la iglesia, la cual lo arrulla en un sueño profundo, mientras el frío capitalino lo cobija noche tras noche. Ella lo mira despertar, pero no le reclama por su vocabulario, pues lo conoce desde hace más de diez años. Mientras pasa el día, van llegando sus jornaleros, los que han hecho que aquella plaza residencial, antes frecuentada por los ‘cachacazos’, se haya convertido en un puesto de trabajo. Daniel Rojas carga una caja de embetunar y una silla con el asiento rasgado en la que sus clientes se acomodan mientras él brilla sus zapatos. “Lourdes me dio un lugarcito en la plaza pa’camellar y todos acá me lo respetan. Yo agradezco haber llegado a este parque porque es mi sustento diario”, afirma. Una de sus calles, la 64 con 11, ya no recibe a los viejos de antaño que se sentaban en los antejardines de sus casas a tomar el sol. Ahora, hombres y mujeres con manillas y aretes se sientan en el cemento a tejer su

mercancía, envueltos en un olor a hierba que los aleja de los brazos de Lourdes; ella apenas los mira mientras van y vuelven de este viaje mental.

Un circo sin carpa No hace falta una carpa gigante con el letrero del circo Hermanos Gasca anunciando un nuevo show; tampoco se necesita un león que pase por un aro de fuego. En Lourdes, de viernes a domingo, hay un redondel que atrae a centenares de curiosos. Una mujer de raza negra conocida como ‘Balú’, que canta temas de Willie Colón y de Héctor Lavoe con un amplificador que, aunque viejo, llega hasta los oídos de la Virgen de Lourdes, y un culebrero, que por mil pesos deja que los niños tumben botellas de plástico con una pelota que ya no rebota, ofrecen un espectáculo gratuito para niños y adultos. A falta de payaso, un cuentero se burla de todos los que pasan por el lugar. Con un micrófono y un amplificador colgado en la pretina de su jean, atrae a las personas con chistes y cuentos delirantes. 'Balú', cantante con "plante" en Lourdes.

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Pero el espectáculo principal es el juego del gato y el ratón: Andrés González llega todos los fines de semana a las 11 de la mañana para montar su atracción. En mitad de la plaza pinta el arco de fútbol en el piso con una tiza blanca, y pone una pequeña pelota mientras espera a que lleguen los jugadores. Él sabe que un grupo de “gatos” uniformados de verde va a llegar a interrumpir el trabajo de los ratones que se ganan unos centavos con su puesto en la plaza. “Cuando los gatos no están, los ratones hacemos fiesta”, afirma González. La fiesta se acaba y los gatos llegan a corretear a los ratones que se escabullen entre la gente que, con globos y helados, se sienta a ver el show. Y mientras los verdes gritan “a que te agarro, ratón”, Andrés responde levantando el dedo más largo de su mano, “a que no, gato ladrón”. Por la tarde, el circo de Lourdes cierra sus puertas. La dama se acuesta a dormir en compañía de las palomas y la prostituta se acicala para salir.

Se prenden las luces

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A las seis y media de la tarde las luces de la ciudad se encienden y, con ellas, Lourdes espera a que sus acompañantes empiecen a llegar. Ahora usa vestido corto con botas hasta la rodilla que hacen juego con el maquillaje Los agentes de adorna la Policía, delYapaisaje agresivo que susparte ojos. no escotidiano. una madre que cuida el sueño de los que pasan por el lugar; ahora es una mujer que gana plata mostrando sus piernas. Quienes llegan a visitarla disfrutan de una plaza donde circulan las drogas y el alcohol en una localidad con alto Los agentes de la Policía, parte del paisaje cotidiano.

