Directo Bogotá # 51 by Revista Directo Bogotá

" " Fotoensayo

El mundo al revés Foto: Felipe Sánchez

Edición

Diciembre 2015

Directo Bogotá Revista escrita por los estudiantes de la carrera de Comunicación Social Fundada en 2002

Directora Maryluz Vallejo Asistente editorial Helena Calle Reporteros en esta edición Juliana Mateus, Juan David Montoya, Nicolás Méndez, Diana Camacho, Mariana Rolón, Helena Calle, Christina Gómez, Daniela Abella, Juliana Posada, Santiago Triana, María Andrea Muñoz, Fiorella Ferroni, Alejandro Calderón, Natalia Téllez, Tatiana Peláez, Daniel Torres, Andrea Serrano, Felipe Sánchez, Guillermo Cano Portada y Contraportada María Andrea Parra Diseño y diagramación Angélica Ospina angelikaos@gmail.com Corrección de estilo Gustavo Patiño correctordeestilo@gmail.com Impresión Javegraf Decana Académica Marisol Cano Busquets Directora de la Carrera de Comunicación Social Mónica Salazar Director del Departamento de Comunicación Mario Morales Informes y distribución Transversal 4ª No. 42-00, piso 6 Teléfono: 3 20 83 20, ext 4587 Escríbanos a: directobogota@gmail.com Consulte nuestro archivo digital en la página: www.directobogota.co www.issuu.com/directobogota

02 05 06 09 15 20 24 28 32 34 40 45 49 53 57 60 62 64

Cabos Sueltos Nota Ligera

Caribe no soy Estampas Urbanas

Aguijones en la entrepierna de Washington Estación Central

Un trago que duró 30 años… Estación Central

La vacuna que no tuvo la culpa Retrovisor

Una pescadora lejos del mar Patrimonio

De quinta a rancho montañero Divino Rostro

Tejedora de soledades Navidad

Regalo de regalos Tendencias

Trenzando el exilio Retrovisor

La memoria sobre rieles Postconflicto

Conejillos de la guerra Patrimonio

La ventana de los postres Oficios

Zapatero, a tu caseta Colectivo

¿ Dónde estaba cuando se tomaron el Palacio de Justicia? Cine

Los bastardos del otro andén Libros

Los mil y un rostros inconclusos de Pedro Manrique Figueroa Humor

Oración a la monedita

02 Cabos Sueltos

Mujeres invasoras En la Alcaldía de Gustavo Petro ha pasado de todo. Se han visto cosas tan exóticas como la persecución de terribles medios de comunicación al mayor superhéroe de la ciudad, o máquinas tapahuecos que, cual crema Dolorán lo curan todo en cuestión de minutos. Pero la última excentricidad ha sido la invasión por motos en los espacios dizque exclusivos para bicicletas: las ciclorrutas. Las que suelen verse en este plan, con la tranquilidad de bogotano en ciclovía de domingo, son las mujeres, con su postura casi perfecta, espalda erguida, eso sí, en contravía —porque, además, suelen tomar el carril contrario, es decir, no tienen en cuenta eso de “siempre a su derecha”—. Y aunque incumplen la reglamentación del Código de Tránsito, en el cual se aclara que la ciclorruta es “vía o sección de la calzada destinada al tránsito de bicicletas en forma exclusiva”, son hasta responsables estas damas: usan todo el equipo de seguridad, como casco, chaleco y guantes. ¿Acaso temen que un peatón las atropelle y el accidente sea tan grave que les produzca fracturas craneoencefálicas? ¡Pobres mujeres invasoras! Juliana Mateus Téllez julianamat28@hotmail.com ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Humedal en horario familiar Vivo en Niza Antigua, un barrio al norte de Bogotá que tiene la suerte —y la desdicha— de contar con un humedal como parque privado, el Córdoba. En la noche, personas de dudosa procedencia —según los vecinos, ladrones, inmorales y drogadictos— se internan en el humedal, y a pesar de que fotografías de sus rostros suelen estar pegadas en los postes de luz, siguen actuando a oscuras. Como nueva que soy en el barrio, pretendí adaptarme a los hábitos —diurnos, claro está— de mis vecinos. Saqué a caminar a mi perro por los senderos del humedal un domingo en la mañana, sin percatarme de que la correa estaba rota, y que Martín podía salir corriendo en cualquier momento, como efectivamente sucedió. Se adentró en el humedal, hasta donde ni mi vista ni mi valentía alcanzaban, y empezó a ladrar. Al no responder a mi llamado, le pedí a mi papá que me acompañara a buscarlo. Cuidándonos de no resbalar en los empantanados caminos, encontramos a Martin, y junto a él, a una pareja de jóvenes semidesnudos cuyos propósitos había impedido mi mascota. Mi papá le puso la correa a Martin, me cogió del brazo, y se despidió muy cordialmente de la apenada pareja: ¡Qué pena la interrupción, pero es que estamos en horario familiar! Juliana Peña González julipego_23@hotmail.com

Zoociedad en cualquier cruce En estos días me dirigía en un taxi hacia mi casa cuando escuché unos gritos que llamaron mi atención. Eran unas señoras en la esquina presenciando una escena propia de nuestra zoociedad, como diría Jaime Garzón.

Un joven estaba tirado en el piso con su bicicleta, pidiendo clemencia al conductor de una camioneta, quién amenazaba con pasarle por encima. “Lo voy a triturar, malparido”, eran las palabras que pronunciaba el hombre mientras le reclamaba por habérsele atravesado cuando se disponía a hacer un cruce. El aterrorizado ciclista finalmente salió ileso, pero este hecho me hizo entender que el mayor problema que tenemos en Bogotá, más allá del ineficiente servicio de transporte público, es la intolerancia. Mientras las alcaldías se ganen por las promesas de cemento y de movilidad —como también decía el inmortal Garzón—, y no por programas de educación ciudadana, seguiremos actuando como una zoociedad. Diana Camacho dianycamach@hotmail.com

Tv pública, no política En la última temporada de campañas a alcaldías y gobernaciones, Canal Capital (sí, el medio público de Bogotá) atacó periodísticamente al candidato Enrique Peñalosa y dejó notar su claro favoritismo por Clara López. Además, durante toda la administración de la Bogotá Humana parecía el canal de Petro. Incluso, en una de las emisiones de noticiero del canal, Peñalosa respondió a un periodista: “Bueno, estén seguros de que cuando estemos

en nuestra alcaldía, Canal Capital no estará haciendo política”. Y ese es el deseo para el nuevo año de los televidentes bogotanos: que el canal público se dedique a los temas de interés público, sin agenda política ni protagonismos. Porque frases como la que puso a circular en Twitter el reconocido periodista Antonio Morales, director de El Primer Café, dejan mal sabor. Ojalá y el nuevo alcalde cumpla con lo que dijo, que el canal no haga política, y que si los bogotanos queremos seguir viendo ese programa de mamertivariedades lo podamos hacer. Nicolás Méndez Galvis nicolasmendezgalvis@hotmail.com

Taxista en burbuja Hace más de 15 años, Luis Antonio Caro Sabogal, conductor de un taxi “zapatico” decidió encerrarse en su burbuja para tener menos riesgos de sentir el frío de un arma en la nuca. Y su experimento resultó porque nunca ha sido víctima de atracos; incluso algunos colegas han querido imitar su cabina o burbuja, que mandó a diseñar a la medida, pero ninguna es como la suya, toda una obra de diseño industrial. De chanza le dicen que va en su Papa-taxi-móvil. Redacción: Directo Bogotá ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

• •• • • •• • • •• •

A un pelo… Esa noche me puse elegante para asistir a una reconocida discoteca en la Zona Rosa (Martínez & Martínez), donde celebraríamos el cumpleaños de una amiga. Como en muchos otros negocios, allí filtran a la gente, escudándose en la consabida frase de “nos reservamos el derecho de admisión”. Al llegar, los de seguridad me miraron de pies a cabeza, y comenzaron a hablar en voz baja, como secreteándose. Cuando hablé con el que revisaba los documentos, me dijo que no podía entrar. “¿Por qué?”, le pregunté, sin obtener respuesta. Al cabo de unos minutos, la supervisora del primer piso me dijo que no dudaba de que yo fuera una persona “bien”, y que estaba vestido para la ocasión, pero que al gerente, ¡oh, sorpresa!, no le gustó mi pelo morado. Tras este rechazo, me dirigí molesto a otra discoteca (Glow) donde me dejaron entrar, no sin antes mirarme de manera rara y decirme:

“Cada quien con sus gustos, si se comporta bien, no hay problema”, a lo que respondí: “Deje el prejuicio”, y estuve a un pelo de no rumbear esa noche. Juan David Montoya Muñoz judavid93@gmail.com

Saltando matones

En Bogotá hay que ir saltando por los andenes para esquivar las montañas que forman en el piso las raíces de los árboles. Y es que si bien los árboles ofrecen un respiro en medio del cemento, algunos de ellos, como los científicamente llamados bogotensis, o cauchos; campanulata, más conocido como Tulípero del Gabón (entre las 100 especies más dañinas del mundo por sus raíces); delonix, también llamado árbol de la llama —que debe plantarse a 20 metros de distancia de las construcciones, regla que no suele cumplirse— y artocarpus, o árbol del pan, cuyas raíces ¡crecen hasta 150 metros! cobran a un precio muy alto su sombra. Por eso, el Jardín Botánico, encargado de la arborización en Bogotá, está tomando medidas para prevenir los daños que causan. Según la revista Semana, una de las medidas es hacer seguimiento a los 1.200.000 árboles que hay en Bogotá, de los cuales, en el 2014, más de 280.000 se encontraban bajo tratamiento. Además, esta entidad decidió no volver a plantar árboles exóticos como la acacia, el eucalipto, el ciprés y el pino, pues son los que más riesgos traen. En cambio, sugiere sembrar nogal, cedro y roble, los más nobles. Al momento de sembrar árboles, se aconseja no plantar especies con raíces largas cerca de alcantarillas, andenes, edificios, postes, mobiliario urbano, patios o antejardines, a riesgo de que los transeúntes caigamos en estas trampas tan peligrosas como las alcantarillas destapadas. Mariana Rolón Salazar m.rolon@javeriana.edu.co

• •• • • •• • • •• •

Nota ligera

La autora y su padre, en trance vallenato

Caribe no soy Juliana Mateus Téllez julianamat28@hotmail.com Es inevitable sentir nostalgia por esos cuadros costumbristas llenos de colores cálidos y melodías que plasma Alberto Salcedo Ramos en su último libro, Botellas de náufrago. Es inevitable sentir envidia por no haber nacido en ese lugar donde “cada patio consagrado a la parranda es un espacio que la vida arrebata a la muerte”, como él mismo lo afirma en su “Elogio a la parranda”. Al mirar mi patio, que por el contrario es un lugar para los cachivaches, adornado con bicicletas en sus soportes y ropa colgada como en cualquier bodega de comercio ilegal, queda evidenciado que Caribe no soy. Las madrugadas de domingo con resaca moral, cuando me pongo a pensar chorradas, deseo estar sentada frente al mar viendo la salida del sol para encontrarme conmigo misma y dejar de lado los ruidos que describe Salcedo en “Balada para el mar”, tan característicos de una ciudad como Bogotá: “la bocina de los automóviles, el timbre de los teléfonos, el reguetón de mis vecinos, la estridencia de los transeúntes”. Justo eso me recuerda de nuevo que Caribe no soy. Pero el anhelo va más allá de ser costeña. El anhelo es también por la corronchería, por ese personaje cuyo hábitat “es el pueblo pequeño, el villorrio donde todos los paisanos se conocen entre sí”, como explica Salcedo en “La defensa al corroncho”. Es que para mí no habría nada mejor que esa camaradería, preferiblemente por asuntos musicales, ya que el volumen de la música —en especial ese vallenato que entono con acento costeño,

guacharaca en mano y ojo cerrado— no sería un problema para mis sensibles vecinos. En reiteradas ocasiones llaman a la administración para “solicitarme de manera adecuada y cumpliendo un conducto regular” que modere el volumen de mi pequeño minicomponente, que al no ser un estruendoso picó una vez más demuestra que Caribe no soy.

“Canción del alma, canción querida que para mí fue sublime. Al recordarte, Matilde, sentí temor por mi vida”. Esos versos del compositor guajiro Leandro Díaz, que sirvieron de inspiración para que mi padre optara por ponerme el nombre que menos me gusta: Lina, por aquello de Matildelina, son los que producen dentro de mí ese orgullo inflapecho, propio de cualquier colombiano durante el último Mundial. Pero en este caso, estas melodías de juglares que me enredan con sus historias de amor, alegrías y tristezas son las que me dan la bienvenida a la parranda continua en la que pretendo andar. Esa parranda que para mí es la vida llena de humor, definido por el cronista como “el estuario en el que desembocan todos los ríos del gozo: las bromas, las anécdotas, el acordeón, los cantos, es decir, la travesura que nos aleja de la sepultura”. Pero en mi condición de rola, la rumba no suele estar acompañada de una botella de ron, sino, por el contrario, de una de aguardiente. Así queda claro que Caribe no soy. Sin embargo, creo que este anhelo fue cuestión de herencia. No importó el hecho de que mi madre fuera santandereana y mi padre boyacense, ellos se encargaron de musicalizar mi infancia con temas como Mi hermano y yo, repetir una y otra vez que “cuando escucho

mi triste acordeón, quisiera reírme y quisiera llorar”. Además, el movimiento de cadera que desde pequeña me produce automáticamente una cumbia caribeña, acompañada de tambores, guacharacas y acordeones, sorprende a más de uno que no cree en la posibilidad de encontrar el ritmo de las olas en la cadera de una cundiboyacense. Y ante la insistente pregunta de si en verdad soy bogotana, tristemente mi respuesta siempre será: Caribe no soy.

06 entrepierna de Aguijones en la

Estampas urbanas

Washington

Texto y fotos: Juliana Posada Cardona posada.juliana@hotmail.com

Observar el panal de abejas que se posa en las partes nobles de George Washington es inevitable. Dentro de poco, además de aguijones, sus posaderas estarán decoradas con cirios y oraciones de quienes le imploran para que no caiga más el precio del dólar. •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Nadie discute en el trono de la reina. Los zánganos observan a las obreras trabajando en búsqueda del polen de la eterna juventud. La colmena se ameniza con el incesante zumbido que manda a callar el motor de los vehículos que transitan por la calle 26 de Bogotá. El enjambre danza para no morir de hambre. Han endulzado con miel la entrepierna de bronce del primer presidente de Estados Unidos. Ellas viven en los genitales de un forastero muerto que frunce eternamente el ceño a quienes no lo reconocen.

“¿George… qué?, ¿Eso cómo se pronuncia?”. Ana, ama de casa, no aprendió a leer el idioma en el que está escrito el apellido y Luis Eduardo no sabe quién es el hombre, de 2 metros y 50 centímetros que, en el parque de San Diego, lo mira con desdén. “Si esta nación espera ser ignorante y libre, nunca lo será”, dijo alguna vez el padre de la patria estadounidense, quien hoy levanta sus ojos ciegos al horizonte, pretendiendo conquistar una tierra que se enamora de su rostro estampado en el dólar. Washington, emplazado en la carrera sexta con 26, parece un viajero perdido al que nunca le dijeron que los aristócratas no caminan hacia el sur. En el mundo, Estados Unidos firma tratados erigiendo estatuas, bustos y monumentos con la figura viril de Washington. Nada puede ser más intimidante que un hombre con manos grandes y dedos largos dirigiendo una nación. En el Federal Hall de New York, el expresidente sostiene una sonrisa con la que parece el mejor discípulo de Narciso. La capital lo honra con un obelisco gigante plantado en el cuerpo político estadounidense. El monumento parece un falo. Los londinenses tienen la estatua ecuestre que cabalga por el Trafalgar Square.

Metros después, sin su caballo, un sujeto barrigón dice ser George Washington. En el bosque de Chapultepec, el vecino del norte parece un marciano porque la naturaleza ha pigmentado el poco metal genuino que había quedado. Ninguno de ellos sabe que su homónimo colombiano está custodiado por un ejército de abejas.

Fitzgerald Kennedy era una ofrenda humilde. El

Pocos pueden hablar de un extranjero al que no recuerdan con detalle. Los libros de historia para niños que se editan en Colombia construyen redundancias con Santander, Nariño y Policarpa. La existencia del “Bolívar estadounidense” es una obviedad. George Washington, erguido en el pedestal piramidal de mármol gris, en el parque de La Independencia, causa curiosidad entre quienes lo desconocen, y los signos de interrogación en aerosol, que alguna vez lo decoraron, reforzaban la confusión. Los revolucionarios vieron en la efigie una oportunidad para gritarle al burgués bogotano que “USA los usa”; lema que borraron los restauradores del monumento en meses recientes.

casas financiadas por Estados Unidos. “Todo

gobierno estadounidense no podía dormir porque sentía a la Revolución Cubana comprando dulces para las naciones que ya tenían ganadas. La Alianza para el Progreso fue la canción de cuna que Kennedy inventó. Le ayudó al gobierno de Alberto Lleras Camargo a arrullar a los campesinos víctimas del conflicto armado con

coincidió. La creación de Ciudadela Techo y las reformas sociales rearmaron a Bogotá”, afirma Jairo Rodríguez, un desaliñado historiador. La fecundación de un George Washington bogotano era inminente. El padre de las 50 estrellas le recordó al Frente Nacional que “nada se aborrece

más que la ingratitud”.

