Directo Bogotá # 61 by Revista Directo Bogotá

Fotoensayo

Rodar en la ciudad Pablo Taborda Gnecco

Edición

Septiembre 2018

Directo Bogotá

02 03

Libros

Opinión

Director Julián Isaza Asesora editorial Maryluz Vallejo Asistente editorial Felipe Morales Sierra Reporteros en esta edición Laura Duarte, Ana Paula García, María José Noriega, Felipe Morales Sierra, Camila Pérez Bautista, Juan Sebastián Solís, Juan Sebastián Peña Muette, Ana Lucía Barros, Laura Camila Vargas, Karen Guerrero, Mariana Estrada, Natalia Rivero, Santiago Vega, J. J. Muñoz, María Camila Ceballos y Mariana Muñoz. Portada Colibrí orejivioleta (Colibri coruscans) en el Jardín Botánico de Bogotá. Foto de Pablo Taborda Gnecco Contraportada Copetón (Zonotrichia capensis) en Bogotá. Foto de Pablo Taborda Gnecco Fotoensayo Campesino en la represa de Guatavita y bogotanos en la ciclorruta de la séptima. Fotos de Pablo Taborda Gnecco Caricatura Óscar Moreno Laura Camila Escobar Diseño y diagramación Angélica Ospina soyangelicaospina@gmail.com Corrección de estilo Gustavo Patiño correctordeestilo@gmail.com Impresión Javegraf

Colombia a vuelo de pájaro

Crónicas de una extinción

El problema del polvo bogotano

ESPECIAL

MEDIO AMBIENTE

Revista escrita por los estudiantes de la carrera de Comunicación Social Fundada en 2002

Editorial

“Lograr otro tipo de sociedad, a eso se debe apuntar”: Manuel Rodríguez Becerra

Los vigías de los cerros

Donde respirar es un peligro

Una copa que lo cambió todo

La fiesta de la resistencia en el páramo

El mundo acuático de una artista

¡A pajarear por Bogotá!

Dónde avistar aves en Bogotá

De la huerta a la mesa

¿Les bajamos a las bolsas?

Los pacientes silenciosos de la ciudad

Memorias del socavón

Decana Académica Marisol Cano Busquets

Director de la Carrera de Comunicación Social Carlos Eduardo Cortés Sánchez

Directora del Departamento de Comunicación Andrea Cadelo Informes y distribución Transversal 4ª No. 42-00, piso 6 Teléfono: 3 20 83 20, ext 4587 Escríbanos a: directobogota@gmail.com Consulte nuestro archivo digital en la página: www.issuu.com/directobogota Visite nuestra plataforma digital: www.directobogota.com

54 59 64

RETROVISOR Las ruinas de la fiesta PERFIL La vida es Rosa DEPORTES La gloria en una jaula HUMOR

EDITORIAL

CON AMBIENTE Julián Isaza Director

La conservación del planeta es una necesidad cada vez más urgente. El cambio climático, la sobreexplotación de recursos naturales, la extinción de especies y la acumulación de desechos, entre otros factores, tienen a todo el globo en un punto crítico. Los síntomas son evidentes: sequías e inundaciones, incendios forestales desde Portugal hasta California, deshielo en los polos y en los glaciares, incremento en las enfermedades respiratorias, cerca de 17.000 especies amenazadas y una continua disminución de selvas y bosques. Una parte de la comunidad científica le ha endilgado a esta era el muy exacto nombre de ‘Antropoceno’, un término que señala una realidad que se hace patente a diario: por primera vez el planeta está cambiando por el efecto de una sola especie, el ser humano. Y ese efecto profundo que tenemos viene disparando alarmas en todo el mundo: António Guterres, el secretario general de la ONU, pidió este año a los líderes mundiales comprometerse a reducir las emisiones de gases contaminantes en un 25 % para 2020; un informe que se dio a conocer el año pasado en la Conferencia del Clima en Bonn asegura que estamos a muy poco de alcanzar un punto de no retorno si no tomamos medidas radicales para mitigar

el calentamiento global; otro informe calcula que al año se extinguen 18.000 especies, y el recientemente fallecido Stephen Hawking pronosticó que la humanidad tiene 100 años para abandonar el planeta o de lo contrario enfrentará su desaparición. No hay que hacer algo: hay que hacer mucho. Manuel Rodríguez Becerra, el primer ministro de Medio Ambiente que tuvo el país y a quien entrevistamos para este número, dice que es imperativo modificar la manera en que consumimos, y eso quiere decir que nuestros hábitos tienen que transformarse profundamente. Hay quienes ya lo vienen haciendo. En Bogotá varias personas particulares, colectivos en los barrios y restaurantes comenzaron a apostarle a la agricultura urbana como una alternativa para consumir alimentos más sanos y menos agresivos —en su producción y distribución— con el medio ambiente. También millones de mujeres en el mundo, y ya unas cuantas en Colombia, encontraron en las copas menstruales una alternativa al uso de tollas higiénicas y tampones que se convierten en miles de toneladas de desechos contaminantes; lo mismo sucede con las bolsas plásticas, cuya disminución se convirtió en un objetivo para el país. Así también, una red de colegios de la ciudad se empezó a preocupar por la conservación de los cerros orientales y un grupo de expertos del Jardín Botánico de Bogotá trabaja todos los días de manera silenciosa en la recuperación y atención del arbolado. Pueden conocer todas esas iniciativas en esta edición. Pero también en este número quisimos mostrar la riqueza natural de Bogotá, pues solo si la conocemos podemos protegerla. Por eso preparamos una guía para avistar aves en los humedales de la ciudad, pues Bogotá es, literalmente, un lugar para pajarear. También les traemos una crónica sobre Sumapaz, la localidad 20 de Bogotá, que se encuentra al sur del casco urbano y que hace parte del mayor páramo del mundo. Allí los campesinos que la habitan luchan y trabajan por su tierra y recuerdan el pasado de un territorio que vivió el conflicto y que hoy es una de las zonas de mayor importancia natural del país. Así pues, pasen y lean esta edición que tiene mucho ambiente.

LIBROS

COLOMBIA A VUELO DE PÁJARO En 380 páginas, el artista y guía naturalista Miles McMullan logra una completa y actualizada guía de las aves de nuestro país, el primero en diversidad, con más de 1.900 especies. Un libro que muestra la riqueza de Colombia, literalmente, a vuelo de pájaro.

Laura Duarte Bustos duartelaura@javeriana.edu.co

Field Guide to the Birds of Colombia es el último libro de Miles McMullan, autor, ilustrador y amante de las aves nacido en Irlanda y quien reside en Colombia junto con su esposa y sus hijos. Durante toda su vida, McMullan se ha dedicado a trabajar como guía de campo de aves, y su pasión le ha permitido conocer casi toda la avifauna del país. Por eso este libro, que es la versión más actualizada de las guías de aves que se han publicado en Colombia, es el resultado de un trabajo arduo que le tomó más de diez años de viajes, investigación y, sobre todo, pasión desbordada por estos animales. La guía contiene 5.000 ilustraciones de 1.900 especies de aves que llevaron a McMullan a convertirse en uno de los ilustradores más reconocidos del trópico. Las aves que el artista retrata se

encuentran en todo el país, desde las zonas rurales hasta las urbanas, desde las montañas hasta las selvas, bosques, ciénagas, sabanas y playas. En esta reedición publicada por la Editorial Rey Naranjo —que incluye nuevas especies e información adicional a la primera edición, de 2011—, resalta también la manera en que se organizan sus contenidos, pues permite una lectura fácil en la cual de cada ave se menciona su nombre local y científico, se ofrece información general y un pequeño mapa que indica la región donde se suele avistar la especie (como una suerte de guía turística de aves); además, en algunas hay ilustraciones de partes específicas de su anatomía: alas, picos, patas, etc. Este libro logra visibilizar la rica biodiversidad colombiana y, además, abre el tema a todos, pues al proponer una aproximación sencilla y clara a la ornitología, sirve para principiantes y expertos, para observadores casuales y apasionados, para cualquiera que desee apreciar la belleza de la vida misma.

LIBROS

CRÓNICAS DE UNA EXTINCIÓN Editado por Crítica, este libro de Elizabeth Kolbert, con el que ganó el Pulitzer en 2015, profundiza en el efecto humano sobre las especies del planeta. La autora aborda un tema científico y lo cuenta en clave de crónica, con lo que logra un libro tan interesante y riguroso como fluido y ameno.

Julián Isaza isazajulian@javeriana.edu.co

Hace unos meses, mi esposa, que es bióloga, trajo a casa un libro que llevaba en su tapa la ilustración a carboncillo de un elefante que se deshace en pequeñas piezas, como lo haría un diente de león al viento. El título era La sexta extinción, una historia nada natural y estaba firmado por Elizabeth Kolbert. Durante unos días ese libro dio vueltas por mi casa: lo encontré en el sofá, en la cama, en la repisa del estudio, hasta en el baño. En todas partes. Por cada lugar por el que su dueña pasó, allí estuvo como una huella móvil. Así que me produjo curiosidad no solo que Clara, mi esposa, lo llevara a dondequiera que fuera, sino que el apellido de su autora, Kolbert, me resultara tan familiar, pues es muy bajo —por no decir que nulo— mi consumo de literatura científica. Total, un tanto intrigado, lo abrí para darle una hojeada. Leí el primer

párrafo, seguí con el segundo y, sin casi sin notarlo, llegué a la página 31 de una historia que comenzaba con la desaparición de las ranas doradas de Panamá. Seguramente busqué una silla, porque, sin proponérmelo, en esa misma hojeada continué hasta la página 100 o 120. En cierto momento de esa lectura se me ocurrió lo obvio y busqué en la solapa del libro la reseña biográfica de la autora y allí leí que Elizabeth Kolber nació en 1961, que es periodista y que escribe en The New Yorker. Eso resolvió dos misterios: el primero era el porqué de su familiaridad; el segundo tenía que ver con mi permanencia como lector en sus páginas, pues en ellas encontré una historia interesante contada a través una prosa rítmica que se aleja de la complicada y densa escritura de los libros científicos que lee Clara. Era, sin lugar a dudas, un libro sobre biología escrito en clave de crónica. Es decir, un libro que dos lectores muy distintos —como mi esposa y yo— podíamos disfrutar, en el que se propone un viaje a través del tiempo y del espacio. Me explico: la primera parte se concentra especialmente en la exploración del pasado, de los restos fósiles, de los museos; en la segunda, la autora muestra el efecto del ser humano sobre el cutis del planeta, sobre el clima, sobre los océanos que se acidifican, sobre la vida que empieza a desaparecer a un ritmo veloz, mientras va recorriendo la geografía del planeta desde la Amazonía hasta la Gran Barrera de coral australiana. Y mientras hace todo eso, construye escenas vívidas, propone sus reflexiones sobre lo que va descubriendo, presenta las historias de sus personajes —en su mayoría científicos— y logra un coctel extraño y que funciona muy bien: una mezcla de crónica de viajes con un riguroso y exhaustivo reportaje científico que ganó el Premio Pulitzer en 2015. La autora hace un llamado tan urgente como necesario y, hacia el final, se pregunta: “¿Tiene que acabar de este modo? ¿La última esperanza para los organismos más maravillosos de la Tierra (o los menos maravillosos) tiene que acabar realmente en un tanque de nitrógeno líquido? Advertidos ya de las formas en que ponemos en peligro a otras especies, ¿no podemos actuar para protegerlas?”.

OPINIÓN

EL PROBLEMA DEL POLVO BOGOTANO •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

Felipe Morales Sierra moralesfelipe@javeriana.edu.co El alcalde Enrique Peñalosa, el mismo que vio peces en el río Bogotá hace un par de años y autor de la frase “el ladrón es el que roba, entonces el que roba es un ladrón”, afirmó, hace unas semanas, en una entrevista que “el problema de la calidad del aire —en Bogotá— es el polvo, no la combustión de los buses”.

Peñalosa pretendía defender la licitación de los nuevos buses de Transmilenio ante la audiencia de Blu Radio. La Procuraduría le había ordenado recientemente incluir alternativas más sostenibles al diésel, como buses eléctricos o con motores híbridos, pero el alcalde defendió esta opción por tener un precio inferior y, además, agregó: “No estamos haciendo algo aquí rarísimo que afecte el medio ambiente”. Esta metida de pata del alcalde le mereció memes, críticas y otro estandarte en las ahora llamadas “peñalosadas”. Ahora bien, ¿el alcalde estaba tan equivocado como parece? Pongámoslo así: la afirmación de Peñalosa tiene algo de cierto, aunque también mucho de falso. El problema de la calidad del aire en Bogotá sí es el polvo, cuando se le da ese nombre a lo que la ciencia llama “material particulado” (PM). Hay dos formas de medir estos materiales diminutos: las partículas inferiores a 10 micras —la millonésima parte de un metro— y las inferiores 2,5 micras (PM10 y PM2.5, respectivamente). Las primeras pueden causar enfermedades respiratorias agudas cuando superan determinados límites, y las últimas son tan peligrosas que pueden llegar a causar intoxicación química por inhalación. Es decir, Peñalosa acertó al afirmar que el problema de la calidad del aire en Bogotá es el polvo —o material particulado—, pero hay que preguntarse por la fuente, por lo que genera estos niveles de contaminación que afectan la salud de todos en la ciudad. Según la Guía de calidad del aire de la Organización Mundial de la Salud (OMS), los niveles de PM10 tienden a aumentar por el polvo que levantan los carros en la vía, pero el PM2.5 —aún más peligroso— aumenta, principalmente, por todas las formas de combustión, el diésel entre ellas. En otras palabras: en el problema del polvo en Bogotá tiene que ver el uso de diésel de los buses de Transmilenio y con el peso que cargan y que levanta más partículas. De nuevo: Peñalosa no estaba del todo equivocado, pero más razón tiene la Procuraduría en exigirle que considere alternativas más sostenibles de movilidad. ¿Tal vez ese metro que aún parece un espejismo?

MEDIO AMBIENTE

Texto y fotos: Ana Paula García García an.garcia@javeriana.edu.co

Manuel Rodríguez Becerra fue el primer ministro de Medio Ambiente que tuvo Colombia. Hoy se dedica, principalmente, a la academia, como profesor de la Universidad de los Andes. Su posición sobre la situación ambiental de Bogotá es crítica y dice que es improbable que la ciudad llegue a ser sostenible. Por eso es enfático en que urgen estrategias, cambios y políticas contundentes.

“

ESPECIAL

LOGRAR OTRO TIPO DE SOCIEDAD, A ESO SE DEBE APUNTAR

Unos años después de graduarse como ingeniero industrial en la Universidad de los Andes, obtuvo el título de B. Litt en Administración, en Oxford. Volvió a Colombia para convertirse en profesor en su alma mater, luego decano y vicerrector general. En 1990, fue nombrado gerente general del Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (Inderena), cargo desde el que participó en el Sistema Nacional Ambiental. También promovió la creación del Ministerio del Medio Ambiente en Colombia y fue el primero en desempeñar el cargo de ministro. Al terminar, volvió a la Universidad de los Andes, la cual lo reconoció como profesor emérito. Actualmente, sigue siendo miembro de comisiones internacionales y comités de diferentes organizaciones; participa en foros, escribe libros y comparte sus conocimientos con sus estudiantes.

Directo Bogotá (DB): ¿Cómo ve a Bogotá respecto al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible*? Manuel Rodríguez Becerra (MRB): A nivel nacional, hay un avance grande, pero a Bogotá le falta. Una dificultad es que los Objetivos de Desarrollo Sostenible son muy complejos de entender y aplicar. Pero en Bogotá no se han generado políticas para aterrizarlos y tampoco he visto interés por parte de la administración actual. En la celebración de Bogotá Cómo Vamos, que fue hace poco, me pareció muy interesante que en el discurso que dio Peñalosa no hubo ni una sola mención de estos Objetivos ni del cambio climático (que están muy relacionados). Cuando un alcalde no tiene ni una palabra al respecto, quiere decir que eso no existe.

DB: Entonces, ¿se podría decir que el mayor reto en materia ambiental que tiene Bogotá es la definición y articulación de estos objetivos? MRB: Creo que el tema más serio de ahora es la contaminación del aire. No sé las cifras de mortalidad que está generando la calidad del aire de Bogotá, pero sé que a nivel nacional, anualmente, está causando 10.000 muertes y, si las cosas siguen como están, podríamos llegar muy fácilmente a 20.000 al año; es decir, que en diez años produciremos más víc-

timas mortales por la contaminación del aire que todas las que produjo el conflicto armado en Colombia.

DB: ¿Es algo que se pueda resolver? MRB: Lo interesante es que aún se puede resolver. La contaminación más peligrosa viene del diésel, un hidrocarburo que está concentrado en un parque automotor relativamente pequeño: principalmente lo usan buses y camiones; esa es la pelea con Transmilenio. El problema es que se quiera resolver realmente, porque como la mayor perjudicada es la población más pobre, a nadie le importa.

DB: En ese sentido, ¿medidas como más días sin carro o promover el uso de la bicicleta tienen algún efecto? MRB: No. El día sin carro es una medida más simbólica. Con las bicicletas pasa que se promueve su uso masivo, pero no se advierten las consecuencias que esto puede tener para la salud: la exposición de 4 a 6 horas diarias, con la calidad del aire que hay, significa respirar más rápido la contaminación.

DB: Y entonces, ¿hay algo que los ciudadanos podamos hacer? MRB: La ciudadanía activa es muy importante, porque ayuda a presionar fuertemente. Hace poco hubo un foro nacional ambiental en Bogotá, el cual trataba justamente de incidir en la política pública, y llegaron aproximadamente 500 personas, eso demuestra el interés por el tema. Entre las cosas que hacen los ciudadanos, hay quienes tienen unos aparatos para medir la contaminación del aire en Transmilenio y diariamente están cubriendo rutas y publicando los datos del aire en Twitter, así anuncian cuando los niveles exceden los establecidos por la Organización Mundial para la Salud, por dar un ejemplo. De la misma manera, esa ciudadanía activa está presionando y tiene enredada la licitación de Transmilenio. Son personas que saben mucho del tema y es muy interesante ver que los que están jalando esto son jóvenes.

DB: Si se empiezan a dar cambios positivos, ¿Bogotá puede llegar a ser una ciudad sostenible en algún momento?

En 1994 fue nombrado ministro de Medio Ambiente y se convirtió en el primer colombiano en ocupar ese cargo. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

Fotografía por Andrés Ruiz Zuluaga, Universidad de los Andes.

El 70 % de la emisión de gases de efecto invernadero proviene de las ciudades. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

MRB: Las ciudades, por definición, no son sostenibles. Ninguna ciudad lo es. Son un invento maravilloso de la humanidad, pero claro, son centros enormes de consumo de energía y material que producen desechos de todo tipo. El 70 % de la emisión de gases de efecto invernadero proviene de las ciudades. Lo que significa sostenibilidad no es compatible con el concepto de ciudad, como ha reconocido Naciones Unidas.

