Directo Bogotá # 59 by Revista Directo Bogotá

" " Fotoensayo

Portada de la revista Así fue el 9 de abril, Ediciones Aquí Bogotá, Arturo Abella, 1973

Abril 2018

Directo Bogotá Revista escrita por los estudiantes de la carrera de Comunicación Social Fundada en 2002

Directora Maryluz Vallejo Editor Julián Isaza Asistente editorial Felipe Morales Reporteros en esta edición Ximena Montaño, Felipe Morales, Johanna Verdugo, María José Noriega, Camila Escobar, Juan Sebastián Peña, Luz Karime Grajales, Nacy Beltrán, Tyla Kellogg, Laura Castaño, Juan Pablo Quiroz, Claudia Rojas, María Camila Pérez, Katherine Ortiz, Karen Guerrero, Laura Jiménez, Mayerli Andrea Jiménez, Mateo Arias, Pedro Vergara Portada El Chorro de Quevedo. Foto Felipe Morales Contraportada Barrio la Favorita, 2008, archivo Directo Bogotá Fotoensayo Portada de Así fue el 9 de abril de Arturo Abella Foto de María Camila Pérez Caricatura Camila Escobar Diseño y diagramación Angélica Ospina soyangelicaospina@gmail.com Corrección de estilo Gustavo Patiño correctordeestilo@gmail.com Impresión Javegraf Decana Académica Marisol Cano Busquets Director de la Carrera de Comunicación Social Oscar Giovanny Fonseca Director del Departamento de Comunicación Andrea Cadelo Buitrago Informes y distribución Transversal 4ª No. 42-00, piso 6 Teléfono: 3 20 83 20, ext 4587 Escríbanos a: directobogota@gmail.com Consulte nuestro archivo digital en la página: www.issuu.com/directobogota Visite nuestra plataforma digital: www.directobogota.com

Carta Editorial

Gabo sin almuerzo

Maryluz Vallejo

Alberto Donadio

ESPECIAL

Edición

BOGO TAZO

Gaitán fuera de circulación

La oligarquía de los muertos y los vivos

El Bogotazo en fila india

Las lecciones de un gaitanista

El museo aprisionado por la revuelta

Diccionario de cachaco urgente

Donde hubo fuego ni cenizas quedaron

El venado de oro que sobrevivió a la hoguera

El menú gaitanista

Mapa gaitanista

La resistencia de una humilde casa

Memoria de elefante blanco

Una lectura conspirativa de la historia

El 9 de abril según “fuentes de alta fidelidad”

La Bogotá que no fue

51 55 58 64

DIVINO ROSTRO El ángel del acordeón vuelve y toca RETROVISOR Los que regaron la leche ESTAMPAS URBANAS Una pista de ballet callejero HUMOR

70 EDITORIAL

años del cataclismo llamado

BOGOTAZO

ESPECIAL

Maryluz Vallejo Directora

BOGO TAZO

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En lugar de bombardeos aéreos como los que padecieron ciudades europeas en las guerras mundiales, el ataque más destructivo que ha sufrido Bogotá y que la dejó semidestruida a mediados del siglo pasado fue causado por una explosión que surgió de las entrañas del pueblo. En medio del caos causado por el asesinato del caudillo Jorge Eliécer Gaitán, el pueblo dolido no dejó piedra sobre piedra en el centro de la ciudad, como se aprecia en los registros fotográficos de Sady González, Manuel H. y Leo Matiz, entre otros valientes que se arriesgaron a dejar testimonio gráfico. En este número quisimos conmemorar la funesta fecha para que las nuevas generaciones no olviden la hecatombe, pero sobre todo sus orígenes. Por ello presentamos tanto los testimonios de quienes alcanzaron a vivir el episodio histórico, como de los escritores y cronistas que lo recrearon a su manera, como Ignacio Gómez Dávila y Arturo Abella, este último con una revista que publicó en los 25 años del Bogotazo, que hoy es una curiosidad bibliográfica. Igualmente volvemos sobre las páginas del libro Bogotá 1948, que se publicó para presentar a los invitados de la IX Conferencia Panamericana los ángulos más modernos de la ciudad anfitriona. Irónicamente, salió a la luz el 10 de abril, cuando ya pocos edificios del ostentoso álbum quedaban en pie. Pero escritores contemporáneos como Juan Gabriel Vásquez también hurgaron en esas ruinas para encontrarles forma

y sentido, como da cuenta la entrevista con el premiado autor, mientras el columnista invitado, Alberto Donadio, retoma el episodio contado por Gabriel García Márquez, en tono menos épico de lo que cabría esperar. Para que los jóvenes lectores se hagan una idea de la Bogotá de la época, presentamos una ruta de los lugares donde se ofrecían bebidas y comidas tradicionales. Y otro mapa gaitanista con los referentes de identidad del líder liberal en su ciudad natal, para que no corra el riesgo de ser confundido con el otro líder del Nuevo Liberalismo asesinado en 1989, Luis Carlos Galán. Otro magnicidio y otro momento histórico. Se incluye una crónica de la casa donde creció Gaitán, en el barrio Las Cruces, que hoy es un restaurante popular; un reportaje sobre la Casa-Museo Gaitán en Teusaquillo, donde se encuentra la tumba del inmolado, y que en lugar de hacer parte de un complejo cultural —como el que se proyectó años atrás—se sostiene al lado de las ruinas de un edificio diseñado por Salmona, atacado por la desidia oficial. La edificación que sí se salvó fue la Hostería el Venado de Oro, donde hoy funciona el Instituto Franklin D. Roosevelt; también el Museo Nacional, que justo esa noche trágica del 9 de abril iba a ser inaugurado por el presidente Mariano Ospina Pérez, como lo cuenta Elvira Cuervo, la sobrina de la entonces directora del Museo, Teresa Cuervo. Estas y otras historias encontrará el lector en este especial preparado por el equipo editorial de Directo Bogotá, que en esta nueva etapa marcada por sus 15 años de existencia, les da la bienvenida al cronista, egresado y actual profesor del Departamento de Comunicación, Julián Isaza, en el cargo de editor, y a Felipe Morales, de asistente editorial. A los lectores también los invitamos a visitar nuestra plataforma directobogota.com donde podrán escuchar una serie de podcasts de esta edición especial del Bogotazo. Como se sabe, la radio tuvo un papel protagónico en la jornada. Al respecto escribe Arturo Abella: "Las órdenes dadas por radio se cumplían. La turba estaba segura de que la revolución triunfaba por los informes que daban las radios y que se regaban como pólvora por las calles".

COLUMNISTA INVITADO

Gabo

sin almuerzo Alberto Donadio*

Aquel 9 de abril, el joven estudiante Gabriel García Márquez no jugó precisamente un papel heroico en la capital de sus desafectos. En sus memorias dejó el registro, que Alberto Donadio recuenta sin romanticismos. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

El estudiante de derecho Gabriel García Márquez almorzó tarde el 9 de abril. Se había sentado en el comedor de la pensión donde vivía en el centro de Bogotá, a tres cuadras del lugar donde mataron a Gaitán. "No me habían servido la sopa", cuenta en sus memorias, cuando otro inquilino de la pensión le dio la noticia. "Apenas si tuve alientos para atravesar volando la avenida Jiménez de Quesada y llegar sin aire frente al café El Gato Negro, casi en la esquina con la carrera Séptima", escribió en Vivir para contarla. Ya se habían llevado a Gaitán a la Clínica Central. "El tráfico estaba interrumpido y los tranvías volcados, de modo que me dirigí a la pensión a terminar el almuerzo", escribió. Pero le cerró el paso su profesor Carlos H. Pareja, que era además su tío, el cual le ordenó marchar a la Universidad Nacional y ponerse al frente de la protesta estudiantil. "Lo raro fue que le hice caso contra mi modo de ser". Pero al instante se retractó: "Yo no tenía una perspectiva clara de las consecuencias posibles del atentado, y seguía más pendiente del almuerzo que de la protesta, así que volví sobre mis pasos hasta la pensión". Allí estaban, cantando, su hermano Luis Enrique y José Palencia. Los tres almorzaron pues "el ánimo de todos era más

vacacional que funerario", hasta que alguien subió el volumen de la radio. "Carlos H. Pareja, haciendo honor a la incitación que me había hecho una hora antes, anunció la constitución de la Junta Revolucionaria de Gobierno". García Márquez, su hermano y su amigo salieron a la calle solamente cuando el humo del incendio de la gobernación de Cundinamarca empezó a entrar a la pensión, contigua al edificio. Vieron hordas enloquecidas armadas de machetes. "Mi hermano se anticipó a mi pensamiento con un grito: ¡Mierda, la máquina de escribir!" Corrieron a la casa de empeño, aun no saqueada, pero la máquina de escribir que le había regalado su padre, el mismo que le había dicho "comerás papel", y que Gabo había empeñado, no estaba donde había estado siempre. La máquina de escribir se perdió, pero a cambió apareció un flux. Luis Enrique y Palencia encontraron saldos del saqueo en un almacén de ropa y se toparon con "un vestido azul celeste de muy buen paño y con la talla exacta de mi padre, que lo usó durante años en ocasiones solemnes". De un salón de té, Gabo se llevó una carpeta de piel de ternera donde por muchos años guardó sus originales. Cerca al Capitolio, un moribundo bañado en sangre agarró a García Márquez por la bota del pantalón y le imploró: "Joven, por el amor de Dios, ¡no me deje morir! Huí despavorido". Tal vez si se hubiera detenido a auxiliarlo Colombia no habría tenido un escritor universal. Palencia y los hermanos García Márquez se refugiaron en la casa de su tío Juanito Márquez, a cuatro cuadras de la pensión. El 29 de abril Gabo viajó en un DC-3 a Barranquilla. El Bogotazo fue un golpe de suerte para Gabo, según su biógrafo Gerald Martin, pues le dio otra excusa para abandonar los estudios de derecho y una altiplanicie que no le gustaba. Gabo, que tenía 21 años, se demoró en desarrollar una conciencia política madura, según Martin. La vida empezó de nuevo unas semanas más tarde en Cartagena, cuando García Márquez se inició como columnista del recién fundado periódico El Universal. *Periodista y abogado. Fundador de la Unidad Investigativa de El Tiempo junto con Daniel Samper. Autor de 20 libros periodísticos sobre temas financieros, políticos e históricos.

GAITÁN

ESPECIAL

fuera de circulación •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

BOGO TAZO

Nancy Rocío Beltrán nrocio.beltran@javeriana.edu.co En 1977 el Banco de la República de Colombia ordenó la fabricación de la serie de billetes con denominación de $1.000. Así, el 1° de abril de 1979 apareció en el papel moneda el líder colombiano José Antonio Galán, jornalero y prócer del siglo XVIII, asesinado por participar en la insurrección de Los Comuneros; al reverso aparecía la Casa de Nariño. Cuatro años después (1983), en la segunda edición lo sucedió Simón Bolívar y, al reverso, el monumento a los Héroes del Pantano de Vargas. Y en la tercera edición, que circula desde 2001, se recuerda al caudillo Jorge Eliécer Gaitán en ambas caras. En esta ocasión, la tecnología permitió incluir características de seguridad, como marca de agua, hilo de seguridad y vistas en ultravioleta, registro perfecto e impresión en alto relieve para mayor seguridad. Así, 53 años después de su muerte, Gaitán entró a formar parte de aquellos líderes y libertadores a los que el Banco de la República rinde homenaje desde 1939. Un panteón que comparte con personajes como el militar Francisco de Paula Santander, el poeta José Asunción Silva, la líder Policarpa Salavarrieta, el astrónomo e ingeniero Julio Garavito y el novelista Jorge Isaacs, que han aparecido desde 1996. Luego se sumaron, desde 2016, cuando se implementó la nueva edición de billetes, la artista Débora Arango, la antropóloga Virginia Gutiérrez, el presidente Alfonso López Michelsen, el escritor Gabriel García Márquez y el presidente Carlos Lleras Restrepo. Pero la figura de Gaitán, el líder de las causas populares, al que tuvimos en nuestros bolsillos y nos acompañó en la vida diaria, está próxima

a retirarse, pues en el 2012 surgió la moneda de $1.000 con la tortuga caguama, para reemplazar aquel billete naranja. Por eso se dejaron de producir los billetes de $1.000 desde hace cinco años. Sin embargo, Gaitán se niega al retiro, pues para 2016 se registraron 92,7 millones de billetes de esta denominación y, según el Banco de la República, los billetes tendrían que haber desaparecido en el 2014. Esto sucede porque los colombianos guardan las monedas en la alcancía, entonces, aunque se dejó de producir, circula más el billete. Hoy, las personas mayores recuerdan a aquel hombre que le dio esperanza al pueblo y ese 9 de abril que desencadenó la época de la Violencia y que propició nuevos grupos armados y movimientos políticos con repercusiones insospechadas hasta para los mismos historiadores. Consecuencias que seguimos sufriendo. Así, 70 años después del Bogotazo, solo quedan viejas imágenes de violentas arengas con machetes, restos de comercios saqueados, escombros de viviendas y el rastro del linchamiento y muerte de Juan Roa Sierra. Tal vez el pueblo sigue recordando la frase del líder asesinado: “Si avanzo, seguidme. Si me detengo, empujadme. Si os traiciono, matadme. Si muero, vengadme”. Sin embargo, algún día dejará de circular su imagen, y ese día se perderá un fragmento de la memoria histórica del país. Gaitán solo quedará en los recuerdos de los bogotanos de antaño y de los libros de historia que ya no leen los jóvenes. Niños y jóvenes crecerán y vivirán sin el legado que dejó un hombre de clase media, valeroso e inteligente, cuyo pensamiento era: “Hay que procurar que los ricos sean menos ricos y los pobres sean menos pobres”. Aún quedan algunos espacios en Colombia para recordar a este hombre, como el museo que lleva su nombre, donde reposan sus restos. Al lado del jardín de la casa donde vivía Gaitán, quedó inconclusa la construcción del Centro Cultural Jorge Eliécer Gaitán "Exploratorio Nacional", como reza una placa a la entrada del ruinoso lugar. Y cuando los billetes se desgasten de tanto pasar de mano en mano, Gaitán quedará fuera de circulación.

La oligarquía de los

MUERTOS Y LOS VIVOS Texto y fotos: Juan Sebastián Peña Muette j.penam@javeriana.edu.co

La turba popular que se alzó en armas luego de la muerte de Gaitán no pudo tomarse el poder, pero algunos de sus muertos sí lograron tomarse el Cementerio Central.

En 1781, Carlos III, rey de España, prohibió que a los muertos de su imperio y sus colonias se los siguiera enterrando bajo el piso de iglesias y conventos. Era una cuestión de higiene: los curas y las monjas vivían mareados por el insufrible olor que se escapaba desde el suelo y que casi siempre desataba pestes. Por eso, en 1793, Santa Fe de Bogotá, la capital del Virreinato de la Nueva Granada, tuvo su primer cementerio: La Pepita. Pero a La Pepita solo iban a parar los indigentes y los pobres. La gente pudiente seguía haciéndose enterrar en los templos católicos. Este privilegio de ser devorado por los gusanos bajo las casas del dios cristiano duró hasta que Simón Bolívar, en 1827, ordenó la construcción de un cementerio en las afueras de la ciudad porque por más ilustres que hubieran sido los muertos cuando vivían, sus cuerpos putrefactos estaban enfermando a la ciudad. Aunque el asunto ya tenía un precedente, pues en 1822, el alcalde de la capital, Buenaventura Ahumada, previendo su muerte y la muerte de los privilegios funerarios de su clase, ordenó la disposición de un terreno para construir un cementerio en el que pudiera descansar lejos de los pobres. Y en efecto fue él, Ahumada, el primer huésped del que sería el Cementerio Central, que durante mucho tiempo se llamó Cementerio Universal. El nombre no era más que una atractiva combinación de palabras, un juego del lenguaje, un artificio, porque de ‘universal’ no tenía nada. Se edificó para que los muertos ricos no tuvieran que aguantarse los ronquidos de los muertos pobres.

Centro de Memoria, Paz y Reconciliación.

Entrada del Cementerio Central.

Y así siguió siendo durante mucho tiempo. Allí acudieron eminentes personajes de la sociedad nacional a su última cita con la luz del día, antes de ser embodegados en las tinieblas de sus sepulcros suntuosos. Poetas, expresidentes, militares y políticos aún mastican su muerte en el pabellón central del cementerio. No fue sino hasta 1948, luego del Bogotazo, cuando el Cementerio se hizo verdaderamente universal. Es cierto que ya la muerte había hecho estragos en la ciudad y había sido necesario construir en la periferia del pabellón central un lugar en el que pudiera ser sepultada la gente de escasos recursos. Pero el 10 de

abril empezó a llegar gente realmente pobre. Tan pobre que no tenían ni nombre.

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La violencia que desató el Bogotazo dejó una ciudad hecha trizas y un abrumador número de muertos sin nombre ni doliente. Los cadáveres empezaron a llegar en furgones al Cementerio Central desde el día siguiente al asesinato de Gaitán. Casi 2.500 cuerpos anónimos fueron acostados en filas a la espera de ser reconocidos por algún deudo. Los que no fueron identificados se enterraron en fosas comunes en lo que era el globo C del cementerio. Esos hombres y mujeres desposeídos de nombre no tuvieron los mausoleos de mármol ni las efigies de acero de los personajes ilustres del pabellón central. La turba que se alzó en armas a causa de la muerte de Gaitán no logró tomarse el poder. Pero los muertos que la revuelta dejó sí lograron tomarse el Cementerio Central. Gaitán, que tanto luchó en vida por el derrocamiento de las oligarquías liberales y conservadoras, Columbarios (viejo Globo B del cementerio) donde se pusieron los cadáveres para su reconocimiento antes de enterrarlos en fosa común (en Globo C).

tuvo que morir para lograr la pluralidad, al menos, en la casa de los muertos. Una victoria pírrica, pero victoria, al fin y al cabo. Sin embargo, en esta necrópolis no se puede hablar de igualdad: cuando la ciudadela de muertos se quedó sin espacio, concentró su poder en el centro y el resto lo relegó a la periferia. Los N. N. fueron condenados a ocupar los suburbios del cementerio. En el corazón del lugar, el monopolio del aura fúnebre siguió en manos de poetas y expresidentes. Después de todo, la oligarquía mantuvo algunos de sus privilegios hasta nuestros días. El lugar exacto en el que se encuentran las fosas comunes que albergan los cuerpos de los muertos del 9 abril sigue siendo un misterio. En el 2009 se realizó el proyecto antropológico más grande de América Latina en el globo B del Cementerio Central, donde se suponía que se encontrarían las víctimas del Bogotazo. Sin embargo, y a pesar de haber exhumado cerca de 3.600 cadáveres, ninguno de ellos corresponde a los despojos humanos que dejó aquel día. Sobre esa tierra removida se construyó el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. Todo lo anterior hace pensar que los restos de esos casi 2.500 hombres, mujeres y niños que murieron el 9 de abril de 1948 deben encontrarse en lo que era el globo C y que hoy es el Parque el Renacimiento. Allí, una placa reza: “En este sitio yacen en fosa común las anónimas víctimas del 9 de abril de 1948 en Bogotá”.

