Número 38 Julio - septiembre de 2012 Facultad de Comunicación y Lenguaje Distribución gratuita
Para celebrar su décimo aniversario, Directo Bogotá hace una parada en el expreso que ha llevado a cerca de 400 reporteros aprendices a recorrer la ciudad y a contar sus historias, y tiene para los lectores un cuadernillo de regalo con el índice de 37 números de la revista trimestral.
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Jardines insurgentes Esquina Avenida Caracas con calle 57 Foto archivo DB
[ensayo
Foto
Asistente editorial Daniel Alejandro Pinilla Reporteros en esta edición María Paula Fonseca, Natalia Marriaga, César Alberto Moreno, Yahel Yveth Mahecha, Paola Barragán, Susana Cubillos, Diana Marcela Morales, María Alejandra Garzón, Daniel Alberto Sandoval, Gabriela Santamaría, Daniel Tono, Paola Flórez, Daniel Alejandro Pinilla Ilustrador Felipe León
02] EDITORIAL
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* 34] patriMonio Museo de Los Mártires
Diez años con el “relatómetro” puesto
* sueltos} 05] Cabos
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09] [DIVINO
rostro ]
39] Retro
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Directora Maryluz Vallejo
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++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ Revista escrita por los estudiantes de la carrera de Comunicación Social. ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ *
Visor * Jaque al olvido
47]
Más muisca que Bachué
Tributo a los ídolos del rock
Caricaturista Cristian Sánchez
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* 50] patriMonio
13]
Impresión Javegraf Decano Académico José Vicente Arizmendi C. Decano del Medio Universitario Ismael Rolón M.
* 18] }estaciónCENTRAL [ ]
}}
Escríbanos a: directobogota@gmail.com Consulte nuestro archivo digital en la página: http://directobogota.com/revista/
26]
“Bogotalómano” con suela de flâneur
"Déme 800 en ositos…"
Bogotálogo en construcción
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* 28] patriMonio Santa Rita bendita
Pontificia Universidad Javeriana Carrera de Comunicación Social
Fabricantes de superpoderes
56](*)libroS
Director del Departamento de Comunicación Mario Morales
Teléfono: 3 20 83 20, ext 4587
52]
El ahogo de una prisión
Directora de la Carrera de Comunicación Social Mónica Salazar
Informes y distribución Transversal 4ª No. 42-00, piso 6
Los churros de La Castreña
Imitaciones chinas
32] Aguafuertes de Bogotá El jardín del sabio
61] FOTO reportaje
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Corrección de estilo Gustavo Patiño Díaz correctordeestilo@gmail.com
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Arquitectura Ecléctica
64] caricatura −]
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Diseño y diagramación Angélica Ospina angelikaos@gmail.com
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10 “relatómetro” EDITORIAL
Diez años con el
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Para la escritora mexicana Rosanna Reguillo, la ciudad no se mide en kilómetros, sino en “relatómetros”, queriendo decir que cada ciudad es tan grande como los relatos que la habitan. Pues bien, la revista Directo Bogotá alcanza este segundo semestre del 2012 los diez años de circulación trimestral ininterrumpida con el relatómetro puesto, narrando historias mayúsculas y minúsculas de la ciudad. Y aunque esta sección editorial es inusual, la abrimos para celebrar con nuestros lectores y para contarles brevemente la historia de esta publicación que con el tiempo ha consolidado su imagen gráfica y editorial en el ámbito del periodismo urbano. ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++
puesto
Con el abogado y periodista Alejandro Manrique armamos este proyecto pensando en un medio de prácticas donde los estudiantes de periodismo pusieran a prueba los conocimientos y destrezas que adquieren en la carrera y siguieran a pie juntillas los valores periodísticos. Elegimos el formato de revista en un medio universitario donde predominaban los periódicos porque queríamos que fuera coleccionable, que los lectores la leyeran con calma y deleite. Yo acababa de llegar a la Universidad Javeriana proveniente de la Universidad de Antioquia, donde dirigía el periódico De La Urbe; y Manrique venía de hacer la Maestría en Periodismo de la Universidad de Columbia y quería aplicar los estándares de calidad del periodismo estadounidense en un medio criollo. El cabezote, Directo Bogotá, salió elegido en un concurso entre los estudiantes. Los primeros reporteros fueron voluntarios y alumnos del laboratorio de prensa del director. El concepto gráfico basado en la iconografía popular y urbana fue de Juan Esteban Duque, de la oficina Motiff, creador del sitio web populardelujo. Desde el primer número nos acompañó Gustavo Patiño en la corrección de textos, egresado y docente de la Facultad, que sigue velando por la limpieza y veracidad del material desde Chicago. En el 2004 reemplacé en la dirección a Manrique, y poco después se vinculó como asesor editorial Mario Morales, periodista y docente del Departamento de Comunicación. En el 2006, Angélica Ospina, maestra en Artes Visuales de la Javeriana, asumió el diseño y empezó a explorar otras posibilidades del lenguaje gráfico, buscando el balance entre lo clásico y lo audaz. Fue ella la autora de la sección de Fotoensayo en las cubiertas interiores para poner a dialogar fotografías y fotomontajes realizados por sus estudiantes; hoy, desde su casa
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en Tijuana, México, mantiene el concepto visual de la revista, que demanda audacias tipográficas, portadas interiores soportadas en grandes fotografías y elementos gráficos para facilitar la lectura de textos extensos. El último en sumarse al equipo fue el caricaturista Cristian Sánchez, estudiante de Artes de la Javeriana, así como los estudiantes ilustradores y diseñadores que han enriquecido nuestra imagen visual. Desde un comienzo Directo estaba dirigida al estudiante universitario y a cualquier ciudadano, entre los 18 y los 80 y pico de años, habitante de Bogotá, porque mientras los mayores tienen la posibilidad de reencontrarse con el pasado, los jóvenes lo descubren y sin distingos de edad reconocen nuevas tendencias, lugares y estilos de vida que fijan la identidad. El propósito de Directo siempre ha sido contar historias de la ciudad: de sus gentes, dramas, costumbres y tradiciones, tendencias, edificios emblemáticos, barrios, calles, lugares de encuentro. Una cartografía con las coordenadas exactas para que el lector de hoy o de mañana no se pierda. Tan solo leyendo los titulares y sumarios es posible hacerse una idea del carácter y del estilo periodístico directo al grano, sobrio, desenfadado, riguroso y ameno, con una pizca de picardía. La interpretación se desliza discretamente en los géneros narrativos, sin caer en lo editorializante, porque la opinión se destina a los comentaristas y a la sección Cabos Sueltos. No está exenta de carga ideológica esta línea editorial, porque creemos en el periodismo escéptico y no en el aséptico, sin posición política ni mirada crítica, como mero registro y gacetilla. Nos interesa pulsar las políticas públicas del gobierno nacional y distrital en la sección Estación Central, generalmente en tono de denuncia y apoyada en las técnicas del periodismo investigativo. Esos temas duros y coyunturales se equilibran con temas blandos, amables, vertidos en crónicas y perfiles que aparecen en las secciones Tendencias, Divino Rostro, Patrimonio y Retrovisor; estas dos últimas, ancladas en el patrimonio tangible e intangible. Y si bien defendemos la variedad de secciones, tuvimos un número especial monográfico sobre los “habitantes de la noche en Bogotá” para celebrar los tres años de la revista, en el 2005, con la coedición del cronista y profesor Alberto Salcedo Ramos. Y en el 2010 dedicamos la mitad del número a la celebración del Centenario de la Independencia, con el monumento de la heroína, La Pola, en la portada, y en la contraportada, la pola de Bavaria en ese año de festejos. Al mirar la revista en su conjunto, sobresale la crónica como el género más cultivado para recoger el pasado y el presente. Nuestros aprendices de cronistas, hijos de una
rica tradición en Bogotá, resurgen como microhistoriadores que renuevan las fórmulas narrativas y los temas tomados del paisaje urbano: no por pequeños y anodinos, menos fascinantes. Al contar historias de sitios, personajes, tradiciones, oficios y prácticas culturales, los reporteros hacen visible lo invisible. Le dan cuerpo y alma a la ciudad que habitan. Ponen agenda. No es fortuito que el crecimiento de la revista haya corrido parejo con el auge del periodismo narrativo en Colombia y en América Latina. Los estudiantes también quieren experimentar con la escritura, y la revista les abre ese espacio para encontrar su propia voz; además de participar en las distintas etapas del proceso editorial. A partir del número 8, Directo pasó de 32 a 64 páginas y empezó a incorporar el color en sus páginas centrales; con los años también aparecieron nuevas secciones, como Colonias, Salud, Oficios, Género, Medio Ambiente, Deportes, Bogotá en la Web. En el 2008 se inauguraron los trabajos colectivos con minicrónicas sobre un mismo tema que permitieran “mapear” la ciudad, como los sitios de comidas típicas, los barrios con nombres extranjeros, los sectores del comercio y la producción, los humedales en riesgo y recuperados o las plazas de mercado, acompañadas de fotos e infografías. En los últimos años tuvimos dos intentos de página web, pero el primero se vio frustrado por la muerte violenta de Juan Pablo Arenas, en diciembre de 2008, quien era reportero y webmaster de la revista; y en el 2011, Juan Fermín Mulett realizó como trabajo de grado el sitio web donde hoy es posible consultar la última edición y la colección completa de Directo; además, recogió la historia de la publicación en las voces del equipo, invaluable labor. La única antología que existe de Directo Bogotá fue publicada en septiembre del 2006, para celebrar sus cinco años, por el diario Hoy, de la Casa Editorial El Tiempo. Bajo el título de “La otra capital”, este diario publicó una docena de “historias que han permanecido en el anonimato”. La revista también acunó dos proyectos de extensión: los Talleres de Crónicas Barriales que se realizaron en seis grandes bibliotecas en el marco de “Bogotá Capital Mundial del Libro” (2007), en alianza con el Archivo de Bogotá, la Secretaría Distrital de Cultura y el Banco de la República. Y en el 2010 se repitió la experiencia con los talleres de crónicas "Memorias del Agua en Bogotá", siguiendo la metodología de enseñanza del consejo de redacción de Directo, pero dirigida a público informal de todas las edades. Las antologías fueron publicadas por el Archivo de Bogotá y están disponibles en la página web del Banco de la República.