nivel delictivo. “En lo que va del año, se han presentado más de 180 casos de lesiones personales. Estas se deben a accidentes de tránsito, riñas callejeras a causa del licor y la droga. Estos casos ocurren en las vías públicas cerca al parque Lourdes”, afirma el coordinador de Seguridad de la Alcaldía de Chapinero, Nelson Jiménez. Este es un lugar que de noche está repleto de hombres con faldas y mujeres con pantalón que esperan clientes para vender sexo. Entre tanto, en las bancas de la plaza se sientan los tres ladrones que ya son reconocidos por Lourdes. “Hasta tienen su puesto. Por las noches llegan, luego de haber robado algunos buses y cuentan lo que recaudaron”, comenta Daniel, el embolador. Lourdes no les reclama, porque dentro de la plaza solo se sientan a fumar o a beber, como el resto. Sin embargo, esta mujer no permite que otros ladrones entren a su parque por aquello de la exclusividad. “Hemos aumentado la seguridad en el parque en comparación con las cifras de inseguridad de hace tres o cuatro años. Tenemos una patrulla que nos ayuda a vigilar el lugar, sobre todo por las noches y los fines de semana”, comenta uno de los policías del CAI ubicado en la calle 63 con carrera 11. El calor humano de quienes se sientan a compartir un cigarrillo de marihuana frente a las puertas de la iglesia de Lourdes ahuyenta el frío capitalino. Mientras tanto, los vendedores de droga surten a la clientela, escondiéndose de los policías que tratan de “limpiar” la plaza. Su estrategia es engañar a los oficiales, quienes piensan que están vendiendo películas, pero realmente lo que venden es “perico”. Los habitantes de la noche ya los reconocen, pues se oyen las palabras clave: “‘Perículas’ baratas”.

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Rodaje cuesta arriba

Por: Daniel Alejandro Pinilla Cadavid dalejopinillacadavid@gmail.com

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Una filmación a 4.300 metros de altura, un equipo de 80 personas enfermas por el clima y la pérdida de apoyo financiero fueron algunos de los inconvenientes que tuvo la producción de la película colombiana de terror El páramo, una coproducción con Argentina y España, fue rodada en la localidad 20 de Bogotá. Aquí, un detrás de cámara en voces de algunos miembros del equipo realizador. El pánico comenzó el primer día de grabación, 26 de abril de 2010, cuando el Ejército negó la autorización para grabar la película en una base militar abandonada, cerca al Parque de los Nevados, en el cerro El Gualí. “El primer día llegó un escuadrón a arrestarnos, estaban muy inconformes con el rodaje. Tocó que la ministra de Cultura mandara una carta”, dice Steven Grisales, productor ejecutivo; “por eso nunca se menciona en la cinta el Ejército de Colombia, sino el ejército nacional”. El páramo, dirigida por el bogotano Jaime Osorio, narra la historia de un comando especial de alta montaña formado por nueve soldados que son enviados a una base militar, en un páramo a 4.300 metros sobre el nivel de mar. La base, que representa una casa embrujada, perdió contacto hace varios días con el Ejército y parece que fue blanco de un ataque; los hombres encuentran solo un extraño sobreviviente, que poco a poco termina aniquilándolos psicológicamente. El miedo, la incomunicación, el aislamiento total y la imposibilidad de huir alteran la mente de los soldados, que comienzan a dudar del verdadero peligro. Ponen a prueba sus más viscerales instintos de supervivencia, tomando a la especie humana como enemigo letal. Más de la mitad del equipo de grabación sufrió vómito y diarrea debido a la presión atmosférica. La subida a la base duraba más de 35 minutos, con 120 escalones hacia arriba y 400 en zigzag. Soportaron mes y medio con temperaturas inferiores a 6 grados. “Casi se nos mueren los actores, nos tocó hacer un hospital”, comenta Steven. Cada día, los 9 actores y los 60 integrantes del equipo de filmación ascendían desde los 3.600 metros de altura donde se ubica el Hotel Carretero, hasta la locación, en el

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cerro El Gualí. En ese lugar ubicaron una base de patrulla móvil, que funcionaba como puesto de mando adelantado y se acondicionaron espacios como cocina, hospital móvil, vestuario, maquillaje, sala para los actores y equipos especiales. La última escena, con dos helicópteros que sobrevolaban la base, se filmó en Manizales y en Bogotá, en medio de crisis psicológicas no actuadas.

alias ‘el Negro’, y Andrés Felipe Torres, en el de Arango. A los 19 años, Andrés Felipe tuvo muerte clínica durante un minuto, en un hospital de Medellín, donde estaba inmerso en el mundo del sicariato y la drogadicción. La actuación es una nueva etapa en su vida que, según él, lo salvó de esa otra realidad donde el terror sí existe, según aclara.

