Directo Bogotá # 44

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" " Christina G贸mez Echavarr铆a

Una pausa para la nota roja

Fotoensayo


Edición

44

Marzo 2014

Directo Bogotá Revista escrita por los estudiantes de la carrera de Comunicación Social

Directora Maryluz Vallejo Asistente editorial Mariángela Urbina Reporteros en esta edición Daniel Alejandro Pinilla, María José Medellín, Nathalia Guerrero, Daniela Puerta, Valeria Angarita, María Camila Sarmiento, Helena Calle, José Daniel Gómez, Daniel Canal, Sebastián Serrano, María Paulina Baena, Mateo Esteban Villalba, Felipe Andrade, María Alejandra Guzmán, Carlos López, Juan Felipe Franky, Sergio Llamas Portada y Contraportada Fotos: Carlos López Barrio Bosque Calderón-Quebrada Las Delicias Diseño y diagramación Angélica Ospina angelikaos@gmail.com Corrección de estilo Gustavo Patiño Díaz correctordeestilo@gmail.com Impresión Javegraf Decano Académico José Vicente Arizmendi C. Decano del Medio Universitario Ismael Rolón M. Directora de la Carrera de Comunicación Social Mónica Salazar Director del Departamento de Comunicación Mario Morales Informes y distribución Transversal 4ª No. 42-00, piso 6 Teléfono: 3 20 83 20, ext 4587 Escríbanos a: directobogota@gmail.com Consulte nuestro archivo digital en la página: www.directobogota.com

02 05 11 19 24 28 31 36 48 53 58 63

Cabos Sueltos Estación Central

La discapacitada es Bogotá Patrimonio

El Jockey Club: último bastión del elitismo Estación Central

Orden de captura 0157967 Patrimonio

Delicias que emanan de los cerros Patrimonio

Hacienda sabanera con centro comercial Estación Central

Casitas de pesebre con moscas Colectivo

Zona Q.E.P.D. Oficios

Con los guantes puestos por Ciudad Bolívar Tendencias

El islam en Bogotá y una galleta Retrovisor

Dardos desde Chapinero Libros

Sobreviviente de dos guerras


02

Cabos Sueltos

La bicicleta millonaria

En tercera clase

Salió, como de costumbre, por la Circunvalar en sentido sur-norte hasta la vía a La Calera, al lomo de su bicicleta marca Treck, de unos cuatro millones de pesos, de doble suspensión modelo EX5.5, del año 2010, que sus padres le dieron para que disfrutara de su nueva afición. Decidió comerse un salpicón y pensó que el hombre de buen aspecto que empezó a hablarle, con cara de ciclista profesional por lo de las gafas Oakley, el iPod nano y la lycra bien apretada era otro gomoso de las bicicletas.

Así como en el Titanic uno de los aspectos más dramáticos fue la discriminación social hacia las víctimas, en Bogotá, años después, y frente a la “indignación” de todos, siguen muriendo en las clínicas y hospitales quienes no pueden pagar su tiquete de primera clase.

―Hola, ¿primera vez que subes? ―No. ―Ah, bueno, yo ya voy a bajar, ¿quieres venir conmigo? —Siguió la conversación al ritmo pausado del ciclista, y le dijo que era importador de equipos de bicicleta de la China. Quiso darle su tarjeta, pero es que no la tenía a la mano. —Acompáñame, que por aquí cerquita

es mi apartamento y te bajo la tarjeta. Justo a unos pasos del CAI de la calle 76 con carrera 1ª, en el callejón, paró un taxi y se bajó “el hermano” del susodicho, eso sí, igualito: chaparro y blanco. Traía bolsas de Carulla y hablaron un rato mientras que el otro iba por la tarjeta. ―¿Cuánto pesa tu bicicleta? ―No sé ―se bajó para pesarla, y se la pasó, porque ya en confianza dejó que la manejara un rato para que no botara la baba. Le sostuvo las bolsas al hermano, que estaban llenas de botellas de agua, y vio ahí parado cómo empezó a bajar el callejón, y bajó y bajó y nunca lo volvió a ver. Y pensar que si lo hubieran robado con arma de fuego, el seguro le hubiera reconocido una bicicleta igualita. Pero como no hubo violencia de por medio, paga por ingenuo. Daniela García S. daniela_gsc@hotmail.com •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Sin respetar edad ni sexo, en el trasatlántico perecieron 53 niños de los 76 que había en tercera clase, mientras que los cinco niños que viajaban en primera y los 14 que iban en segunda, se salvaron. El pasado 3 de febrero, la madre de una niña que no pudo pagar una consulta de $100.000, ya que solo tenía $30.000, se enfrentó a lo mismo. Según ella, solo unos primeros auxilios habrían sido suficientes para mantener a su hija con vida. Pero nadie le ofreció la ayuda mínima y la niña de seis meses falleció. Su vida costó $70.000. Al igual que en el Barco de los Sueños, estos pacientes, sin medicina prepagada y que siempre deberían recibir por lo menos un servicio de urgencias, encontraron en su camino al bote salvavidas las puertas cerradas. En este momento la Superintendencia Nacional de Salud abrió una investigación contra la Clínica Santa María S.A.S., donde ocurrió el suceso del bebé. De producirse una sanción la clínica pagaría hasta 2.500 salarios mínimos. Pero ya sabemos que del 100% de las actividades de monitoreo que tuvo la Superintendencia el año pasado, el 16% generó procesos de apertura de investigación y solo el 0,4% sanciones en primera instancia. Lilian Mariño Espinosa lilianmarespinosa@gmail.com •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••


¡Llegó Chocopán! Mientras muchos bogotanos se movilizan hacia sus casas después de una ardua jornada de trabajo o estudio, el día para los voluntarios de Chocopán apenas comienza. En las frías noches de la capital, un grupo de personas decide sacrificar el descanso y fortalecer su espíritu altruista llevando chocolate, pan y queso a los más desfavorecidos que viven en los barrios del centro de la ciudad. El programa comenzó hace dos años por iniciativa de un grupo de raperos de estos barrios, jóvenes a quienes les dolía ver a su gente en tan malas condiciones y que tomaron la determinación de cambiar, así fuera por un rato, esta realidad. Luego, un grupo de ciudadanos replicó la idea y la proyectó con mayor impacto mediante la fundación Chocopán por una sonrisa. No fue fácil conseguir los alimentos por su propia cuenta, pero ahora, cuando la fundación ha cogido más fuerza, quienes se solidarizan con la causa donan alimentos y facilitan sus carros para la entrega. Es así como cada miércoles alrededor de 30 voluntarios reparten alegría en barrios como Santa Fe, La Sabana, La Capuchina y La Favorita. El recorrido comienza a las 7:30 p.m., se realizan siete u ocho paradas y con tan solo gritar “¡Llegó Chocopán!”, niños, habitantes de la calle, ancianos y demás personas del barrio se acercan a recibir esa merienda nocturna. El trato es muy simple: lo único que se pide a cambio es una sonrisa. Tal vez esto no soluciona los problemas que la gente padece, pero como dice uno de los líderes de la fundación: “Con poquito se puede

demostrar mucho”. Los interesados en participar de esta actividad podrán encontrar la información en Facebook: ‘Chocopan por una sonrisa’. Natalia Vivas naty_vivas92@hotmail.com •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Evitar una multa a la costeña

Los ratones hacen fiesta

Tengo 23 años, soy barranquillera, vivo en Bogotá desde hace cinco años, pero solo desde hace un tiempo me atrevo a manejar en estas caóticas calles. Soy el estereotipo andante de lo que la gente cree que es una mujer al volante, pues me pierdo, voy muy lento y mi forma de parquear deja mucho que desear.

Al ritmo de “échale semilla a la maraca pa’que suene cha-cuchá, chacuchá…” un grupo de jóvenes ameniza la noche fría del centro de Bogotá a cualquiera que pase por allí y escuche aquella interpretación sin ánimo de lucro. Las personas que se reúnen alrededor cantan, bailan y aplauden dejando de lado por unos minutos su vida rutinaria.

Sin embargo, hace un par de semanas caí en la cuenta de lo inexperta que soy cuando un policía de tránsito me detuvo por estar hablando por celular. El oficial me hizo señas para que me orillara en plena carrera 7ª con calle 87 y yo empecé a sudar de los nervios. No había terminado de bajar la ventada del copiloto cuando detecté que el tipo era costeño y, como buen paisano mío, coqueto y “tronco’e bacán”. Lo que sucedió a continuación parecía de comedia, pues ni el tipo sabía cómo más insinuarme que le diera plata, ni yo sabía qué carajos me estaba diciendo. Creo que nunca había oído tantos “ajá” y “ya tu sabe” en una conversación, y para que yo diga se necesita… Me recitó entre picadas de ojo en lo que me iba a salir la gracia, me dijo que mi papá me iba regañar, me aconsejó que me gastara esa plata yendo a carnavales, y yo todavía no entendía si el tipo quería que me lo llevara a Barranquilla para darle posada y trago. Al final, cuando ya el agente no pudo encontrar cómo más pedirme esas “50.000 razones para salirme de la multa” sin que yo pusiera cara de confundida, se rindió y, como le había caído en gracia y era de su tierra, me dejó libre. Antes de irse, me dijo que debería aprender a solucionar las cosas a lo costeño. Pero esa lección de identidad regional me resbala. Marcela García marcelitagarcia10@hotmail.com •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

La velada se arruina cuando dos policías que observan a lo lejos se acercan y con cierto aire de prepotencia les indican a los artistas que abandonen el lugar; la frustración se apodera de ellos y del público reunido. Transcurrido cierto tiempo, en la esquina de donde sacaron a los amantes de aquel son, me doy cuenta de que los mismos policías hablan con unos jóvenes que consumen y distribuyen marihuana en el Chorro de Quevedo, como si se conocieran de tiempo atrás y en un tono amable, muy diferente al que usaron con los músicos. Luego veo que los jóvenes sutilmente les ofrecen marihuana y los policías, complacidos, no la rechazan, además de dejarlos continuar con su negocio. Al parecer, todos eran amigos y disfrutaban aspirar el mismo humo. Laura Vargas G. lauravargas12@hotmail.com

5

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Bogotá “bici-friendly” Pensar en Bogotá como “la Ámsterdam latinoamericana” es toda una locura. Solo por tomar un ejemplo, el Índice de Desarrollo Humano (IDH) ubica a Colombia en el privilegiado lugar 91 mientras que Países Bajos ocupa el cuarto. No hay ni punto de comparación. Sin embargo, algunos nos llaman así porque la cultura de andar en bicicleta va tomando fuerza. La ciudad cuenta con 300 kilómetros de ciclorruta y la ciclovía de los domingos y festivos es una tradición desde 1975. La administración Petro creó los bici-carriles, un espacio para hacer de la bicicleta un medio real de transporte. El problema es que solo el 5% de los bogotanos (aproximadamente 365.000) utilizan este medio para llegar a su lugar de destino. En Ámsterdam es el 40%. ¿Vale la pena cerrar un carril de carros y hacer de esta ciudad un caos vehicular por unos pocos? Sí. Es la única forma de que los bogotanos entiendan que hay una forma más saludable, ecológica, rápida y económica de trasladarse de un lugar a otro. Un galón de gasolina vale $8.480; un pasaje en bus o Transmilenio, $1.500 (y hasta puede salir más caro si a uno lo manosean o lo roban). Echarle aire a las llantas vale máximo $500 y no es de todos los días. Así se evitan trancones, la plata rinde más, se genera menos contaminación y hasta puede mejorar la calidad de vida. Katherine Benítez katebenitez92@hotmail.com

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Los rojos llegan a Soacha Los habitantes de Soacha no podrían estar más integrados a Bogotá. Los capitalinos les damos la bienvenida a Transmilenio, un espacio en el que compartiremos la eficiencia del transporte público de nuestra ciudad. Nueve largos años hemos tenido que esperar para compartir con ustedes el calor humano de nuestro sistema, y un ambiente cosmopolita solo comparable con el de un tren de Tokio… A gasolina. De antemano pedimos perdón por las incomodidades que les causará. Es normal que una obra como estas implique sacrificios. Tal vez deban esperar otra década para que en las estaciones de su municipio pongan puentes peatonales; o que construyan un portal decente, en el que quepan las 80.000 personas que ingresan diariamente al sistema, y en el que no deban hacer filas que superen una cuadra. Ya verán que lentamente se irán acostumbrando, y tal vez dentro de un par de años ya no sean dos, sino tres, las rutas que cubran una ciudad como la suya, de casi medio millón de habitantes. Hagan caso omiso a los escándalos de corrupción y los problemas que se han presentado con Transmilenio, se trata de cuestiones aisladas. Este moderno sistema fue pensado para mejorar su calidad de vida, y sabemos que sacarán provecho de él, tal como algunos políticos y empresarios del Distrito lo han hecho acá. La mejor de las suertes para ustedes, y si tienen alguna duda sobre cómo usar el sistema de articulados, improvisen; este es uno de los pilares de la movilidad en Bogotá. Juan David Sánchez Prieto juandasanchez02@hotmail.com •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••


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Estación Cental

Texto y fotos: Juan Felipe Franky jf810@hotmail.com Sergio Llamas ergillf@msn.com ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• 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El capitán de la selección de quad rugby.

La discapacitada

es Bogotá Tras las polémicas declaraciones de la pastora María Luisa Piraquive a comienzos de este año, discriminatorias contra la población con discapacidad, cobran mayor sentido las historias de Juan Manuel Ochoa y Yamile León, destacados en los campos del deporte y la cultura, quienes hacen parte de la Fundación Arcángeles, una iniciativa privada que se suma a proyectos distritales, como el 721, para proteger a los más de 330.000 habitantes de Bogotá en esta condición.


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Cantidad de personas con discapacidad, según el registro para la localización y caracterización de las personas con discapacidad:

Hombres

82.361 Mujeres

119.247

Son las ocho de la noche y Juan Manuel Ochoa, de 29 años, acaba de terminar una reunión con su equipo de quad rugby en las instalaciones de la Fundación Arcángeles. Abandona el edificio y comienza su travesía para llegar a la estación de Transmilenio de la calle 106, a unas ocho cuadras del lugar. En su silla de ruedas, Juan Manuel tiene que atravesar temerariamente de un andén a otro. Tras ubicarse en el lado derecho de la vía, el director teatral se transforma por 20 minutos en un vehículo más. Al llegar a la estación, alguien tiene que apoyarlo en la subida del puente, pues no hay ascensor. Finalmente, entra en un H13, que lo

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llevará hasta el portal de Usme, sector en el que vive. Esta historia se repite a diario, pues, como dice Juan Manuel, “transportarse por

los andenes es muy complicado porque tienen huecos y desniveles”. El tema de la discapacidad se presta para malentendidos, y la gente suele estar desinformada. Para muchos, la persona con discapacidad es la que está en silla de ruedas, sin poder moverse. Para otros, son solo las personas sin visión o que no pueden oír o hablar. La discapacidad es más que esto, es la ausencia de alguna habilidad en el ser humano, y reúne siete clases distintas. Juan Manuel y muchas otras personas con algún tipo de discapacidad tienen que enfrentarse a diario a la realidad de una ciudad excluyente como Bogotá, y a pesar de las dificultades, se han convertido en exponentes del deporte y la cultura, tales como: Moisés Muñoz, medalla de plata en los Juegos Paralímpicos 2012; Nelson Cardona, escalador que conquistó el Everest con una prótesis en su pierna derecha, o el actor Jhon Alexander Ortiz, reconocido por su papel en la serie Pandillas, guerra y paz, y quien terminó en una silla de ruedas tras recibir un disparo. Según la Secretaría de Integración Social, en Bogotá existe un creciente malestar frente a la discapacidad. Teniendo en cuenta esta situación, ¿qué está haciendo el gobierno distrital?

Proyecto 721 para Bogotá El Distrito creó el Proyecto 721 para mejorar las condiciones de vida de la población con discapacidad en Bogotá. “Tiene cinco componen-

tes de atención por ciclo vital, de complemento alimentario, de inclusión social y de atención psicosocial”, dice Luis Armando Lesmes, asesor de Política Pública de la ciudad.

Juan Manuel Ochoa, jugador del equipo de quad rugby.

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Como apunta Lesmes, las exigencias de la población civil hicieron que el Distrito prestara mayor atención a la población vulnerable. Por esto, y gracias a la labor del Movimiento Social para la Defensa y Restitución de los Derechos de la Población con Discapacidad, Familias, Cuidadoras y Cuidadores, el Distrito decidió asignarle el mando a esta organización para garantizar o, por lo menos, encaminar la ciudad hacia la inclusión social.


“El Movimiento Social es un espacio en construcción para la movilización y la incidencia política de la población con discapacidad, entendida como las personas con discapacidad, sus familias, cuidadores y cuidadoras”, comenta Diva Sandoval, coordinadora del movimiento, quien sostiene que Bogotá es una ciudad muy excluyente, “hecha desde las

minorías para las mayorías”. Del Movimiento Social hacen parte personas con todo tipo de discapacidad: física, mental, cognitiva, auditiva o visual, como Diva, quien a pesar de la ceguera, es capaz de moverse sin ningún tipo de ayuda por los espacios donde transita. A través de encuentros periódicos, el Movimiento Social intenta cubrir diversos campos de la vida cotidiana, como la política, la educación, la salud, la movilidad y la cultura.

Un arcángel con arte y sin fronteras Además del Proyecto 721 y del Movimiento Social, en Bogotá existen algunas fundaciones que se encargan del desarrollo de las personas con discapacidad, como Arcángeles y Arte sin Fronteras, las cuales fomentan, desde enfoques distintos, tanto la rehabilitación de las personas como su inclusión en ámbitos de la cultura y el deporte. A pesar de que desde el Movimiento Social no ven con tan buenos ojos la labor de estas fundaciones por sus elevados costos, su labor merece reconocimiento. Arcángeles, además de fomentar la cultura y el deporte, realiza una tarea de inclusión laboral con las personas con discapacidad mediante convenios con empresas como el Centro Comercial Gran Estación, Securitas, Constructora Bolívar, UNODC, Proximity y McDonald’s. Desde hace más de siete años, Arcángeles se ha ido consolidando como una de las fundaciones líderes en el apoyo a la población con discapacidad. Pese a ser una entidad sin ánimo de lucro, la fundación está en proceso de convertirse en grupo empresarial. “Arcán-

geles es una organización que trabaja por la inclusión de la población con discapacidad desde diferentes frentes con un enfoque funcional y de inclusión social”, dice una de sus responsables, Angélica Becerra.

Desde esta institución se ha apoyado a reconocidos deportistas nacionales, como Moisés Fuentes, quien ganó una medalla de plata en los Juegos Paralímpicos de Londres, en 2012. La Fundación recibe a quienes tienen algún tipo de discapacidad y les hace un proceso de monitoreo y de análisis psicológico para ubicarlos en alguno de los campos, como el deportivo, el cultural o el de comunicaciones.

Arriba: Carlos Guerrero, de la Fundación Arte sin Fronteras. Abajo: Moisés es atendido por el equipo médico de Arcángeles.

En uno de los salones de la Fundación, un grupo de 12 personas con distintos tipos de discapacidad se dispone a empezar la clase. La profesora, que tarda unos minutos en llegar, saluda a sus alumnos y comienza la clase de baile, que desarrolla habilidades corporales; los participantes siguen a la profesora en los ejercicios de calentamiento. Este grupo se desenvuelve en el campo artístico con gran soltura y, sobre todo, con disposición.

07


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Estratos con mayor población discapacitada en Bogotá:

Estrato 2:

93.550 Estrato 3:

76.182

Estrato 1:

24.142

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Dotación del gimnasio de la sede Arcángeles en el norte de la ciudad.

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Arte sin Fronteras también se enfoca al sector cultural, y desde la Academia de Artes Guerrero, dirigida por Carlos Guerrero, fomenta las expresiones artísticas en personas con cualquier tipo de discapacidad. Pintura, escultura o danza son las distintas opciones con las que cuentan los alumnos. “Lo que hemos

encontrado es que el arte permite que el ser humano genere espacios de desarrollo interior y momentos de encuentro consigo mismo”, dice el director. Lo anterior demuestra que esta población no debe ser mirada solo desde el enfoque clínico y rehabilitador, sino también desde uno que tenga en cuenta sus habilidades y potencialidades. Entre los distintos proyectos que lleva a cabo Arte sin Fronteras para impulsar y apoyar habilidades artísticas de personas en condición de vulnerabilidad, se prepara una exposición individual de arte, la primera en el país hecha para personas con retraso mental. Para el director de la academia, el problema de la discapacidad no está en estas personas, sino en la población en general, que los mira como incapaces y no como personas que pueden aportarle a la sociedad.