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Ilustración Juan Fermín Mulett, imagen de la página web www.directobogota.com
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A este bus expreso de Directo Bogotá se han subido cerca de 400 estudiantes-reporteros de sucesivas promociones de la carrera, que colaboraron espontáneamente o hicieron su práctica en la pasantía, para recorrer las 20 localidades de Bogotá, incluyendo la última, Sumapaz, que casi se sale del mapa del Distrito. Muchos de ellos se dedicaron al periodismo escrito y hoy son reporteros y editores destacados. En el periódico El Espectador, donde está el número más representativo de egresados, en el 2011 se reprodujeron una decena de artículos de Directo seleccionados por el jefe de redacción. Varios de ellos han recibido premios con sus trabajos y sus tesis de grado, publicadas como avances o resultados en la revista: Thomas Sparrow, con sus crónicas sobre la colonia de africanos en Bogotá, y Emma Jaramillo, con historias como la de “Los tres pasados de Johan”, ganaron el primer Premio de Periodismo a la Mejor Tesis de Grado, del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB), en el 2009 y el 2010, respectivamente. En el 2006, Natalia Abadía obtuvo el segundo lugar con sus crónicas sobre los movimientos juveniles en San Cristóbal Sur, y en el 2012 lo recibió Juliana Cortés, con un reportaje sobre un falso positivo judicial, entre otros premios, como el Mario Ceballos Araújo, de Barranquilla (2007), por un reportaje de Natalia Aldana sobre la vacuna del neumococo; el de Periodismo Ambiental Universitario de Amway, por un reportaje sobre la reserva de San Cristóbal, de Diana Marcela Garzón (2008); el de la Secretaría de Integración Social al Mejor Trabajo de Periodismo Social, que recibió Diana Carolina Piñeros en el 2010 por la crónica “La líder transgenerista del barrio Santa Fe”; ese mismo año, Ómar Andrés Vásquez obtuvo el Premio Bicentenario Memoria del Conflicto en la categoría de Periodismo Universitario, por la crónica de un casi falso positivo, titulada “Fui por madera y salí incriminado”, y seguro se me quedan algunos premios por fuera de la lista.
No habríamos llegado a la que esperamos sea la primera escala de este largo viaje sin el apoyo irrestricto y generoso de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Universidad Javeriana, que nos ha permitido trazar esta ruta periodística con total independencia de criterio y libertad. Sin duda, le debemos la solidez editorial de Directo Bogotá, primero, a esta posibilidad de concentrar los esfuerzos en la parte periodística, gracias a la plena financiación; segundo, a que es gratuita y podemos distribuirla en lugares estratégicos y en eventos; tercero, a que hace parte del sistema de pasantías de la Carrera y cuenta con un grupo de estudiantes que se renueva semestralmente; y, por último, a que es una propuesta periodística novedosa. Agradecemos a todos los exreporteros que hicieron escuela en Directo Bogotá; a todos los monitores que han ejercido como asistentes editoriales —imprescindibles en las gratas tareas de edición, producción y difusión, e ingratas de distribución y “persecución” de los compañeros— y a todas las personas que nos aportaron sus testimonios de vida, opiniones y documentos, porque sin ellas no se habrían concretado las historias. Gente común, héroes y antihéroes de la ciudad, personajes de bajo y alto perfil, algunos de los cuales han muerto en esta década —Arturo Alape, Carlos Mayolo, Jaime Osorio, Guillermo Calle, Ignacio Ramírez, Eduardo Franco Isaza, Antonio Ibáñez, Estellita Monsalve, Hernando Vargas Rubiano, Germán Pinzón, entre otros—, quienes quedaron inmortalizados en la revista. El regalo que tenemos está inserto en este número: un cuadernillo con el índice de la colección, nuestra particular memoria de los últimos diez años en Bogotá. ¡Que lo aprovechen, visiten y consulten el archivo digital! (http://directobogota.com/revista/).
Maryluz Vallejo Mejía
* sueltos} Cabos Al celebrar su décimo aniversario, la Revista mira el panorama de medios impresos, audiovisuales y digitales que también hablan sobre Bogotá.
{ desde abajo por lo alto Foto cortesía del periódico.
desde abajo, un periódico independiente de izquierda, fundado por jóvenes del movimiento estudiantil, también está celebrando los diez años. Su aliado es nada menos que Le Monde Diplomatique, publicado en más de 25 idiomas. La publicación de Le Monde comienza con la edición en Francia, luego ese material es enviado a Argentina donde seleccionan la información, la traducen y finalmente la envían a Colombia. En desde abajo retoman el material en español e incorporan autores nacionales para darle el contexto colombiano. Bogotá se aborda desde un enfoque crítico, tomando el pulso a los problemas urbanos, sociales y políticos menos debatidos en los grandes medios. “El periódico se ha vuelto un referente porque la gente lo lee, lo estudia. En los debates públicos nos citan para bien o para mal; muchas veces, para estigmatizarnos”, afirma Rigoberto Moncada, gerente fundador. Al no formar parte del mainstream de los medios de comunicación, depende principalmente de sus suscriptores y compradores, no de la pauta. Y ¿por qué desde abajo y no desde otro lado? Porque pensaron en darle voz a “la gente de abajo, los negados, los sin patria, los perseguidos”. En su página web (http://www.desdeabajo.info/) no solo se lee la edición impresa del periódico, sino también la revista digital Caleidoscopio, de análisis político y libros de su propio fondo editorial en la línea del pensamiento crítico. Además, desde abajo también se lee desde los muros de la ciudad, que se toma con temas de debate público, como la Ley Lleras. “La otra posición para leer”.
María José Ardila Quintero majo.ardila29@gmail.com
{ ¡Que vivan mis rolas!
¿Que las niñas de Bogotá son desabridas? ¿Que el frío les quita “sabor”? ¿Que son mojigatas? Pues no, señores, las rolas también se gastan lo suyo y por eso se ha creado el sitio web Buena, Bonita y Bogotana, para demostrar que no tienen nada que envidiarles a las paisas o a las costeñas. En esta página podrá encontrar secciones como Fotos no Turísticas, donde los lectores envían imágenes en las que se muestra la idiosincrasia de la ciudad, como basura en las calles o celadores durmiendo mientras están de turno. Otra sección es Articulitos Ricos, definida como “artículos de gente que no se dedica a escribir, para gente que no se dedica a leer”. Por ejemplo, ahí puede encontrar crónicas como el apoyo al movimiento taurino, un análisis de la pasada Marcha de las Putas o una peculiar historia de un perro que se enamoró de una perrita que estaba en celo. Sin embargo, lo fuerte acá son las rolas; como lo afirma su creador, José Cuberos: “Nuestro eje temático y gráfico es el erotismo en Bogotá con un tono más voyerista que artístico. Es una apología a las vecinas, amigas, compañeras de universidad o del trabajo; como las que se pueden encontrar en TransMilenio, en Unicentro o en la ciclovía”. La revista nació hace cuatro años “para llevar alegría, libertad, piel y calorcito a los hogares bogotanos”, dice Cuberos. Por tal razón, su lema es “Aquí nadie es modelo de nada”, gracias a que las únicas condiciones para aparecer en ella son: tener 18 años y ser bogotana de corazón. Claro que no todo es perfecto. Si usted desea acceder a un contenido más sensual, como los detrás de cámaras, fotos exclusivas, entrevistas y descargas, tiene que pagar una afiliación de $100.000; pero bueno, debe valer la pena, pues, como dicen por ahí: “Bogotá es Bogotá, lo demás es tierra caliente…”.