La película se iba volviendo de ciencia ficción debido a los obstáculos, pero el principal fue la pérdida del 30% del apoyo económico para la producción por parte del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de Argentina (INCAA), por “una supuesta deuda” que terminó en pleito jurídico. La película se estrenó el 7 de octubre de 2011 después de que el equipo perdiera nueve meses, antes de la filmación, esperando la financiación para la versión en inglés. El patrocinio se suspendió debido a la crisis de Hollywood.

El frío obligó a los actores a mantener la respiración ahogada, como dijo Juan Pablo Barragán: “Era estar en un desierto a 4.300 metros de altura. Pero en la adversidad, la gente se vuelve más amiga; ahora entendemos más la realidad de los soldados”. La otra locación donde se desarrolló la película fue el antiguo matadero de Bogotá, que funcionaba como centro de acogida para drogadictos antes de ser utilizado para la película. El lugar, similar a un búnker, tenía paredes llenas de goteras, mojadas con líquidos anónimos que el equipo llamó “agua de caca”.

Actuar con cabeza fría

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Los productores no querían actores conocidos, y para darle realismo a las situaciones buscaron actores no profesionales. Los ensayos actorales para la personificación solo duraron mes y medio; se realizaron en un apartamento en Bogotá, simulando un campo de batalla, utilizando palos de escobas a manera de fusiles. Los actores leyeron el guion solo una vez; no había nada marcado, no existía una limitación para hacer las escenas. Meses después lo único que se hacía con el director, antes de la filmación, era aclarar situaciones. Se quería una película basada en la improvisación, donde el miedo se encarnara en los personajes y rebotara en los espectadores. Juan Pablo Barragán, protagonista del filme, presentó el casting por recomendación de una profesora de la Academia Superior de Artes de Bogotá (ASAB). Se vistió de soldado, se peluqueó, se bañó y quedó como antagonista; sin embargo, su actuación y nuevo look aseguraron el papel para otro personaje: Ponce, el soldado más joven y cuerdo del escuadrón de alta montaña. En el papel del Teniente Sánchez estuvo Mauricio Navas, que cursó una maestría en Artes Vivas en la Universidad Nacional con una tesis casualmente relacionada con el tema, titulada “Psicodélico soldado dado de baja”. Mauricio logró aplicar el horror de la guerra con el tema del descrédito al heroísmo militar, y los traumas de los combatientes; su hermano, exoficial de la Armada Nacional, le ayudó a involucrarse en el papel. Alejandro Aguilar, recordado por su papel de ‘Cachi’ en Rosario Tijeras, hizo de Cabo Cortés; necesitó varios meses de entrenamiento militar para aprender el lenguaje de la guerra y las señas de un cabo experimentado. Juan David Restrepo, director, productor y protagonista del largometraje En coma, también recibió capacitación militar como infiltrado, para poder hacer el papel de Ramos, el enfermero. En el reparto figuran Julio César Valencia —un bailarín de Buenaventura, de 24 años—, en el papel de Robledo,

Terror milimetrado El páramo fue un rodaje en el que los actores tuvieron que rotar papeles: “Nos tocó hacer de todo, siempre había alguien enfermo, así que teníamos que reemplazarlo”, cuenta ya como anécdota Steven Grisales. Los efectos especiales, traídos desde Argentina, no funcionaron por la densidad de la niebla; la humedad del páramo dañó varias cámaras y las pocas posibilidades de Juan Pablo Barragán, protagonista, a la izquierda, y Steven Grisales, productor ejecutivo.

sol obligaron a cambiar escenas que pusieron a prueba al equipo instalado en la base militar. "Una mañana, hace más de 10 años, un amigo de la universidad me contó una historia escalofriante que le pasó cuando estaba prestando servicio militar. Me pareció súper y le dije que iba a hacer una película sobre eso. Mi amigo fue el primer asistente de dirección en El Páramo", dice el director Jaime Osorio.

Cinco minutos antes de terminar el rodaje se presentó un caso de hipotermia. Hubo un promedio de tres enfermos diarios. Se aplicó un promedio de 15 inyecciones diarias. Un hospital móvil con un médico y dos enfermeras atendió el rodaje. Tres horas de viaje diarias emprendía la producción del hotel a la locación. Tres años tardó la búsqueda de la locación.