Rugby en silla de ruedas Un jugador marcado con el número 7 se dispone a lanzar. Sus compañeros y rivales aguardan a pocos metros. Cuando el lanzamiento se produce, varios deportistas comienzan a rodar

en sus sillas en busca del balón. De pronto, el choque entre sillas de ruedas produce un estruendo. Moisés, un jugador sin manos, toma el balón con los brazos y lo pone en sus piernas para empezar su recorrido hacia la meta contraria. En ese momento, uno de sus oponentes lo alcanza y choca su silla, deteniendo el juego. Los dos jugadores son retirados a un costado de la cancha para cambiar una de las ruedas afectadas por el choque. Tras unos cuantos minutos, Moisés o ’Cuartoepollo’, como le dicen sus amigos, regresa al terreno junto a su compañero. El quad rugby es también conocido como “rugby en silla de ruedas”, y es un deporte creado en Canadá a finales de los años setenta para personas con discapacidad que se movilizan en silla de ruedas. La disciplina está incluida entre los deportes paralímpicos, y Colombia ha evolucionado en los últimos años, al punto de participar en torneos internacionales y apadrinar a otros países de América Latina que no cuentan con experiencia en el campo. De esta selección nacional hace parte Juan Manuel Ochoa. A sus 20 años era gimnasta profesional y en uno de sus entrenamientos realizó un triple mortal hacia delante que terminó en una mala caída sobre su nuca, y la fractura de dos vértebras lo dejó cuadripléjico. “Adaptarme fue difícil porque todo

era completamente diferente; desde la forma como comía, porque prácticamente me tenían que hacer todo. Yo no movía sino parte de mis


hombros y no podía mover parte de mis brazos”, comenta Juan Manuel, quien pese a las dificultades ha llegado a ser jugador de quad rugby y director teatral. Diez años después, Juan Manuel puede mover su tronco, sus brazos y poco a poco comienza a mover sus manos. En octubre de 2013, él y su equipo representaron a Colombia en un torneo internacional en Alabama, Estados Unidos, y preparan otro que se realizará en los próximos meses en Bogotá, con la presencia de países de toda América.

“La discapacidad es un estado del ser humano”, menciona el entrenador del equipo, Jonathan Vegas. Algunos pueden nacer con discapacidad y otros pueden adquirirla. Lamentablemente, Bogotá no está preparada para aprovechar las potencialidades que esta minoría ofrece. Como menciona Charlie, uno de los integrantes del equipo, “si hay esca-

leras, existe la discapacidad, pero si hay una rampa, no la hay”.

Pintar con otros ojos Mientras Juan Manuel, Charlie y el resto del equipo demuestran a diario sus potencialidades en el campo deportivo desde sus sillas de ruedas, Yamile León, una exenfermera que, por cosas de la vida, perdió la totalidad de su visión, incursionó con éxito en el campo de la pintura. Lentes oscuros y un bastón acompañan a esta mujer, nombrada hija ilustre de Caparrapí, Cundinamarca, a todas partes.

*

Rangos de edad con mayor cantidad de discapacitados en Bogotá:

65 a 69 años:

18.030

60 a 64 años:

17.243

17 a 59 años:

17.150 ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Derecha: Jugadores de quad rugby en entrenamiento. Abajo: El entrenador de la selección, Jonathan Vegas.

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“Mi experiencia como artista ha sido un esfuerzo muy grande, para mantener un nombre, no solo por ser una artista con discapacidad, sino por ser artista”, comenta Yamile, quien se dedica a la pintura y cuenta con un gran número de obras realizadas. Una de sus pinturas, El hombre y su interioridad, muestra una figura humana con una explosión de rojos, amarillos y negros en su centro. Su rostro, mitad color piel y mitad rojo, se sostiene sobre una superficie en forma de falda, de un oscuro color morado. Las obras de Mayalesu, como es conocida en el medio artístico, se caracterizan por su estilo abstracto y se dividen entre figuras humanas, flores y algunas siluetas, y han sido expuestas en distintas galerías en el país. La artista sostiene que su condición no la limita en ninguno de los campos en los que se desarrolla y que se considera una artista plástica como cualquier otra.

Yamile León, artista plástica.

El equipo de quad rugby y Yamile, además de todos los integrantes del Movimiento Social, demuestran que los obstáculos en cuanto a discapacidad, y sobre todo la exclusión ciudadana, no son realmente impedimentos para superarse.

Sede de Arcángeles.

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Selección Colombia de quad rugby en el Coliseo Cayetano.


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Patrimonio

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La tradicional sede del parque Santander.

El Jockey Club:

último bastión del elitismo

Por: María José Medellín Cano medellincano00@gmail.com

Fotos: archivo de Alfonso Dávila Ortiz

Tras la venta de la sede principal, en el centro de Bogotá, el Jockey Club se enfrenta a uno de los momentos más difíciles desde su fundación, en 1874. Alfonso Dávila Ortiz, presidente honorario, es pieza clave de esta institución patrimonial de la ciudad. Por los pasillos y salones del Jockey Club —fundado en la capital en 1874 por un selecto grupo de bogotanos— han desfilado las personalidades más importantes de la ciudad; también han sido escenario de lujosos bailes y banquetes ofrecidos a los presidentes Eduardo Santos, Alberto Lleras, Gustavo Rojas Pinilla, entre otros dignatarios. Con un estilo inglés de la época victoriana, el club ha luchado por mantener ciertos valores y reglas para garantizar su perfil de exclusividad y de élite. Alfonso Dávila Ortiz, actual presidente honorario del Jockey, es una de las figuras más respetadas de la Junta Directiva y hoy, a sus 91 años, sigue tratando de mantener vigentes esos valores que aprendió desde pequeño en los rincones del club.

“Yo nací en el Palacio de Nariño” Descendiente de una familia de agricultores e industriales que ampliaron la capacidad energética de Bogotá en 1925 con la creación de la planta eléctrica El Charquito y dueños de la Compañía Nacional de Electricidad, Alfonso Dávila Ortiz nació el 4 de abril de 1922 en la carrera 8ª # 178. “Esa era la dirección de la época

y hoy en día hace parte del Palacio de Nariño.


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Con su padre, José Domingo Dávila Pumarejo.

La casa donde nací estaba pegada al Teatro Municipal, al Observatorio Astronómico y luego a la Casa de Nariño, y todo eso quedó formando parte de los jardines del Palacio. Por eso soy de las pocas personas que pueden decir que nació en el Palacio de Nariño”, comenta Dávila. Como muchas familias de la élite bogotana que viajaban al exterior en busca de nuevas oportunidades de trabajo y de otros estilos de vida, en los años veinte los Dávila Ortiz empezaron su travesía por tierras extranjeras. Nueva York, París y Londres fueron sus destinos, hasta que en 1930 regresaron a Bogotá con la influencia acentuada de la cultura europea, rasgo fundamental de la élite bogotana de esta época y del Jockey Club. “Me acuerdo de que me llevaban

al Jockey a peluquearme y cada socio tenía un apartado de tijeras, peinillas, navaja de afeitar de largo mango y brochas”, recuerda Alfonso.

Su papá, José Domingo Dávila Pumarejo, fue vicepresidente y su tío abuelo Juan Manuel Dávila, fue el fundador y el primer gobernador, como se le conocía al presidente en esos años.

“El club lo tenía en la sangre... Desde chiquitos sentíamos que eso era algo especial; como si fuéramos hijos de príncipes o una cosa por el estilo”, agrega Alfonso al recordar su primera época en el club. “Cuando adquirí mi derecho, entré con mucha timidez porque era muy joven. Pero me fui aficionando y en un momento dado me metieron en la Junta Directiva”, primero como vicepresidente, en 1966, y luego, en 1988, como presidente durante diez años consecutivos. El Jockey Club se convirtió en un segundo hogar para Alfonso, sentimiento que comparten los demás socios que han utilizado los salones del club para celebrar matrimonios, primeras comuniones, presentaciones de jovencitas en sociedad y fiestas de la más alta categoría.

Al estilo inglés Dentro de los salones del Jockey Club, era usual jugar cartas y billar. Pero Alfonso nunca fue aficionado al juego. Prefería hacer parte de las tertulias que organizaban algunos intelectuales que frecuentaban el club en las horas de la tarde. “Hablábamos y tomábamos

whisky. Juan Lozano y Lozano, que era un escritor magnífico, y Nicolás Gómez Dávila (Colacho), un filósofo, se sentaban a hablar de cualquier cosa y mucha gente iba a escucharlos”. Independientemente de la actividad que se realizara dentro del club, el estilo inglés con el que fue concebido el Jockey era y sigue haciendo parte fundamental de la conducta y el protocolo que los socios deben seguir al pie de la letra.

“El club es más que todo anglófilo. Lo que me tocó a mí en la época en la que entré como socio fue la ropa inglesa y el whisky, pues antes el brandy había sido la bebida preferida por los bogotanos”, pero con la introducción de las costumbres inglesas al Jockey, el whisky Vat 69 y luego el Johnnie Walker Sello Negro se volvieron habituales en las mesas. Además, la moda británica se impuso en el club: sombreros Lock, vestidos confeccionados sobre medida por Anderson & Sheppard u otro afamado

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sastre de Saville Row en Londres, zapatos Church’s, gabardinas Aquascutum, corbatas Tremlett y paraguas Brigg, como símbolo de estatus y eficaz método de identificación de los socios en la entrada principal. “La exigencia

de usar corbata en el club siempre ha sido respetada, lo mismo que el atuendo formal de las señoras”, aclara Alfonso, pues recuerda la visita de una de las más elegantes señoras europeas, invitada por algunos socios, quien se presentó con unos costosos jeans de la mejor casa de moda europea y tuvo que abandonar el club, escoltada por porteros y maîtres.

“Además, a mí me tocó, como presidente, echar a Poncho Rentería porque se presentó sin corbata”. El Jockey Club no solo se ha preocupado por conservar este código de vestimenta, sino que valores como los de la puntualidad, la prudencia y el respeto han estado siempre presentes dentro de su protocolo interno. También ha tratado de impedir la penetración del narcotráfico y del clientelismo, aunque sin mucho éxito, pues como comenta Alfonso, el Jockey ha tenido que recibir personas con diferente manera de pensar y de vivir, que no tienen la categoría de los antiguos socios.

La bola negra A diferencia de muchos clubes de la ciudad, el socio del Jockey Club no debe pagar el valor de una acción de propietario, sino que, a su ingreso, paga una contribución y accede a un derecho bien sea de número (título hereditario), hijo de socio (el hijo o hija designados por el socio de número o descendiente para continuar con la tradición familiar por herencia), asistente (hijos, nietos, hermanos, yernos, nueras o sobrinos de los socios que no heredan el derecho); honorario (designados por sus especiales servicios a la patria o a la institución); vitalicio (aquellos que sean aprobados por la Asamblea después de pagar por largo tiempo las cuotas económicas requeridas y haber llegado a cierta edad) y titular (designados como futuros hijos de socios, mientras sean menores de edad). Independientemente de cuál sea el derecho, la calidad de socio solo se adquiere después del resultado de una votación secreta y por mayoría absoluta de la Junta Directiva. Una de las características más conocidas y temidas del Jockey Club es la “bola negra” que, en palabras de Alfonso, “es el arma más eficaz y perenne que

ha tenido el club para evitar que a su seno

Alfonso Dávila, a la derecha, con el general Gustavo Rojas Pinilla. A la izquierda, Gladys Silva de Dávila.

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De

600

socios en la época dorada, ahora pasó a

400

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Con el presidente Turbay Ayala.

penetren personas que tengan algún problema, de cualquier índole: moralidad, modales, aspecto, cultura, clase social, distinción, manera de hablar, antecedentes personales y de familia, etc”. Esta poderosa bola aparece en las jornadas de votación y basta que un solo miembro de la Junta Directiva utilice “la negra” para que el candidato a socio sea rechazado. Frente a esta situación, ningún socio tiene la potestad de intervenir. Alfonso recuerda su amistad con el expresidente Julio César Turbay Ayala y el miedo constante de que le “sacaran” bola negra a su gran amigo, pues “era una

persona de extracción baja. Pero nunca me dijo nada sobre entrar al club. Yo lo invitaba a almorzar y, en general, todos los socios lo trataron con gran cordialidad al entonces seguro, indiscutible, futuro presidente de Colombia”.

El límite de la exclusividad “He sostenido que lo valioso de la institución no son sus activos materiales, sino sus socios tan escrupulosamente seleccionados y, desde luego, su fiel y antiguo personal de empleados, de excepcionales cualidades”, añade Dávila, quien asegura que la característica fundamental que define a un socio del Jockey Club es el elitismo: “Esto no significa que sea malo.

Una cosa diferente es no tener sentido social y caridad, elementos fundamentales de un socio del club. El elitismo es lo que diferencia a un socio del Jockey”. Elitismo que no es sinónimo de ostentación. Por ejemplo, recuerda que en el club nunca hubo fiebre por los automóviles elegantes y que, más bien, el alarde por la adquisición de objetos valiosos era considerado de mal gusto. “Juan Pablo Ortega, socio presidente

de Bavaria, manejaba un carro cualquiera. ‘Colacho‘ Gómez andaba en un Renault 4 y Guillermo Kopp, hijo del presidente de Bavaria y mi padrino, tenía dos carros negros idénticos para que nadie notara que poseía dos”. A pesar de la lucha incesante del Jockey Club por mantener sus valores y rasgos identitarios, que parecen estar congelados en el tiempo y arraigados a las más antiguas tradiciones aristocráticas de los clubes londinenses, las consecuencias no se han hecho esperar. El cupo máximo de socios llegó a su límite de 600 plazas en la “época dorada” del club, pero hoy son solo 400. “Ese límite que teníamos hacía

que todo el mundo aspirara a entrar porque era un signo de la élite y de reconocimiento. Eso se fue degradando y ya dejó de ser importante. La élite bogotana se difuminó. Ahora se dice que el Jockey es como un club cualquiera. Y sí es muy parecido a los demás. Muchísimo mejor El Nogal, con sus instalaciones, la fabulosa cantidad de servicios que ofrece. Pero si uno se pone a mirar, las personajes son completamente distintos”, comenta Alfonso con un cierto grado de nostalgia al recordar sus mejores años en el club y la consagración del carácter de la sociedad capitalina que, según la periodista Emilia Pardo Umaña, se definía en los salones discretos del Jockey Club.

“No podemos entender bien claro cómo este Centro Social, siempre metido en casas poco

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apropiadas, ha podido ejercer una sugestión que ha llegado a convertirse en evidente fuerza social. Pero lo cierto es que en sus salones discretos ha legado a definirse el verdadero carácter de la sociedad” (El Espectador, 27 de enero de 1937).

El American way of life y los huevos cocotte El Jockey Club ha intentado mantener las puertas cerradas a cualquier cambio de la sociedad. En plenos años setenta, mientras el mundo se enteraba de los horrores sucedidos durante la Segunda Guerra Mundial, la invasión a Vietnam y los estragos de las bombas atómicas, los socios del club reforzaban las trancas. El movimiento hippie, que nació por esta época en Estados Unidos, con el eslogan “Prohibido prohibir”, y el American way of life, que venía ligado a estas ideas, intentaron colarse en los salones del club, pero sin mucho éxito. “El Jockey siguió con sus tradiciones

Dávila Ortiz con el presidente Alberto Lleras Camargo.

europeas. Y es curioso que, según mis datos, nunca hemos tenido un socio norteamericano”, añade Dávila. Detrás de las puertas del Jockey, los empleados han desempeñado un papel esencial para evitar la entrada de cualquier intruso. “Mientras estuve en la Presidencia del club,

realizamos con los empleados un programa dedicado a la exaltación de altos valores morales porque lo verdaderamente importante del club, además de sus socios, son sus empleados, el capital humano irremplazable por su experiencia y su fidelidad”, afirma

Dávila Ortiz con el Papa Juan Pablo II.

Alfonso. Debidamente entrenados en su oficio, los porteros son la primera alarma que se prende cuando un invitado o socio ingresa sin la vestimenta adecuada. Adentro, los meseros, que han preparado las mesas de comida milimétricamente, al mejor estilo del Palacio de Buckingham, esperan a sus comensales con guantes blancos listos para servir las bebidas y la comida. La cultura gastronómica del Jockey ha estado, desde siempre, influenciada por la cocina del Viejo Continente, especialmente la francesa. Por algo sus platos más famosos son los huevos cocotte, el plato favorito de Alfonso, y la langosta Thermidor. La búsqueda de los jefes de cocina no ha sido una tarea

Dávila Ortiz con el presidente Jimmy Carter y y sus respectivas esposas.

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tomada con ligereza. Recuerda Alfonso que cuando era presidente del club, viajó a París por motivos de negocios y aprovechó la oportunidad para buscar un chef. En la embajada de Colombia le recomendaron que pusiera un aviso en el periódico Le Figaro. “Me costó un

dineral. Solo tuve respuesta de un muchacho recién graduado que pedía 5.000 dólares de sueldo (dólares de mediados de los años noventa), un apartamento y un mes de vacaciones pagadas por el club con pasajes para París. No podíamos pagar esa plata y le dijimos que no”. A raíz de esta búsqueda infructuosa,

Dávila Ortiz con el presidente Virgilio Barco.

El presidente del club con Guillermo León Valencia.

llegó a oídos del entonces presidente del club, el nombre del chef suizo Simón Büler, quien le daría relieve a la sazón culinaria de la cocina del Jockey. Un par de años más tarde, y gracias a su fama y buen desempeño, aceptó un contrato millonario ofrecido por el Hotel Santa Clara de Cartagena.

Lo que sí logró entrar

Dávila Ortiz con el Rey Juan Carlos.

La familia Dávila Silva.

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Quizá el acontecimiento más importante que haya tenido el club en los últimos 20 años es el recibimiento de las mujeres como socias. Arraigado a las tradiciones inglesas burguesas, el Jockey Club no aceptaba al género femenino dentro de sus listas de socios. Pero ante el innegable cambio de costumbres del mundo entero, que llevaba a las mujeres a posiciones importantes, los hombres se vieron forzados a aprender labores domésticas y a criar niños. En el 2008, Alfonso presentó la proposición de aceptar mujeres como socias, que hasta ese entonces eran en su mayoría las esposas de los socios, damas respetadas y elegantes que usaban exclusivas joyas y vestidos de la más alta costura. “Después de varios años yendo

a las asambleas había tres personas, Abdón Espinosa Valderrama, Alberto Lozano Simonelli y Juan Agustín Carrizosa, que insistían en que se recibieran mujeres, pero todo el mundo se negaba. Me acogí a la tesis de Espinosa, Lozano y Carrizosa y presenté la proposición cuando el presidente era Fernando de Mendoza. Él se quedó sentado cuando empezó la votación. Todo el mundo se paró a favor de lo que había presentado. Lo que es sorprendente es que no ha sido muy exitosa. Actualmente solo hay 20 mujeres en las listas”.


El futuro con socios del montón “Hasta hace poco tiempo estábamos en un situación dramática. Tanto que tocó vender la casa principal del Parque Santander a Los Andes. Estamos con la idea de hacer un nuevo club. Es bien difícil, tenemos muchos proyectos, pero ahora con el POT de Petro nadie se atreve a hacer nada esperando a ver si lo tumban. Los constructores están paralizados”, comenta Alfonso al analizar la situación actual del club. Por ahora, los socios y empleados se encuentran realizando sus actividades cotidianas en la sede cultural, en la carrera 4ª con calle 74. Pero la esperanza de seguir con la tradición todavía sigue en pie. Con los ingresos de la venta del Club, la Junta Directiva se enfrenta a la tarea de reinventar el Jockey, ya sea con la construcción o adquisición de una nueva sede, o considerando la posibilidad de fusionarse con otro club. “El deseo de la Junta es ensanchar

el club y hacer una nueva edificación. Vamos a recibir nuevos socios que no van a ser de la misma categoría que teníamos. Van a terminar siendo los del Nogal, los del Metropolitan, gente común y corriente”, dice Dávila, y se queda tan ancho, aunque este comentario levantará ampolla entre los homólogos. Las nuevas generaciones, como la de Alfonso, con sus ocho hijos, nueve nietos y trece bisnietos, esperan pacientes las noticias sobre el futuro del club. Aunque probablemente ya no puedan disfrutar el elegante estilo republicano ni tomarse fotografías en la legendaria escalera de caracol que caracteriza la sede del tradicional club del Parque Santander; la corbata, el whisky y los huevos cocotte estarán en la futura edificación del Jockey Club, tan cachaco como su benemérito presidente.