Álex Valenzuela A. nitro_rumba@hotmail.com
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{ La movida del Cartel
{ Conecte C con Bogotá
“¿Qué significa DC?”, pregunto a desprevenidos transeúntes asumiendo un espontáneo rol de encuestador. Entre risas y dudas responden: “¿Distrito Capital, Dulce Condena, Diana Carolina, Divas Crueles, Damas Calientes?”. Nada de esto, DC es un estilo, una forma que pretende narrar la ciudad con un enfoque diferente. Esta revista, cachaca ciento por ciento, invita al lector a descubrir facetas inexploradas de Bogotá que, como las grandes capitales del mundo, tiene variedad de espacios gastronómicos, artísticos y musicales. “La idea es que entre los lectores y la revista se propongan nombres, ideas, planes y sitios secretos”, afirma Sebastián Forero, director de la publicación, que además ofrece una plataforma virtual con secciones como DC Música, DCultura, DC Rumba, DCine, DC Gusto, DC TV, DC Tecno, entre otras. Herramientas como Twitter, Facebook y variedad de blogs le dan un enfoque ágil y descomplicado al medio, además de un diseño atractivo y juvenil. Con un tiraje de 30.000 ejemplares y una lecturabilidad de 120.000 lectores mensuales, es imposible que usted no se Deje Cautivar.
Theo González Castaño tgc_777@hotmail.com {6} “La movida en Bogotá” es el eslogan de Cartel, que opera hace seis años en la capital; se denomina Urbano, y su cabecilla es Jorge Pinzón Salas. Hasta la fecha, la organización ha “coronado” 42 “vueltas” y ha desplegado sus redes de expendio hasta la plataforma digital; incluso tiene sedes en Cali y en Medellín. El negocio empezó con la intención de narrar a Bogotá desde una publicación impresa gratuita que permitiera abordar sus ángulos, rutinas y personajes. Cartel Urbano conjuga el periodismo, el humor, el ocio, las tendencias, los eventos culturales y la recomendación de establecimientos para brindarle al lector la perspectiva de una capital donde reina la diversidad. En sus páginas hay espacio para las colaboraciones de Leila Guerriero, Camilo Jiménez y Salym Fayad, entre otras buenas plumas. Cuenta con columnistas como el escritor Miguel Mendoza Luna, el comediante Gonzalo Valderrama y la libretista María Ximena Pineda. El sello de la revista está puesto en temas cotidianos que puedan resultar útiles, ya sea en la práctica —como el artículo que narra con qué elementos atracan en Bogotá y el que hace una lista de los mejores corrientazos— o en la risa ligera que produce el humor. Como la Cosa Política, Cartel Urbano sigue “mo-vién-do-sé” y apostándole a un periodismo escrito incluyente donde es lícito narrar cualquier tema del cartel bogotano (tras la eliminación del taurino).
María Camila Rincón O. rincon.macamila@gmail.com
{ Bogotá amarilla
Al tabloide Q’hubo le gusta combinar las noticias sensacionalistas con imágenes sugestivas de las “gatas” en la sección Chica Q’hubo, esperanzadas en ser la imagen del mes. Bajo el lema, “El diario más leído de Colombia”, se enorgullece de ser el resultado de una alianza del Grupo Nacional de Medios desde el 2008, y de llegar hoy a 14 ciudades del país. Por tan solo $700, el lector puede conocer las preferencias íntimas de cotizadas modelos colombianas y, por supuesto, consejos para impotentes. Pero también estimula la participación ciudadana. En la sección Mi Gente se encuentran mensajes de toda clase, como el de felicitación por la quinceañera que aparece en la foto, forrada en escarcha hasta los dientes, con vestido pomposo. O el mensaje a la abuelita que vive en Santa Cruz de Mompox, que celebra sus 89 años y quizá no tenga otro anhelo que ver su anuncio en el diario. Con el diario Q`hubo es imposible experimentar aburrimiento. Aquí solo hay cabida para la violencia, el sexo, los deportes; ah, y las aventuras de Condorito, aptas para menores.
Andrea María Obando A. amoa92@gmail.com
* s Cabos
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{ La cultura es de iletrados
sueltos}
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Muchos se acordarán del epíteto de Atenas Suramericana del que la capital se vanaglorió en el siglo pasado. Pues el colectivo Capital Cultural, conformado por estudiantes de ciencias sociales, quiso ironizar sobre el mito fundando la revista digital i.letrada, con el fin de promover debates y diálogos académicos, políticos y culturales sobre Bogotá sin sacralizar nada ni endiosar a nadie. Aunque apareció en abril del 2012, y va en su cuarto número, se consolida como un medio crítico y una ventana a las manifestaciones culturales que no se ven. Según su directora, Lorena Aristizábal, esta revista “es el resultado de la articulación de muchas manos. Manos con cuerpos, cuerpos con mentes, mentes atrapadas en formatos que, de repente, fue imperativo quebrar”. Con audacia y estrategia para llegar a nuevos públicos, i.letrada se está ganando un lugar en los medios de comunicación culturales de Bogotá y seguramente será una opción para ver algo distinto de la capital y no tanto “refrito” en las agendas culturales.
Catalina Gallego Reyes y Diego A. Páez kata.gr@hotmail.com, diegopaez2009@hotmail.com
{ Citytedio
“Por todo Bogotá”, el eslogan de CityTV, es explícito en sus intereses. No es “En todo Bogotá” ni “Para todo Bogotá’, es “por” ella, recorriéndola. Muy interesante la idea, pero no hay que pasar por alto que para ir “por todo Bogotá”, hay que hacerlo en un vehículo, obvio. Y como en Bogotá no hay por dónde moverse, el noticiero es la crónica de la tragedia para llegar al destino. Y ahí se queda. ¿Para dónde iban? ¿Con qué fin? El periodista se quedó atrapado en una vía congestionada. En CityTV sí se denuncia. Claro: huecos y trancones. ¿Quién no ha quedado atrapado en el tráfico y ha imaginado qué estará emitiendo CityTV? ¿Accidente, carro
{ El álbum del anónimo
Bogotá en Bogotá (http://bogotaenbogota.blogspot. com) es un blog definido como un “Observatorio personal con fines públicos”; con imágenes registra la cotidianidad de un sector de la ciudad comprendido entre las calles 1ª y 72 y las carreras 1ª y 30. La primera fotografía, publicada el 21 de octubre de 2009, es del paradero de la carrera décima entre calles 23 y 24. Desde esa fecha hasta hoy, han pasado más de 900 días, y a cada uno le corresponde su imagen. Ciudad indigente, ciudad monstruo, ciudad jardín, ciudad sombra, ciudad en movimiento, se plasma en cada una de las fotografías publicadas por el anónimo E. C. Pedro, quien describe así una araucaria brasilera plantada en un parque del barrio Teusaquillo, correspondiente al día 892: “Tardan una barbaridad estos árboles en llegar a semejante altura y en adquirir el diámetro del de la imagen. Pero vale la pena la espera”. El blog es sencillo, de fondo blanco y diseño tradicional, donde resaltan las luces y las sombras de las exquisitas fotografías, que expresan el gusto del autor por el arte, la arquitectura y el urbanismo. Además, por la literatura, ya que los textos que las acompañan son pequeñas piezas poéticas, entre nostálgicas, desencantadas y críticas. Bogotá en Bogotá sorprende por la experiencia visual de lo que vemos sin observar, como aquel reloj situado en un poste de luz en la calle 17, entre carreras séptima y octava que avisa a los transeúntes lo tarde que van a sus oficinas un viernes (27 de noviembre de 2009) o la estatua ecuestre del general San Martín, quien apunta con su dedo un balcón en la torre Altavista en la calle 32 con séptima, en el día 47. Un álbum imperdible para quienes deseen ejercer el oficio de caminantes sin despegarse de la pantalla.
Laura Inés Contreras Vásquez pecosin.contreras@gmail.com
averiado o crimen? No hay que negar lo evidente, en la capital se llega más rápido a pie, pero es que para CityTV, Bogotá es solo caos, y los bogotanos nos lo creemos. Ahora, ni hablar de lo que piensan en el resto del país al ver nada más vías en obra y pico y placa. CityTV está lejos de ser un canal pro-Bogotá, está lejos de la Bogotá diversa a la que la competencia intenta acercarse. Una lástima recordar que CityTV cuenta con recursos económicos suficientes, pues pertenece a la casa editorial más grande del país; a pesar de eso, sus productos son más tediosos que un trancón en la carrera décima.
Juanita Monsalve juanitamonsalveb@gmail.com
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{ Riel sin rumbo conocido * sueltos} Cabos
{ Protagonista de nuestro Twitter
En enero de 2012 se abrieron las puertas de “Protagonistas de nuestro twitter”, el nuevo reality político de Bogotá. Juan Manuel Santos, el presidente de la Casa Estudio ha logrado generar polémica por sus peleas con Álvaro Uribe Vélez, quien casi siempre está amenazado por convivencia. Sin embargo, el gran protagonista del reality ha sido el alcalde de la Casa Estudio, Gustavo Petro.