* 2,50 ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

La estatua de

metros, erigida hace años en la carrera 6a con calle 26

Los lunes, a pesar del letargo de la ciudad, él permanece despierto. George no sonríe porque sus dientes de marfil de hipopótamo lo acomplejan. Tampoco apunta el primero de los siete botones de su chaleco. Le disgusta no poder llenar de talcos su rojiza cabellera. En el negro bronce nada se nota, además del óxido de una descuidada espada que no se empuña desde mayo de 1963. Para su cumpleaños número 50, lo cercaron con un césped podado que lo dignificó de nuevo. De martes a jueves, parece que se cansa de sostener en su mano izquierda los artículos de la Confederación de Estados Americanos de 1781. La fuerza de los años los ha arrugado. Reconoce los viernes por el olor a marihuana y por los ebrios que intentan abrazarlo. La pareja de urapanes que Washington tiene en frente hacen el amor los sábados antes de la puesta de sol. Cuando cree que es hora de descansar, las campanas de la iglesia de San Diego lo despiertan para los cantos de la misa. En las noches, antes de volver a empezar, maldice a Luis Pinto Maldonado por no haberlo hecho con los párpados cerrados. Washington en inglés es sinónimo de independencia, en español es deuda. En los años 1960, esculpir una estatua para la visita de John

• •• • • •• • • •• •

Los diarios anunciaban con trompetas la erección de un foráneo silencioso en el museo a cielo abierto de la capital. El Tiempo y El Espectador buscaron minuciosamente en las esquinas de las suspicacias a los personajes que patrocinarían la estatua. El presidente de Avianca: Martín del Corral, la Compañía Colombiana de Tabaco, la Cámara de Comercio Norteamericana y la Fundación Universitaria Jorge Tadeo Lozano dejaron en Bogotá a un hombre honorable que después de 50 largos años olvidaron preservar. La naturaleza tuvo que hacer el trabajo de restauración y las abejas el de protección. Nadie lo toca más arriba de sus testículos, por temor a desatar la ira de sus celosas custodias. Sobre su cabeza, los americanismos publicitarios lo hacen pensar que está en una ciudad con pretensiones de bilingüismo. Nada lo asusta más que ver a un pueblo esclavizado por la invasión silenciosa de la hija independiente que se le salió de las manos. Poco puede hacer porque pesa toneladas. Aunque tiene un ejército poderoso en su entrepierna, le falta voz para comandarlo. Su rostro, ahora impasible, clama por la redención de una ciudad a la que no le puede mentir. Él espera con dignidad, ellas vuelan sin cesar y el dólar sube sin piedad.

• •• • • •• • • •• •

Estación Central

Un trago que duró

30 años… Texto: Daniela Abella daniabella28@gmail.com

Ilustración: Ana María Lozano

Una fiesta que no acabó

hasta el 14 de diciembre de 2010. Hoy son más de cinco años en los que Adriana, la protagonista de esta historia, no se toma una sola copa y desde su comunidad de AA apoya a otros que intentan superar su enfermedad.

Un poco de ingenuidad, sumada a la insensatez de la edad, hizo que la carrera alcohólica de Adriana empezara como un juego, uno que terminó con su familia, su trabajo, sus hijos y ella misma. A los 14 años, la botella de ginebra giraba sobre la mesa igual que sus problemas. Era hija de padres separados, la menor de sus hermanos, la rebelde que no quería hacer parte de esa cruda realidad. Adriana se casó a los 17 años con su novio de 21. Estudiaba y trabajaba, pero también salía de fiesta como cualquier otra joven, solo que no tenía que rendir cuentas a nadie, ni a su marido. Veía todo como una diversión, antes de entrar a clases tomaba; antes de llegar a la casa… por qué no un “guarito”, incluso sin importar el día de la semana. Así, una copa se convirtió en dos, luego en tres, después en botellas enteras que la condujeron al alcoholismo.

La última copa El martes 14 de diciembre de 2010, Adriana tocó fondo y admitió que tenía un problema. Que ya no era la quinta copa, sino la primera la que le hacía daño y que no era solo la predisposición genética que heredó de su padre. Ningún médico o psiquiatra pudo diagnosticarla, fue ella misma quien llegó a lo más profundo para intentar liberarse de la adicción a sus 47 años.

—Yo ya me quería morir; mi vida no valía nada. Intenté tratamientos pero no sirvieron, nada me funcionó: ni los médicos con desintoxicación ni los psiquiatras con pastillas. Después entendí que no me funcionaba porque el problema del alcohólico realmente está en su cabeza. Para mí ese día fue como una muerte en vida. Me arrodillé la última vez que consumí y dije: ‘No puedo más’. Le dije a Dios que me mostrara una solución o que me iba quitar la vida. Me asomé a la ventana, una voz me dijo que no iba a morir, que la distancia no era tan alta. Era un tercer piso, estaba sola”. —¿Qué pasó después? —Me eché para atrás con la idea de suicidarme. Así que entré al cuarto, me arrodillé de nuevo llorando y le dije a Dios que me mandara una señal, que si tenía que morir que me muriera, pero que no me tuviera en ese infierno.

• •• • • •• • • •• •

—¿Recibiste la señal? —Sí. En medio de mi angustia tomé un directorio telefónico pretendiendo buscar una clínica psiquiátrica para internarme. Pero cuando lo abrí, lo primero que apareció frente a mis ojos fueron dos letras: AA. —¿Llamaste? —Sí. Llamé y al otro lado del teléfono me contestó una mujer, quien, tras contarle lo que estaba padeciendo me dijo que ella pasaba por lo mismo. Era la primera vez en la vida que alguien me escuchaba y me entendía. Antes, si le contaba a alguna persona sobre lo que padecía, me catalogaba de sinvergüenza, borracha, degenerada y mala madre. Cuando a un alcohólico se le dice que no beba suena fácil, pero no lo es. —Entonces, ¿fuiste a Alcohólicos Anónimos? —Sí. Ella me siguió escuchando en el teléfono y le dije que me quería suicidar. Ella me dijo: “Espérate, relájate, tranquila. Lo que tú y yo tenemos es una enfermedad”… Sabes, yo pensaba que había caído tan bajo que no merecía vivir. Me preguntó dónde vivía para saber qué grupo de ayuda tenía cerca y me pidió que fuera a buscar apoyo. Yo le dije que había consumido mucho, que me había tomado 15 pastillas, que no me podía levantar. Ella me dijo que me fuera. Era la señal… —Cuando asumiste tu problema, ¿descubriste que habías perdido? —El mayor error que cometí con el alcohol fue haber perdido a mis hijos. No creo que haya un golpe más duro. Adriana asistió finalmente a la sesión y se declaró alcohólica. Le entregaron un papel con doce preguntas para saber si lo era, las mismas que respondió con un sí. Con responder cuatro de las doce afirmativamente, ya se tiene una tendencia alcohólica. Después dijo su nombre y admitió tener problemas con el alcohol. La aplaudieron, le dieron un abrazo y le dijeron que ella valía la pena. Más adelante, una de sus hijas, Laura, compartió su experiencia de pequeña cuando su madre consumía.

—¿Cuál fue la herida que te hizo el alcoholismo de tu mamá? —pregunté a Laura. —Tal vez el abandono, porque a nosotros nos alejó la familia para que no la viéramos tomando. Creímos que era ella la que nos había abandonado. A nosotros no nos pintaron el alcoholismo de mi mamá tan grave como lo era, y como no la veíamos en ese estado, jamás me imaginé cuando nos reencontramos las proporciones de su enfermedad… la cual, además, claro, ninguno consideraba una enfermedad. —¿Cómo fue el reencuentro con tu mamá? —En el año 2005 volvimos a vivir con ella después de que mi papá se murió. Yo tenía 16 años y fue muy difícil adaptarme nuevamente a una “autoridad”. Ella quería ser una adolescente como nosotros por culpa del alcohol. Fue una etapa muy complicada, incluso, cuando ella empezó el tratamiento en AA no le creíamos, la olíamos cuando llegaba, no estábamos seguros de si iba a las reuniones, pero después fuimos con ella y entendimos cómo funcionaba. Claro, todos creímos que iba a recaer, pero hasta el día de hoy mi mamá no se toma una copa y me siento orgullosa de ella. —¿Después de esta experiencia cuál ha sido la mayor lección? —La mayor lección ha sido ver cómo mi mamá tuvo el coraje de aceptar que está enferma y afrontó su problema, y ahora es un ejemplo para todos en la comunidad a la que sirve. Diría que ella está luchando con nosotros y por nosotros para superar su enfermedad. Además, ha ayudado a muchos en su misma condición a salir adelante. Ser mujer ya te da un estereotipo, y, además, mujer y alcohólica, pero ella ha asumido todo con fortaleza.

Felices 24 horas No tiene precisamente un letrero luminoso. La sede misma es anónima entre sus vecinos, solo los adictos a la bebida y a las drogas hacen parte de este grupo. Esta es una de las sedes de Alcohólicos Anónimos (AA) en Bogotá. Al entrar se encuentra un salón en el que hay unas veinte sillas en círculo frente a una mesa

central. En ella hay una vela encendida con la agenda del día en la que se definen el tema y el motivo de la reunión.

—Hola, me llamo Adriana, soy alcohólica y drogadicta —siempre se presentan con su nombre, mas no con su apellido, para mantener el anonimato; admiten su problema y cuentan su historia, y si van a dirigir la sesión dan la palabra a los demás.

—Hola, Adriana —responden al unísono sus compañeros. En cada cita uno de los asistentes asume el rol de orientador de la sesión, dando orden al discurso y repartiendo una serie de textos guía, entre ellos, uno sobre la historia de los primeros 100 borrachos que pudieron salir adelante con este tratamiento, las doce

Ilustración: Laura Vela ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

• •• • • •• • • •• •

ofrece un tinto para superar el frío de la mañana, se saludan cada uno de los compañeros por su nombre, se reparten los textos donde se lee el tema del día y después se reza una plegaria en la que todos de pie dicen en voz alta que su objetivo de todos los días es mantenerse sobrios. Esta primera parte de las sesión se llama “oración de la serenidad”, en la que se recitan los doce pasos de naturaleza espiritual y se reconocen los problemas, cuentan su historia y su día a día en abstinencia. En la etapa de oración y meditación, los asistentes buscan un contacto con dios, no necesariamente el católico, sino en el que crean. Después de expresar su deseo de dejar la bebida, cada uno da su testimonio del día y todos escuchan, nadie juzga. Si alguien llora, todos callan; si alguien pronuncia malas palabras, no hay problema, es una zona de tranquilidad que está abierta a lo humano, a cometer errores. Se necesita mucho coraje, pues no es aceptar frente al otro ser alcohólico, es la persona misma entendiendo que tiene un problema con la bebida.

—Bien, ¿quién quisiera empezar por compartir su testimonio? —pregunta Adriana.

Felices

24 horas

• •• • • •• • • •• •

tradiciones de AA y los doce pasos para superar la adicción. Como un salón de clases, cuenta con un corcho de actividades donde está colgada una fotografía de uno de los fundadores, Bill Wilson, y un cuadro sobre los tres elementos que caracterizan a esta comunidad: servicio, unidad y recuperación.

—El tema que corresponde a la sesión de hoy martes 29 de abril es la autonomía de grupo, dice Adriana. —La autonomía de grupo se refiere a la cuarta tradición —lee uno de los compañeros. Esta dice que una reunión de dos o más alcohólicos que busquen adquirir la sobriedad ya puede obtener un carácter de grupo de apoyo entre ellos y puede transmitir el mensaje de la vida sin alcohol. El tema de cada día se asigna según la fecha. Así, el orden de la sesión es el siguiente: se

—¡Yo! —dice uno de los asistentes—. Soy alcohólico y drogadicto, y hoy quiero darle gracias a Dios por liberarme otro día más de ser un vasallo del rey alcohol. Quiero agradecer que el estar sobrio me permite estar en contacto con la realidad, que puedo estar con mi familia y que ya no tengo la obsesión mental por beber. Gracias por escucharme y ¡felices 24 horas! —Para un alcohólico un trago es demasiado y mil no son suficientes —lee Adriana de uno de los textos guía.

—¿Quién quisiera continuar? —pregunta Adriana. —Yo —dice uno de los compañeros. Solo quiero decir una cosa: la vida no es difícil, uno la hace difícil, la hacemos difícil tomando y metiendo. Para la gente que puede consumir alcohol sin problema en el ámbito social, este significa tres cosas: cordialidad, imaginación y liberación de inquietudes. Pero para un alcohólico que después de beber se lamenta, el trago se traduce en cuatro cosas: temor, terror, aturdimiento y desesperación.

Ese consumo que parece liberar de la realidad se vuelve progresivo. Siempre existe una ilusión por parte de la persona de consumir de manera normal, pero no es posible porque ya ha traspasado esa línea invisible entre bebedor social y bebedor crónico. Por esto, parte de la solución es la abstinencia total, donde un día a la vez se vaya eliminando la obsesión mental. De ahí su lema “¡Felices 24 horas!”, pues no es la segunda ni la quinta copa la que hace daño, es la primera a la que los alcohólicos reaccionan.

Más que una copa Nunca hay para un alcohólico una copa llena, siempre está medio vacía. Esta es una enfermedad que se caracteriza por tres cosas: es incurable, progresiva y mortal. En el campo de la medicina, de acuerdo con el médico Jaime Daniel, especializado en farmacodependencia, el alcoholismo es catalogado como un mal igual que la hipertensión arterial o la diabetes, solo que en vez de problemas con el corazón o con el azúcar, el alcoholismo es una obsesión mental. La persona alcohólica está obsesionada por la bebida. Siendo así, son tres los síntomas que pueden indicar problemas con el alcohol: consumo diario, lagunas mentales y beber en horas de la mañana.

—¿Qué sentías cuando bebías? —Primero, me gustaba evadir la realidad. Al principio era un pavo real, yo me sentía la mejor hablada, la que mejor bailaba, sonreía y coqueteaba. Después me sentía templada, si me miraban, iba y bailaba y me cambiaba el humor. Finalmente, tenía un comportamiento muy desacertado, descoordinado y entonces la euforia tardaba poco y la disforia era lo que continuaba en el consumo. No me interesaba estar consciente, yo tiraba era a emborracharme y a que se me olvidaran los problemas. Si me llamaban de la oficina o de la casa, decía que ya iba. Para no sentir, bebía. Yo soy una persona que se quedó inmadura emocionalmente; o sea, la ira, la alegría y la rabia son emociones que no supe manejar y la única manera que encontré, con la que creía lograr un equilibrio, era tomándome un trago. —¿Y al pasar de un trago a nada cómo fue la reacción en tu cuerpo?, ¿síndrome de abstinencia?

—Tuve la fortuna de que no padecí este síndrome. No es fácil no beber. Pero cada vez que pasaba un día, porque es solo por hoy, llegaba la noche y yo me acostaba sin haber consumido y pensaba: “Soy una berraca, qué dicha no tener guayabo, sobre todo moral, que es el peor”. Al día siguiente, sin consumir, me levanto con más ánimo. Valoro mucho este estado y agradezco estar limpia ahora, por eso cada día para mí es como poner una monedita de oro en el arca de ese tesoro que es solo mío. La abstinencia es un tesoro.

Etapas del alcoholismo Un alcohólico primero consume esporádicamente y después aparecen síntomas y signos que indican un problema. Por ejemplo, la compulsión física: la persona bebe el primer trago y necesita beber el segundo, son personas

• •• • • •• • • •• •

que hasta no estar en estado de embriaguez no paran. El alcoholismo es una alergia tóxica hacia la sustancia, la bebida; al ser esta un cuerpo extraño, el organismo busca diferentes maneras de eliminarlo, pues no está adaptado para su consumo. Sin embargo, como el alcohólico es compulsivo, entonces bebe y bebe hasta tocar fondo. Aparecen las lagunas mentales cuando el alcohol llega al cerebro y no permite que se oxigenen las células, razón que explica por qué no se tiene memoria de ciertos momentos de una noche. De esta forma, la persona va consumiendo y cree sentir que tolera el alcohol y bebe más, pero aquí se identifica su progresión al tomar: empieza con cada seis meses, luego llega a tomar cada mes, después cada semana y, finalmente, cada día. Es incurable y se le considera alergia, puesto que si la persona deja de beber y después de un tiempo reinicia la actividad de la bebida, activa el estado donde quedó y su salud mental y física empeoran. Existen tres etapas por las que pasa una persona alcohólica. La primera corresponde al bebedor social que no tiene problemas con su familia o su actividad laboral. Comúnmente esta etapa dura cinco años, durante los cuales la persona cree controlar la bebida. Después, su compulsión por el alcohol aumenta y sin darse cuenta llega a la segunda etapa que es la aguda. En este paso ya no

tiene control y continúa bebiendo, así esté causando problemas en su hogar. La tercera y última etapa es cuando se rompe con la familia, pues es más importante beber; ahí acaba con sus sueños, con todo. Los ojos del alcohólico, de acuerdo con Adriana, están siempre pendientes de dónde está el alcohol; todo en su vida gira en torno a la bebida. Una de las grandes diferencias entre bebedores sociales y crónicos es que los sociales buscan un trago para divertirse; el crónico busca emborracharse hasta caer. Llega hasta tal punto la adicción, que se necesita vivir una doble vida. Adriana llegó a beber a escondidas para que no se dieran cuenta. Mascaba chicle o cardamomo para quitar el mal disimulado tufo. Aunque hoy Adriana asegura sentirse más viva que nunca, feliz de vivir en la sobriedad y la abstinencia, tuvo que pasar por diferentes etapas en su proceso en Alcohólicos Anónimos para estar en paz consigo misma y para ser un ejemplo en esta comunidad de servicio.