El presidente honorario del Jockey Club, hoy.

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El Jockey Club que yo conocí Benjamín Villegas le pidió a Alfonso Dávila Ortiz que pusiera por escrito todo lo que sobre su vida y la del Jockey Club le había contado durante los años de la amistad que se remonta a la década del setenta. Y en 2010 salió publicado un libro de 326 páginas, acompañado de numerosas fotografías de archivo del autor. Aunque no alcanzó mayor resonancia en nuestro país, en 2011 obtuvo el primer puesto en los Latino Book Awards, entregados en Nueva York. Las anécdotas y las historias protagonizadas por los socios, los que siguen frecuentando el club y los que ya no están, demuestran el prestigio y el valor histórico de esta institución. Dividido en seis capítulos, El Jockey Club que yo conocí, transporta a sus lectores a una institución que ha tratado de mantener sus tradiciones, influenciadas por la aristocracia inglesa. De manera que el lector puede comprender el talante del club, su esplendor, los personajes ilustres que lo visitaron y la crisis de finales de los años noventa, tras de la cual se permitió el ingreso de mujeres como socias de número y se aceptaron nuevas costumbres que no han logrado desajustar el talante elitista y solemne que el club defiende con ahínco.

La joven pareja: Alfonso y Gladys.

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Orden de captura

19 0157967 Estación central

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Por: Daniel Alejandro Pinilla Cadavid danyelyto_3133@hotmail.com Fotos: Carlos López

Esta es la historia de Néstor Echeverry Zuluaga, de 38 años. Se desempeñaba como calibrador de buses en Suba y estuvo dos años en la Cárcel Modelo de Bogotá por un delito que no cometió. Quedó libre el pasado julio y está en proceso de reinserción laboral. Uno de tantos casos de falsos positivos judiciales que dejan a las víctimas a merced de los tiempos muertos del sistema, y que solo registran los tabloides sensacionalistas.


―¡¡Abran la puerta, Policía Nacional!! Los niños se metieron debajo de las cobijas y esperaron a que 12 policías revolcaran todo y se llevaran a su padre. Nadie entendió por qué lo capturaron. Lo subieron a un CAI Móvil y desapareció entre las calles de Suba. Así empezó la pesadilla de Néstor Echeverry Zuluaga, su esposa, Mónica, y sus hijos, Kevin y Eymmy Valentina. El jueves 28 de julio del 2011, Néstor Echeverry recogió a sus hijos en el colegio a las dos de la tarde y se fueron para la casa. Cargaba a Eymmy, que tenía cinco años, y llevaba de la mano a Kevin, su hijo mayor, de diez años. Cuando llegaron al barrio Berlín, notaron que había muchos policías, pero creyeron que se trataba de un patrullaje normal. Les preparó el almuerzo, como siempre, los ayudó a hacer tareas y organizó la casa mientras llegaba su esposa. Al día siguiente, a las 5:30 a.m., golpearon fuerte la puerta de la casa. Era un grupo de policías que buscaban a Néstor con la orden de captura 0157967. Los agentes de la Sijín argumentaron que Néstor Echeverry era un extorsionista de buses. No lo dejaron ni lavarse los dientes. Le quitaron hasta los cordones de los zapatos y la correa. Una fiscal le leyó sus derechos. Él pidió a los detectives que lo dejaran despedirse y entró al cuarto de los niños. Cuando le preguntaron quiénes eran esos señores, Néstor les respondió: “Papitos, son

a Angélica, su prima abogada. Mónica fue primero a los paraderos donde su esposo trabajaba, para buscar firmas y demostrar que no era el delincuente que buscaban. Él llevaba 10 años trabajando como calibrador en la avenida 139, en Suba. Cubría las rutas Bilbao y Avenida Ciudad de Cali y ya era conocido por los conductores de bus. El primero en visitarlo fue su amigo John Barrera. Le compró una colchoneta, desodorante y algo de comida. Al rato llegó su prima. Ella le confirmó que estaba capturado por una investigación, pues un detective lo había relacionado con una reconocida banda, Los Gavilanes, que extorsionaba buses. Néstor no entendía qué pruebas podían tener en su contra, si él nunca había recibido siquiera un billete de los buseteros. Néstor y Mónica.

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amigos míos. Yo me voy a un paseo, pero no se preocupen que no me demoro”. Los agentes que hicieron el allanamiento revisaron los tres pisos de la casa; abrieron cajones y clósets, pero no encontraron nada. Mónica, angustiada, les pasó el celular y la tabla de calibrador de Néstor. Les explicó que ese era su trabajo y que él era amigo de los conductores, no un extorsionista. Después de 40 minutos, dos agentes lo sacaron de la casa esposado, le quitaron la gorra y le dijeron en voz alta: “No se esconda, levante la cara para

que la ciudadanía se dé cuenta de que la Policía Nacional sí actúa y se lleva a delincuentes como usted”. El viernes 29 de julio, Néstor Echeverry fue conducido a los calabozos de la Sijín en la calle 6ª. Antes le pidió a Mónica que contactara

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Celda

71 del patio 2B, Cárcel Modelo

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Un peligroso cabecilla A la mañana siguiente se bañó y se secó con la camisa que llevaba puesta. En el Juzgado 27 Penal Municipal se legalizó su captura. A las 8:00 a.m. comenzó la audiencia en una sala de Paloquemao. Primero se legalizaron las capturas de otros supuestos seis integrantes de la misma banda; el Fiscal explicó que un teniente había investigado a los sospechosos y que entre esos figuraba alias ‘el Mono’, el cabecilla principal, supuestamente Néstor. El fiscal nunca mencionó a Néstor Echeverry, siempre hizo referencia a la banda. El detective del caso era el teniente José Garzón Berroterán, quien informó que desde el 2009 seguía a los sospechosos y que tenía fotografías en las que aparecían recibiendo dinero de las ‘vacunas’. Precisó que se trataba de peligrosos delincuentes que se hacían pasar por paramilitares y Bacrim para infundir terror entre los conductores. Concluyó que eran un riesgo para la sociedad y debían ir a prisión con medida de aseguramiento. A las 10:00 p.m. terminó la audiencia de imputación de cargos. Néstor Echeverry y otros dos jóvenes, que también habían sido incriminados injustamente, no entendían el error que se estaba cometiendo. Néstor fue esposado y llevado de regreso a los calabozos. El domingo siguiente, a las 9:00 a.m., Mónica y su hermano fueron a visitarlo. Los dejaron entrar, y el detective Garzón se portó muy bien con ella. La llevó, sin requisas ni demoras, hasta una celda pequeña donde había unas 80 personas. Cuando vio a Néstor se llevó una triste impresión: lucía como un criminal. Tenía un peto de rayas azules y blancas con el número 23. Se abrazaron y lloraron por algunos minutos. Mónica le dio el desayuno ―churrasco con Sprite― y él le dijo tratando de calmarla: “Mamita, tenga paciencia, que yo soy inocente”. En la audiencia se había decidido que Néstor Echeverry debía ser trasladado a la Cárcel Modelo y procesado por los cargos de concierto para delinquir, porte ilegal de armas y extorsión agravada. A los 15 minutos, un guardia gritó que la visita había terminado. El lunes 1º de agosto de 2011, lo trasladaron a la Modelo. Al rato de llegar a su celda, un

guardia metió a un hombre que presentó como el violador de una niña de seis años. En la celda de al lado, un preso de los “duros” les dijo a él y a sus compañeros que lo golpearan hasta que vomitara sangre, de lo contrario, serían ellos los que “llevarían del bulto”. Un guardián le dio a Néstor una cartulina roja con las letras TD, luego miró a los otros internos y gritó:

“Pilas con los maricas, que están infectados de sida”. Solo pudo dormir después de medianoche, pero se despertó a las dos horas con una piquiña en la nariz. Era una rata negra, del tamaño de un gato, que lo estaba aruñando. Con asco, fue a buscar su chaqueta para cubrirse, pero notó que se la habían robado. Pasó esa noche en vela y con frío, pensando en sus hijos y en la suerte que necesitaba para sobrevivir más noches detrás de esos barrotes. Al día siguiente, la noticia salió en los noticieros, y en el diario Q’hubo la portada de la publicación era una foto de siete personas encadenadas, entre ellas Néstor Echeverry, acompañada de esta información: “Extorsio-

naban en el sector de Suba. La Policía desmanteló una banda que cobraba ´vacunas´ a comerciantes y transportadores, y que se había convertido en el terror de la localidad al occidente de la ciudad”.

Familia a la distancia Echeverry empezó a pasar sus noches en “La Carretera”, como llaman en la Modelo los pasillos del ala norte. Un lugar maloliente y desvencijado, expuesto a ratas y peligros, que debía compartir con decenas de internos. El tercer día pudo llamar al celular de Mónica para contarle que su celda era la número 71 del patio 2B, que tenía que pagar por dormir con seguridad y por cada beneficio o favor que necesitara porque allí mandaban los caciques. Mónica llegó a la Modelo desde las siete de la noche del día anterior para hacer fila. Durmió en la calle, con otras mujeres. A las 10 a.m. empezaron a dejar pasar grupos de 100 mujeres a través de un túnel. Mónica soportó las humillaciones de la requisa. Fueron ocho módulos antes de ver a Néstor. Hablaron y se dieron mutuo apoyo en medio de un patio repleto de personas.


Entonces comenzó una época difícil para Mónica, que decidió tomar el trabajo de calibradora que tenía su marido, y duplicó los turnos para cubrir los gastos. Los niños pudieron ver a su padre el tercer domingo después de la detención. Todos lo abrazaron, ninguno lloró, se hicieron los fuertes tragando lágrimas. Al día siguiente, Néstor le avisó a Mónica que estaban vendiendo una celda para una persona, pero que costaba $1.500.000. Le explicó que tenía que pagar la mitad ese día, y el resto a los tres días. La familia de Néstor hizo una colecta y préstamos; la mamá de Mónica prestó $500.000. Hasta hicieron una rifa entre los buseteros que lo conocían. A los tres días se completó el dinero y Néstor compró el derecho a la celda de cuatro metros, donde corría menos peligro. Un día de finales de agosto, mientras Mónica trabajaba en una calle de Toberín, leyó en el periódico Mío una noticia relacionada con su esposo. Era la historia de la mujer que había denunciado a la banda de extorsionistas: “Ana

Cecilia Cárdenas se cansó de que sus conductores fueran extorsionados con el pago de ‘vacunas’ y enfrentó a la banda de delincuentes, quienes fueron capturados. La mujer ahora teme por su vida a raíz de amenazas”. Mónica fue a buscar a la mujer para preguntarle si conocía a su esposo y esta le aseguró que nunca había visto a Néstor y que sus conductores tampoco se habían quejado de él. A pesar de que estaba amenazada y de que se encontraba en el Programa de Protección a Testigos, la mujer prometió ayudar. Mónica se comunicó con la abogada de Néstor para contarle la novedad.

menor, de seis años de edad, lloraba constantemente y se deprimía. Era necesario tratarla médicamente, ya que estaba acostumbrada a compartir con su papá todos los días y, de repente, había dejado de verlo. En octubre del mismo año, Angélica, la abogada de Néstor, decidió darle el caso a Milena Mallarino, que era abogada penalista, no civil, como ella. A mediados del mes, lo asistió en un interrogatorio. La abogada lo conoció una hora antes y le preguntó por su versión de la historia. A los 20 minutos, le dijo: “Néstor, vámonos

a juicio. Lo suyo es una cruel injusticia”. Pero el tiempo fue pasando sin que se solucionara el caso y Mónica tuvo que multiplicarse para poder cuidar a los niños, defender a su esposo y responder por su trabajo como calibradora. Aplazaron nuevamente la audiencia de Néstor para el 26 de diciembre, porque supuestamente se iban a concretar unos preacuerdos.

El viacrucis de las audiencias No pudieron pasar el 24 de diciembre juntos. El 26, Néstor se levantó emocionado de imaginarse libre el 31 de diciembre, sin embargo, le informaron que tres de las personas acusadas con él, habían pedido aplazar la audiencia porque no habían logrado los preacuerdos con la Fiscalía. La nueva cita quedó para el 13 de enero de 2012.

Néstor recién salido de la cárcel, con su esposa e hija.

El 24 de septiembre de 2011 fue el cumpleaños de Néstor, el mismo día de la fiesta de la Virgen de Las Mercedes, patrona de los presos. Aunque ese día se permitía visita de niños, una epidemia de paperas impidió que Kevin y Eymmy lo visitaran. Solo fueron Mónica, su suegra y su cuñada, que le llevaron una torta para “celebrar”. La vida familiar se complicó días más tarde, cuando se descubrió que Eymmy padecía de anorexia infantil, producto de un estrés postraumático. En el colegio reportaron que la

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Audiencias: 30 de julio de 2011 26 de diciembre (aplazada) 13 de enero de 2012 (aplazada) 31 de enero (aplazada) 13 de abril (aplazada) 4 de mayo (aplazada) 18 de mayo (aplazada) 7 de marzo de 2013 (aplazada) 10 de abril (aplazada) Julio (oferta de preacuerdo) ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

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Con la nueva audiencia de enero parecía que el proceso se iba a aclarar, pero cuando iba a empezar, la juez informó otro aplazamiento porque un acusado no contaba con defensa técnica. El nuevo encuentro quedó para el 31 de enero. Durante el tiempo de espera, tres de los sindicados lograron un preacuerdo y se rompió la unidad procesal para Néstor Echeverry. Su caso pasó al Juzgado Quinto Penal del Circuito Especializado. De nuevo su libertad quedó en entredicho. Mónica y la abogada pasaron diez recursos de habeas corpus para exigir la libertad porque el tiempo que llevaba detenido sobrepasaba lo estipulado por el Código Penal. La respuesta fue que por estar en la justicia especializada los plazos se duplicaban. Pasó de 120 a 240 días y, por una reforma de ley, a 480 días. El proceso quedó para marzo. Pero tampoco ese mes la justicia se dignó programar su audiencia. La nueva espera quedó para el 13 de abril, pero también se vio frustrada porque la fiscal responsable tuvo una calamidad doméstica. Los permanentes giros del proceso, la demora de las audiencias y el cambio de jueces y fiscales ya los tenían desesperados. Así que el 24 de abril de 2012 decidieron enviar un derecho de petición a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia pidiendo respuesta. Explicaron los pormenores de la situación, recalcando en que ya habían pasado nueve meses sin tener la audiencia del escrito de acusación ni la preclusión. En marzo, la Procuraduría pidió que no se aplazara más el caso, ya que se estaba posponiendo la audiencia sin mayores justificaciones. Luego llegó otra noticia. Ancízar Osorio, que había entrado con Echeverry a la Modelo como supuesto extorsionista de la banda, salió libre. Él, que sí era cómplice de los delitos, reconoció los cargos, llegó a un preacuerdo con la Fiscalía y negoció su libertad con siete meses de pena excarcelables. En cambio, Néstor, inocente e involucrado en los hechos por falsos testimonios, siguió encarcelado y sin audiencia. A esta altura de su caso, lo más paradójico es que la denunciante insistía en que Néstor Echeverry no era parte de la banda ni amigo de los delincuentes. Diez conductores de bus declararon que él trabajaba como calibrador desde hacía más de 10

años y que era una persona honorable. Dos de los condenados ratificaron que no hacía parte de la banda Los Gavilanes. Sin embargo, a Néstor lo acusaban de ser alias ‘el Mono’, descrito como un hombre de 1,70 m de estatura con pelo largo y castaño, a pesar de que Néstor Echeverry sufría de alopecia. Ni siquiera su físico coincidía con el del delincuente buscado. El 4 de mayo de 2012 llegó la nueva audiencia, pero esta vez no asistió el representante de la Fiscalía, así que el fiscal Mauricio Aguirre tomó posesión como delegado ante el Tribunal y se aplazó la vista pública. La poca fuerza que Néstor sacaba se derrumbaba con cada aplazamiento. Las únicas pruebas en su contra eran unos videos y fotos de él recibiendo monedas y anotando información en su tabla de calibrador. Nadie lo reconocía siquiera como sospechoso, solamente el detective José Garzón Berroterán insistía en su culpabilidad. La siguiente audiencia de este viacrucis se programó para el viernes 18 de mayo. Pero nuevamente se canceló porque la fiscal del caso había sido designada para investigar el atentado contra el exministro Fernando Londoño. La abogada Mallarino volvió a presentar un habeas corpus exigiendo la libertad inmediata de Echeverry basada en la cadena de aplazamientos del proceso. Una jueza negó el recurso. Otra vez llegó septiembre y la situación era la misma. Echeverry pasaba sus días leyendo, haciendo sudokus y pintando cuadros. Sus compañeros le enseñaban técnicas de talla porque solo los condenados podían asistir a los talleres, no los sindicados como él. Además, aprendió a trabajar con papel fomi y con este material le hacía muñecas a su hija; también empezó a hacer cuadros para que Mónica los vendiera (los mismos que compraba su suegra sin que él lo supiera). El lunes 24 de septiembre de 2012, a Néstor Echeverry le llegó otro cumpleaños en prisión. Como era la fiesta de Las Mercedes, los niños podían visitarlo. Sin embargo, Kevin no pudo entrar porque ya tenía más de 11 años, y sus tíos, con quienes tenía permitido el ingreso, no podían ir. Así que Mónica, solo por darle la sorpresa a Néstor, pagó a un guardia $250.000 para que los ayudara. Después de pasar por


los módulos, con varios sustos, lograron entrar a Kevin como hijo de otra mujer. Ese día celebraron juntos el cumpleaños y partieron una torta de $40.000, que Mónica había encargado a otros internos llamados “rancheros”. Con más de un año en prisión, Néstor ya se había vuelto experto en su caso. Verificó que la denuncia nunca fue firmada, que había folios sin información o incompletos, que aparecieron personas no relacionadas en los informes del detective y que él nunca fue individualizado ni identificado. Con estas evidencias en la mano, su expectativa estaba centrada en demostrar que su caso era un error. Además, confiaba en que se tuviera en cuenta el testimonio de la denunciante, Ana Cecilia Cárdenas. Aun así, el tiempo siguió pasando después de tres jueces y ocho fiscales diferentes en su investigación. En diciembre de 2012, un detective citó a Néstor para unas declaraciones. Otros cinco conductores testificaron que él nada tenía que ver con bandas de extorsionistas. El detective le aseguró que después de estas declaraciones, posiblemente quedaría en libertad. Solo era cuestión de esperar la audiencia. Pero, súbitamente, la nueva fiscal del caso renunció y se asignó a otro despacho donde su titular pidió dos meses para estudiarlo. De esta manera, se citó para una audiencia definitiva el 7 de marzo de 2013. La abogada aseguró a la familia que esta vez la libertad de Néstor Echeverry estaba a horas de firmarse. Mónica, emocionada con la noticia, decidió pasarse al tercer piso de la casa para que su esposo estrenara habitación cuando llegara. Él la llamó la víspera de la audiencia para que regalara las cocas de la comida porque ya no las iba a necesitar. Vendió su celular, negoció la celda, se despidió de sus compañeros y se preparó para la audiencia de su libertad.