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El dirigente cordobés ha sido amenazado reiteradamente por talento, ya que sus políticas no han gustado en un amplio sector de la audiencia. También se ha puesto la camiseta roja, esta vez por convivencia, por haber dedicado mucho tiempo al público twittero y no a las obligaciones de la Alcaldía de la Casa Estudio. Gustavo Petro fue amenazado por talento cuando en vez de mandar 300 policías más a las protestas contra el TransMilenio, envío 300 tweets sobre el tema. También fue amenazado por convivencia cuando monopolizó Nuestro Twitter con su discusión con Daniel Coronell, que aunque no lo “mechoneó”, por más de una hora intercambió mensajes con el periodista sobre el agua de la Casa Estudio, aunque, por fortuna, Gustavo no le echó en la cara a Coronell el vaso de agua que tenía en la mano, sino que se lo tomó, restándole intensidad a la riña. Otra situación polémica de Gustavo se presentó cuando, luego de la petición de una twittera, en vez de enviar una ambulancia a Kevin, de 10 años, quien sufre de insuficiencia renal crónica y debía ir a una cita médica para que le hicieran una resonancia nuclear, envió dicho vehículo a la competencia televisiva, para que le atendieran a uno de sus participantes una erupción por celulitis en la pierna derecha.
Con el profesionalismo de cualquier publicación tradicional, el periódico Riel —Otras palabras en Usaquén— supo ganarse a sus lectores. Este proyecto, que empezó a andar en el 2008, gracias al apoyo de la Fundación Farenheit 451, cuenta la ciudad desde una mirada juvenil y sencilla; así como cuando hablan los amigos del barrio. Escrito por estudiantes de todas las disciplinas, este periódico busca mostrarles a los ciudadanos de la localidad lo qué está pasando en su entorno. Entrevistan personajes variados, escriben crónicas de todo un poco y debaten sobre lo que pasa a su alrededor. Hace unos meses, un artículo de Jennifer Vargas sobre el poeta, pintor y activista sudafricano Breyten Breytanbach, recibió el Primer Premio Distrital a Medios Comunitarios y Alternativos.
Sin embargo, Gustavo sigue en la Casa dirigiendo desde su silla de alcalde, recibe disciplinadamente sus clases, sobre todo la de redes sociales y aunque le ha bajado a la campaña por Nuestro Twitter, sigue siendo amenazado por talento. Siempre se salva. ¿Llegará hasta el final?... Para apoyarlo, envíe sus mensajes a @petrogustavo.
Sin embargo, pocos saben hoy del periódico, de sus redactores o de la historia que hay detrás del proyecto. Cuando salió la primera edición probaron el sabor de la fama: salieron en los noticieros y en otros periódicos. Pero los patrocinadores retiraron su apoyo el año pasado para dejar que el proyecto volara por sí solo. Y hoy, lejos de distribuirse gratuitamente, Riel sigue en la lucha por publicarse. Sin tener muy clara la periodicidad o la fuente de financiación que tendrá, es labor del colectivo de jóvenes impedir que esta buena idea se les descarrile.
Constantinos Papailias O. constantinospapailias@gmail.com
Ana María Ocampo C. anamaria.anamenos22@gmail.com
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Más muisca que
Bachué
Texto y fotos: María Paula Fonseca Gómez mari_paula2@hotmail.com
Lastenia Socha hace parte desde el 2009 del Consejo Nacional de Mujeres Indígenas de la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC). Desde el resguardo indígena de Chía, cuenta su vida de joven rebelde, de líder, de indígena, de mujer luchadora que hoy libra una batalla contra el cáncer.
Lastenia Socha es una indígena de ciudad. Ni su forma de actuar ni de vestir o hablar revelan su origen indígena. Es de baja estatura, contextura gruesa, pelo oscuro y ondulado, facciones finas, ojos expresivos, color miel, piel trigueña, una que otra peca y fácilmente sonrojable. Sin embargo, su apellido la delata: “Socha es roca fuerte; un apellido muy muisca, muy de acá. Los Socha somos los primeros habitantes de acá”. Cuenta que la mayoría de personas del resguardo son Socha. Si bien los muiscas se han mezclado mucho por su cercanía a la ciudad, solo se consideran indígenas por su árbol genealógico; así que son fáciles de detectar por sus apellidos. En Chía resaltan los Socha: Vargas Socha, Cifuentes Socha, Sandoval Socha, mientras que en Suba son los Cangrejo y los Chitiva; en Bosa, los Neuta; en Cota, los Tibaquichá; en Sesquilé, los Mamanché y los Chautá. Es esta misma cercanía a la ciudad la que ha hecho que las familias muiscas de hoy sean en su mayoría mestizas. La de Lastenia no es la excepción: su padre muisca se casó con una mujer criolla sin linaje definido, de apellidos Castañeda Nieto, oriunda de Subachoque; siempre ha dicho que no es indígena y sus rasgos son cómplices de su afirmación: pelo claro, ojos verdes, piel blanca. Sin embargo, al casarse, se fue a vivir a territorio muisca y allí nacieron y crecieron Lastenia junto con sus nueve hermanos: en total, siete mujeres y tres hombres. Su madre parió a los primeros siete Socha Castañeda según la costumbre indígena: con
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la ayuda de la partera de la zona, Anita Turca. Pero como los tiempos cambian, Lastenia —la menor de las mujeres— y sus dos hermanos pequeños nacieron en el hospital de Chía.
Herencia conservadora Su padre, ya fallecido, un indígena de pura cepa, siempre fue líder de la comunidad: hizo política de la mano del Partido Conservador; de hecho, era un referente político en Chía: “Mi papá fue una persona que pesó muchísimo en política en este municipio. Venían los alcaldes, venía todo el mundo a pedir su opinión”. Aunque es extraño encontrar a un indígena godo, ella explica que por la llegada de los españoles, la adopción de la religión católica y la cercanía a la ciudad, los muiscas de Chía se volvieron conservadores. Por herencia familiar, su filiación política siempre ha estado con este partido, que en Chía ha contado con un apoyo mayoritario. De los diez hermanos, ella fue la única que heredó esta vocación, al igual que la pasión por su cultura indígena. “Siempre han tenido más la cultura de allá; a veces dicen que tienen una hermana loca. Mis hermanas se sienten indígenas y participan; son comuneras, pero no son activas como yo”. {10}
Siempre ha estado orgullosa de ser indígena. Incluso cuando estaba pequeña se vanagloriaba del origen indígena de su padre frente a sus compañeras de clase: “Cuando en la escuela decían que éramos pobres, respondíamos que no lo éramos porque todas esas tierras eran de mi papá”. La escuela a la que asistía no era exclusiva de indígenas. Esto, sumado a la cercanía con la ciudad y, por ende, a la cultura occidental, hizo que gran parte del legado se diluyera. Con el paso de los años y conforme la ciudad se fue expandiendo, la modernidad se los comió. Para llegar a la ciudad solo hace falta cruzar la calle. Las construcciones dentro de los resguardos cambiaron: las casas de adobe fueron reemplazadas por construcciones de ladrillo, cemento, madera y metal, y se adaptaron a las de la ciudad; los trajes tradicionales se reservaron para las fiestas, y el trueque quedó atrás. La lengua fue la más afectada, quizás por el desuso en que cayó. Con una educación en español, poco a poco se fue perdiendo el idioma muisca. Algunas de las palabras mutaron y fueron incluidas al español, mientras que otras desaparecieron. De unos años para acá han intentado recuperar su lengua, pero ya es una tarea imposible; se han salvado algunas palabras; por ejemplo, chuta, que se usa para llamar al hijo; chuquy, que se refiere al arcoíris e hycha, que quiere decir ‘yo’.
Fotografía del archivo familiar. Lastenia con su perro Coqui.
El día que cruzó la calle Siempre estuvo muy cerca del otro lado. “Yo le decía a mi mamá que si a mí no me dejaban hacer las cosas, me iba a volver guerrillera, porque los guerrilleros podían hacer lo que quisieran; mi mamá me decía que no. Entonces dije: ‘Quiero ser monja’; fui y me metí de monja en María Auxiliadora. Allá la madre superiora no permitió que hiciera lo que quisiera, yo era muy rebelde, entonces mi papá me retiró y comencé a estudiar”.