“Te regalo mi experiencia” No se dio por vencida aún vencida. Perdió a sus tres hijos y a su esposo. Su memoria se ahogó en más de una laguna. Hasta llegó a pensar que era una mala mamá, que no valía nada. Pero ni aún derrotada, en el piso, ni sumando todas las desgracias que casi la llevan a vivir en las calles de Bogotá, acabó con su vida. Hoy, después de cinco años sin consumir ni una copa, Adriana es consciente de que pasó 47 años de su vida dormida, 30 de ellos por culpa de la bebida, pero ahora lo único que añora es disfrutar todo aquello que dejó atrás. Recuperó a sus tres hijos, les enseñó con su historia, no dio lecciones ni prohibiciones, no les dijo que el alcohol es malo, les dijo que no es un juego, que hay que ser responsable. Para Carlos Augusto, padrino de Adriana en Alcohólicos Anónimos y amigo del alma, “Adriana es un ser de luz, un ejemplo para

la comunidad, gracias a ella muchos hemos podido salir adelante”. Adriana dice que esta es una enfermedad muy egoísta porque ella, al compartir su historia con el fin de ayudar a los demás está, al contrario, ayudándose a sí misma.

• •• • • •• • • •• •

Estación central

La vacuna que no

tuvo la culpa Texto y fotos: Andrea Carolina Serrano Aponte serrano.andrea@javeriana.edu.co

La vacuna contra el papiloma humano se ha llegado a considerar más peligrosa que la enfermedad, debido a la desinformación reinante en nuestro país. Pese a la voluntad del gobierno nacional de realizar campañas de vacunación gratuitas con el Gardasil, no se han alcanzado las metas fijadas para evitar muertes por cáncer de cuello uterino, una de las enfermedades con mayor incidencia en Colombia, con 3.000 muertes al año.

La enfermera Adriana Guzmán, de la Cruz Roja, donde cada dosis cuesta $94.000 // Foto: Mónica Acosta

El virus del papiloma humano (VPH) es una infección de transmisión sexual que afecta a hombres y mujeres; origina enfermedades como el cáncer de cuello uterino, que cobra la vida de más de 285.000 mujeres al año en todo el mundo, mientras que la cifra en Colombia es de 3.000 mujeres. Está comprobado que el VPH causa el 100 % de los casos de cáncer de cuello uterino. En nuestro país, la vacuna contra el VPH se incluyó desde 2012 en el programa nacional de inmunizaciones; sin embargo, esta campaña ha sido desvirtuada debido a la desinformación y al pánico que produjo en los medios de comunicación y en las redes sociales el escándalo de las niñas de Carmen de Bolívar, a mediados de 2014, supuestamente afectadas por la aplicación de esta vacuna, ante lo cual

el Instituto Nacional de Salud (INS) respondió que los síntomas de las niñas correspondieron a un evento “psicógeno” relacionado con una percepción o valoración exagerada del riesgo de vacunarse. La infección del papiloma humano actúa de forma silenciosa, pues muchos llegan a contraerla y transmitirla sin saberlo: entre 70 y 80% de las personas se contagian en algún momento después de haber iniciado su vida sexual; sin embargo, no en toda la población se manifiesta una sintomatología. La mayoría de las personas eliminan la infección con los mecanismos de defensa naturales del cuerpo; aun así, aunque no hayan llegado a desarrollar una enfermedad por el VPH, pueden ser transmisoras del virus. Doctora Lina Trujillo, del Instituto Nacional de Cancerología ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Misión Médica de Bogotá

El problema se presenta en las personas cuyo sistema inmune no es capaz de eliminar el virus, pues este empieza a dañar los tejidos y a provocar enfermedades que pueden resultar mortales: el cáncer rompe las paredes de la vagina, el recto y la vejiga y se genera un olor fuerte, explica Lina Trujillo, especialista en ginecología oncológica. Desde 2012 Colombia está aplicando gratuitamente la vacuna Gardasil para niñas desde los 9 hasta los 17 años, cuando las defensas tienen una mejor reacción. Por otro lado, muchas de estas niñas aún no han comenzado su vida sexual, lo que implica que la vacuna les dará una protección del 100%. El esquema de vacunación consiste en tres dosis, que en el mercado pueden costar $450.000, un precio que lo haría

inaccesible para gran parte de la población de mujeres colombianas. En la etapa introductoria la vacuna tuvo buena acogida; sin embargo, distintos casos que se han venido presentando de síntomas y enfermedades supuestamente generadas por la vacuna han despertado miedo en la población y las cifras de vacunación han descendido. Bogotá es un reflejo de esta situación (ver infografía, página 17). Al comienzo se implantó un esquema de vacunación de seis meses, que consistía en una primera aplicación de la vacuna, seguida por otra dosis dos meses después y una dosis final aplicada seis meses después de la primera. A partir de 2013, este esquema cambió: actualmente, la segunda dosis se pone seis meses después de la primera, y la última se aplica cinco años después de haber recibido la primera. Este cambio se hizo para mejorar la efectividad en los resultados, pero ha dado pie a que algunas personas piensen que la vacuna puede tener efectos adversos al no aplicarla en los tiempos inicialmente establecidos. La eficacia de la vacuna disminuye cuando la persona ha contraído el virus en algún momento de su vida o si se encuentra contagiada en el momento de aplicársela. Por otra parte, la vacuna no cumple una función curativa; es decir, si la persona tiene el virus, la vacuna no lo va a combatir, pero sí la inmuniza para un contagio futuro, puesto que una de las particularidades del VPH que lo hace tan peligroso es que la misma persona puede contagiarse en múltiples ocasiones. Con la vacunación se disminuye esa probabilidad. Paradójicamente, a medida que aumentan los montos presupuestales del Estado en la campaña de vacunación contra el VPH, el número de personas que buscan aplicarse esta vacuna tiende a disminuir. Es una realidad preocupante, puesto que cuando el servicio de salud por fin parece funcionar en la lógica preventiva y no solo en la curativa, las personas se asustan por el supuesto peligro en la composición y en la cadena de frío de la vacuna Gardasil. Y ello sucede aunque la Organización Mundial de la Salud (OMS) ratifica la seguridad de esta vacuna. Como cualquier otro medicamento, la vacuna Gardasil requiere precauciones, como asegurarse de no ser alérgico —lo que se sabe desde

• •• • • •• • • •• •

la primera infancia cuando los niños tienen un esquema amplio da vacunación, pues si un bebé resulta alérgico a alguna vacuna no es recomendable aplicar otras—; además, para las embarazadas no está aprobada su aplicación: si una mujer embarazada recibe una primera dosis, el feto no se verá afectado, pero el esquema deberá concluirse una vez nazca el bebé. A pesar de que expertos en el tema, nacionales e internacionales, han intentado motivar esta campaña preventiva que puede salvar la vida de millones de mujeres en generaciones futuras, una parte de la población colombiana sigue mostrando desconfianza ante una iniciativa en la que se han invertido cerca 100 millones de dólares del presupuesto nacional.

hacen estas vacunas es que producen una respuesta inmune, como todas las vacunas, para que cuando la persona se exponga al virus, tenga defensas y lo pueda eliminar. D.B: ¿Cómo fue la etapa introductoria de esta campaña? L.T: Para surtir una vacuna nueva hay que seguir ciertos procesos de acuerdo con las

Infografía: Laura Vela

Para combatir la desinformación Las opiniones sobre la eficacia de la vacuna son diversas, porque hay científicos, médicos y otros especialistas a favor y en contra. Sin embargo, el problema radica en la desinformación. Por ello, Directo Bogotá entrevistó a Lina Trujillo, coordinadora del Grupo de Ginecología Oncológica del Instituto Nacional de Cancerología. Directo Bogotá [D.B]: ¿Cómo afecta el VPH a las mujeres colombianas? Lina Trujillo [L.T]: En Colombia, desde el año 2008, el VPH ha sido la primera causa de enfermedad maligna y de muerte por enfermedad maligna en las mujeres de 15 a 44 años. D.B: ¿No en todas las personas se manifiesta, pero aun así lo pueden transmitir? L.T: Sí, claro, es una infección que se contagia por vía sexual, no se contagia porque estornudemos, pero cualquier tipo de contacto entre mucosa y mucosa sí lo transmite y esa es la razón por la cual no solamente genera cáncer de cuello uterino, sino también cáncer de vulva, de vagina, de ano, de pene y de orofaringe. No es necesaria la penetración para que haya contagio. D.B: ¿Cómo funciona la vacuna en este caso? L.T: Las vacunas que tienen aprobación y que se comercializan básicamente lo que hacen es proteger contra los virus de generación de cáncer más frecuentes, que son el tipo 16 y el 18, y una de esas vacunas tiene protección para para los virus que producen verrugas anogenitales, que son el tipo 6 y el 11. Lo que

recomendaciones de la Organización Panamericana de la Salud (OPS); esto tiene que ver con estudios de costo-efectividad de la vacuna en el país. Nosotros los realizamos con la Universidad Nacional, con el Comité de Prácticas de Inmunizaciones que asesora al Ministerio de Salud y Protección Social. Este Comité, a comienzos del año 2012, revisó el estudio de costo-efectividad de la Universidad Nacional, revisó la epidemiología del país, analizó lo que estaba pasando y con base en toda esta información recomendó al Ministerio la introducción de la vacuna tetravalente contra el VPH. Con esta recomendación, nosotros realizamos la consulta al Fondo Rotatorio de la OPS, que es la entidad a través de la cual compramos

• •• • • •• • • •• •

todas las vacunas del esquema de vacunación del Ministerio. Tomada la decisión, el día 17 de agosto de 2012 iniciamos la vacunación en todo el territorio nacional D.B: ¿Es contraproducente que se le aplique la vacuna a una persona que ya está infectada? L.T: No, para nada. La idea es que esa persona sepa que la vacuna va a evitarle infecciones siguientes. D.B: ¿Cómo funciona la cadena de frío de la vacuna?

Diego Alejandro García Londoño, asesor del Viceministerio de Salud ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

USD 100

millones invertidos en el programa

L.T: Todos los medicamentos deben conservarse en unos rangos de temperatura, razón por la cual todos los sistemas de transporte deben respetar esas temperaturas; las neveras de aplicación son iguales en todo el mundo porque cumplen los estándares de la OMS. Pero, por ejemplo, en caso de que se fuera la luz y no hubiera una planta que supliera la energía en ese momento, las vacunas de esta generación son termoestables, pueden durar mucho tiempo sin energía. Y si definitivamente se dañó la cadena de frío, las vacunas no sirven, pero tampoco van a causar enfermedades. D.B: ¿Entonces simplemente pierden la efectividad, pero no van a afectar negativamente? L.T: Exacto, porque de hecho estas vacunas no tienen el virus, las vacunas contra el VPH no contienen VPH. Contienen una estructura química de proteínas que se parecen al virus, pero que no son el virus, razón por la cual yo no produzco el cáncer por la vacuna, ni las verrugas vaginales. Todo ello a diferencia de otras vacunas en las que se ponía el virus, como la de polio. Con esta vacuna yo no tengo el virus ahí, entonces yo no me voy a enfermar. También contiene adyuvantes, que son sales de aluminio tradicionales para cualquier otra vacuna. D.B. ¿Qué pasa si no se respetan los tiempos entre las tres dosis? L.T: Las vacunas funcionan mejor si se demoran más, si el tiempo es más prolongado entre cada dosis; lo ideal es que se respeten los tiempos del esquema, pero si no puedo, me va mejor ponerla mucho después. D.B: ¿Qué pasa si se pone la siguiente dosis antes de lo establecido?

• •• • • •• • • •• •

L.T: Que no es tan efectiva la vacuna. D.B: ¿Qué efectos negativos puede tener la Gardasil? L.T: Han mitificado esta vacuna como si fuera diferente de otras vacunas. Cuando uno lleva a vacunar un niño le da fiebre, se ponen ‘chinchoso’, no come, le duele la cabeza. Esta produce exactamente lo mismo; la misma reacción que hace en un niño la va a hacer en un adolescente o un adulto. Es lo normal. Pero que eso trascienda a que uno se muera por la vacuna o a que su estado de salud se comprometa por la vacuna, no. Eso no pasa. El grupo que se está vacunando es un grupo de edad donde aparecen muchas enfermedades, no por la vacuna. La edad más frecuente de diagnóstico de artritis rematoidea, de lupus eritematoso sistémico, de todas estas enfermedades autoinmunes, es la adolescencia y el adulto joven. Entonces ahora para la gente todas estas enfermedades parecen ser causadas por la vacuna cuando el grupo que no se vacuna también las tiene.

Ministerios de Salud y Educación de la mano Diego Alejandro García Londoño, asesor del Viceministerio de Salud y Protección Social, y encargado de la Coordinación Nacional del Programa Ampliado de Inmunizaciones, también responde a las inquietudes de Directo Bogotá. D. B: ¿Todas las instituciones educativas están obligadas a abrirle las puertas a esta vacuna? Diego García [D.G]: Ha sido un trabajo que hemos realizado de la mano con el Ministerio de Educación Nacional. Hay dos circulares emitidas firmadas por el ministro de Salud y por la ministra de Educación, en los cuales se ha venido haciendo un llamado a las diferentes instituciones educativas, tanto públicas como privadas, para que acompañen esta campaña de vacunación, como un bien para la salud pública del país. D.B: ¿Qué pasa si los papás no quieren que les apliquen la vacuna a sus hijas? D.G: Hay una red de padres de familia muy grande en el país que se llama Red Papás, que

apoya y respalda la vacunación contra el VPH. En ninguna vacuna media un consentimiento informado. Lo que hemos venido trabajando es un disentimiento, es decir, si los papás no quieren que su hija sea vacunada, diligencian un formato donde dicen que no autorizan la vacunación y asumen la responsabilidad por cualquier cosa que pueda pasarle a la niña, como que en unos 15 años pueda presentar cáncer de cuello uterino. Este es un lineamiento de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que no recomienda realizar consentimiento informado porque es una barrera para la población. D.B: ¿Qué explicación da el Ministerio de Salud y Protección Social frente a los casos de enfermedades que se han presentado después de aplicar la vacuna? D.G: Hay que resaltar que esta es una vacuna que recomiendan la Federación Internacional de Ginecología y Obstetricia, la Academia Americana de Pediatría y las diferentes asociaciones académicas y científicas del país, como son la Sociedad Colombiana de Pediatría, la Federación Colombiana de Obstetricia y la Asociación Colombiana de Infectología. Los casos que se han presentado en el país se han venido estudiando. Respecto al de Carmen de Bolívar, el Instituto Nacional de Salud realizó un estudio de campo donde evaluaron lo que estaba pasando con estas cerca de 600 niñas que habían presentado una sintomatología muy bizarra. No encontraron una relación entre la vacunación y la presencia de estos síntomas. Es importante recordar que esta vacuna la adquirimos a través del Fondo Rotario de la OPS y cuenta con el aval de precalificación y evaluación de la OMS. D.B: ¿Cómo explicar desde la perspectiva médica los casos de niñas que se enfermaron después de aplicarse la vacuna? D.G : Creo que es una causa multifactorial, no es que las niñas no estén enfermas, las niñas sintieron malestar, pero no tiene relación con la vacuna porque de hecho el tiempo de presentación de los síntomas fue muy disperso. Ahora, los eventos sociogénicos masivos (que tienen origen en lo social y no en lo médico) han ocurrido a lo largo de la historia cuando se hace una intervención en salud y la persona

cree que su salud está vulnerada. Si para mí todo es adverso, si mis condiciones de salud son adversas y me dicen: “Oiga, esto que usted se puso a lo mejor le va a generar enfermedades”, lo más seguro es que yo esté asustado por mi estado de salud y me sienta enfermo. D.B: ¿Dónde se pueden aplicar la vacuna las niñas y jóvenes? D.G: Iniciamos en 2012 y 2013 con un direccionamiento principalmente a las escuelas públicas y privadas del país, para poder garantizar unas coberturas amplias de vacunación y poder llegar más fácilmente a la población, sin desconocer que hay un grupo muy vulnerable de niñas que no están escolarizadas, entre las cuales están las menores en condiciones de discapacidad, niñas en zonas rurales dispersas, población en desplazamiento. Este año ya abrimos la vacunación contra el VPH en todos los puntos de vacunación, cuya cantidad depende del tamaño de la ciudad. Una ciudad como Bogotá podría tener unos 30 puntos de vacunación habilitados, hoy día cualquier mujer de todo el territorio nacional puede acceder a cualquier punto de vacunación de los cerca de 2.600 habilitados en todo el país. *** En conclusión, la realidad del VPH y del cáncer de cuello uterino no se limita a las cifras, pero impacta que la padezcan más de 6.000 mujeres colombianas cada año, de las cuales muere la mitad. A pesar de la alta incidencia de la enfermedad, solo se ven las campañas institucionales en televisión, eventualmente en radio, pero no en las redes sociales, donde sí campean la ignorancia y el amarillismo, responsable de que muchos ciudadanos estén más enterados de las niñas que se enfermaron “por culpa de la vacuna” y menos los interesados en conocer en profundidad este medio de prevención.