DB: Entonces, ¿a qué tenemos que aspirar como ciudad? MRB: Hay que tratar de llegar a programas que ayuden al medio ambiente, como Basura 0, lo cual es una meta ideal, porque eso significa que la gente pueda aplicar a las 3-R: reusar más, reducir el consumo y reciclar. Aunque esto es posible, implica cambiar los hábitos de consumo en las próximas generaciones. Los hábitos de consumo con los cuales yo crecí son terribles; por ejemplo, tengo un montón de libros que he comprado y muchos no los

he leído. Estamos acostumbrados a comprar cosas que no necesitamos. Otro ejemplo es comprar agua embotellada, que es consumo suntuario, porque a través del acueducto llega agua potable. Hay que empezar cambiando esos pequeños hábitos hasta lograr otro tipo de sociedad, a eso se debe apuntar.

Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS): Se trata de 17 objetivos pactados por Estados miembros de la ONU en 2015, los cuales contemplan las tres dimensiones ideales del desarrollo sostenible: el crecimiento económico, la inclusión social y la protección del medio ambiente. Se espera que para el año 2030 estos objetivos se hayan alcanzado en todo el mundo.

ESPECIAL

MEDIO AMBIENTE

LOS VIGÍAS

DE LOS CERROS

Hace tres años surgió la iniciativa de proteger los cerros orientales de Bogotá desde los colegios de la ciudad. La Red de Colegios Cerros de Bogotá reúne 66 instituciones educativas, 6 organizaciones aliadas y 3 líderes promotores. Su principal motivación es generar acciones puntuales para que, desde los colegios, se trabaje en pro de la preservación de los cerros.

Texto: María José Noriega Ramírez m_noriega@javeriana.edu.co Fotos: Andrés Murcia y James Garavito Los cerros orientales de Bogotá son el pulmón de la ciudad. Hoy en día, frente a la amenaza que sufren los cerros, varios colegios se han unido para luchar por la preservación de estas verdes montañas capitalinas. Bajo las iniciativas ambientales de cada institución educativa, se formó la Red de Colegios Cerros de Bogotá como estrategia para intercambiar experiencias e intervenir de forma positiva en el ecosistema de la ciudad. El Gimnasio Femenino, la Organización para la Educación y Protección Ambiental (OPEPA) y la Fundación Cerros de Bogotá son los promotores de esta red. Se unieron en el 2015 para impulsar el proyecto porque, según dice Luis Camargo, fundador de OPEPA, “los tres pensamos los cerros como un entorno de aprendizaje y de paisaje fundamental”. La red pretende involucrar la naturaleza en el proceso de educación de los niños, y que con eso los estudiantes se apropien del ambiente que los rodea. Cada uno de los líderes promotores tiene un perfil particular que enriquece a la red. OPEPA, por ejemplo, “busca reconectar a los estudiantes y jóvenes con la tierra para que actúen de forma ambientalmente responsable”, porque, como también lo expresa Camargo, uno de los principales problemas es que los niños ya no tienen contacto con la naturaleza.

En la Reserva Mano de Oso hay variedad de especies de plantas y animales.

Frente a esta preocupación, el Gimnasio Femenino ha optado por incluir en su currículo el trabajo de protección de los cerros orientales. “El colegio tiene 70 hectáreas de bosque en los cerros. Lo que se está haciendo es trabajar este ecosistema como un aula de clase para

aprendamos juntos. ¿Por qué no combinamos conocimientos de diferentes perspectivas?”, propone Camargo. Una de las principales preocupaciones de la Fundación Cerros de Bogotá es que se tomen acciones concretas para la preservación del medio ambiente. Esta organización ya cuenta con la experiencia de ser miembro de la Red de Universidades, frente a la cual el plus que tiene la Red de Colegios es la intervención directa por parte de los estudiantes en el ecosistema. “La Red de Universidades es más de la academia. Lo que nosotros hemos querido es que las instituciones tengan una acción concreta en el territorio y no solo teórica. Lo que está haciendo la Red de Colegios es apostar a que los estudiantes se vuelvan actores y gestores del territorio”, dice Weisten.

Las iniciativas ambientales de algunos colegios

Niña del Gimnasio Femenino participando en el City Nature Challenge.

integrar todos los problemas asociados a este”, dice Juana Figueroa, directora del Proyecto Ambiental Escolar (Prae). Por su parte, la Fundación Cerros de Bogotá tiene como objetivo que los ciudadanos se empoderen de su entorno. “Lo que buscamos es educar para generar una cultura ecológica. Por eso somos un grupo de voluntarios con una visión muy integral de lo que es la problemática ambiental y urbana”, afirma Diana Weisten, directora de la Fundación. La Red, compuesta por colegios públicos y privados, busca que las relaciones entre las instituciones no sean jerárquicas. “Nosotros fundamos la Red bajo una filosofía de participación a partir de la cual todos los integrantes pueden poner en práctica sus iniciativas. Esto va a permitir que la Red sea un proyecto sostenible en el tiempo”, comenta Figueroa. Tanto los colegios públicos como privados tienen iniciativas importantes para la preservación de los cerros. La Red pone al servicio de sus miembros los conocimientos y las acciones que cada colegio emprende, porque “vivimos en una comunidad que es gigante y lo que necesitamos es romper barreras para que

La red considera los cerros orientales como el eje articulador de los ecosistemas de la ciudad. Si se trabaja sobre ellos, se trabaja también sobre el agua y la biodiversidad. Por esto, la naturaleza se ha convertido en el salón de clase de los estudiantes y, en la medida en que los niños se familiaricen con su entorno, ellos van a tener mayor interés por preservarlo. El colegio José Félix Restrepo, ubicado en San Cristóbal Sur, lleva siete años trabajando en la preservación del entorno. “El colegio está ubicado sobre dos centros de interés: la cuenca del río Fucha y las montañas de los cerros orientales. Por esto, la institución ha mostrado interés en la preservación de estos ecosistemas”, afirma James Garavito, profesor de biología. Los estudiantes del José Félix se han convertido en vigías del entorno: han sembrado más de 2.500 plantas alrededor de la cuenca del río Fucha y, con ayuda de la Red, el año pasado sembraron 150 árboles nativos. Estas acciones son importantes, porque “sembrar árboles implica ‘sembrar’ agua, y ‘sembrar’ agua es sembrar vida”, dice Garavito. Estos esfuerzos por parte del colegio han sido reconocidos: el año pasado la institución ganó el premio Bibo de El Espectador, que se otorga a las mejores prácticas ambientales.

El Gimnasio Campestre también desarrolla un proyecto ecológico enfocado en ríos. Su área de trabajo es el río Teusacá, cerca del municipio de La Calera. En torno a la problemática de este, el colegio está educando pequeños investigadores, con quienes ha concluido: “Hay zonas en las que hay bastante fósforo y nitrógeno como resultado de las prácticas de agricultura. También ha disminuido la cantidad de los peces y ha aumentado el nivel de contaminación del río, como resultado del mal vertimiento de las aguas negras”, explica Martha Gómez, directora de Centros de Estudios en Ecología del colegio. Los estudiantes que han participado en las actividades alrededor del río Teusacá no solo son aquellos que muestran interés por la ciencia o la biología. También los niños interesados en arte e historia han formado parte del equipo investigador. Esto porque, como afirma Camargo, en la naturaleza está todo y “si quiere hablar de poesía, la inspiración está en la naturaleza; si quiere hablar de arte, los colores y las formas están ahí. En últimas, todos los temas tienen una representación en la naturaleza”. Por su parte, el colegio San Bartolomé de la Merced y el Gimnasio Femenino también han sembrado árboles nativos en los cerros orientales. El San Bartolomé lideró una actividad de siembra de aproximadamente 200 árboles, como respuesta a las 18 hectáreas de bosque que resultaron quemadas en los incendios de 2016. Según Jorge Rozo, coordinador del Prae, esa fue una acción pequeña, pero significativa. El Gimnasio Femenino y otros colegios de la red participaron en esta actividad. Con esta “logramos hacer una siembra arriba del Parque Nacional. Simbólicamente fue muy importante porque la ciudadanía logró aportar positivamente a un predio público”, afirma Figueroa. Este colegio, por su proximidad a los cerros, ha hecho un trabajo de remoción de especies no nativas y, con esta iniciativa, logró sembrar 3.000 árboles que sí lo son. Ahora el colegio está interesado en participar en proyectos más grandes, orientados a la ciencia ciudadana. Por ejemplo, en abril de este año participó en el evento City Nature Challenge, competencia que se llevó a cabo con el fin de documentar, por medio de la aplicación Naturalista, la biodiversidad de Bogo-

tá. La ciencia ciudadana, según cuenta Figueroa, es una forma en la que el ciudadano de a pie le puede aportar datos a la ciencia. En este caso, las estudiantes tomaron fotos de las especies de los cerros y las subieron a la aplicación. En respuesta, un grupo de científicos validó la información. “La ciencia ciudadana busca conectar lo que descubren los ciudadanos con el sistema de ciencia. Lo chévere de Naturalista en Colombia es que está conectada al sistema de información en biodiversidad del Instituto Humboldt. Es un sistema conectado a otro sistema de conocimiento del país”, afirma Camargo.

Arriba: Encuentro de profesores de la Red de Colegios en el Jardín Botánico de Bogotá. Abajo: Hongo en la reserva Mano de Oso.

Los estudiantes dentro de la red La Red Cerros se alimenta del interés que tenga la comunidad educativa en temas medioambientales. Como lo expresa Figueroa, el capital humano es el que sostiene la red. Los colegios han notado que hay estudiantes con grandes sensibilidades frente a temas ambientales y eso lo aprovechan, pues en la medida en que la red junta las experiencias de los estudiantes, el trabajo por la preservación de los cerros toma más fuerza. Se podría decir que la red canaliza, en una misma fuerza, el propósito común de proteger los cerros. El interés de algunos estudiantes en temas medioambientales se debe a la cercanía que ellos han tenido con la tierra y los animales desde pequeños. Josefina Rodríguez, estudiante de grado 11 del Gimnasio Femenino, cuenta que desde niña siempre ha estado en contacto con la naturaleza. “De chiquita siempre fui muy exploradora. Siempre me han gustado los insectos y desde hace 12 años vivo en una casa en el monte. Por esto siempre me interesa todo el tema ambiental”, afirma. Ella comenta que después de haber viajado a Alaska, donde vio de cerca las ballenas y los glaciares, se decidió por estudiar gerencia ambiental. Martín Otálora, exalumno del Campestre y estudiante de Ecología en la Universidad Javeriana, dice que su gusto por la naturaleza también viene desde que era un niño. Hoy en día realiza una investigación sobre cómo el calentamiento global afecta las abejas, después de que en la Red propuso crear un apiario para estudiar estos insectos. En la misma línea, Juan David Barbosa, exalumno del José Félix Restrepo, es voluntario de Planeta Casa Nativa, donde hizo servicio social ambiental: “Esta organización se dedica a la recuperación de la cuenca hídrica del río Fucha. Con ellos hemos logrado remover basura y crear un jardín ecourbano”. Dentro de los planes de Barbosa está estudiar ingeniería ambiental. La Red de Colegios Cerros de Bogotá busca que desde los colegios se tomen acciones positivas sobre el entorno. Trabajar con los niños asegura que esta iniciativa se proyecte y se consolide más, pues si se forman estudiantes ambientalmente conscientes y responsables, lo más seguro es que ellos desarrollen su vida siguiendo estos principios.

ESPECIAL

MEDIO AMBIENTE

DONDE RESPIRAR ES

UN PELIGRO

El sector de La Sevillana en Bogotá es uno de los lugares más contaminados del país, según el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam). La contaminación del aire, en niveles como los que tiene este sector, pueden causar enfermedades cardíacas, respiratorias y hasta cáncer.

Texto: Felipe Morales Sierra moralesfelipe@javeriana.edu.co Fotos por: Mateo Medina Abad medina.mateo@javeriana.edu.co Al mediodía en el barrio La Sevillana, al suroccidente de Bogotá, un ciclista respira con esfuerzo mientras cruza la autopista Sur. El deportista, que no debe pasar de los veinte años y poco menos de un metro con setenta de estatura, camina a la derecha de su bicicleta, cargada con aparatosos paquetes cubiertos en

En 2016 Kennedy estuvo 12 días por encima de los niveles de contaminación aconsejados. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

un plástico blanco. Él no se nutre de la naturaleza, más bien es una relación constante de sujeción, que solo lo agota. Tampoco lleva una trusa ceñida al cuerpo, como sus colegas que compiten en Europa, sino una bata percudida que alguna vez fue blanca. Mucho menos le pagan por montar en bicicleta, sino que por lo que le pagan debe hacerlo. El ciclista se dirige hacia las carnicerías, unas cuadras más al sur de la estación de Transmilenio que lleva el nombre del sector, La Sevillana, y aunque nunca conocerá la fama ni la fortuna de sus colegas europeos, se arriesga lo mismo en dos ruedas porque aquí respirar es un peligro. La Sevillana tiene la peor calidad del aire en Bogotá. El indicador más común para medirla es el material particulado PM10 obtenido de calcular la cantidad de partículas inferiores a 10 micras que hay en el ambiente. La norma en Colombia, muy superior a lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), establece que este indicador se debe mantener por debajo de 50 en el promedio anual. La Sevillana y, en general, Kennedy —la localidad donde está ubicado el barrio— se rajó en el 2017, haciendo que el Ministerio de Ambiente le exigiera a la Alcaldía Distrital tomar medidas para mitigar la contaminación.

En lugares con altas concentraciones de material particulado, como La Sevillana, la OMS aconseja evitar la actividad física. El ciclista, entonces, más que un héroe es un mártir. Como dice Gilma Mantilla, médica epidemióloga, experta en los efectos del clima en la salud: “Con la exposición de la gente que monta en bicicleta, lo que estamos haciendo es aumentar la probabilidad de que esas personas tengan alguna patología”. *** Donde suele estar el cielo en La Sevillana se ha instalado una placa gris cada vez más alimentada por las chimeneas de las fábricas. El humo sale, blanco y ágil, por el ducto de cada edificio —que alrededor son solo fábricas— y da vueltas como intentando escapar de la placa, como evitando sumarse a la concentración que le espera más arriba. Son las nueve de la mañana, pero la escasa luz hace que parezcan las cinco de la tarde. El sol no se muestra, lo que es prueba del grosor de la placa, y quienes caminan por la autopista Sur con avenida Boyacá a esta hora parecen saber a dónde van, pero, como el humo, no tienen muchas ganas de llegar a su destino. Cerca de las carnicerías el olor a putrefacción cambia. No es más el aroma penetrante a cebada que llena las inmediaciones de Bavaria, sino uno más grueso: huele a sangre, a podrido. Huele a muerto. En el borde de la acera, casi sobre la autopista hay dos policías apoyados en barandas móviles como las que se usan en los conciertos y a su lado hay cinco jóvenes funcionarios de la Alcaldía que llevan chaquetas de ese tono de azul al que, en otro lugar, se podría llamar ‘cielo’. Cuerpos de animales sin vida y sin piel cuelgan de gruesos ganchos de acero como haciéndoles calle de honor a los carros que circulan por la autopista hacia el sur. Las vitrinas de las carnicerías, con amplios vidrios de piso a techo y de pared a pared, muestran orgullosas este festín de la muerte. En una calle perpendicular a la autopista, ocurre todo lo que los funcionarios distritales que están a unos escasos metros deberían evitar. Es una vía sin asfaltar, llena de huecos y por donde circulan camiones pesados. Un carnicero bien podría

estar en la calle porque se encuentra en el borde de la entrada de su local enchapado con baldosas blancas. Cuelga a otra víctima inerte del gancho y empieza a atacar su cuerpo. Cada cuchillada le da un corte distinto, que separa en la amplia mesa similar a una camilla de morgue, de esas de película gringa. El mismo carnicero hace todo el trabajo y el río de sangre que desfila por la cuneta revela la doble intención de trabajar para ser observado: en primer lugar, el show de ver a un hombre hábil con los cuchillos, como ocurre con los famosos restaurantes Teriyaki que llenan el mundo y, por otro lado, la posibilidad de desechar de una buena vez la sangre. *** Yamireth Buitrago, de tez blanca, pelo rubio y ojos verdes, es de Caquetá y vive hace seis años en La Sevillana. El primer piso de su casa es una amplia tienda. En la mitad de lo que debería ser la sala, hay un estante que divide en dos el improvisado local, creando un pasillo a la derecha, donde están las verduras en canastas verdes, y otro a la izquierda, donde están los enlatados y otros productos no perecederos. Al fondo, frente a Yamireth, hay una fila de neveras con gaseosas, cervezas y quesos.

—Cuando llegó a vivir aquí, ¿notó un cambio en el aire? —Sí, claro, hartísimo. Siempre le da a uno duro porque se le quiebran los labios, el cuerpo se reseca. Le da a uno de una vez gripa, tos. Es cosa impresionante porque la cara uno la siente como mantecosa, como si tuviera un bulto de harina. Dice que se limpia la cara todas las noches “con la limpiadora Pond’s” y que el pañuelo termina negro. Según la epidemióloga Mantilla, en otros países se han reportado casos de lesiones psoriásicas por una larga exposición a material particulado, aunque esto todavía no ha ocurrido en Bogotá. Advierte, además, que estos efectos se observan a largo plazo y por ingerir el material particulado en alimentos o respirándolo. Lo que sucede en el cuerpo, cuenta Mantilla, es que “metales pesados pueden generar áreas en las cuales no llegue la irrigación sanguínea. Lo anterior produce como úlceras de las que se van cayendo pedazos de piel”.

Los vientos en Bogotá arrastran la contaminación al sur de la ciudad. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

En pocas palabras, así Yamireth se limpie la cara todas las noches, el aire que respira la afecta. Con su esposo, tiene una hija de dos años y dice que la niña no se ha enfermado porque “ella nació acá y los niños se adaptan”. Dice que cuando se van de viaje y regresan, sí los reciben días de gripa, y recuerda, sin preguntarle, que tiene un hijastro que sufre por el aire: “Él tiene una pulmonía aguda, ha estado en tratamiento y todo y es por la contaminación”. Su memoria le falla para acordarse de lo que padece el niño y tras enumerarle todas las enfermedades respiratorias agudas y crónicas que conozco, doy con la más común, que yo mismo padezco: asma. “Todo eso decían los médicos, que es por el polvo, por la contaminación”. El asma se caracteriza porque dificulta la respiración en quien la padece y es de fácil diagnóstico, pues al respirar, el pecho expide un silbido que en medicina se llama sibilancia.

Esta enfermedad, causada principalmente por la inhalación de polvo, afecta a 235 millones de personas en el mundo —más o menos la población de Brasil—, según la OMS. El hijastro de Yamireth es uno de los 205 niños menores de 5 años de Kennedy que en 2016, al acudir al médico por alguna gripa, este último asoció los síntomas con la contaminación. El piso de la tienda, de baldosas de superficie rugosa, está lleno de polvo y tierra. De entrada, las baldosas parecen entre grises y marrones, de un tono tirando al del cemento crudo.