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VINO
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A los doce años abandonó la escuela, aunque era la mejor alumna. Fue quizás esto lo que atrajo a uno de sus profesores, quien impactado por su inteligencia, buscó conquistarla. Su padre era muy celoso y al enterarse de que Lastenia frecuentaba a su profesor para tomar tinto, reaccionó de forma violenta. “Mi papá no nos dejaba hablar con nadie, no podíamos tener novios, y entonces se hizo una película: que ese señor me iba a violar, me iba a robar, me iba a drogar”. Lastenia huyó de su casa y empezó una nueva vida al lado de él, un paisa de apellido Jaramillo, el papá de sus hijos. Cruzó la calle, cambió de identidad y se volvió mujer de ciudad. Lastenia quedó en el pasado, se hizo llamar María, y durante ocho años su familia no supo nada de ella; hoy, 28 años después, recuerda el episodio con picardía: “Fui casi la primera desaparecida en Chía. Por eso también adquirí un liderazgo, la gente decía: ‘Lastenia Socha, la muchacha del resguardo desaparecida’”. Su experiencia fuera de la casa la llevó a crecer y madurar. Recorrió gran parte del país “como el judío errante”: vivió en Bogotá, Cereté, Fusagasugá, Saboyá, Velandia, Paime, Yacopí, La Palma, Cabrera y Ricaurte. “Siempre de un lado para otro para que mi papá no me encontrara”. Tuvo su primer hijo a los 13 años y el segundo a los 14. Y desde entonces se ha roto la espalda para sacarlos adelante. Trabajó en fábricas de Bogotá, estudió avicultura en el Sena, tuvo criadero de codornices en Fusagasugá, organizó la cooperativa de recicladores del parque de los Mártires en Bogotá, trabajó con las madres comunitarias de La Marichuela y Santa Librada, estuvo entre las fundadoras de la Cruz Verde Ecológica Colombiana, trabajó en empresas como Ebel. “Trabajé en muchas cosas, aprendí mucho, hasta aprendí a cocinar”. Mientras tanto, terminó su bachillerato: aprobó seis años en un solo examen del ICFES. Hizo estudios técnicos de contabilidad, mercadeo y sistemas. De la mano de su compañero, entró al mundo de la política. “Fuimos los fundadores de Conservadores 2000 de la zona de Engativá”. Por su participación le ofrecieron una beca para estudiar derecho en el Externado, pero no pudo aceptarla por falta de tiempo. Sigue soñando con ser abogada.
Hora de retornar Veinte años después volvió a Chía, a recuperar sus raíces. Volvió con ideas novedosas, conocimientos prácticos en diferentes áreas y, sobre todo, con el propósito de ayudar a sacar adelante su resguardo. La llegada de Lastenia fue una sorpresa: “Cualquier día volví a mí casa, ya con hijos; mi mamá nunca me vio embarazada”. Fue bien recibida por su madre,
quien se alegró de recuperar a la hija perdida; sin embargo, su padre se sintió defraudado. “Nunca me perdonó haberme ido de la casa así”. Pero Lastenia volvió para quedarse, y empezó a reactivar sus contactos y amistades en la zona. Al poco tiempo fue nombrada presidenta de la Junta de Acción Comunal del barrio Ibaro I de Chía. Gracias a su liderazgo, fue candidata por el Partido Conservador al Concejo Municipal de Chía en el 2003. Desde que volvió a su casa, nunca ha dejado de trabajar por rescatar las raíces de su comunidad. Sin perder las tradiciones, hace valer los derechos de las mujeres: “Cuando llegué comencé a organizar a las mujeres, a las tejedoras, a hacer los talleres, a trabajar con los niños, a llevar las brigadas de salud, a hacerle ver a la comunidad que las mujeres no solo son de lavar y planchar, sino que también existen otras posibilidades, como pertenecer a los cabildos; siempre tiene que haber una mujer para que haya equidad de género”. Lastenia ha sido bien recibida en la comunidad, que reconoce su afán de preservar el legado ancestral. En el 2004 fue elegida fiscal del Resguardo Indígena de Chía, la primera mujer que ha ocupado este puesto; y fue reelegida en el 2009. “El urbanismo nos ha inmiscuido en lo peor de la cultura occidental, por ejemplo, las pandillas, el consumo de drogas. Por estar tan inmiscuidos en la urbe, la juventud no se autorreconoce como indígena; ya ellos no quieren ser indígenas, dicen: ‘¿Indígenas?, ¡qué pereza!’”.
Y ahora toca pasar el charco Según Lastenia, a ella la separa de la ciudad una calle con el charco más grande de la vereda Cerca de Piedra. “Cruza la calle, pasa el charco y esa es mi casita”, son las señas para llegar a su hogar. A pesar de que la vía
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La líder del resguardo indígena en una reunión.
principal está a cuatro metros, tres horas separan a Lastenia de la capital, pues ella no tiene carro particular.
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Lo comprobé en mi primera visita al resguardo muisca de Chía. Una buseta pequeña, vieja, destartalada, que escasamente anda, conocida como “interveredal” —por su función de recorrer las veredas alejadas del pueblo—, recoge a sus pasajeros cada 20 minutos aproximadamente en la calle o trocha principal con rumbo a la terminal de transportes de Chía. Una vez en la terminal, se debe coger una flota hacia Bogotá, y al llegar al Portal de Transmilenio de la calle 170, un bus, taxi o cualquier otro medio de transporte. Es así como mientras sus vecinos salen en Mercedes, camionetas blindadas y carros lujosos, Lastenia debe levantarse tres horas antes, cruzar el charco de la calle de enfrente de su casa y seguir la travesía ya descrita. “Cuando trabajaba en las fábricas donde entraba a las seis, tenía que salir de mi casa a las 3:30 de la mañana; todavía oscuro”. A pocos metros de su casa se encuentra con un mundo ajeno y hostil de casas estrato seis, con gimnasios, canchas de tenis y demás lujos, tiendas, restaurantes y guarderías. Hace poco más de un año, contra la voluntad de sus nuevos vecinos y con mucho esfuerzo, Lastenia construyó su casa: una vivienda sencilla, no muy grande, un solo piso, tres cuartos pequeños, un baño, sala-comedor y cocina. Con los ahorros de una vida de trabajo y el visto bueno de sus hermanos muiscas, ella misma cortó los eucaliptos del lote, aplanó el terreno, se las ingenió
para traer luz e hizo un pozo séptico para el agua. “Esta casita es un ejemplo de persecución tenaz, porque allí, del otro lado, en Calamary, viven ministros, magistrados, actores de televisión, y ellos me pusieron una demanda por invasión del espacio público y atentado contra la flora y la fauna nativa; a mí me tocó poner una tutela, me persiguieron, me sellaron la casa”. Pero ella nunca se ha dejado de nadie. En el pasado ha cruzado el charco; del otro lado se las ha ingeniado para sacar a sus hijos adelante, para estudiar, trabajar y ser líder de la comunidad, trabajo que ha hecho sin retribución económica y que, además de satisfacciones, le ha traído dolores de cabeza: amenazas, enemistades, chismes. A Lastenia solo le bastó con pasar el charco para descubrir que la medicina occidental le daría la peor noticia. “¿Sería el trabajo en las fábricas? O ¿una vez que trabajé en la Clínica Country cerca de enfermos de cáncer? O quizás, ¿tanto estrés y tanta pelea con los vecinos? No lo sé, pero solo me queda dar la batalla, porque el cáncer no es la muerte, es una transformación del alma y del espíritu”. En este momento se encuentra dando la pelea contra un cáncer en la garganta y parte del pulmón que amenaza con quitarle su vida. Hace cuatro meses está esperando la orden para la cirugía. “Ahí seguimos en la lucha, porque eso es parte del proceso: las enfermedades nos ayudan a purificar el alma y a ser mejores personas. Yo creo que en estos últimos meses he tenido una sanación del alma, porque uno ya espera que llegue el final”.
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Imitaciones chinas Texto y fotos: Natalia Marriaga M. nmarriaga@gmail.com
Cualquier artículo “Made in China” fue por mucho tiempo considerado como algo de mala calidad o falso. En años recientes, la calidad ha mejorado tanto que una imitación china puede pasar por el original. Algo similar ocurre con la comida. Dos restaurantes tradicionales de Bogotá, Casa China y La Chinita, son el mejor ejemplo para la autora, que vivió en China y sabe a qué sabe la comida original. Casa China aparece en la versión impresa del directorio de páginas amarillas de Bogotá 2012, donde figuran 51 restaurantes chinos y cuya edición del año anterior publicitaba 95. De esos 51, más de la mitad dicen ofrecer “auténtica comida china” o la original, o la mejor, o algo por el estilo. Sin embargo —y eso no les quita lo delicioso—, hay que reconocer que ningún restaurante chino en la capital ofrece autenticidad. Casa China, ubicado en la calle 109 con carrera 15 y con otra sucursal en el centro comercial Ciprés Plaza, no es la excepción.