6.000 mujeres padecen el VHP en Colombia ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

• •• • • •• • • •• •

20 Una pescadora lejos del mar

Retrovisor

Texto y fotos: Laura Tatiana Peláez Vanegas l.pelaez@javeriana.edu.co

En los años treinta, hablar de una pescadería en Bogotá sonaba tan extraño como hablar de una tienda de ruanas en Buenaventura. Sin embargo, lo que parecía ilógico surgió hace más de 80 años en la plaza de Las Nieves con la Pesquera Jaramillo.

Corría el año de 1934 y en una gran casa de estilo republicano, exactamente en el segundo piso, abrió un bar en la esquina suroccidental de la emblemática plaza de Las Nieves: el Bar Jaramillo. Este ofrecía toda clase de pescados traídos de las dos costas, permitiéndoles a los cachacos comer los platos que solo degustaban cuando viajaban o cuando celebraban una ocasión digna de traer los exóticos manjares. El pargo rojo, el filete de róbalo, los cangrejos, las langostas, los langostinos, los camarones y demás mariscos eran traídos por aire, gracias a las rutas de navegación aérea abiertas por la compañía SCADTA en 1919. Los mariscos y pescados se acondicionaban en toneles de madera con cubos de hielo. Además de estos productos, el bar ofrecía a sus

clientes los mejores whiskies y vinos traídos de Escocia, Francia y España. No en vano, entre sus clientes se encontraba la familia Santos y el líder liberal Darío Echandía.

el mundo, la novedad era que estuvieran

Sin embargo, con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, quedó arrasada media ciudad: edificios, locales, restaurantes, tiendas, tranvías... Del Bar Jaramillo solo quedaron cenizas y el cuadro de una pescadora de la ciénaga de Santa Marta. Todos los esfuerzos de Arturo García, quien había comprado el negocio en Medellín porque sabía que lo mejor de la tierra estaba en el mar, se consumieron con el fuego. Todo lo había apostado a una empresa que estaba al borde de la quiebra, pero él, con sus habilidades de comerciante, la hizo resurgir.

“Yo llevo 25 años viniendo a comer acá a la pesquera, prácticamente soy un cliente fiel”,

hechas de pescado. A esta nueva interpretación de la tradicional hamburguesa gringa, le debe su éxito Pesquera Jaramillo.

cuenta Enrique Mancilla, mientras come una hamburguesa de pescado que le costó $7.600 con gaseosa incluida. Enrique es un hombre de edad avanzada que trabaja por el sector de Las Nieves y quien en los últimos años ha traído nuevos clientes a su restaurante favorito. La mejor publicidad que tiene la Pesquera es la satisfacción de sus clientes.

Hamburguesa a

$7.600

con gaseosa

Con la misma sorpresa que invade a un pescador cuando encuentra peces sin que sea subienda, el Bar Jaramillo reabrió unas cuadras más al norte, exactamente en la carrera 21 con calle octava, como Pesquera Jaramillo. Siguió ofreciendo los mismos productos de mar, pero cambió el whisky y el vino por hamburguesas artesanales de sierra, corvina y lisa. La novedad no eran las hamburguesas, bastante conocidas en

• •• • • •• • • •• •

Uno de los amigos de Enrique, menos fanático de la Pesquera, dice que la hamburguesa de pescado le parece cara, porque cuesta lo mismo que un corrientazo en otro restaurante y la hamburguesa sólo trae el pescado y una rebanada de pan, o de arepa si el cliente lo prefiere (aunque la foto del anuncio muestra el pescado entre dos panes). El cliente le puede agregar ají, pero no hay tomate, ni lechuga, ni salsas. Pesquera Jaramillo sigue reinterpretando el concepto de hamburguesa desde los años treinta. Don Enrique lo interrumpe, y argumenta que es mejor comer ahí porque el cliente puede elegir el producto, además, ve cómo se preparan los alimentos y cómo mantienen las carnes, refiriéndose a los videos que pasan en un televisor a la entrada del local. Tanto Enrique como sus amigos apuran el paso porque cuando el reloj marca la 1:30 es la hora pico: la fila para comprar una hamburguesa de pescado se sale del local y entonces los nuevos clientes empiezan a reclamar un lugar en el que puedan degustar la peculiar hamburguesa.

El cuadro sobreviviente

El cuadro, sobreviviente del 9 de abril de 1948

• •• • • •• • • •• •

Las leyendas urbanas tejidas sobre tantos lugares del centro de Bogotá también rondan la sede más antigua y querida de la Pesquera Jaramillo. Corría la década de 1930 y Augusto Schiner, un pintor alemán, se enamoró perdidamente de las costas colombianas y de la belleza de sus mujeres. Como homenaje a la tierra que le dio la más calurosa bienvenida, decidió pintar a una mujer colombiana, samaria, capaz de enamorar a cualquier hombre. Con su chinchorro y atarraya, la pescadora de la ciénaga quedó plasmada atrapando varios peces lebranche. A finales de esa década, cuando Schiner caminaba por el centro Bogotá, se encontró un lugar que le hizo sentir el calor caribeño: el Bar Jaramillo. Entonces decidió dejar a esa hermosa mujer custodiando un pedacito de mar en la meseta bogotana, y la samaria fue la única sobreviviente del 9 de abril de 1948.

“No, no es eso, de hecho, si usted habla con los clientes, muchos ni siquiera saben que ese cuadro es tan viejo, lo que pasa es que cuando se quita el cuadro, la gente piensa que se ha cambiado de administrador o

que se ha cambiado de dueño… El cuadro hace parte de la identidad de la sede de Las Nieves, la gente está acostumbrada a ver el cuadro ahí desde siempre”, explica el administrador mientras organiza la carne de hamburguesa para llevar, tanto de pescado como de res, que cuesta $9.500. Y, efectivamente, ni don Enrique, que lleva 25 años almorzando en la pesquera, ni Germán Rojas, otro hombre mayor quien lleva toda la vida comiendo hamburguesa de pescado, saben la historia del cuadro. Tampoco se encuentran referencias del pintor alemán, solo la placa que le da crédito. Sin embargo, el regalo que le hizo Augusto Schiner a Pesquera Jaramillo nunca se ha quitado del lugar, aunque ha sido restaurado tres veces. El encanto y el amor platónico que inspira la samaria en los clientes se explica porque la pescadora, lejos del mar, les ha enseñado a los cachacos a comer pescado en forma de hamburguesa.

de Santa Bárbara, restaurantes exclusivos y gourmet. Las otras sedes, que ellos mismos denominan línea gourmet express, se encuentran en la calle 100, la avenida Jiménez y el centro comercial Gran Estación. La sede de las Nieves es el punto más antiguo y querido, que atiende entre 700 y 800 personas al día.

Entre

700 800 Y

clientes al día

El negocio de familia, que ahora es manejado por los hijos de Arturo García, está en su mejor momento: cuenta con varias sedes en Bogotá, dos en especial que se parecen a lo que ofrecía en un principio Bar Jaramillo: la de la 93 y la

• •• • • •• • • •• •

De quinta a

Patrimonio

montañero

rancho

Texto y fotos: Fiorella Ferroni fioreferroni_@hotmail.com

Ruedas de molinos viejos, máquinas de coser, antiguas escopetas, grandes espejos y pipetas de gasolina ambientan El Rancho Montañero, un negocio reciente que funciona en una antigua casona y que se empieza a conocer como el

John Freddy Castelblando.

Andrés Carne de Res del sur por su estética abigarrada.

En el barrio San Cristóbal Sur, en la calle 13 Sur # 11 Este-82 se levanta una antigua casona blanca con ventanas amarillas y puertas rojas, donde resuena una música que invade toda la cuadra: al frente, la Antigua Estación de Policía; atrás, el conjunto residencial San Cristóbal II; a la izquierda, el Instituto de Ciegos, y un poco más arriba, un batallón del Ejército. Desconociendo la paradójica ubicación, en la puerta principal, en dos grandes letreros se lee: “El Rancho Montañero” y “Vuelvan Pronto”, seguidos por un corredor de piedras donde John Freddy Castelblanco —un boyacense de 28 años que ha recorrido el país trabajando en plazas de mercado y administrando diferentes negocios—, su hermano Mauricio y su hermana Mary Luz reciben amablemente a sus clientes.

El museo de la Quinta Minard Al adentrarse en sus corredores y pasadizos se respira una historia ancestral. La decoración que atiborra el espacio no es caprichosa: los canastos y los barriles de madera son los utensilios que empleaban los indígenas y campesinos para transportar sus alimentos; mientras que las escopetas, las ruedas de molino, los instrumentos de arar y las vasijas de barro aluden a la época colonial.

En el folleto promocional de El Rancho Montañero se narra una parte de su historia. En 1850, esta casona se conocía como Quinta Minard, una plaza donde los indígenas y campesinos que venían de Ubaque hacían mercado, comían y bebían cerveza. En 1912, la Quinta Minard fue adquirida por la Comunidad Eudista, originaria de Francia, para albergar el primer noviciado de formación eudista en Suramérica. Dos años después, el noviciado se quedó pequeño y se trasladó a una nueva sede. El caserón quedó en el abandono y volvió a ser una plaza de mercado, para luego convertirse en colegio. Hoy en día, es El Rancho Montañero, un lugar que conserva su historia como plaza, al servir y comercializar bebidas embriagantes y excelentes productos alimenticios. Alberga también una barbería y una cacharrería, y se tiene planeado abrir una cafetería y un pequeño casino. Toda la casa está decorada con estética abigarrada: espejos colgados en todos los corredores, pipetas de gasolina amarillas y rojas ubicadas en el suelo, grandes ruedas de molinos que le dan un aire antiguo a la cocina, escopetas y vasijas incrustadas en las paredes de piedra, altos barriles de metal y una nevera que recuerda la estética vintage de los años sesenta.

• •• • • •• • • •• •

* 1850 En

se conocía como la

Quinta Minard •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••

Algunos llaman a El Rancho Montañero el “Andrés Carne de Res del sur”, tal vez por la saturación de objetos, y por el ambiente ranchero y fiestero que se concentra en los dos espacios. Sin embargo, su administrador asegura que esta es una rara coincidencia; cuando él llegó a trabajar allí, el rancho ya había sido decorado, y en los últimos meses son los vecinos y clientes del barrio quienes han aportado objetos viejos de sus casas para hacer más familiar la decoración.

Talento microempresarial Con tan solo 13 años de edad, John Freddy salió de su casa a buscar camino. Primero se fue a Duitama y luego a Sogamoso; conoció San Gil, Bucaramanga, los Llanos Orientales y pueblos como San Martín, Lejanías y Puerto López. Inició su trabajo en plazas de mercado;

allí trabajó con su hermano en el negocio de la fruta, llevando y trayendo mandarinas y peras desde Ecuador, Venezuela, Manizales, Medellín y Cali. Al enfermar su hermano, los dos abandonaron ese negocio y John comenzó a trabajar en un supermercado Fruver; con su vena para los negocios logró comprar en el 2010 su primer Fruver y en el 2012 vendió y compró otro en el barrio San Cristóbal. Cuando este local empezó a adquirir fuerza, John Freddy tuvo la oportunidad de ampliar sus ganancias y montar un pequeño centro comercial. En 2014, quería seguir haciendo creciendo sus negocios y se presentó la oportunidad de alquilar y administrar El Rancho Montañero. John Freddy y su hermano decidieron vender el Fruver, pagar sus deudas e invertir en este nuevo negocio. El Rancho Montañero lleva menos de un año abierto; sin embargo, “para los

eventos mensuales se llenan todas las mesas y con eso se recoge lo del arriendo, es decir, tres millones y medio. ¿Barato, no?”, apunta John Freddy. “ El éxito del lugar es que se integraron dos espacios en uno solo: el restaurante y su fonda paisa. El Rancho Montañero se abre como restaurante de lunes a domingo a la hora del almuerzo, mientras que la fonda se abre de once de la mañana a tres de la madrugada. La fusión de la comida, la bebida y la música ofrece un ambiente especial: “Yo tengo bastantes

amistades con los músicos, pisteros que se quieren hacer conocer, ‘chinos’ que ya tienen su música en la radiola y vienen a promocionarla. Ellos más que todo cantan música

• •• • • •• • • •• •

popular, pero igual acá colocamos de todo lo que pida la gente”, dice John. Jason Jiménez, Fredy Urbano y diferentes pisteros y cantantes del programa de televisión Yo me llamo son los artistas que dan vida a las noches de El Rancho Montañero. John es padre soltero, vive en Kennedy con sus hermanos y al cerrar su local coge un bus a las tres de la madrugada que lo lleva hasta su casa. Entre risas, mientras su hijo de cuatro años le acaricia el rostro, John Freddy cuenta:

“El dueño de la casa es un señor que se llama Luis; no sé su apellido, pero creo que es de Armenia. Él compró el predio, lo acomodó y lo decoró a su gusto. Luego lo abrió, pero no pudo con él; abrió como 15 días y no le funcionó, porque él pensó abrirlo como un lugar del norte, pero es muy distinto eso por allá […]. Él es más estudiado que nosotros, pero nosotros siempre hemos camellado el sur y sabemos trabajar acá”. “¡Esto se pega una llenada ni la hijuemadre!”, añade John mientras susurra una de las canciones que retumban en el ambiente. La carta ofrece desde carnes de res, chigüiro y mamona hasta churrasco, pechuga, bagre y mojarra; para los amantes del cerdo se aconsejan chuletas y las costillitas. En total hay siete meseras en el restaurante, tres en la fonda y una cocinera, la señora Rosa. Y si el cliente después de comer quiere reposar un rato, puede aprovechar las cómodas sillas de la tradicional barbería y de paso pedir un corte "a la carta".

• •• • • •• • • •• •

Tejedora de

28 soledades

Divino Rosto

Del trabajo de grado de la autora,

Texto y fotos: Christina Gomez Echavarría chrisgomezechavarria@gmail.com

un libro titulado Celebridades

callejeras (2015), con 22 retratos

de personajes que ya hacen parte del paisaje urbano bogotano, tomamos este perfil de la mujer que en su extravío rinde tributo a La Soledad.

María Soledad es una mujer en absoluta soledad. Muchos se refieren a ella como ácida, dura y tosca. Sin embargo, es hermosa, de manos con perfecta memoria, pelo con contados hilos blancos, pies siempre descalzos, ojos deteriorándose con el paso de los días y arrugas que muestran un sufrimiento viejo.

“¿Cómo es el mundo de la soledad? Cultivando soledades y recordando soledades”, me dice, y realmente me queda la duda de si su nombre real es Soledad o si se lo otorgó a ella misma gracias a su entorno, el barrio La Soledad y gracias a lo que la vida le ha dado: ella está sola con sus hilos, sus agujas y sus talegos.

“No volví a perder el tiempo deambulando y deambulando, sin talego, sin hilo y sin aguja y sin hijo y sin nada. Sin nadie. Hasta que la misma soledad está ahí. Envolviendo otra vez esa soledad que estaba sin soledad y sin claridad y sin tiempo y sin entendimientos de nada y de nadie. Eso está repetido también. Así como los retratos. Retratos es una vida que está repetida, muy repetida, muy traspasada de esa historia y de ese mundo de retratos y de la vida que son solo recuerdos y solo recuerdos de

sufrimientos y de entendimientos”, me dice sin parar un segundo entre frase y frase, porque María Soledad, además de tejedora de soledades, es una filósofa que habla en prosa, en verso, en rima, en repetición. Mientras habla, cose, teje y enhebra sin parar. Soledad teje todas sus soledades en bolsas plásticas; se hace vestidos, ropa y talegos con la mayor delicadeza y exquisitez. Sus manos saben por dónde ir, sin que ella esté mirando y, sin embargo, mientras habla y divaga, nunca aparta la vista de su próxima puntada. “Con

esto me cubro mi desnudez, con esto nada más, con ese mundo de claridades que volvieron a despertar otra vez, a despertar, porque creía uno existir, y era que no estaba en el mundo de nadie, y en ninguna soledad”. “He vivido toda mi vida con extrañosidades”, me dice. “Qué terrible extrañosidad la que yo padezco. Es extrañosísimo tener que discutir lo que está visto y revisto y previsto y repetido en la realidad. Esto es como una apariencia. Es una apariencia de algo que está todavía en esos mundos de confusiones. Sí, mi tiempo

• •• • • •• • • •• •

está así, en silencio. Las lanas y los hilos. Todo muy bueno, pero ya le cuento como está esta mañana y esta doblemañana y este recorrido aquí con ese mundo de afanes. Hay muchas cosas, pero apenas estoy corrida en este hilo aquí hasta mañana. Eso me afana, es lo único que me queda de verdad. El verdadero entendimiento con la realidad”. Su vestido le llega hasta la mitad de la pantorrilla y es azul rey con rombos verde manzana. Sus mangas son blancas con hombreras amarillas y con cuello estilo colonial. Encima del plástico tiene una capa más corta de una lana gruesa verde con más rombos de color rosado pálido. Está perfectamente diseñado, sin lugar a la improvisación. Sus manos están deformadas, o formadas por el constante movimiento repetitivo de la aguja penetrando el plástico y volviéndola a sacar con absoluta agilidad, mientras hace nudos en el hilo para darle una textura diferente. Portada de Celebridades callejeras

• •• • • •• • • •• •

Por más elegante que sea su traje, sus pies siempre están desnudos. No acepta los zapatos

que le regalan, en su dignidad no recibe ni pide nada a los transeúntes que pasan por su lado y a los vecinos que se compadecen de ella.