Directo Bogotá cubrió el proyecto de exhumación en el globo B del Cementerio Central. La crónica que resultó de ese acompañamiento de las excavaciones se tituló: “Hueso a hueso se reconstruye la memoria”, y fue publicada en la sección patrimonio de la edición 39 de la revista, en el año 2012 (disponible en: https:// issuu.com/directobogota/docs/ directo_39_baja/24)

ESPECIAL

TESTIMONIOS

EL BOGOTAZO BOGO TAZO EN FILA INDIA Mayerli Andrea Jiménez Rueda jimenez.ma@javeriana.edu.co

A sus 86 años, Guillermo Tovar Burgos recuerda aquel 9 de abril en que la ciudad se convirtió en un campo de batalla.

en filas según la zona donde vivíamos y luego nos dieron órdenes específicas de tomar por las calles menos transitadas y nunca salirnos de la fila hasta llegar a la casa. Formados nos fuimos caminando hasta las casas, tratábamos de pasar por los lugares más solos, como nos lo dijeron. Pero aun así podíamos ver a las personas asaltando los almacenes, las ferreterías y las cigarrerías, sobre todo en San Victorino. Había gente tomando trago y peleando. La gente estaba como loca de lado a lado y nosotros no comprendíamos lo que sucedía. Cuando cada estudiante llegaba a su casa, se separaba de la fila y se iba. Yo vivía en el 7 de agosto y cuando llegué, mi madre estaba escuchando la radio para enterarse de los sucesos. Ahí fue cuando escuché que Juan Roa Sierra era el supuesto asesino de Gaitán, según el testimonio de un limpiabotas. La multitud linchó a Roa y lo arrastraron hasta el Palacio de la Carrera, que actualmente se conoce como la Casa de Nariño. También me enteré de que la gente había quemado los tranvías y que la pérdida del líder estaba llevando a la ciudad a un estado de locura.

En 1948 tenía 16 años y cursaba mi último año de bachillerato, de donde saldría como operario mecánico. Estudiaba en el Instituto Complementario de Varones, que quedaba en la calle 7ª con carrera 12, donde hoy está el anfiteatro. Recuerdo que el 9 de abril era viernes y yo estaba esperando para entrar a clase, como cualquier otro día, pero de repente escuché, junto a mis compañeros, la noticia de que habían asesinado al candidato Jorge Eliécer Gaitán. También me acuerdo de la hora exacta en que lo anunciaron por la radio: la 1:05 de la tarde. En ese momento me pareció difícil de creer. Mi clase de la tarde la cancelaron y nos mandaron para la casa; los docentes nos organizaron

La revolución del Bogotazo duró entre cuatro y cinco días. Se sentía mucho miedo porque había francotiradores por todo lado, incluso en la radio decían que había francotiradores en algunas torres de las iglesias disparando a toda persona que se pasará por esos lugares. Claro está que el Ejército tuvo que intervenir y detener la fiesta de disparos. Después de los hechos sucedidos en esos días, la gente intentó retomar su vida una o dos semanas después, pero comenzó la época de la Violencia, donde liberales y conservadores se agredían y mataban diariamente por tener una diferencia política. Solo estoy seguro es de que si Gaitán no hubiera muerto, habría sido presidente. También estoy seguro de que si ese 9 de abril no hubiera llovido como llovió, Bogotá habría sido destruida.

ESPECIAL

BOGO TAZO

LAS LECCIONES DE UN

GAITANISTA Texto y foto: Laura Viviana Jiménez jimenez_laura@javeriana.edu.co

Julio Roberto Galindo, presidente de la Universidad Libre en Bogotá, es quizá uno de los últimos gaitanistas. Hoy, a sus 80 años, recuerda el legado de líder político con poesía y continúa creyendo con firmeza en la posibilidad de un país más justo.

Apenas a unas cuantas cuadras de donde mataron a Gaitán se sienta un hombre acompañado de un tríptico donde posan tres ilustres personajes que han marcado su existencia y la historia colombiana. Julio Roberto Galindo Hoyos, actual presidente de la Universidad Libre de Colombia en Bogotá, todos los días ve en su oficina a tres liberales de raca mandaca: Benjamín Herrera, Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán. De este último recuerda con nostalgia haberlo visto a sus escasos once años en la plaza de Tunja, un año antes de que explotara el Bogotazo. Desde entonces, Julio Roberto se dejó seducir por el magnetismo gaitanista, hasta tal punto que actualmente dirige la institución donde alguna vez fue rector el hombre que era todo un pueblo: la Universidad Libre. Hoy, a sus 80 años, expresa con toda la energía que lleva dentro el cariño que siente por quien fue la encarnación de la ideología liberal. “Era como una especie de profeta”, dice al recordar los gritos y el dolor que dejó su muerte. La voz y los ojos de Galindo evocan su pasión por la oratoria, el discurso y la palabra bien

hablada. Por eso ha buscado la forma de contar cómo “Gaitán ascendió a la inmortalidad por la sangre derramada al defender los principios de la democracia y la libertad, que ya no son tan claras”. Y como es amante de la declamación y gran recitador, recuerda el 9 de abril de 1948 con los versos de Carlos Castro Saavedra, declamando No muere el hombre:

No muere el hombre cuando la tierra cubre su estatura y la hierba le nace entre la boca.

“¡A la carga!” Todos los días ve la escultura de Gaitán recibiendo con su puño en alto a los estudiantes de la Universidad; lo ve en las páginas de los periódicos que todavía lo inmortalizan y se sabe de memoria sus mejores citas. A simple vista parece un hombre viejo y endurecido, con un rostro en el que se pintan las líneas serias de la vejez, de pelo canoso, que viste traje y corbata y observa de manera penetrante a través de sus gafas. Pero lo cierto es que basta con sentarse a escucharlo para encontrarse con un hombre sensible que sonríe al contar sucesos históricos como si hubiera estado allí, a quien se le cristalizan los ojos y le tiembla la voz al recordar las palabras de Jorge Eliécer Gaitán mientras

levanta el puño imitándolo: “Por la restauración moral del pueblo, ¡a la carga!”. Sin duda, Galindo representa una especie en vía de extinción: el liberal gaitanista. Es de los pocos que mantienen las ideas que dejó el caudillo después del 9 de abril. Ya no cree en el liberalismo de ahora ni en las múltiples divisiones que tiene, ya no cree en muchos políticos ni en “sus chanchullos, ni ese derrumbe moral que tiene la República hoy”, dice y luego agrega: “Desgraciadamente, el país se corrompió y existen organizaciones vergonzosas. Gaitán era todo lo contrario a la corrupción de hoy”, termina con esa voz amable, pero firme. Mantiene su oficina en estricto orden, y hay en ella una gran biblioteca perfectamente organizada, una bandera de Colombia, un cuadro con imágenes alusivas a la masonería, un tríptico de los próceres liberales y un computador al que ni siquiera voltea a mirar. Julio Roberto Galindo Hoyos, fiel amante de la historia, no se cansa de decir que los jóvenes deberíamos luchar por acercarnos más a ella. Con sonrisa tierna y llena de paciencia, exhorta como un abuelo a mirar hacia el pasado, pues “la historia es como la luz que uno tiene atrás y alumbra hacia adelante para ver mejor el porvenir. Por eso estudiando personajes como Jorge Eliécer Gaitán podemos hacer una mejor Colombia”.

ESPECIAL

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EL MUSEO APRISIONADO POR LA REVUELTA

Arriba, la Penitenciaría Central de Cundinamarca, más conocida como El Panóptico; abajo, el translado de los presos hacia La Picota.

Karen Vanessa Guerrero Quintero k.guerrero@javeriana.edu.co Fotos: cortesía del Museo Nacional de Colombia

El Museo Nacional se iba a inaugurar el 9 de abril de 1948, pero ese día hubo una trágica coincidencia y el lugar que se destinaría a resguardar y recordar la memoria del país se vio amenazado por el levantamiento popular que desató el asesinato de Gaitán, amigo cercano de la entonces directora, Teresa Cuervo. El 9 de abril de 1948, Teresa Cuervo se despertó ilusionada. Leyó con mucha emoción los periódicos matutinos que anunciaban la fiesta de la que ella sería anfitriona. A las 6:00 de la tarde llegarían sus distinguidos invitados. Pero las 270 sillas, las 26 salas y una extensa mesa de bufé quedaron intactas; el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán obligó a cancelar la inauguración del Museo Nacional de Colombia.

Para aquel viernes estaba previsto darle un adiós definitivo a la Penitenciaría Central de Cundinamarca, popularmente llamada “El Panóptico”. A su vez, se estaba dando paso a un recinto cultural que hasta el momento se había caracterizado por la mendicidad y el nomadismo. *** Luego de la renuncia de Alfonso López Pumarejo, en 1945, Alberto Lleras Camargo asumió la presidencia. Germán Arciniegas, quien había sido ministro de Educación de López, fue convocado para volver a ocupar la misma silla ministerial. “Acepté, ¿Cómo no aceptar?”, recordó Arciniegas en una carta que le envió a Andrés Pastrana en 1990, en la que le contaba cómo había sucedido todo lo del museo. En ella, al mismo tiempo, recreó la escena decisiva: ―¿Me dejas sacar los presos del panóptico y convertir la cárcel en Museo Nacional? ―le dijo el nuevo ministro al presidente, sin tener conciencia de su propuesta. ―Luz verde ―contestó Lleras Camargo. Sin embargo, ponerle el pie al acelerador no sería tan fácil; su intención excedía el presupuesto del Ministerio. Aun así, continuó con su proyecto. Era hora de una sede para la memoria, la identidad y el patrimonio. El Museo Nacional, antes llamado Museo Histórico, fundado en 1823 por el General Francisco de Paula Santander, contaba su historia a partir de un desfile de directores, de sus tesoros prestados y distribuidos y, especialmente, de todos los lugares que lo albergaron. Pasó por la Casa Botánica, el edificio de las Secretarías del Interior y de la Guerra, el primer piso del edificio Las Aulas —que compartía con la Biblioteca Nacional— y el pasaje Rufino Cuervo que, como la sede anterior, tampoco era exclusivo. También, se instaló en el edificio Pedro A. López —hoy Ministerio de Agricultura— y, finalmente, en unas bodegas en la plaza de los Mártires, donde estaba el Ministerio de Educación.

instalamos en el edificio principal el Museo Nacional y en las otras edificaciones abrimos un Colegio Mayor para mujeres”. A pesar de que la propuesta le arrebatara al departamento una de sus propiedades más valiosas —construida en 1874—, el colegio era preferible a continuar con una cárcel nacional. Entonces, aceptó.

Para conseguir una nueva y definitiva sede faltaba otra aprobación. Miguel Arteaga, gobernador de Cundinamarca, escuchó a Arciniegas: “Cundinamarca entrega legalmente la propiedad del Panóptico a la nación,

Teresa Cuervo tenía 57 años cuando dejó la dirección del Museo de Arte Colonial —fundado por ella— para recibir la del nuevo Museo Nacional. Decidida, se posesionó el 30 de abril de 1946 y emprendió la titánica tarea.

Veinte mil metros cuadrados de la imponente estructura carcelaria quedaron disponibles. Lo siguiente: encontrar al capitán del barco que no dejara naufragar el Museo Nacional.

355 PRESOS Ocuparon las celdas del Panóptico hasta 1946 •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

ESPECIAL

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Aprobación: listo. Dirección: listo. Reconstrucción: en proceso. La vía libre de Alberto Lleras para la reconstrucción culminaba el 6 de agosto de 1946, último día de su mandato. Quedaron vacías 207 celdas oscuras, deterioradas y húmedas para recibir a los nuevos habitantes: señoritas del colegio, por un lado, y obras de la patria, por el otro. En la mañana del viernes 12 de julio de 1946, con camiones Willys y patrullas de la Policía, se realizó el traslado de 355 presos que ahora ocuparían las celdas de La Picota, la nueva penitenciaria en el suroriente de la ciudad.

Álvaro Díaz, ministro de Obras, envió cuadrillas de obreros, y Luis Fajardo, secretario de Obras Públicas del municipio, se encargó de embellecer la fachada. Germán Arciniegas, por su parte, llegaba a su casa a media noche, pues tumbar calabozos era otra tarea ministerial. Mientras tanto, Teresa Cuervo ya había empezado a navegar. Lo primero que hizo fue organizar la junta asesora que la acompañaría y buscar otra figura que apoyara la misión: Laureano Gómez. Bogotá se preparaba para la IX Conferencia Panamericana y él era el director de la comisión organizadora. Gómez se comprometió a respaldar la adaptación del Panóptico. Una exposición cultural enriquecería la programación que las delegaciones diplomáticas disfrutarían. Con $300.000 iniciales —donados por la comisión— se selló el compromiso. *** Arciniegas le cumplió a Lleras, y Gómez se atribuyó el éxito de la transformación, pero la tarea no cesaba. El Museo dependía de la Universidad Nacional, así que las principales quejas y solicitudes de Cuervo se dirigían a sus directivos. La cantidad de cartas que enviaba eran, en su mayoría, reclamos por la falta de interés de la Universidad en continuar la reconstrucción. Estas misivas también eran contra una nación que se olvidó de cuidar su historia. El primer año de esta lucha terminó con la decisión de la directora de reunir en un solo lugar el Museo Arqueológico, el Museo Histórico y la Galería de Arte de la Escuela de Bellas Artes. El año 1946 finalizó con el traslado parcial de las cajas arrinconadas en la plaza de Los Mártires para encerrarlas —y arrinconarlas también— en el panóptico que ya no era cárcel. ***

Chaleco que usaba Gaitán el día que murió, hoy propiedad del Museo Nacional.

A finales de 1946, Bogotá contaba con 500.000 habitantes, y Lleras Camargo dejaba la Presidencia para entregársela al conservador Mariano Ospina Pérez. La capital seguía alistándose para la IX Conferencia Panamericana y las obras para el evento continuaban adelante con la avenida de las Américas, el Paseo Bolívar, la Hostería El Venado de Oro, la remodelación del Teatro Colón y, cómo no, la conversión del Panóptico en el Museo Nacional.

Sin embargo, los problemas continuaban, y el 14 de mayo de 1947, Teresa Cuervo, una vez más, escribió renglones de indignación: “Debo manifestar a Ud. que esta dependencia no puede continuar en el estado que se encuentra; en la oficina no tenemos ni un asiento, la señorita ayudante de la dirección tiene que utilizar unos cajones viejos para sentarse a su trabajo. Los libros que constituyen la biblioteca de esta institución, conjunto en el cual hay obras de gran importancia, están todos tirados por el suelo, desencuadernados y en el más completo abandono, por no tener ni siquiera una mesa para poderlos colocar”. Entre clamores no escuchados la preparación continuó. *** Al frente de la restauración estaba Manuel de Vengoechea, arquitecto y alcalde de Bogotá, junto con Hernando Vargas Rubiano, otro hombre de planos. Mientras ellos se encargaban de embellecer la vieja estructura, Teresa Cuervo no dejaba de gestionar. Elvira Cuervo, su sobrina —también directora del Museo Nacional entre 1992 y 2005— con tan solo siete años la acompañaba a casi todas sus actividades. Estuvo con ella en la plaza de Los Mártires cargando, desempacando e inventariando. Estuvo, también, en ese instante en que las luces del escenario se apagaron sin siquiera haber empezado la función: el 9 de abril de 1948. Fueron dos años para conseguir una sede, para recuperar tesoros perdidos y solicitar otros para exhibirlos. Dos años de luchas y mendicidades. Dos años para que Teresa Cuervo lograra una obra digna de su talento y su apellido. “Ella adoraba el museo, era su vida”, cuenta su sobrina. En la víspera de la inauguración, todo parecía estar listo. Las 270 sillas de la sala de conferencias ya estaban organizadas y las 26 salas habían quedado perfectamente distribuidas. La primera estaba dispuesta para armas; la segunda, para gallardetes y banderas; la tercera, para uniformes; la cuarta, para telas y arneses; la quinta, para numismática; la sexta, para expedientes y manuscritos; la séptima sala reunió monedas y troqueles; la octava,

Sala del museo donde actualmente se exponen rejas, candados, cadenas y otros objetos de la vieja cárcel.

Arquería del Museo Nacional, 1949. Foto Ernesto Mandowsky.

Y así, entre préstamos y donaciones, la fiesta del 9 de abril se alistaba con 2.500 piezas para exhibir y con $800.000 invertidos. En la noche del 8 de abril de 1948, Teresa Cuervo recorría los pasillos revisando que todo estuviera en su lugar. Caminaba por todo el edificio dando órdenes acompañada de Laureano Gómez, quien inspeccionaba la terminación de las obras.

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Patio interior de la Penitenciaría Central de Cundinamarca, 1941.

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impresos y sellos; la novena, medallas, y la décima, autógrafos. Hubo una sala para muebles, otra para miniaturas, otra para retratos de la Colonia y, por supuesto, una para los próceres de la Independencia. Los invitados a la inauguración y en adelante los capitalinos se encontraban con salas para cuadros al óleo, grabados, acuarelas, instrumentos científicos y una sala específica para miscelánea. La sala 20 contenía fotografías; la 21, una biblioteca con libros exóticos, escudos, placas en mármol y piedra, esculturas y dibujos; la 22 era la sala de pintores colombianos muertos, y la 23, la de pintores colombianos contemporáneos. Hubo también un espacio para la escultura, otro para los pintores extranjeros y una última sala de exposiciones. Faltando menos de 24 horas para la ceremonia, Teresa Cuervo seguía recibiendo, en calidad de préstamo, elementos para completar la colección: Rafael Martínez Briceño prestó el uniforme del general Santander, que constaba de un pantalón rojo, un sombrero con penacho y una gualdrapa bordada. Juan Manuel Arrubla, una almohada, un pañuelo y una navaja que pertenecieron a Simón Bolívar. Sara Piedrahita de Umaña prestó cuatro copas de cristal, un juego de café de tres piezas, una cafetera, una lechera y una azucarera que también eran del Libertador. Sofía de Umaña entregó un viacrucis de quince cuadros, seis cuadros de ministerios, dos íconos y tres libros de manuscritos.