Sábado, 5:30 p.m. “Dicen los que saben que esto tiene como 36 años”, apunta la mesera que me recibe en Casa China, uno de los restaurantes manejados por chinos con más tradición y más costosos de la ciudad. El establecimiento, también sede de banquetes y fiestas, es amplio. Tiene un gran salón general donde están las mesas para los comensales y una especie de sala de espera con muebles de cuero. No es en lo más mínimo austero y eso se refleja en los precios de la carta: el arroz chino oscila
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entre $20.000 y $30.000; una porción de lumpias cuesta $12.000. Con todo y los excesos, en últimas, el local es un altar al estereotipo que se tiene de China: el restaurante acoge a los clientes bajo un techo de madera en forma de pagoda (con las puntas hacia arriba), hay lámparas rojas de papel de arroz, cuadros de paisajes chinos y biombos de madera tallada, elementos comunes en casas, templos y restaurantes al otro lado del mundo. Aún así, la carta es una mezcla de cosas que parecen, pero no son originales. Hay desde cerdo agridulce hasta pega de arroz en salsa soya, pasando por wonton, chow mein y chop suey. La mesera me dice que el restaurante es de chinos, uno que lo administra (Kevin) y otro que cocina (José). La cocina queda al lado derecho de la casona, y el comedor está al fondo, así que no es posible ver al chef. Aunque pudiera verlo, aunque constatara que es chino, sé por las varias veces en que he comido allí, que la sazón de los platos no es tan autóctona como la quieren hacer parecer. En vista de que ni Kevin ni José están ese día, prefiero ahorrarme la decepción de pedir un plato de $40.000 que no se parecerá a los sabores originales que recuerdo. Como me instruyó la mesera, volveré entre semana hacia las doce del día.
Sábado, 2:00 p.m. Es un día normal. Faltan dos semanas para que una protesta se convierta en el desastre que destruyó la estación de TransMilenio de la calle 72 con avenida Caracas. Pero eso no ha pasado, y Wu Minjia, dueña, cocinera y cara del restaurante La Chinita, atiende,
apacible, su pequeño local. Una puerta discreta lleva a un establecimiento sin grandes pretensiones, lo que se refleja en los precios (el arroz chino más económico es de $9.500 y una lumpia cuesta $1.800). Seis mesas atiborradas comparten un espacio que no supera los 20 metros cuadrados con varias sillas y un puñado de palomas que entran y salen a su antojo del lugar. En la entrada hay una vitrina con algunos alimentos como rollos primavera y “empanadas chinas”. Al lado está la caja registradora y sobre ella hay algo parecido a un ábaco que la dueña maneja como si estuviera tocando un arpa para calcular el monto de las cuentas de cada cliente. Wu tiene una ayudante colombiana que le alivia un poco la carga laboral y le permite la flexibilidad suficiente para ausentarse del negocio aunque sea unos minutos. Pero ella, por lo general, está ahí. Al fondo se ve la cocina, un cuarto oscuro que no parece muy limpio, pero donde Wu hace magia. Sobre la puerta de aquel cuarto mágico hay algo similar a una trenza de la abundancia, y al lado, una estatuilla de una especie de deidad china. Juan, mi acompañante, y yo nos sentamos y pedimos lumpias. Debajo del vidrio de la mesa hay fotos de sitios turísticos en Beijing, como el Palacio de Verano y la Pagoda Blanca. Otra mesa tiene una foto del exvicepresidente, Francisco Santos, con un chino que conozco: Jia Hang, el representante de la Federación Nacional de Cafeteros para Asia. Juan y yo comemos y hablamos un buen rato mientras observamos a la señora Wu. Es multifacética. Ofrece los platos, explica a los clientes, prepara los alimen-
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sitio montan restaurantes porque es más fácil”. En 1992, La Chinita, que en 2012 cumple 30 años, era propiedad de unos taiwaneses que habían rotado el negocio entre familiares. Wu fue paciente y esperó su turno para adueñarse del restaurante y lo consiguió. Desde hace catorce años es su única propietaria. Wu, que lleva un delantal de cuadros azules y blancos, es una mujer sencilla. El chino de la foto, Jia Hang, es un alto ejecutivo que actualmente vive en Beijing, y es hijo de Wu. Sé que Jia Hang gana buen dinero y el que ella siga viviendo de ese diminuto restaurante me causa curiosidad. No se lo pregunto, pero lo que dice de su vida en Colombia y cómo lo dice, sin pelos en la lengua, da a entender que ella no tiene intención alguna de irse de aquí. —¿Cuándo fue la última vez que viajó a China? —pregunto. —Hace nueve años.
tos, saca las cuentas, opera la caja. Francamente no entiendo en qué consiste la colaboración de la colombiana; puede que funcione en horas pico, pero ahora las dos están tranquilas. El local es tan pequeño que Wu debe cortar las zanahorias en el comedor, al lado de los clientes, y cada vez que alguien entra, interrumpe su labor para atenderlo. Su español es bueno para sus necesidades; se desenvuelve en el entorno del restaurante, pero pronto nos damos cuenta de que resulta insuficiente si se tocan temas que salen de su cotidianidad. No hay más clientes aparte de Juan y yo, así que aprovechamos para conversar un poco. Wu Minjia es oriunda de Hangzhou, provincia de Zhejiang, al oriente de China. Con 22 años en la capital colombiana en uno de los puntos más congestionados de la ciudad, Wu insiste en que está en Bogotá porque le parece tranquila, porque le recuerda al campo. Cuenta que vino por una oportunidad de intercambio cultural y laboral con una empresa taiwanesa. Llegó sola a un país tan distante, disímil y remoto como Colombia porque le pintaron una idea bonita. Más de un año después del intercambio se había acostumbrado a Bogotá, le parecía bella y, más importante aún, respiraba una calma que China nunca le había brindado, así que se quedó: “Cuando llegué, incluso veía pastar vacas. Era como estar en el campo”. Wu aterrizó en una ciudad cuya pequeña comunidad china se dedicaba, más que todo, a la gastronomía, y ella se montó en la misma ola: “Al principio había muy pocas tiendas de productos chinos o negocios distintos a los restaurantes. Casi todos los chinos que van a otro
—¡Mucho tiempo! ¿Qué opina su familia de que usted esté acá? —Mi mamá siempre me pregunta que cuándo voy a volver. Pero yo no tengo planes de irme. Planear y meditar sobre las cosas es inútil. Ahora estoy contenta acá. Cuando me quiera ir, pues me voy. Pero no voy a perder tiempo haciendo un plan detallado y que no resultará. O ¿acaso usted cumple al pie de la letra sus planes? A Juan y a mí nos sorprende la libertad de espíritu de Wu. Sin embargo, otros podrían opinan que lo que hizo fue anclarse en una zona de confort de la cual no se atreve a salir por miedo a explorar otras opciones. Sea cual sea el razonamiento detrás de su estilo de vida, no es común. Muchos de los chinos que conozco buscan una red de apoyo para sobrellevar la vida en un país extraño. La mayoría aprovecha cada oportunidad para volver a casa y visitar a su familia y a sus amigos y para retomar sus costumbres. Pero Wu parece estar tan a gusto que no va a China hace nueve años, y afirma no moverse de “aquí”, mientras señala el piso de La Chinita, pues siempre está al frente del negocio. —Debe tener muchos amigos chinos. Además, deben venir chinos a comer, ¿no? —Yo no tengo clientes chinos. Ustedes han estado allá. Ustedes saben que esto no es comida china. Las lumpias son de Hangzhou, pero esto es más parecido a un almuerzo corriente que a una especialidad nuestra. Esa declaración sorprende todavía más. Un restaurante llamado La Chinita donde la cocinera es china y vende comida china, pero cuya dueña, a diferencia de 26 de 51
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restaurantes que figuran en el directorio, no se jacta de servir “auténtica comida china” porque sabe que no lo es. Supongo que no se lo dice a todos los clientes, quienes viven engañados y piensan, como quien ve a alguien con un cinturón Hermés, que se trata de originales cuando en realidad son simples imitaciones.
Sábado, 4:30 p.m. Han pasado dos semanas desde que el caos se apoderó de la ciudad y unas protestas se convirtieron en uno de los peores ataques al TransMilenio. ¿Cómo le habrá ido a Minjia? ¿Cerraría el restaurante ese día? ¿Habrá perdido clientes a falta de la estratégica estación? ¿Sentirá miedo? ¿Será que ahora sí quiere irse de allí? El local no ha cambiado en nada desde la primera vez que lo visité. Parece que no sufrió estragos. La señora Wu está cocinando. Aprovecha el momento de poca afluencia de clientes para sentarse a comer lo que ha preparado: una taza de arroz y una taza de verduras hervidas. Empieza a contarme sobre lo que yo creía que había sido un día fatídico para ella, pero no logro concentrarme en lo que me dice. Me extraña que no use palitos chinos para comer, sino cubiertos.
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—Doña Wu, ¿cómo le fue el día de las protestas de TransMilenio? —Bien. Fue un día cualquiera. —¿No tuvo que cerrar? ¿No dañaron su local? —Pues yo sentí mucho ruido y mucha conmoción. Cuando vi lo que pasaba, cerré la puerta rápido, y cuando sentí calma, la volví a abrir. —Y cuando volvió a abrir, ¿vinieron clientes? —No, claro que no. Ese día cerré temprano. —¿Se asustó? ¿Había vivido algo así antes? —No me pareció terrible. He experimentado cosas peores. Es que yo viví la Revolución Cultural. Bueno, eso lo explica todo. Si comparamos la protesta de unas cuantas horas en la que destruyeron una estación que a los pocos días ya estaba restaurada y funcionando con una revolución de diez años que cobró millones de muertos, es comprensible que lo vivido en Bogotá el 9 de marzo de 2012 le hubiera parecido un juego de niños.