“¿Dónde empieza y termina la vida?”, pregunta retóricamente. “Mi urgencia, mi repaso, mi refoto, mi revisión, mi fotografía, mi estado de vida, mi tiempo, qué estoy haciendo, qué estoy y para qué, qué me estoy encargando y recargando, mi talego, mi vida, mi sufrimiento. Y recuerda uno las cosas y cómo son. Son guardar recuerdos, urgencias, verdaderos envueltijos y revoltijos de la vida, verdadero conocimiento de sufrimientos de acuerdo a como tenga uno entendimientos y tiempo y alientos. Me guardo toda la soledad ahí en un talego, para mañana tener otra vez, recordar y que nunca más se me vuelva a perder el recuerdo de la soledad. Es así mi tiempo. Es así. Mi tiempo y mi conocimiento”, se contesta ella misma. Christina de la Soledad es como ella se refiere a mi, y cuando le digo que quiero retratarla, por primera vez se refiere a una vida pasada, a una familia que solía acompañarla y me doy cuenta de que la fotografía no es un concepto nuevo para ella y que, como todo en su vida, la fotografía se basa en más y más filosofías. “¿La

historia de la fotografía dónde empieza y dónde termina? En lo mismo que estamos aquí. Estamos repasando y revisando a ver cómo es el hilo y como es el afán, como es la vida. ¿De qué urgencia? ¿Cuál es el afán? No sé cual es su afán y su tiempo. Yo no soy uno de sus pareceres. Si yo le quiero tomar un retrato a ese fondo allá, y hago así, y el árbol queda así señalado y queda recordado y queda la revisión de lo que estoy haciendo en una claridad, un arbolito, un pajarito, un poste, un parque, una doble carretera para lado y lado, el sol, el cielo, las nubes, el piso, las carreteras, la confusión de la vida. Eso es igual que decir eso y no se me olvida y cuando voy a recordar dentro de un año, si estoy en otro barrio, o en otro parque o en otra ciudad, digo ‘¿dónde estaba yo en esta fecha?’ y reviso las fotos y reviso las fechas y digo ‘el parque de la soledad, fotos, soledad fotografiada de la soledad”, dice casi sin respirar y es el único momento en el que para de coser y levanta sus manos, encuadrando el paisaje que tiene enfrente entre sus dedos índices y pulgares que crean un recuadro imaginario. “Entonces si uno

tenía los retratos de toda una familia, retratada en la vida, entonces ahí está la vida y porque estaba la historia y porque estaba de vuelta a la historia verdadera y el conocimiento verdadero y por qué toda esa tragedia en un mundo perdido, y todo se perdió en unos libros que anotaba y miraba en revoltijos y desenvoltijos de la vida, de descompuestos y de inconsciencias y retratos y mundos y montañas y cerros y campos retratados y una historia en un cartón pintado. Yo era fascinada mirando y pintando y repasando y retratando también y en dibujos, recalcando. Quería uno saber por qué todo ese mundo dibujado y retratado y la historia y la vida y todos los mundos ahí en un cartón, en un recuerdo recordado como las fotografías”. Y por primera vez me doy cuenta de que en algún momento sí tuvo una familia, y que esas manos hábiles no solo sirven para coser, sino que en algún momento pintaron y dibujaron. A María Soledad no le gustan las fotos y me sentí obligada a robárselas, a hacer aquello que le recuerda su pasado detrás de su espalda, porque su historia no puede quedar sin contar, porque filósofos callejeros hay muy pocos, razón por la cual esta celebridad no tiene ni autógrafo. Y en su monólogo interior, ella es representativa de La Soledad en Bogotá. La gente la reconoce y pocos la conocen. Es tosca con los hombres, no cuenta nada de su vida pasada y, sin embargo, es suficientemente impactante para haber inspirado un libro de niños con ilustraciones inspiradas en las fotografías que José Rosero le tomó desde su ventana, porque María Soledad es una celebridad que se admira de lejos.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

• •• • • •• • • •• •

Regalo de

32 regalos

Navidad Ilustraciones: Daniel Soler •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••

Como un obsequio para nuestros lectores, reproducimos esta nota ligera publicada en su Libreta de Apuntes por Guillermo Cano, maestro del periodismo que renovaba en estas fiestas decembrinas el afecto y el asombro.

Nadie, que sea sincero, podrá negar que la apertura de los regalos navideños nos causa un especial deleite, un placer difícil de explicar. Están unidos sentimientos varios como el de la expectativa ante la sorpresa, la emoción de lo imprevisto, la sensación del cariño y del afecto que vienen unidos a cada objeto escondido tras las envolturas y las cintas y los adornos, en escalofriante choque de sentirse apreciado y amado, objeto de desprendimientos materiales y abundante en expresiones sentimentales. Los regalos navideños, a diferencia de muchos otros, carecen de segundas intenciones, de escondidos y a veces inocultables propósitos. Son una demostración sin cálculo de amistad y de cariño. Por eso yo abro cada regalo navideño con una especie de fruición sagrada. Su valor en pesos y centavos me importa un bledo. Me satisface sencillamente su contacto porque es transmisor de un mensaje meditado con el corazón abierto y generoso y no con la frialdad calculadora y cerebral de las segundas intenciones. A veces me hace llorar el simple nombre de quien envía el presente, no importa en qué consistía, ni lo que haya costado, ni siquiera su utilidad o su inutilidad. Debo decir, sin embargo, que cada vez que me hago más viejo, y cada Nochebuena cae nueva nieve sobre mi cabeza, el regalo que me satisface más plenamente es el libro. Yo nací, y creo

que fue una fortuna que mi primera infancia y mi adolescencia ocurrieran en los tiempos del libro electrónico, cuando la luz eléctrica era un lujo de las más grandes ciudades y una grande ausente de las zonas rurales, cuando la televisión si acaso estaba apenas en teoría en la mente de unos genios anticipadores de los prodigios de la actual era en que vivimos, donde había y, sobre todo, donde quedaba tiempo para leer. Y yo leía. Leía todo lo que caía en mis manos, hasta libros prohibidos en tiempo de severas prohibiciones bibliográficas. Y leía en Bogotá con luz eléctrica. Pero leía también en Villeta, en la casita llamada paradójicamente Villa Luz, pero donde no había luz eléctrica, alumbrado por las lámparas de petróleo hasta la “hora de toque de queda”, hora temprana, y luego a la luz de una vela hasta que la cera derretida ya no daba para más. Me acostumbré, pues, a leer y para mí continúa siendo la lectura mi distracción predilecta. Estoy, pues, vacunado anti-televisión y otras malas artes, y por eso aprecio tanto que cada Navidad se crezca mi modesta biblioteca y pueda llevarme cada fin de semana que puedo pasar en las reforestadas tierras erosionadas de Fidelena un capital aumentado de libros. Este año ha sido particularmente favorecido y feliz en este campo, sobre todo porque el “Niño Dios” me trajo un muestrario que, por

anticipado, me anuncia muchas horas de diálogo silencioso con autores colombianos y extranjeros sobre temas variados, actuales, que prometen nuevos deslumbramientos para mi avidez de lector enviciado. (Fragmento de la columna titulada, “Si pudiéramos detener el tiempo”, El Espectador, 26 de diciembre de 1982, tomado del libro Tinta indeleble. Guillermo Cano, vida y obra, Aguilar, 2012).

• •• • • •• • • •• •

Trenzando

el exilio

Tendencias

Fotos: María Andrea Parra

Texto: Felipe Sánchez Villarreal estimadofelipe@gmail.com

Las trenzas fueron, en algún tiempo, rutas de escape, geografías vivas, mapas atados al cuero cabelludo. Las abuelas negras trenzaban en sus hijas las salidas posibles de las haciendas, orientaban a los esclavos que querían huir. Hoy, las trenzas ya no son caminos, sino puntos de llegada. En la carrera 10ª, distribuidas entre las calles 22 y 25, seis barberías de tradición afrocolombiana son una resistencia al exilio forzado. Lo comprueba el autor, que salió peluqueado, afeitado y contagiado del espíritu afro. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••

Primer escape: Color Master Keysha

$15.000

“Yo soy de Jamundí, Valle”, cuenta Sandra, la propietaria de Color Master Keysha, mientras trenza con una aguja el pelo de su hermano, Yankee. “Nos vinimos en busca de trabajo, de

el corte,

$10.000

nuevas oportunidades”. “¿Estaba muy difícil la situación allá?”, pregunto. “Bastante pesada. Mucha violencia”, dice sin quitar la mirada de

para amigos;

sus manos. Suena un taladro. El local está en plena remodelación: cambio de luces, pintura, cables nuevos. La barbería más antigua del sector está prosperando. Sacha, como le dicen sus paisanos, administra también otra peluquería en la misma calle. “Estamos creciendo,

gracias a Dios. De gotica en gotica. Así llena el buche la gallina: de pepita en pepita”. Sus planes incluyen clases gratuitas de trenzado para su comunidad. “Aquí viene mucha gente desplazada”, comenta. Yankee la interrumpe para ofrecer una donación de ropa. “Pero,

hermana, mire bien a quién se la da. Que no sea pa’ vicio, que no sea pa’ que la vendan y se la vayan a fumar”. El lugar está lleno. Los rostros contrastan con los rojos, amarillos y verdes —colores de la

$20.000 Jetro, el único barbero "blanco".

bandera de la Etiopía imperial y estandarte de los movimientos rastafari— que tapizan paredes, sillas y capas de corte. Eduard, barbero veterano, se ofrece a cortarme el pelo. “¿Rapaíto y tribal, o rapaíto y rayas?”. Las trenzas y los cortes con dibujos son lo más pedido. Quince mil el corte. Precio de amigo: diez mil. “No se asuste”, dice mientras prepara la rasuradora. Después del primer envión ya

por una cartografía en la cabeza •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

• •• • • •• • • •• •

no hay vuelta atrás. “Eso que le hicieron se llama ‘la mueca’”, comenta Yankee desde su silla. Mueca: rapado y diseños hechos a punta de cuchilla virgen. Sacha y su equipo son los abuelos con experiencia del sector. La primera de seis barberías que han construido una robusta comunidad de migrantes afrocolombianos en el barrio Santa Fe.

Huir y quedarse: Black & White y La Barbería D. C. Que si el Cali va a llegar a la Libertadores, que cuál es la mejor manera de pasar un guayabo, que “yo soy más flexible que el man de Lazy Town”, que por qué “tanta joda si los jugadores de fútbol se echan un bareto”, que a Mayer Candelo deberían decirle Mayer ‘Prendelo’… Siete temas de conversación en menos de diez minutos. El ambiente de Black & White es más el de una reunión de viejos amigos que el de un negocio abierto al público. “Pana, ¿se va a dejar arreglar la barba?”, me pregunta Khalifa,

un paisa que trabaja hace dos años en el local. Llegó a Bogotá huyendo de las guerras de comunas en Medellín, le gustan las películas que pasan por televisión y todavía le teme un poco a su jefa. Me sienta, saca la máquina y, con mucha paciencia, comienza a rasurar. “Mi familia todavía está allá en Medallo”, cuenta Khali tras el zumbido de su herramienta. “A mí

me tocó salir antes de que me remataran”. Su historia se pierde en el ajetreo del viernes por la tarde. Entra Sacha, a quien le encargaron la administración de la barbería. “El dueño se

dio cuenta de que yo era una persona responsable en el sector, me ofreció la peluquería y me la arrendó”. Apaga el televisor, bromea con Khalifa y dice que pongan música. Un árbol decora la pared al lado de la estatuilla de una madre negra con su hijo. El mapa de África hecho con recortes de mujeres trenzadas recuerda esa diáspora de negritudes que, aun en otro continente, no ha cesado. “Cierre los ojos y la boca”, me ordena Khali. Siento un espray que

hace arder la cara entera. Las pequeñas heridas de aquella afeitada se cierran enseguida. “¿Qué me echó?”, reclamo. Entre risas y la complicidad de sus colegas responde: “Alcohol”. Cruzando la 10ª, La Barbería D. C. también alberga más de un exilio. Esta tentativa de barber shop estadounidense ha asumido la bandera de los Estados Unidos como marca de estilo. Rafael, de gafas oscuras, gorra plana de Run-DMC y mirada altiva, nació en Tumaco y hace tres años vive de cortar el pelo. Su compañero, Noel, huyó de Barranquilla “por la violencia y por la música”. Quiere vivir como artista de dancehall y merengue urbano. Ambos trabajan al lado de Hanna, su perrita. Lleva un año y siete meses con ellos: es la guardiana y la consentida del local.

“Las trenzas y las dreads ya no pegan tanto. Los clientes las piden cada vez menos”, dice Rafael. El estilo jersey o los sombreados (el pelo cortado en degradé) son la tendencia. En este Harlem criollo los estilos africanos se han imbricado con las modas de la urbe profunda. “Ahora gusta mucho el Hitler. Marcarse

la raya, así como se hace Cristiano Ronaldo. Como le digo, la trenza está mermada estos días. La rasta también ha estado mermada”.

Dos salidas: Barbería New Style y Barbería Rastros Geles, cepillos, cuchillas, tijeras, espráis, champús: ese es el arsenal con el que Camilo, chocoano de Titumate, se defiende diariamente de su clientela. El cuero agrietado de las sillas de la Barbería New Style no incomoda a sus empleados; la competencia, tampoco. “Acá

toda peluquería tiene su clientela. Cada quien tiene su estilo”. Los barberos de la zona no vacilan en recomendar a los otros, en reconocer sus especialidades y en dar razón cuando preguntan por un peluquero que trabaja en el local de al lado. Sin embargo, la necesidad de mantener a flote el negocio propio ha llegado a producir tensiones. Cuando alguien comenta que van a abrir otra barbería en la zona, Camilomueka dice con desgano: “La gente por qué es así…

Uno tiene que irse pa’un sitio donde lo que uno venda tenga un tinte novedoso. Imagínese: aquí montan una lavandería y todo el

• •• • • •• • • •• •

mundo es lavandero en la bendita cuadra”. Toda comunidad tiene sus límites. En la calle siguiente, Jonatan, fundador de la Barbería Rastros, opina lo mismo: “Ha bajao el camello. Hay mucha competencia, pana”. También afirma que ha bajado la afluencia afro.

“Peluqueo diez blancos y dos negros. Esta es una ciudá de blancos, güevón”. Su negocio está funcionando desde que llegó de Quibdó hace seis años. Una voz interrumpe: “A usté se le verían bien unas trenzas”, me dice Sonia, una de las pocas que vinieron a la ciudad por voluntad propia. Mientras prepara sus manos y mi silla, me cuenta: “Vengo de Tumaco, la per-

la del Pacífico. Vine porque quise. Pero ahora está fuerte por lo del conflicto armao”. Niñamaría, una amiga suya, entra rápido, y la barbería se transforma en la sala de su casa.

“Taba tomando con la Sandra pero se fue…”, “Los hombres sí son bien ingratos…”, “Las esposas no aguantan hambre, esas son las mozas…”, “Ingratos todos…”. Me miran y sueltan una carcajada. “Pere voy a acosá al marido mío y ya le hago las trencitas”. Así, entre llamadas y comadreos, empieza el tejido. Niñamaría me confiesa que nunca le han gustado las trenzas.

“Cuando me hice, me tocó tomar pastas pal dolor. No podía acostarme”. Después de que Sonia hala la primera hebra, entiendo. Las sillas forradas en pielculebra no son buenas para el cuello, y el entramado que Sonia hace con el pelo lastima. “¿Ta nervioso?”, pregunta con picardía. “Un poquito”, apunto con una mueca de dolor. Los demás asistentes del local no disimulan la risa. Los estilos afroamericanos son pruebas físicas, rebeldes tramas de identidad. Veinte mil pesos por una cartografía en la cabeza. Me despido preguntándole a Sonia dónde va a bailar esa noche. “Toy casada, yo no rumbeo. ¿Por qué?,

¿me va a invitar?”.

Recién llegado: Stylo Latino Barbería “Los niches al principio me miraban raro. Pero yo aquí quiero hacer algo diferente”. Se hace llamar Jetro. El barbero blanco que motila en un entorno de negros. En 2005 aprendió lo que sabe de peluquería. Después de un paréntesis de algunos años, volvió a ejercer su oficio.

• •• • • •• • • •• •

“Acá hace seis meses que estamos abiertos. Antes estábamos en la otra cuadra, bajito perfil. No nos gustaba tanto por el sector”. Entre salsa, tinturas y talcos exfoliantes, Jetro promociona el negocio y se arregla para las fotos. “Queremos innovar; esta no va a ser

Pero su habilidad y sus manos han socavado lentamente el estereotipo y la desconfianza. Sin ser negro ni migrante, es un pivote activo de la comunidad, y uno de los barberos más cotizados de la zona. El Otro entre los Otros.

solo una barbería o salón de belleza normal”.