El 9 de abril, muy temprano, Teresa Cuervo, junto con sus hermanas Clara y Julia, su hermano Carlos y su sobrina Elvira llegaron para ultimar los detalles. Elvira no está segura de si ese día fue declarado día cívico, lo que sí recuerda es que no fue al colegio y tampoco sus amigos Sergio Camargo y Marta Lucía Holguín. Eran parte del grupo de “voluntarios” que alistaban la inauguración. “Estábamos hasta la coronilla, nos tenían con canastas recogiendo mugre”, recuerda. Laureano Gómez y Germán Arciniegas también estuvieron temprano, pero se retiraron antes de la hecatombe. El alcalde De Vengoechea, por el contrario, nunca salió del museo y nunca pudo regresar a su despacho. El 9 de abril acabó con su mandato, que duró apenas un mes. Pasada la una de la tarde, el papá de Elvira subió las escaleras del museo de dos en dos los escalones, iba agitado. Desde las escalinatas gritó: “¡Teresa, Teresa! ¡Acaban de matar a Gaitán!”. Apresurada, Teresa empezó a despedir a todos los empleados y se encerró con todos los Cuervo dentro de la antigua cárcel. Cecilia Iregui de Holguín, otra dama voluntaria para la preparación, el alcalde De Vengoechea y Avelino Sánchez —un expresidiario que sin tener a dónde ir se hospedaba en un cuarto del museo— se resguardaron también allí. El museo, sin embargo, no era del todo seguro. Aún no se habían colocado las puertas laterales. Estaban completamente expuestos. Era un día lluvioso y el cielo se vistió de rojo por la cantidad de incendios. A las cuatro de la tarde se escucharon los manifestantes que vociferaban por la carrera 7.ª y llegaban a postrarse frente al museo. No eran muchos, según recuerda Elvira Cuervo, pero suficientes para amenazar a la directora y a quienes allí se resguardaban.

En la entrada estaban las banderas de los países que asistieron a la Conferencia. Las bajaron, torcieron las astas y las quemaron. Con violencia exigían entrar al edificio. —¡Solo entran al museo si pasan sobre mi cadáver! ―exclamó la directora desafiando a los manifestantes. La multitud, atónita, se disipó, según cuenta Juan Luis Moreno en la biografía titulada Teresa Cuervo, publicada en 1989. Tan solo a las 5:30 de la tarde los sobrevivientes del museo se dirigieron a la casa de Cecilia Iregui, ubicada en la calle 34 con avenida Caracas. “Todo era bastante miedoso, aún había mucha gente con trapos rojos y machetes en la mano”, recuerda Elvira Cuervo. Y solo hasta las dos o tres de la mañana del 10 de abril de 1948, cuando Gaitán ya llevaba varias horas muerto y cuando gran parte del centro de la ciudad estaba en llamas, los Cuervo pudieron descansar. Por su parte, el alcalde De Vengoechea tomó rumbo desconocido y llegó a reemplazarlo Fernando Mazuera Villegas, quien había desempeñado su primera administración —de cuatro que tuvo— un año atrás.

del bufé o las cartas de préstamo firmadas por Teresa y, por otro, elementos que hablan de la muerte Gaitán: la ropa que llevaba puesta el caudillo, por ejemplo, donada por el liberal Pablo Vaca o el famoso pañuelo con el que le intentaron parar el sangrado. El 9 de abril de 1948 confluyeron dos procesos que constituyen la identidad de Colombia: la violencia política y la historia olvidada. Elvira Cuervo, brillante y errante como su tía, sentada en una silla de su vasta biblioteca, dice: —Hay una frase muy cierta. El país que no conoce su historia, la repite. Somos un país sin memoria y a la penúltima moda, un país rezagado por la mentalidad de su pueblo. y los museos nacionales están para contarla. ―¿Cómo darle un lugar al museo? —le pregunto. ―¡Jumm! ―gruñe―. En un país donde no se enseña historia, los museos importan un rábano.

Menú y programa musical de la inauguración frustrada del Museo Nacional. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Menú de la inauguración del Museo aquel 9 de abril

Milagrosamente, el Museo salió ileso. El Bogotazo lo afectó apenas con la pérdida de cinco monedas: dos de la Colonia, una de la República, una de Perú y otra de Ecuador. Finalmente, abrió sus puertas el 2 de mayo de 1948 con una celebración sencilla. La presidió el canciller Eduardo Zuleta Ángel y asistieron algunos de los delegados que aún permanecían en la ciudad. No hubo sillas vacías y tampoco una cena sin probar. Fue una ceremonia hermética, discreta y considerada con la ciudad que en su lucha por reconstruirse aguardaba fuera de sus muros. Fue tan reservada que ni la prensa ni los libros registraron los detalles de la ceremonia oficial de inauguración. No hubo banderas ni excelentísimos invitados. Actualmente el Museo Nacional dedica toda una sala al 9 de abril. La colección, que evidentemente no puede estar expuesta en su totalidad, incluye, por un lado, detalles del cóctel de inauguración que no pudo ser como el menú

DICCIONARIO DE

ESPECIAL

CACHACO URGENTE •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

BOGO TAZO

Tyla Kellogg Gleiser tkellogg@javeriana.edu.co

Desde antaño los cachacos tenemos una jerga bien particular. El español bogotano que se hablaba a mediados del siglo pasado era cuquísimo, era único, ¡carachas! En las calles de Bogotá se veían cocacolos, filipichines y mujeres emperifolladas. Aquí un diccionario y una guía de expresiones para que entienda la regia jerga de sus abuelos.

Existen dos palabras que hacen alusión a los capitalinos de Colombia: rolo y cachaco. ¿Quién no se ha preguntado cuál es la diferencia? ¡Pues, ala!, a todos nos ha surgido la duda. Resulta que nadie sabe a ciencia cierta de dónde vienen ambas connotaciones ni lo que quieren decir concretamente. Pero intentaré hacer una aproximación. Todo parece indicar que los rolos son aquellos que nacieron y crecieron en Bogotá, pero cuya familia viene de otras zonas del país. Entonces, los cachacos son aquellos netamente capitalinos; su ascendencia es únicamente bogotana. Aunque exista esa pequeña diferencia, es claro que cuando costeños, paisas, caleños, vallunos o santandereanos dicen “cachaco” o “rolo”, se están refiriendo a personas que vienen de la famosa nevera: Bogotá. Así sean rolos o cachacos, si sus abuelos crecieron en la Bogotá de los años cuarenta, seguro usan palabras que ahora suenan poco. Si son de los que van a tiendas y dicen que los zapatos están chuscos, o le dice a usted que es garoso por querer postre, este glosario ha de interesarle. A continuación encontrará algunas de las palabras que la gente usaba hace setenta años para referirse a ciertas cosas que hoy se llaman de manera distinta. También leerá ciertas frases de cajón de la época, que a veces se oyen por ahí, pero que probablemente no entiende.

PALABRAS Ala: Término usado para llamar la atención de una persona o para dirigirse de manera informal y dulce a alguien.

Antiparras: Gafas de leer, ya sea ver de lejos o de cerca.

Arrumaco(a): 1. m. Caricia. 2. m. y f. Persona tierna o dulce.

Cachifo: Hombre de 12 a 14 años.

Carachas: Término usado cuando alguien hace algo mal, cuando comete un error o cuando cae en la cuenta de que se olvidó algo.

Chafarote: Hombre agresivo, brusco o de mala clase.

Chapol: Policía. Actualmente, chupa o tombo.

Chinelas: Zapatos planos sin parte trasera. Actualmente, chancletas. Algunas personas lo utilizaban para referirse a las pantuflas.

Chingue: Ropa de playa o de baño.

Chirriado(a): Persona con quien es ameno pasar el tiempo por su simpatía.

Chisgarabís: 1. Cosa o situación divertida, agradable y mágica, algo único. Actualmente, chévere o genial. 2. Hombre de poco juicio e importancia.

Cocacolo(a): Persona de 15 a 18 años que viste con ropa de marca. Actualmente, pupi.

Cuco(a): 1. Lindo o tierno. 2. Curioso. 3. m. Ropa íntima femenina.

Currutaco(a): Persona mayor de 18 años que usa ropa de moda

Desguarambilado(a): 1. Persona de aspecto desarreglado, con la ropa sucia y desordenada. 2. Alguien que no combina los colores de las prendas de acuerdo con la moda.

Emperifollado(a): Alguien bien arreglado. Solían referirse así a las mujeres con vestido, sombrero, maquillaje, tacones, vestido, cartera y joyas.

Filimisca: Mujer joven que viste para coquetear.

Filipichín: Hombre que se viste de forma muy elegante, siempre con sombrero.

Fosfa: Adolescente vanidosa que se esmera mucho en el cuidado de su maquillaje y su vestido.

Garoso(a): Persona a la que le gusta y come mucho dulce.

Glaxo(a): Persona joven engreída, que se cree lo mejor. Actualmente, picado o sobrado.

Jumento: Hombre que no es muy inteligente, pero que tiene el cuerpo grande y es de contextura fuerte.

Lagarto(a): Persona entrometida y que sabe los andares de todo el mundo para conseguir cosas de manera fácil. Actualmente, vivo.

Lambericas: 1. Persona interesada. 2. Persona que delata a los demás para quedar bien. Actualmente, sapo.

Manzanillo:

Dibujo de Coriolano Leudo (Moncrayón) tomado de la portada de la revista Cromos, 1927.

Sumercé:

Abogado de medio pelo, abogaducho. También era llamado tinterillo.

Modorra:

EXPRESIONES “Calle esos ojos”:

1. Sentimiento de pereza hacia cualquier actividad. 2. Sentimiento de sueño y cansancio. Actualmente, mamera o foco.

Frase que se usa cuando se quiere expresar que lo que otra persona afirma es malo y que no quiere que suceda.

Muérgano:

“Las cuentas claras y el chocolate espeso”:

Persona detestable, desagradable, estorbosa y de mala clase.

Pipiolo(a): Niño o niña. También podía ser usada para designar a un adulto joven e inexperto.

Pisco: Hombre. Actualmente, man o tipo.

Término formado a partir de su merced y que quiere decir “a su merced”.

Expresión que afirma que las cosas deben ser entendibles por sí solas. Así como el chocolate tiene que ser espeso, las cosas deben ser explícitas.

“Más perdido que un perro en misa”: Frase que significa que una persona está muy confundida sobre una situación en particular. También se utiliza cuando se afirma que alguien se perdió en la calle.

“Me cayó como anillo al dedo”: Frase que se utiliza cuando las cosas se acoplan de manera perfecta a una situación determinada.

“Me dejó con los crespos hechos”: Expresión usada para decir que una persona le incumplió a otra en una cita o con un trabajo. Surge de cuando la mujer empleaba bastante tiempo en peinarse, pero el hombre a última hora le decía que ya no iban a salir. Actualmente, “me flaseó” o “me dejó plantado(a)”.

“Ni fu, ni fa”: Expresión que indica que alguien es indiferente a algo, que no le interesa dicha cosa o circunstancia porque no es de carácter trascendental.

“Tilín tilín y nada de paletas”: Frase que indica molestia porque otra persona dijo que iba a hacer algo pero no cumplió. Como cuando el carrito de los helados hace sonar las campanas pero no tiene ninguna paleta para vender.

ESPECIAL

BOGO TAZO

DONDE HUBO FUEGO NI CENIZAS QUEDARON

Maryluz Vallejo maryluz.vallejo@javeriana.edu.co

Con una prosa que sorprende por su agilidad para la época, Viernes 9, la novela de Ignacio Gómez Dávila, no solo es una mirada a la Bogotá del Bogotazo, sino a las pasiones de las relaciones ilegítimas. Una narración breve que lanza al lector a una trama tensa en medio del delirio de uno de los momentos más oscuros del país. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Viernes 9 Ignacio Gómez Dávila Editorial Laguna Libros, Bogotá 2017, 211 p.

Como si Nicolás Gómez Dávila —el más puro cultivador de aforismos o escolios en esta tierra de prosa frondosa—, le hubiera enseñado la metafísica de la sensualidad para escribir su novela Viernes 9, Ignacio Gómez Dávila (Bogotá, 1917-1961) narra los estragos emocionales a los que conducen los excesos de la voluptuosidad, como reza uno de los escolios de su hermano mayor. En ella, un acomodado hombre de negocios, al tiempo que ve arder el edificio donde funciona su ferretería en esa jornada dantesca del 9 de abril de 1948 en Bogotá, experimenta un enfriamiento pasional por la mujer que lo tenía obsesionado y con la que planeaba fugarse al exterior ese viernes fatídico. Contrariando el proverbio según el cual donde hubo fuego cenizas quedan, en su corazón solo quedó la vergüenza por sus actos irracionales. No menos insensatos que los de los saqueadores dispuestos a matar por un abrigo de piel o una botella de licor fino. A manera de crítica de la razón erótica, como se titula uno de los acápites de los Escolios a un texto implícito, el autor de esta novela breve publicada por primera vez en México en 1953, bucea en las mismas miasmas de las pasiones cuando provienen de relaciones ilegítimas y encima entre amantes de clases sociales tan distantes como pueden serlo un empresario oligarca y una prostituta de origen humilde. Esas diferencias terminaron abriendo un abismo insalvable entre ellos tras el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, como incontenible fue la reacción del pueblo dispuesto a cobrar venganza, enceguecido de rabia y de

ESPECIAL

dolor porque asumió que la élite conservadora en el poder mandó a matar al excandidato liberal a la presidencia. En ese clímax se conjugan la presunta historia de amor de Alfredo y Yolanda, y la de injusticia vivida por un pueblo que buscaba redimir a su ídolo.

BOGO TAZO

Ignacio Gómez Dávila dibujado por Adolfo Samper. Publicado en Mundo al Día, julio 19 de 1927.

La novela, breve y elíptica, tiene un estilo inusualmente moderno para la época, caracterizado por las frases sentenciosas o aforísticas y los diálogos rápidos entre los amantes, sin velos ni eufemismos, con imágenes precisas y evocadoras de las fantasías más trasgresoras. No faltan los dilemas morales y las digresiones del personaje que hurga en su conciencia un día sí y otro también, de los cuatro que dura esta historia, con una estructura sismorresistente para evitar los efectos de todo tipo de sacudidas en esa Bogotá pacata de mediados del siglo XX con su ambiente “beato-pagano”. También se leen como latigazos los diálogos entre el marido infiel y Blanca, su dignísima esposa, entre los amigos y enemigos del disoluto Alfredo, que pronto se ganará la condena de la Iglesia y de los de su clase. Mirada despectiva que, según rumia el protagonista, es reflejo de una sociedad machista en la cual las mujeres “decentes” no van detrás de los hombres casados, aunque estos necesitan a las prostitutas no solo por una necesidad fisiológica, sino por dominar a una mujer para sentirse superiores y desahogar en ella sus instintos animales.

También deleita el escritor con las descripciones de esa Bogotá que, según él, se estaba pareciendo a Nueva York y a Londres por la congestión vehicular a ciertas horas. Una Bogotá donde los carros alcanzaban las impensables velocidades de ¡55 o 60 kilómetros por hora! Y aprovecha también para criticar los gastos suntuarios que con esas vanas pretensiones cosmopolitas hizo el canciller colombiano Laureano Gómez para recibir a los invitados a la IX Conferencia Panamericana, lo que era una bofetada para el pueblo, como bien arengaba Gaitán. En el relato tenso de la(s) ruptura(s) se intercalan escenas de una belleza perturbadora, no recogidas por ningún fotógrafo del Bogotazo —como Sady González o Manuel H.— porque quizás no existieron, o quizás sí, como la descrita en estas líneas: “En plena calle, sentado ante un inmenso piano de cola, un joven desgreñado y serio tocaba con furia una rapsodia húngara. Golpeaba el teclado con la concentración de un concertista ante el silencio de un público apreciativo. Unas mujerzuelas, como polillas, lo rodeaban y pedíanle a gritos que tocase una rumba para poder bailar” (p. 91). La exquisita prosa de Ignacio Gómez Dávila es quizá resultado de la impensable combinación entre un escritor y un hipnotista, dos facetas que cultivó durante sus años de formación en Francia, Inglaterra y Estados Unidos, países donde vivió el cosmopolita autor. Luego vivió en Colombia, donde colaboró para periódicos y revistas antes de radicarse en México, donde publicó las novelas El cuarto sello (1951), Viernes 9 (1953) y Por un espejo, oscuramente (1956). Gracias a esta novela reeditada con impecable gusto por Laguna Editores, las nuevas generaciones pueden ser testigos de esa metáfora de la demencia que fue el Bogotazo, narrado en la voz del protagonista, quien se camufla como chofer entre la multitud. Para notar su propia locura tuvo que ser testigo de la locura de los demás. En la escena final, la revelación casi mística de ese ser atormentado lo eleva sobre las llamas y la miseria humana engrandeciéndolo. En ese escenario de terror encuentra al fin la paz espiritual tras una vida de equivocaciones: “Había que volver a nacer para hallar la paz y el fin” (p. 99).

EL VENADO DE ORO

QUE SOBREVIVIÓ A LA HOGUERA

Juan Sebastián Peña Muette j.penam@javeriana.edu.co Fotos: Juan Sebastián Peña y cortesía del Instituto F.D. Roosevelt

La Hostería del Venado de Oro fue una de tantas obras arquitectónicas que vieron su muerte con el Bogotazo. Inaugurada para recibir a los visitantes de la IX Conferencia Panamericana, su defunción fue prematura: antes de una semana ya ardía en la hoguera de la inquisición popular. Se reconstruyó y hoy es la sede del Instituto de Ortopedia Infantil Roosevelt, sobre la avenida Circunvalar. Cuando los muiscas eran amos y señores de sus vidas y de las faldas de los cerros orientales de Bogotá, los dos gigantes verdes erguidos e impetuosos que vigilan la sabana respondían a otros nombres: Monserrate se llamaba “Pie de Abuelo” y Guadalupe, “Pie de Abuela”. Justo en la mitad de ambos cerros, en la herida que se abrió entre ellos y que parece haberlos separado para siempre, existió alguna vez la Hostería del Venado de Oro. Y es ahí mismo, en medio de los pies de los abuelos, donde hoy queda el Instituto de Ortopedia Infantil Roosevelt. Allí habitan los restos y las memorias de lo que algún día fue aquella posada tan ostentosa como efímera. La hostería abrió sus puertas el 3 de abril de 1948. Seis días después fue incinerada durante el Bogotazo. Su primer delito: haber sido construida por iniciativa del entonces ministro de Relaciones Exteriores Laureano Gómez. Ese día todo lo que oliera al líder conservador estaba condenado a recibir la ira popular. Su otro delito: haber sido la materialización del derroche del gobierno de Mariano Ospina Pérez en una época de pobreza generalizada en la ciudad y el país.