Jueves, 12:30 p.m. Es temprano todavía. El restaurante no lleva ni una hora abierto y aún no hay clientes. Pregunto por Kevin, pero dicen las meseras que salió de vacaciones y vuelve el lunes. Que si quiero, puedo tratar de hablar con José.
El restaurante de la señora Wu, que prefiere no salir en la foto.
José, cuyo nombre real es Xiao Ming, se sienta en un sillón de cuero y prende el televisor para sintonizar un noticiero nacional. Dice entender, pero yo lo dudo mucho porque él no sabe decir muchas cosas: “Lo básico: tocaya, comida, saludo”. Ninguna de esas tres palabras me parece ni básica ni útil y me sorprende que en más de 20 años no hable mejor. Él dice que no le queda tiempo para aprender en una escuela formal, así que lo que sabe lo aprendió más o menos a la fuerza. Tal vez el hecho de trabajar con otro chino que habla español perfectamente hace que José se recueste en él. Aunque se diferencian en el manejo del idioma, casualmente, el cocinero de Casa China y la dueña de La Chinita tienen mucho en común, como que sus restaurantes, en algún momento, han sido manejados por taiwaneses, y que los dos propietarios están ayudando a combatir el desempleo en Colombia, según José. —Nosotros [Casa China] empleamos a 20 personas; 14 son puestos fijos y tenemos otros extras según la necesidad. —¿En serio? —pregunto incrédula. —¡Claro! Entre multinacionales, restaurantes, almacenes, todos ayudamos a la economía de este país. Incluso la de La Chinita. Ella emplea a dos colombianos; nosotros a 20. ¡Imagínese todo lo que hacemos! Hay muchas otras similitudes entre Wu y Xiao que cabe resaltar. Como ella, José también es de Hangzhou
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avión. Si bien la madre de José aún está en China, él dice: “Mis hermanos están allá, así que ella no está sola. No hay problema”. Así, no hay una urgencia vital por ir constantemente a la tierra que lo vio crecer. Sin embargo, a diferencia de Wu, quien no tiene planes para volver a China, Xiao Ming afirma que quiere devolverse a su ciudad natal: “Tan pronto salga la pensión, nos devolvemos”. Como a ella, a José también le gusta mucho Colombia. Afirma complacido que la seguridad —tema espinoso para la mayoría de extranjeros que vienen al país— no le parece un problema ahora, sobre todo después del los gobiernos de Uribe: “Desde Uribe la seguridad mejoró mucho. Antes nos robaban seguido, ya no”. Entre Colombia, Ecuador y Venezuela, países que ha visitado, dice: “Colombia zui hao” (“Colombia, la mejor”). Creo, sin embargo, que lo dice porque yo soy colombiana y la crítica abierta no es bien vista. Aun así, algo debe haberle gustado, pues no creo que haya estado 17 años en un país que no tolera. Peculiar altar en La Chinita.
y llegó a Colombia en 1991. Vino porque el gobierno lo envió para que abriera un restaurante que mantuvo durante un tiempo. Luego de desvincularse de ese negocio, empezó a trabajar en Casa China con Kevin, a quien conoció antes de tener una relación laboral porque es amigo de la prima del administrador, y ya lleva 17 años allí. No obstante, el modelo de sus respectivos negocios es prácticamente opuesto. Si bien ambos tienen restaurantes, doña Wu no busca convertirlo en una cadena, como sí es Casa China; ella no busca notoriedad, como sí la busca Casa China, que recibe a los visitantes con dos enormes leones de mármol a la entrada del restaurante; Wu no parece tener grandes ambiciones económicas, pues lo más barato del menú cuesta $1.400, a diferencia de Casa China, cuyas entradas no bajan de $12.000. Como ella, quien está casada con uno de sus compatriotas, José también contrajo nupcias con una coterránea suya. Los cocineros de ambos restaurantes tienen cada uno un hijo, y no viven en la capital colombiana. El descendiente de Wu vive en China, pero eso no significa que ella viaje constantemente a verlo, y José tampoco va hasta el gigante asiático a ver al suyo, pues no es necesario: el hijo del cocinero de Casa China se casó con una colombiana y vive en Medellín. Como ella, José tampoco va a China desde hace nueve años. Él cree que no tiene sentido emprender un viaje tan largo y costoso si su familia está acá. Su esposa vive con él, y su hijo está a una hora de distancia en
Ahora, a diferencia de la dueña de La Chinita — quien dice no moverse nunca de su local—, José ha tenido el placer de recorrer el país. Su ciudad favorita es la capital antioqueña: “El clima es maravilloso. No es ni frío ni caliente. Medellín definitivamente es mi preferida”. Su efusividad con Medellín es un poco desproporcionada si solo la prefiere por su amena temperatura. Tal vez ayuda el hecho de que allá no solo viven su hijo y su nuera, sino que también está su nieta de cinco años. Como ella, José también tiene un día libre a la semana. Ese día se dedica a descansar: ve televisión, sale a caminar, pasa tiempo con su esposa. Nada extraordinario. No se reúne con amigos porque parece que no tiene muchos, ni chinos ni colombianos. Recuerdo que Minjia dijo que ella no tenía amigos chinos en Bogotá porque su comida no es china. ¿Le pasará lo mismo a Xiao Ming? ¿Será que tampoco lo visitan compatriotas suyos? Como ella, José reconoce que la comida del menú no es auténtica, ni siquiera es parecida: “A los colombianos no les gustan nuestros sabores originales. Toca modificarlos, cambiar las recetas, ofrecer otras cosas”. Pero a diferencia de Wu, “si a Casa China vienen chinos, pues cambiamos; a ellos sí les damos lo que es”, dice el cocinero sin tapujos. Claro, a los conocedores les dan originales o por lo menos imitaciones clase A, mientras que los demás tenemos que conformarnos con réplicas clase C. Por ello me promete: “La próxima vez que venga, me avisa y le tengo cosas de verdad”. Idéntico a un mercado chino.
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El ahogo de una prisión
Texto: Jahel Iveth Mahecha Castro y César Alberto Moreno Vargas jahel8905@hotmail.com, ormistas@hotmail.com
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Fotos: León Darío Peláez, cortesía revista Semana
Cuando el gobierno estudia y aplica medidas para frenar el hacinamiento en los centros penitenciarios del país y se tramita en el Congreso un nuevo código penitenciario y carcelario, este reportaje de la cárcel Modelo de Bogotá muestra desde adentro el drama carcelario en las voces de tres de sus protagonistas.
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Ilustración: Felipe León
Dentro de la cárcel Modelo parece que el mismo aire pasara por 16.000 pulmones en tiempo récord; tan viciado está, que un jíbaro se haría rico vendiendo oxígeno a los más pudientes. El hacinamiento y el mal estado de la infraestructura son ostensibles desde la puerta de ingreso, cuando un guardia de seguridad requisa de manera minuciosa a los visitantes. Un pasillo de luz pobre es la línea directa a la torre central que une las alas sur y norte. Solo unas puertas de hierro separan estos dos mundos donde delincuentes, violadores, narcotraficantes, paramilitares y hasta inocentes buscan un espacio para sobrevivir. En los 142 establecimientos de reclusión que administra el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec) conviven cerca de 130.000 personas. El crecimiento en los niveles de delincuencia y criminalidad en el país y el uso indiscriminado de la privación de la libertad han sido las causas principales para que en las cárceles ya no quepa ni un mal pensamiento. Según el Ministerio de Justicia, la tasa de sobrepoblación en las cárceles es del 29%, aunque el sindicato de trabajadores del Inpec dice que es del 45%. La capacidad máxima de la Modelo es para 2.950 internos y hoy alberga cerca de 8.000. La crisis carcelaria llevó a que en agosto de este año, la ministra de Justicia, Ruth Stella Correa, tomara medidas de choque para que 2.000 internos que han cumplido dos terceras partes de su condena puedan adquirir el beneficio de casa por cárcel. El plan del
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Gobierno para contrarrestar el hacinamiento incluye el traslado de reclusos, nuevos cupos en los penales y aumento de los jueces de ejecución de penas. Los casos más dramáticos se viven en las cárceles de Riohacha, Bellavista (Medellín) y en la Modelo (Bogotá). Más de 1.000 condenados y cerca de 5.000 sindicados sobreviven tras las rejas de la Modelo, fundada en 1957, en un terreno que abarca seis hectáreas de la localidad de Puente Aranda. En la Modelo se conjugan dos mundos completamente distintos. El ala sur recibe a diario mínimo 15 hombres, bajo el perfil de delincuentes comunes, homosexuales y enfermos. El ala norte les “da la bienvenida” a cerca de cinco internos por día. No obstante, en ambos contextos, el problema más complejo que soportan los reclusos es el hacinamiento. Allí rige la ley del más fuerte. El poder y el dinero definen la posición de cada interno. La sobrepoblación y la brecha económica entre reclusos hacen posible que existan celdas de lujo y que a su vez cualquier rincón o pasillo se convierta en un lugar donde dormir. A continuación, el lector conocerá las voces de la cárcel por medio de las historias de un narcotraficante, un guardia y un delincuente común. Víctimas y victimarios de la violencia entre muros.