Libertad con preacuerdo Entre tanto, Néstor siguió esperando la audiencia después de 23 meses, según él, secuestrado en una cárcel. En julio llegó la oferta de un preacuerdo por parte del detective que se equivocó: aceptar el cargo de omisión a la denuncia. Un delito que pagó tres veces en tiempo. Esta fue la única vía judicial para acabar con el martirio de la injusticia. Néstor reconoció a medias una mentira para poder vivir en libertad. Ahora piensa en demandar al Estado. Kevin, que dejó de ver a su padre por diez meses, va mejor en el colegio y guardó las calificaciones para mostrárselas a su papá cuando saliera de prisión. Para seguir pagando las deudas, Mónica siguió trabajando como calibradora, un oficio que desaparecerá cuando entre en pleno funcionamiento el SITP. Como Néstor es técnico de instalaciones y arreglos de señal de televisión, logró el apoyo de un empleador que lo conocía y compró una moto a crédito para empezar a trabajar en una empresa de telecomunicaciones, en noviembre pasado. Pero surgió otro problema: no pudo abrir una cuenta de ahorros para que le consignaran su salario porque su nombre sale reportado en una lista de control de los bancos. Tuvo que dirigir un derecho de petición al Juzgado de Ejecución y Penas para que lo borraran de esa lista, pero todavía está en el limbo. Ni Kafka imaginaría los entresijos de la justicia en Colombia.

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23 meses secuestrado por la justicia ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Néstor con su familia, por fin recuperada.

El jueves 7 de marzo de 2013, 20 meses después de su detención, por fin empezó la audiencia. Pero para sorpresa de todos, el teniente José Garzón Berroterán, detective y testigo principal del caso, no se presentó. La cita quedó para el día siguiente, pero ese viernes el detective tampoco fue. Finalmente, la audiencia quedó aplazada para el 10 de abril de 2013. De nuevo trasladaron a Néstor a la Modelo.

23


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Delicias que emanan

24 de los cerros Patrimonio

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Texto y fotos: Nathalia Guerrero nataguerrero_67@hotmail.com

Las Delicias, a la altura del intercambio vial de la calle 63, es una de las 12 quebradas de la localidad de Chapinero ―y una de las 194 quebradas de Bogotá―, se volvió prioridad para esta administración gracias a una campaña de protección impulsada por la ciudadanía. Cuando en mayo de 2013 Gustavo Petro se reunió con más de 50 personas en la calle 63 con carrera 1ª para lanzar la campaña por la protección de quebradas del Distrito y formalizar la red de protección ciudadana de la quebrada Las Delicias ―con universidades, vecinos de la quebrada y entidades gubernamentales―, los que se remangaron el pantalón fueron los vecinos. Hace más de 20 años, al darse cuenta de que vivía al lado de una alcantarilla, Josefina Castro, vecina de Rosales, convocó a la comunidad para salvar las quebradas de los Cerros Orientales, empezando por la quebrada La Vieja. Desde ese entonces el trabajo no ha parado y han surgido comunidades como los Amigos de la Montaña, que promueven el uso público de la quebrada y el encuentro respetuoso con la naturaleza. Antes de 2010, el Distrito se había ocupado de los cuerpos de agua de la ciudad, y a partir de este año priorizó la recuperación de las quebradas locales. En 2013, la Alcaldía Local firmó el convenio 797 con Conservación Internacional, una organización ambiental sin ánimo de lucro que se encuentra en varios países. “Esta

Ron, Guaro y Melón en su baño dominical en la quebrada.

administración ha querido ser verde en su pensar y actuar. Esta es la primera administración verde de la ciudad”, aseguró el alcalde


Petro el 23 de mayo pasado, desde uno de los quioscos que tiene el sendero de la quebrada Las Delicias. Y es que la quebrada no solo se ha vuelto punto de recuperación; se ha vuelto punto de desarrollo cultural, punto de encuentro entre las personas, punto ambiental. Desde que el recorrido comienza se puede observar la ruptura de los cerros con la ciudad que está debajo de la avenida Circunvalar. En la calle 63 con carrera 5ª se empiezan a divisar los grafitis realizados por jóvenes de la comunidad, a lo largo de los muros de la quebrada canalizada. El camino sigue hasta que el barrio Bosque Calderón aparece entre las montañas y los andenes se transforman en tapetes de hierba; el cemento, en terruños, y los carros, en grupos de vacas o de gallinas que cacarean alrededor de un montón de papas pastusas esparcidas por el suelo. En este antiguo barrio de invasión se observan las casitas con techos de zinc, los perros gruñones, la ropa tendida al aire libre y los niños correteando por el camino, en medio del estruendo de los vallenatos un domingo por

la mañana. En todo el frente de la entrada al sendero hay una enorme cancha de tejo, templo profano del barrio, diagonal a la estatua de Jesucristo, que lo protege. Apenas se llega al primer quiosco ambiental del camino, el paisaje cambia. Lo verde se pone más verde, el aire huele más a aire, el agua se escucha rodar. La quebradita baña débilmente el suelo con un hilo, que aunque es pequeño, deja correr agua limpia, transparente. A medida que se va subiendo, el hilito se va tornando más grande, pasando por entre escalinatas de madera, troncos y piedras enormes. Cerca de dos horas y media dura la caminata hasta el nacimiento de la quebrada y los pozos de agua transparente, el mismo tiempo que se demoró Ismael para llegar con Ron, Guaro y Melón, sus tres perros labradores, a quienes suele llevar los domingos a bañar en la quebrada. A los tres perros se les nota la emoción de este paseo, pues apenas ven el pozo, saltan al agua y comienzan a jugar con los palos que encuentran. Así duran un buen rato, hasta que las correas vuelven a sus cuellos y bajan con su amo por el mismo sendero.

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Calle 62

con carrera 5a, entrada al

sendero

ecológico ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

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El ingreso, todos los días, incluyendo festivos, es entre las 5:00 y las 9:00 a.m. por la calle 62 con carrera 3ª.

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El sendero de moda Tras su aparente recuperación, esta quebrada se convirtió en el segundo sendero peatonal más visitado en la capital. Entre el año 2012 y 2013, más de 4.500 personas han visitado la quebrada Las Delicias, y gracias a la unión entre líderes comunitarios y el Distrito, se adecuaron cerca de 120 metros de senderos ecológicos, dos puentes peatonales que se mezclan con la bajada de la quebrada y tres quioscos que funcionan como puntos ambientales; todo esto con una inversión cercana a los $1.500 millones. Además, el Instituto Distrital de Turismo y la Fundación Clorofila Urbana, convocó a los ciudadanos para escoger los siete tesoros naturales de Bogotá; de 25 lugares, se preseleccionaron 14 a comienzos de este año, y entre ellos está la quebrada Las Delicias. Después de las dos horas de caminata, el paso por el barrio pueblerino y la llegada a lo alto de la quebrada, se puede decir que vale la pena salvar una de las delicias de Bogotá para meter los pies en el agua helada y aspirar el olor a bosque.

La vigía

ambiental

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Texto y fotos: Mariángela Urbina milanyela_0593@hotmail.com

María Sofía López es vigía ambiental de la quebrada Las Delicias desde hace cuatro años, cuando Conservación Internacional y el Distrito se interesaron por el agua de Chapinero. Pero asegura que desde antes la comunidad ya tenía planes de recuperarla por su propia cuenta.

“Es que nosotros vimos la recuperación de la quebrada La Vieja, que queda por la calle 72 con avenida Circunvalar y nos preguntamos: ‘¿Será que solo la gente de estrato seis puede cuidar su quebrada? ¿Será que siendo pobres no podemos recuperarla?’”.


Y se antojaron de hacer lo mismo que los vecinos de la otra quebrada. Era como si el paisaje al que antes estaban acostumbrados ahora empezara a molestarles: colchones, sofás, escombros, pero no siempre fue así. “Aquí las

mujeres lavaban la ropa, los niños jugaban en los pozos, era el centro de la comunidad”. Veinte años atrás, la quebrada no era tóxica, bueno, solo para los matrimonios: “Los calzon-

cillos del marido de una, le salían en la ropa a la otra y se armaba la trifulca”. Los vecinos se hicieron escuchar a través de los encuentros ciudadanos. Así, Conservación Internacional y el Distrito acogieron su interés y el proyecto fue tomando forma con la instrucción que dieron los expertos a los residentes. Les explicaron que se realizaría una priorización de las 12 quebradas de la localidad de Chapinero orientada en tres variables: física, ecosistémica y poblacional. Las Delicias fue seleccionada como una de las primeras; luego se sumó la quebrada Morasí y después la cueva del Chulo. Por la preparación que recibió, Sofía hoy podría confundirse con una ecologista o una ingeniera ambiental. Cuando le pregunto si no se desmotiva al pensar que su labor desemboca en el río Bogotá, donde hay más desechos que agua, responde: “Espero que los demás se

contagien. Con saber que yo pongo un granito de arena, ya quedo contenta”. Arriba: El nacimiento de la quebrada Las Delicias. Izquierda: María Sofía, guardiana de Las Delicias ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Se recomienda coordinar las visitas con las vigías ambientales de la quebrada.

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} 28 Patrimonio

Hacienda sabanera

con centro comercial

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Por: Daniela Puerta Mail: dani_puerta@hotmail.com Fotos: Pilar Padilla

Al frente del centro comercial San Rafael, en la localidad de Suba, en medio de avenidas y modernas urbanizaciones, se encuentra la Hacienda San Rafael, un paraĂ­so rural donde el olor a finca sepulta el del smog. Herencia colonial de 400 aĂąos protegida como patrimonio cultural del Distrito.


Según los archivos de la hacienda, el terreno pantanoso, en medidas coloniales, era de seis mil pasos por seis mil pasos, lo que hoy sería un recorrido de los cerros de Suba hasta la autopista Norte. Con el paso del tiempo, tanto los dueños como la extensión del terreno fueron cambiando y hoy la Hacienda San Rafael ocupa 18 hectáreas. El terreno le fue entregado originalmente a Antonio Díaz Cardozo, uno de los capitanes del regimiento que acompañó a Gonzalo Jiménez de Quesada en la fundación de Bogotá. Díaz Cardozo estuvo a cargo de la construcción de la casa principal y de la capilla doctrinera para evangelizar a los indígenas de la zona. Una hija de Díaz donó la hacienda a una de sus primas como regalo de matrimonio. Desde entonces han pasado casi 13 dueños por San Rafael, entre ellos, el presidente Juan de Dios Aranzazu y Manuel María Zaldúa, hermano del presidente, Francisco Javier Zaldúa. La primera venta de la hacienda se concretó en $3.000, y una de las últimas, en $25.000; a partir de entonces se ha traspasado como herencia. Hoy en día la hacienda pertenece a una familia tradicional bogotana, que heredó la hacienda de su abuelo. Aunque durante un tiempo vivieron en la casa principal, ahora ocupan unas casas aledañas construidas con el mismo estilo de la hacienda principal, que funciona como restaurante y sede de eventos empresariales y sociales. Los dueños —quienes tienen la finca desde hace 110 años, y prefieren mantenerse en el anonimato— la prestaban a amigos y familiares para matrimonios hasta que se dieron cuenta de que podrían convertirlo en un negocio. Hoy se realizan hasta dos matrimonios por semana, dependiendo de la temporada. La casa principal y su capilla fueron construidas en adobe y tapia pisada, con muros que tienen entre 70 centímetros y un metro de profundidad. Un siglo atrás, la casa se inundó y se hundieron unos centímetros, razón por la cual los techos del primer piso son muy bajos. Con el paso del tiempo se han reforzado las estructuras de la casa y se han remodelado algunos espacios, respetando el estilo colonial. Esa gran alfombra verde rodeada de pavimento, aloja una cancha de polo —donde

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juegan los propietarios de la hacienda—, árboles y jardines multicolores. En otra parte del terreno pastan más de 30 caballos que cuentan con sus establos y un picadero de entrenamiento. Los caballos se alquilan para cabalgatas.

Vecinos privilegiados Los vecinos quieren la hacienda como si fuera propia, aunque solo pueden entrar con invitación. Incluso, a menudo llaman a la administración para reportar que un caballo no está durmiendo en su caballeriza, o que está cruzando la calle 134 en busca de pasto, dice Juliana Pieschacón, encargada de los eventos en San Rafael. En 2001 la familia postuló la hacienda como patrimonio cultural y el reconocimiento le fue otorgado, lo que implica muchos deberes; no solo mantener la fachada azul y blanca de la edificación, sino el compromiso de que se conservará su arquitectura, como esas puertas de madera labradas y columnas de madera estampadas con hierro de marcar ganado. Por otro lado, es un museo donde se aprecian muebles, lámparas y decoraciones de diferentes épocas que han dejado allí los distintos dueños. El secreto mejor guardado de la hacienda es la biblioteca, que cuenta con libros de hasta 300 años de antigüedad; aunque no está abierta al público, existe este proyecto para un futuro próximo. Uno de los patios de la hacienda tiene un aljibe, y ante su visión el visitante se olvida por completo de que está en la carrera 57 con calle 133, en medio de edificios, centros comerciales y bombas de gasolina. El aljibe nos recuerda cómo sacaban el agua los antepasados, y aunque en este momento el molino no está funcionando y no se puede sacar agua, el gobierno distrital va a hacer pruebas para verificar su nivel de pureza. Los visitantes del Centro Comercial San Rafael y quienes pasan desprevenidos por el sector, no sospechan los encantos de este paraíso escondido donde se cumple el prodigio del arcángel San Rafael de curar los males del cuerpo y del alma.

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Estación Central

Casitas de pesebre

con moscas Por: Valeria Angarita Alzate valeria.angarita13@gmail.com

Fotos: Cortesía de la Secretaría Distrital del Hábitat

Los habitantes de Mochuelo Alto, campesinos que mandan sus cultivos a la ciudad que les retribuye con la basura del Relleno Doña Juana, fueron beneficiados con una jornada del programa Barrios de Colores 2, en la que se pintaron alrededor de 70 fachadas en esta vereda y 115 viviendas en zonas rurales. Al finalizar el día, las casas quedaron como de pesebre, pero el olor a podredumbre es más fuerte que el de la pintura. La serpenteante carretera hacia Pasquilla, Cundinamarca, evidencia las dos caras de la zona rural de Ciudad Bolívar: un paisaje lleno de tierra fértil, pero a la vez contaminado por el hedor a basura y por el humo que destilan las ladrilleras; además de los mataderos clandestinos, los quemaderos de huesos de animales y el olor a caucho quemado. En el kilómetro 24 se encuentra la vereda Mochue-


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En el Mochuelo Alto viven

3.477

habitantes en

321,14 hectáreas ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

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lo Alto, lejos de las edificaciones urbanas y de las pandillas juveniles, pero más cerca al Relleno Sanitario Doña Juana. En la cancha de fútbol del Colegio Mochuelo Alto, varias carpas de la Alcaldía Mayor de Bogotá funcionan como una feria de servicio al ciudadano, con la participación de la Registraduría Nacional, la Secretaría de Ambiente, el Sena, el Sistema de Transporte Público, la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (UAESP) y la Secretaría del Hábitat. Varios mochuelinos hacen fila para ser atendidos por funcionarios del programa Barrios de Colores. Barrios de colores es una iniciativa en la cual la Secretaría Distrital del Hábitat, en alianza con la Fundación Mundial y Pintuco, entrega pintura, brochas y rodillos para mejorar las fachadas de las viviendas en áreas prioritarias de intervención o en sectores de bajos estratos. “El objetivo

es aunar esfuerzos entre el sector privado, el sector público y la misma comunidad; que la gente sienta que no solamente es pedirle ayuda al gobierno, sino que la comunidad también se involucre y que sea partícipe de programas para su beneficio”, asegura Nixon Pabón Martínez, subdirector de Recursos Privados de la Secretaría Distrital del Hábitat. Este programa funciona desde el 2012, cuando se pintaron alrededor de 13 barrios y 1.200 viviendas de Bogotá. El piloto de Barrios de Colores fue la localidad de Rafael Uribe, donde se pintaron los barrios La Paz Cebadal, La Paz La Torre, La Paz Caracas y La Paz Naranjos.

Pabón cuenta que ese día salieron a pintar niños, jóvenes y ancianos; “sacaron los equipos de

sonido en algunas cuadras, hubo integración, que es lo que se busca también, mejorar la convivencia, los grados de seguridad, el entorno y el hábitat”. En vista de la acogida que tuvo el programa, en agosto de 2013 se firmó el convenio para Barrios de Colores 2. En esta segunda versión y dentro del proyecto Revitalización del Hábitat Rural, se buscó beneficiar a 400 familias campesinas, 20 barrios y unas 2.300 fachadas, el doble de la primera intervención. El 23 de noviembre del 2013 fue el turno de la vereda Mochuelo Alto, con 3.477 habitantes en 321,14 hectáreas. Días antes de la intervención, se visitó la vereda para saber quiénes querían participar en el programa y calcular la cantidad de pintura. Ámbar Barbosa Rodríguez, funcionaria de la Subdirección de Recursos Privados de la Secretaría del Hábitat, verificaba en una lista el nombre, el número de la cédula, el color y la cantidad de pintura que recibiría cada mochuelino.


“¿Cuál es su casa?, ¿La que está en construcción?”, “Pásenme media de ‘verde primaveral’”, “Dos galones de amarillo cal, por fa”, “No vaya a pintar de rojo la parte de blanco, ¿no?”, “¿Todavía queda rojo ‘atrevido’?”, fueron algunos de los comentarios que se escuchaban en esta ajetreada labor. “En algunos casos, cuan-

do les queda faltando un cuarto de pintura, ellos vuelven en el transcurso del día y con eso verificamos que la persona lo aplique, por la necesidad de volver por otro tarro de pintura”, explica Ámbar. Luis Augusto Torres, funcionario del Sena, mira concentrado cómo se arman las filas frente a esta carpa y en otro toldo vecino, donde varias estudiantes de peluquería de esa institución cortan el pelo y hacen diademas de trenzas a las niñas. Otros puntos, sin embargo, permanecen más desolados. Dos funcionarios del Instituto de Recreación y Deporte (IDRD) enseñan a unos pocos niños a hacer figuras de origami. El punto de vacunación felina y canina, aunque también está

solo, llama la atención de los presentes, pues el jadeo de un bulldog se asemeja al chillido de un cerdo. Edison Orlando Rincón, funcionario de la Secretaría General de la Alcaldía, asegura que con esta feria buscan integrar a la comunidad con la administración: “Muchas veces

la gente no tiene cómo pagar un transporte para acercarse al superCADE. Si tienen para la ida, no tienen para la vuelta, entonces les estamos facilitando todos esos trámites y evitándole gastos”. Este día, además, se terminaba de construir una cancha de fútbol para los habitantes de Mochuelo Alto y Mochuelo Bajo, con el apoyo de la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos y el Centro de Gerenciamiento de Residuos Doña Juana. En este lote, donde funciona un quiosco como salón comunal, desde unos parlantes amarrados a un palo bastante alto se amenizaba la jornada con canciones de Pastor López. José Calderón, habitante de Mochuelo Alto, cumplió ese día 64 años. Recibir la pintura no sólo significó para él un regalo de cumpleaños, sino también de Navidad adelantado. “Nos da

alegría porque no se acordaban de nosotros los campesinos, que lo que hacemos es trabajar honradamente y echar pa’lante; mandar buena comida para la ciudad, mientras que de allá solo nos mandan basura”, cuenta mientras repasa con un pincel los marcos de las ventanas del primer piso de su casa.

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Los campesinos mandamos buena comida para la ciudad, que solo nos manda basura

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Doña Juana a

500 metros del Mochuelo

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El tormento de Doña Juana En las tierras de Mochuelo se cultivan fresas, arvejas, habas, papa, cilantro, cebolla y lechuga, entre otros alimentos, y también funcionan microempresas de lácteos. José cuenta que es una tierra fértil, lo cual permite tener una buena cosecha. Sin embargo, hay un mal que lo acongoja y es la cercanía al relleno sanitario, a no más de 500 metros de distancia, cuando lo recomendado es mínimo cinco kilómetros entre el sitio de disposición de residuos y la población.