La construcción de la hosteria costó

ESPECIAL

$300.000 •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

BOGO TAZO

La hostería abrió sus puertas el 3 de abril de

1948 El mirador en la época, en fotografía tomada de La Guía de Bogotá, 1948.

La Conferencia Panamericana demandó la construcción de alojamientos para las comitivas internacionales y de lugares para el esparcimiento y los agasajos del evento. Con ese fin se construyó la Hostería del Venado de Oro. Su diseñador fue el arquitecto Carlos Martínez Jiménez, quien se inspiró en las corrientes modernas de la arquitectura universal, según las cuales todo edificio debe tener una función. De ahí que optara por construir la hostería como una suerte de gran caja de cristal, con ventanas en lugar de paredes, para que la ciudad pudiera verse desde cualquier rincón. Construir aquel prodigio y novedad arquitectónica tomó cinco meses y costó cerca de

$300.000 pesos de la época. La hostería contaba con apartamentos de una, dos o tres habitaciones, salones de espectáculos y juegos, una oficina de correos y telégrafos, jardines, kioscos, una biblioteca, un parqueadero para 60 carros y hasta una pista de baile. Y su gran insignia era la escultura de un venado de oro en la entrada.

Leyenda colonial La hostería se nutrió de una leyenda colonial para tomar su nombre y su emblema. Entre finales del siglo XVII y principios del XVIII, se cuenta que un viajero portugués llamado Diego de Barreto sostuvo un romance con Inés

Domínguez, hija de un comerciante. Pero el padre de ella, Pedro Domínguez, se oponía a aquella relación. En medio de una disputa, Barreto lo hirió gravemente con un sable. El portugués creyó haber matado a su suegro y huyó desde el barrio Las Aguas hasta las faldas de Guadalupe y Monserrate. Refugiado en una cueva de la lluvia y de la venganza, encontró un venado de oro, seguramente uno de tantos tesoros escondidos por los muiscas luego de la llegada de los españoles. Barreto tomó los cuernos del venado y partió hacia los Llanos Orientales, no sin antes dejar su espada clavada para reconocer el lugar en que quedó el resto de su botín. Cuatro años después regresó a Bogotá con la esperanza de que nadie recordara su delito, Pero antes de encontrar su animal dorado, encontraría la muerte: Pedro Domínguez lo asesinó. Y el venado de oro quedó perdido para siempre en algún escondrijo del Pie de la Abuela.

La noche anterior a la hecatombe del Bogotazo, el lugar había organizado una comida bailable amenizada por la orquesta Don Américo y sus Caribes. La noche siguiente solo el son de las crepitaciones se escuchó en la hostería. Aquel 9 de abril de 1948 este lugar expió sus pecados. La incineración de la hostería acabó con una suerte de palacio del exceso para dar paso a un asilo de niños huérfanos y enfermos. Los testigos de esta expiación fueron los guardias que están atrás de este lugar: la Virgen María Inmaculada, encumbrada en el cerro de Guadalupe, y el Señor Caído, en la cumbre de Monserrate. Aún siguen vigilantes desde la cima de ambas montañas. Esa virgen de yeso,

Fotografía del archivo del Instituto de Ortopedia Infantil Roosevelt. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

El siguiente venado de oro del que se tuvo noticia sigue estando a la entrada de lo que fue la hostería y que hoy es un instituto donde atienden niños con problemas neurológicos y de movilidad. Las carnes del animal están hechas de granito y pintadas de dorado. Su piel resplandece en las mañanas cuando el sol se yergue sobre los cerros y sus rayos la chocan con violencia. Entonces todo en el venado es destello y exuberancia, y casi que hay que poner una mano en la frente para poder mirarlo bien. Todo en él parece haber resistido los embates del tiempo. Solo tiene una herida leve en el vientre. Sus ramas nacidas de la frente están completas, sus músculos son vigorosos, sus orejas están bien templadas hacia los lados, su mirada es altiva y su postura es la de un rey. Está encumbrado sobre un pilar blanco y rectangular. Desde allí mira el sendero en forma de serpiente que hay que recorrer para llegar a la entrada del lugar de este y del otro tiempo.

De salón de baile a asilo de niños con polio En la entrada de la hostería se encontraba una construcción de dos pisos y un sótano. Esta parte es la única que se conserva de la estructura original. El resto fue incinerado, destruido o posteriormente demolido para construir nuevas partes del centro médico.

ESPECIAL

BOGO TAZO

pálida, distante, que corona la ciudad desde el trono del Pie de la Abuela, con sus brazos abiertos, como dispuesta a lanzarse al vacío, ¿habrá hecho algo por impedir la danza de la muerte que ocurrió a sus pies?, ¿temió que la ira popular osara profanarla y prefirió esconderse?, ¿vio cómo el venado de la entrada sobrevivía al fuego con la magnanimidad de un mártir? Lo cierto es que esa mujer debió ser la última en contemplar la agonía de la hostería ardiendo en la hoguera de la inquisición popular; aún debían escucharse, escondidos tras la calma con que el fuego abrasaba y abrazaba el lugar, los ecos de las cumbias cantadas por Don Américo y sus Caribes: “Ha llegado un guere guere, hay un guere guere, hay un guere guere de allá de la montaña…”.

Ese mismo año el gobierno cedió a título gratuito el terreno —con las ruinas de la Hostería del Venado de Oro— al asilo e Instituto de Ortopedia Infantil Roosevelt. Allí se adecuaron las instalaciones para recibir a niños huérfanos y con polio. En el instituto se buscaba la rehabilitación de los niños con problemas de parálisis, atrofia muscular o deformidades físicas que entorpecían su movilidad. Para facilitar su labor se había comprado un bus amarillo que se encargaría de llevar y traer a los niños. Ese gigante entró en desuso y hoy es una de las maravillas del lugar. Está abandonado en el último rincón del parqueadero. Sus latas amarillas han resistido como han podido la humedad y el olvido. En la parte lateral aún alcanza a leerse vagamente “Instituto Franklin D. Roosevelt”. Sus llantas siguen hinchadas y sus rines están hechos óxido. El vidrio del frente ya es más moho que cristal. Y sobre el capó unas hojas secas hacen las veces de ofrenda a ese difunto sin enterrar que tirita de frío. En 1965, la congregación de monjas de Santa María de la Providencia empezó a prestar ayuda al Instituto. Por eso en las fotografías del archivo del lugar aparecen hermanas con hábitos y con cruces pegadas al pecho haciendo terapia con los niños. Estos suelen llevar aparatos ortopédicos de acero y correas de

cuero. A punta del rigor de esos aparatos, que a la vista parecen hechos como para someter a un leviatán, los niños intentaban recuperar la motricidad perdida. En un lugar construido para el despliegue de las habilidades de las piernas, el denuedo de las caderas, la exuberancia de los movimientos, empezó a existir otro donde se buscaba corregir la torpeza de los músculos y las articulaciones. Donde hubo una pista de baile ahora hay barandas para que los niños enfermos puedan caminar sin caerse. Donde los hombres planearon ver prolijidad de movimientos, el destino se empecinó en ver niños aprendiendo las artesanías de controlar cada parte del cuerpo.

El mirador que aún tiene miradores De la caja de cristal desde la que se podía ver toda la ciudad hoy solo queda una cancha de banquitas y de basquetbol en la que nadie juega. Pero el mirador sigue estando justo ahí. Al pie de lo que alguna vez fue una construcción majestuosa aún perdura aquella azotea a la que se asomaban los visitantes de la hostería a embriagarse con la vista de Bogotá. Este mirador aún tiene miradores. Desde acá todo se ve minúsculo: los carros son como hormigas torpes de colores, y las personas, como hijas de esas hormigas de acero. También torpes. Parece que uno pudiera estirar las manos y atrapar las cosas que se ven allá a lo lejos. En aquellos tiempos de la hostería desde ahí se debía poder ver la ciudad entera. Hoy el horizonte no alcanza a definir los límites de Bogotá. La ciudad continúa más allá de la vista; hay que intuir su prolongación. Y no debían existir esos edificios inmensos como torres de babel que ocultan la urbe a sus espaldas y que la niegan a la vista. Esos egocéntricos gigantes cubiertos de vidrios de colores quieren ser las estrellas del espectáculo que se presenta indefinidamente en esta azotea. Y tampoco esas nubes grises de basura gaseosa debían poder explayarse tan libremente por estos cielos. Esta ciudad debió ser otra. Es otra siempre. De la hostería ya nadie se acuerda. No tiene ningún doliente. El secreto se lo llevarán a la tumba el venado de la entrada, la Virgen y el Señor Caído. Ellos lo vieron todo. Y, sin duda, desde acá todo se ve mejor.

El menú gaitanista Texto, fotos y diseño: Katherine del Mar Ortiz Rivera katherine.ortiz@javeriana.edu.co

Recorrimos las calles de la capital en busca de platos, sensaciones y olores que nos trasladen a la Bogotá gaitanista. A continuación, cinco clásicos de la ciudad que siguen sirviendo los mismos sabores hoy como lo hacían hace más de 70 años. Ubicado en la carrera 7a con calle 21, La Florida es un buen lugar para iniciar el día. Fue fundado en 1936 por el español José Granés, quien años despues conocería a Eduardo Martínez, un joven que llegó a la cafetería para quedarse. El último empezó trabajando como limpiador de latas y fue quien le propuso a Granés la idea del chocolate artesanal. Luego, la cafetería fue comprada por la familia de Martínez tras la muerte del español y hasta el día de hoy la administran.

1 La Florida Desayuno

Carulla de la 63 Plaza de Las Nieves Plaza de Bolívar Almuerzo

Media tarde

Cena

Plazoleta del Rosario Desayuno

Media mañana

5 Carrera 7a

Calle 21

Calle 12 c

Carrera 6

Carrera 6 Carrera 6a

62 Calle

Calle 11

Calle 20

Carrera 8

Carrera 7a

No solo se ha convertido en un referente de la ciudad por su ambiente clásico, elegante y privado —aunque fue remodelado hace unos años y se le agregó un toque de modernidad—, sino porque aquí se puede probar el tradicional Chocolate Florida acompañado de pan blando, integral o francés con un trozo de queso doble crema y mantequilla. Un auténtico clásico cachaco que trasciende generaciones.

Café Pasaje

Media mañana

Café Pasaje era el lugar predilecto de los intelectuales y juristas para tertuliar sobre política y la situación del mundo. Hoy este lugar ubicado en el edificio Santa Fe —Plazoleta del Rosario—, tiene un aspecto rockero y bohemio a la vez. La decoración se compone de banderas colgadas del techo, placas de carros americanos y afiches pegados en las paredes, así como sillas de cuero rojas y luces de neón, que atraen a jóvenes y adultos. Sus clientes, fieles bohemios, profesores y estudiantes del Rosario crean en conjunto un perfecto ambiente de media mañana para tomarse un perico o un tinto acompañado de un buen libro.

La Puerta Falsa

3 Almuerzo

Como plato fuerte, uno de los restaurantes más antiguos de la ciudad. Fundado en 1816, La Puerta Falsa recoge todas las historias de la Plaza de Bolívar. Está ubicado en la calle 11 # 6–50, donde ha sido testigo de más de dos siglos de historias dentro de las cuales resalta el Bogotazo, a cuyos estragos sobrevivió. Una casa antigua de madera que ha perdurado a través de los años recibe a los transeúntes con su particular puerta verde. Las lámparas de techo clásicas, acordes con el lugar, son como un viaje en el tiempo. Aquí el especial es el típico tamal con presa de pollo, acompañado del tradicional chocolate. La Puerta Falsa nació sin nombre. Sin embargo, fue llamada así por estar en frente de la puerta lateral de la catedral, conocida en el ámbito arquitectónico como “la puerta falsa”. Administrada por la séptima generación de la familia Sabogal, recibe visitantes de todas partes del mundo.

Pastelería Belalcázar Media tarde Algo dulce no está de más, sobre todo después de tremendo almuerzo. La opción perfecta es la Pastelería Belalcázar, fundada en 1942, y originalmente ubicada sobre la séptima. Después del Bogotazo fue reubicada en la carrera 8 # 20-25, cerca de la Plaza de Las Nieves, en donde ha permanecido hasta hoy. La Belalcázar ofrece un ambiente familiar: los manteles naranja de las mesas, los vitrales con escudos medievales, las sillas de madera y sus impecables paredes blancas nos hacen sentir en casa. Aquí es imperativo probar la torta de queso, que los visitantes acompañan con kumis, aromática o un buen tinto. En este lugar se siente la esencia de la época y se percibe en sus comensales.

5 Las Margaritas Cena

Por último, pero no menos importante, Las Margaritas. Fundado en 1902, este restaurante familiar ofrece una mirada al pasado de la localidad de Chapinero. Ubicado en la calle 62 # 7-77, Las Margaritas es el lugar perfecto para que extranjeros y locales conozcan las historias que don Julio Ríos —actual dueño del restaurante— tiene para contar. No solo se puede escuchar la historia de cómo este restaurante sobrevivió al Bogotazo gracias a la protección del barrio, sino cómo se fundó la localidad y el porqué de su nombre. En Las Margaritas, don Julio se sienta en las mesas de los visitantes y empieza a contarle historias a quien se lo pida. Él es feliz contando la historia de su familia y de su tatarabuela Margarita —fundadora del restaurante—, así como sugiriendo el conocido ajiaco acompañado de arroz, aguacate y mazorca. En este lugar son famosas las empanadas de carne, cuya receta es un secreto.

Mapa gaitanista 2

Monumento-escultura barrio La Perseverancia

Teatro Jorge Eliécer Gaitán Ubicado en la localidad de Santa Fe, en la calle 22 con 7a. Fue construido en 1938 con el nombre Teatro Colombia. En1973, la Alcaldía cambió su nombre por el que ahora lleva. Tiene capacidad para 1650 personas y está conformado por cuatro espacios: la sala principal, el teatrino, la sala de los espejos y el café.

Ubicada en la carrera 4ª con calle 32, la estatua se encontraba donde ahora está la del Sagrado Corazón y se dice que los “godos” la destruyeron. Ahora se erige en la esquina del parque.

Facultad de Derecho Universidad Libre Ubicada en la calle 8ª con carrera 5ª. Gaitán fue uno de los ideólogos y directivos de esta facultad. Así mismo, fue rector de la Universidad entre 1936 y 1939.

1 2 9 10

4 5

3 7

6 30

Café Pasaje Ubicado en la carrera 6ª con calle 14. Fundado en1936, es uno de los pocos que sobrevivieron al Bogotazo.

Grafiti de Jorge Eliécer Gaitán

Ubicado a una cuadra del Chorro de Quevedo, el grafiti retrata la expresión más común del caudillo en sus discursos.

Aquí murió Gaitán, abaleado por Juan Roa Sierra. Este sitio es el más importante en la conmemoración de la muerte del caudillo. Ese día Gaitán salía de su lugar de trabajo, el edificio Agustín Nieto, para almorzar en el Hotel Continental.

Avenida Jorge Eliecer Gaitán Es el nombre de la calle 26 y fue nombrada así pocos meses después de la muerte de Gaitán. Conecta el centro de Bogotá con el aeropuerto El Dorado. Sobre esta avenida se encuentra otro monumento al caudillo a la altura de la carrera 19B.

Carrera 7ª con avenida Jiménez

Casa Museo Ubicada en la calle 42 con carrera 15. Fue la casa en la que habitó el caudillo desde diciembre de 1933 hasta el día en que fue asesinado.

9 10

Colegio Jorge Eliécer Gaitán

Monumento barrio Jorge Eliécer Gaitán Ubicado en el barrio Jorge Eliécer Gaitán, es obra de Luis Pinto Maldonado. Inaugurada en 1948.

Ubicado en la Localidad de Barrios Unidos. Este colegio distrital fue fundado en los años 50.

Infografía: María Camila Pérez, Claudia Marcela Rojas, Juan Pablo Quiroz, Laura Castaño 31

LA RESISTENCIA DE UNA

ESPECIAL

HUMILDE CASA •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••

BOGO TAZO

Texto y fotos: Johanna Verdugo Romero johanna-verdugo@javeriana.edu.co

El lugar de nacimiento de Jorge Eliécer Gaitán es aún tema de disputa entre varios barrios de Bogotá. Algunos dicen que nació en el barrio Girardot y otros dicen que fue en el barrio Egipto. Pero en esta lucha por ser la cuna del carismático caudillo, una humilde casa en el barrio Las Cruces se lleva las de ganar.