Trenzar el exilio

Sus planes de volver la barbería una suerte de spa con masajes y servicios más allá del corte tradicional lo emocionan. También a su colega, Viviana, experta en hacer “mechas de colores,

Un informe de Codhes sobre el desplazamiento interno en Colombia calculó que, solo en 2012, 51.938 personas afrocolombianas llegaron a todos los departamentos del país huyendo de la violencia. Valle, Cauca, Chocó, Nariño y Antioquia son los ejes de concentración y desplazamiento afro. Los éxodos negros no cesan. Sacha, Yankee, Camilo, Sonia, Khalifa, Rafael y su comunidad son apenas un rastro de los miles de migrantes que han debido reinventarse por fuera de sus lugares de origen. Hay en el peinado un asidero, una lucha vital. Motilar para sobrevivir. Trenzar una comunidad al son de hip-hop, salsa brava, extensiones, afeitadas a seis mil y el sonido de la máquina a todo voltaje. Y en las ventanas, la gran metáfora: “Se

así, estilo neón”. Para Jetro no ha sido fácil posicionarse en un entorno en el que, a pequeña escala, hay huellas de prejuicios raciales. A muchos de sus clientes nunca los había peluqueado un blanco. “Vienen americanos. Sino que uno no

sabe hablar inglés, entonces, paila. Yo estoy que aprendo inglés. También viene mucha gente de África, mucha gente [queriendo decir que afrocolombianos]. Uno más o menos les coge el peinado, quedan así sorprendidos y dicen ‘Usté es guait’, y yo ‘sí, sí’ y luego ‘es que nunca me había peluqueado un blanco’”.

compra cabello humano”.

2012 se desplazaron

51.938 afrocolombianos •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

• •• • • •• • • •• •

La memoria

40 sobre rieles

Retrovisor

Texto y fotos: Daniel Torres danistebto@gmail.com

Cuando Medellín estrena tranvía y Bogotá está a la expectativa con el metro, Directo Bogotá hace un recorrido al pasado a bordo de los tranvías y trolleys que transportaron cientos de historias de la Bogotá de finales del siglo XIX hasta avanzado el XX. Hoy los ciudadanos se conforman con el tranvía turístico que recorre el centro histórico. Tranvía turístico modelo ‘nemesio’ que circula desde 2015.

Foto cortesía de Andrés Charry.

“Mi vecino me contó que el desorden de esa vez fue porque un empleado del tranvía lo golpeó con un lazo por colarse y un policía que estaba allí se metió para protegerlo y le armó el escándalo al empleado. Como usted sabe, el chisme atrae en esta ciudad y mucha gente se juntó para ver qué pasaba. Luego llegaron los dueños del tranvía y ahí sí se armó el despelote entre la Policía y los dueños. Por lo que mi vecino me contó, parecía una escena ya preparada, pues lo nuevo no era el maltrato de los empleados de la empresa, sino la reacción de la Policía. La gente se solidarizó y comenzó a linchar a todo aquel que se subiera a un tranvía”. Álvaro Vargas González, de 87 años, se refiere al reconocido “boicot al tranvía” ocurrido en 1910, una de las primeras protestas masivas en la capital. El sentimiento nacional antiestadounidense, originado por la reciente pérdida de Panamá, se reafirmó contra la empresa neoyorquina de tranvías The Bogotá City Railway Company, gerenciada por un par de hermanos gringos, de apellido Martin, a raíz del mal servicio y el maltrato de los postillones (empleados del tranvía) a los bogotanos. Muchas personas, como Álvaro, consideran que el boicot fue planeado por la administración municipal para poder nacionalizar la empresa de tranvías. La protesta de los bogotanos llegó a límites como

1910 segundo grito de

independencia

Niño colgado de las tirantas de un trolley. Foto cortesía de Joselh Hómez

el de lanzar huevos o naranjas a personas que usaran el tranvía, y todo ello en el marco de las celebraciones del centenario de la Independencia. El boicot terminó al cabo de cuatro meses con la venta de la empresa estadounidense de tranvías al Concejo de Bogotá, el cual conformó la compañía Tranvía Municipal de Bogotá (TMB). Desde entonces, el tranvía se volvió el medio de transporte más importante de la ciudad. Sobre sus rieles de hierro inglés rodaban tradiciones bogotanas de ruana y sombrero, mientras que fue modificando otras prácticas sociales, como ir a misa o al mercado.

Trolebús rumbo a Villas de Granada.

• •• • • •• • • •• •

28 tranvías

destruidos el 9 de abril de 1948

70 trolleys llegaron en la década de 1950

Foto tomada de Fotos Anttiguas Bogotá.

• •• • • •• • • •• •

Los colados de siempre Los primeros tranvías eran abiertos a los costados, lo que posibilitaba que los pasajeros se colaran; curiosa modalidad delincuencial que se conserva en estos tiempos de Transmilenio. Así lo recuerda Antonio Jiménez: “En 1947 o

1948 yo pagaba cinco centavos para ingresar al tranvía, pero cuando no tenía dinero me colaba. Recién arrancaba el tranvía tocaba correr para alcanzarlo, saltar y agarrarse de los tubos de los lados. A veces por irme ahí daba un centavo o dos al empleado del tranvía. A veces no daba nada. Eso era en los ‘nemesios’, porque las ‘lorencitas’ [modelos de tranvías referenciados por Nemesio Camacho y Lorencita Villegas de Santos] eran cerradas, aunque siempre era posible colarse. Ya varios nos conocíamos porque cogíamos la misma ruta Chapinero-San Francisco a la misma hora. Se iba formando como una camaradería en los trayectos cuando discutíamos, sobre todo, de política”. Lentamente, la capacidad de los tranvías en Bogotá fue superada por la demanda poblacional. La tecnología del transporte comenzaba a ser obsoleta, puesto que los rieles no se extendieron a lo ancho de la ciudad. La llegada de empresas privadas de buses y trolebuses comenzó a ejercer presión sobre el viejo modelo de transporte. Presión que se materializó el 9 de abril de 1948, como lo cuenta Jorge Augusto Rojas: “Cuando tenía 15 años, el Bogotazo me

cogió cerca a la séptima y mucha gente daba como de a 25 centavos por destruir tranvías. Con el tiempo me di cuenta de que eran las mismas empresas de buses de gasolina que querían acabar con ese negocio antiguo”.

A pesar de que 28 tranvías dejaron de circular por los daños del Bogotazo, la compañía continuó tres años más, hasta que la finiquitó el alcalde Fernando Mazuera Villegas, a finales de junio de 1951, cuando determinó pavimentar con 10 centímetros de espesor sobre los rieles del tranvía. Así terminaba la última década de los ‘nemesios’ y las ‘lorencitas’. Junto a ellos, una flota de buses de gasolina y eléctricos (trolleys) comenzaba a operar al norte y al occidente de la ciudad, como servicios complementarios al tranvía. La vieja Bogotá, la de ruana y traje, la de colados y colgados en las barandas externas quedó enterrada bajo esas capas de cemento de la nueva capital.

—¿Cómo recuerda el tranvía, don Jorge? —Como el sonido de las manecillas del reloj a una velocidad que para estos tiempos sería inútil.

Solo el zumbido de las llantas en el asfalto… En la década de 1950, los postes eléctricos se multiplicaron por las principales avenidas de la ciudad. Las calles 13 y 26 y las avenidas de Las Américas y Caracas habían trazado sobre su cielo las líneas negras cargadas de electricidad. Entonces las palabras de moda eran trolebús, trole o ‘trolley’, y contenían la promesa de modernización en Bogotá. El nuevo medio de transporte venía de Estados Unidos y la flotilla de 70 buses prometía revolucionar el transporte urbano. De su espalda salían dos astas que se conectaban con los cables eléctricos de la ciudad.

El tranvía turístico, único transporte público que se disfruta en la ciudad.

• •• • • •• • • •• •

Saber cuánto se demoraría el siguiente trolley no era problema. Los bogotanos habían desarrollado una tecnología cultural que promediaba los tiempos de llegada de los trolebuses; así lo recuerda Santiago Méndez, usuario del viejo sistema: “Pegábamos el oído al poste de

luz y así sabíamos que ya venía un trolley. Era lo que siempre hacíamos en el recorrido de la octava sur hasta el barrio Eduardo Santos”. Otro hábito muy bogotano tenía lugar en las puertas traseras de los trolleys, como lo cuenta el Álvaro Jinez: “En esos troles me colgué

Trolley camino al barrio Quirigua. Cortesía Museo Vintage. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

* En

1991 dejaron de rodar los troles

• •• • • •• • • •• •

Para que un trolley funcionara se requería únicamente corriente eléctrica, al igual que su antecesor, el tranvía. La diferencia era su flexibilidad en cuanto a movilidad. Ya no se seguía una ruta predeterminada por unos rieles, sino que había cierta libertad para manejar al volante un trolley. Sin embargo, dicha libertad también traía consecuencias. Un movimiento brusco y adiós electricidad.

Los trolleys se varaban seguido porque las cuerdas se soltaban constantemente. Tocaba conocer el recorrido y manejar a partir de este”, cuenta Luis Alejandro Casallas, hijo del conductor de trolebuses Alejandro Casallas, hoy de 90 años. “Lo más complicado era

volver a conectar las cuerdas, se demoraba mucho tiempo y sin esa operación era imposible avanzar”. Una curva mal dada implicaba una desconexión eléctrica; y una desconexión eléctrica generaba un trancón. Por esta razón los conductores debían ser expertos en sus recorridos, como fue el caso de Alejandro Casallas, quien cubrió siempre la ruta que partía de la calle primera hasta la calle 72 por la carrera 13. El nuevo medio de transporte traía sus ventajas y sus desventajas. Lo malo: el corte de energía en algún sector inmovilizaba a los trolleys. Lo bueno: no generaba contaminación en el aire ni auditiva, como lo recuerda Gloria Garzón: “Estos buses eran geniales,

cero contaminación. Llegaban hasta Usme, yo vivía unas cuadras abajo de donde pasaban los trolleys… era muy agradable viajar en ese sistema de buses eléctricos, sin ruido, solo el zumbido de las llantas en el asfalto”.

más de una vez y hasta por andar agarrado le solté las tirantas. El chofer con su kepis [gorro] negro se bajaba furioso a colocarlas de nuevo, y a correr se dijo… Esa era la forma de colarse, de no pagar pasaje”. El fin de los trolleys se debió a la mala gestión de la Empresa Distrital de Buses, que entró en crisis y terminó por liquidar la empresa en 1991. De los 250 trolebuses que tenía, solo operaban 80. Lentamente, los trolleys desaparecían de las calles. Hubo varios intentos por restaurar el modelo de transporte; sin embargo, muchos buses se vendieron a otros países y los restantes se sumieron en un sueño de chatarra en un terreno ubicado en la calle 72 con carrera 24, donde estuvieron guardados hasta el año 2013. Los trolleys dejaron de circular, la movilidad eléctrica se perdió entre el humo de los exostos de la Bogotá del siglo XXI.

Ha muerto el tranvía, viva el bus Sin protestas, con una resignación franciscana, han desaparecido los tranvías de las calles capitalinas. La última línea “Pensilvania-Veinte de Julio” resistió hasta el sábado último, después de sobrevivir algunos meses a la muerte de sus hermanas. Pero esta línea postrera sufrió todos los desprecios de una ancianidad pobre, marginada de las zonas más populosas y sometida al sarcástico atrevimiento de los demás vehículos de las “nuevas generaciones” del transporte urbano […] (Tomado de El Tiempo, 2 de julio de 1951)

Post conflicto

Fotograma de la película Alias María (2015) protagonizada por Karen Torres (en la foto), que encarna a una guerrillera de 13 años.

Conejillos de la

guerra Texto y fotos: Natalia Téllez Bravo natalia_tellez5@hotmail.com

Cuando se acerca el fin de la guerra contra las FARC, y después del anuncio que hicieron en La Habana de no seguir “reclutando” menores de edad, Sofía* y Pablo*, quienes ahora viven y estudian en Bogotá, dan testimonio de lo que pasaron en el monte y de cómo escaparon.

A Sofía se la llevaron a sus once años de edad.

“Estaba en mi casa viendo televisión con mis hermanitos cuando escuchamos un estruendo en la parte de abajo. Nos asustamos mucho, pero el pánico nos entró cuando sentimos pasos por las escaleras y vimos de pronto a cuatro tipos con uniforme y armados. Mis hermanitos empezaron a llorar y esa gente no hacía más que gritar que los callara o les metían su tiro. Los abracé y les pedí que se calmaran, les dije que todo iba a estar bien. Los tipos me apuntaron a la cabeza y me obligaron a ir con ellos. Me tocó dejar a mis hermanitos solos e irme quién sabe adónde”. Pablo corrió con una suerte diferente. A él no se lo llevaron a la fuerza, pero fue como si lo hubieran hecho, porque lo convencieron con mentiras cuando tenía trece años. “Yo era un pelado que

no tenía nada en la vida. Vivía con mi abuela en una casa donde no había ni servicios. Nos acostamos a dormir muchas veces sin comer y yo ya estaba mamado de eso. Me acuerdo que un amigo mío me dijo que irse pa’la guerrilla era un buen negocio. Me contactó con uno de esos manes y quedé convencido de una”. En ambos casos se hace evidente que los “reclutadores” se aprovechan de la vulnerabilidad para incrementar el número en sus filas. Según Luis Andrés Fajardo, autor del libro

Reclutamiento de niñas y niños como crimen

Niña reclutada por las Farc. Foto: León Darío Peláez / Revista Semana

internacional de las Farc en Colombia, “es común de los grupos al margen de la ley en los conflictos armados valorar a los niños como arma de guerra. Son baratos, se consiguen fácilmente, se roban de sus familias y una vez se encargan de deshumanizarlos a través del entrenamiento, difícilmente un niño huye”.

La presión a la que son sometidos estos menores “reclutados” (en realidad son secuestrados) es tal, que no les queda otra salida que acoplarse a la situación. “Es tremendo, una

vez que uno entra y se da cuenta de que nada es como se lo pintaron, uno solo se quiere abrir de ahí, pero ellos lo amenazan con quebrarlo. Y lo más duro es que cumplen con su palabra, pero no ensuciándose las manos, sino poniéndonos a los nuevos a hacerlo. A mí me tocó, y claro que me tembló la mano, pero esos manes solo se burlaban de mí y me decían: ‘Hágale, niñita, muéstrenos lo macho que es’”, comenta Pablo con la mirada en el piso.

Niñas como esclavas sexuales Tanto Sofía como Pablo coinciden en que el comienzo es lo más duro. Los someten a entrenamientos en los cuales les enseñan estrategias de combate que van desde armar y desarmar un fusil hasta fabricar minas antipersonas y explosivos. Los que no sobreviven son los que, según los comandantes, no estaban preparados para la guerra, y los que continúan son conejillos de indias que deben ir pasando pruebas. “Nos

ponían a cargar a nuestros propios compañeros muertos para que nos acostumbráramos al olor”, cuenta Sofía. Sin embargo, las niñas son las que pasan por lo más difícil, pues además de cumplir con todo tipo de tareas, son esclavas sexuales que deben satisfacer al primero que lo exija. Si se niegan, las matan; y si aceptan, también quedan expuestas a golpes, gritos o humillaciones. “A la que mejor le iba era a la mujer

del comandante, pero de resto ninguna se salvaba”, dice Sofía con voz temblorosa. Después de una pausa continúa: “Al poco tiempo de haber llegado, a uno de los duros le dio por tocarme y cuando me resistí me fue peor. Me puso un arma en la cabeza y me decía que lo complaciera. Fue horrible”. Atrocidades como estas se siguen dando en las selvas colombianas. A las niñas se les obliga a planificar, pero a las que corren con la mala suerte de quedar embarazadas tras una violación, las obligan a abortar mediante golpes en el estómago, pues los grupos armados no pueden darse el lujo de “cargar” con bebés.

• •• • • •• • • •• •

Expuestos a las drogas En el caso de los varones, suelen incitarlos a entrar en el mundo de la droga. Les ofrecen sustancias psicoactivas, mostrándoles sus beneficios y convirtiéndolos en dependientes para tener más control sobre ellos. “Allá había

de todo lo que usted se imagine: marihuana, cocaína, bazuco y hasta pepas. Yo probé marihuana y ahí me quedé. Me drogaba cada vez que me daba cuenta de que estaba atrapado, como para hacerme el loco pensando que nada pasaba”, afirma Pablo. Selva adentro, el día a día se basa en la lucha por la supervivencia y son pocos los que pueden contar la historia. Sofía narra la peripecia que vivió para volver a gozar de su libertad: “Yo llevaba tres años en la guerrilla cuando

una noche, al comandante se le olvidó dejar a alguien vigilando mi carpa. Se me hizo raro porque esos tipos lo tenían todo calculado y, ¡claro que pensé que era una trampa!, pero miré por un huequito y, efectivamente, no había nadie. Cogí mi linterna y abrí con cuidado. Como ya estaba acostumbrada a arrastrarme

por el piso, lo hice despacio e intentando que nada sonara. Estaba muerta del susto. No dejaba de temblar, pero tenía que seguir rápido porque yo sabía que si me cogían, me mataban. Anduve por entre las matas como dos horas y apenas me sentí lo suficientemente lejos, pegué un pique y casi me desmayo. Las piernas ya no me daban más. Vi un caserío a los lejos y de una se me ocurrió gritar pidiendo ayuda. Salió un señor con botas pantaneras y ruana. Me alzó y me llevó a su casa. Llamó a la Policía y el alivio que sentí en ese momento jamás podría describirlo. La pesadilla por fin se había acabado”. Pablo no contó con la misma suerte de que sus “reclutadores” se descuidaran, pero de igual manera fue astuto, porque él, junto con su mejor amigo, cavaron una especie de túnel en el que se escondieron tan pronto los mandaron a recoger leña. Estaban asustados porque escuchaban groserías cada dos por tres, pero ellos mantuvieron la respiración y evitaron todo ruido. Los estaban buscando, por supuesto, pero estaban tan bien escondidos que no daban con su rastro. Ya iba a ser media noche y los

Pablo, el protagonista de esta historia.