“Eso nos tienen invadidos de moscas, de ratas… Me da asquito subir y mirar los platos como están llenos de moscas”, es la queja de José. Cuenta, además, que por épocas vienen y fumigan, pero que hace dos años no suben a exterminar a los insectos y a los roedores. Aunque es un día soleado, perfecto para una jornada de pintura, el sol es un enemigo en esta comunidad, pues alborota los malos olores y las moscas. John Beltrán, el funcionario de la Secretaría Distrital del Hábitat encargado de la localidad de Ciudad Bolívar, explica que la comunidad de Mochuelo Alto se ha sentido abandonada por los proyectos del gobierno nacional y del Distrito, cuyas acciones no han sido suficientes para contrarrestar el daño ambiental. Solo unos cuantos programas, como Barrios de Colores, gozan de aceptación en la comunidad. Mientras John camina por la vereda ofreciendo su ayuda para pintar las casas, relata que con estas jornadas buscan que la gente recupere la confianza en el Distrito.

Hélver García es otro habitante que celebra el programa Barrios de Colores como un regalo del Niño Dios y dice que pintadas de colores “quedan como casitas de pesebre”. A diferencia de la mayoría de mochuelinos, él no se considera huérfano por parte de la Alcaldía, pues se siente respaldado por las secretarías. Reconoce que cuando se habla de Ciudad Bolívar se piensa únicamente en los barrios y pocas veces en las nueve veredas que conforman la zona rural, la mayor parte del territorio de la localidad 19. Sin embargo, sí se une al lamento de sus vecinos frente al relleno sanitario, “esto es un

mal psicológico que tenemos por la cercanía al relleno. Nos preguntan que de dónde somos y respondemos ‘De Mochuelo Alto’, y dicen: ‘Ah, los que quedan al pie del basurero’”. Hélver comenta que cuando estaba Proactiva S. A., la empresa que durante ocho años y medio se encargó del manejo del relleno, era un desastre, pues tapaban la basura “únicamente con

talegos y por ahí cada tres meses le echaban la tierra y esa basura se descomponía así. Ya nos tenían a punto de chiflarnos”. Pero en septiembre del 2010 la licitación pasó a manos del Centro de Gerenciamiento de Residuos y para Hélver los cambios se notaron pronto. A esto hay que añadirle el funcionamiento del programa Basura Cero, de la Alcaldía Mayor de Bogotá, que busca que los bogotanos aprovechen mejor los residuos sólidos reciclando, reutilizando y reduciendo. Pero más allá de la repulsión que le representa a esta comunidad ser vecinos de ‘la Juana’, nombre popular para el relleno, los problemas de salud saltan a la vista. Alicia Salazar, habitante de Mochuelo Alto, dice que cada ocho días se enferma de la garganta o le da gripa: “Tengo una carraspera por aquí tapada,

un desgarramiento que no puedo ni pasar la saliva. Fui al médico y me formularon unas pastillas, pero por acá no se consiguen porque son dizque importadas”. Claudia Abril, otra vecina, asegura que los medicamentos que les dan en las brigadas de salud son “como un calmante y uno sigue lo mismo”. Con las uñas se raspa la pintura que tiene en las manos mientras sus hijos le dan los últimos toques a la fachada. Charla con algunos

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vecinos, pero su hijo mayor, Miguel, la interrumpe con un grito: “Eso no es cerveza, ¡eso es tíner!”, y los allí presentes estallan en risas. Contenta con la nueva apariencia de su vivienda, aprovecha para hacer chistes con Ana Torres, amiga y vecina, y le dice: ―¿Sabe qué es lo grave? Que ahorita llegan

los adornos. —¿Cuáles? —Pues los moscos. Llegan y se pegan en la pared con la pintura fresca. La única solución para Claudia es que cierren el relleno o que sea genuinamente sanitario:

“Eso de ‘sanitario’ no tiene nada. ‘Sanitario’ es que estén controlando las ratas, las moscas, las enfermedades”. Ana Torres considera que desde que se abrió el relleno sanitario, en noviembre de 1988, la vereda se perjudicó:

“Uno no se puede estar comiendo un bocado de comida porque siente que está comiendo moscos. Doble carne comemos aquí”, y también pide clausurar ‘la Juana’ o, por lo menos, que no se expanda más, pues en el 2012 la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca dictaminó que al relleno solo le quedaba un año útil de vida. Ante esto, la UAESP propuso una expansión de 300 metros, propuesta rechazada por los mochuelinos. También hay que reconocer que la cercanía al relleno no es la única causa de los problemas en la vereda. Entre Usme y Ciudad Bolívar existen 46 ladrilleras, el Parque Minero y las explotaciones ilegales que empeoran el panorama. Tampoco el Centro de Gerenciamiento de Residuos es el único culpable. Benjamín Morales León, líder de la comunidad de Mochuelo Alto, asegura que “mientras los

bogotanos sigan haciendo mal manejo de sus basuras, los afectados somos nosotros. Ojalá tuviéramos un programa efectivo de Basura Cero, de buen manejo de la fuente, de que le diera más trabajo a los recicladores”. Así, este programa de Basura Cero se convirtió en una esperanza para los mochuelinos. Actualmente ingresan 6.700 toneladas de basura diarias al relleno y con el programa la idea era reducir esta cifra a 2.000 toneladas. Sin embargo, Basura Cero, una de las banderas de gobierno del alcalde Gustavo

Petro, no solo se encuentra en el limbo, sino que también fue la causa de su destitución e inhabilitación por 15 años. Ahora el Distrito deberá convocar a un proceso licitatorio para la recolección de residuos, que debe darse en el transcurso de 2014. La administración de Petro incluirá a los recicladores en este nuevo esquema, según lo ordenado por la Corte Constitucional. Mientras tanto, los vecinos de ‘la Juana’, tendrán casas de pesebre con rebaños de moscas, a la espera no de los Reyes Magos, sino de una intervención rápida y eficaz para solucionar los problemas ambientales que no pudieron ocultar las capas coloridas de pintura.

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36 Zonas Q.E.P.D. Colectivo

Ilustración: Juan David Sánchez Prieto

Los reporteros de Directo Bogotá recorrieron once cementerios de la ciudad, entre los más visitados y los más olvidados, y cuentan cómo los habitan los vivos y los muertos.


1

“Con esos precios dan ganas de morirse” Texto y fotos: María Paulina Baena J. paulinabaena@gmail.com

Nombre: Jardines del Apogeo Dirección: Calle 57Q No. 75-95, km 4 de la Autopista Sur Localidad: Bosa Año de fundación: 1971 Extensión: 25.600 metros cuadrados

Ese día no solo sepultaron a un tal Wilson Patiño. Ese día el mosco que se tragó Jonathan Herrera, asesor de ventas del parque cementerio Jardines del Apogeo, quedó sepultado con un gargajo. “Ush, perdón, es que soy de

buenas para comer estos bichos. Eso es por los muertos”. Desde ahí todo empezó a parecerme surreal. El negocio del más allá donde uno compra con antelación su hueco de la muerte. Caminar sobre los muertos cuando dicen que ellos pasean sobre los vivos. Leer bajo las llaves de agua que no es apta para el consumo humano y pensar que es para la sed de los difuntos. Observar las palas y los machetes; las regaderas y las flores; los bultos de tierra y los ringletes, y entender la ironía de la parafernalia de la muerte. Era el jardín de los muertos más vivo que había visto en mi vida. Jonathan explicaba la diversificación de productos con un humor daliliano. “Le ofrezco

un producto bonito: El panteón familiar. Pero también le tengo el columbario, que es un producto único; solo lo ofrecemos nosotros y, además, es ecológico y económico”. El columbario cuesta $3.080.000, caben nueve cenizas y sirve para compartir puesto con los familiares y evitarse algún extraño. Como le pasó a Kevin Alejandro Garzón, un niño de dos años, a quien le tocó de vecino a Víctor Julio Suárez alias ‘el Mono Jojoy’, en cuya lápida se lee: “Juramos

vencer y venceremos. Somos el pueblo levantado por la justicia social”. Otros personajes enterrados en El Apogeo son el cantante de boleros Olimpo Cárdenas, y Doris Adriana Niño, una de las parejas de Diomedes Díaz, el recién fallecido cantante vallenato. Sus tumbas cuestan $6.950.000; las más costosas son de $8.500.000, en la entrada de Transmilenio. Respetuosamente, oigo las anécdotas que me cuentan los asesores, con su mecánica sobrecogedora del negocio. Álex, un paisa de pelo chuzudo, engominado y sonrisa pronunciada, cuenta la vez en que dejaron una fosa abierta porque el cuerpo se demoró en llegar. El vigilante oyó unos gemidos. Se acercó sigiloso. Miró la fosa y vio a una parejita haciendo el amor. Los asesores explotan en carcajadas y a mí me da risa nerviosa, mientras pienso en lo macabro del cuento. Asisto el Día de los Difuntos al cementerio, y Guillermo, un obrero tuerto, me dice que en esas fechas traen muchos entierros, que

“son superefectivos porque vienen rezados”. Mientras tanto, se hace la premiación del concurso de pinturas del cementerio, un evento en el que concursan niños de 5 a 8 años. La bicicleta, el premio mayor, rueda por encima de algunas lápidas, y Wilmer David, el niño ganador, corre ansioso por su victoria. Luego vendría la misa de acción de gracias, “por los que ya partieron y porque Dios te ama demasiadamente” como dice el sacerdote. El Día de los Muertos se cierra con unas danzas culturales y con una charla para el manejo del duelo. Para todos los eventos, la tarima principal son las tumbas. Camino. Oigo la discusión de un grupo sobre los precios y el trámite. Veo el plan familiar en torno a una tumba. Oigo una canción de carrillera mientras dos viejitas decoran un lote. Veo una tumba con el escudo de Santa Fe. Un Winnie de Pooh gigante en el pabellón de los niños. Un hueco con el morro de tierra al lado que está ansioso de cubrir a su muerto. De repente, Jonathan me trae de vuelta al mundo de los vivos: “Todo el mundo necesita

este producto. Cómpreme un lotecito; es que con esos precios dan ganas de morirse”.

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Los eternos vecinos de Usaquén Texto y fotos: Sergio Llamas Fernández sergillf@msn.com

Nombre: Cementerio Parroquial Santa Bárbara de Usaquén Dirección: Carrera 7ª No. 115-60 Localidad: Usaquén; barrio Santa Bárbara Año de fundación: 1665 Extensión: 1.700 metros cuadrados

El Cementerio Parroquial Santa Bárbara de Usaquén es el más antiguo de la capital. “Se

dice que este sitio era utilizado por los indígenas del poblado de Usaquén para enterrar a sus muertos”, dice el párroco Jorge Díaz. En sus recovecos guarda las historias de las familias más adineradas de la localidad, como los Gelves Rangel, los Holguín Pombo o los Schwartz Soler, pero también las de anónimos que murieron en la soledad. Está conformado por 40 tumbas, 3.000 osarios, 700 cenizarios y 200 mausoleos y en cada una de sus bóvedas está plasmado el nombre de un santo diferente: Santa Marta, San José, Santa María de Betania, que hacen las veces de celadores del más allá y del más acá. En tres años que lleva trabajando como sepulturero, lo único que ha sorprendido a Wilson Guzmán son las brujerías que ha encontrado al destapar las tumbas: “Gallinas muertas, sábanas

con monedas, muñecos de cebo con alfileres y hasta un feto en un frasco de mayonesa”. Sin embargo, estas fuerzas oscuras no son las únicas que interrumpen la tranquilidad de los difuntos. Wilson ha sido testigo de cómo las múltiples viudas se pelean, en plena misa, por reclamar lo que les corresponde por ser “las esposas legítimas” de los difuntos. Este monumento a las almas, al estar situado en uno de los puntos turísticos más importantes de Bogotá, atrae la atención de criollos y foráneos. Cautiva, sobre todo, al “Señor del Saco Azul”, quien hace más de tres años recorre el cementerio vociferando los nombres que yacen en las lápidas al tiempo que se persigna. Lejos de escuchar a los mariachis de la Caracas, en el Día de Difuntos, el Cementerio de Usaquén ofrece la misa de intenciones a las cuatro de la tarde por todas las almas. No hay un ritual especial, solo la renovada variedad de flores adorna el barrio de los eternos vecinos de Usaquén.

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La necrópolis de la 26 Texto y fotos: Mateo Esteban Villalba Gil mateo.villalba90@gmail.com

Nombre: Cementerio Central

bronce cubierta de ramilletes de flores, que se asemeja al Pensador de Rodin. Desde hace 20 años Henry acude para pedirle salud para él y su familia, y para conservar su trabajo como supervisor en la Cancillería. En todo caso, “el

santo de metal hace milagros siempre y cuando le saquen brillo”, aclara Obando, mientras pasa la bayetilla.

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Abajo: Sofía Angulo de Reyes, esposa del General Rafael Reyes, presidente de Colombia.

Dirección: Carrera 20 No. 24-80 Localidad: Los Mártires Año de fundación: 1836 El Cementerio Central —“habitado” por próceres, presidentes, poetas, historiadores, escritores y empresarios, pero también revolucionarios, pícaros y guerrilleros— es un museo de historia abierto y con olor a flores. Con razón el Centro de Memoria Histórica se pone a sus pies. No existe mejor lugar para recordar nuestro pasado de héroes y villanos, para entender esta sociedad estratificada, que el segundo cementerio más antiguo de la ciudad. La construcción se inició en 1791 y en 1832 fue inaugurado por el presidente Santander, quien luego se convertiría en uno de sus más selectos habitantes. Pero solo hasta 1839 se plantó la última piedra de la capilla, que según ordenaban las costumbres de la Colonia, debía estar alejada del epicentro de la ciudad. En esta necrópolis son famosos los ritos en torno personalidades políticas. Cada 18 de agosto, por ejemplo, se recuerda el fallecimiento de Luis Carlos Galán, al igual que se conmemora la muerte del general Francisco de Paula Santander el 6 de mayo. Sus tumbas, así como las de Marco Fidel Suárez, José Manuel Marroquín, Rafael Uribe Uribe y Gustavo Rojas Pinilla atraen a los curiosos que muchas veces no tienen idea de quién es el propietario. Todos los lunes, los visitantes acuden sin falta a visitar las tumbas de las personas que consideran santas, como el astrónomo Julio Garavito, a quien rezan como si fuera a multiplicar los billetes de $20.000 en los que aparece su rostro. Pero la más célebre es la de Leo Siegfred Kopp Koppel, el fundador de Bavaria, a quien le piden milagros al oído. Henry León Obando prefiere visitarlo los domingos, y sin falta visita la escultura de

Estatua de Leo Kopp, la más visitada.

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Tierra de “candelillas” Texto y fotos: Juan Felipe Franky Bedoya jf810@hotmail.com María José Medellín Cano medellincano00@gmail.com

Nombre: Jardines del Recuerdo Dirección: Puente peatonal Autopista Norte con calle 205. Localidad: Suba Año de fundación: 1967 Extensión: 60 hectáreas Al norte de la ciudad, entre lo que hoy conocemos como el aeropuerto de Guaymaral y la Escuela de Ingeniería Julio Garavito, y en medio de colinas, saucos y flores, descansan más de 500 almas, algunas de personalidades como el músico Lucho Bermúdez, el locutor Juan Harvey Caicedo, el periodista Gabriel Cano y algunos magistrados inmolados en el Holocausto del Palacio de Justicia, como Yesid Reyes Echandía y José Eduardo Gnecco Correa. Ubicado a las afueras de Bogotá, Jardines del Recuerdo recibe a sus visitantes entre flores y monumentos. En la entrada, tras el gran letrero de bienvenida, dos manos en forma de oración acompañan las primeras tumbas. Más adelante, en el costado sur, en un libro de aproximadamente dos metros se lee el padrenuestro; y siguiendo hacia la parte central del cementerio, sobresale una enorme estatua de Cristo, que vigila el gigante jardín.

“Al cementerio vienen personas de todos los estratos. Acá hay lotes de hasta $400.000.000, aunque ya casi no se solicitan”, dice Armando Peña, uno de los encargados de la atención al público. Los denominados “panteones espe-

ciales” se utilizaban en la época de los narcos porque había más plata”, agrega. El lote más económico que ofrece Jardines del Recuerdo cuesta $10.500.000. Mientras Andrés Huertas, sepulturero de este camposanto desde hace 33 años, opera una excavadora para cavar la tumba del servicio

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de las cuatro de la tarde, comenta que para él ha sido un trabajo tranquilo, salvo cuando aparecen los familiares de los hinchas de las barras bravas: “Eso aquí las mamás se cogen

de las mechas y los hombres traen cuchillos y pistolas. Siempre que hay un servicio así, toca llamar a la Policía”. Wilson Murillo, otro sepulturero, lleva trabajando en el cementerio 11 años y fue el primer trabajo que consiguió cuando llegó de Montería. “No hay

nada más emocionante para mí que cuando los servicios son con ‘vallenatos’, pues se traen todo el conjunto y hacen unos conciertos muy bonitos”. Lo mismo sucede con los grupos llaneros y tríos de música andina que animan —por aquello de las ánimas— hasta las lágrimas.

“Saber que se puede, querer que se pueda, quitarse los miedos, sacarlos afuera”, cantaban los familiares de los muertos que se dieron cita la mañana del primer sábado de noviembre de 2013, en conmemoración del Día de los Muertos. Con esta canción de Diego Torres, interpretada por una banda de piano, violín, pandereta y voz, los psicólogos del Grupo Recordar —propietario del cementerio— organizaron una jornada de reflexión para las familias de los finados. Jardines del Recuerdo realiza dos ceremonias especiales el Día de los Muertos, una el sábado y la otra el domingo. Conocidas como Angelitos y Difuntos, se ofician en el sector más lejano del cementerio, donde un conjunto de arcos rodea un pequeño lago con sus patos, que sirven de distractor para algunos dolientes.

“Las almas permanecen todo el día en el cementerio, pero es en la noche cuando, en forma de ‘candelillas’, salen a rondar entre las tumbas: son grandes, azules y alumbran”, afirma Olga Beltrán, la empleada más antigua del cementerio, quien lleva 28 años pintando lápidas. Amor eterno.


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Donde muertos y vivos descansan en paz Texto y fotos: Sebastián Serrano js.serranoc@gmail.com

Nombre: Cementerio Alemán Dirección: Avenida 26 # 22-75 (Globo B del Cementerio Central) Localidad: Los Mártires Año de fundación: 1912 Al atravesar el portón negro que protege la entrada al Cementerio Alemán se tiene la sensación de estar abandonando Bogotá. Es como perforar el cemento y el ladrillo de la calle 26 y encontrarse con un bosque de pinos oscuros que trae a la mente los cuentos de los hermanos Grimm. Empotradas en los espesos corredores de pino y rodamonte se distinguen las lápidas. La mayoría de ellas están hechas de piedra lisa y opaca. Orlando Vargas —un hombre pequeño de piel curtida y morena, cuya parquedad y modales fríos pero cordiales encajan con el ambiente— cierra el portón metálico que aísla el mundo exterior. A diferencia del vecino Cementerio Central, aquí no hay grandes mausoleos, ni bustos a escala 1:1, ni frases grandilocuentes grabadas sobre el mármol de las lápidas. Aquí tampoco existen devociones. Durante el mes de diciembre algunas familias cuelgan decoraciones navideñas sobre las tumbas de sus seres queridos y se llevan las ramas de los pinos para hacer sus árboles en casa.

fundador de la Escuela Nacional Cervecera, hicieron aportes a la industria colombiana. También descansan en este cementerio alemanes como Leopold Richter y Paul Beer, quienes desde los campos de la pintura y la fotografía se convirtieron en figuras destacadas en el ámbito cultural colombiano. Y Karl Buchholz, fundador de la legendaria librería, más conocido como ‘Don Carlos’. La frase Hier ruht in Frieden traduce “Aquí descansa en paz” y está grabada sobre el nombre de los difuntos en la mayoría de las lápidas. A principios de este año, Orlando Vargas —único guardián y jardinero del cementerio— aprendió a tallar sobre las lápidas. Desde entonces se encarga de hacer estas inscripciones y las que le pidan. Cuida el cementerio hace tres años y vive allí desde hace uno: “Aquí vivo tranquilo

Orlando Vargas, guardián y jardinero.

y no pago arriendo ni servicios... Tengo un dia libre a la semana que aprovecho para visitar a los amigos o jugar tejo por aquí cerca”. Orlando, que pasó su infancia y juventud en Boyacá, donde fue protegido por el esmeraldero Humberto ‘el Ganso’ Ariza, cambió su vida desordenada por el Ejército, donde permaneció ocho años. Al salir trabajó como guardaespaldas y, en el 2003, tras recuperarse de las graves heridas que le dejó un atentado, consiguió este trabajo por medio de una señora alemana que conoció en Tinjacá cuando era niño. Por eso es posible que cuando Vargas graba sobre la piedra fría y lisa de las lápidas las palabras “Hier ruht in Frieden” estas hagan alusión tanto a los difuntos como a sí mismo.