—Buenos días, ¿usted sabe dónde queda la casa donde nació Jorge Eliécer Gaitán? —No, vecina, la verdad no sé —responde una mujer con delantal y cachucha blanca que atiende una panadería detrás de un mostrador—. ¿Eso no es por allá en Teusaquillo? Un hombre mayor con arrugas en su rostro y el cabello blanco, escucha la pregunta. El nombre de Gaitán fue suficiente para interrumpir su solitario tinto del mediodía y levantarse del asiento. “Yo sí sé dónde queda”, dice en voz alta mientras levanta su dedo índice. Con la precisión de un guía y la seguridad de ser el único en el lugar con la respuesta, da una a una las indicaciones para poder llegar hasta el lugar. En la cuadra de la avenida 1ª # 8-24 una casa resalta por su modestia. Solo tiene un piso y parece asomarse con cautela entre sus vecinas. Lo único que aún conservan casi todas

las casas de Las Cruces son las tejas de barro perfectamente alineadas, evocación de inicios del siglo XX, cuando el barrio era uno de los más importantes de la ciudad. Los colores amarillo pastel y verde oscuro componen la fachada. También la adornan unos rombos rojos sin ningún cuidado por la simetría y un letrero en el que se lee “Restaurante y Cafetería Andrey”. El perifoneo que sale de un pequeño parlante ubicado a la entrada del local es lo único que llama la atención de los transeúntes. Ni siquiera la placa de mármol puesta en la fachada en los años noventa por Horacio Serpa, líder del Partido Liberal, hace que las miradas se desvíen. “Aquí nació el 23 de enero de 1898 el caudillo Jorge Eliécer Gaitán. La Dirección Nacional Liberal, en el primer centenario del nacimiento del Dr. Jorge Eliécer Gaitán, rinde homenaje a la memoria de quien fuera verbo,

La casa donde nació el caudillo el 23 de enero de 1989

ESPECIAL

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La habitación donde nació Gaitán.

pensamiento y acción del liberalismo colombiano”, se lee grabado sobre el cuadrado gris. Dentro del pequeño local varios clientes degustan, por solo $4.500, una bandeja con arroz, tajadas de plátano, carne asada, ensalada roja y un vaso de jugo de curuba. Y aquellos que tienen mayor apetito pueden complementar el menú con un plato de la sopa del día. Dos neveras con bebidas, una pequeña vitrina llena de chocorramos y bombombunes, un orinal, un televisor que sintoniza el noticiero, dos cuadros con paisajes y un altar con la Virgen María terminan de ocupar el espacio. Alejandro Nova y Patricia Leguizamón atienden el almorzadero. Los hijos de la pareja hacen de meseros los fines de semana. Alejandro es un hombre charlatán, cálido y sonriente; la señora Patricia, en cambio, es de pocas palabras y se refugia con su delantal rojo en la cocina. —¿Cómo es vivir en la casa donde nació Jorge Eliécer Gaitán? —Me siento orgulloso, pero la verdad eso no es tan importante para nosotros —responde

Alejandro—. Mi esposa y yo trabajamos aquí todos los días. Si no fuera por la placa de afuera, nadie sabría que aquí nació Gaitán. —¿Siempre supo que en esta casa vivió la familia Gaitán? —No, yo no sabía. Nos enteramos cuando empezaron a venir varios periodistas, historiadores y hasta unos gringos que me querían comprar la casa. —¿Y qué sintió cuando se enteró? —Yo pensé: “Uy, ¿cómo así?, aquí nadie sabía eso” —dice Alejandro mientras se lleva una mano a la frente y sonríe—. Ahí mismo le dije a mi esposa: “Mija, busquemos los tesoros que hay escondidos”. Años atrás, Alejandro fue vigilante de un edificio en el barrio Cedritos, al norte de la ciudad. “Ahí vivían unos cachacos chirriadísimos, de esos que usaban bastón y sombrero, ¡ala! Ellos siempre hablaban de política y se reían de las cosas que pasaban en el país”, dice mientras estira su cuello y levanta el dedo meñique de

su mano derecha tratando de imitar a la gente de la alta alcurnia capitalina. Luego recuerda que una vez le preguntó a uno de los señores del edificio si sabía dónde quedaba la casa en la que nació Jorge Eliécer Gaitán. El hombre, sorprendido por la pregunta del vigilante, pero más por no saber la respuesta, se quedó mirando a Alejandro. El vigilante, sin titubear, le dijo que él era el afortunado dueño de la casa donde nació el caudillo liberal. Un pasillo de dos pasos de largo y tres canastas de Postobón de ancho separa al restaurante de la parte trasera de la casa. Al terminar el pasillo hay un pequeño patio cercado por una pila de ollas plateadas de diferentes tamaños, botellones plásticos de cinco litros, un armario de madera lleno de stickers de los Pitufos y con un equipo de sonido encima, un mesón improvisado en el que se adoban pedazos de carne y una estufa en la que una mujer frita la carne y los plátanos que más tarde serán el almuerzo de algún cliente.

de compra por parte del Hospital, pues hasta ahora solo son rumores. “La verdad es que no nos gustaría vender; para nosotros esta casa tiene un valor muy grande, pero en el momento que vengan a hablar con nosotros eso es ‘vende o vende’”, dice categórico. Alejandro y su esposa seguirán en la casa que recibieron como herencia hace 40 años hasta donde les sea posible. No solo es lo único que tienen para mantener económicamente a su familia, sino que le han cogido un aprecio especial por ser el primer hogar de Gaitán. Ellos se niegan a que la casa desaparezca y que en su lugar quede un simple monumento destinado a ser, como muchos monumentos en la ciudad, una conmemoración de lo que nadie recuerda.

Interior del Restaurante y Cafetería Andrey.

Al fondo está la cocina y una habitación con una puerta de madera pintada con el mismo tono verde de la parte exterior de la casa. “En esta habitación nació Gaitán —dice Alejandro—. La puerta es la misma de esa época, es lo único que no hemos cambiado”. El interior de la habitación es estrecho. Las cuatro paredes que hace más de cien años vieron nacer a Jorge Eliécer Gaitán, hoy están llenas de estantes con vasos plásticos y servilletas marca Popular. —¿Nunca han pensado vender la casa o volverla un museo? —Una vez quise que la volvieran un museo, pero no se pudo —responde mientras cruza los brazos—. Me hicieron ir hasta el IDU y luego a otros lugares, pero al final solo me pintaron pajaritos en el aire. El Hospital La Samaritana, el cual queda cruzando la avenida 1ª, podría ser el último interesado en la casa, pues la entidad ha ido comprando las casas del barrio Las Cruces con la intención de construir una gran ciudad hospitalaria en un futuro próximo. Cada vez que una casa es pintada de blanco y azul, quiere decir que ha sido comprada. Sin embargo, a Alejandro aún no le ha llegado ninguna propuesta oficial

ESPECIAL

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MEMORIA DE

ELEFANTE BLANCO Fotos y texto: María José Noriega Ramírez m_noriega@javeriana.edu.co Laura Camila Escobar lescobarp@javeriana.edu.co

¿Cómo se recuerda hoy a Gaitán? Por un lado, se argumenta que el legado del caudillo sigue vivo en la academia y en la historia del país. Por el otro, se piensa que hay un intento sistemático de eliminar su pensamiento político. En medio del dilema queda su Casa-Museo y un elefante blanco que pretendía ser un centro cultural para albergar esta memoria. El Museo Gaitán está ubicado en la calle 43 con carrera 15. Sobre una reja metálica se alcanza a leer un letrero rojo que dice “GAITÁN”. A primera vista, el terreno del museo se ve muy descuidado. El pasto de la entrada está seco y las ramas cortadas de los árboles están tiradas y arrumadas. A tan solo algunos pasos, está la entrada a la casa del caudillo. La Universidad Nacional es la responsable de la administración y el mantenimiento de la Casa-Museo desde 2005. Su trabajo ha sido aportar, con una mirada académica, a la construcción de memoria histórica en torno a la figura de Jorge Eliécer Gaitán. “En el momento en el que la Nacional empezó a hacerse cargo del museo, comenzó un proceso con el que se buscaba que los que contaran la vida de Gaitán

fueran los mismos objetos de la casa”, dice Alejando Burgos, jefe de la División de Museos de la Universidad. La Casa-Museo, que abrió sus puertas en 1948, se ha empeñado en recordar a Gaitán desde varias de sus facetas. Hoy, la estrategia de la División de Museos ha sido escribir guiones para las visitas guiadas que den cuenta de esto. “Cada cuatro meses se cambia el guion —dice Burgos—; es decir, se da un énfasis diferente a los significados de los objetos. El primer guion, obviamente, fue Jorge Eliécer Gaitán y el 9 de abril. Tratamos de ver qué objetos dentro de la casa hablaban de esa fecha. Después escribimos otro guion sobre las mujeres de Gaitán (madre, esposa e hija) y la importancia que ellas tuvieron en su formación política”. Según Burgos, esta es una estrategia para incentivar a los visitantes a que regresen. Sin embargo, esos visitantes ahora encuentran la Casa-Museo cerrada.

Gaitán rematado en Teusaquillo Lo primero que se siente es el olor a húmedo. La casa no está sucia, pero tiene tantos años que el polvo se impregna en la nariz como lo hace en las paredes. De las cuatro personas que solían vivir aquí solo quedan sus fotos. Ahora sus pasillos lucen solitarios, pues son pocos los empleados y no hay ningún visitante. Y eso se debe a que el lugar está cerrado al público desde diciembre de 2017 y se mantendrá así hasta comienzos de abril.

Aquello desató una serie de batallas jurídicas y una lluvia de críticas de un lado y del otro. Incluso, en abril de 2017 los ánimos seguían caldeados y en una sesión del Congreso para conmemorar a las víctimas del conflicto armado, Gloria Gaitán le dijo al hoy senador Álvaro Uribe, quien en su gobierno liquidó Colparticipar: “Uribe me interpuso 44 demandas. Me gasté 10 años para demostrar que eran falsas imputaciones y al final quedé totalmente exonerada”. Luego, en una entrevista para la revista Semana afirmó: “El presidente Uribe entregó ilegalmente a la Universidad Nacional el manejo de la Casa-Museo, que es un verdadero desastre”. Con la salida de Gloria Gaitán también algunos proyectos quedaron en el aire, como la construcción del Exploratorio Nacional, que fue diseñado por el afamado arquitecto Rogelio Salmona, y al que se le asignó un presupuesto de 9.000 millones de pesos. Por eso ahora, a unos metros de la casa, se ve la estructura inacabada del que sería un centro cultural que honraría la memoria del caudillo.

La CasaMuseo se inauguró en

1948 y desde 2005 la administra la Universidad Nacional

El Exploratorio Nacional que se quedó en el aire.

Esta intermitencia en las labores de la CasaMuseo abre boquetes en la preservación de la memoria de Gaitán, más si se tienen en cuenta los problemas que desde hace varios años se vienen presentando. Esta revista, en la edición 48 (marzo de 2015), publicó un artículo titulado La segunda muerte de Gaitán en Teusaquillo, en el que contaba que la Casa-Museo, como construcción de memoria de la figura de Gaitán, tenía bastantes problemas. Algunos de ellos se pueden derivar de cuando Gloria Gaitán, hija del caudillo, perdió en 2002 la administración del museo, que ejercía como directora del Instituto Colombiano de la Participación Jorge Eliécer Gaitán (Colparticipar), por acusaciones de malos manejos administrativos.

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La CasaMuseo tiene

218

metros cuadrados

—Les presento a uno de los muchos elefantes blancos que hay en este país —dice Juan Hernández, el celador, con un carismático acento costeño. —¿A qué se refiere con elefante blanco? ¿A la casa? —No, al edificio sin terminar. Así se les dicen: elefantes blancos —responde entre risas.

La pesadilla por una gotera Además del proyecto inconcluso, de los rifirrafes y las confrontaciones, la conservación misma de la Casa-Museo no es tarea fácil. Alejandro Burgos reconoce que aunque la Universidad Nacional nunca ha dejado de proveer el dinero para el sostenimiento, “los recursos para la cultura nunca son suficientes”. Sin embargo, es importante anotar que los 218 metros cuadrados de la casa no muestran un deterioro significativo. Pues si bien es lógico que una construcción con siete décadas

encima tenga soplos en las paredes y que la madera se haya decolorado, la conservación de la casa se nota a pesar de las dificultades. Según Burgos, la Universidad paga por la disposición museográfica, los guías de la casa, las investigaciones de los guiones, la vigilancia y la restauradora que recupera los objetos; pero al ser la Casa-Museo patrimonio nacional, el Distrito se hace cargo del mantenimiento de la casa en sí, lo que implica algunos retos, porque “se cae en un círculo vicioso —cuenta Burgos—. Cada vez que hay una gotera, por ejemplo, toca iniciar un proceso burocrático y administrativo infinito”. Pero si bien la casa está conservada, sus alrededores no tanto. El pasto está tan crecido que los pies se esconden en él, y el abandono del edificio aledaño —el Exploratorio Nacional— le da una apariencia desolada al lugar, que es real con la ausencia de público, pues hasta hace unos meses para visitarla entre semana se debía enviar una inscripción vía correo electrónico y los fines de semana estaba abierta solo de 10:00 de la mañana a 1:00 de la tarde. El pasado diciembre las lluvias dañaron la cubierta de la edificación.

La que confundía a Gaitán con Galán “No van a tener guías, pero las va a recibir Francy, la celadora de la casa. Ella, lo poquito que sabe, lo ha aprendido de lo que ha escuchado en el trabajo”, nos dijo Alejandro al terminar la entrevista. La tumba de Gaitán en el jardín de la casa.

Francy Martínez lleva siete años en la CasaMuseo y cuenta entre risas que antes de trabajar ahí confundía a Gaitán con Galán; también dice que lo que sabe del caudillo lo escuchó de los guías y “me lo aprendí de memoria porque me tocó. Porque es mi trabajo”. Caminamos hasta la sombra de un árbol donde se encuentra la tumba del caudillo. Un gato negro se pasea por el jardín. Tras dar unos pasos, y mientras más nos acercamos, termina por recostarse cerca de la lápida circular. Gaitán se encuentra enterrado de pie, junto a su madre y a su esposa, como intentando invocar la eternidad. La lápida, que lleva inscrito su nombre y su año de nacimiento, no tiene la fecha de su muerte, sino el símbolo del infinito.

En medio de ella y acariciados por el sol del mediodía, brotan los tallos de unas rosas marchitas. En el fondo, diagonal a la tumba, se encuentra una única rosa. El Día Nacional de las Víctimas, el 9 de abril, habrá seguramente una ceremonia frente a esta discreta tumba y se renovarán las flores y los votos de fe, no de los otros. Francy cuenta que de todo lo que ha escuchado hay algo que le quedó sonando en la cabeza por encima del resto: “Antes a nosotros nos decían guachimanes y nos ponían una ruana encima. Él —Gaitán— fue el que más valoró nuestro oficio, nos puso uniforme y nos empezó a llamar guardias de seguridad”. Quizá parezca poco, pero para Francy el mensaje de Gaitán tiene que ver con la dignidad de ejercer su oficio. Quizá esa también sea una de maneras más honestas y legítimas de recordar su memoria. Ahora aquel gato que se paseaba, duerme plácidamente sobre el sepulcro del hombre que alguna vez afirmó ser más pueblo que hombre.

Arriba, el estudio del caudillo; abajo, las muñecas de la pequeña Gloria.

Sin pena ni Gloria Mediante un decreto expedido en agosto de 2002 por el Ministerio de Educación se aceptó la renuncia de Gloria Gaitán de la administración de Colparticipar. Gloria Gaitán demandó este decreto argumentando que su renuncia había sido provocada por amenazas. Para retractarse de lo anterior, el gobierno expidió otro decreto con el que se le pretendía devolver a la hija del caudillo la administración del centro. Sin embargo, ella no quiso retomar el cargo. En el 2005, el Ministerio de Educación le adjudicó la administración de la Casa Museo a la Universidad Nacional, lo que molestó a Gloria Gaitán, quien escribió una carta dirigida al Presidente Juan Manuel Santos, el 16 de agosto de 2016, afirmando que “la Universidad Nacional está dejando que se caiga lo ya construido de este monumento (Centro Colparticipar), que va en un 85 % de su primera etapa con dineros de los contribuyentes”. Y añadió que “el gobierno, de forma ilegal, le entregó a la Universidad Nacional un bien que no era suyo, ni nunca lo ha sido: la Casa-Museo Jorge Eliécer Gaitán, donde el Estado y la Universidad Nacional han protagonizado toda clase de infamias contra el líder popular y su familia”. La sede de la Universidad Nacional en Bogotá tiene bajo su responsabilidad la administración de 14 museos y colecciones. La Casa Museo Gaitán forma parte de este grupo. Si bien la Nacional no maneja un presupuesto fijo para la manutención de los museos, debido a que diferentes facultades de la universidad tienen el control sobre los museos y colecciones, Burgos afirma que el gasto de la división de museos es, más o menos, de $25.000.000 anuales. El dinero destinado al museo del caudillo viene de la Vicerrectoría de la Sede, la cual también tiene a su cargo el Museo de Arte y el Claustro San Agustín.

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UNA LECTURA CONSPIRATIVA DE LA HISTORIA Fotos y texto: Luz Karime Grajales l_grajales@javeriana.edu.co

En la novela La forma de las ruinas (2015), el escritor bogotano Juan Gabriel Vásquez explora los crímenes contra Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán. En esta obra, Vásquez conjuga la ficción con la historia en un relato apasionante que es memoria y es invención.

El primer cuento que escribió en su juventud se trataba de Jorge Eliécer Gaitán. Así, la obsesión por la historia del 9 de abril ha estado presente a lo largo de su vida. Sin embargo, pasaron muchos años para que Juan Gabriel Vásquez se decidiera a escribir sobre la Colombia de aquel tiempo.