—¿Cada cuánto hace aseo en la tienda? —pregunto. —Todos los días, por lo menos dos veces al día. —¿Por qué dos veces al día? —Porque el piso es blanco. ***

“El Iboca dice que todo está bien, más o menos”, dice entre dientes Alejandro Casallas, ingeniero ambiental. Se refiere al Índice Bogotano de Calidad del Aire, la regulación adoptada por el Distrito, que además creó la Red de Monitoreo de Calidad del Aire en la ciudad. Existen 13 estaciones fijas en toda la ciudad que miden en tiempo real las concentraciones de material particulado; una de ellas está en La Sevillana, y sus registros de PM10 en las últimas 24 horas, no bajan de 180 por esta época del año. En un estudio que está realizando el Instituto de Servicios y Estudios Ambientales de la Universidad Sergio Arboleda, donde trabaja Casallas, miden la calidad del aire en las inmediaciones de la institución y han llegado ya a varias conclusiones. La primera es que 13 estaciones son muy pocas para tener una medida acertada. “De una cuadra a otra la calidad del aire cambia muchísimo”, según el ingeniero, pero la red de la Secretaría de Ambiente ni siquiera alcanza a tener una estación por localidad. La concentración de material particulado aumenta con aire, fuentes móviles y fuentes fijas. Para Casallas, “más allá de que la mayoría del viento aquí en Bogotá venga del nororiente hacia el sur”, lo que hace que se arrastre toda clase de partículas, “el sur de la ciudad tiene

la industria, la fuente fija que más produce emisiones”. Agrega que en Kennedy, “además de la industria y el viento, quedan los camiones que llegan, por ejemplo, a Corabastos” y que por su precaria tecnología contaminan tanto como la fábrica misma. —¿Qué acciones se están tomando? —Ninguna, el día sin carro, será. Pero el día sin carro no sirve para nada, porque baja las emisiones de carbono solo un día, y los carros particulares son los que menos contaminan. —¿Qué acciones se pueden tomar, entonces? —Lo primero sería cambiar los camiones, traer unos más modernos. También mandar auditores a comprobar si lo que las estaciones están mostrando es cierto y, de paso, poner una mejor Red de Calidad del Aire, porque la que tenemos se quedó corta. Otra cosa es que hay que especializar a la gente, muy poca gente se dedica a estudiar el aire, salvo los ingenieros ambientales y los químicos, pero la mayoría prefiere el agua y suelos.

de la ventana, como se suele hacer cuando no se espera a nadie. Es una madre comunitaria y ha hecho la cartelera de la entrada con los niños hace unos días.

—¿Usted ha sentido los efectos del aire en su salud? —Claro, uno se la pasa con gripa. Yo he vivido toda una vida aquí con mi familia y mi esposo se la pasa tosiendo. De los niños de aquí, la mayoría tiene problemas respiratorios y es todo por la contaminación. —¿Por qué cree que este sector es tan contaminado? —Los carros y los camiones que salen de todas estas fábricas le echan el humo a uno. No es sino quitar cualquier cuadro que lleve un rato colgado en la pared y se ve el parche blanco y la pared negra.

Al terminar la conversación, Casallas propone otra solución. Afirma que se trata también de un problema de conciencia estatal y ciudadana. Indica que la gente debe entender que su salud se está viendo afectada, y el gobierno, entonces, debe gastar más dinero por habitante para prevenir y curar esas enfermedades.

—Sí, a largo plazo se vuelve un problema que afecta la salud pública —digo parafraseándolo —A la salud pública y al dinero público — me corrige. *** Bajando por la calle 45 Sur hay una casa de tres pisos con ladrillo al desnudo en frente a la fábrica de Bavaria. Como todas sus vecinas, tiene un antejardín descuidado, puerta metálica, barrotes en las ventanas y tres timbres, uno para cada piso. La casa es distinta por dos cosas: es un hogar comunitario del ICBF y en la puerta cuelga una cartelera azul pastel que dice “¡Cuidemos el aire! Día Mundial del Aire Puro”, entre garabatos hechos con crayones y un planeta Tierra muy cansado en el centro. Luego de timbrar en el piso 1 —el botón dice “Jardín”—, Blanca se asoma por los barrotes

ESPECIAL

MEDIO AMBIENTE

•••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

UNA COPA

QUE LO CAMBIÓ TODO La copa menstrual ha ganado popularidad en los últimos años por ser una alternativa que no produce desechos y no contamina como las toallas higiénicas y los tampones. Sin embargo, existen muchas prevenciones y tabúes sobre su uso. Una periodista aceptó el reto de utilizarla y descubrió mucho más que un dispositivo de higiene íntima. Texto: Camila Pérez Bautista camilaperez@javeriana.edu.co Ilustraciones: Lucas Luque l.luque@javeriana.edu.co

No recuerdo la primera vez que escuché sobre la copa menstrual, pero en los últimos meses el número de mujeres que la usa ha aumentado y, en cierta forma, eso me causó curiosidad. Sabía que para muchas usarla es una manera de ayudar al planeta, de reducir los desechos y la contaminación, pero me preguntaba por qué, más allá de eso, tantas mujeres la quieren y la recomiendan. Así que antes de usarla indagué, quería saber de qué se trata todo esto que causa controversia en el mundo femenino. En ese momento

fue cuando averigüé que no es algo que se haya inventado hace unos pocos años, sino que a finales del siglo XIX ya existían algunas versiones rudimentarias de este dispositivo y, en 1973, Leona Chalmers, una actriz estadounidense, lo rediseñó, lo patentó y lo sacó al mercado, aunque su éxito no tuvo tanta resonancia, pues se vio opacado por la popularidad que tuvieron los tampones en aquella época. Sin embargo, hoy en día la copa se retomó y se ha hecho popular por la necesidad de usar alternativas diferentes acordes con la conciencia ambiental y la comodidad de la mujer.

Cuando fui a comprar la mía me sentí un poco desorientada, porque no supe cuál era la adecuada, pues, aunque la mayoría de copas están fabricadas con silicona médica existen diferentes tallas, colores y marcas. De hecho, se pueden escoger según la edad de la usuaria, su tamaño y la cantidad de flujo. Por eso empecé a buscar la que se ajustaba a mí y a lo que quería, a pensar por primera vez cómo funcionaba mi ciclo, pues necesitaba algo que fuera acorde con mis necesidades.

El primer impacto Para ponerme la copa tenía que introducirla en mi vagina. Y en realidad era raro tocarme, sentirla, pues nunca me enseñaron a ser curiosa, a explorarme y ver qué podía significar conocer mi parte genital y sexual. Por eso me la quería poner rápido, porque me sentía extraña acomodándome la copa. Ese día caminé media hora y el pánico que sentía de mancharme era exagerado, pensaba que todo el mundo me miraba, y tenía una sensación de extrañeza de solo recordar que tenía algo dentro de mí. A la media hora de habérmela puesto, fui al baño de mi casa y, al mirar mis pantis, vi que efectivamente tenía una mancha roja de sangre. Me sentí un poco frustrada porque pensé que me la había puesto mal y que seguramente esto se iba a repetir en los próximos días. Sin embargo, lo más tedioso fue tratar de sacar la copa de mi cuerpo: me daba miedo tocarme y fue muy difícil al principio, porque no sabía cómo hacerlo, cómo sacar ese dispositivo sin sentir incomodidad. Ahí fue cuando recordé a Gabriela Rivera, creadora de Flowfem, una marca que vende copas menstruales, quien me explicó cómo extraerla: “Lo primero es no asustarse, pues el canal vaginal tiene el tamaño de un alfiler, por lo que la copa no va perderse ni irse a ningún lado. Lo segundo, es hacer contracciones vaginales para que vaya bajando y finalmente se pueda sacar desde la base”, me dijo. Entonces eso fue lo que hice y la incomodidad desapareció. Ver, por primera vez, la sangre pura, como es realmente, sin estar regada a lo largo de una toalla o concentrada en un tampón, fue revelador. En realidad, el flujo que se tiene durante estos días no es tan abundante y tampoco hue-

le feo. De hecho, investigué el porqué de esta diferencia y encontré en el blog de ConSentidoVerde, una tienda en línea comprometida con la construcción de la conciencia del consumo sostenible en Colombia, que las toallas y los tampones son mucho más contaminantes de lo que creemos, pues contienen químicos que no son amigables con el cuerpo ni con el medio ambiente. Por ejemplo, el asbesto es utilizado para que las mujeres sangren más y terminen usando más de estos productos; la dioxina, que se usa para blanquear las fibras del tampón y las toallas, es altamente cancerígena; el poliacrilato, un polvo blanco, es un absorbente poderoso y se ha relacionado directamente con el shock tóxico y, finalmente, el rayón es

Una mujer durante su vida produce

60 kilogramos de desechos solo en toallas higiénicas. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

un químico que se utiliza para retener altas cantidades de fluidos y produce humedad y un aumento anormal en la flora bacteriana de la vagina, lo cual produce irritaciones e infecciones urinarias. Al leer todo esto, quedé asombrada y pensé en cuantas toallas usé, cuantas deseché y cuantos químicos me han afectado directamente. Además, una toalla en promedio se demora quinientos años en degradarse, y si uso cinco al día, estoy generando trece mil desechos a lo largo de mi vida fértil. Desechos que en realidad se pueden evitar. Todo esto me motivó a seguir usando la copa, a pesar de que no me sentía del todo cómoda. Sabía que estaba generando un cambio y que, a pesar de que no era fácil, era algo a lo que estaba totalmente dispuesta.

El proceso de adaptación Al día siguiente, tenía que salir de mi casa casi todo el día y al ponerme la copa fue igual que

el día anterior. No quería tocarme más allá de lo necesario. Así que me la puse rápidamente y empecé a hacer mis actividades normales y, en el trajín del día se me olvidó que la tenía, pero cuando lo recordé, entré en pánico, porque si me había manchado la primera vez, existía una posibilidad de que esta vez me volviera a pasar. Al mirarme de nuevo los pantis, estaba manchada, y otra vez la frustración vino a mí. No entendía cómo, si las mujeres con las que había hablado se sentían bien, cómodas y podían hacer actividades de alto impacto, yo no lo lograba. Entonces volví a recordar a Gabriela, ella me había dicho que acostumbrarse a la copa era un proceso, una manera de reconocerse, de explorarse, conectarse con el cuerpo y con el ciclo menstrual y que también implicaba práctica y paciencia. Entonces me volví a poner la copa, pero esta vez hice algo que no había hecho la vez anterior: decidí tocarme más, sentir la rugosidad de mi vagina y asegurarme de que tenía la copa bien puesta. Si me estaba manchando era porque no la estaba acomodando adecuadamente. La metí un poco más al fondo, la giré suavemente, tal cómo me lo indicaron, y al sentir que no se movía supe que estaba bien puesta.

“Uno de los retos de la copa es educar”, me dijo Gabriela. Y realmente no lo creí hasta que lo experimenté. Es verdad, la copa me despertó la curiosidad de conocer mi anatomía, de entender cómo es realmente mi ciclo, de tener control y conciencia sobre este. Y poco a poco empecé a dejar de lado esa vergüenza que me inundaba al reconocerme, a ver más de cerca cómo funciona mi ciclo y entender la conexión que puede generar con mi cuerpo.

Al final En los últimos días comprobé que la mayoría de las mujeres pasamos por un proceso similar. Aparte de Gabriela, tuve la oportunidad de hablar con otras mujeres que ya llevan un buen tiempo usando la copa menstrual y concluí que a todas nos suceden cosas similares. Todas empezamos con miedo e incomodidad de hacer algo nuevo, algo que nos va reconectando con nuestro cuerpo. Todas exploramos de a poco el esfuerzo que exige la copa para reconocernos,

para entender nuestro ciclo, para verlo de cerca y quererlo. Todas fuimos entendiendo cómo el cuerpo y la fuerza femenina actúan con una complicidad auténtica. Todas empezamos a ser conscientes del impacto que se genera con respecto al ambiente. Todas cuestionamos la manera como nos han educado en relación con nuestro cuerpo. Todas fuimos perdiendo la vergüenza. Todas terminamos queriendo la copa. En mi último día tuve la oportunidad de hacer un proceso de retroalimentación. “La copa ayuda a cuestionar todo lo que nos rodea”, me explicó Gabriela al preguntarle sobre su experiencia. Nunca pensé que fuera así, como ella me lo dijo, pero en realidad sí fue un proceso que empezó por mera curiosidad y terminó en un replanteamiento de varios aspectos mi vida, pues ahora pienso en qué consumo, cómo me alimento, qué ropa uso, qué productos elijo para mi cuerpo. Con el pasar de los días y mientras me iba sintiendo más cómoda, empecé a contarles a mis amigas sobre este descubrimiento con la intención de sembrarles un poco de curiosidad. Todas estaban indecisas, tal vez dudaban de lo que les contaba y, por eso, decidí investigar más.

la demanda, también lo hará la oferta y los precios bajarán. Gabriela, que es una de las mujeres que ayudan a distribuir y a dar a conocer la copa menstrual, dice que es importante tener cuidado al comprarla, pues deben tener unos certificados que prueben que son aptas para el uso. Las fabricadas en Estados Unidos deben tener las certificaciones FDA, ROSH y el ICI9001, que son esenciales para comprobar su calidad. En los últimos momentos en que la usé, realmente le empecé a coger cariño: cada vez era más fácil ponerla y sacarla sin dolor y sin mancharme. Cerré mi experiencia reflexionando sobre cómo he tratado mi cuerpo durante toda mi vida, sobre cómo me he reconocido. Siempre tuve vergüenza de mis genitales porque no los conocía en su totalidad y, aunque nunca lo he querido, estaba llena de tabúes frente a la sexualidad y la anatomía femenina. En definitiva, mi primera vez con la copa fue incómoda y retadora, pero ¿qué cambio no es así?

María Alejandra Cifuentes es médica ginecobstetra de la Fundación Universitaria de Ciencias de la Salud (FUCS) y asegura que el uso de los productos higiénicos de la mujer es de total preferencia personal. Al preguntarle por las ventajas de la copa, explica que, al no tener contacto con la piel, ayuda a evitar irritaciones e infecciones. También aclara que se debe tener un uso adecuado e higiénico para poder lograr un buen funcionamiento y, además, se refiere a los beneficios que tiene con respecto a las toallas y tampones en términos de comodidad y durabilidad, gracias a la silicona médica hipoalergénica de la que está hecha la copa. En Europa ya la utiliza una gran cantidad de mujeres; en Estados Unidos está cogiendo fuerza, y en América Latina aún está en proceso de reconocimiento. En Colombia, por ejemplo, no hay una marca que produzca la copa, lo que la hace costosa y hasta difícil de conseguir. Sin embargo, a medida que las mujeres decidan pasarse a ella, las posibilidades de que sea asequible aumentan, pues si sube

ESPECIAL

MEDIO AMBIENTE

LA FIESTA DE LA RESISTENCIA EN EL PÁRAMO

Zona de resistencia campesina, páramo más grande del mundo y, durante muchos años, zona en conflicto. En agosto se celebró en Sumapaz el Día del Campesino. Se festejó con baile, mucha comida y coplas rebeldes. La localidad 20 de Bogotá recuerda que en la gran ciudad existe un lugar de inmensa riqueza natural en el que los bogotanos que lo habitan trabajan la tierra y luchan por ella.

Texto y fotos: Juan Sebastián Solis juan.solis@javeriana.edu.co “Nosotros, los campesinos, celebramos los acuerdos de paz / y al gobierno le exigimos que respete el Sumapaz / somos gente de rebeldía que no pueden engañar / si el agua piensan quitarnos, ni con la muerte se la podrían llevar / […]. Cuando estoy en mi huertica, yo me pongo a pensar / que con políticas nefastas, del páramo nos quieren sacar”. Así terminaba una de las participantes del concurso de coplas en el Día del Campesino y Campesina en Nazareth, Sumapaz. Según me contó Miguel, proveniente de San Juan, este año la celebración estuvo mejor que en años pasados: tuvieron más premios, mejores escenarios y el acompañamiento de la Alcaldía. Pero ni la mejor fiesta hace olvidar las dificultades de vivir en el campo colombiano. Doce horas antes de hablar con aquel campesino, yo iniciaba el recorrido inverso al que hace un bulto de papa desde Nazareth hasta Bogotá. Eran las seis de la mañana en aquella

Alcaldía Local, que queda en la calle 6 con 32 —la única que no se encuentra en su localidad—. Unas diez personas esperábamos el bus que nos transportaría. A las siete y media subimos. Más de la mitad de los pasajeros eran jurados y funcionarios públicos. Fueron tres horas de viaje en las que, en medio de sueños y sacudidas por el camino destapado, pude presenciar cómo iban apareciendo los grupos de frailejones dispersos sobre las colinas, la neblina espesa y brillante del páramo y los riachuelos de agua cristalina. Es un paisaje que abruma por su inmensidad y silencio. A eso de las nueve de la mañana, el bus paró en una tienda en medio de la nada. Nadie se movía y el bus tampoco. Parecía una indicación de que debíamos bajar y ayudar a la economía de este microempresario con poca demanda. Me quedé unos largos segundos mirando las montañas que se elevaban; estaba frente a una de esas maravillas que dejan sin palabras. Tras media hora, retomamos el camino y fuimos bajando poco a poco en medio de las altas peñas del territorio. Entre curvas y caseríos, solo recuerdo haber visto un militar al lado de la vía. No saludó ni levantó el pulgar como es costumbre. Estaba inmóvil mirando a la nada. A las 10:30 llegamos a Nazareth, un pueblo de tres cuadras de largo por cuatro de ancho. No tendrá más de 30 o 40 casas. En la mitad, una pequeña cancha de fútbol de cemento en vez de plaza central, que ese sábado era el centro de la hermandad sumapaceña: se compartía de todo con alegría, había una tarima mediana donde dos presentadores anunciaban concursos, premios y demás actividades y, adelante, estaban dispuestas varias mesas con postres típicos de la región. En ese momento supe que los compañeros jurados iban a zanjar conflictos más nobles que los que imaginábamos: decidirían cuál era el mejor postre, las mejores coplas, los mejores arrieros, los mejores rajadores de leña y demás oficios campesinos. Nos dispusimos a recorrer las diferentes mesas y conocer su cultura gastronómica. Aún no podían vender postres porque los primeros en probar debían ser los jurados, así que seguimos paseándonos por el coliseo y las demás