El Cementerio Alemán de Bogotá alberga los restos de 711 personas: inmigrantes alemanes, sus cónyuges y descendencia o alemanes que ahuyentados por las guerras de la primera mitad del siglo XX vinieron a probar suerte en estas tierras. Aventureros como Erwin Krauss, pionero en los ascensos a los principales nevados del país. Otros que como Stuart Hosie, socio fundador de SCADTA (Sociedad Colombo Alemana de Transportes Aéreos) y Wilhelm Schmidt Stadter,

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Entre piedras y estrellas de David Texto y fotos: Valeria Angarita Alzate valeria.angarita13@gmail.com

Nombre: Cementerio Hebreo del Norte Dirección: Carrera 49 # 204-85 Localidad: Suba Año de fundación: 1970 Extensión: 1.840 metros cuadrados Detrás de un portón negro con dos estrellas de David, en el norte de Bogotá —junto a Jardines de Paz—, se encuentra el Cementerio Hebreo del Norte. A pesar de que el día de esta visita entierran a una persona, el ambiente está tranquilo, pues para los judíos la muerte no es trágica, sino que es considerada como un proceso natural de la vida.

Funciona en un lote pequeño, en comparación con otros cementerios de la ciudad. Una parte se divide en una zona de parqueadero y un salón donde purifican a los muertos y hay un lavamanos para el rito netilat yadaim, en el que los asistentes lavan sus manos a la salida del entierro para alejar la impureza por el contacto que hubo con la muerte. La otra mitad del terreno está destinada al cementerio; no existen mausoleos ni hornos crematorios, pues, si como dice la Biblia, "Polvo eres y en polvo te convertirás" (Génesis 2:19), enterrar los cuerpos intactos, con todos sus órganos, facilitará este proceso. Una carpa blanca cubre el hueco excavado para sepultar a un padre de familia que no lleva más de 24 horas muerto; cuanto más rápido lo entierren, mejor. Los dolientes rezan y algunos ponen piedras de mármol —que en la tradición judía reemplazan las flores, consideradas frívolas e innecesarias— sobre la montaña de tierra que cubre el ataúd. El servicio fúnebre no dura más de 20 minutos y al finalizar los asistentes se retiran a una cena como símbolo de que la vida continúa. En cuestión de minutos el camposanto queda desolado. Algunas de las tumbas permanecen sin lápida (o matzava). Esto se debe a que las familias las instalan después de que ha culminado el periodo de duelo de doce meses. De resto, el cementerio se ve uniformado por las losas de mármol, perfectamente alineadas. Todas manejan las mismas proporciones de tamaño, color y diseño. En la esquina superior derecha se encuentra una estrella de David, que indica que el fallecido era judío, y a la izquierda la abreviatura en hebreo de peh-nun, que traduce “Aquí yace”. Luego, el nombre del finado, el lugar y la fecha del nacimiento y de la muerte, y un epitafio en hebreo. Abajo se repite la información en español. Pero la uniformidad estética del lugar no oculta la diversidad de nacionalidades de los enterrados. Desde 1970, cuando se adquirió este terreno porque la sede original del sur (1932) se quedó pequeña, se unieron dos culturas judías: la asquenazí, de judíos provenientes de Europa central y oriental, y la sefardita, de judíos originarios de la península ibérica. Desde entonces, todos los judíos encuentran allí su tierra prometida.

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do en Colombia y que mucha gente cree que

Donde los vivos son más temidos Texto y fotos: Daniela Puerta Padilla dani_puerta@hotmail.com

Nombre: Cementerio La Inmaculada Dirección: Carrera 45 No. 207-41 (km 14 autopista Norte) Localidad: Suba Año de fundación: 1970 Extensión: 4 hectáreas Con cuatro hectáreas y aproximadamente 12.000 lápidas, en el cementerio La Inmaculada se pueden encontrar desde paramilitares hasta esmeralderos, personas que vivieron casi cien años y personas que tan solo vivieron un día. Sus vecinos son los colegios que hay en la zona y el cementerio Jardines del Recuerdo. El terreno, dividido por zonas, se convierte en un campo de flores los domingos, cuando van los familiares a visitar a sus seres queridos y a arreglar sus lápidas. Algunos asisten para cumplir su ritual de saludo, y otros, que llegan equipados con guantes, tijeras, rosas y musgos, vienen dispuestos a hacer una instalación de jardinería en las lápidas.

“Jesús va a volver a la tierra por los cuerpos”, así que deben estar enterrados. Y si al guardia nocturno le ha tocado sacar un par de veces a gente que llega al cementerio a hacer brujería, Miguel ha tenido que lidiar con los vivos que, como él dice, “son más peligrosos que los muertos”. Cada vez que hacen auditorías se encuentran con lápidas que fueron instaladas sin haber pagado todos los derechos y se ven en la obligación de sacarlas y guardarlas mientras aparecen los familiares. Estas situaciones traen problemas. Alguna vez llegaron unos esmeralderos con pistola en mano porque les habían quitado la lápida de un ser querido. Finalmente pagaron $200.000 y volvió a reinar la paz. En este cementerio reposa el escritor bogotano Rafael Chaparro Madiedo (1963-1995), ganador del Premio Nacional de Literatura por su obra Opio en las nubes. Ahora que su alma también está en las nubes, lo único que queda de su memoria es una tumba con una lápida rayada, que muy pocos visitan.

Tumba de Rafael Chaparro Madiedo, escritor bogotano.

Miguel González, administrador del cementerio, lleva cinco meses lidiando con la muerte. No cree en fantasmas ni en espíritus; para él es simplemente un negocio. Pasó de administrar una tienda Oxxo a dedicarse a revisar que las ceremonias de inhumación se realicen de la forma correcta, que las lápidas estén donde deben estar y a recorrer el cementerio en bicicleta para asegurarse de que todo marche bien. El administrador explica que “si uno no tiene donde caerse muerto” la muerte le sale cara. Tan solo el lote cuesta $12.000.000, que sumados a la lápida, los servicios de inhumación, la funeraria y el transporte, queda en unos $18.000.000. Aunque La Inmaculada no tiene servicio de cremación porque, como dice Miguel, la religión católica sigue predominan-

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Un cementerio medio muerto Texto y fotos: María Camila Sarmiento mariaca2009@hotmail.com

Nombre: Cementerio de Suba Dirección: Calle 143 No. 90-23 Localidad: Suba Año de fundación: 1967

Tres personajes sobresalen en el cementerio de Suba: Lázaro María Barrera Larraldi, quien en 1967 donó a la comunidad de Suba el terreno para la construcción del cementerio; Jorge García, director de la Asociación de Benefactores, recordado en una pequeña placa de un obelisco en el centro del cementerio, y, finalmente, se encuentra una estatua de Antonio Díaz Cardozo, fundador de Suba, como un recuerdo de las raíces indígenas del pueblo que surgió entre los raizales rodeados por entornos naturales como la laguna de Tibabuyes, la parte oriental del río Funza (hoy río Bogotá) y el río Neuque (actualmente río Juan Amarillo). En las cercanías de la estación 21 Ángeles, y en mitad de la avenida Suba, pintado de un intenso color amarillo se encuentra este camposanto en forma de laberinto. En su interior hay una pequeña gruta, donde los feligreses disponen imágenes de la Virgen y la adornan con flores, además de velas y rosarios para la salvación de sus seres queridos, y una réplica ubicada cerca del altar de la imagen de La Dolorosa, donde la Virgen María sostiene a Jesús muerto en sus brazos. Con dos entierros por semana, el cementerio se va encaminando al olvido. Algunas lápidas sueltas e incluso rotas se esparcen por el suelo. Aun cuando un letrero a la entrada asegura que solo se pueden tener lápidas con la letra en negro, la mayoría no cumple el requisito. John Galindo trabaja en el cementerio en el turno de 2:00 de la tarde a 10:00 de la noche, cuando otro compañero lo releva. Entre entierros, exhumaciones y reparaciones se gana la vida desde cuando trabajaba en el Cementerio Central. En los más de diez años que lleva en esta labor, dos hechos se le han quedado grabados: cuando sacó un hombre en perfecto estado de conservación y cuando encontró a una mujer boca abajo: “Yo creo que la ente-

rraron viva o tenía esa enfermedad que hace parecer muerta a la gente y la pobrecita debió despertarse ahí”. Solo una vez al año este lugar cobra vida: el 2 de noviembre, cuando un grupo de personas se agrupa en la capilla de la Virgen para orar por sus muertos.

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Visitas con horario limitado Texto y fotos: Carlos López tatolopez24@yahoo.es

Nombre: Cementerio Engativá Centro Dirección: Carrera 124 # 61-77 / 63-77 Localidad: Engativá

alusión a su entorno físico, a la exuberancia y fertilidad de su tierra. Llegué al ala noroccidental y me encontré con el más emblemático apellido de este pequeño barrio: los Sirutis, lituanos llegados hace más de cien años que decidieron enterrar en este antiguo pueblo su legado.

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Año de fundación: Sin fecha en los registros. Extensión: 1.000 metros cuadrados Después de ocho años sin visitar el barrio de mi infancia ni la casa de la abuela, donde crecí, encontré que el pequeño cementerio no se quedó ni muerto ni momificado, aunque sí solitario, porque solo abre los fines de semana de una a tres de la tarde. Según María Suárez, vecina del sector, la mayoría de los muertos terminaron totalmente abandonados y, por lo tanto, sus restos se removieron para darles espacio a las “nuevas generaciones”. Otro abuelo me contó una leyenda que explicaba la soledad del camposanto del que fue un pueblo hasta 1954, cuando fue anexado al Distrito Capital: un cura maldijo por cien años a Engativá con la pobreza absoluta. Pero para buscar placas de cobre no importa tanto la maldición. El periódico El Tiempo publicó en el 2011 que el cementerio era víctima de ladrones que intentaban sacar provecho de la soledad del lugar. Precavido, empecé a caminar por el estrecho lugar. Llamaron mi atención los nombres de origen muisca —Chispi, Junca, Chitiva, Mirque, Milke, Caipa, Muete, Capera y Güiza— y el nombre completo Habacuc Torres Salazar. Muchos de ellos dejaron de existir en los años cincuenta y setenta del siglo pasado, y murieron longevos. Y es que los indígenas no podrían estar enterrados en otro lugar. “Engativá”, responde a la tradición chibcha. Según la Secretaría de Planeación, con ese nombre los nativos hacían

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No hay tierra pa’tanto muerto Texto: Felipe Andrade Díaz felandiez@gmail.com, María Alejandra Guzmán mariaguz28@hotmail.com Fotos: Santiago Gutiérrez

Nombre: Cementerio del Norte Dirección: Carrera 36 No. 68-10, barrio La Merced Norte Localidad: Barrios Unidos Año de fundación: 1920 El Cementerio del Norte, popularmente conocido como Cementerio de Chapinero, se fundó a comienzos del siglo XX debido a la rápida extensión de ese exclusivo barrio en la frontera de Bogotá. Quizá por eso al caminar por este cementerio se tiene la sensación de recorrer un nuevo barrio de la ciudad. La división del cementerio no es propiamente por lápidas o por espacios simétricamente pensados, sino por casas o por calles, las cuales parecen laberintos. Cuando se camina por una calle del cementerio, las palomas acompañan al visitante como si fueran guardianes. La división

por casas corresponde a familias que compraron un pequeño lote y mandaron construir una especie de residencia donde cada familiar tiene o tendrá su espacio. Es decisión de la familia qué tan extravagante o sobria quiere su última morada. Algunos instalan luces de colores, otros deciden rodearla de flores y otros simplemente la pintan con tonos pasteles. En el barrio La Merced Norte se aprecia un rectángulo dividido en cuatro partes, casi iguales, que ofrece desde hace más de 90 años los servicios de inhumación de cadáveres, exhumación de restos y cremación de cuerpos. En el cementerio hay aproximadamente 7.400 bóvedas para adultos y más de 3.000 para niños, que son propiedad del Distrito. Además, hay unas 5.000 bóvedas, mausoleos, osarios y cenizarios de propiedad particular. Una sala de exhumación de cadáveres, dos capillas para la recepción de cuerpos y cuatro hornos crematorios. En los mausoleos privados no solo se puede apreciar a una familia reunida en el sueño eterno. También se juntan personas que pertenecieron a sociedades, como la de Mutuo Auxilio ‘La Realidad’, el Sindicato de Vendedores de Mercancías y los loteros. En las tumbas 861 y 867 están enterrados dos hinchas de fútbol, uno de Millonarios y otro de Santa fe, uno al lado del otro, en paz. Y la tumba de la gitana llamada Cristo de Cristo es la más visitada del cementerio porque existe la creencia de que es doblemente milagrosa. A Jesús María Andrade lo cremaron en este cementerio en 1995 cuando murió por causa de un paro cardiorrespiratorio. “Mi papá

no quería que lo sepultaran, él deseaba ser cremado para que mi mamá no sufriera cada vez que fuera a visitarlo pensando en cómo se descomponía su cuerpo”, cuenta su hijo Jesús Elías. Y es que cada vez es más común la cremación de cuerpos, pues mucha gente prefiere ver a sus seres queridos convertidos en cenizas que, como se dice popularmente,

“comidos por los gusanos”. Como cualquier barrio, el camposanto tiende a crecer, pero los vecinos del Siete de Agosto se han opuesto al proyecto de ampliación y aunque el Distrito ha ido comprando casas, no se ha podido comenzar la obra. Por eso, no hay tierra pa’tanto muerto.

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El destino de los NN Texto y fotos: Nathalia Guerrero nataguerrero_67hotmail.com

Nombre: Cementerio del Sur Dirección: Avenida calle 27 Sur No. 37-83. Localidad: Antonio Nariño Año de fundación: 1940 Extensión: 6.380 metros cuadrados Por entre los bloques de tumbas dispares, hechas de piedra y mármol, retumban los versos de la ranchera Velorio, de Antonio Aguilar, interpretada por un par de mariachis con trompeta y una guitarra destemplada. Al lado, una familia y un cura se congregan frente a una tumba. Las flores de plástico adornan las tumbas que se nublan por el humo de los cigarrillos, los pinchos, las mazorcas y los perros calientes que se venden a la salida del cementerio. No muy lejos de allí, en un bloque de placas destartaladas, un hombre recuesta sus brazos sobre una tumba, tapándose la cara y dando golpecitos a la lápida, como llamando a su inquilino. Es mediodía del domingo, y el sol alumbra las letras doradas escritas sobre algunas lápidas. No se escucha un sollozo. Localizado en Matatigres, el Cementerio del Sur es a menudo confundido con el Parque Cementerio del Apogeo, otro cementerio cercano, pero son muy diferentes. El Cementerio del Sur es más popular, más barato, más pequeño, más viejo. Se compone de 6.600 bóvedas para adultos y 3.500 para niños. El resto del espacio se encuentra atiborrado con osarios, cenizarios y mausoleos enormes de las sociedades más peculiares: La Asociación de Loteros Inválidos, la Asociación Sindical de Emboladores, la Asociación Mutual de Deportistas, grupos pertenecientes a próceres de la patria, comunidades religiosas de todo tipo y muchísimos más gremios, que dan la impresión de pertenecer a una honorable logia. En el Cementerio del Sur no está enterrado ningún famoso. Las tumbas y los osarios son

de igual tamaño y material, a pesar de que hay unos difuntos más olvidados que otros: algunos incluso no tienen lápidas de mármol o se las arrancaron. Al recorrer el camposanto, se encuentran nombres tallados con palitos, tumbas selladas con cemento mezclado a medias, vírgenes maltrechas, escudos de Millonarios mal hechos y botellas de cerveza incrustadas en las lápidas. Las flores de todo tipo invaden el espacio, junto con dedicatorias, cartas, y vasos de agua reposada que se paran, inquietantes, sobre algunas lápidas sucias. Dos capillas, un horno crematorio, una sala de exhumación y un edificio de administración completan este cementerio, el cual — especulan— es el último destino para los NN en la ciudad. Cuatro pabellones del cementerio están dispuestos para ellos, y tras la inhumación, los familiares que aparecen deben esperar cuatro años para poder exhumar los restos, siempre a las seis de la mañana por horario del cementerio, y así determinar si los restos que se encuentran del otro lado del cemento son de su familiar o amigo. Cerca de 140 familias al año deben pasar por esta incertidumbre. Tan solo en este cementerio existen alrededor de 600 NN, que durante años han sido objeto de especulaciones. La inhumación de un cadáver cuesta $200.000 en un cementerio del Distrito, un poco menos la cremación y menos de la mitad la exhumación de sus restos un par de años después. Del otro lado de estos personajes existe el drama de la pobreza, el de las familias que una vez inhumado el cuerpo, temen que se cumplan los cuatro años porque no tienen con qué sacar los restos. En este cementerio todos saben que mucha gente enterrada no tiene nombre. En el ambiente se siente el aire de abandono, y mientras los visitantes arreglan las flores de los familiares y amigos, miran de reojo los pabellones del fondo, los que solo tienen en sus bóvedas una crucecita marcada sobre el cemento.

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A la izquierda, Sensei, vigilante y boxeador.

Con los guantes puestos por Ciudad Bolívar Texto y fotos: María Camila Sarmiento Peña Mariaca2009@hotmail.com

Como lo hacían los estudiantes apasionados por el boxeo en la telenovela colombiana A mano limpia, un grupo de jóvenes de Ciudad Bolívar practican el deporte de los puños, que los aleja de las armas. Con el relato de vida de Sensei, uno de los protagonistas y maestros del evento, la autora nos sube y nos baja del ring.


León Ruiz se prepara para volver a la jaula, una estructura metálica en la que se presentan las peleas en la quinta versión del Colombia Fighting Championship, que se celebra en la localidad de Ciudad Bolívar. La sede sur de la Universidad Francisco José de Caldas es el escenario escogido para esta muestra deportiva que integra a diferentes clubes, entre los que hay cerca de 50 participantes de distintas categorías de peso: mosca (de 50 a 55 kilos), pluma (de 56 a 64 kilos), ligero (de 65 a 72 kilogramos) y los más pesados (hasta 95 kilogramos). Sensei, nombre que los alumnos le pusieron de cariño, significa ‘gran maestro’ en japonés. Lo bautizaron así porque se convirtió en su guía para alcanzar la victoria. Él distribuye el tiempo entre el turno de vigilancia en un complejo de apartamentos cerca del Country Club y el trabajo como entrenador personal en un gimnasio y profesor de boxeo y de artes mixtas. Es padre de tres hijos —el último, recién nacido—.

moría de nervios al verlo con sus pesas en pies y manos. Mientras tanto, la pequeña Janisa, de seis años, se movía de un lado al otro intentando llamar la atención de su padre. "A mi esposa

le da mucho miedo lo que yo hago, sobre todo cuando he durado varios meses lastimado, pero Janisa sí me apoya, se viene al gimnasio conmigo y le gusta el boxeo". El boxeo le brindó las primeras alegrías deportivas a Colombia, pero poco a poco la actividad se fue en picada hasta cuando Clemente Rojas y Alfonso Pérez, dos cartageneros, consiguieron en los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972 medallas de bronce en las categorías de pluma y ligero, respectivamente.

* 70 kilos Sensei, con

es categoría peso ligero.