Directo Bogotá conversó con él, uno de los escritores más reconocidos del país y autor multipremiado de siete novelas, entre las que se cuenta La forma de las ruinas, en la que aborda los crímenes contra Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán y con la cual ha ganado varios reconocimientos —el último de ellos,

el galardón Casino da Póvoa como la mejor novela publicada en Portugal en 2017—. Directo Bogotá [DB]: En La forma de las ruinas, su última novela, usted aborda los magnicidios de Uribe Uribe y Gaitán, por medio de un personaje llamado Carlos Carballo. ¿Cómo es esa construcción de la historia real por medio de la ficción? Juan Gabriel Vásquez [JGV]: Lo más importante es señalar que la ficción entra a la historia por otra puerta. La novela que intente contarnos lo que ya nos cuenta la historia, lo que ya nos cuenta el periodismo, para mí es una pérdida de tiempo, como lector y como novelista. La ficción tiene que hacer un poco lo que decía Kundera en un libro muy lindo que se llama El arte de la novela: la única razón de ser de la novela es decir lo que solo la novela puede decir. Esto, cuando entramos en el tema del conjunto de hechos que llamamos historia, significa que la novela tiene que decir algo que no encontramos en la historiografía o en el periodismo, que no se nos haya contado ya desde la escritura táctica. Para eso hay muchas maneras, pero, por supuesto, lo esencial es que el lenguaje de la novela te lleve a otra parte, que entregue una verdad o una revelación o una intuición sobre el ser humano que se no encuentre en los otros libros que hemos inventado para contar el pasado. En La forma de las ruinas he tratado de hacer eso imaginando un personaje, contando el 9 de abril a través de las emociones, la moralidad, los secretos de un personaje que forma parte de esos miles de elementos que tiene la historia, pero que no aparecen en ella, porque la historia no se ocupa de ellos. La novela cuenta el lado invisible de la historia. DB: En la novela hay muchos personajes que resultan llamativos, ¿por qué escoger a Carballo?, ¿por qué esos personajes y no otros? JGV: Lo que me ha pasado con esta novela es que a partir de su publicación empezaron a llegarme otra cantidad de historias que no había contado y empecé a pensar en las que ya estaban presentes sin, necesariamente, desarrollarlas. Lo que nos muestra es que el 9 de abril, como siempre nos pasa con los momentos definitivos de nuestra historia,

está muy lejos de cerrarse. El 9 de abril es un hoyo negro que si uno se descuida, le roba la energía, la concentración y la atención, porque es un sitio con más sombras que luces y cuyos materiales están muy lejos de agotarse. Carballo tiene que ver con lo que yo estoy descubriendo, que era el gran tema de la novela, y es una cierta relación que tenemos las sociedades y los individuos con la teoría de la conspiración como una manera de explicar el mundo. Esta surge cuando en nuestra historia hay un momento de violencia cuya explicación necesitamos y no se nos ha dado, cuando un pueblo sigue adelante con la idea de que la historia no le ha dicho la verdad sobre algo que es importante. Primero están las teorías de conspiración, que son mecanismos de defensa un poco desesperados para tratar de llenar los vacíos de las mentiras que nos han dicho, pero luego responde la novela. La novela es una especie de teoría de la conspiración más digna, más bella, más organizada y, sobre todo, una teoría de la conspiración en la que el creador no se la cree, pero la novela es el mecanismo para explorar. DB: ¿Cómo fue el proceso de escritura? JGV: Eso es muy importante porque apunta a una cosa crucial en la escritura de mis novelas y es que los narradores descubran la historia en la medida en que la cuentan por una especie de filosofía que me hace preferir los narradores que no conocen la historia que están contando. Es decir, prefiero los narradores que van descubriendo la historia, que la van contando, sobre los narradores que ya lo saben todo y simplemente nos lo explican. DB: ¿Hay una forma correcta de contar esas historias desde la literatura? JGV: La novela no es muy buena para emitir reglas de ningún tipo, es un espacio de libertad muy curioso, porque además se permite pensar todo de todas las maneras posibles y eso es lo bonito. Si tú haces el inventario de novelas sobre el asesinato de Kennedy, ahí hay de todo, hasta el crimen contado desde el punto de vista del asesino, Lee Harvey Oswald, en Libra (una novela de Don DeLillo) y es lo que pasa con el 9 de abril de Miguel Torres en El crimen del siglo. Entonces no, no hay una forma correcta o una sola forma de hacerlo.

La mejor novela publicada en Portugal en 2017. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

DB: En la novela también se menciona a García Márquez...

La 7a

novela de Vásquez

sobre eso. En las memorias de García Márquez aparece mi tío a quien él llama “godo de tuerca y tornillo”, y yo creo que se quedó corto frente a esa descripción.

JGV: En Vivir para contarla se menciona el 9 de abril en un par de oportunidades, pero yo ya tenía una relación personal con esta historia desde mucho antes, porque un tío mío que aparece en las memorias de García Márquez era el gobernador de Boyacá en esa fecha y fue el que mandó al ejército de Boyacá a controlar la situación. Cuenta la mitología conservadora que él salvó la patria cuando la policía bogotana se sublevó —porque eran todos gaitanistas (secretos, o más o menos)—, pues el presidente Mariano Ospina quedó completamente desprotegido y lo iban a linchar.

Todo eso hizo que para mí el 9 de abril no fuera una historia pasada ni algo que uno encuentra en los libros, sino que fuera una vivencia personal y familiar. De ahí sale un sentido de La forma de las ruinas, también de esa necesidad de explorar una mitología personal que me ha acompañado toda la vida y por eso, entre otras muchas razones, el narrador soy yo, por eso no me inventé un narrador ficticio, porque quería sentir el vínculo directo en las páginas, un vínculo con la historia de Colombia.

El gobernador era tío de mi papá y era muy cercano a mi familia, por lo tanto yo crecí con esas historias. Oyendo hablar del 9 de abril, oía hablar de Gaitán —a quien mi abuela despreciaba—, de la Conferencia Panamericana. Esto es parte de las historias que uno carga y yo siempre supe que iba a escribir un libro

Eso es también otro de los grandes temas de la novela y otra de mis grandes obsesiones como novelista: la historia como algo vivo, algo que nos acompaña. No una cosa fría y muerta que está detrás, sino algo que vive con nosotros. Para mí los fantasmas del pasado viven con nosotros.

JGV: La novela se va construyendo a través de hallazgos que ocurren generalmente en un tiempo muy largo, demasiado largo para lo que debería ser un libro. A partir de eso, los hallazgos se van comunicando y ahí se va dando la novela. Por ejemplo, en La forma de las ruinas el tipo que me invita a su casa me muestra la vértebra de Gaitán y la parte superior del cráneo de Uribe Uribe; eso pasó en el 2005. Yo ahí supe que tenía una novela, pero ahí no me pongo a investigar todo lo que puedo, sino que voy imaginando y luego me encuentro, muchos años después, con un libro que se publicó en 1918 que contaba la investigación sobre Uribe Uribe, porque creían que estaba haciendo mal, que los verdaderos culpables eran otros. Todos esos hechos van sugiriéndome algo, un tema que no puedo explicar de otra manera que no sea escribiendo el libro. DB: En una parte de la novela le dice a Carballo: “¿Por qué se cree lo que dice un novelista?”. Y se está refiriendo a García Márquez y su tío. ¿Qué tanto puede la novela dibujar la realidad con fidelidad? JGV: La idea de que la novela debe decir lo que solo la novela puede decir se basa en una cierta ética del lector: el lector que lee novelas para informarse creo que se está equivocando. Nabokov decía que “leer Don Quijote para saber cómo era la España del siglo XVII es como usar a Papá Noel para saber cómo es el Polo Norte”. Igual que mi novela, por más apegada a la realidad que parezca, quiere decir otras cosas, utilizar esos elementos reales junto a personajes como Carballo, que es un personaje ficticio, para llevarnos a otro lugar, a una comprensión del 9 de abril, del asesinato de Uribe Uribe, de nuestra relación con las conspiraciones, con la historia colombiana. Todos esos temas se tratan de una manera que no es la manera de la información. Es decir, uno no debería leer una novela para informarse, sino para llegar a otro tipo de conocimiento —moral, emocional— que responde a preguntas que solo se pueden hacer a través de la escritura de la imaginación. DB: ¿Tendría la literatura la obligación o el deber de hacer memoria?

JGV: La literatura se ha convertido y puede convertirse en el lugar donde nos acordamos de lo que a la historia oficial se le olvida. Por ejemplo, la masacre de las bananeras, que ahora nuestra ilustre congresista Cabal quiere decir que no sucedió nunca, que es un invento de los comunistas, lo que me parece una estupidez de un tamaño brutal. Una de las maneras que tenemos de resistirnos a ese olvido intencional de un momento histórico es a través de la novela, no es creyendo los 3.000 muertos que dice García Marquéz en Cien años de Soledad, pero ahí está la exploración de un hecho histórico. También en La casa grande, de Álvaro Cepeda Samudio, la masacre de las bananeras está ahí desde un punto de vista completamente realista que no es el realismo mágico de García Márquez. DB: ¿Ha hecho memoria por convicción, como un método, o es algo que se ha ido dando en el camino? JGV: Mi voluntad de usar una novela para hacer memoria, para recordar las cosas, es más compleja. Tiene también mucho que ver con la ansiedad profunda que me causa el hecho de que las historias se pierdan, que alguien se muera y todas las historias que tiene esa persona en la cabeza se mueran con ella. Eso me causa una angustia existencial. Son razones que tienen más que ver con una manera de estar en el mundo, con un temperamento, con esa relación con los muertos, con la ansiedad que me produce que las historias se mueran con la gente. O que hay historias —como dice Carballo al final de la novela— tan pequeñitas, tan íntimas que viven en un rincón de nosotros, que se perderían si de ello no se ocupara la novela. DB: ¿Cree que el 9 de abril fue realmente el momento más violento de la historia reciente de Colombia? JGV: Hay una manera de hablar de esto y es la violencia indirecta. Si uno toma eso en cuenta, es muy probable que los últimos 30 años hayan sido los más violentos de la historia colombiana, no solo por la conjunción de las violencias paramilitares y guerrilleras, de los crímenes de Estado y la violencia narcoterrorista, sino por el trauma que todo eso causó en generaciones y generaciones de colombianos que

En 1918 se publicó un libro sobre el asesinato de Uribe Uribe •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• 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ESPECIAL

DB: ¿Cómo fue el proceso de investigación para llegar a La forma de las ruinas?

BOGO TAZO

ESPECIAL

BOGO TAZO

no eran combatientes. He hablado con gente a la que le pido que me cuente su historia y siempre aparece el fenómeno de una niñez incompleta, porque son niños que crecieron con el sonido de las bombas en las tomas guerrilleras, niños que no durmieron bien y, como no durmieron bien nunca, el déficit de atención era brutal y así el fracaso escolar era brutal, y el fracaso escolar lleva al fracaso profesional. Entonces son vidas jodidas que comienzan con una situación de violencia que no los toca directamente. Esto lo hablaba con Humberto de la Calle hace poco y es que hay generaciones y generaciones de gente traumatizada, hay colombianos con síndrome de estrés postraumático como cualquier veterano de la guerra de Irak. Es gente a la que le tocó convivir con la guerra de una manera que le dejó secuelas profundas y una vida sumida en el trauma. DB: Partimos del hecho de que tenemos un hueco en la historia y usted dice que la historia de Gaitán es mentirosa, entonces ¿cuántas historias más en el país pueden ser mentirosas, cuántas sombras puede tener la historia? JGV: Eso es importante porque en los últimos cinco años se han montado fundaciones y grupos como el Centro Nacional de Memoria Histórica y la Comisión de la Verdad, para contar historia. La única misión que tienen es

recuperar la memoria de los últimos 50 años y contarla. Ese es un gran tema, porque no hay una sola historia. Los últimos 50 años contados por una víctima de la guerrilla, es una historia; contados por una víctima de paramilitarismo o los crímenes de Estado, son historias completamente distintas. En eso es muy importante la literatura. Es uno de esos espacios donde permitimos la existencia de versiones de la historia que no tienen normalmente un lugar donde existir. Nadie te va a contar la versión del 9 de abril que cuenta El crimen del siglo, de Miguel Torres, porque el asesino fue linchado inmediatamente. Entonces conocer el 9 de abril desde el punto de vista del asesino es un imposible histórico ahora, pero no es un imposible literario. A través de la novela podemos conocer un pedazo del 9 de abril que no podemos conocer a través de ningún otro mecanismo. La literatura colombiana va a empezar a contar las historias de la guerra, las historias de estos últimos 50 años desde el punto de vista que no se ha podido recoger. Y con todas esas historias vamos a montar una gran visión de lo que ha sido la guerra fundamental para pasar la página, para seguir adelante. Carlos Fuentes decía: “No hay futuro vivo con un pasado muerto”. Lo que tenemos que hacer es recordar y conocer lo que tenemos a nuestras espaldas.

EL 9 DE ABRIL SEGÚN

“FUENTES DE ALTA FIDELIDAD” Felipe Morales Sierra moralesfelipe@javeriana.edu.co

En 1973, cuando se cumplieron 25 años de la muerte de Gaitán, Arturo Abella publicó una gran crónica titulada Así fue el 9 de abril. El documento de 92 páginas, con fotos de Manuel H., reconstruye con vivos y poco conocidos detalles la historia del Bogotazo. Una curiosidad bibliográfica sobre ese nefasto día. Consciente de que “El 9 de abril puede dar para uno o veinte libros”, Arturo Abella presenta una síntesis de lo que ocurrió aquel día “narrada, en su mayor parte por testigos presenciales y, en parte, vivida por el autor de la crónica”. El periodista e historiador era, para 1948, jefe de redacción de El Siglo, propiedad de Laureano Gómez. Aquel viernes, intentando entrar al periódico, se encontró con que al edificio le estaban vaciando tarros de gasolina. Más adelante, en la radio, que tuvo un papel protagónico en estos sucesos, se vanagloriaban de cómo ardía el diario: “Ese cuartel del asesinato y de la calumnia ya no es más que un puñado de cenizas”. Por otro lado, los testigos presenciales que Abella consultó eran “fuentes de alta fidelidad” —expresión que acuñó en sus espacios periodísticos—, entre las cuales están los expresidentes Laureano Gómez y Roberto Urdaneta; los exministros Luis Ignacio Andrade y Eduardo Zuleta Ángel; Jorge Padilla y Pedro Eliseo Cruz, amigos de Gaitán presentes en el asesinato; el coronel Silvio Carvajal, teniente del Batallón Guardia Presidencial, y Amparo Jaramillo de Gaitán, esposa del caudillo. Sin embargo, como “la memoria del testigo es frágil por razón de las circunstancias”, a pesar de la abundancia de información sobre la muerte de Gaitán, Abella admite que en 25 años los recuerdos se han borrado de manera parcial, si no total. Para explicar esto, pone como ejemplo el asesinato mismo de Gaitán, que narra magistralmente: “Cuatro personas

ESPECIAL

BOGO TAZO

presenciaron el instante en que Roa Sierra disparó sobre Gaitán. Los cuatro testimonios difieren en torno del vestido y cara del asesino. Jorge Padilla dice que cuando Roa disparó, Gaitán ya había salido del edificio hacia el norte. Plinio Mendoza dice que Gaitán trató de retroceder hacia el interior del edificio. El desconcierto de esos segundos no permite precisar el detalle, a pesar de que los dos testimonios son muy respetables”. Más que escenas aisladas, Abella es capaz de construir una película completa, en la que cada

imagen que se muestra y cada ángulo desde el que se mira tiene una intención narrativa que se va entendiendo en la medida en que se avanza en la lectura. Se puede pensar que es una nimiedad mencionar que el coronel Carlos León, a cargo del Batallón Guardia Presidencial, vive en Fontibón y no tiene teléfono en su casa. Sin embargo, cuando estalla el Bogotazo, a la hora del almuerzo, nadie en Palacio tiene cómo comunicarse con León para conocer sus órdenes de proteger o no al presidente. Los aforismos también se le dan bien a Abella, quien los utiliza, por lo demás, en justa medida, y aquí, más que ser sentencias filosóficas, le ayudan a construir escenas. “El trago salvó a Bogotá de la quema total” es una descripción completa de cómo la sed de venganza fue rápidamente satisfecha por el licor. Es decir, se frenaron los saqueos y la destrucción causada por la turba cuando se encontraron las primeras botellas de destilados: “Beben como locos y la avidez de licor es más fuerte que el afán de acumular mercancía”, recuerda el periodista. Como advierte, su vivencia del hecho la utiliza como reportería que va confrontando con documentos y testimonios. Un ejemplo de esto es cómo había, según cuenta Abella, una conciencia de que algo le iba a pasar al jefe único liberal. El 7 de marzo de 1947, con la Marcha del Silencio, Gaitán lanzó la ofensiva final contra Ospina Pérez: “Todos los días había un nuevo rumor. Algo va a pasar, le decían constantemente al autor de este reportaje”, escribe Abella. Desde conseguir que Carlos Ayala, primo de Gaitán, desmienta que el caudillo nació en el barrio Egipto, hasta perfilar a Juan Roa Sierra a partir de los testimonios de su amante, su madre y el maestro que le leía la mano, la documentación de Abella no deja lugar a la duda. Sin embargo, son los detalles, fruto de una reportería juiciosa y responsable, los que sorprenden al lector en cada párrafo. Abella sabe qué preguntar para que las fuentes le den justo lo que quiere. Hasta antes de que este reportaje lo hiciera público, era un secreto a voces cómo liberales —liderados por Luis Cano y Alfonso Araújo— se encontraron con Ospina Pérez para llegar a un acuerdo en medio de la crisis. Para

los primeros, fue iniciativa del presidente; para Ospina, ellos le pidieron audiencia. Abella cuenta que fue Camilo de Brigard, burócrata, diplomático y secretario general de la Conferencia Panamericana, quien tuvo esa iniciativa, aunque no pertenecía a ningún bando y, eventualmente, nadie se acordó de que se estaba celebrando la Conferencia. Así lo confirma este diálogo: —¿Quién llamó a los liberales a Palacio? —Yo… —¿Por su cuenta y riesgo? —Por mi cuenta y riesgo y sin consulta con el presidente Ospina Pérez… —¿Por qué? —Porque desde que supe que habían asesinado a Gaitán me di cuenta de que la única manera de sortear la crisis era la de facilitar un entendimiento con el liberalismo. A las 3 o 4 de la tarde, pude localizar a Alfonso Araújo a quien le dije: ¿Por qué no se vienen a Palacio a ver qué se hace, cómo se llega a un entendimiento? Araújo me preguntó si yo estaba autorizado por el presidente Ospina. Le di mi respuesta evasiva… Mientras se llevaba a cabo esta reunión, en la que no se llegó a mayores acuerdos, aparte de darle el Ministerio de Gobierno a Darío Echandía, en la Radiodifusora Nacional se leía un comunicado de prensa de Presidencia en el que se anunciaba que los líderes liberales estaban en Palacio mostrando su apoyo al gobierno. El presidente no sabía del comunicado. Abella averiguó quién lo redactó: la secretaria privada de Ospina, Cecilia Piñeros de Ricardo. Por último, en la nota de autor, Abella deja dos cabos sueltos que responden al contexto desde el que escribe: por un lado, lo ocurrido aquel 9 de abril en las regiones, lo cual, según él, “hace parte de otros capítulos de historia” de los que no se ocupa y, por el otro, “la posible intervención del comunismo” en el asesinato del caudillo. Esta última es una de las hipótesis sobre el magnicidio, sostenida por los conservadores, con los que se identificaba el historiador y periodista que hizo esta publicación bajo su sello editorial Aquí Bogotá, como se llamó su columna de El Colombiano y su programa de televisión.

ESPECIAL

BOGO TAZO

LA BOGOTÁ QUE NO FUE Felipe Morales Sierra moralesfelipe@javeriana.edu.co

El 10 de abril de 1948, mientras en el centro de Bogotá se apagaban las llamas de los saqueos y se calmaban los ánimos de la gente, en los talleres de la Litografía Colombia se secaba la tinta de los últimos ejemplares de Bogotá 1948. Este álbum de la ciudad, editado por el semanario Sábado, pretendía presentar la ciudad a los invitados de la IX Conferencia Panamericana, con los aciertos y desaciertos de su urbanización acelerada.