Sumapaz es una localidad de Bogotá desde

1986. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

calles del pueblo. Había familias de los tres corregimientos de esta localidad totalmente rural: venían de San Juan, Betania y, por supuesto, Nazareth. Los hombres, bien afeitados, con sus bigotes arreglados; las mujeres, peinadas y con sus uñas pintadas. Había un mar de ruanas por todo el pueblo. Incluso, algunos citadinos ocultaban sus prendas urbanas bajo este atuendo. Entre la multitud de personas se paseaba una pequeña multitud de perros. Algunos tenían dueño, y otros, hambre. Pero todos llevaban la misma pinta de perro campesino de pelaje mojado terroso y el objetivo de hacerse con cualquier bocado que encontraran. Así que cuando se acercaron, les compartí un poco del abundante almuerzo trifásico que nos dieron a todos los asistentes, del que me sobraron tres pequeños pedazos de carne de cerdo y de res, una papa, una morcilla y una arepa. Recorrimos el pueblo y vimos, en una esquina lejana, un grupo de cuatro soldados hablando. No parecían estar interesados en la fiesta, hablaban poco con la gente y tampoco se movían

de su punto. De alguna manera personificaban la sombra de un pasado conflictivo, en el que guerrilla y Estado se disputaron esta zona hace solo unos pocos años. Seguimos nuestro pequeño tour y llegamos a la escuela. En la entrada hay una pequeña huerta y un letrero de la Universidad Nacional. Adentro, cuatro casitas que parecían ser salones, y un gran salón —donde entregaban los almuerzos— que parecía ser el comedor. En la esquina noroccidental del pueblo está la cantina y ahí se concentró la fiesta. Se podía vender alcohol después de la una de la tarde, pero algunos se las ingeniaron para conseguir cerveza antes de la hora, ganándose un llamado de atención por parte de los presentadores en tarima. En lo que vendría siendo el patio de la cantina, hay una cancha de tejo y, paralela a la cancha, una banca para los jugadores, que pasaban el frío con su cerveza al clima y celebraban cada vez que estallaba una mecha. Durante el medio día, la tarima fue de Los Independientes, una agrupación local de carranga. Tenían mil letras para una pista que no parecía cambiar. Llevaban un año alegrando fiestas con su presencia, y sus miembros variaban dependiendo de los viajes. Cuando le pregunté a uno por el nombre del grupo, extrañado —como si yo debiera saberlo— me dijo: “Pues se llaman Los Independientes, porque cada uno va por su lado”. Tras su presentación siguió la competencia de coplas de categoría infantil. Algunos las tenían escritas en papel, otros se las habían aprendido de memoria. En ambos casos no faltó quien tuviera problemas para descifrar las letras o los recuerdos. Pero eso no impedía que los niños se expresaran con libertad: “Ya no nos dejan vivir, aquí en el Sumapaz / porque llegan los de Parques que ya nos quieren sacar”. Mostraban desacuerdo con la delimitación del páramo que les impide a sus padres trabajar y, posiblemente, constituirse como reserva campesina. Otros niños tenían otros mensajes críticos y cantaban sobre la contaminación y olvido estatal. Cuando llegó la categoría adultos, se escucharon críticas hacia el gobierno, la guerra, los

militares y las multinacionales. El primero en presentar sus coplas fue un joven de no más de 25. El clímax de sus versos llegó cuando dijo: “Compañero, venga le cuento / lo que se firmó en La Habana son mejoras de la vida para el que anda con la ruana / Timochenko y Tirofijo, tildados de guerrilleros, si su filosofía es darle de comer al pueblo”. Poco acostumbrado a este tipo de declaraciones públicas, miré a mi alrededor y vi tranquilidad en los rostros. De hecho, veía a la gente aplaudir con convicción por primera vez. En casi todas las coplas se notaba el amor de los participantes por el páramo, el campesino y su labor. La cuestión de la reserva campesina también se escuchó: “Señores del gobierno, hoy les mando un mensaje a su oficina / y es que este páramo es reserva campesina”. Al terminar el concurso volvió la lluvia y terminé refugiándome en la cantina. Era el único lugar cubierto y abierto a todo el público y, de pronto, un trago podía ayudar con el frío. Ahí conversé con Yeraldín, quien trabaja censando a los habitantes de Sumapaz. Me contó que era difícil que la gente aceptara ser censada, porque muchos de ellos desconfían del Estado y creen que esto solo serviría para subirles impuestos. En algunos casos ni siquiera les abrían la puerta.

alcanzó para dos. Es claro que en tierra campesina si hay para uno, hay para todos. A las doce y media partimos todos los visitantes. En medio de chistes, notamos, con una familia que venía de Suba, que ahora sí íbamos a atravesar Bogotá. Nos esperaban cuatro horas desde lo más sur hasta lo más norte. Tres horas que serían de trochas y curvas, en vez de trancón. Mientras miraba por la ventana, esperando el sonido del motor, una pareja peleaba con otros pasajeros “colados” por estar ocupando su puesto. Los “colados” eran una pareja de viejos del pueblo; los usuarios “legítimos”, una pareja joven del norte que había venido por trabajo. Entre el ajetreo de la discusión y las esporádicas mediaciones de la funcionaria de la Alcaldía, solo veía cómo el sur se peleaba contra el norte y ambos contra la Alcaldía por un trato justo. Al final, la Alcaldía zanjó las diferencias: a los campesinos se les permitió conservar su puesto y a los jóvenes les tocó irse en un carro, al parecer de alguna funcionaria. Como dirán algunos con optimismo: acá en Bogotá cabemos todos.

La localidad 20 de Bogotá tiene una extensión total de

78.095 hectáreas. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

Ya llegando al final de la noche, nos sentamos frente a la cancha donde estaba montado todo un concierto con orquesta. La gente, con unos cuantos tragos encima, bailaba animada. Seguían sin aplaudir, pero se notaban felices. Inquieto, pregunté por el motivo detrás de esta costumbre, y la respuesta que recibí —entre leyenda y realidad— fue que la gente prefería no aplaudir para no perturbar a las ánimas del conflicto. Recordé la copla que decía: “En el pueblo de Nazareth no se puede vivir a gusto / los que no se matan a balazos, se mueren del susto”. La fiesta continuó hasta dos horas después de lo planeado. En el programa los buses salían a las 10:30 p. m., pero a esa hora empezó el último show. Casi llegando a las doce había filas de gente junto a los buses. Algunos tenían cervezas y llevaban cajas con comida del almuerzo. A modo de chiste, decían que era la comida de los próximos tres días. Apuesto a que solo les

ESPECIAL

MEDIO AMBIENTE

EL MUNDO ACUÁTICO DE UNA ARTISTA Texto y fotos: Juan Sebastián Peña Muette j.penam@javeriana.edu.co

La obra de Marna Sánchez es una respuesta a los desastres ambientales que afloran en nuestro tiempo. Esta artista vallecaucana, marcada por el agua hasta en su nombre, despliega sus capacidades artísticas para resignificar nuestra relación con el agua y los seres que en ella habitan. Marna Sánchez lleva el nombre del padre de las aguas a modo de prefijo en el suyo: el Mar. Y como si su paladar fuera de la misma naturaleza de esa inmensidad salada, Marna babea por el dulce. Esta tarde pide dos bolas de helado de vainilla y un tinto. Desparrama tres bolsas de azúcar blanca en su café, lo revuelve despacio y con una cuchara le clava una puñalada al helado. Se lleva el trocito moribundo de helado a la lengua y, sin tragárselo aún, sorbe su café. Saborea feliz su invento gastronómico. En ningún callejón de su cara parecen hallarse pruebas contundentes de los 68 años que tiene. Apenas unas arrugas tenues que surcan su piel blanca y dorada por el sol dan sutiles indicios del paso del tiempo. Su cabello es corto y despelucado, oscila entre las tonalidades del blanco y el rubio. Sus pestañas son crespas

como una ola erguida. El sonido de su voz tiene la dulzura y profundidad de una abuela; el desparpajo con el que habla de cualquier tema es el de una niña. Siempre tiene algo por contar. No para de hablar. Su boca pequeña se retuerce entre memorias y risas. Recuerda, por ejemplo, el día en que se enamoró del agua. Marna nació en Vijes, un municipio del Valle del Cauca donde serpentea ese animal colosal llamado río Cauca. Marna debía tener unos cinco años cuando se sentaba a sus orillas: “A veces bajaba dos escalones y soltaba una canoa pequeñita que estaba ahí amarrada y me iba remando. Con tres remazos avanzaba por ahí un metro, y me daba mucho susto y me devolvía. Y de nuevo me sentaba a contemplarlo. Esa imagen se quedó grabada para siempre”. Desde entonces el agua está también a las orillas de sus obras de arte.

el reconocimiento de la importancia del agua. Mirarnos a nosotros mismos es entender que sin el agua nuestra existencia es inviable. La frontera entre la naturaleza y el ser humano es menos difusa de lo que algunos desearían. Todo lo que contamine al agua pone en riesgo también a las personas.

Directo Bogotá (DB): ¿En qué momento surge su inclinación por el arte como medio de expresión? Marna Sánchez (MS): Mi abuela paterna, Carmen Sánchez, tenía una escuela y yo era quien

Marna es pintora y artista plástica. Por la misma época en que osaba penetrar los bordes del río Cauca, Marna recuerda que ya tenía la manía de ponerse a dibujar todo lo que veía. Y cuando la destreza artística y el amor por el agua se abrazaron, nació todo un repertorio de expresiones artísticas que han buscado despertar conciencia respecto a las problemáticas actuales del agua como recurso natural y fuente de vida. El agua es oro es quizá su obra más icónica. La instalación consta de varios botellones de agua recubiertos con hojilla de oro que buscan resignificar el valor del agua. También están sus óleos Abisales, en los que, a través de una explosión de colores y contrastes, representa algunos organismos que habitan el fondo del mar y que también padecen los problemas ambientales que desencadena el ser humano. En un gesto artístico innovador, Marna mezcla la pintura con la tecnología de luz LED para producir cambios en los colores de sus óleos. La expresión de Marna es transgresora. No solo ahonda en una problemática a la que a veces no se le da suficiente importancia en el campo artístico, sino que, además, busca darle cualidades al arte al adaptarlo a las condiciones tecnológicas de la actualidad. La obra de Marna apunta a que el reconocimiento de lo humano debe implicar también

guiaba a los estudiantes al tablero a pintar en tiza. Yo tenía cinco años. En esa época pintaba todo lo que veía, todo lo que estaba a mi alrededor. Trataba de pintar caballos, vacas, cosas que me apasionaban. Yo, sin saberlo, ya era artista en potencia. Nunca dejé de pintar, todo el tiempo estaba plasmando todo tipo de materiales. Me pintaba las piernas, el piso de mi casa —que era de baldosa—, las paredes, las puertas, los espejos, mi cuerpo, los zapatos, la ropa, ¡todo!

DB: Sus obras han estado exhibidas en museos y colecciones privadas importantes del país y de Estados Unidos, ¿Cuál ha sido la recepción de su obra? MS: El arte se abre caminos insospechados, es universal. Tiene una luz muy débil eso sí, cuando se le da nacionalidad. Es como si encerráramos nuestros pensamientos en un dogmatismo. Pero también cierto arte es tradición, decir lo contrario es caer en un narcisismo que anula la creatividad. Yo he tenido la suerte de estar en algunos museos, pero me falta mucho camino por recorrer, porque soy una artista muy encerrada, muy dedicada al arte, a la práctica, al oficio, entonces no me dedico tanto a mostrar lo que hago. Aunque en este momento de mi vida me gustaría muchísimo estar en todo lado, en exposiciones múltiples, que el mundo vea lo que quiero comunicar.

DB: En su colección de óleos Abisales hay representaciones de animales del fondo del mar. Son algo monstruosos, por decirlo de alguna manera, y prácticamente inidentificables para un espectador común. ¿Cuál es la intención detrás de escoger para la representación artística algo que podríamos llamar “sujetos marginales” del mar? MS: Hay que ir desde el principio. Cuando se vierte una sustancia contaminante al medio ambiente, esta no permanece en el sitio en que se realizó el vertido, sino que se dispersa. Millones de toneladas de basura y plástico reposan en los mares, y aunque se sabe que la zona abisopelágica es una de las últimas capas del océano, ya se tiene evidencia de que esa contaminación ha afectado a varias especies abisales. En las profundidades existen depósitos de níquel, cobalto, oro, plata, zinc, magne-

sio y muchos más. Y estos son extraídos con bombas hidráulicas, lo cual causa la muerte masiva por intoxicación de los organismos que viven en el fondo del mar. Entonces, con esta temática de los abisales estoy haciendo que el hombre mire a este ecosistema que no es menos importante que otro. En el mundo todo está conectado. Y adoro los océanos, son la riqueza más grande que tenemos y están en riesgo de desaparecer. Aunque pensamos que no, que los océanos son interminables, ¡no es así! A veces pienso que si el océano fuera un país, tendría las siete economías más grandes del mundo (risas). Todo viene del fondo del mar. Por eso le apuesto tanto a que los científicos posen su mirada allí. La ciencia se ha dedicado más en ir al espacio que a mirar nuestros océanos. Así somos.

MS: Da pesar que hasta ahora estemos entendiendo los ecosistemas como un todo y que los ríos sean entidades vivientes de la naturaleza. La gente no habla del valor del agua, sino del valor del recibo del agua. Me pregunto: “¿Desde cuándo los ríos nos enseñaron que somos nosotros los subalternos de ellos y que son ellos los que nos mantienen con vida?”. Debemos preguntarnos qué estamos haciendo por los ríos. La naturaleza es la base para producir tecnologías, casas, amores… Para toda nuestra forma de vida tenemos que amar la naturaleza, no nos queda otro camino. No hay agua fuera de nuestro planeta, ni podemos decir “vamos a comprar ese río con todo este oro que tenemos”. El agua es el principio y fin, toca a toda forma de vida en este planeta.

DB: Respecto a Abisales, dice que la representación que usted hace en estos óleos es valiosa en tanto que no cae en la “descarnación” visual de problemas tan agudos y visualmente grotescos como los ambientales. ¿Qué piensa de la representación “grotesca” o “descarnada” de los temas ambientales para transformar la relación entre el ser humano y sus maneras de habitar el mundo? MS: Hablar del problema del agua es muy sencillo. No hay que echar carreta. Y no hay que ser tan grotesco ni amarillista. Los ambientalistas a veces se vuelven obsesivos y lo llevan a ese extremo. No hay necesidad de esa exageración, porque estamos viviendo en carne propia las consecuencias de los daños ambientales. Es más fácil y efectivo llevar un mensaje amable, de amor y de concientización. Yo me dedico a rescatar conciencia en un nivel en que se rescate el amor y el respeto por la naturaleza. Porque sin amor no hay nada en este mundo. Y por ahí reza un dicho que con miel se cazan más moscas que con hiel.

DB: En el 2016 la Corte Constitucional declaró al río Atrato como sujeto de derechos. Sin embargo, parece evidente que más importante que el cambio en la normatividad lo es el cambio en la cultura y en la sociedad misma, ¿Cree que el arte puede empujar este tipo de procesos de concientización que van más allá de lo legal?

ESPECIAL

MEDIO AMBIENTE

¡A PAJAREAR POR BOGOTÁ! Ana Lucía Barros barrosana@javeriana.edu.co Fotos: Cortesía de Pedro Camargo

El avistamiento de aves está surgiendo como una alternativa para realizar turismo ecológico, reconocer nuestra biodiversidad y cuidar el medio ambiente. En Bogotá encontramos una gran variedad de especies y de lugares para realizar esta actividad que es sencilla y entretenida. Colombia es reconocida por su diversidad de aves y su fama como destino para el avistamiento se vio reforzada luego de quedar en primer lugar en los dos últimos años en una competencia llamada Global Big Day, un evento en el que participan ambientalistas, ornitólogos y aficionados de todo el mundo y en el que compiten por registrar más aves en un día. En el realizado en mayo de este año, se registraron 1.546 especies y, una parte de esa enorme variedad, también se puede ver en Bogotá.

La biodiversidad de ciudad Cucarachero del pantano

(Cistothorus apolinari).

Podríamos pensar que el avistamiento de aves o “pajarear”, como lo llaman quienes lo practican, se da únicamente en zonas rurales, bosques o selvas, pero eso no es del todo cierto, pues en las zonas urbanas también se puede desarrollar esta actividad. Pedro Camargo, presidente de la Asociación Bogotana de Ornitología (ABO), explica que hay una gran variedad de lugares para

pajarear en Bogotá, y que, además, tenemos una gran diversidad de especies: “Los humedales son un sitio clave para hacer observación dentro del Distrito, porque podemos ver aves acuáticas también. Los cerros orientales pueden ser más difíciles en temas de seguridad, pero también son muy interesantes”. Las opciones son amplias y hay lugares para todos los gustos, desde sitios urbanos hasta parques naturales cercanos, como cuenta Camargo. “El Jardín Botánico tiene elementos que no se ven en otras zonas más urbanas de la ciudad, y últimamente el parque Virrey se está usando mucho también. Alrededor de Bogotá también están los parques Sumapaz, Chicaque y Chingaza”. Si bien en todos los humedales de la ciudad podemos encontrar más o menos las mismas especies, en algunos lugares podemos ver más o menos pájaros, dependiendo de su tamaño y su cercanía con sitios muy transitados de la ciudad. Por ejemplo, es más fácil pajarear en La Conejera, ubicado casi a las afueras de Bogotá por el occidente, que en Santa María del Lago, que está en el interior del casco urbano. “El humedal Córdoba es el que más especies de aves tiene, pues llega a 170 especies. El humedal Santa María del Lago estrenó hace dos años un observatorio especial para pájaros, y ya pasando el puente de guadua tenemos el humedal La Florida, que alberga dos especies en peligro de extinción: la tingua bogotana y el cucarachero del pantano”, explica Jorge Escobar, presidente de la Fundación Humedales de Bogotá. De hecho, solo en Bogotá podemos encontrar alrededor de 200 especies de aves, según los censos que realiza la ABO, entre los que se encuentran las ya mencionadas tingua bogotana y cucarachero del pantano,

la tingua moteada, la tingua pico amarillo, águilas, búhos, patos, como el zambullidor, mirlas, copetones, currucutís, gavilanes y un largo etcétera. En la sabana de Bogotá encontramos hasta 300 especies, sin contar las aves migratorias que pasan en marzo, abril, octubre y noviembre.

Cómo ver aves La ABO, además de realizar censos de aves, participar en el Global Big Day y en otros proyectos, como el estudio de las especies de aves que habitan alrededor del río Bogotá, también realiza recorridos mensuales de avistamiento de aves en Bogotá y sus alrededores, con el fin de que aquellos que estén interesados conozcan tanto la fauna que existe en Bogotá, como la diversidad que hay en zonas un poco más rurales, pero que continúan siendo de fácil acceso. Las fechas de dichas salidas se publican en sus redes sociales y en su página web.

cuando reconocemos y nos preocupa lo nuestro y, además, este tipo de turismo beneficia no solo a los ecosistemas, sino también “a las comunidades interesadas en los temas ambientales, pues genera dinero para la restauración y motiva la protección”, explica Escobar. José Joaquín Prada, ingeniero civil y miembro de la ABO, comparte la opinión de Escobar. Prada comenzó a pajarear desde el 2010, cuando fue a una actividad en el humedal Córdoba, y desde ahí quedó encantando con el avistamiento de aves. Cuenta que pajareando “uno no se da cuenta de cómo pasa el tiempo. Lo que más me gusta es conectarme con la naturaleza, desconectarme de la cotidianidad citadina”. Esta actividad también le ha permitido a él y a muchos más conocer a fondo los lugares y la biodiversidad de Bogotá y empezar a protegerla, pues como él mismo afirma: “si uno no conoce lo que tiene, no sabe qué es lo que debe cuidar”.

Arriba: Búho campestre

(Asio flammeus). Puede verse en humedales y en la sabana de Bogotá. Abajo: Copetón (Zonotrichia

capensis). Es una de las aves más comunes de la ciudad.