• •• • • •• • • •• •

* Entre

12.000 16.000 y

menores reclutados en Colombia

Ilustración Daniel Soler

guerrilleros dejaron de buscarlos. Los dieron por perdidos o muertos, porque en la selva nada se sabe. Pablo y su amigo esperaron a que oscureciera aún más para empezar su escape. “Los

dos teníamos nuestros fusiles, pero como esas vainas eran tan pesadas, nos llevamos solo uno. Empezamos a arrastrarnos rápido y nos metimos tremendo susto cuando escuchamos un ruido. Pensamos que eran esos manes que venían a quebrarnos, pero menos mal fue solo un animal. Seguimos andando un resto de tiempo entre matas y barro, sin nada que comer. Yo ya me estaba muriendo del hambre. El estómago me rugía y le dije a Camilo que paráramos. Él me hizo caso, pero estaba más cagado del susto que yo, miraba pa’ los lados. Yo me eché de una en el piso y fue cuando escuché la voz de un hombre. Sonaron unos pasos que se acercaban a nosotros. Nos miramos y de una alistamos el rifle; teníamos que estar listos porque a lo mejor los había mandado el comandante a buscarnos. Ya íbamos a soltar el gatillo pa’ espantarlo y salir corriendo, pero el man alcanzó a decir que era del Ejército colom-

biano. Nos dio un resto de desconfianza. Le gritamos que cómo estábamos seguros de que era verdad lo que él decía y él de una nos lanzó un documento suyo. Lo vimos y empezamos a llorar de la emoción…” Sofía y Pablo, al desmovilizarse en febrero y julio de 2014, respectivamente, fueron acogidos por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) hasta que les consiguieron hogares sustitutos en Bogotá. Para Pablo, el proceso de adaptación ha sido relativamente fácil porque ha encontrado un gran apoyo en su madre sustituta y porque en el colegio tiene muchísimos amigos, que no saben de dónde viene. Para Sofía ha sido más complicado superar la experiencia, pero ahora ambos estudian e intentan llevar una vida normal, sin ser estigmatizados por su pasado porque, como dice ella:

“Nosotros no somos malos, simplemente nos tocó vivir un vida que no escogimos y que otros escogieron por nosotros, así que lo que nos queda ahora es empezar de cero y reinsertarnos socialmente”. * Nombres cambiados para proteger la identidad de las fuentes.

Menores desmovilizados Según cifras del ICBF, desde 1999 hasta febrero de 2015 su programa de atención especializada para niños, niñas y adolescentes desvinculados de los grupos armados ilegales ha atendido a 5.708 menores. Aunque los expertos afirman que es imposible tener un cálculo exacto del número de menores involucrados en el conflicto armado, organizaciones como Human Rights Watch y la Defensoría del Pueblo calculan que la cifra puede oscilar entre los 12.000 y los 16.000. Según el estudio realizado en 2014 por la Universidad Sergio Arboleda, el 47 % de los integrantes de las FARC fueron reclutados siendo menores de edad, pero las FARC aún guardan silencio sobre cuántos niños han “reclutado”.

• •• • • •• • • •• •

49 La ventana de

Patrimonio •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

los postres Texto: Alejandro Calderón M. alejandro.calderon.merchan@gmail.com Fotos: Alejandro Cappa y archivo de Endulza tu Paseo

Los García representan a esos cientos de familias que terminaron haciendo empresa a partir de un pequeño negocio de comidas. Con sus distintas sedes en las salidas de Bogotá y con más de 40 años de darles el punto a los postres de leche, se han vuelto parte del paseo dominical sabanero.

El primer postre Edmundo García, oriundo de Bucaramanga, era un comerciante que vino a Bogotá a buscar suerte. Contrajo matrimonio en 1956 con Emma Bolívar, con quien conformó una familia de ocho hijos más una sobrina. Antes de dedicarse a la repostería, hacía básicamente de todo, y su último negocio fue comerciar con pilas. La necesidad de pagar nueve matrículas de colegio, 18 pares de zapatos y comida para tantas bocas lo obligó a ser recursivo. A principios de la década de los setenta, los García vivían en la vereda Torca, en el kilómetro 18 de la carretera Central del Norte. Como parte de una tradición familiar, Emma preparaba cada domingo un postre, el mismo que ponía a enfriar en la ventana y servía después del almuerzo. Entonces ni sospechaban que el postre de natas iba a convertir sus domingos

* 2500 Para surtir

12 locales, se necesitan

huevos y

500 litros de leche cada semana

• •• • • •• • • •• •

en un día de trabajo tan regular como un lunes para los que descansamos el fin de semana. Pero un domingo, como todos, Emma Bolívar puso el postre en la ventana y minutos después la bocina insistente de un carro les llamó la atención y salieron a ver de qué se trataba. Por primera vez, la familia escuchó esta frase:

“Vecina, ¿a cuánto el postre de natas?”. Al señor García de inmediato se le encendió el bombillo y le propuso a su esposa montar este negocio en su casa. Al ver que los postres tenían tanta demanda, continuó con un puesto de obleas a la orilla de la autopista Norte, cerca de donde está el peaje de salida. Poco después, la creación de Endulza tu Paseo se oficializó en la casa de Torca, sede principal, y en Bogotá, el primer local se abrió en la calle 71 con carrera 9ª, donde sigue funcionando.

Todos los hermanos empezaron a abrir locales en distintos lugares de la ciudad o en otras salidas de Bogotá. Hoy tienen 12 locales especializados en postres tradicionales colombianos. La consolidación de la empresa se tomó su tiempo. Ya tenían una imagen registrada, un nombre establecido y los postres en oferta, pero entre los locales no había mayor sincronización, debido a que cada uno tenía su respetiva cocina. Entonces los hermanos García decidieron juntar fuerzas para que Endulza tu Paseo fuera uno solo. Justo al lado de la sede de Torca funciona la fábrica: una cocina del tamaño de una casa para preparar los postres que se reparten en todos los locales. Ya no hay 12 tipos de postre de natas, sino uno solo, y quien vaya a

cualquier Endulza tu Paseo lo podrá encontrar. En esta base de operaciones, semanalmente se rompen más de 2500 huevos y se usan 500 litros de leche. Estas son las cuentas de quién tiene que hacer postres ya no para 11 personas, sino para 12 locales.

Los sucesores Aparte de la familia, muchos de los empleados de Endulza tu Paseo se han incorporado al negocio, como les ocurrió a Patricia Martínez y a Fernando Cojo. Patricia llegó a los 23 años a Endulza tu Paseo y desde entonces ha estado haciendo postres. Con su jefe Emma, Patricia fue perfeccionando sus postres hasta darles el sabor que los hace únicos. Hoy Patricia tiene 58 años y es imprescindible para que sus clientes del domingo encuentren la dosis perfecta

• •• • • •• • • •• •

de dulce. Además de sus labores en la cocina, Patricia también se volvió niñera. Incluso, para los nietos de Edmundo y Emma ella es como una tía o una madre sustituta. Al preguntarle el porqué, uno de ellos responde: “Esa señora

batía huevos con una mano, hervía leche con la otra y mecía cunas con los pies”.

También está Fernando Cojo, mejor conocido como Fercho, o Fer, de unos 50 años, alto, con piel trigueña, ojos amables y manos grandes y callosas, como las de todo buen todero. Llegó a las puertas de los García con 20 años cumplidos. De inmediato, el señor García le empezó a poner tareas de mantenimiento de la casa. Con ese ojo que lo llevó a mantener a su enorme familia a punta de postres, vio en Fernando talento y lealtad, y decidió darle una mano. Entonces el joven de 20 años se volvió carpintero del Sena y maderero oficial de Endulza tu Paseo. Durante los siguientes ocho años que permaneció a su lado siempre fue su mano derecha. En 1993, murió Edmundo, pero Fercho siguió armando, desarmando, construyendo y destruyendo, como hace 30 años, pero también dando consejos a los herederos del negocio. En 1979, Emma Bolívar dejó su cocina para siempre, aunque sigue a cargo de una tropa de personas preparadas para dejar los postres más allá de la ventana.

• •• • • •• • • •• •

53 Zapatero,

Oficios •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

a tu caseta Texto y fotos: María Andrea Muñoz Gómez munozconene@gmail.com

Ricardo Barreto lleva 40 de sus 70 años sentado en la misma caseta: la Remontadora de Calzado El Che, en el barrio Las Villas, al norte de Bogotá. Ya hace parte del paisaje, y aunque el trabajo tiende a desaparecer, a él no lo mueven de su esquina.

Sus manos de piel curtida y uñas largas parecen no sentir el calor que las acecha a medida que se acorta la colilla del Pielroja que sostiene. Quita las cenizas con un dedo, con la confianza de haber fumado los mismos cigarrillos desde hace 55 años, porque “si fumara

Mustang, no le encontraría agrado”. Los 40 años que lleva en su caseta, al parecer, lo han hecho inmune al paso del tiempo y al aburrimiento de los días en los que no hay nada que hacer. Cuatro décadas en las que todos los días ha llegado a las ocho de la mañana, ha remontado todos los zapatos pendientes, ha puesto todas las tapas y ha regresado a su casa, en el Rincón de Suba. Ha tenido que mover dos veces la caseta, pero ya lleva 28 años en la misma esquina.

La compró porque un día que salía de estucar unas paredes —"¿sí sabe lo que es un estucador?", pregunta él— vio el letrero "Se vende". Para hacer el negocio, no firmó nada. Frente a dos amigos suyos, y dos del vendedor, entregó los $7.500 que le costó y selló el trato con un apretón de manos. Ya estaba ahí, nadie le iba a quitar su caseta. Solo había un problema: de zapatería no sabía nada, y el dueño anterior había dejado el trabajo abandonado antes de irse a la costa a buscar fortuna. Probablemente esos no fueron los clientes más contentos. Ricardo se convirtió en zapatero adivinando, viendo y usando la cabeza, que se toca con su dedo de piel gruesa cuando le pregunto cómo aprendió este oficio.

Primera movida La remontadora, su remontadora, quedaba sobre la avenida Las Villas, y de ahí tuvo que moverla por primera vez: "Así sean cien metros", le dijeron en la Alcaldía de Suba. La caseta estaba al frente de un local, y el dueño comenzó a quejarse porque obstruía la fachada de su negocio. A ojo, y con el “grande favor” de un zorrero que pasó en ese momento, la movió unos 50 metros, no más, a un lote donde ahora hay unos de los pocos edificios del sector. Estando ahí, una señora empezó a molestarse por su presencia. Ricardo hizo un memorial, y juntó las firmas de 37 personas que querían que se quedara. A la señora le respondieron en la Alcaldía que para sacarlo necesitaba el triple de firmas y un delito, y Ricardo, de delitos,

“qué carajos ni qué nada”. En sus 70 años de vida, Ricardo ha tenido canchas de tejo, ha trabajado en plantaciones de algodón y ha sido pintor. Hace parte de esa generación que no tuvo que pasar por un salón de clases para ganarse la vida. Cursó hasta quinto de primaria; después se iba a ir al Guamo (Tolima), para hacerse cura, pero su mamá no lo dejó para que no se olvidara de ella. No la olvidó, pero igual se fue. En las plantaciones de algodón en Aguachica (Cesar) y La Balsa (Meta), Ricardo aprendió pensando, ni siquiera viendo. Para él, todo parece ser un impulso. Así dejó El Espinal, su tierra, para venir a Bogotá: porque le provocó.

Segunda movida La segunda vez que tuvo que trastear la caseta fue menos engorrosa. En el lote donde estaba había dos torres de apartamentos, y cuando quisieron construir otras dos, él se tuvo que mover unos metros a la derecha, a la esquina donde está ahora. Como quien está en casa y quiere hacerla más suya, sembró un pino que los de la construcción habían dejado por ahí y la semilla de un durazno que le regalaron. Del primero, ahora solo queda la raíz cortada a ras del piso y un pedazo de tronco que hace las veces de silla para sus visitantes; se estaba ladeando hacia la calle y la presidenta de la Junta de Acción Comunal ordenó que lo cortaran. Del durazno

• •• • • •• • • •• •

queda un tronco delgadito que da unos frutos enclenques y verdes que ni los pájaros se comen, y que salieron así desde que empleados de Limpieza Metropolitana S.A. (LIME) llegaron a “podar” el árbol. Con intento de jardín y todo, Ricardo ya hace parte del paisaje y de la memoria del barrio, al igual que el vendedor de mazamorra paisa “rica, calientica y espesita”, o la banda de rock de la Iglesia Cristiana Carismática Cuadrangular que los vecinos oímos a la distancia todos los domingos, sin falta. Su mundo ha transcurrido en el mismo metro cuadrado durante 40 años, en las mismas cuatro paredes del tamaño de una puerta cada una. Todo está ahí, acumulado.

Al lado de sus matas hay un poste de luz, del cual cuelga un cable que entra por el techo de lata de la caseta. No hay bombillo, pero hay radio. Dice que escucha lo que sea, “así sea

esa música que los chinos ponen hoy en día; si tocó bailarla, tocó bailarla. ¡Vale huevo!”. También hay una estufa de un puesto y una olleta, en la que prepara tinto. Tiene un galón de agua que usa para lavar el pocillo que luego llena de café con azúcar y limón. El tinto caliente, que le queme la lengua, es su otro vicio. Además de la mazamorra y los cristianos, el paisaje de este barrio está compuesto por jardines infantiles. La concentración que hace que Ricardo se encorve sobre su trabajo, dura hasta que los niños empiezan a salir de clase.

1 metro

cuadrado durante 40 años ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Ricardo “hizo” ocho hijos en cuatro mujeres distintas, y ahora vive con uno de los que tuvo con su segunda esposa. Se llama Albeiro y es un hijo “de esos que no se consiguen ya”. Albeiro está casado y tiene cuatro hijos. Ricardo vive con ellos. Su nuera se llama “…

¿cómo es que se llama? Ahora se me olvidó… Yo le digo Gorda”. Se llama Isabel, y a pesar de que seguramente se encarga del oficio de la casa, a Ricardo no le gusta que haga nada por él. Entre semana, ella le lava la ropa, pero él la guarda en su chifonier que, además de su cama, es el único mueble que tiene en su pieza. No le gusta que le preparen la comida, entonces desayuna de camino a la caseta, y almuerza dependiendo de cuánto haya ganado en el día. Si no le alcanza, “le echo un cuento a la barriga”. La cena sí es preparada en casa, pero porque a esa hora no hay de otra. Él prepara el desayuno los domingos, y sube a la azotea para lavar su ropa. Ve televisión y sale a Subazar a jugar bingo, hasta que llena alguno de los nueve cartones que compra por $1.800. También va a misa de vez en cuando, y reza las oraciones que aprendió de sus papás. El banco que me prestó para sentarme es enclenque, pero pienso que si todavía se lo ofrece a las visitas es porque no voy a terminar en el piso. La tapicería es un pedazo de cuero grabado pegado con clavos y, al igual que el tronco del pino que también hace las veces de silla, se ha ido aplastando y suavizando bajo el peso de todos los que charlan con él.

• •• • • •• • • •• •

El primero en llegar es uno de gafas plásticas rojas, que no habla. Solo suelta carcajadas cuando Ricardo le da el dulce que venía buscando. Después llega una niña de pelo crespo negro, con muchas colitas. “¡Venga para acá, negra hijuemadre!”, le grita con cariño, hasta que corriendo y entre risas logra alcanzarla para darle su dulce. Ninguno le agradece, cosa que sí hacen los papás o niñeras que con disimulo van apretando el paso detrás de los niños que corren despreocupados hacia la calle.

La herencia Al igual que su cajetilla de Pielroja, que el vicio le obliga a renovar cada día o dos, las envolturas rojas de esos dulces contrastan con todo lo demás que hay en la caseta: retazos, botellas, tarros, zapatos, herramientas e, incluso, él, que como una fotografía que lleva mucho tiempo guardada, está desteñido, pero todavía se puede ver. Ricardo tiene Sisbén, pero no le gusta usarlo porque cuando por fin llega al primer puesto de la fila del centro de salud, dejan de atender. El último examen médico que se hizo —por un chequeo de rutina— fue el de la próstata, y la tiene “como la de un man de quince años”. Es difícil decir cuántos pares de zapatos le llegan en un día. Es incluso difícil decir cuántos de los que tiene apiñados en su caseta son de trabajos recientes y cuántos han sido olvidados por sus dueños. Hasta para él, tal vez es difícil decir cuánto se gana en un día, pues hace el trabajo antes de cobrar y más de una vez eso lo ha dejado con un par de zapatos y no con algo de plata en el bolsillo. Dice que va a trabajar hasta que Dios se lo permita, y que cuando se muera, sus hijos pueden hacer lo que quieran con su caseta.

• •• • • •• • • •• •

Colectivo •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

Dónde estaba cuando se tomaron el Palacio de Justicia Para conmemorar los 30 años de la toma y retoma del Palacio de

Justicia, Directo Bogotá les preguntó a personas que frecuentaban el

sector, cómo vivieron esos hechos. Testimonios que no aportan al acervo probatorio, pero sí a la memoria colectiva.