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Este cartagenero de cuna recuerda con nostalgia la época dorada del deporte, así como cuando entrenaba para ser un gran boxeador. Su padre, quien lo alentó al entrenamiento militar, hizo que pensara las 24 horas en el deporte. Subía corriendo hacia la cima de La Popa, no precisamente por la empinada carretera, sino por la trocha y los caminos de montañas. "Des-

de que me levantaba todo era ejercicio, me iba a la cocina haciendo cuclillas, hacía pesas, me cuidaba mucho con lo que comía". Su vida cambió por completo el 21 de septiembre de 2002, cuando fue campeón de boxeo en un concurso organizado por las Fuerzas Militares; el mejor momento de su carrera. Fueron tres peleas intensas, las dos primeras las ganó en el primer round, pero la tercera fue a otro precio. León sonríe al recordar que su contrincante lo doblaba en tamaño, y solo hasta el tercer round —cuando logró dejarlo noqueado y el juez levantó su mano en alto— se sintió plenamente realizado. Sin embargo, el embarazo de su esposa transformó su vida y como no podía sostener un hogar con el boxeo, abandonó su sueño. Pero en el 2009, su amigo Felipe Rodríguez lo impulsó a retomar este deporte. Después de años sin entrenamiento comenzó de nuevo su rutina de ejercicios. Su esposa se

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Delegación de boxeo del Sena.

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Puños por mercados En Ciudad Bolívar el Colombia Fighting Championship sigue agrupando a muchos aficionados. La entrada al evento, que se llevó a cabo el 31 de agosto de 2013, tenía como objetivo recoger mercados para familias de la localidad. Los asistentes, la Fundación Ir Más Allá de tus Sueños y la Federación de Artes Marciales Mixtas llenaron dos canecas hasta el borde con artículos de la canasta familiar. Hacia las diez de la mañana, Héctor Segura, miembro de la comisión de juzgamiento, llamó con su voz estridente a los peleadores y los dividió en sus categorías. Los participantes empezaron a descender de las gradas, Segura sacó unas papeletas blancas con los pesos de cada categoría y los empezó a formar en líneas. El primero de la fila de la categoría mosca recogió el papel torpemente. El presidente de la Federación dirigió unas palabras de bienvenida a los asistentes y concursantes. Después, Segura explicó que el torneo no era WFC ni Strike Force, y que la comisión estaría pendiente de velar por la integridad de los combatientes y de controlar los ánimos de los asistentes. "La mayor virtud que tienen los

seres humanos es el respeto y a pesar de que allá afuera hay desorden, trifulca y brutalidad,

aquí, incluso mostrándonos con golpes y patadas, vamos a mostrar lo mejor que tiene Bogotá, que es Ciudad Bolívar, ¡vamos a sacar adelante la localidad!", dijo con voz recia. Las formalidades daban inicio al certamen: cada peleador debía pesarse en ropa interior y tomarse una foto oficial con su entrenador. El primero de la fila de la categoría mosca pasó al frente aún tembloroso; era el más pequeño de todos. Segura pegó un grito y le preguntó: “¿Usted sí es mayor de edad?”. El muchacho asintió y le susurró al oído que tenía 19 años, por eso el entrenador replicó: “Hable duro, en-

tonces... como un varón, no como una gelatina”. Acto seguido le estampó una "palmadita" afectuosa en el pecho del muchacho. Atléticos hombres con poses de grandes machos pasaron uno a uno su prueba del peso, entregaron los papeles y recibieron un jugo de mango, un ponqué ramo, una manzana y un masmelo. Después de casi una hora de protocolo, los combatientes se fueron a calentar, mientras Segura dio un par de indicaciones:

"Pilas, esto es serio, nada de codos a la cara; la nuca y la espalda no se tocan. En cada pelea deben de estar pendientes, sobre todo los enfermeros... si veo que me están haciendo ojitos paro la cosa".


Después de una hora de calentamiento, en la que los luchadores dieron vueltas alrededor de la jaula y realizaron ejercicios, el público empezó a llenar las graderías. Aunque se cree que es un deporte masculino, asistieron numerosas familias entre las que se encontraban mujeres y niños pequeños que disfrutaron de las casi cinco horas de espectáculo. El evento dispuso tres rounds en cada pelea con un minuto de descanso entre cada uno; cuando el público aplaudía ansioso para que arrancara, un animador se acercó a la jaula y llamó a los dos primeros participantes, los más pequeños de la competencia. Mientras la música retumbaba en el lugar, aparecieron los dos muchachos en cada esquina. Corrieron al centro del coliseo, se miraron fijamente y recibieron las indicaciones del segundo juez.

Controlados por la Bestia El asistente introdujo un tornillo en un pequeño agujero, cerró la jaula y comenzó el espectáculo. El primer golpe le rompió la nariz a uno de los jóvenes; los asistentes pudimos apreciar cómo manaba la sangre. El otro competidor aprovechó la situación y mandó a su contrincante contra la jaula, donde descargó su fuerza. El joven aulló de dolor y golpeó el suelo en un intento por llamar la atención del juez principal, Iván ‘la Bestia’ Galindo, representante de Colombia en el campeonato de Australia. Un hombre de dos metros de estatura con unos brazos increíblemente grandes. Apenas nos podíamos imaginar un golpe suyo.

Con su hija Janisa.

La Bestia detuvo la pelea y resonó la campana; dos asistentes entraron con baldes y agua. El joven escupió la sangre dentro del recipiente y se refrescó. La Bestia esperó a que la voz del animador nombrara al ganador para levantar su puño al aire; este sonrió como si se hubiera convertido en el nuevo Rocky, mientras que el contrincante agachó su cabeza para que no vieran que intentaba contener la hemorragia. Las peleas se hacían más largas conforme aumentaba el peso de los luchadores. Pronto el olor metálico de la sangre y el sudor resultaron notorios para los asistentes. En los intervalos de las peleas aparecía un joven con un trapero que quitaba todo rastro de desastre con desinfectante.

A la izquierda, Iván, La Bestia Galindo; en la mitad, el director de la Federación, y a la derecha el juez.

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Sensei La ansiedad de Sensei era visible; se sentó al lado de su familia y se distraía con los demás combates, en especial con los de sus pupilos. Después de un emotivo minuto de silencio por las víctimas de la violencia en la localidad, llegó su momento. Cuando estaba listo para la lucha, con los guantes puestos y el protector en la boca, se acercó al centro del coliseo y lo vio por primera vez. El nombre de su oponente era Julián Pérez. No superaba su estatura. Le devolvió una mirada asesina, posaron para la foto protoco-

El combate que terminó en empate.

laria y chocaron sus guantes como un signo amistoso. Aquella sería una lucha de exmilitares que todos deseaban ver. La Bestia les dio las últimas indicaciones y empezó la pelea, tras haberse analizado mutuamente. Sensei le encajó un golpe en la cara y Pérez le devolvió un cabezazo que lo tumbó al suelo. Forcejearon unos segundos hasta que Sensei se apoderó de la situación: le dio la vuelta y con un fuerte abrazo lo levantó y lo volvió a estampar en el suelo con un sonoro golpe que arrancó los aplausos de los presentes. Segura le dijo a la Bestia que quedaban diez segundos; el público hizo el conteo regresivo y así finalizó el primer round. Sensei se refrescó, respiró profundamente y dobló su cuerpo. La marca de la cabeza del rival le quedó en su ojo izquierdo. “Hay que llevarlo al piso, hágale una llave y esté pendiente”, dijo su asistente. No había terminado de sonar la campana del comienzo del segundo round cuando ya ambos estaban en el suelo. La Bestia los hizo levantar para que reiniciaran el combate. Pérez le dio una patada baja a Sensei, quien le lanzó una mirada enfurecida. El segundo round terminó justo como el primero, solo que ahora el cansancio subió de nivel. El juez detuvo el tercer round mientras el chico del trapero hacía su trabajo. “Un aplauso para el joven del trapero y por todos los que trapean en la casa”, dijo el locutor. Cuando acabó la ovación, cayeron una vez más al suelo y se ensañaron en un intercambio de golpes audibles. “No lo suelte, téngalo así”, le gritaron desde las gradas a Sensei. La campana sonó y la pelea finalizó. Los jueces deliberaron y los llamaron a la jaula. La Bestia Galindo sostuvo los brazos de ambos hombres y se escuchó que los tres miembros de la comisión de juzgamiento le otorgaron diez puntos a cada uno. Era un empate...Cuando bajaron de la jaula, sus miradas se esquivaron. “Debió ser

diferente, ese solo quería llevarme al suelo, como que no quería enfrentarme", dijo Sensei mientras recibía una bebida energizante. Con el sabor agridulce del empate esperó a que terminaran las peleas. Atendió sus heridas de batalla, habló con los suyos y abrazó a Janisa. Luego sonrió, pues aún tenía tiempo de descansar antes del turno de vigilancia que le esperaba a las seis de la mañana del otro día.

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El islam 53 en Bogotá Tendencias

Texto y fotos: Helena María M. Calle helenitam.calle@gmail.com •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Nueva mezquita de la calle 80 con carrera 30.

y una galleta

Aunque ha crecido en los últimos años, el islam a duras penas tiene 1.500 adeptos en Bogotá. La cronista nos cuenta dónde se reúnen y qué costumbres tienen los musulmanes capitalinos, especialmente las mujeres.


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Derecha: Una de las entradas de la mezquita Abu Bark Alsiddiq en la calle 80. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

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A Carlos Sánchez lo bautizaron cuando tenía tres meses como a sus papás les sonó. Fue acólito cuando niño, y en medio de sacerdotes se sintió vacío. Pasó del cristianismo al hinduismo y luego al budismo. A los 32 años (hoy tiene 68), Carlos se renombró como Audo Latif, que en árabe significa ‘siervo de Dios’, porque se convirtió al islam. Ahora es ‘director’ (y va entrecomillado porque en una mezquita no hay jerarquías) de la mezquita Estambul, en la calle 45 con carrera 14, en el barrio Palermo. Desde 2004 y después de años de ahorro, los musulmanes de su comunidad compraron una casa de estilo inglés con oficina, cocina, el primer piso para la oración de los hombres y el segundo para las mujeres. Allí se oye salam aleikum por doquier, que traduce ‘la paz esté contigo’ en árabe. Al llegar a la mezquita le ofrezco la mano: “Usted no es de mi familia ni mi conocida, no debo estrechar su mano”, me dice Audo. A cambio del rechazo, me regala una de las galletas que junto con mermeladas, guisos y granos halal (permitidos por la ley islámica) le mandan de Egipto para que se sostenga el templo. Audo se sienta en su oficina tapizada de oraciones, sin computador, con una pila de fotocopias en árabe y una silla de tela en la que se mece mientras mueve su abundante barba blanca al hablar y clava sus ojos negros en los míos, sin dudar.

“Ni un solo profeta enseñó que hay intermediarios hacia Dios. Acá hay una sola ley: la de Alá”, explica. Esa interpretación de los textos es lo que lleva a las mezquitas de Bogotá a una desconexión tajante. La mezquita Estambul es de corriente sunni, esto en árabe significa ‘tradición’. Mejor dicho, la ley de Dios no hay que interpretarla, ya está escrita. “Para eso se aprende árabe ¿si

ve? Para guardar los textos originales y que no se modifiquen. Acá hay como tres personas que se lo saben de memoria en árabe. Todo lo demás son sectas no aceptadas por el islam. Cuando a la mezquita llegan chiitas o suffis, que son los más comunes, les estrechamos la mano y les pedimos que se vayan porque acá no pueden rezar. Nunca hemos tenido problemas, ellos lo entienden y van con Alá”. A falta de un lugar para rezar, en 2007 se fundó la mezquita chiita al-Reza con apoyo monetario de


la Embajada de Irán y con donaciones externas. Además está la mezquita ‘Abu Bark Alsiddiq’ de la calle 80 con 30, construida tras 20 años de ahorros de musulmanes buscando un mejor espacio que la antigua casa en Teusaquillo, la cual tiene unas escaleras tan empinadas que los más ancianos no pueden subir, y que alberga a solo 90 oradores. Esta es la única mezquita de la ciudad que cumple con la arquitectura tradicional: cúpula, instalaciones de ablución (para lavarse antes de orar), sala de oración mirando hacia la Kaaba, baños, arte religioso y la simbólica luna y estrella en la fachada. De hecho, imita a una construcción en Yakarta, Indonesia. Los musulmanes rezaron en obra negra, al lado de ladrillos y grumos de cemento durante casi tres años que duró la construcción. Allí están invitadas todas las corrientes, hasta los no musulmanes, pues este templo alberga a unas 700 personas. Hombres barbudos, mujeres con vestidos hasta los tobillos e hileras de zapatos hacen parte del paisaje. El silencio sólo se interrumpe por los murmullos suaves de los rezos, acompasados por el sonido de cabezas y manos golpeando con delicadeza el tapete. Estas mezquitas no son las únicas en Bogotá, pero sí las más numerosas. La diversidad no es gratis. Bogotá tiene más variedad de corrientes que otros lugares de Colombia. En los años veinte del siglo pasado, una oleada de palestinos se ubicó en el centro, entre las calles 10 y 12 desde la carrera 8ª hasta la 10ª, donde abrieron sus tiendas de textiles, ropa y calzado. Muchos eran campesinos y solo recitaban ―no escribían― en foshan (lengua árabe del Corán), lo que eventualmente los llevó al desarraigo. Después de la Revolución Islámica y la invasión soviética de Afganistán, en 1979, libios y palestinos llegaron a Colombia introduciendo otras corrientes como el chiismo o el sufismo. En Colombia, cumplir al pie de la letra los mandatos del Corán es muy complejo, pues el sistema judicial no permite, por ejemplo, castigar con la muerte una falta. Con suerte, el islam alcanza los 1.500 seguidores en la ciudad y 10.000 en el país: el 90 % son sunitas y el resto son chiitas y sufíes. Por su esencia discreta, su aversión al proselitismo

y la barrera del lenguaje, es una religión de ‘bajo perfil’, que aún sufre discriminación: no tiene ninguna representación en el sistema ni cementerios propios o universidades ―solo el colegio Dar el Arkam en La Guajira― y aparece sólo en los portales administrados por la comunidad. Sin embargo, en los últimos años ha ido fortaleciéndose: cuenta con un lugar de difusión académica llamado Centro Cultural Islámico y una empresa de comida lícita o halal llamada ‘Halal Islam’

Degüelle mirando hacia La Meca El propietario de Halal Islam: Comida Lícita es Marlon Cantillo, un macizo barbudo de 35 años, convertido a los 21 en medio de una revelación súbita con el Corán. “Comemos solo res, pollo

y cordero, nada de alcohol, tabaco o sangre. Ir a un restaurante de la ciudad es un martirio”. Hace más de un año tiene su marca y gente de todas las religiones le pide comida, por su higiene extrema en los sacrificios. Marlon hizo un trato con el matadero Guadalupe, al sur de la ciudad, para que les reserve un día solo para los sacrificios halal: “Se coloca el rostro del animal

y el del hombre mirando hacia La Meca y se corta la garganta con un cuchillo de hierro afilado para que no sufra y se drene toda la sangre. El animal toma agua antes de ser sacrificado y otros animales no pueden verlo morir, eso sería cruel”. Marlon insiste en pormenorizar sobre la sangre y la piel. Yo lo oigo mientras, impresionada, guardo la galleta Si bien el problema de la comida halal está resuelto, el financiero crece. En la entrada de la casa-mezquita del barrio Palermo hay una caja de madera para donaciones. Pegado está el recibo del gas por $102.000. “Lo dejo ahí para que alguien lo pague. Vence el lunes”, dice Audo. Las mezquitas ―a diferencia de las iglesias bíblicas― no cobran por uniones matrimoniales ni entierros. No hacen dinero de los seguidores. De hecho, tiene que ir al cementerio Jardines de Paz para hacer el baño a un difunto que se enterrará en un lote donde hay 200 musulmanes. Reitera, no cobrará. Se entierra sin cajón, embalsamado como una momia y se le echa tierra encima. Una lucha larga llevó a Jardines de Paz (de católicos) a aceptar a los musulmanes en sus terrenos hace tres años.

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Mujeres orando en la mezquita Estambul.

Todo eso cuesta un dinero que cada musulmán gana y dona a su mezquita. Audo, por ejemplo, es abogado y sus hijos estudian, pero ahorra para ir a la Kaaba ―aquella gran roca sagrada en La Meca― y celebrar el Ramadán como Alá manda: según la ley islámica, un musulmán debe darle diez vueltas a la Kaaba al menos una vez en la vida, aunque se celebra todos los años —el noveno mes del calendario lunar— desde cualquier lugar. Arrinconada en su oficina, camuflada entre telas blancas hay una maleta negra que, de hecho, es su equipaje. La señalo con la galleta a medio abrir en la mano y me dice:

“Yo aún no he ido. Pero el equipaje lo tengo ahí hace como dos años. Llegué al aeropuerto con todo listo, pero por mala información me quedé en Madrid. La mitad del grupo sí viajó porque no hacía escala en Ginebra, sino que seguía para Arabia. Ojalá el próximo año”. Ojalá es un arabismo que significa ‘si así lo quiere Alá’.

Las flores coloridas Casi muerdo la galleta cuando llegó el momento de la oración. Cierra la oficina de un portazo y me indica que suba. Definitivamente, el segundo piso es otro mundo. Ver a una mujer usando un hiyab es inusual en la ciudad. Pasan con sus cabezas cubiertas con pañoletas y no podemos evitar pensar “sometida”, pero ellas son como el resto: esperan el bus, se comen las uñas, ríen a carcajadas y ven películas los domingos. Sin embargo, ese hiyab que nos hace creerlas extrañas nos lleva a observarlas mientras la tela tiembla sobre sus cabezas y las curvas se pierden en sus anchos vestidos. Johanna, por ejemplo, no es sumisa. Por su largo vestido gris con flores rosadas y el hiyab del mismo color, solo puedo decir que es de corta estatura, risa fácil y dientes pequeños. No supe su color de pelo, si prefería jeans o faldas o si era ancha de caderas. Eligió convertirse al islam hace ocho meses, y se casó con un árabe de su mezquita hace cuatro. Tiene 20 años y está estudiando enfermería e inglés en la Universidad Distrital. De hecho, la ley islámica permite a la mujer manejar su dinero, colaborar o no en su casa y usar o no el velo. “El hiyab es literalmente ‘protección’, en la

familia, en la sociedad, en el espíritu. Si yo lo elegí, ¿por qué me tachan de sumisa, parce?”. He de confesar que cuando fui a visitar la mezquita Estambul me fui con la pinta más ‘disimuladora’ que encontré: un pantalón ancho, el cabello recogido, una blusa cerrada hasta el cuello. Toda ropa oscura. Al llegar a la musala (sala de oración) del segundo piso, me sentí como una viuda entre 14 flores coloridas ―de todas las edades―, que flotaban serenamente mientras pasaban la aspiradora por el tapete del lugar de oración, cocinaban el almuerzo o hablaban y reían en una mesa adornada con carteles que recomendaban: “No entre con los pies

mojados, Haga sus oraciones diarias, agradezca a Allah por este espacio”. Antes de entrar a la musala, Johanna me miró con seriedad y me preguntó: “¿Tienes

el periodo?”.

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Un poco desconcertada, lo negué. Casi inmediatamente pregunté si era por un tema de higiene o que si se creía que se ofendía a Alá con la sangre uterina. Qué apocalíptica e ingenua soy. Las mujeres con la menstruación no pueden entrar a orar. Johanna me miró con ojos compasivos, casi risueños y me dijo: “Son

las vacaciones que nos da Dios”. Para estar en el salat (la oración) Johanna me llevó a la esquina del guardarropa, donde me escogió una particular batola de color rosa pálido hasta los tobillos con una capucha que me cubría el cabello, además de una pañoleta de flores azules con verde. A decir verdad, nunca me sentí más cómoda ni más libre. “Es muy

difícil conseguir ropa islámica en Bogotá. Toca traerla de Pakistán o de Barranquilla y La Guajira. Acá se consigue muy poquita y muy fea”. Ella sí se queda en la puerta de la sala de oración disfrutando de sus ‘vacaciones’ y todas sus “hermanas musulmanas”, algunas arrullando bebés, prestan atención al televisor que transmite desde la musala masculina en el piso de abajo, con 13 asistentes. Primero, el esposo de Johanna ―que es egipcio― recita el Corán en árabe y a toda velocidad, luego otro hombre más joven traduce en un español ceremonial. Al final, empiezan todos a recitar en coro y mirando hacia La Meca (que es en dirección a Monserrate), se agachan y tocan el suelo con su frente, sus manos y sus pies, acariciando las oraciones con tal atropello y susurro que no se distingue si es árabe o español. Los bebés están amarrados como tamalitos en las espaldas de sus madres con una pañoleta y se balancean vertiginosamente en cada alabanza (mejor dicho, en cada agachada). Lloran todo el sermón, pero mientras sus madres se inclinan mirando hacia la ciudad sagrada les dan un momento de paz y callan, como si supieran de lo que trata esta ceremonia.

ignorar a la gente así… ignorante”, cuenta una de ellas. “Una vez, unos niños me quitaron el hiyab cuando iba por la calle. Yo elegí ponérmelo a mí nadie me obligó. Es como si te bajaran los pantalones en frente de todos. Ese día llegué a llorar”, relata otra. Al devolver la ropa que me prestaron para entrar a la musala, me sentí extraña en mi atuendo lúgubre. Las mujeres y los hombres musulmanes rechazan esa aparente liberación occidental, pero sin dejar de ser colombianos. Doy las gracias y ¡por fin! muerdo la galleta. A esta altura sé que los musulmanes sí respetan a sus mujeres, que yo estaba cargada de prejuicios y que lo que me como es un alfajor de ciruelas. “Salam aleikum”, le dije a la galleta antes de acabarla.