A su vez, la Fundación Humedales de Bogotá realiza visitas guiadas por los humedales, y también anuncian las fechas en sus redes sociales. Igualmente, existen otros grupos que se dedican a pajarear, como Avestamiento, que funciona en Engativá y Suba, y Observadores de Aves del Noroccidente, en dicha zona de la ciudad. El procedimiento para ir a pajarear es muy fácil, solo se necesita seguir unas pequeñas recomendaciones básicas, como madrugar, pues “los pajaritos se despiertan con hambre, y es cuando más se mueven y más emiten cantos”, como explica Camargo; llevar binoculares, tener un libro guía o una aplicación que ayude a identificar las especies y, si es posible, ir con alguien que tenga conocimiento sobre el tema. Es importante también que sean grupos pequeños, de no más de quince personas, e ir vestidos con colores no muy vistosos, para no asustar a las aves.

¿Para qué pajarear? Al hacer aviturismo y ecoturismo en general, “la gente reconoce su propia biodiversidad; al conocer y disfrutar los pajaritos se crea un nexo con ellos, y eso los lleva a tener un mejor comportamiento ambiental”, dice Camargo. El manejo de residuos, el consumo de recursos naturales y el cuidado del ambiente mejoran

avistar Lugares para aves en Bogotá Humedal La Conejera

Garza ganadera Bubulcus ibis

Calle 153 con carrera 136 D

Humedal Juan Amarillo

Suba Engativá

Tingua moteada Porphyriops melanops

Avenida Ciudad de Cali con carrera 92

Humedal La Florida

Especies que se encuentran en los cinco humedales Autopista Medellín, km 2, variante Funza Mirla Turdus fuscater

Sirirí Tyrannus melancholicus

Cucarachero de Apolinar Cistothorus apolinari

Tingua bogotana Rallus semiplumbeus

Humedal Córdoba

Calle 117 con carrera 59

Con información de: Jorge Escobar, presidente Fundación Humedales Bogotá Pedro Camargo, presidente de la Asociación Bogotana de Ornitología Cortesia fotos aves: Pedro Camargo, presidente de la Asociación Bogotana de Ornitología

Estos son los cinco mejores humedales para hacer avistamiento de aves Especie en peligro de extinción *Las direcciones indican las entradas autorizadas a los humedales

Reinita gorjinaranja Setophaga fusca

Especies que se encuentran en los cinco humedales Copetón Zonotrichia capensis

Búho campestre Asio flammeus

Humedal Santa María Tingua pico rojo Gallinula galeata

Carrera 76 con calle 75 B

Tingua pico amarillo Fulica americana

Turpial amarillo Icterus nigrogularis

Inforgrafía por Laura Camila Vargas, vargaslaura@javeriana.edu.co

ESPECIAL

MEDIO AMBIENTE •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

DE LA HUERTA A LA MESA Texto y fotos: Karen Guerrero k.guerrero@javeriana.edu.co

Cultivar y cosechar en espacios pequeños y dentro de la ciudad es una tendencia que no solo propone una manera distinta y más económica de producir alimentos, sino también de preservar el medio ambiente. La agricultura urbana se convierte en una opción para algunos restaurantes, colectivos y particulares.

“Todos en el fondo somos campesinos, eso está dormido en nuestra mente y se despierta cuando tenemos contacto con la tierra”, dice Elena Villamil, de cabello blanco y delantal de cocinera, guardiana de semillas que decidió enverdecer su casa en Bogotá. Así como ella, Alejandro Gutiérrez, chef de Salvo Patria, también le apuesta a sembrar en la ciudad y decora sus platos con plantas que el mismo restaurante cultiva; algo similar a lo que hacen Juan Carlos Santana y José Camilo Rodríguez, de la organización Casa B, quienes fusionan el cultivo, el cine y la pedagogía. Conciencia y cuidado forman el punto de encuentro entre iniciativas distintas de la tendencia de agricultura urbana en Bogotá.

“Es la misma agricultura de siempre, la de toda la vida, pero se está reiniciando. Se trata de recuperar la agricultura familiar, tradicional y acercar el campo a la ciudad”, expresa Juan Carlos, quien también es biólogo y docente. Para él, la agricultura urbana es una respuesta a la revolución verde de la década de 1970: “Con el boom de la agroindustria y la modificación genética, se empezó a deteriorar el medio ambiente y empezamos a envenenarnos”. La agricultura urbana surgió en Europa en la primera mitad del siglo XX, cuando se animó a los habitantes de las ciudades a producir alimentos para su consumo y para apoyar la alimentación de las tropas en las dos guerras mundiales. Luego, en los años sesenta, este tipo de agricultura resurgió con la contracultura hippie y hacia los años ochenta se empezó a popularizar en todo el mundo. Sin embargo, solo fue en 1999 cuando la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) acuñó el término “agricultura urbana y periurbana”, para nombrar las “prácticas agrícolas que se llevan dentro de los límites o en los alrededores de las ciudades de todo el mundo” y que tienen especial valor para la seguridad alimentaria en los países en desarrollo. A Colombia llegó por la iniciativa de varios particulares que quisieron imitar lo que sucedía en otros países, pero también se amplió tras la ola de desplazamientos que el conflicto armado trajo consigo, pues las familias campesinas que se ubicaron en la capital y en sus periferias acoplaron sus conocimientos agrícolas para cultivar y subsistir en el nuevo entorno que habitaban. Más adelante, este hábito pasó a ser parte de programas gestionados desde entidades distritales y del gobierno nacional. La agricultura urbana se institucionalizó en Colombia en 2004 mediante el programa Bogotá sin Hambre, cuando el alcalde era Luis Eduardo Garzón. Junto a este surgió el Proyecto 319, liderado por el Jardín Botánico José Celestino Mutis, mediante el cual se estableció un proceso de capacitación, asistencia y acompañamiento por parte de dicha entidad a los pequeños agricultores. Desde entonces, y pese al cambio de administraciones, el

acuerdo establecido con el Jardín Botánico se ha mantenido, y este se encarga de prestar capacitaciones gratuitas. Además de las iniciativas formales, la agricultura urbana es también una respuesta de resistencia y conciencia individual y colectiva, como lo afirman sus protagonistas; por ello, abundan las iniciativas informales.

Un restaurante En la esquina de la calle 54A con carrera 4 se esconde una casa. Árboles y enredaderas en sus rejas impiden ver su interior. Pero arriba, en lo alto, un letrero informa qué hay allí: Salvo Patria. Juan Manuel Ortiz y Alejandro Gutiérrez han buscado transmitir una imagen de cocina fresca, amigable y alternativa. Por eso, un letrero pintado con aerosol blanco sobre los ladrillos de la primera pared guía a los clientes. La huerta es hacia la izquierda. Es un jardín grande y vigoroso, propio de esas casonas del sector de Chapinero de la capital. Hay charcos y pequeños barriales y todos esos verdes lucen radiantes. Plantas, árboles, arbustos y flores abundan hasta llegar al fondo: las camas donde duermen algunos ingredientes de este restaurante.

El Jardín Botánico ha capacitado a más de

55.000 personas y hoy existen en Bogotá más de 300 huertas familiares y comunitarias. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

En 2004, la agricultura urbana se institucionalizó mediante el programa Bogotá sin hambre. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

Hay una mata de tomate de árbol. Sus frutos están próximos a madurar y, según Nicolás, un cocinero del lugar, solo les resta un poco de temperatura ambiente para que estén listos. En las camas reposan, principalmente, germinados, cilantro, tréboles y rábanos que se utilizan para decorar los platos y preparar ensaladas. Y en el suelo están los que “salvan la patria”: los oxalis, pequeñas hojas cítricas que usan cuando el plato está muy dulce. El cuidado de la pequeña huerta es una responsabilidad compartida de todos los que hacen parte de Salvo Patria. Por eso, al ingresar, el trabajador recibe una pequeña capacitación para que reconozca que la vida no está solo adentro con los platos. “Incluso, a veces, los meseros nos avisan qué ven desde la ventana y nos dicen: ‘¡Oye, el rabanito ya va a salir!’”, cuenta Nicolás entre risas.

Y aunque la producción de sus cultivos no sea proporcional a las ventas del restaurante, hace que la apuesta de su servicio sea diferente, pues producen parte de sus ingredientes de una manera más artesanal y limpia y reducen los costos y la contaminación que implica el transporte de los productos. Como lo afirma Nicolás: “Esta ya es una insignia de Salvo Patria; puede que el cilantro de otros lugares tenga los mismos nutrientes que este, pero este está cuidado y lavado a nuestro gusto. Es más bonito servir un plato con algo que hemos cultivado nosotros”. Incluso, más allá de la excepcionalidad de los platos, para Salvo Patria esta tendencia agroecológica hace parte de la conciencia. “Los cultivos son como bebecitos: hay que cuidarlos para que crezcan, hay que cuidarlos porque son vida, vida para todos”, concluye Nicolás.

Una casa Una callejuela empinada y solitaria conduce a un bello dormitorio. Un portón negro esconde un sendero. Este es curvo, empedrado, de paredes pequeñas y con materas que hacen calle de honor; es el camino que lleva a la puerta principal: otro portón negro, tan solo que un poco más pequeño. Chapas y pasadores pesados anteceden a más de seis “camas” donde hortalizas de varias especies duermen en calma. Hay verde, con diferentes tonos y matices, pero mucho verde. Elena no es una mujer de campo. Es una cocinera, residente del barrio San Martín, en el centro de Bogotá, que acató el consejo que alguien cierto día le dijo: “Si usted tiene restaurante, ¿por qué no cultiva?”. Desde entonces su vida cambió. Gracias a la gestión que realizó con el sacerdote de La Perseverancia, consiguió que el Sena le brindara una capacitación durante dos años, y los siguientes cuatro años hizo parte de programas de la Alcaldía que incluían más espacios de aprendizaje. Así ya lleva once años desde que tocó la tierra y la albergó en el patio de su casa. Una estructura con bolsas transparentes y bordones de madera presenta la Huerta Santa Elena. Una sábana de bolsas negras protege

el inferior de cada una de las camas. Están separadas con pequeños caminos transitables y señalizadas con tableros escritos con una delicada letra cursiva. Una que otra flor se mezcla entre tanto verde. Hay acelgas, brócoli, coliflor, espinaca, perejil, ocho tipos de lechugas y muchas más hortalizas. Elena trabaja todos los días en su huerta en compañía de algunos voluntarios que la conocen y se interesan en ayudar. Semanalmente, hay que remover la tierra para ablandarla y evitar que la raíz quede apretada; hay que rociar, fumigar, fertilizar y recoger la maleza, aunque, como dice Elena, “está mal llamada porque todo es ‘bieneza’”.

La cocina es la esencia de su vida, pero enseñar agricultura es algo que también la apasiona y con lo que sueña trabajar siempre. De modo que mezclar sus dos pasiones le ha permitido sembrar, cocinar y transformar. Con los cultivos ha hecho mermeladas, tortas, ponqués, panes con quinua y sin levadura y helados de lechuga. Todo lo que cultiva, lo lleva directamente a su cocina; una que otra vez, recoge verduras en bolsitas para algunos de sus clientes, pero asegura que son pocos. Esta mujer, rola de pura cepa, se ha impregnado tanto del verde que incluso ha cambiado sus hábitos alimenticios y con la huerta le basta, porque para ella esta es una forma de resistir. “Todos deberíamos practicar la agricultura urbana, tener nuestra comida para hacer una presión de no consumir todo el veneno que nos dan y cambiar un poco el sistema”, concluye Elena.

Un colectivo Belén es un barrio popular y tradicional del centro de Bogotá que acoge personas de distintas comunidades del país. En medio de casas coloniales y calles empinadas está Casa B, un colectivo de construcción comunitaria y cultural que trabaja con niños, jóvenes y adultos de la localidad. Justo al lado, un portoncito esconde la Cine Huerta, donde de la pared y hasta el fondo del lugar cuelgan en bandejas negras unas plantas suculentas. En el centro, hay una estructura de guadua de la cual se desprende una pantalla y frente a ella un espacio libre, porque para sus fundadores esa

1 y 2. Huerta de Elena Villamil en el barrio San Martín. 3. Huerta del restaurante Salvo Patria en Chapinero

la; por legumbres, como el fríjol y las habas; por hortalizas, como la acelga y el apio, entre otros. Es también un sistema integrado por miembros de la organización, voluntarios para el trabajo comunitario, personas de la comunidad y todo aquel que desee aprender y aportar, como lo asegura José Camilo. Es un sistema pedagógico y no comercial. “Este es un proceso de construcción y coparticipación. No tenemos ningún fin lucrativo, el cultivo es para nosotros o para regalarlo. Lo que se busca es que la gente entienda, sea consciente y también haga huertas en sus casas. Que disponga de una sala cultural, un lugar de encuentro para tener un diálogo de saberes”, explica Juan Camilo.

La Cine Huerta es un proyecto comunal en el barrio Belén, que integra la cultura y la agricultura urbana. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

es la necesidad que su proyecto busca suplir: un espacio de encuentro.

“Bogotá necesitaba puentes de comunicación. Este es un proyecto desde las relaciones de confianza, un espacio multidisciplinar e intergeneracional”, dice José Camilo Rodríguez, cofundador de la organización. En el año 2013, la Cine Huerta se construyó en conjunto con miembros del barrio, especialmente con las señoras que, confiando en las bondades medicinales de las plantas, se animan a cultivar. Este engranaje de cine, comunidad y huerta es un trabajo que se complementa desde la permacultura, que busca la sostenibilidad. “Es como un estilo de vida, en el cual hay una armonía entre la naturaleza y el ser humano. Hay una reciprocidad entre yo siembro y obtengo el beneficio del alimento, pero yo le aporto a ese espacio, lo cuido. Todo es un sistema y hacemos parte de él”, explica Juan Carlos Santana. Por ello, las suculentas de las bandejas limpian en el aire y en el rincón, justo al lado de las bandejas, la planta —alta, fuerte y elegante— de tabaco repele los insectos, atrae polinizadores y da sombra a las demás. Es un sistema integrado por plantas aromáticas, como la mejorana y la ortiga; por frutas, como la mora, el lulo, la uchuva y la papayue-

Según Juan Carlos, también considerado guardián de semillas, la agricultura urbana y este tipo de iniciativas en espacios informales son, además, respuestas a la falta de respaldo estatal frente a la protección de lo nativo. “Si hay leyes que atentan contra el patrimonio, es necesario hacer estos cultivos para protegerlo”, expone. Con esto se refiere a la Resolución 970 de 2013, en la que se establecen requisitos para la producción de semillas, así como para su exportación, importación y almacenamiento. Desde el punto de vista de Juan Carlos, esta legislación se encargó de favorecer las semillas certificadas; es decir, aquellas intervenidas genética y tecnológicamente. Por otro lado, para el cofundador de Casa B, la conciencia sobre el buen comer, la seguridad alimentaria y el cuidado parte también de cuestionar la forma cómo se está educando. En ello coincide Juan Carlos, para quien mantener el legado indígena y recuperar los saberes nativos debe trabajarse desde la educación. —Soy docente de ciencias naturales, y para los niños los alimentos vienen del supermercado. Desconocen todo lo que hay detrás. Así que, para poder apropiar estos saberes, es importante una modificación del PEI [Proyecto Educativo Institucional] porque desde los lineamientos del Ministerio de Educación y la escuela formal el cultivo no es importante. —¿Por qué es importante la agricultura urbana? — Porque sembrar una planta es una cura.

¿LES BAJAMOS A LAS BOLSAS? En julio se cumplió el primer año de vigencia del impuesto al uso de las bolsas plásticas. Directo Bogotá presenta algunas cifras para tener en cuenta. Infografía: Mariana Estrada // mariana-estrada@javeriana.edu.co

Cada 60 s

se usan

1M 12 M

terminaron en el mar en el 2010

1 150

Tarda más de años en descomponerse

El plástico acumulado en el Pacífico equivale en extensión a

MÉXICO

toneladas En el 2016

COLOMBIA emitió la Resolución 0668 que

reglamenta el uso racional de bolsas plásticas

ÓN LUCI RESO

066

E S S AR ROLLO

VIGENCIA el impuesto (hoy 30 pesos)

O S TE NIBLE

I N E IS D TERIO

JUL

de 2017 entró en

016

BR 2

28 A

D A MB Y IENTE

Más de 6 bolsas por 1 colombiano

entre 25-30 por

1 colombiano UNA semana

2017

UN mes

288 por 1 colombiano

66.000

Toneladas de plástico procesadas

UN año

mes entre 15-18 por

1 colombiano

180 al año

ESTE AÑO

En de cada hogares se redujo el consumo de bolsas

2018

30 %

menos bolsas distribuidas en puntos de pago

50 % caída de ventas para empresas de bolsas

Datos obtenidos de: Reporte de bolsas plásticas Ministerio de Ambiente // Entrevista de La República a Ángela María Uribe, gerente general de Codiplax // Encuesta del Departamento Nacional de Planeación // Revista Scientific Reports // Revista Smithsonian // Resolución 0668 de 2016 // Investigación de científicos de la Universidad de Georgia, EE.UU. // International Business Times.

ESPECIAL

LOS PACIENTES

SILENCIOSOS DE LA CIUDAD

Un grupo de expertos del Jardín Botánico de Bogotá se encarga de preservar la vida de los árboles de la ciudad. Todos los días estos ‘médicos’ les dan los primeros auxilios a sus pacientes arbóreos, les hacen tratamientos y hasta les proporcionan dietas acordes con sus necesidades, pues la salud de ellos es también la salud de todos los bogotanos.

Texto y fotos Natalia Rivero Gómez n-rivero@javeriana.edu.co En las playas de cemento de Bogotá hay palmas de tronco grueso. Su corteza es dura y áspera. Parece que tuvieran piel de piña. Las hojas son grandes, pero en estos tiempos de lluvia no dan sombra en los malecones de nuestros caños olorosos, como sí lo hacen con los ríos y las playas del Caribe.