Cuatro pacas de agua se consumían al día.

El páramo ha manejado cifras alentadoras en taquilla nacional e internacional, y obtuvo preventas en todo el mundo. En Colombia, el fin de semana del estreno logró 45.414 espectadores, con 41 copias de ingreso. Según Proimágenes, se mantuvo entre las cinco más vistas durante tres semanas, con 217.853 espectadores, un muy buen promedio en taquilla.

El horror de las cifras

En las trincheras del anonimato

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Ruy Folguera, quien ha trabajado en producciones de Disney, fue la encargada de la musicalización, que no tiene sonido instrumental. Para ella, El páramo significó tres etapas de construcción a larga distancia, ya que los productores y el director se encontraban en diferentes países, Colombia y Argentina. En la página web de la película ella escribió: "El terror, el miedo son personajes cuya mejor virtud es la sorpresa. Era muy rico y apasionante musicalmente desarrollar un sonido nuevo que sorprendiera, que nunca fuera obvio. Nos cuidamos mucho con el director para no bajar la guardia, ni dejar colar algún cliché. ¡Todavía no he podido ver la película a oscuras!”.

Pese a las dificultades que volvieron terrorífico el rodaje, hoy se considera El páramo como uno de los filmes pioneros de terror psicológico en Colombia, con sus planos cerrados, una cámara en movimiento y toda la gama de verde militar en la fotografía. La antecedió Al final del espectro, de Juan Felipe Orozco. Queda claro, detrás de cámara, que “no sabían a lo que se iban a enfrentar”, como reza la frase promocional de la película.

Andrés Gómez, productor de campo, escribió para la página web de la película: “Faltando 5 días para terminar el rodaje, me rompí la rodilla derecha. Subí un par de días más así porque quería terminar como fuera […], pero no aguanté más, y el médico me dijo que debía prepararme para una cirugía. Me hubiera encantado terminar”. Óscar Navarro, el encargado de arte, confesó que algunos intercomunicadores de los soldados fueron improvisados con mangueras de bolsas de suero y alambres; con la misma recursividad se reconstruyeron y remodelaron los refugios.

El productor general, Steven Grisales, se repetía como un mantra durante el rodaje: "El cine suma todas las artes y todas las ciencias económicas, lo cual ya lo vuelve un gran reto. En el cine no hay nada escrito”. Alejandro Moreno, director de fotografía, siempre estuvo relacionado con el cine por su familia de cineastas cubanos. Desde 1998 se radicó en Colombia.

La película participó en Fantastic Fest, el festival de género más grande en Estados Unidos; fue seleccionada en el encuentro de coproducción del Festival de Cine de Cartagena por su guión, un valor agregado. Además, recibió apoyo para la fase de producción del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico (FDC), el más importante en Colombia. También se presentó en el Festival de Cine Fantástico de Sitges en Cataluña, donde el 15 de octubre pasado Jaime Osorio ganó el Premio Citizen Kane al director revelación. Allí Osorio manifestó ante la prensa extranjera que “el enemigo no siempre es tan identificable como dice el gobierno, que ve a la guerrilla como la causante de todos los males de la sociedad”.

Jaime estudió cine en Francia, en la Université de Rennes 2. En Colombia ha trabajado como director de comerciales para Teleset, República Films y Rhayuela Films, y en Venezuela, para Los Sopranos Filman. Se empieza a reconocer su marca en el cine por la tensión y la exageración de drama en la imagen y por la actuación limpia y sencilla. Tanto él como el productor general, Federico Durán, han sido profesores de LaSalle College, la Universidad Nacional y la Universidad Javeriana. Actualmente, Jaime está dirigiendo la saga internacional La mujer del presidente.

Cada día se consumían 150 chocolatinas, ideales para ayudar a que el cuerpo soporte el frío extremo.