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Al final de la oración me intento retirar, pero Johanna me toma de la mano. “Vamos a

almorzar y no nos puedes decir que no. Si acá este almuerzo es como tomar tinto en cualquier casa”. Mientras compartimos el arroz con garbanzos y ensalada, me contaron las hermanas: “A mí

me han dicho ‘terrorista’, ‘mojigata’, ‘satánica’, ‘novia de Bin Laden’, ‘talibán’. Solo se le puede

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Dardos 58 desde Chapinero Retrovisor

Texto: José Daniel Gómez Sánchez jdgomezs@hotmail.com Fotos: Cortesía de Eduardo Arias ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Troller (izquierda) y Arias, unidos por el humor y la música.

Directo Bogotá le rinde un homenaje a la mítica revista Chapinero,

fundada en 1980, que circuló durante nueve años en la capital. Hablamos con Eduardo Arias y Karl Troller, quienes crearon la revista junto con Carlos Buitrago, cuando eran estudiantes de la Universidad de Los Andes. Una irreverente publicación que parodiaba la realidad bogotana. Chapinero Telegraph fue el primer número de los veinte que circularon entre 1980 y 1989. Nació en la Universidad de Los Andes, pero tenía un antecedente en el Colegio Helvetia: la revista El Irregulario, publicada en 1978 por Karl Troller y Carlos Buitrago, cuando aún cursaban bachillerato. Cuando Troller y Buitrago comenzaron a estudiar arquitectura, le propusieron a Eduardo Arias, estudiante de biología y compañero de Karl desde 1976, que crearan una nueva revista. Así nació Chapinero.

“La Universidad de Los Andes en ese momento estaba dividida en dos bandos: ‘Los fachos’, que eran los de carreras como ingeniería o administración y tenían carro, y ‘los comunistas’, que eran los de filosofía y antropología, que no usaban desodorante, pero, aun así, pagaban la matrícula máxima”, dice irónicamente Eduardo Arias. De ahí surgió la idea de tomar esas contradictorias y cotidianas ocurrencias de la vida universitaria, a veces graciosas, a veces absurdas, para hacerlas públicas a través de un medio que, además, mostrara el día a día de la Bogotá con trancones, de la publicidad criolla y


la sociedad inconforme, tal como lo hace hoy el sitio web populardelujo.com.

“Nosotros fuimos precursores de Popular de Lujo, de la estética de Aterciopelados y se nos ocurrió que Chapinero era el nombre ideal, porque pensábamos en la carrera 13, entre calles 57 y 65, para reivindicar la cultura callejera", dice Arias. Para este biólogo de 54 años, que ejerce el periodismo de manera empírica, la revista bien habría podido llamarse Galán o San Fernando, como los tradicionales barrios, o llevar el nombre de alguna ruta de buseta de esa época, como Quiroga.

"Cuando nosotros hicimos la revista —cuenta Troller—, Chapinero era un barrio que reunía un poco de toda la cultura popular de la Bogotá que nos gustaba: estaban los avisos, billares, busetas y antros. Era el lugar perfecto, había chuzos con personalidad y no eran las cosas estilo mamerto de La Candelaria, pero tampoco era la rumba de la 80 y la 90. Era el centro entre el sur y el norte. Chapinero era perfecto porque no era ni lo uno ni lo otro". En ese sentido, y aunque el movimiento gay se ha apropiado de gran parte del barrio, Karl cree que hay otros grupos y expresiones que se siguen reivindicando allí.

El esplendor de Chapinero A Carlos Buitrago, Karl Troller y Eduardo Arias se les sumaron Luis Carlos ‘el Chiqui’ Valenzuela en la redacción, y otros colaboradores, como Lucas Soler —hoy reconocido crítico de cine porno en España—; Álvaro Moreno, artista; Mauricio Reina, Andrés Villa, Gonzalo de Francisco, Diego Córdoba y el ilustrador Diego Albarracín, que murió en esa época.

normalmente eran fotocopias con tres grapas. Había unas en formato más grande que otras, en papel periódico o bond. El 6 de agosto de 1988, con motivo de los 450 años de Bogotá, el Magazín Dominical de El Espectador, dirigido por Marisol Cano, les cedió el espacio editorial para dedicarlo por completo al cumpleaños de la ciudad. Fue la edición con más ejemplares, cerca de 300.000, y acompañó a Chapinero Cromos como otra de las revistas atípicas. “A unos les gustó y a otros los descon-

certó porque faltaron los poemas, los ensayos literarios y salieron un poco de fotos nuestras mamando gallo”, dice Arias. Las ediciones de la revista Chapinero eran muy precarias, “muy al estilo de los fanzines [revistas para fanáticos; en inglés, fan’s magazine], que no teníamos ni idea de que existían”, aclara Eduardo. El precio varió con el paso del tiempo, las primeras costaron alrededor de $30, y las últimas, $200, aunque algunas se repartían gratis.

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Revista

Chapinero

en el tiempo

1980

Chapinero Telegraph Chapinero Telegraph II Chapinero Telégrafo

1981 Chapinero IV Chapinero V (gratis) •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

La revista no tenía periodicidad, “eso dependía

de nuestra pilera, del tiempo que le dedicáramos y de la plata que tuviéramos, porque poníamos publicidad, pero nunca cobrábamos los anuncios”, sostiene, entre risas, Eduardo. Cada edición tenía unas 16 páginas, y salía un tiraje de entre 100 y 200 números; en su mayoría fueron hechos en fotocopia y algunos en litografía, salvo Chapinero Cromos, una parodia de la revista Cromos ―que financió el entonces Ministro de Hacienda, Rudolf Hommes―, con tapa en color, 34 páginas y de la que imprimieron 2.500 ejemplares. Sin embargo,

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1982

Chapinero Mejorado Chapinero Clientelista (gratis) Chapinero Requisado Chapinero Tecnológico

1983

Chapinero X Chapinero Enciclopédico Chapinero Christmas

1984 Chapinero Sports Publichapinero ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Libros de Arias & Troller. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

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El repertorio ‘chapineruno’ En principio, las historias de Chapinero se centraron en la vida universitaria, los sitios del campus, los test ‘¿Es usted facho?’, los cómics, las crónicas urbanas y la ironía de la publicidad de antaño, creando personajes míticos como Cactus Gaitán, hijo del candidato disidente del Partido Liberal para la Presidencia en 1946, Jorge Eliécer Gaitán. “Cactus fue un personaje que nació el 8 de abril, como el fundador de la nueva Bogotá. Por ese tiempo rondaba el cuento de que esta ciudad era mejor antes del 9 de abril, porque era más civilizada”, comenta Eduardo Arias, quien puso a hablar a personajes de ciencia ficción acerca de la nueva Bogotá, que había surgido de las ruinas de la capital cachaca que se creía Londres. A propósito de Cactus ―que además fue el primer revendedor y el primero en tirarse en carro de balineras por la 26―, como recuerda Troller desde Miami (donde reside desde finales de 2012), concedió una entrevista que también fue publicada en la ya mencionada edición especial del Magazín Dominical, al lado del ‘Manifiesto Bogotano’. En Chapinero, esos manifiestos ―declaraciones públicas de principios e intenciones― estuvieron influenciados por las producciones surrealistas y nadaístas de similar naturaleza, aunque solo fuese en la forma, pues distaban mucho de su filosofía e ideología. Esa técnica, asegura Eduardo, les permitía decir muchas cosas sin tener que escribir un texto coherente o hilado, y el lenguaje mismo, en tono panfletario y provocador,

“se prestaba para decir cosas de manera contundente, con humor, sátira y crítica, mientras jugaba con equívocos, dándoles grandilocuencia a cosas absurdas”. Además del manifiesto del Magazín, se redactó otro en ‘Chapinero Patrasiado’, y Lucas Soler hizo otro en 1983 que fue el 'Manifiesto Iconosexual'. El tono de esos textos era algo así como “noso-

tros los chapinerunos, hijos de patatí y patatá, reivindicamos el tranvía de mula por esto y aquello...”, o "rechazamos enérgicamente el tamal, oriundo del Tolima, al que consideramos un invasor aculturizador y destructor de la tradición cachaca afincada desde tiempos inmemoriales en su majestad el ajiaco...”. La revista rindió pleitesía a la droga y a la leyenda de que Chapinero había sido de los hippies (con su famoso parque de la calle 60 con carrera 7ª), aunque los autores no vivieron esa época. También buscaron reflejar todo lo que les gustaba del rock y jugaron con los títulos de algunos ejemplares como si fueran discos, tales como Chapinero IV, Chapinero V o Chapinero X. El sueño de la música se hizo realidad cuando juntos grabaron tres discos: Chapinero gaitanista (1990, reeditado en CD en 1997), Transite bajo su propio riesgo (1999, CD más libro) y Concierto para delinquir (2003).

Chapinero era irreverencia, pero también nostalgia por esa Bogotá soñada que nunca llegaría: “Lo que llamábamos ‘nostalgia-ficción’

era inventarnos unos comics en el futuro, por ejemplo, de un tipo melancólico por el metro de Bogotá que se cayó. Es decir, planteábamos cosas que ni siquiera habíamos visto en la realidad y nosotros veíamos como algo que existió y ya había desaparecido”, recuerda Eduardo. También había pretensiones literarias y poéticas, no muy profundas: “De vez en cuando salía la

croniquita de ‘me quiero sollar’ y otros escritos muy chéveres de Karl”. La revista era híbrida y difícil de clasificar; en ella todo era permitido. En palabras de Karl,

"si escribía bonito, quedaba, y si escribía una porquería, también". Sobre la sexta edición, cuando Luis Carlos Valenzuela y Carlos Buitrago se desvincularon, terminaron los coqueteos literarios o, si acaso, se conservaron unos pocos "para levantar viejas", como afirma Troller. De esas crónicas de “me quiero sollar”,


también salían las de "las pasadas con perico

y hongos; era la celebración de todas las pasadas, haciéndole homenaje a Andrés Caicedo".

El humor, parásito de la información Desde sus inicios, cuentan los fundadores, Chapinero tuvo un gusto por el lenguaje publicitario, ya que, como en el humor, en una sola frase tenían que contar una historia y producir emociones. Es un campo que les dio elementos para ser irónicos, en la medida en que la gente sabía de qué les estaban hablando. “Yo he descubierto

que esa es la técnica fundamental del humor: juntar dos cosas aparentemente inconexas y de manera inesperada para la persona que recibe el contenido. Nosotros usábamos eso y eran códigos que funcionaban”, dice Arias.

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1985

Chapinero Cromos

1986

Así promocionaban el caldo de mico Maggy, los taladros eléctricos Hello Kitty, los buñuelos Luis Buñuel, las clases de inglés dictadas por Julio Iglesias y las urbanizaciones con la M de Mazuera, como Motelia, Morgan ―el barrio pirata―; Maturana, Magdalena Medio o Muladar. “Para parodiar el caldo de mico Maggy,

el hermanito menor de Lucas se empelotó, se puso una máscara de mandril y los tacones de la mamá". Sin embargo, a Eduardo ya no le da risa esa publicidad. Según dice, era una falta de todo lo políticamente correcto por la que los hubieran podido demandar. Pero Troller tiene muy clara la razón que suscitó todo eso:

"Éramos más bestias en ese momento, solo que ahora nos hemos ido puliendo". Arias no recuerda mucho humor político en Chapinero: “De pronto había una nota de Belisario Betancur con unos cigarrillos President y un pie de foto que decía ‘Aspirar es poder’, pero no era que estuviéramos en contra de Belisario". También se valían de los títulos para hacer sus críticas: “Turbay nos parecía un personaje desagra-

dable y el Ejército también. Por eso el nombre de ‘Chapinero Requisado’, que fue una reacción a esa época donde en todo lado lo requisaban a uno, era una mamera”, sostiene Arias, quien junto con Troller, llegó a ser libretista del programa Zoociedad, con Jaime Garzón, y fue allí donde empezaron a hacer humor político, igual que en Semama, otro proyecto humorístico que, como muchos otros, hicieron al alimón.

Chapinero Mix Chapinero Guía Sub Oficial. Visita Juan Pablo II a Colombia

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61


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1987

El fin de la revista La revista Chapinero finalmente se estancó. Arias se graduó y Troller pidió traslado a la Universidad Javeriana para estudiar comunicación social. Eduardo trató de seguir vendiendo revistas en la Universidad, pero la oferta no era igual, no había red de distribución y la mayoría del material había que regalarlo. Cuando Troller se graduó, en 1987, salió del país mientras su colega conformó un grupo musical. “Yo le mandé una carta a Karl a Espa-

Chapinero Patrasiado. Incluye separatas Turbay en el Vaticano y Rodizio

1988 Chapinero Magazin Dominical - El Espectador Chapinero Líchigo

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ña diciéndole que debíamos empezar a hacer discos, que la del 90 iba a ser la década de los nuevos medios; entonces él se entusiasmó, se

devolvió y empezamos con Chapinero gaitanista, nuestro primer disco”. Luego llegó Zoociedad y el espíritu de Chapinero se trasladó a los discos y libros, tales como la Guía del estudiante vago, El nuevo diccionario de la Ch y Ciertamente, entre otros. Más tarde a Semama y a Larrivista, una revista de fotomontajes satíricos, que surgió por iniciativa de Daniel Samper Ospina y Alejandro Santos, y terminó en 2009 por falta de patrocinios, con una colección de seis números que se pueden consultar en http://www.larrivista. com/. Ahora, con Divergente, una sección de parodias que tienen Karl y Eduardo en la revista Gente, desde hace cuatro años, hacen lo que se les da la gana y nadie les dice nada. Con $200, hace 24 años, los cachacos pudieron adquirir Chapinero Líchigo, el último número que salió al mercado, antes de que sus creadores cerraran la publicación que durante nueve años retrató de manera irreverente a la Bogotá chapineruna. Troller, Arias y sus secuaces la pasaron muy bien con Chapinero, una revista underground que algunos nunca leyeron y de la que otros fueron fieles seguidores; que funcionó muy bien en las casetas de la 19, en las droguerías de las Torres del Parque y los bares en los que ellos mismos la dejaban aunque nunca volvieran a cobrar la plata. Esa misma revista cuyos ejemplares eran distribuidos por puchos en las universidades y al regresar por ellos ya se los habían robado. "Vender nunca ha sido nuestro fuerte", asegura Troller; se calla por tres segundos y añade: "Por eso nunca hemos peleado". Y los 38 años de amistad de Arias y Karl avalan esa afirmación que hoy, entre otras cosas, los tiene "haciendo Chapinero, pero con

otro nombre".

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63 Libros

Sobreviviente de dos guerras

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Texto: Daniel Canal Franco dan_canal2@hotmail.com

Migas de pan Azriel Bibliowicz Editorial Alfaguara, 2013

Josué Goldstein sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial en un campo de trabajo forzado en la gélida estepa de Siberia. Sobrevivió con la sopa aguada de coles podridas del campo, y atesorando las migas de pan de sus setecientos gramos de ración diaria. Así logró sobrellevar el frío y los abusos, y tuvo suerte porque el suyo era un campo de trabajo ruso y no uno de exterminio alemán, aunque al fin de cuentas en los dos moría la gente. Al terminar la guerra logró escapar, su mujer e hija habían muerto en algún campo de Europa del este, y en un campamento de refugiados conoció a Leah, con quien se casó de nuevo y emigró a Colombia para dejar atrás los horrores de la guerra y el exterminio. Cuando salió de Europa, Josué era un apátrida porque nació en una ciudad que no sabía si ahora era parte de Polonia o de Ucrania, o si alguna vez existió, y aunque adoptó las costumbres del país, Josué nunca fue colombiano. Muy a su pesar, sin importar en qué rincón del mundo se metiera siempre iba a ser un judío sobreviviente de la guerra. Cuarenta años después de llegar a su “tierra prometida”, de construir una casa y familia para arraigarse en Bogotá, Josué volvió a ser prisionero; ya no de los nazis o los rusos, o por ser judío, sino por el secuestro.

Migas de pan, del escritor colombiano Azriel Bibliowicz, fundador de la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional, es la historia de la casa de Josué en el barrio Quinta Camacho, y cómo ese espacio narra el desarraigo de la familia y su tragedia a ambos lados del Atlántico. Por medio del ejercicio de la memoria, Bibliowicz busca mantener vivo el recuerdo de Josué en su esposa, en su hijo Samuel ―que está al frente de las negociaciones―, en su


sobrina Ester y en el lector que se conmueve profundamente de su tragedia. Y Bogotá enmarca la tragedia. Si bien el lector puede recitar la historia de Bogotá desde Jiménez de Quesada hasta el presente, Bibliowicz lo hace desde El Bogotazo hasta los años ochenta, cuando ocurre el secuestro de Josué, a través de los ojos judíos. El autor narra la ciudad atravesada verticalmente por la memoria de los personajes. En una escena, mientras Leah indaga en sus recuerdos del 9 de abril, porque lo vivió, ella no ve a la Bogotá en llamas después de asesinato de Gaitán. Ella

no ve liberales, conservadores o gaitanistas… Ella ve a los nazis invadiendo Varsovia, a los rusos retomándola, ella sabe que no importa ni por quién ni cómo, pero nunca va a dejar de ser perseguida. El frío sabanero es una insinuación del frío de Auschwitz; y el secuestro de miembros de la comunidad judía, ya entrados los años ochenta, es el constante recordatorio de que siempre van a estar en la mira. La Bogotá de los cuarenta a los ochenta, la que viven y cuentan los personajes, no es más que la adaptación de un flagelo y una historia a un nuevo contexto. No es de sorprender que esta novela tenga como tema central el judaísmo, el holocausto, el desarraigo… porque el mismo autor es de ascendencia judía. Hacer memoria de Josué es hacer memoria de su historia y su credo. Tanto así, que comparte apellido con su personaje, pues su nombre completo es Azriel Bibliowicz Goldstein, como Josué. Y el judaísmo no es tema central únicamente en esta historia del autor; la cosmogonía de su universo literario gira en torno a la tradición judía, como se ve en su obra El rumor del astracán, que habla sobre las migraciones de dicho pueblo. Por encima de la tragedia esta es una historia de amor y de memoria, en la que Josué solo puede salir triunfando. Con un estilo pulcro y expresivo, Bibliowicz narra la historia desde los objetos y los espacios a los cuales atribuye una voz metafórica para reflexionar sobre la condición humana. Y por ser gran parte de la historia un ejercicio de memoria, que ocurre en el pasado, se narra a través de monólogos en los que los personajes hacen una retrospección sobre el camino andado para llegar adonde están. Los diálogos en presente son para contextualizar la situación, pero el grueso de la historia se cifra en la remembranza. El recuerdo de Josué no solo evoca su historia, la universaliza porque muestra la realidad de la guerra y su crudeza, y cómo afecta a muchísimas personas de diferentes maneras: en el pasado, en el presente, en Europa o América… no importa; es un fantasma que envuelve al personaje y al lector. Como lo plantea el propio Bibliowicz: si Samuel fue el hijo de la Segunda Guerra Mundial, su hijo será el hijo del conflicto colombiano.

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" " Christina G贸mez Echavarr铆a

Una pausa para la prensa gratuita

Fotoensayo



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