—¿Por qué tenemos palmas en la ciudad? —Por el criterio paisajístico que hubo en una época. Pero también tenemos especies que no son de aquí debido a que los ciudadanos las traen de otro lado porque les parecen bonitas, como los cafetos y aguacates. Y cuando no pueden sostenerlas, las plantan en el espacio público —explica Marcela Albornoz, del Jardín Botánico. Ella tiene una camisa blanca con un estampado de mariquitas, zancudos y pequeños cucarrones de colores. En el cuello lleva un collar de libélula verde con un bordecito plateado, muy acorde con su profesión, pues estudió biología en la Universidad Javeriana y trabaja en el Jardín Botánico de Bogotá. Ella está en el Equipo de Gestión de Plagas y Enfermedades del Jardín; es decir, es médica de árboles. Cuando habla de sus pacientes, Albornoz se refiere a ellos como “individuos arbóreos”. “Los bosques se comportan igual que poblaciones humanas o conglomerados de animales”, explica mientras nos dirigimos a atender al primer enfermo. La ‘ambulancia’ es una camioneta blanca de platón. Ahí llevan —ella y los miembros de su equipo— el botiquín para cada cita: un rastrillo, un enorme tanque negro de 500 litros de agua, una podadora —que utilizan cuando hay infestación de una plaga— y una

En Bogotá, el promedio de árboles es

1 por cada 8

habitantes. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

máquina para fumigar los árboles con los insumos o medicamentos que llevan en el carro. Cada árbol en la ciudad tiene su historia clínica. Los identifican con un código de georreferenciación para ubicarlos en un mapa y consignan cuántas veces se ha atendido en el año a ese paciente, qué tratamientos ha recibido, qué enfermedades o plagas ha tenido, la fecha en la que se intervino y qué productos se utilizaron. En ocasiones los que contactan al Jardín Botánico no explican claramente los síntomas del enfermo, por eso muchas veces los ingenieros no saben con qué se van a encontrar. Diariamente la brigada hace entre cuatro y cinco visitas. La primera consulta de hoy es en la calle 92 con carrera 11. Es la primera vez que la bióloga visita a este paciente. Nombre: Sangregado (Croton magdalenensis) Edad: Cuatro años Síntomas: Huecos en las hojas, pérdida del follaje. Diagnóstico: Herbívora por parte de Sangalopsis veliterna. Tratamiento: Fumigación.

Para traducir el diagnóstico: las orugas de una polilla se están comiendo las hojas del sangregado. Los vecinos del edificio, que reportaron el problema, llamaron porque las larvas les caen encima cada vez que pasan cerca del árbol. Los enfermeros bajan de la ‘ambulancia’ y conectan una manguera amarilla larga a una motobomba que está en la parte de atrás de la camioneta. Sacan, con un balde, un poco de agua del tanque para mezclar los insumos orgánicos que utilizan al fumigar, que son menos agresivos que los químicos industriales y no contaminan tanto el ambiente. Sus uniformes son de color verde, tienen un sombrero de safari y botas de caucho negras. Uno de ellos se pone un impermeable amarillo, tapabocas y gafas de laboratorio transparentes. Acordonan la zona con conos grandes de carretera y una cinta. Por la manguera empieza a salir el chorro blanco. En el botiquín también cargan un suero que se puede aplicar con una jeringa abriendo previamente un hueco en el tronco del paciente para llegar hasta su xilema —las venas del árbol—. Es, literalmente, un medicamento ‘intravenoso’ más rápido que no contamina, como sí lo hace la fumigación. Sin embargo, no se puede usar con todas las especies, pues algunas, como el sangregado que están atendiendo, no cicatrizan bien (sí, los árboles también cicatrizan) y corren el riesgo de que el hueco resultante del procedimiento se llene de hongos o bacterias y empiece a pudrir al enfermo.

Los cafetos y aguacates —Mira ese árbol que está allá —dice la bióloga mientras señala por la ventana de la ‘ambulancia’. —¿El morado? —Sí, es un falso pimiento. Tiene chinches. En 2016, investigadores del Jardín Botánico encontraron una especie de insecto proveniente de climas templados que estaba afectando a varias especies de árboles en la ciudad: el Monalonion velezangeli. Es una chinche. Su cuerpo es negro y alargado, como el de un grillo; el rabo es aplanado y sus patas son delgadas y de color blanco. Comúnmente está en las plantaciones de café y de aguacate, como

las que los ciudadanos están plantando en el espacio público.

también tiene un efecto inesperado para los ciudadanos, pues “mejora la salud física y mental”.

Según un informe publicado en 2010 por la Alcaldía de Bogotá, se identificaron 1.711 árboles de aguacate en las calles de la capital. “Es posible que alguien haya traído una planta de su finca y no se haya dado cuenta de que venía con ninfas (los huevitos de la chinche) y se reprodujeron. Otra causa puede ser el transporte de las cosechas que vienen sin los debidos manejos fitosanitarios”, explica Albornoz.

Por supuesto, como sus pacientes son silenciosos, lo que ella y otros profesionales hacen puede pasar desapercibido, aunque tiene un efecto innegable en nosotros y en la ciudad misma.

La chinche succiona la savia (la ‘sangre’) desde las hojas del árbol y con su pico inocula un hongo que empieza a necrotizar el tejido, por lo que se secan las ramas y se ocasiona la muerte del ‘individuo’. Aunque este insecto se supone que puede sobrevivir hasta una altura límite de 2.200 metros, al parecer se adaptó a los 2.600 metros de Bogotá y a su clima frío.

Invertir en su salud es invertir en nuestra salud

El Jardín Botánico de Bogotá ha atendido

46.690 árboles hasta el momento.

La bióloga Albornoz dice que un árbol también puede estar malnutrido porque no logra adaptarse a las condiciones ácidas del suelo de Bogotá y, por eso, a esas plantas las pueden atacar varias enfermedades. Entonces los expertos del Jardín Botánico, como si fueran nutricionistas, se encargan de revisar las especies que necesitan nutrientes para dárselos en su ‘dieta’ con el abono que les aplican. Según cifras del Jardín Botánico, en 2017 se invirtieron $2.867 millones en el mantenimiento de 313.984 árboles jóvenes. Esto incluyó podas, fertilización, tutorado —el palito que se amarra junto al tronco para que crezca recto— y rutas de riego. Para los más veteranos se destinaron $2.470 millones en el cuidado de 4.000 árboles antiguos que necesitaron traslados, tratamiento vascular, cirugías y fertilización, entre otros. También se invirtieron $65 millones para reponer 2.000 árboles en el espacio público. El trabajo de Marcela Albornoz es vital para la ciudad, pues sus pacientes son los que proporcionan oxígeno y ayudan a disminuir la contaminación. Además, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), pasar tiempo cerca de ellos

ESPECIAL

MEDIO AMBIENTE

MEMORIAS DEL

SOCAVÓN

Más que una profesión, la minería es una forma de ver y entender la vida. Santicos y Pantera son dos rostros de lo que significa ser minero en Cundinamarca. Las tragedias mineras, la minería ilegal y el cuidado del altiplano, engloban los dilemas del hombre cundiboyacense. Adelmo (izq.) y Pantera después de un día de trabajo en la mina.

Texto: Santiago Vega santiago-vega@javeriana.edu.co Fotos: Tiffany May t.may@javeriana.edu.co Pantera camina hacia el casino. Está tan cansado y tiene tanta hambre, que no se ha lavado la cara ni se ha quitado el casco. Ni siquiera ha apagado la linterna de su frente. Acaba de salir de una mina gigantesca, donde trabajan otros 25 mineros como él. Todos bajan hacia el casino. El casino es el comedor. No hay juegos de azar. Su única diversión es un televisor, un

asiento cómodo y la luz del día. El grupo que viene a comer, es el de Pantera y Adelmo. Todos son hombres duros, forjados en la tierra y en la roca. Sus ojos resaltan como perlas entre la suciedad negra. Entre ellos, Pantera es especial. Él no solo pica piedra y saca carbón, también saca hombres, estén vivos o muertos, de las minas. Estos mineros entraron a la mina a las tres de la mañana y acaban de salir. Faltan diez minutos para que el reloj marque la una de la tarde. Antes del encuentro con Pantera y Adelmo, tuvimos que atravesar un verdadero laberinto. El primer destino es el alto de Tierra Negra, que está a dos horas de Bogotá. Allí, la vía a Sutatauza y a Ubaté se desvía por otra que se empina hacia las montañas. Tierra Negra se cubre de neblina y se hace un destino denso. Cuatro casas, una vía que se divide y la profundidad del campo verde. Tomamos la vía empinada y a partir de ahí hay que caminar hasta que un colectivo aparezca y nos lleve a Pluma. En el camino se ven venir motociclistas a toda velocidad que aparecen de entre la neblina sin aviso. La neblina parecía silenciar el lugar. Algunos motociclistas tienen todo el rostro negro. Siempre que pasan, hacen un gesto o pitan. Uno responde el saludo. Así es la cordialidad del campesino cundiboyansence. Mientras se asciende por la empinada, aparecen chozas y casonas hundidas en el campo. Las rodean cultivos de papa y las cuidan perros furiosos pero enclenques, que aparecen en cada esquina como fantasmas para mostrar los dientes y asustar. Hasta Pluma son 30 minutos en carro. De ahí, falta entrar por un sinfín de caminos a Peñas del Cajón. Pudimos haber tomado diez caminos distintos. Todo está rodeado de colinas y montañas. Los farallones de Sutatauza se ven al horizonte cuando se despeja el cielo. Todas estas montañas están a reventar de carbón. Incluso se pueden ver las peñas del mineral desnudas a lo lejos. Aun así, no solo se ven minas en el panorama, también están los cultivos de papa, que deslumbran por su simetría y belleza. Penetramos más allá de la carretera principal. Está pavimentada hasta la mitad. Tomamos un camino que debía conectar con el título minero llamado El Mortiño. Un título minero es una

zona que delimita cierta cantidad de minas. Montaña adentro el camino no está marcado. Hay que encontrar algún lugareño para guiarse. Hay peñas abandonadas y lo que parecen ser huecos de minas viejas llenas de escombros. La tierra se ve gris en muchas partes, y los árboles se caen sin color, como la ceniza. La gestora ambiental de los títulos mineros del sector se llama Jenny. Ella dice que son cada vez menos las zonas así en Peñas del Cajón. Nos habla de la restauración ambiental en muchas minas y de la explotación responsable. Minminer, la asociación que reúne a los dueños de minas en el lugar, la contrató para cumplir las exigencias de la CAR: disminuir los residuos plásticos dentro de la mina y en el exterior; estimular el crecimiento del prado en

Un minero gana al mes entre

800.000 y 2'000.000 de pesos. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

La economía del municipio depende en un

90% de la minería. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

Los mineros toman sus alimentos en el casino luego de una jornada de trabajo.

los alrededores de la mina; generar conciencia en el cuidado de la flora y la fauna; y procurar procesar los gases que salen del interior de la tierra, entre otros proyectos. Ella es conocida por casi todos los mineros. Sabe tratarlos y hacerles llegar el mensaje. Nos invitó a un festival ambiental en el que mostrarán sus minas piloto en la recuperación de la tierra y las zonas circundantes. *** Yo había estado en el lugar antes y había conocido a Santicos, un minero pensionado. Supe de él por Alejandro Atuesta, un conocido que me lo presentó. Alejandro es hijo de Pedro Atuesta, quien era muy amigo de Santicos. Pedro murió en un accidente minero hace ya más de diez años. Santicos aún recuerda a Pedro y al pequeño Alejandro. Alejandro trabajaba junto con su padre en la mina y era quien cargaba las volquetas de carbón. Él, al igual que su padre y que Santicos, trabajó desde los quince años en la mina. La minería solía ser un oficio familiar y generacional, ahora lo es mucho menos. Luego de la muerte de su padre, Alejandro salió de ahí y ahora es abogado. Tiene un recuerdo frío y distante del lugar. Ya casi no se siente su acento cundiboyacense.

Santos Bello o Santicos, como le dicen, fue minero durante más de 40 años. Sus manos están molidas por el trabajo. En una, le falta una parte de su dedo meñique y la punta de su pulgar. Santicos, sentado frente a su pequeña casa de muros agrietados, parece extrañado de vernos. La minería ha cambiado mucho desde que Alejandro se fue. Santicos trabajó en varias minas, como la del Manzano o la de los Hornos, minas de Mario Contreras, uno de los terratenientes de la zona. Su padre fue minero, su abuelo también. Él cree que desde 1930 su familia se dedica a la minería.

—Y ¿no se acaba el carbón? —pregunto. —Entre más tiempo pasa, más retoña —me dice sonriendo. Santicos recuerda los años que quedaron atrás y a quienes vivieron y murieron en este lugar. Recuerda al padre de Alejandro.

—Su papá fue el que murió, ¿no? —pregunta. —Claro, fue con la pólvora —responde Alejandro—. ¿Se acuerda? Santicos recuerda crudamente la muerte de Pedro. Esa crudeza no era más que la triste cotidianidad de muchos mineros, sobre todo de

los más viejos. El hombre dice, señalándose la sien, que Pedro se había hecho un hueco con un pedazo de peña en la explosión.

— Se hizo un hueco chiquito, y solo con eso tuvo la muerte, ala — agregó Santicos. Según la Agencia Nacional Minera (ANM), durante el transcurso de este año ya se han reportado 51 emergencias mineras, en las cuales han muerto 37 personas. El año pasado murieron 136, y en el 2016, 124. La mayoría se debió a derrumbes y explosiones dentro de las minas. Boyacá lidera la terrible estadística, seguida de Cundinamarca y Antioquia. Estas estadísticas representan las muertes con relación a los accidentes de trabajo en la mina. Sin embargo, en otros lugares, como en Chocó, los mineros mueren por deterioro de la salud a largo plazo o por los actores armados implicados en la minería.

—¿Usted sí estudió luego de la mina, no, ala? —cambia de tema Santicos. —Sí, por fortuna, porque es raro el que estudia —responde Alejandro. *** Caminamos y nos topamos con una mina muy pequeña. Apenas hay una choza a un lado y el hueco de la entrada no mide más de metro y medio. Alejandro, quien trabaja ahí de malacatero, nos explica su trabajo. Confiesa que a veces entra sin casco a la mina. También cuenta cómo es adentro.

—¿Cómo hacen adentro para el baño? —pregunto. —Uy, adentro eso sí es feo, ala. Por la calor — me dice mientras camina a desocupar el coche de carbón. —¿Huele a picho? —vuelvo a preguntar. —Imagínese usted. Nos muestra los planos de su mina. También los tipos de gases que hay. Son siete y todos matan: porque explotan o porque ahogan. Adentro no hay oxígeno, así que lo hacen fluir con ventiladores. Esta mina se conecta con la más grande, que es la de Pantera. Fuimos hasta allá. Ya es la una de la tarde. Vienen Adelmo y Pantera de una colina. Se quitan las boquillas y los

elementos de seguridad. Acaban de terminar su turno. En un principio, Pantera es un poco más seco para hablarme. Gracias a Adelmo, acceden a dejarse fotografiar. Aunque luego Pantera se suelta y me hace saber que no es un minero como los demás. A diferencia de muchos, ha salvado a decenas de mineros de la muerte.

—Uno en esto no puede ser miedoso —dice Pantera. Este año, Pantera ha atendido seis casos de emergencia. Pantera es un hombre pequeño, pero atlético. La expresión de su rostro es seria. Acaba de salir de la mina en la que estuvo diez horas. Abre los ojos cuando cuenta las veces que arriesgó su vida en los túneles derrumbados o recién explotados a los que fue. Su compañero, que está a su lado y con quien pasa todas esas horas bajo tierra, dice que Pantera es el mejor de Cundinamarca, el más reconocido. Pantera ha llegado a pasar hasta 24 horas bajo tierra trabajando en rescate.

—Hay cuadrillas de rescate que duran días y no encuentran nada. Este hombre corona en dos días —dice orgulloso Adelmo. Pantera lleva quince años en esto y ha salido intacto siempre. Empezó porque su patrón en la empresa Llanitos le preguntó si quería hacer un curso de salvamento minero. Pantera aceptó, y el patrón le pagó el curso. A partir de ahí fue ascendiendo por su excelente desempeño. Dice que ha tenido que sacar muchos amigos, vivos y muertos. Para Adelmo, eso hace bonita la vida del minero. Según él, este trabajo en-

Atravesamos toda la mina y nos sentamos en el casino —el comedor—. Todos llegan acá con la cara negra y se sientan a comer mientras ven películas. Se concentran mucho en la pantalla. Pantera dice que hay una película en la cual un villano mata usando el mismo gas con que mueren muchos mineros, el monóxido de carbono. Le llaman el gas de la muerte dulce, porque las víctimas se sienten agotadas sin notar nada raro, hasta que se duermen y mueren.

—Quedan con los ojos abiertos, salidos y las manos todas tiesas —explica Pantera. Pantera ha pasado hasta 24 horas bajo tierra en trabajos de rescate. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

seña mucho. Todos se cuidan entre sí. Pantera cuenta que en otro accidente en Cucunubá, hace dos meses, todos esperaban los cuerpos sin vida de los mineros y lograron rescatarlos.

—Pero la más anécdota, fue la vez que fuimos por un minero que habían declarado muerto. Tenía la cabeza rota de acá hasta acá —cuenta Pantera con emoción mientras pasa su mano de la corona a la frente. —Y ¿qué pasó? —Yo vi que movía el pie siguió Pantera—. Le dije al compañero que ese man estaba vivo, y ahí mismo fue que abrió los ojos. Parecía de una película de terror. Él tenía dos niñitos. Pantera también tiene un hijo. Quiere que el muchacho estudie alguna ingeniería. Tiene quince años. Dice que su hijo no se va a dedicar a la minería. Pantera y Adelmo saben que el trabajo es muy duro, pero lo prefieren entre otros. Pantera trabajó como taxista durante el tiempo que vivió en Bogotá. Cree que es más peligroso ser taxista que ser minero. Una vez casi lo matan por robarlo. Dice que la minería lo expone a un alto riesgo, pero que le ofrece muchas ventajas: un sueldo de casi tres millones mensuales, todos los seguros y una pensión, si trabajan para una compañía. Ellos, por ejemplo, trabajan para Minminer. Aunque esa no es la misma suerte de todos los mineros. En varias minas los trabajadores no tienen un seguro adecuado para el trabajo de alto riesgo. Muchos tienen jornadas de más de doce horas para lograr dinero adicional. Hay quienes también se van a las peñas de más abajo a trabajar en minas ilegales, pues muchos de los que no son contratados en estas empresas acaban trabajando allá.

Él casi muere así. Estaba en un rescate y se demoraron más del tiempo necesario. Tenía un tanque de oxígeno y si se lo quitaba se terminaría asfixiando por la concentración del gas. Pensó que no llegaría a superficie, pero las ganas de vivir lo sacaron adelante.

—Yo solo le pido a Dios, que no me toque sacar un hermano de allá dentro —dice—. Tengo tres hermanos mineros. Pantera siempre cuenta, una tras otra, las tragedias en las que ha estado. Lo llaman de todas partes del país. La que más víctimas dejó sucedió en 2010 en la mina San Fernando, ubicada en Amagá, Antioquia. Ahí murieron 72 mineros. Por lo general, las víctimas nunca llegan a más de 20 porque ninguna mina es tan grande como para tener en labor tantos mineros a la vez. Pantera vive a quince minutos a pie de la mina y aún tiene energía para caminar hasta su casa. En la salida del casino, me cuenta que su escuadrón era conocido como El Zoológico: a uno le dicen Burro; a otro, Caballo; a él, Pantera. Su nombre es Arturo Gutiérrez.

—Imagínese por qué me dicen Pantera —me dice suspicaz. —¿Por qué? Se dibuja una sonrisa en la cara y no me responde. Prefiere dejarlo en el misterio, aunque yo creo que su apodo tiene que ver con la expresión de su mirada cuando está negro por el carbón. Pero también puede ser por su agilidad. O seguramente por alguna razón distinta que explica su valentía. Antes de irse, nos regala una chocolatina a mí y a la fotógrafa.

—Y que vuelvan —nos dice.