Bajo la dirección de Álvaro Forero, Bogotá 1948 cuenta al mundo en 130 fotografías y 2 textos —uno sobre el nacimiento de la ciudad y otro sobre su situación en aquella época— cómo era la capital. Algunas vías retratadas han cambiado de nombre, y de varios edificios ya no quedan ni los escombros, pero problemas de la ciudad como la densidad poblacional o la insuficiencia del transporte masivo siguen más que vigentes. Guillermo Hernández de Alba —“cronista de la ciudad”, como firma— es el encargado de abrir el álbum con un texto que titula “Santa Fe de Bogotá”. Comienza por advertirle al forastero: “No es precisamente fausto material lo que debe buscar en la capital colombiana” para proceder a explicarle cómo se erigió “en las faldas de la serranía” y “a una altura de 2.620 metros sobre el nivel del mar, en una región que en Europa estaría coronada de nieves perpetuas” la que sería el centro del Nuevo Reino de Granada. Según Hernández, “la abundancia de aguas, la vecindad de tupidos bosques, la riqueza de canteras, la amable tipografía del terreno”, tanto como “la inmediación de los pueblos indígenas de Tybsaquillo, Tuna y Chirbatibá” convencieron a Gonzalo Jiménez de Quesada de llamar a este conjunto de accidentes geográficos y bohíos de bareque Santa Fe. La fundación se oficializó en 1538 con una misa “en el sitio donde hoy se eleva la catedral metropolitana”. Termina Hernández con una exaltación a la empresa libertadora, y asegura que fue en la Independencia cuando se abandonó lo que representa el nombre de Santa Fe: “Llámase desde

entonces simplemente Bogotá, por voluntad de los libertadores y como perpetuo homenaje a la raza de los muiscas”. Al pasar a las fotografías, el lector se encuentra con un cambio en el papel, de uno de algodón a un grueso cuché que permite el detalle en cada imagen. Ninguna de las fotos está firmada y solo al final del libro se descubre que fueron tomadas por Miguel A. Rodríguez, Daniel Rodríguez, Leo Matiz, Guillermo Wolf y Sady González. Lo que sí se encuentra son pies de foto en cada página: nombres, ubicaciones y otros datos que cumplen su papel de referenciar la imagen. Veamos las partes en que se divide el libro:

Monumentos coloniales Al comienzo de este capítulo se encuentra una foto de perspectiva en la que resaltan las cúpulas de la Catedral y el Sagrario. Así sigue el álbum entre púlpitos, portones, zócalos y retablos de las iglesias de San Francisco, San Agustín, Santa Clara y La Tercera. Después de algunas páginas de sincretismo “indoeuropeo”, se retratan propiedades como la Recoleta de San Diego —de la que se destaca el jardín—, el Museo de Arte Colonial, la mansión del Marqués de San Jorge y el Colegio Mayor del Rosario.

Vistas panorámicas y sectores modernos de la ciudad Una panorámica de la avenida Colón —hoy conocida, simplemente, como calle 13—, que nace en la plaza de Nariño —hoy plaza de San Victorino— y que es atravesada unas cuadras más abajo por la “Avenida de Caracas, otra vía arteria muy importante”, da inicio a una serie de fotografías aéreas impresionantes para la infraestructura de la época. El álbum anuncia el crecimiento de la ciudad con una foto que permite ver al fondo la sabana de Bogotá, un área que “muestra las extraordinarias posibilidades de desarrollo que la ciudad tiene”. También previene, con una toma de la plaza de toros Santamaría, que “este sector tendrá pronto extraordinario desarrollo”.

Edificios públicos y construcciones comerciales modernas El estandarte de la arquitectura bogotana era para entonces el Capitolio Nacional. Llamado,

según cita Guillermo Hernández páginas antes, “el mejor trazo de arquitectura de América”. Abre esta sección con un plano general de la plaza de Bolívar que permite apreciar el edificio casi en su totalidad. Según reza el pie de página, fue adecuado por esas fechas para ser sede de la IX Conferencia Panamericana bajo dirección del ingeniero arquitecto Manuel de Vengoechea —entonces alcalde de Bogotá—. Otras fotografías exponen todo lo que alberga el interior del Capitolio: “Siete grandes salones magníficamente decorados, cerca de cien oficinas, bibliotecas, restaurantes, modernas instalaciones para sonido y radiocomunicaciones”, así como los salones donde tendrían lugar algunas de las comisiones de la Conferencia. El edificio Pedro A. López, sede del Banco de la República, también se expone orgulloso. Dice el pie de página que esta obra de 1920 tiene, además de un gran hall de bienvenida y suntuosos salones de reuniones, “el maravilloso Museo del Oro, la más preciosa colección de orfebrería indígena del continente”. También se habla del Palacio de Comunicaciones, donde se aspira a que “no falte ninguno de los progresos de la técnica”; de la Biblioteca Nacional, que cuenta con un índice que “alcanza a unos doscientos cincuenta mil volúmenes”, y de la Radiodifusora Nacional, de la que todos los colombianos, dice el álbum, son “devotos oyentes”.

Bogotá 1948 “La capital de Colombia es por muchos motivos el mayor centro de atracción que tiene el país”, asegura Víctor Aragón al cerrar el álbum. Su crónica pretende situar al lector en la Bogotá de 1948 y, en lugar de exaltar la capital, su tono es de preocupación por el crecimiento vertiginoso de la ciudad.

Más adelante se dedican seis páginas a la Ciudad Universitaria de Bogotá —sede de la Universidad Nacional— que alcanzaba hacia esos años los 2.000 estudiantes. Sin embargo, se aclara que “los terrenos universitarios están calculados para dar cabida a más de cinco mil estudiantes”. Hoy, vale señalar, estos terrenos son los mismos y reciben a más de 25.000.

Parques y avenidas La avenida de las Américas, la avenida Caracas y el Parque Nacional son aquí protagonistas. La primera, recién construida para facilitar el tránsito al aeródromo de Techo —protoaeropuerto de Bogotá—. Además del Monumento a las Banderas, estas páginas se llenan con todos los ángulos posibles de la diosa del agua y tomas aéreas del “parque de cerca de diez kilómetros”. La avenida Caracas, que atravesaba la Bogotá de la época de sur a norte, iba desde el parque de Los Mártires en la calle 11 hasta la calle 68. Con tres carriles por calzada y sin buses de Transmilenio que la agobien, la avenida “más importante de la ciudad” se muestra irreconocible al no tener carros. Por otro lado, se asegura que “de los 150 parques de la capital de la República” el Parque Nacional, “es el más grande y quizá el más bello de todos”. Hoy Bogotá tiene más de 5.000 parques y el Nacional, con 40 hectáreas, fue desplazado por las 110 hectáreas del Simón Bolívar o las 180 de La Florida.

Explica que en 1910 “Bogotá casi no era más grande que a mediados del siglo XIX”. Fue unos años después cuando se “introdujo una reforma notable: el montaje de una línea de ‘tranvía de sangre’, que así se llamaba porque los carros eran movidos por parejas de mulas”. Cuenta Aragón que después vino la electricidad, las luminarias de las calles y “empezaron a conocerse los primeros pavimentos de asfalto”, gracias al ferrocarril que llegaba hasta el río Magdalena.

“De entonces hacia acá, siguiendo, o mejor, indicando el empuje arrollador de engrandecimiento que se apoderó de todo el país, la ciudad dio en hipertrofiarse”, continúa Aragón. Según él, lo anterior ocurrió por el aumento de la inmigración. Sin embargo, advierte que Bogotá “carecía hasta hace poco de medios urbanísticos adecuados y ni siquiera disponía de una planificación que orientara su crecimiento”, lo que llevó a un crecimiento torpe al que se sumaba la falta de preparación de los arquitectos y maestros de obra encargados de construir “a ritmo de urgencia las edificaciones necesarias”. Aunque Aragón reconoce que hubo adelantos, dice que la construcción “de esta primera etapa de su moderno desarrollo es una construcción pobre, de limitadas aspiraciones y bastante tímida en sus pretensiones de estilo”. Para cerrar, Aragón pasa a enumerar las obras que se tenían proyectadas en la ciudad: “Como la avenida de cuarenta metros de anchura que ya empezó a romper el viejo núcleo urbano y que se llamará avenida del Libertador” —hoy, simplemente, carrera décima—; la construcción del actual Ministerio de Hacienda, entonces pensado para albergar varias carteras; el inicio del trazado del Paseo de los Libertadores —o autopista Norte—, “continuación de la avenida Caracas hacia el norte, hasta la vecina población de Usaquén” y la construcción del Palacio de la Alcaldía. “Por lo demás —concluye Aragón— el Bogotá actual es una ciudad que se reconstruye apresuradamente, casi angustiosamente”.

DIVINO ROSTRO

EL ÁNGEL

DEL ACORDEÓN VUELVE Y TOCA María Ximena Montaño Rozo montano.maria@javeriana.edu.co

El acordeón, ese que hace gozar, llorar y musitar, es el que inspira a Camilo Andrés Molina Luna, rey vallenato a los 19 años. En la gélida noche bogotana, piernas largas entaconadas entran y cruzan las puertas que los llevan a un festival fogoso. Hombres con camisa bien puesta van ingresando, mientras que en la calle se alcanza a escuchar la alegría de un pueblo sabanero encerrado en un lugar. A eso de las 12:30 de la noche, Camilo Andrés Molina entra con un grupo de personas a La Caci-k, con un maletín negro a la espalda. El joven, bien peinado, vestido de manera informal con jeans y camisa blanca, camina tranquilo. Se sienta en una de las mesas y observa a un grupo vallenato que levanta a las parejas de las mesas. Cuando es su turno, se afinca en el escenario, abre el maletín y de ahí sale el instrumento que una vez más se hará uno solo con su cuerpo. Detrás de él, un grupo de músicos uniformados con camisas rosadas se ubican para acompañarlo. Esta vez no tocará ni con Silvestre, ni con Carlos Vives, como lo hizo algún día. Es momento de tocar con Cande Zuleta, de los de la dinastía Zuleta. Corazones y piñatas cuelgan del techo, y sobre los hombros de Camilo cuelga su acordeón. Sus manos y sus brazos se ponen en sintonía para que al estremecer el fuelle y los redondos botones del aparato, al oído de los que bailan lleguen sus cadencias musicales. En 1999, canciones como Pedazo de acordeón o Cero treinta y nueve tintineaban frecuentemente en la casa de Camilo por la novela sobre Alejo Durán. Así, este compositor, acordeonero y cantante vallenato despertó un gusto especial en el pequeño de cinco años. Fue ahí cuando su abuelo paterno dijo: “A este niño como que le gusta mucho eso, vamos a comprarle un acordeón”. El acordeón era de juguete, pequeño y delicado, pero la copia era semejante a uno profesional. Dos cajas de madera unidas a cada uno de los extremos del fuelle, que entre azul y blanco se abría y se cerraba lanzando al

aire algunas melodías cuando Camilo presionaba las teclas del instrumento. Todo fue a oído, desde entonces, en la casa del niño de padre monteriano y madre tolimense ya no se escuchaba a Alejo Durán, ahora se escuchaba a Camilo Andrés Molina. El instrumento se fue adhiriendo a Camilo como un apéndice de su cuerpo, que una vez colgado en sus hombros ya no se quería volver a bajar de ahí. Sin él se mostraba tímido, pero al interpretarlo, Molina Luna no era el mismo; su cuerpo se movía al ritmo de la caja, la guacharaca y del compás que marcaba con el movimiento de sus dedos, expresado en una melodía procedente del acordeón.

Rey innato y ángel por accidente Valledupar ha sido testigo de pasados y presentes. Los palos de mango y los guanábanos de la capital del departamento del Cesar vieron crecer a Rafael Escalona, cofundador del Festival de la Leyenda Vallenata; vieron coronarse a Alejandro Durán en 1968 como primer rey vallenato profesional en la historia del festival; y también fueron testigos de los pasos agigantados de Camilo Andrés Molina como artista. Era el día del Festival Vallenato, categoría infantil, 2005. Se sentía la euforia del pueblo que salía a las calles para acompañar a los acordeoneros. En las familias de los participantes se vivía la tensión de cuatro arduos días de competencia, y ahí estaba Camilo, el niño de diez años que detrás de su tranquilidad y timidez escondía un gran talento, pues era un acordeonero empírico, de sangre vallenata. Primera ronda y el niño Molina se preparó; con un paseo, que era más acordeón que letra (Las vacaciones de Emiliano), el monteriano hizo que quienes no lo conocían se interesaran en el goce que ponía en cada nota cuando tocaba el acordeón. Al son de un merengue tradicional, el acordeón seguía sonando, se escuchaba “no te preocupes negra mía que para amarnos nunca es tarde”, voz que se opacaba por el sonido profundo e intenso del acordeón con el que Camilo deleitaba a los asistentes. Para el segundo día de festival en el parque estaba Cami, como le dicen sus amigos y su familia de cariño. Sentado al lado de su madre

observaba el caminar de la gente, hasta que detuvo su mirada en una mujer que sostenía una cámara en sus manos mientras hablaba con los niños. Con la cabeza medio levantada, Camilo vio cuando la mujer emprendió camino hacia él. Así, sin preámbulos, María Camila Lizarazo comentó: “Nosotros estamos haciendo un casting para una película que se llama El ángel del acordeón y nos gustaría hacerte uno. ¿Qué dices?”. El sofoco que causó se hacía visible en el rostro del niño. La mirada de Camilo pedía entre aprobación y ayuda a su madre, pero el silencio fue corto, su madre con entusiasmo repitió: “Dale, dale”. En día de festival, Camilo no tocaba para los jurados; tocaba para encarnar el alma de Poncho Niño Daza, el protagonista de la película. Una o dos escenas de la película para el casting, y un niño triste y tímido fue saliendo de la sombra de Camilo. Era como si la película estuviera hecha a la medida del estudiante del colegio La Salle, que para ese momento solo quería ser rey. Camilo Andrés Molina Luna fue coronado rey vallenato, y dos años más tarde, en 2007, el monteriano, en el cuerpo y la voz tenue costeña de Poncho Niño, abrigó no solo una historia, sino la cobardía del primer amor; y la dicha de dar su primer beso y recordarlo eternamente. Una, dos, tres y cuatro tomas con la niña bonita Sara María. Al principio, nariz con nariz se juntaban. El corazón de Camilo, o Poncho, latía fuerte y su cuerpo estaba nervioso. Finalmente, un roce de labios suave y lento se perpetuaba en una toma. Poncho fue un joven que se convirtió en leyenda, y Camilo, el niño penoso, de sonrisa tierna y picarona, era el mismo que le decía a su padre: “A veces, papi, yo me equivocaba de maldad para poderle dar varios besitos a la protagonista”. El niño Molina ya era un ángel con corona de rey.

De Beethoven a Morales Camilo Molina se graduó en 2011 y a sus 16 años partió a terreno desconocido. Quería estudiar, y no era ingeniería, como su padre, ni derecho, como su madre. El joven que no era de familia acordeonera ni de músicos distinguidos, sino que tenía un talento empírico, quería estudiar música.

En la primera clase de composición, los alumnos de primer semestre de música reconocían que con un oído fino y borroneando signos musicales se construían armonías apacibles, de esas que deleitaban los sentidos. En el lugar, que lejos de parecerse a un escenario de parranda y folclor se asemejaba más a un noviciado, había unas cuantas sillas y un tablero. Diez jóvenes atendían atentos y recibían instrucciones. Las miradas se posaban fijas ante los movimientos y palabras del mentor. Sin mucho que discutir, se podía ver que habían vivido para escuchar y admirar la obra de grandes artistas clásicos.

“Escriban cuáles son los compositores que más les gustan”, pidió el maestro. Los estudiantes, con papel y lápiz en mano, empezaban a garabatear nombres: Beethoven, Bach o Stravinsky. Pasaron tan solo segundos, y estos nombres nuevamente se repetían en hojas diferentes, con caligrafías disparejas. Pero en medio de tanta cordura y galantería, una mano cambiaba el orden de las letras o escribía algo diferente. En el papel blanco, un joven de pelo negro, peinado cuidadoso, rostro semirredondo y cejas pobladas, iba formando el nombre K-A L-E-T-H M-O-R-AL-E-S. El sonido de este compositor vallenato y otros más, resonaban en la memoria del joven que creció a 789 km de la ciudad capitalina, en la perla del Sinú, Montería. A diferencia de sus compañeros, el monteriano no sabía qué era un contrapunto, una progresión armónica o un rondo, solo conocía de los cuatro aires del vallenato: pulla, paseo, son y merengue. Pero un año más tarde Camilo empezó a encontrar pedacitos de su tierra en la capital. El gran recibimiento del vallenato por los capitalinos, sus compañeros y sus profesores hacía pensar que está ciudad de ruidos inter-

Coronado REY DEL VALLENATO EN

2007 •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

minables sería su segundo hogar. Además, en Bogotá encontró lugares que evocaban su tierra, como el restaurante costeño Ajá y Tú Qué, cerca de la casa del monteriano, que apaciguaba su paladar cuando añoraba una buena mojarra, el mote de queso o el arroz con coco de su abuela; o los lugares de fiesta vallenata en la ciudad que recibieron a Molina Luna para interpretar su música.

Rey por segunda vez con Corona Llevaba tres años radicado en Bogotá cuando en 2014, como acostumbraba año tras año, regresó a Valledupar a tocar en la semana que, para él, era y sigue siendo la mejor del año: la del Festival Vallenato Aficionado. Camilo pisó la tarima del festival, y tocó sin seguir normas, ni definir la forma de la obra,

como lo tenía que hacer cuando de componer música clásica se trataba. En la tierra de Escalona y con sombrero vueltiao solo importaban el oído y la melodía que salía de las notas sentidas que soltaba el acordeón. Entonces sus armonías llevaron a cautivar a los jueces y nuevamente fue coronado como rey vallenato, ya no infantil, pero sí aficionado. Camilo es un músico integral y de los pocos acordeoneros capaces de mezclar dos mundos musicales y componer un merengue clásico con piano y acordeón. El joven toca la caja, la guacharaca y el acordeón; también la guitarra, el piano y el bajo eléctrico. Pero él ya no canta. Molina Luna hoy tiene 22 años y se acaba de graduar en la carrera de música con énfasis en composición comercial. El acento costeño no se lo quita nadie, pero desde que creció, su voz cambió y no le gustó. Eso sí, el joven que se la pasa de parranda en parranda y que adorna su cuello con un rosario de perlas negras con detalles dorados, no es muy rumbero, lo que a él le gusta es zambullirse en el escenario mientras toca su acordeón, que hoy ya no es ni de cartón, ni de juguete; en él se lee en letras doradas “HOHNER – CORONA III”, las dos cajas de madera roja brillan vivas con un fuelle elegante. El maestro y acordeonero, ni rumbero ni cantante, es un soñador que nunca para. Sueña con ser rey vallenato profesional, montar su estudio de grabación y volver a las raíces con esa nota raizal vallenata que lo caracteriza, pero ante todo quiere ser para las generaciones que vienen uno de los artistas más grandes que ha tenido la música vallenata en toda su historia. Mientras eso pasa, Camilo Molina continúa tocando en medio de los Zuleta y los corazones colgantes, o en los festivales, o en cualquier lugar. Levanta su cabeza mirando al cielo, enarbola su torso, cierra sus ojos, muerde su labio inferior dejando ver sus dientes alineados, sonríe, ladea su cuerpo, mueve sus manos sin detenerse y marca el ritmo con el movimiento de su pie izquierdo. Sí, nuevamente así, como lo hizo de niño, ahora lo repite de joven y seguramente lo hará de viejo.