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}ARQUITECTURA] Por: Grace Acosta grace.acosta.gamboa@gmail.com

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Homenaje en concreto y en vida

En octubre se inauguró la exposición Casa + casa + casa = ¿ciudad?, organizada por el Instituto de Patrimonio y la Universidad de Los Andes, para reconocer la labor de Germán Samper Gnecco, arquitecto, urbanista y dibujante bogotano. Su hija invita a recorrer esta obra, que quedará en el fondo del Archivo de Bogotá, donde estará exhibida hasta marzo próximo.

Samper Gnecco en en el taller de Le Corbusier, en París.

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Catalina Samper Martínez quería que su padre, Germán Samper Gnecco, pudiera disfrutar en vida de un homenaje por su aporte a la arquitectura moderna en Colombia y, sobre todo, por su contribución al bienestar de los bogotanos de estratos populares, como impulsor de la vivienda de interés social en el país. La exposición Casa + casa + casa = ¿ciudad?, con la curaduría de Marcela Ángel Samper y María Cecilia O’Byrne Orozco, reúne construcciones emblemáticas del arquitecto, como el edificio Avianca, el Museo del Oro y la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango, en Bogotá; el edificio Coltejer, en Medellín, y la Ciudadela Real de Minas, en Bucaramanga. “El hecho de que se reconociera la importancia de su trabajo ya estaba en el aire; yo lo único que hice fue recoger la obra”, dice su hija, quien estuvo a cargo de los 63 apoyos audiovisuales con los que cuenta la exposición.

Museo del Oro // Foto: Germán Tellez.

Si algo rescata de su padre es su habilidad de indagar por medio del dibujo nuevas posibilidades y descubrir siempre cosas nuevas a través de sus viajes y experiencias personales. “Queremos que los arquitectos vean el valor del dibujo; de estudiar cuando hacen viajes. Germán Samper lleva 60 años dibujando y siempre que va de viaje sigue estudiando. Eso para un joven es muy valioso, más en el mundo digital de hoy. Queremos mostrarles que coger un lápiz y un papel puede ser importante”. Y esos 4.000 dibujos se aprecian… Ese arduo trabajo investigativo en materia de vivienda de interés social y conformación de espacio urbano de las áreas residenciales dio origen al primer proyecto de vivienda social en el país, La Fragua (1958-1961), en el sur de Bogotá, en el cual participó Yolanda Martínez, esposa de Germán Samper. En un video, los residentes del barrio hablan de lo que significó para ellos la construcción de esas 98 casas. Sin embargo, Samper Martínez resalta que

de los trabajos que más admira y que más identifican a su padre en materia de vivienda —cada uno en su escala— son el de Las Brujas, en Medellín, de tan solo 70 casas, y el de la Ciudadela de Colsubsidio, en Bogotá, de 12.500 casas, que se construyeron en 20 años. Esta exposición recoge lo más significativo de los 60 años de vida profesional de Samper Gnecco, soportado en más de 60 documentos originales, entre planos finales, dibujos de trabajo y esquemas del arquitecto, complementados con fotografías y cuatro maquetas. El recorrido comienza contextualizando al espectador con dos presentaciones audiovisuales y un video que ilustra el inicio de la investigación del arquitecto a finales de los años cincuenta. A continuación, lo transporta al taller del maestro suizo Le Corbusier, donde Samper realizó sus primeros trabajos. Con este panorama se llega a la tercera etapa del recorrido —tal vez la más importante—, sobre el problema que vive el país en materia de vivienda social. Además, a lo largo de la exposición se encuentra una pared de 30 metros que muestra el desarrollo en vivienda colectiva en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica, desde 1900 hasta el 2011. El recorrido culmina con la presentación de un documental de una hora, producido por Catalina y dirigido por Carlos Mario Urrea, que resume la vida de Samper Gnecco. Ella plantea que “no es lo mismo hacer un documental con la persona, que cuando la persona se murió”. Una de las enseñanzas que le ha dejado Germán Samper Gnecco a su hija es que “las cosas hay que hacerlas para compartirlas, no para que uno se las guarde”, y este fue el propósito de Casa + casa + casa = ¿ciudad? Conjunto Brujas, Medellín.

Coltejer. Dibujo Germán Samper. Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango// Foto Diego Samper.

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Cristian SĂĄnchez xcriztianx@hotmail.com

Foto

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Santo cach贸n II Ilustraci贸n: Daniel Alejandro Pinilla