ESPECIAL

RETROVISOR

LAS RUINAS

DE LA FIESTA La vía a La Calera, que en el pasado fue un espacio de música, luces y rumba, hoy solo luce los escombros de viejas discotecas y los recuerdos de quienes habitaron este lugar. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

J. J. Muñoz Escritor y licenciado en educación, humanidades y lengua castellana de la Pontificia Universidad Javeriana. Sus cuentos y crónicas han sido publicados en distintas antologías.

Fotos: Daniel Gónima

Donde alguna vez hubo vidrios no hay más que un plástico viejo que intenta en vano cubrir el olvido. Una cadena y un candado aseguran una puerta oxidada que años atrás daba paso a la música en vivo y a la diversión nocturna. No sobrevive aviso ni vestigio de nombre alguno. Los vecinos del lugar aseguran que el cierre final de esta discoteca llegó después del suicidio de su propietario. Cuentan que el hombre, después de limpiar el local y pagar los turnos a sus empleados, aseguró las puertas por dentro, puso música de despecho y pasada la una de la mañana se voló la cabeza de un disparo en medio de la pista. Algunos dicen que lo empujó el desamor, pero otros sostienen que la inminente bancarrota y el ocaso de las discotecas de la vía a La Calera fueron los detonantes para que aquel hombre terminara con su vida. Este esqueleto de vieja discoteca no es el único. A partir del kilómetro 4 de la vía a La Calera yacen a los lados de la carretera los cadáveres de varios de estos sitios que a finales de los años ochenta y principios de los noventa fueron el epicentro de la ostentación y el derroche, en una época en que la rumba bogotana quiso acercarse el esplendor de Las Vegas.

Luces multicolores y humo artificial iluminaban los cerros cada fin de semana. Pistas de baile con pisos luminosos, al estilo de Billie Jean, conciertos con 1.200 personas, ventanas panorámicas desde las que se apreciaba la ciudad iluminada, licores costosos y algunos billetes de cien dólares como propina. El esplendor rebosaba en estos colosales sitios de rumba, y lugares como Olimpo, por ejemplo, podían resumir la ostentación con sus varias esculturas blancas de dioses griegos mezclados con la India Catalina, el baño de mujeres que era una completa boutique en la que se podían comprar medias veladas, cosméticos y hasta cambiar un tacón, o sus quince terrazas panorámicas, cada una con música y ambiente independiente y una pista de baile rodante. En el auge de La Calera hubo alrededor de 25 lujosas tabernas con 300 empleados directos, entre disk-jockeys, bármanes, meseros y vigilantes, más otros cuantos indirectos, como las populares vendedoras callejeras de chorizo, agua aromática y mazorcas asadas. Pero las luces de

la pista y la esfera de espejos se apagaron de repente. Muchos de los sitios emblemáticos de la fiesta noventera cerraron sus puertas para siempre después de 1995 debido a una novedosa ley con nombre de hortaliza. La “Ley Zanahoria” fue una iniciativa del alcalde Antanas Mockus, quien en un intento de disminuir los homicidios y las riñas en la capital restringió el horario de los bares y las discotecas hasta la 1:00 de la mañana. Otro objetivo de la ley evitar los accidentes de tráfico derivados del consumo de alcohol. Hubo un rechazo extendido por parte del gremio de la fiesta, y el alcalde respondió con el argumento de que los clientes iniciarían la rumba más temprano, lo que efectivamente ocurrió en los bares de la ciudad, pero no en la vía a la Calera.

Zona insegura La medida rindió frutos en materia de seguridad, pues las muertes violentas, que eran 23 por cada 100.000 habitantes, se redujeron a 12 en cuestión de meses. Las muertes en accidentes de tráfico, que eran 1.380 anuales, bajaron a la mitad. Juan Ramón Rosales, un cliente asiduo de estos sitios en la década de los noventa, cuenta que en aquellos años conducir bajo el efecto del alcohol no era mal visto y fueron muchos los accidentes que ocurrieron en la madrugada bajando de La Calera. En esto concuerda John Jairo Giraldo, quien trabajó durante diez años en varias de estas discotecas: “Fueron muchas las noches que nos tocó esperar dos o tres horas en medio de un largo trancón en la madrugada por causa de un accidente. Vimos automóviles volcados y varios levantamientos de cadáveres”. Muchos testigos coinciden en que además del problema de seguridad vial se podían sumar varios atracos que ocurrieron en el sector. Por ejemplo, fueron varios los grupos de jóvenes que, sin dinero para el taxi, decidían bajar a pie por la carretera y sufrían robos y agresiones. Y, aunque los propietarios de las discotecas aunaban esfuerzos para mantener alejados de la zona a expendedores de drogas y ladrones, como le dijo Héctor Rodríguez, quien fue administrador de Olimpo, a El Tiempo en 1996, las

noticias y titulares sobre robos y accidentes no eran extrañas, pues la mezcla de elementos en aquel paraje era bastante peligrosa: alcohol, dinero, armas y una vía sinuosa.

Los traquetos John Jairo conoció bien los detalles y las dinámicas de estos rumbeaderos. Muchos de los clientes hacían parte de los carteles de la droga, populares en aquellos tiempos. En ocasiones llegaban en sus camionetas, acompañados de guardaespaldas y chicas atractivas. Pedían al dueño o al administrador cerrar el lugar para atenderlos exclusivamente. Nadie se negaba, por supuesto. Él afirma que nunca reparaban en la cuenta y abandonaban el sitio antes del amanecer, dejando propinas de más de doscientos mil pesos o billetes de cien dólares, una fortuna. Un titular de la revista Semana de 1989 tituló en sus confidenciales una visita de Pablo Escobar y sus lugartenientes a la discoteca Masai como “La gran sorpresa”. Como era de esperarse, pagó las cuentas de todo el mundo y exigió que la fiesta se prolongara una hora después de su partida. Así mismo, la revista Semana en otro titular, años después, cuenta que la policía encontró los cuerpos de tres hombres y una mujer dentro de un automóvil estacionado en uno de los miradores de la vía. Las víctimas habían sido torturadas y asfixiadas con bolsas plásticas.

Mucho de lo que sucedía era reflejo fiel del país de aquellos años. Y, a pesar de que la influencia del narcotráfico fue innegable en este reconocido emporio de la diversión, los exempleados recuerdan con nostalgia el auge de la vía. Trabajaban de jueves a sábado, ganaban bien y el ambiente laboral era bueno. Por esa razón, afirma John Jairo, “nadie soltaba el puesto”. La decoración y la temática de muchas de las discotecas se ajustaban a la estética traqueta. El interior de Bahía se parecía a la espectacular pista de baile del Club Babylon de Miami, reconocida por el rodaje de varias escenas de la película Caracortada. De hecho, uno de los pocos sitios que aún sobreviven organizando fiestas y matrimonios privados se llama Hollywood. Las luces, el sonido, los ventanales inmensos para ver la ciudad y el lujo en su

1. Grupo de empleados de la discoteca Candela. 2. Clientes en una noche de fiesta en Candela. 3. Visita de Celia Cruz y Tito Puente a Bahía. Fotos: John Jairo Giraldo

máxima expresión hacían que estos lugares fueran los preferidos de los bogotanos. Tanto prosperó la rumba allí, que los propietarios de varias discotecas se asociaron en proyectos colosales, como transportar cientos de carrotanques de agua desde Bogotá para suplir un servicio con el que aún no contaban. Además, lograron tender 24 kilómetros de cable desde el municipio de La Calera para acceder a una línea telefónica.

Las leyendas Pero no solo la fama corrió por cuenta del lujo, sino que incluso se tejieron toda clase de leyendas en las que hasta lo paranormal tuvo espacio. Wilson, quien trabajó durante años en el parqueadero de Masai y quien ahora tiene un montallantas en la misma vía, dice que todo se acabó por una maldición, porque debajo de la pista de baile de Mandinga encontraron el cuerpo de un bebé enterrado y cuando los dueños contrataron un brujo para hacer una limpieza, era demasiado tarde. Los clientes ya no querían entrar. También recuerda la historia del propietario de ese pequeño bar en el kilómetro 6 que frente a la inminente quiebra decidió acabar con su vida, pues al parecer el hombre tenía muchas deudas, y su esposa, al enterarse de la bancarrota, decidió abandonarlo. Hubo para todos los gustos y hasta se dijo que una rata, que supuestamente habitaba los inodoros de los baños de Masai, atacaba a las mujeres y se introducía en sus cuerpos. Pero tal vez la más célebre de estas extrañas leyendas es la aparición del mismísimo diablo, pues cuentan que una noche llegó a la discoteca un hombre apuesto que invitó a una bella joven a bailar y le pidió no mirar sus pies, pero la chica cedió a la curiosidad y al bajar la mirada vio un par de cascos de caballo y una cola ondulante que le hicieron saber que estaba bailando con el mismo Satanás.

Discotecas que brillaron en su momento como Mandinga, hoy se deterioran a un lado de la carretera.

El ocaso Después de la implementación de la ley, la rumba decayó notablemente. Los clientes que acostumbraban arribar a las nueve o diez de la noche ya no justificaban pagar altos precios o movilizarse tan lejos para un par de horas de fiesta. Hubo constantes sellamientos por

parte de la Policía, también aumentaron los retenes en la carretera y las multas por estado de embriaguez. En definitiva, la gente le cogió miedo a la vía a La Calera. Los clientes se fueron a Chía y a las afueras de Bogotá, donde la ley no operaba. Y como una premonición del final y la quiebra que se acercaba, ocurrió el gran incendio: el 23 de octubre de 1996, Bahía, la más grande y emblemática discoteca de los cerros, ardió. La versión oficial sobre el inicio del fuego apunta a un corto circuito causado por fatiga de materiales, que en minutos consumió la estructura de madera y paja seca. No hubo heridos ni fallecidos, pero la pérdida fue total. En horas de la tarde se podían ver las llamas ondulantes desde el norte de la ciudad. Aunque Bahía sigue funcionando como centro de eventos, el incendio marcó el final de una década brillante en la que artistas de renombre como Tito Puente y Celia Cruz desfilaron por allí. Fue la señal del ocaso de una vía convertida en referente para residentes y visitantes de la ciudad, y que por la calidad del servicio y la espectacularidad de sus fiestas y conciertos siempre será recordada. Así, no solo los rumberos migraron, sino que muchos de los empleados se dedicaron a otros oficios o continuaron en el negocio de la diversión y la comida, como John Jairo, que hoy en día tiene un restaurante en Villa de Leyva y afirma que todo se lo debe a lo aprendido en esos años.

encontrar todavía rastros de la fiesta, como cámaras de seguridad oxidadas, botellas de champaña colgando del techo y el cascote de un reflector que ya no despide luces de colores. Vidrios rotos, puertas selladas y rastros de la antigua decoración son los testigos silenciosos de un lugar que ahora solo es visitado por deportistas, amantes de los paseos a caballo y compradores de materiales de construcción. A diario suben ciclistas, automóviles y vecinos del barrio San Luis en los buses del SITP, también algunos turistas en busca de la típica foto desde el mirador. Las dinámicas cambiaron, el lugar se transformó y, como afirma la señora Mariela, quien vende mazorcas asadas frente al derruido edificio de cinco pisos que en otros tiempos estrenó la primera luz láser del país: “La Zanahoria nos mató la economía, pero algunos supimos sobrevivir. Y eso sí pa’qué… nos trajo mucha tranquilidad”.

El presente Veintitrés años después, la polémica ley todavía sufre cambios y variaciones en Bogotá. En julio de 2018 se aprobó una nueva reforma que alarga el horario de bares y discotecas hasta las cinco de la mañana. Detractores y partidarios discuten aún sobre la conveniencia de la nueva medida. Mientras tanto, la rumba de la vía a La Calera nunca se recuperó del todo. En la vía es fácil ver los escombros de discotecas que en otros tiempos tuvieron nombres sonoros. Olimpo cerró en 1997, Mandinga en 1998, Cándela en 1999, Masai en 2000, Samerón en 2001 y, finalmente, Colors en 2006. En otros locales funcionan diferentes negocios, como restaurantes de almuerzo corriente, ventas de piedra caliza y madera. Se pueden

ESPECIAL

PERFIL

LA VIDA ES

ROSA María Camila Ceballos m-ceballos@javeriana.edu.co Mariana Muñoz Rodríguez munozmariana@javeriana.edu.co Fotos: Cortesía de Adriana Cely Adriana Cely, hermana de Rosa Elvira Cely.

En el 2012, el asesinato de Rosa Elvira Cely conmocionó al país. En el 2015, se aprobó la ley 1761 —que también lleva el nombre de esta mujer— que crea el tipo penal del feminicidio y busca combatir la impunidad. Hoy Adriana Cely, su hermana, continúa trabajando para proteger la vida miles de mujeres en Colombia y garantizar la justicia. Historia de un crimen brutal y de una lucha valiente y necesaria.

—Palomino, emergencia 1, 2, 3. ¿En qué le puedo ayudar? —Mi agente, buenos días. Estoy en un barranco, violada. Búsqueme, por favor, ¿sí? —¿Cómo? —Estoy en un barranco, violada. —¿Que está qué? —En un barranco en la 45 abajo de la Circunvalar. —¿Qué le pasó? ¿Está tomada? —Me violaron. —¿Qué?, ¿andando en un vehículo? —Sola, estoy solita, tirada en un sitio terrible, no me puedo mover nada, por favor ayúdeme, ¿sí? —CAI Chapinero. —Sí, señor. —Deme un punto. —¡En un barranco, en un barranco! —Avenida Circunvalar con 45, deme un punto de referencia donde se encuentre. —Estoy violada tirada empelota, ayúdeme urgente no me puedo mover.

Rosa Elvira Cely había agotado lo poco que le quedaba de energía en esa llamada, tendida y sola en medio del frío, resistía luego de que le habían destruido sus intestinos, su útero y sus trompas por haberle introducido un palo por el ano, y antes haberla violado, haberle roto varios huesos y vértebras, haberla herido con un cuchillo en sus piernas y su espalda, y haberla golpeado y torturado hasta casi dejarla muerta. Esa madrugada del jueves 24 de mayo de 2012, la espera se hacía eterna, los carabineros lograron encontrar a esta mujer junto a la orilla del río Arzobispo en el Parque Nacional cuatro horas después de la llamada al 123, en la que un funcionario al otro lado del teléfono la revictimizó sin entender que había sido violada y que no podía moverse. Se encontraba desnuda de la cintura para abajo, las uñas rotas de sus manos estaban cubiertas de tierra y de sangre en su intento por defenderse. Inmediatamente

llamaron a una ambulancia y su espera significó otras tres horas de angustia y agonía. Adriana fue la primera en verla, sus ojos casi no parpadeaban, por la impresión que le causó ver a su hermana conectada a esa cantidad de tubos, aparatos y líquidos que circulaban por su cuerpo. Era lo único que la mantenía con vida. El sonido del monitoreo cardiaco era constante, se mezclaba con el olor de comida de hospital y de desinfectante barato. Cuando Rosa Elvira escuchó su voz, unas lágrimas silenciosas se resbalaron por sus mejillas. *** Conocí a Adriana en su trabajo. Nos encontramos en la Secretaría de la Mujer en una fría tarde de viernes. La esperé pacientemente en la portería del edificio, agaché la cabeza para cerrar la cremallera de mi chaqueta blanca y al subir la mirada la vi, de inmediato la reconocí. Me acerqué para saludarla y me recibió con un abrazo. Mientras se cerraban las puertas del ascensor, ella marcó el piso noveno. Al subir, la detallé: vestía botas café de tacón, un jean acampanado y una chaqueta azul. Su cabello era largo y rizado, su tez era blanca. Llevaba puestos unos lentes rojos que no ocultaban su expresión de cansancio.

Solo hasta agosto de este año se retomó el proceso por negligencia del Estado. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

Adriana tiene 42 años, estudia trabajo social, es activista y defensora de las mujeres y de los derechos humanos. Creció en un hogar humilde, junto a Rosa Elvira, John y Giovanny, sus tres hermanos. Desde el 2011, encontró en la Secretaría una oportunidad de repararse a sí misma, a su familia y a todas aquellas personas que a diario son víctimas de actos de violencia, cumpliendo así su sueño de derrotar la inoperancia de las instituciones públicas en este país. Adriana sostiene que está aquí porque Rosa Elvira le mostró para lo que realmente estaba hecha. Su hermana, “la Gordita”, como ella le decía, fue quien le ayudó a entender que en este país el Estado no es garante de una verdadera reparación. Para Adriana, la negligencia que hubo en el caso de su hermana, tanto en la noche de los hechos como en el proceso de inasistencia que vino después, demostró la ausencia de las instituciones colombianas que con su ineficiencia revelaron que la vida de Rosa nunca importó.

“Yo no soy Rosa Elvira, yo soy Adriana, pero mi trabajo no deja morir su memoria. Ella no se ha ido, ella trabaja conmigo, es tan sencillo como que si a mí me dan a elegir entre irme de mi casa o irme de mi trabajo, me quedo en mi trabajo”. Rosa Elvira Cely es el símbolo de la indignación contra el maltrato hacia la mujer en Colombia. No solo para su hermana, también para todo un país que se mostró conmovido con su historia. Ella desnudó los agujeros negros de la salud, de las llamadas de emergencia, de la debilidad e inoperancia de la justicia. *** Ya había pasado un tiempo de charla con Adriana y repentinamente sus ojos, enrojecidos y al borde de las lágrimas, expresaban que aún seis años después, lo que le ocurrió a su hermana seguía intacto. Una compañera del trabajo le sirvió un vaso de agua, lo bebió, luego respiró hondo y dijo convencida que desde lo más profundo de su corazón no le era posible perdonar a Javier Velasco. “Por lo menos que esté encerrado y no le haga daño a nadie más”, se consoló y bajó la cabeza. A las 7:45 de la noche del viernes 1.° de junio lo atraparon. La frescura y frialdad de Velasco sorprendieron a los más experimentados oficiales. Sin oponer resistencia, le abrió las puertas de su casa a la Policía encargada del allanamiento. En su clóset encontraron un pantalón de mujer rasgado en las costuras de la entrepierna, cartas en las que se refiere a ella como “Rosita”, donde le pedía perdón y le decía que era su amor eterno y su mejor amiga. Miguel Mendoza Luna, profesor de la Universidad Javeriana y autor del libro Asesinos en serie: perfiles de la mente criminal, sostiene que en este caso el agresor no encontró motivos para sentirse mal, quizá porque estamos ante un psicópata con “claridad sobre sus actos”, al que le preocupaba más que lo atraparan que el daño ocasionado, pues asumió a la víctima como un objeto y no reconoció su sufrimiento. Para el experto, este tipo de personas “se excitan mediante actos de agresión y crueldad”. Un aparte de la sentencia que condenó a Velasco dice:

“El Juzgado Segundo Penal del Circuito Especializado Adjunto de Bogotá, administrando jus-

ticia en nombre de la República y por autoridad de la ley, resuelve: condenar a Javier Velasco Valenzuela a la pena principal de 576 meses de prisión o lo que es igual, 48 años de prisión y multa de 853.352 salarios legales mensuales vigentes, como autor de homicidio agravado, tortura y acceso carnal violento agravado cometidas en concurso”. Pero para Adriana esta no es muestra de justicia, para ella la justicia no se reduce a la captura de un criminal y tenerlo encerrado en una cárcel donde ahora paga lo que ella considera una condena menor. Años atrás, Velasco fue imputado por homicidio a otra mujer y también acusado de dos violaciones: a una de sus hijastras, de 14 años, y a una trabajadora sexual. “Él estaba en las calles, ¿quién lo dejó libre? Si hubiera estado pagando lo que le hizo a su hija no hubiera matado a mi hermana”, se lamenta Adriana. Ella se convirtió en la promotora principal de la ley que lleva el nombre de su hermana, la “Ley Rosa Elvira”, 1761 de 2015, que garantiza menos impunidad para los criminales y un acompañamiento a las mujeres y sus familias en casos de feminicidio.

su voz y poner un alto ante las injusticias, es un paso fundamental para detener la barbarie. *** El eje de la familia Cely es Aurora, una madre soltera que trajo cuatro hijos al mundo: dos hombres y dos mujeres. Trataba de sacarlos adelante lavando y planchando la ropa sucia de otros. Rosa Elvira siempre vivió con ella hasta que se organizó junto al hombre con el que tuvo a Juliana y que después de un tiempo la agredió física y psicológicamente; al final, su madre lo demandó. Años antes de lo sucedido con Rosa Elvira, Aurora sufrió su primera pérdida: Giovanni, el mayor de la casa, fue secuestrado y asesinado. “Yo no me imagino lo que ella siente, pero tiene fuerza para seguir, entonces ¿por qué nosotras no?”, reflexiona Adriana. Al día siguiente del ataque en el Parque Nacional y mientras Rosa permanecía hospitalizada, Adriana llevó al colegio a Juliana, la hija de su hermana.