En esa época tenía 16 años y soñaba con ser periodista, así que me metí el INSE (luego Universidad de la Sabana). Como el plan de estudios no me gustaba, sagradamente iba a la Biblioteca Luis Angel Arango de 7 a 11 de la mañana para estudiar. Ese día estaba a punto de coger el bus en la séptima, frente al almacén Tía, cuando oí unos disparos que venían de Palacio. Corrí hacia un teléfono público —que todavía está frente al almacén— y con una de las tres monedas de 50 centavos que tenía en el bolsillo llamé a Caracol Radio y me pasaron a Yamid Amat. "Oigo disparos en Palacio", le dije. Ahí Yamid mandó el 'extra' y mientras esperaba que me mandara al aire, sonó el pitico que indica que se va a acabar el tiempo de la llamada. Metí la otra moneda y di la noticia de la toma del Palacio de Justicia, yo di la primicia. Luego llegaron otros periodistas.

William Zambrano *****

Yo era auditor general de Davivienda y estaba en el piso 22 del edificio con mi secretaria Marina Gaona. Era mediodía cuando empezamos a escuchar un estruendo horrible y nos asomamos al ventanal de la oficina desde donde se veía perfectamente el Palacio. El esposo de Marina era funcionario administrativo del Palacio de Justicia y apenas ella se dio cuenta de lo que estaba pasando se salió de control, comenzó a llorar desesperada. Horas después supimos que Alfonso había sobrevivido a la toma, pero ese 6 de noviembre fue un día muy duro para el país.

Alberto Yepes Mora *****

• •• • • •• • • •• •

Yo vendía pantalones de Avimar y mi amiga Magdalena Rodríguez era secretaria en el Palacio donde me ayudaba ofreciéndolos. Ese día fui a llevarle un encargo; a las 11:00 en punto pasó un coche sumamente rápido que casi me atropella. Yo siempre entraba por el paso vehicular porque el celador negrito era mi amigo; él fue uno de los primeros en morir. Iba pasar la calle cuando empezaron los disparos; ahí salí corriendo a mi oficina de Cajanal, en la carrera 8ª con calle 14. Me salvé de milagro, hubiera sido la primera en morir. Magdalena sí estuvo un día y medio debajo de un escritorio, así fue como sobrevivió.

Martha Yaneth Avila Motta *****

En 1985, yo trabajaba muy cerca al Palacio de Justicia como secretaria de un abogado, en la décima con 14. Recuerdo que ese día escuchamos en la oficina disparos, estallidos y nos angustiamos. Después llegó el comentario de que el M-19 se había tomado el Palacio. Recuerdo que en la radio escuchamos al presidente de la Corte Suprema, al doctor Reyes Echandía, suplicando por su vida, que no lo fueran a matar.También escuchábamos a la gente gritando, angustiada. Finalmente, el Palacio terminó en llamas y desde la oficina no se veía el incendio, pero sí el humo. Ahí fue donde supimos que había muerto el presidente de la Corte. Lloré porque se perdieron las vidas de grandes personas y también las de personas humildes que trabajaban allá.

Marisol Duarte López *****

Yo estaba una cuadra abajo de la Plaza de Bolívar, cuando empezó a bajar gente corriendo por la calle 11; nadie sabía que pasaba…Eran como las 10:15 de la mañana cuando caminé hacia la calle 12 y al llegar a la esquina del Palacio de Justicia, el ruido era ensordecedor; no había bloqueos de la Policía, todavía no se veía Ejército. Estaba consternado por el ruido de los disparos. Nadie decía nada, lo único era que había algo en el Palacio. Estaba viendo el Palacio cuando pasó un carro de la Policía, se subió al andén y entró al parqueadero del edificio, rompiendo la puerta. Entonces, caí en cuenta de que la situación era delicada, los que estábamos ahí no podíamos salir, no porque nos lo impidiera la Policía sino del susto.

Orlando López *****

Iba a salir del Banco Popular, como a las 12:00 del día, cuando se escucharon unos disparos; inmediatamente cerraron la puerta pensando que era un atraco. La puerta del banco quedaba justo al frente de la entrada del sótano, por donde entraron el camión con los guerrilleros, según me enteré luego. Siguieron muchos disparos, calculo que durante una hora y media. En ese momento algunas personas subimos al segundo piso y desde ahí alcanzamos a ver cuando del helicóptero empezaron a descender miembros del Ejército. La balacera disminuyó sobre las dos de la tarde, y casi sobre las tres de la tarde nos evacuaron “estilo película” saliendo rápidamente a las calles, que estaban cerradas.

Julio Alberto Bernal Hernández ***** •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Hace 30 años vimos pasar helicópteros sobre el Instituto Técnico Central La Salle; nos reunieron y nos informaron que debíamos salir para nuestras casas y que no fuéramos hacia la plaza de Bolívar. A los pocos minutos estábamos en la carrera 10ª al lado del Tía y las barricadas de los soldados no nos dejaron subir más. Escuchábamos disparos, sirenas, gritos, veíamos gente correr, para nosotros era como estar en una película... Mucho después entendí la gravedad de los hechos…

Alfredo Olaph *****

Recuerdo haber llegado a mi casa en la 67 con séptima y corroborar lo que se decía por la calle en los noticieros: que el M-19, que el ejército, horrible…todos estábamos muy confundidos. Al otro día fui al 20 de Julio y pasando por la Circunvalar se veía un humero impresionante, se sentía un hueco en el corazón. El Palacio quedó con un boquete grandísimo que taparon con un trapo largo, como ahorita, que andan tapando la verdad y cada vez salen más cosas. Desde ese día yo me siento al lado de un policía y no me siento segura. ¿Y de un militar? Ahí sí que menos...

Patricia Calle

*****

Entonces tenía cinco años, estudiaba en la escuela San Víctor de la Salle —a muy pocas cuadras del Palacio de Justicia— y vivía en el barrio Egipto. Recuerdo que ese día salimos más temprano del colegio, lo que era inusual, y aunque había pocos soldados alrededor, veíamos muchos helicópteros con soldados descendiendo por cuerdas, como en las películas de Chuck Norris de la época y el sonido de las balas parecía de mechas.

Álvaro Sánchez Frente a un salón de la primera sede de la Unincca, mientras escuchaba al doctor Castaño en la clase de filosofía, llegó la noticia del asalto al Palacio de Justicia. Oimos ruidos ensordecedores de unos tanques viejos pasando por la 13 hacia el sur; la situación era tensa pero seguimos en clase. Después de algunos minutos, sentí una gritería y pude ver muchas personas corriendo, el Ejército había invadido la universidad y disparaba gases para desalojarnos. Nunca sentí tanto miedo, solo corrí hasta la puerta de la 13 y me dirigí hacia el centro. Regresé a casa, una residencia estudiantil donde todo era un caos. Algunos gritaban ¡Otro bogotazo! Lo peor vino después de unas semanas sin clases: varios de mis compañeros nunca volvieron. Que pasó con ellos, nunca lo sabré.

Julio Osorio

*****

• •• • • •• • • •• •

60 Los bastardos

Cine

del otro andén De la hornada cinematográfica colombiana

Texto: Helena Calle helenitam.calle@gmail.com

reciente, Las tetas de mi madre ofrece un retrato de la marginalidad bogotana a ritmo de rap. Para narrar la calle no son necesarias las palabras. La luz amarilla y el neón que encandila, las paredes descascaradas, los cerros inmensos, la basura que baila con el viento y los vagos apostados en las esquinas son suficientes para mostrar desde adentro esa Bogotá que avistamos desde la ventana del carro, con el seguro puesto, por si acaso. Tanto así que los paisajes —influenciados por la simetría de Kubrick— fueron filmados con un amplio lente que abarca todo, asemejando un cuadro, o con grúas de 30 metros elevadas sobre la avenida Jiménez.

Las tetas de mi madre es silenciosa. Sin muchas “gonorreas pichurrias” ni estereotipos de gamín de barrio, cuenta la historia de Martín, un pequeño Edipo del mundillo underground bogotano que después de estudiar reparte pizzas por la carrera 13 en su monareta.

Las tetas de mi madre Director: Carlos Zapata Orozco Productor: Ernesto Lozano Productoras asociadas: La Guapa Films, Pinhole y Piccafilm Reparto: Billy y Santiago Heins, Paula Correa y Alejandro Aguilar.

Fotograma de la cinta.

Por casualidad entra a un prostíbulo —como los que había en la carrera décima hace unos años— con cabinas para que las chicas bailen por $2.000, sin poder ver al cliente que las mira en la vitrina. Así se da cuenta de que su mamá, María, es una puta. María, la mamá virgen del mundo, es el pecado de todos. Después conoce a Cacharro, un niño que vende bazuco y que introduce a Martín en el mundo de la calle: le enseña a pelear y a fumar cigarrillo, y juegan a sobrevivir mientras bailan amagando puñaladas. Una metáfora de muchas vidas de las que huimos cambiando de andén. El pequeño voyeur de ojos curiosos, interpretado por los gemelos Billy y Santiago Heins, sabe que está solo. Cacharro vive con su mamá que “está poseída, pero está con él”. Cacharro lo tiene todo, Martín no tiene nada. Por eso el silencio, por eso la tristeza. *** Esta película es barriobajera, real, “historia residente del barrio precario”, como canta Crack Family, grupo de rap que produjo la música de la película. Pero es ficción. Por ejemplo, es mentira que la señora Zapata Orozco, mamá del director, sea puta. Es maestra y lloró con su hijo en la proyección de la película en el Festival de Cine de Guadalajara.

“Hacer esta película fue como una psicomagia curativa”, dice Carlos Zapata Orozco. Es verdad que Carlos —cuyos dos apellidos son los maternos— reconstruyó su experiencia en la calle con las drogas y la ausencia paterna ‘agarrando pueblo’, pues caminó por el Bronx, Mártires, Santafé, la forynain o el Tercer Milenio por la noche para escoger las locaciones sin espiar de lejitos, sino untándose, perdiéndose. El productor del filme, Eduardo Lozano, cuenta que hablaron con ‘los duros’ de las zonas para grabar. “En Plaza España, por ejemplo, fue muy

bonito porque quienes estaban allá nos dieron la bienvenida a su casa. Nosotros, en vez de decirles ‘Venga, córranse que vamos a grabar’, les dijimos ‘Estamos grabando una película, van a aparecer’ y ahí quedaron en un plano”. Claro que tampoco hay una continuidad geográfica. No se diferencia el barrio San Bernardo del Tercer Milenio, pero no importa mucho. Edipo sí se enamora de su madre, se acerca como un hombre a su teta mientras ella

duerme, pero la besa como un niño. Observa escondido mientras otro hombre tiene sexo con su mamá. Observa a su mamá desnudarse frente a un vidrio sin que ella sepa que su hijo, el hombre con quien tiene sexo o el verdadero padre del niño la miran, poseyéndola cada quien a su modo. Él sólo observa. ***

Las tetas de mi madre se filmó en 2013 y se terminó en 2015 gracias a un premio de postproducción. Únicamente se está proyectando en Cine Tonalá, porque Cine Colombia la vetó. “No nos pueden vetar, nosotros nacimos vetados”, escribió Carlos el pasado 6 de noviembre en su Facebook. Esta dificultad también es la dignidad de no competir con la nueva de James Bond, de resistir al cine comercial, “si eso no es injusto, yo no sé lo que es justicia”. El verdadero 007 es el bastardo mugroso. La Bogotá ‘del otro andén’ es su casa, y nos está invitando a pasar. Al fin y al cabo, la mugre no enferma, no mata. Puedo seguir respirando si abrazo a un gamín durante horas. Lo que mata de verdad es dejar de hacerlo. La miseria no está en la pobreza o la suciedad, sino en la soledad.

Martín, el agente 007 del lumpen •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

• •• • • •• • • •• •

Libros •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Yosoyu Carolina Sanín Paz Editorial Destiempo, 2013, 91 p. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••

Los mil y un rostros inconclusos de Pedro Manrique Figueroa Texto: Santiago Triana Sánchez santiago.triana@hotmail.com Tres años después de su última publicación, Carolina Sanín vuelve al ruedo literario con Yosoyu, una recopilación de relatos no lineales que andan con un pie en la ficción y con el otro en la realidad, acerca de Pedro Manrique Figueroa, el supuesto precursor del collage en Colombia. Los textos del libro fueron escritos entre 1999 y 2000, y publicados en la extinta revista Valdez, luego de que la autora hubiera descubierto algunas obras de Manrique Figueroa, y de que Lucas Ospina, amigo suyo, le pidiera que “revelara de él cuanto se me ocurriera encontrar”. Ospina, director del celebrado documental Un tigre de papel (2008), usa a Manrique Figueroa como pretexto para contar la historia de una generación rebelde y desencantada. De igual manera, el texto de Sanín puede ser al mismo tiempo una excusa para cumplir el deseo de Ospina —siguiendo el rastro que dejó en su documental— y proponer un divertimento literario. De modo que en este libro no se sabe a ciencia cierta hasta dónde va la ficción y hasta dónde la realidad, aunque se puede inferir. El texto pudo haber empezado con otro episodio, pero lo hizo hablando de la faceta de antropólogo frustrado de Manrique Figueroa, en la que logró hacer parte de una expedición misionera en el Amazonas. Allí tuvo la labor de convivir e investigar acerca de una tribu indígena, cuyo dialecto fue bautizado por el antropólogo como “yosoyu”. En sus apuntes se nota su clara pretensión de ser un nuevo Cristóbal Colón, cuyo jefe y su esposa terminarían siendo los Reyes Católicos. Al volver a la ciudad, se dio cuenta de que quienes lo estarían esperando (los ‘Reyes Católicos’) se habían olvidado por completo de él. Entonces

presenta sus descubrimientos a la Compañía de Jesús, pero los jesuitas le demostraron que la única lengua que le habían enseñado los indígenas era la “española descosida”. El resto de fragmentos del libro muestra varias de las facetas de Manrique Figueroa, “alguien que había desgastado en actos de pomposa candidez su impulso de ser varios hombres consecutivos”. Sus vivencias van desde sus tiempos de colegial en el barrio Egipto, en Teusaquillo, en Las Aguas o en La Perseverancia; su época de enamorado, en la cual convivió en el barrio Policarpa Salavarrieta con uno de sus amores, una comunista con carné en mano; hasta los tiempos en que abrió una exposición en un apartamento en Usaquén, cuyo público fue siempre una misma persona.

o ficticia de Pedro Manrique Figueroa”, no se tiene mucha información relevante del protagonista. Únicamente que escribía (¿o escribe?) partituras para percusión así: “¿Ti ti ton? Ton bong bong bong”.

El libro, que está a medio camino entre la novela y la biografía, tiene un detalle que no es explícito: no está terminado. Depende de cada lector terminarlo, o agregarle otra parte a la historia. Quien lea la biografía de Manrique Figueroa va a quedar con la misma sensación que se tiene cuando uno escucha una historia que no le acabaron de contar: con una idea general (aunque en este caso un poco más profunda de lo normal) y con la incertidumbre de no saber qué pasó después o antes de que empezara, e incluso, de imaginar qué anécdota siguió después del final. Es un texto sencillo, plano y poco reflexivo. Los altibajos los dan los momentos en que el lector se imagina las situaciones del protagonista y no puede evitar detenerse para soltar una risa medio burlona, medio compasiva. A lo largo del texto hay algunas muestras de la obra de Manrique Figueroa. De ellas, tal vez la más llamativa es un cuadro en el que aparece la iglesia de San Francisco, en la carrera séptima con avenida Jiménez, con un platillo volador encima. El ovni, si se observa bien, no es otra cosa que el Coliseo El Campín. El libro no es una joya literaria; sin embargo, tiene un mérito claro: la originalidad de la idea. Muy pocos libros (tal vez ninguno) están encaminados a documentar la vida de un personaje de ficción usando más ficción. ¿Y es pecado? No, porque además de advertir al lector que son “episodios poco conocidos de la vida real

• •• • • •• • • •• •

Oración a

Humor

Texto: Juliana Posada Cardona Ilustración: Juan Arias

la monedita Hay cinco mil razones para honrarte, Madre Laura cuando en el bolsillo de los colombianos solo hay deudas y poca plata. Algunos quieren reemplazarte por el gol cinco mil de Millonarios, pero olvidan que la mayoría de ellos se consiguieron con narcodenarios. Sufriría José Asunción si lo cambiaran por Diomedes porque se habría tomado todas las copas que escondidas están en el billete. Elvira sería otra más de sus mujeres y el poema Nocturno lo acusaría del asesinato de uno de sus quereres.

Enaltecer quiero a los Padres de la Patria, por los milagros que hicieron, como tú, Madre Laura: la monedita de ocho mil con la estampa de Samper y un centavo con la imagen del abrazo entre Tirofijo y Andrés. A Uribe concédele la de oro por ser el expresidente más investigado de todos. Con más de doscientos procesos en su contra habernos comido los tres huevitos es hoy una deshonra. Por último, te quiero pedir por el nuevo billete de diez mil, que en el 2016 ha de salir, que no lo estampen con calzones por las diez mil viviendas con las que en Yopal, John Jairo ganó las elecciones. Intercede por la paz para que con tu rostro no tengamos que pagar los estragos de una moneda de cuero, que el postconflicto pueda llegar a causar.

Fotoensayo

El mundo al revés Foto: Felipe Sánchez