RETROVISOR

LOS QUE REGARON LA LECHE Pedro Manuel Vergara Rubiano vergara.p@javeriana.edu.co

Aunque en Colombia la música jamaiquina —en especial el reggae y el dancehall— tiene una gran acogida, los primeros pasos de esta cultura en Bogotá son casi desconocidos. Directo Bogotá habló con Nathalie Gambert y Sally Station, integrantes de Reggae la Leche, una de las primeras bandas de este género en la capital.

Lo primero que me preguntó Nathalie, luego de saludarme, fue cómo demonios un pelado como yo sabía de Reggae la Leche. Le dije que mi papá, quien delira por el reggae, me contó sobre una banda que a principios de los años ochenta, cuando apenas este género se estaba instalando en el país, tocaba reggae y ska y era una locura.

“Creo que pegamos de una porque a la larga tocábamos música tropical, y en Colombia todo lo que viene del Caribe se baila”, dice Sally, que nació en Chicago, pero por su forma de hablar uno juraría que vivió toda su vida en Bogotá. Unos pocos años antes de que existiera esta banda, eran contados los colombianos que conocían y escuchaban música jamaiquina. Conseguir discos de rocksteady, reggae, ska y dancehall era casi imposible sin salir del país a buscar. Nadie ponía reggae en la radio, no existía ningún bar donde se pudiera tomar una cerveza y escuchar reggae con los amigos, no existían fiestas de música jamaiquina. Fue a comienzos de los setenta cuando el nombre Bob Marley and The Wailers comenzó a sonar cada vez más. En las casetas de libros y acetatos de la calle 19 preguntaban cada vez más por discos de “dizque reggae”. Al llegar la siguiente década, la semilla del reggae empezó a germinar con fuerza, pues por primera vez una banda jamaiquina prestigiosa tocaba en territorio nacional: Freddie McGregor and the Studio One Band. Esto respondía a un consumo cada vez más alto de reggae. Ya existía el primer programa radial dedicado a este ritmo en Bogotá, había algunos bares donde de vez en cuando lo ponían y donde bandas locales interpretaban los éxitos jamaiquinos del momento.

Debut en Quiebracanto Una de esas primeras bandas en lanzarse a tocar música del Caribe, en especial reggae, fue Reggae la Leche, conformada en su mayoría por extranjeros. Todo empezó cuando Nathalie, nacida en Suiza pero enamorada de la música colombiana, vio en Quiebracanto —bar de salsa del centro— a Orston Cristopher, músico de San Andrés, tocando calypso y algo de reggae a principios de los ochenta. Ella, conmovida por la presentación, se le acercó apenas finalizó su acto y le propuso sin mucho rodeo armar una banda para tocar música de esa onda. Se les unieron Pompee en la guitarra y Ryan Aldo en la batería, ambos de Haití, y empezaron a tocar. Sus primeros toques fueron ahí mismo, en Quiebracanto.

Como era música tropical en vivo, la gente de inmediato los adoró y la leche se regó rápidamente sobre esta banda que tocaba una música ideal para bailar. En muchos bares, según cuentan ellas, les tocaba bailar con el público, pues no tenían tarima que los separara. Incluso terminaban pateando a los que armaban el pogo en las canciones más rápidas, como el ska. “A veces me encuentro en el barrio [La Macarena] la misma gente que yo pateaba. Me trae de vuelta a momentos hermosos”, me dice Sally. Sally remplazó a Pompee a los pocos meses del inicio de la banda. Llevaba ya algunos años en Colombia sobreviviendo con su guitarra y su inacabable amor por la música. No tenían mánager, pero tocaban casi todos los días. Se convirtieron en una sensación, una de las mejores fiestas que podía ofrecer la capital. Además de montar un espectáculo tremendo, difundían su música entre los asistentes, cada vez más sumergidos en la música jamaiquina.

La ola reggae Este grupo fue confirmando cada vez más que Bogotá era un sitio fértil para su música, y por eso empezó a crecer exponencialmente la cantidad de bares especializados en reggae, así como las bandas que interpretaran los éxitos de Steel Pulse, Burning Spear, Max Romeo y Barrington Levy, entre otros. En la batería de Reggae la Leche también estuvo un japonés de nombre Satoshi por un tiempo breve, quien luego fue remplazado por Eduardo Acevedo, también baterista de otra banda de reggae bogotana, llamada Mango. Una de las grandes fascinaciones por el reggae, cuentan Sally y Nathalie, es que esta música permitía bailar en solitario, por lo que para disfrutar de un concierto de Reggae la Leche no era necesario llegar con pareja o ‘levantarla’ en el sitio. Poco a poco fueron apareciendo las rastas, y la filosofía rastafari era discutida cada vez más en el ámbito social. Ya no era puñado de personas a las que les gustaba conseguir discos de reggae y explorar esta música, sino que había gente adorando al emperador etíope Haile Selassie y consideraba a Bob Marley —que conmovió Bogotá y el mundo entero

con su muerte a principios de los ochenta— un profeta de la paz y la reconciliación, algo muy popular en las últimas etapas de la Guerra Fría. Nathalie cuenta que casi todos se conocían, músicos y fanáticos del reggae. Como no era una escena muy grande, todos iban a los mismos sitios y a los mismos toques de las mismas bandas. “Siempre en esos planes la buena onda era dueña del lugar y todos eran muy amables con todo el mundo, como si no importara quién era un desconocido y quién un viejo conocido, yo te trato bien porque eres otro bogotano más, otro colombiano, otra persona más”, recuerda Nathalie.

Grabados en la memoria Lastimosamente, no todo era bueno y tranquilo. Por esa época también se estaban popularizando el punk, el metal y el rap dentro de la juventud colombiana. Todos estos gustos fueron a parar en una misma bolsa, y sus fanáticos —fueran amantes del reggae o metaleros

empedernidos— eran, para algunos sectores de la sociedad, unos marihuaneros sin oficio. El grupo estuvo activo por varios años más hasta que, a principios de los noventa, se separaron porque varios músicos se fueron de Colombia en busca de nuevos proyectos. Poco a poco el nombre Reggae la Leche fue perdiendo vigencia hasta quedar alojado exclusivamente en la memoria de quienes vivieron esos conciertos. Tenían algunas composiciones originales que, desgraciadamente, no se conservaron, pues las grabaciones se perdieron o están recogiendo polvo en alguna bodega. Tocaron en casi todos los sitios de Bogotá, desde Keops hasta la mayoría de teatros. Junto con otras bandas, como The Rebels de San Andrés, Reggae la Leche fue pionera de la cultura reggae en Bogotá, muy popular hoy, con la gran cantidad de festivales, conciertos y fiestas. Los amantes de la música jamaiquina en Colombia le deben mucho a esta mítica banda, aunque la historia aún no lo reconozca.

En los años 70 los discos se conseguían en la

CALLE 19 •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

BALLET CALLEJERO

Esta es la historia de unos ‘pelados’ que montaban tabla al norte de Bogotá y se tomaron tan en serio el espíritu callejero de su deporte que acabaron tomándose una cancha de básquet a falta de ‘parches’ mejor dotados en su barrio, Cantabria.

Texto y fotos: Mateo Arias Ortiz mateoariasortiz@gmail.com

La superficie tiene que ser suave y pulida, pero firme, casi indestructible, como una pista de hielo que esté hecha de otra cosa que no sea hielo. Si esto se cumple, hay que ver lo segundo más importante en la lista de necesidades

ESTAMPAS URBANAS

UNA PISTA DE

de un skateboarder* callejero: saber si está permitido montar en tabla en ese suelo, pues muchas veces no lo está. Es lo segundo más importante porque se puede resolver de otros modos, pero la calidad del piso es innegociable. Por eso, cuando se encuentra un lugar con estas condiciones en Bogotá y con uno que otro valor agregado, no tarda en llenarse de skaters. Es el caso de la cancha de básquet de Cantabria, al norte de la ciudad. Es una cancha de básquet en un sector residencial lleno de canchas de básquet. No tiene mucho que la diferencie de las demás, salvo que es la del pavimento más liso en un radio de 500 metros. Quizá para quienes practican básquet o microfútbol esto no haga la diferencia, pero los skaters la identificaron pronto y se la tomaron. De seguro para los vecinos debe ser extraño oír el rebote de un balón o los gritos que piden un pase o celebran un gol, pues esto ha sido reemplazado por los característicos totazos que dan las ruedas al suelo tras cada salto o acrobacia, y los aún más bulliciosos azotes de las tablas también contra el suelo cuando un truco no se aterriza correctamente.

el ciclismo o el volibol. El skate es un deporte que nació en la calle y, por lo menos en Colombia, se sigue practicando mayoritariamente en ese escenario. Aunque eso suene atractivamente rebelde, en realidad no lo es tanto. El producto de esta idea —con la que la mayoría de gente relacionada o no con el medio coincide— es la creación de un estereotipo difícil de contrariar y que trae a su vez varios problemas. En Estados Unidos, donde el deporte nació en la década de 1960, el skate alcanzó un estatus suficiente como para comenzar a trasladarse a parques especializa-

En Colombia hay unos

15.000

SKATERS •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

En el skate la mayoría de los trucos —si no todos— involucran saltos. Se trata de levantar la tabla del piso, hacerla volar, girar en una cantidad incontable de figuras, montarla sobre tubos u otras cosas y deslizarla. Si el truco no involucra despegarse del piso, no es tan importante. Un ballet callejero al ritmo del rap, el reggae y los silbidos y aplausos cada vez que un truco sale bien.

A ras del suelo en Colombia El skateboarding no es como el fútbol, y mucho menos en Colombia. No llena estadios ni tiene hinchadas multitudinarias. No hay selección nacional ni tres o cuatro equipos por ciudad. No todo el mundo sabe practicarlo: no se juega en los parques públicos a la hora del almuerzo de los obreros de construcción, no se enseña en las clases de educación física en los colegios y los niños no van a academias de fin de semana. De hecho, no se enseña: se imita, se practica y se aprende (en ese orden). No es ni siquiera como el tenis, el atletismo,

21 JUNIO Día Internacional del Skate •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

dos que, entre otras cosas, abundan. El estilo en la ropa, la música, los concursos y hasta los shows de televisión le dieron al skateboarding un lugar en el mundo del deporte, no sin mantener siempre su espíritu callejero. Ese crecimiento logró, por ejemplo, que tras los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016, el Comité Olímpico decidiera incluir el skateboarding como deporte olímpico para 2020. En Colombia, aunque hay marcas propias, concursos, parques especializados y profesionales de talla mundial, ese paso no se ha dado del todo. Hay unos 15.000 skaters en el país que solo salen en las noticias cada 21 de junio, cuando hacen el ruido suficiente para salir en las noticias: el Día Internacional del Skate. El resto del año difícilmente se oye de ellos. El estigma de deporte callejero es quizás la razón por la que los equipamientos urbanos necesarios se ubican en ciertas zonas específicas de la ciudad, pero que no cubren las necesidades de todos los skaters capitalinos: un skatepark en Tintal, otro pequeño en Salitre, uno en Villas de Granada, otro en San Cristóbal Sur, un par de bowls y el reciente-

mente inaugurado skatepark de Fontanar del Río en Suba, que puede albergar a más de 500 deportistas, pero queda en el extremo occidental de Bogotá. La lista no está completa, pero solo está allí para preguntarse: ¿y el norte qué? Están las rampas de Cedritos, verdes e imponentes.

Los skaters del norte que no tenían rampas El skate, aunque en su esencia más profunda no tiene reglas y pregona sobre la libertad, se divide básicamente en dos vertientes: el street y el vert. El primero es el skate callejero que se practica haciendo trucos en el suelo, barandas, bordes, escaleras, muros, fuentes, rampas. En general, en cualquier parte de la ciudad donde algún skater encuentre alguna manera de hacer un truco. El segundo se practica sobre rampas. También las hay de distintos tipos, tamaños y formas; se trata de algo más especializado. Se supone que el skate nació como un deseo de prolongar el surfing a la calle, y en ese sentido las rampas emulan más ese lejano origen. Además, una de las catapultas de promoción del deporte en el mundo fue la saga de videojuegos de Tony Hawk, quien en su momento fue el mejor skater del mundo cuando logró dar dos vueltas y media en el aire por primera vez en la historia, por supuesto, impulsándose en una megaramp. El vert no es para todos. Los dos estilos son universos que coexisten y se complementan, pero no son lo mismo. Y esa es la respuesta que los skaters del norte de Bogotá le dan de una u otra manera a tías, amigos no skaters o quien sea que les pregunte: “¿Por qué no van a las rampas de Cedritos?”. De la calle 134 a la 170 y entre la Autopista y los cerros de Suba, los skaters no tenían un lugar de reunión: estaban aislados en parches pequeños que buscaban sus pisos y sus spots cerca a sus casas. La ciclovía dominguera sobre la avenida Boyacá, equivalente en democracia a las playas de las ciudades costeras el mismo día de la semana, pasaba por el Éxito de la Colina y allí desembocaban todos los que iban en tabla, pues la plaza frente a la entrada peatonal era el único lugar con un suelo ideal, aunque un poco inclinado.

Véase 'el Gato', homenaje a Diego Felipe Becerra, el grafitero asesinado por un patrullero de la Policía.

Pero el lugar era frecuentado por personas que salían de hacer mercado, familias que iban a la ciclovía en bicicletas y triciclos, señoras con coches, señores con perros. Un par de estrellones y los guardias tuvieron que intervenir y comenzar a reclamarles a los skaters el cumplimiento de la norma que prohibía patinar en ese suelo. Además, la ciclovía acababa a las 2:00 de la tarde y tras eso la plaza se tornaba peligrosa por su cercanía con la calle, donde ya circulaban vehículos (el terror de todo skater es que su tabla termine aplastada por una llanta veloz). El spot del Éxito tenía los días contados. La esperanza estaba en la cancha de básquet que se escondía detrás de un Carulla, unas cuadras más al norte por la misma avenida: calle 152B con carrera 59, Colinas de Cantabria. A las 2:00 de la tarde los del

‘parche’ de Colina remataban su sesión dominical en la cancha. La cantidad de ‘pelados’ no era la misma que en el Éxito, pero no había peligro de carros o guardias molestos.

Los concursos de Cantabria Entonces Daniel Ortiz, uno de los skaters de más experiencia y liderazgo del parche, trasladó uno de los concursos que ya habían salido bien en el Éxito a las canchas de Cantabria. Los concursos eran de game of skate, un juego popular entre los skaters de calle que, a grandes rasgos, consiste en imitar trucos. Quien falla recibe una letra de la palabra “skate”, y pierde al completar las cinco letras. Si falla el que está proponiéndolos y no imitándolos, cede el turno. El éxito de los concursos fue rotundo. Daniel cobraba muy poco por la inscripción, y el premio del ganador, que por lo general era una tabla nueva, lo pagaba con lo que recolectaba. Entre 2010 y 2012 Colina Skate se convirtió en un movimiento. Había una página en Facebook con más de 1.000 seguidores, de manera que la difusión de los eventos era mayor. Asistían cientos de skaters de toda la ciudad, se diversificaron categorías de dificultad, se rifaban productos, había camisetas especiales para que los del ‘parche’ que ayudaban con la logística se identificaran, y al final del día se subían fotos y videos de los ganadores y sus premios a la página. Repentinamente, el furor mermó. En los últimos eventos no participaron tantos skaters como se esperaba. Sin embargo, el legado de aquellos tiempos de excesiva afluencia de patinadores fue la toma de la cancha como escenario local del ‘parche’. Al principio, tan solo una superficie suave y pulida, pero firme, casi indestructible. Perfecta. Con el tiempo, una rampita, una baranda. Daniel ha coordinado y financiado la construcción de más de un coroto*. Algunos se han dañado y otros permanecen. Hoy hay dos cajones fijos sobre los lados largos del rectángulo. Están hechos con cemento y pegados al piso, lo que reitera el asentamiento definitivo del skate en la cancha de básquet. Las barandas, por seguridad y practicidad, se amarran con una cadena a la reja que en algún momento sirvió para detener los balones. Solo algunos tienen las llaves del

candado que sujeta los corotos, pero cuando se ponen en medio de la cancha, es para que cualquier skater deslice su tabla una y otra vez, pues, aunque hay un parche más o menos fijo, toda la comunidad está invitada. “La Cancha” es el nombre del chat privado de Facebook en el que se ponen de acuerdo los del grupo habitual del improvisado skatepark en Cantabria. En el chat han configurado los nombres de los integrantes reemplazándolos por los apodos que se han ido creando, como ‘Almuerzos’, ‘Doc’, ‘El Lesiones’, ‘Abuelo’. Finalmente, lo que ha logrado la cancha es crear lazos más allá de la sola práctica del deporte. El último mensaje lo escribió Daniel un domingo a finales de 2017: “Voy a sacar la baranda en la cancha por si quieren caer mientras hay solecito”.

GLOSARIO Bowl: rampa que se asemeja a un tazón incrustado en el piso. Coroto: cosa, aparato, objeto relacionado con la práctica del deporte. Game of skate: juego de imitación de trucos popular en el gremio. Megaramp: rampa gigante. Parche: grupo de personas. Skateboarder: persona que practica skateboarding. Skateboarding: deporte urbano, también conocido solo como skate, que consiste en deslizarse sobre una tabla con ruedas mientras se realizan acrobacias y piruetas. Skatepark: parque especializado para practicar skateboarding. Spot: lugar o punto específico donde se practica el deporte. Street: estilo del skateboarding practicado en la calle. Vert: estilo del deporte que implica rampas que llegan a ser verticales en su curvatura hacia arriba.

HUMOR

Fotoensayo El Gaitán de La Perse Foto: María Camila Pérez