Según la Secretaría de la Mujer,

38 mujeres son agredidas físicamente al día en Bogotá. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

Adriana me explica que a Velasco no lo acoge esta norma, pues fue expedida tres años después de lo sucedió con su hermana. Lamenta que, a pesar de haberle entregado una herramienta a las mujeres víctimas de feminicidio, finalmente su familia, la que sufrió el daño, no tuvo una verdadera reparación. Ella hoy desea seguir trabajando y hacer todo lo posible para que cuando este criminal salga, el proceso no se frustre. Incluso con su familia se encuentran muy atentos, de la mano con los abogados, para que el criminal no se acoja a otra ley con la que pueda rebajar su pena. Cada día mueren 12 mujeres por feminicidio en Latinoamérica. Según un estudio de Small Arms Survey citado por ONU Mujeres, 14 de los 25 países con mayores índices de este delito pertenecen a la región. Y en Colombia, durante el 2017, fueron asesinadas 758 mujeres, según indicó Medicina Legal. Estas cifras ejemplifican la situación del país y también del continente en este tema. Además, revelan un panorama bastante desalentador, en el que la determinación de mujeres como Adriana, que decidieron levantar

—¿Tía, será que mañana viene?, ¿le darán salida ya? —preguntó la niña. —A tu mamita deben hacerle varios exámenes, entonces nos toca esperar —respondió. El sábado, Adriana le contó a Juliana que a su madre le habían realizado una cirugía en el estómago por “los golpes” que le propinaron cuando la “robaron”. Su decisión de no contarle lo sucedido tenía una carga psicológica muy fuerte y pretendía evitar entrar en detalles tan escabrosos de lo que ocurrió esa noche. El domingo, Adriana seguía guardando el secreto: “Tu mami está malita, muy delicada y está luchando mucho, entonces debemos orar y pedirle a Dios que la sane”, le dijo. Horas después Rosa Elvira murió, la peritonitis no pudo ser controlada. Una psicóloga amiga de la familia Cely, asesoró a Adriana y a Aurora para darle la noticia a Juliana sin que supiera la causa exacta. “Tu mamita luchó mucho, muchísimo, pero como estaba tan malita del estómago, no resistió”, le dijeron.

La muerte trastocó la vida de la familia. A Juliana la cambiaron de colegio con tan mala suerte que una de sus compañeras se enteró de lo ocurrido y emprendió una campaña de matoneo contra ella. La situación llegó al extremo de quitarle la comida y golpearla, y hasta le dió un periódico con la noticia en primera plana de lo que le había ocurrido a su mamá. La niña se guardó lo ocurrido hasta que una tarde Adriana y Aurora, encontraron el diario en su maleta. Juliana tenía doce años cuando mataron a su mamá. Su tía y su abuela no sabían cómo permitirle que llevara una vida normal como cualquier joven que sale al cine o de fiesta con sus amigos, cuando la persona que asesinó a su madre fue un compañero del colegio. “A ti nadie te va a regalar nada por ser la hija de Rosa Elvira, nadie tiene por qué tenerte pesar”, es la frase que Adriana le repite con insistencia a su sobrina. *** La última vez que vi a Adriana, fue en el Parlamento Andino, cuando temblorosa y con un nudo en la garganta decidió leer la carta que Juliana le escribió a su mamá, después de fallecer:

“Este perfume fue un regalo que le dieron a mi mamá el último diciembre que estuvo con nosotras. Conserva el aroma dulce; aún huele a ella y todavía le queda un poquitico, era como una esencia de caramelo. Cuando yo llegaba a su cuarto o abría su maleta sentía el olor, se llamaba Dancing Night, bailando en la noche. Mi madre decía que el nombre del perfume iba muy bien con ella, porque cuando yo era pequeñita mi mamá hacía oficio y ponía la grabadora con salsa o vallenato, bailaba sola o a veces bailaba conmigo. Los últimos días mi mamá estaba orgullosa porque yo iba a quedar en el cuadro de honor de matemáticas, y hasta me pidieron que llevara una fotografía. La reunión fue el día en el que mi madre murió, el 28 de mayo del 2012. Ella alcanzó a comprar un pantalón y unas botas, se había mandado a arreglar el cabello y me iba a mandar a tomar esa foto, para ponerla allí donde estaba mi nombre. A veces cuando hablo con Luisa, mi mejor amiga del colegio, le digo que todo en la vida es como mi mamá, que la vida es Rosa”.

1 LA GLORIA EN DEPORTES

UNA JAULA A pesar de que en Colombia los combates de artes marciales mixtas tienen poca difusión, es una disciplina que crece. Entre golpes, estos hombres y mujeres le apuestan a un deporte en el que pesan tanto el músculo, la técnica y la potencia, como el corazón y la persistencia. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••

Natalia Rivero Gómez n-rivero@javeriana.edu.co Fotos: Starfury KO Photo

Sayuri Cañón reza sola en una esquina. Es la primera vez que su mamá la va a ver. Baja rápido las escaleras para llegar al primer piso, donde la esperan. Los parlantes retumban con la canción que una de sus amigas escogió para que saliera a escena: Lose Yourself, de Eminem. Aunque ella habría preferido una de salsa, porque le gusta salir mientras suena Héctor Lavoe de fondo.

Es joven, no tiene más de 23 años. Es morena. La parte trasera de su cabeza está rapada y los costados también. Con el resto de su cabello se hizo dos trenzas de boxeadora —de esas que se tejen con firmeza sobre el cuero cabelludo como las que se ven en los videos de hip hop—. En su bíceps izquierdo resalta un tatuaje de los aros olímpicos, quizá como un recordatorio de las varias medallas que ganó para el país en los Juegos Panamericanos con la Selección Colombia de Lucha, un deporte que practicó durante once años y del que se retiró hace dos. Esta es su segunda pelea en artes marciales mixtas. Se va a enfrentar en la categoría amateur contra Andrea Pame. Los reflectores blancos iluminan a Sayuri de pies a cabeza. “He’s nervous, but on the surfa-

Por lo general las peleas se pactan a tres asaltos, pero pueden terminar antes por

nocaut o sumisión. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

ce he looks calm and ready”, rapea Eminem. Empieza a caminar hacia la jaula y mira al frente con expresión de matona. Parece que si alguien se atraviesa en el camino podría terminar en el piso de un solo puño. Intimida aún más con los seis musculosos que caminan detrás de ella —sus compañeros de gimnasio—, quienes llevan buzos grises que tienen el nombre del equipo bordado en letras negras: “Serrano”. “A mí me da mucho susto, pero yo trato de enfocarme siempre en todo lo que trabajé, en todo lo que hice, todo lo que me esforcé. No puedo tener miedo”, me dijo luego de la pelea. Al frente de la jaula la espera uno de los árbitros —son cinco: dos de centro que se turnan con cada pelea y tres de mesa, que son los jueces—. Todos están vestidos con una camiseta negra tipo polo y un pantalón holgado de dril del mismo color. El árbitro le hace extender sus brazos a los lados y los palpa rápidamente, luego continúa con su torso y sus piernas. Así verifica que no tenga piercings o cualquier cosa que pueda ser utilizado como arma para herir a su rival. También revisa que su piel no esté resbalosa por alguna sustancia, como

el aceite, que se prohíbe porque los golpes pueden resbalar. Por último, el hombre de negro le toma la cabeza con ambas manos para aplicarle vaselina para minimizar los cortes que pueda sufrir por los golpes. Sayuri entra al octágono y allí está el árbitro de centro, que le saca dos cabezas de altura. Se llama ‘Big’ Dan Miragliotta, es un juez estadounidense de la UFC y pesa 133 kilos de puro músculo —lo que le ha permitido arbitrar peleas de pesos pesados—. Aquí todo parece ser pura fuerza, puro poderío. Andrea Pame también se sube al octágono luego de pasar por el mismo protocolo que su rival. “En la esquina azul con 56 kilogramos de peso Sayuriii Cañooón. En la esquina roja y también en la categoría amateur con 57 kilogramos, Andreeea Paaaame”, dice con un vozarrón un hombre de smoking negro y corbatín rojo que se para en la mitad de la jaula. Los enfrentamientos duran tres rounds de aproximadamente tres minutos cada uno, a menos que uno de los peleadores termine noqueado o se someta frente a una llave y tapee (golpee con la palma de la mano) en el tatami.

“Quiero una pelea limpia. Prohibidos los golpes bajos y los golpes en la nuca, protéjanse en todo momento. Den un buen espectáculo”, les dice Miragliotta en el centro de la jaula antes de empezar el combate. Y con ello quiere decir que está prohibido morder al adversario, escupirlo, patear los riñones con el talón, arañar o usar un lenguaje obsceno dentro de la jaula, como indica el reglamento de la Organización Colombiana de Artes Marciales Mixtas (OCAMM), que para este evento tampoco permite golpear con los codos ni los golpes con la rodilla en la cara.

Luego de chocar los guantes, ambas peleadoras toman postura de defensa e inicia la pelea. Andrea lanza un derechazo al aire en un intento por despistar a su rival y patea con la izquierda buscando la cara de Sayuri, pero esta es mucho más veloz y arquea su espalda para esquivar el golpe. Ambas caminan mirándose la una a la otra. Sayuri va hacia la izquierda, y Andrea, a la derecha. Ambas se miden y calculan. Afuera del octágono, el público, entre aguardiente, cerveza y lechona, las anima a subir el ritmo, quieren puños, patadas, codazos, rodillazos y estrangulamientos. ¡Pum! Un rodillazo. “¡La pinchó!”, exclama uno de los espectadores luego de ver el golpe que Sayuri le dio a Andrea en el estómago. El impacto la hace rebotar contra la reja. Sigue de pie, pero no tiene aliento para atacar. Su rival se acerca. Andrea no toma posición de defensa, aún le cuesta respirar. La cazadora viene por su presa, la tiene cercada.

Sayuri ataca con un puño en el pómulo derecho —“¡duro!”, gritan desde afuera—. Presionada contra la jaula, Andrea tapa su cara con los guantes. Entre sus codos deja colar un uppercut de su contrincante —un golpe que va de abajo hacia arriba buscando el mentón del adversario—. Luego, un derechazo le estampa la cara contra la reja. Andrea ya tiene los ojos en blanco. El calvo grandote detiene la pelea. Sayuri pega un grito y extiende sus brazos hacia arriba. Nocaut técnico. Desde los juegos olímpicos en la antigua Grecia existe este tipo de combates. El pancracio, como se le denominaba, era una combinación de

boxeo griego antiguo, lucha y sumisiones. Las artes marciales mixtas actuales se rigen bajo los mismos principios. En esta forma de combate se tienen técnicas de pie como el stricking —puños, patadas, rodillazos y codazos, cuando estos son permitidos en las peleas— y el grappling —agarres, los derribos y las llaves—.

“Las artes marciales yo las definiría como un deporte altamente competitivo en el cual los individuos deben desarrollar todas sus capacidades físicas, atléticas y mentales. Nos exige técnicas de combate de pie, de suelo y lucha olímpica; por eso es un deporte muy completo”, opinó antes el peleador bogotano Hugo Prada en una entrevista para Radio Nacional de Colombia. Abren la puerta del octágono y entra rápido un árbitro para revisar si Andrea tiene alguna lesión considerable. Le toma el rostro con una mano mientras con una linterna pequeña le ilumina los ojos. No tiene ninguna contusión, todo bien. Miragliotta toma una mano de cada peleadora. En la derecha está Sayuri. El hombre del vozarrón la anuncia como ganadora y en eso el grandote le levanta la mano que la muestra como vencedora.

John 'Ronin' Bedoya mide 1,80 metros y tuvo que bajar su peso a 66 kilos para poder pelear. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

Miriam entra corriendo a la jaula para abrazar a su hija. “La verdad, es la primera vez que la veo y es una emoción muy grande, pero es una emoción revuelta. Yo soy muy creyente y lo único que hago es orar y entregársela a Dios, porque yo sé que Dios me la va a sacar en victoria y ella va a llegar muy lejos”, dice la mamá de Sayuri luego del combate.

cero azúcares y mucha proteína y ensalada. “Llevamos dos meses comiendo lo mismo todos los días”, explica doña Luz, la mamá de Santiago. Al desayuno todos los días toma un batido verde, cinco claras cocinadas, fresas y aguacate. Al almuerzo come media libra de carne, ensalada, frutos secos y toda el agua que pueda tomar.

Les pagan por pelea. Si resultan ganadores reciben la “bolsa”, como se le conoce en el medio al premio, completa. Si pierden, solo les dan la mitad. “No paga pelear como amateur, cuando uno está empezando. En peleas como la UFC o como Bellator sí. A Alejandra ‘Azul’ Lara, que pelea por el cinturón, le pagan muy bien”, explica una exhausta Sayuri sentada en una escalera al lado de su mamá.

“Es un niño campeón”, dice uno de sus entrenadores. De hecho, aún tiene cara de niño. Empezó en las artes marciales mixtas a los doce años, cuando su papá falleció. “Por eso vivo tan agradecida con este deporte porque para mi hijo fue una opción. Era un duelo superior y él encontró en las artes marciales la forma de sacar eso”, cuenta Luz.

Inicia una nueva pelea: Santiago Prieto contra Rolando Herrera. Santiago tiene apenas 18 años. Es su primera pelea profesional, pero ha peleado cinco veces como amateur. Se preparó durante meses para este encuentro. Tuvo que hacer una dieta previa: cero carbohidratos,

El encuentro dura menos de tres minutos. Con una llave de tobillo o heel hook, Santiago logró que Rolando golpeara la colchoneta y se diera por terminada la pelea. El ganador ahora sonríe, a pesar de que el lado derecho de su cara está lleno de raspones por los golpes que recibió. —¿Recuerda la primera pelea de Santiago? —le pregunto a Luz.

—Ese día sí fue mortal. Fueron cinco minutos, los cinco minutos más largos de mi vida. Incluso fueron más duros que el trabajo de parto, que duró nueve días. Alan Pulido, otro peleador, camina fuera de la jaula saludando a sus compañeros. Está cojo. También fue víctima de la mortal llave de tobillo por parte del ‘Chiqui’ Miranda, compañero de gimnasio de Santiago. —¿Qué estaría haciendo ahora si no estuviera peleando? —le pregunto a Alan. —Si no estuviera haciendo esto, me dedicaría a hacerlo. Yo soy licenciado en enfermería, pero me gusta esto.

Dos días antes de la pelea, John ‘Ronin’ Bedoya se estaba deshidratando. Lo habían cubierto con vaselina y envuelto en vinipel antes de entrar al sauna. La deshidratación se utiliza como una forma rápida de bajar de peso antes de un encuentro. La báscula es el enemigo de los competidores en las artes marciales mixtas. Cada categoría tiene un peso límite, y si lo sobrepasa, el peleador debe compensar con el 30 % de la bolsa a su rival, en caso de ganar. Bedoya, quien mide 1,80, tuvo que bajar de 77 a 66 kilos, que es el peso de la categoría que compite: pluma. —¿Eso no es dañino para el cuerpo? —le pregunto.

—¿Pelear sin publicidad es rentable? —No, ni siquiera pelear es rentable. Por ejemplo, acá en Colombia no pagan bien, es supercomplicado, no es un buen negocio. En esto es muy poco lo que les ofrecen a los peleadores. Son los promotores los que medio ganan, y eso, porque también se han visto en quiebra muchos.

Ahora John se enfrenta a Javier Blair, que está invicto. Él hace su entrada triunfal con un metal bien pesado de fondo y una máscara blanca parecida a la de Jason en Viernes 13. Ronin llega a la jaula al ritmo del Deadpool Rap.

—Yo no, nunca. Les tengo miedo a las agujas.

Después de recibir varios rodillazos en el hígado que lo dejan sin aire, Ronin se levanta y le da un golpe giratorio a Blair. Este se lanza a las piernas de su rival para derribarlo, pero el otro es más rápido: se arrodilla para alcanzar su cuello y hacerle un mataleón invertido (una estrangulación). La idea es cortar el paso de oxígeno y el flujo de sangre de la carótida y de la yugular para hacer que el contrincante se rinda.

Ronin Bedoya combate profesionalmente y participó en un reality de la UFC que buscaba peleadores, pero no ganó. Ahora trabaja en las noches de miércoles a sábado en un restaurante-bar de la calle 85 y da clases en artes marciales en dos gimnasios; su especialidad es el grappling. Con eso financia sus entrenamientos y la universidad. Estudia licenciatura en educación física, recreación y deportes en la Uniminuto.

Blair no alcanza a rendirse cuando el calvo grandote detiene la pelea. Apenas Ronin lo suelta, Javier Blair cae arrodillado de cara al suelo. Se desmaya. Los médicos entran corriendo a la jaula para despertarlo. Mientras eso sucede, Ronin celebra gritando su victoria. Cuando vuelve en sí, Javier se da un abrazo con Ronin. Ambos estarán listos para pelear de nuevo. El público también.

—El cuerpo está deshidratado. Uno está bajo de fuerza, débil, supercansado. Luego del pesaje, uno tiene 24 horas de recuperación […]. Apenas me subo a la báscula, me peso y me empiezo a rehidratar con Pedialyte. Hay unos que usan suero intravenoso. —¿Ha usado intravenoso?

Santiago Prieto y Alan García se saludan antes de comenzar la pelea. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

HUMOR

" " Fotoensayo

Rodar en el campo Pablo Taborda Gnecco