Historia de un narcotraficante A pesar de que en la cárcel no circula el dinero, todo tiene precio, todo se puede arreglar. Cualquier
documento se puede conseguir, cualquier necesidad se puede suplir. Esto lo sabe muy bien Harlinson de Jesús Lugo, de 36 años, que está recluido en la Modelo desde hace dos años por el delito de narcotráfico. Desde que empieza hablar, con un lenguaje inteligente y fluido, sale a relucir su preparación. Cuenta que estudió enfermería y, una vez graduado, la mayor parte de su vida laboral transcurrió en la Policía Nacional. Paradójicamente, esta experiencia lo hizo conocer de primera mano las penas y castigos a los que son sometidos quienes cometen algún delito, por más leves que sean. Con la Policía realizó continuos viajes a los Estados Unidos para recibir capacitaciones. “Esa fue la catapulta para vincularme a las otras ocupaciones, ya que viví a veces en Estados Unidos, a veces en Europa y otras veces en el Medio Oriente”. Su experiencia en el narcotráfico fue corta. Trabajaba para una empresa de seguridad que custodiaba a empresarios de alto nivel en sus trayectos por Suramérica. “En uno de los viajes se presentó la oportunidad de llevar droga”, dice, sin agregar detalles, porque le incomoda recordar ese error del pasado. Desde enero del 2010, Harlinson ha vivido en el patio 2B del ala norte, que tiene las condiciones de infraestructura más aceptables de toda la cárcel. Allí permanecen algunos paramilitares desmovilizados y delincuentes de cuello blanco, que por su estatus económico o por su poder tienen la posibilidad de contar con un lugar básico para pagar su condena. Pese a estos privilegios, en la Modelo no hay quien
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arrebatar el control del patio a los pocos paramilitares que había. Esa noche, un grupo antimotines amenazó con entrar a la fuerza para aislar a los líderes de la revuelta. En medio de la confrontación se generó un incendio. “Los presos derramaron chicha en las colchonetas y las prendieron. La gente murió ‘achicharrada’ tratando de salir, y la que pudo, bajaba con el pelo, las manos y la cara quemados. Bajaban dando botes por las escaleras, y la guardia, en vez de ayudarlos, los bajaba a garrotazos”.
pueda escapar del hacinamiento. “El patio es una caja de cigarrillos repleta. En este momento hay alrededor de unos 700 internos en un patio dispuesto para 250, dadas las circunstancias de hacinamiento a nivel nacional. Aunque esta es una de las cárceles donde es más grave el problema”, afirma Harlinson. ***
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La madrugada es el momento en que todo está tranquilo. Por eso Harlinson se levanta a las cuatro de la mañana para evitar la congestión en los baños. La Modelo atraviesa por una época de racionamiento de agua que deja a los internos sin el servicio a partir de las diez de la mañana. Después de ducharse, arregla su celda, se dedica a escribir un rato y ora, actividad que repite antes de dormir. A eso de las seis baja al patio a tomar el desayuno, porque el comedor fue cerrado a causa del nauseabundo olor de las alcantarillas. Cuando Harlinson pisó por primera vez la cárcel, gozaba de cierta estabilidad económica. Por esta razón, no dudó en comprar una celda, aunque prefiere no llamarla así, porque según él, está simplemente habitando un cuarto en el inquilinato de la Modelo. Aquellos que no tienen el dinero para comprar una celda deben aprender a dormir, como dicen los presos, en “carretera” o pasillos. En cada uno duermen alrededor de 100 y 120 personas. En cada piso, de los cuatro que hay, existen unas rotondas, que son el acceso después de las escaleras; un lugar que por seguridad debería estar despejado, ahora es el área de descanso para 20 o 30 personas. Harlinson considera que el hacinamiento es un generador de violencia porque se pierde el nivel de tolerancia. “Los incidentes son parte del orden del día. Generalmente quienes los protagonizan son personas que han vivido en un ambiente hostil desde su niñez. Hay muy pocos aquí por delitos ajenos a la violencia”. Durante su estadía ha sido testigo directo de la lucha por el poder. A mediados de 2010 ocurrió un episodio de violencia cuando un grupo de “sociales” —como llaman a algunos delincuentes comunes—, intentó
Hoy, los patios del ala norte de la cárcel están controlados en su mayoría por un cacique paramilitar. Harlinson cree que los paramilitares —en su mayoría provenientes del departamento del Meta— han ayudado a imponer el orden, “aunque a veces ellos dicen las cosas de manera impositiva y esto genera contrariedades”. Quienes manejan el patio 2B tratan de sobrevivir bajo unas normas de conducta básicas: no escupir en el suelo, no botar las colillas de cigarrillo, botar la basura solo en las canecas y consumir droga en los baños, que son las áreas destinadas para dicha práctica por la autoridad paralela en todos los pisos de los pabellones. Al hablar de las vicisitudes que viven los internos del otro extremo de la cárcel, él se siente aliviado de no estar allí. “Si aquí las condiciones son difíciles, allá son infrahumanas porque el hacinamiento es mayor. Si aquí somos 700, allá son 2.000. Además, si aquí las alcantarillas están rebosadas de cualquier cantidad de cosas, imagínense allá”. Las diputas que en el ala norte se libran a golpes, en el sur se llevan hasta la muerte. Los días de visita son los sábados y domingos. Por eso los reclusos intentan mantener limpias y ordenadas las áreas comunes. Aun así, Harlinson no espera a nadie. Sus padres viven en Estados Unidos y hasta hace ocho meses se enteraron de que fue arrestado. “Como tenía dinero, pude pagar el abogado y las cosas que necesitaba aquí. Mis hermanos venían porque en la casa había dinero y podían comprar la comida y traérmela, pero cuando eso se acabó, no los volví a ver”, dice Harlinson mientras descansa el peso de su cuerpo en una pared y recuerda que son pocas las esperanzas de salir de allí.
Historia de un guardia La puerta de visitantes de la cárcel Modelo tiene una pequeña ventana. Una vez cada cinco minutos se asoma un guardia para anunciar quiénes pueden entrar y quiénes han perdido su tiempo. Los que logran pasar deben someterse a una rigurosa inspección. Más de 20 guardias son el filtro para cruzar a los patios. Desde la noche del viernes, madres, esposas e hijas hacen una fila infinita para poder ingresar al estable-
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A mí nunca me enseñaron que había que escuchar a las personas o que todos los casos no se tratan a la fuerza. A mí enseñaron que nosotros somos los bichos, y los internos, las hormigas”. Las necesidades y el desamparo en el que se encuentra la mayoría de internos, motivaron a Henry a estudiar psicología. “Cuando uno se coloca en los zapatos, no del interno, sino de un ser humano, descubre que ellos necesitan ayuda. Yo no me beneficio con que el interno se muera. La idea es abrirle una ventana para que él vea la luz”. ***
cimiento los fines de semana. Llevan comida, cobijas y dinero para los internos. Luego de soportar el frío de la noche, esperan a que a las 8:00 de la mañana abran las puertas para ser requisadas minuciosamente por tres mujeres guardias. En la cárcel hay en promedio 80 guardias. Generalmente, se trata de hombres altos, fuertes y con cara de revólver. Todos usan un camuflado color azul, una gorra oscura y botas de combate. El arma de defensa es un bolillo. Henry Ariza tiene 40 años y 1,80 metros de estatura. A diferencia de un gran número de guardias, siempre sonríe y saluda a todos. Está próximo a cumplir 19 años de servicio al Inpec. Al culminar el bachillerato, su familia lo inscribió para que hiciera parte del instituto penitenciario, una de las pocas opciones que tenía para salir adelante. Su primera misión fue custodiar a algunos de los integrantes del Cartel de Medellín. Más tarde fue asignado como guardia carcelario en la Modelo. “Para ser guardián a uno le enseñan básicamente el control en seguridad, bajo la idea de que nosotros los guardias somos los buenos, y ellos, los internos, son los malos”. Pese a esos preceptos, la mirada de Henry es amigable y expresiva. Sus manos tienen unas sutiles cortadas que intentan cicatrizar. Durante todos estos años, él ha aprendido a no cruzar los límites con los internos. La realidad de la cárcel lo ha obligado a enfrentarse a situaciones que la escuela del Inpec nunca le enseñó. “Uno viene con la mentalidad de que hay que reprimir.
Durante sus años de trabajo en la Modelo, Henry no solo ha ejercido de guardián, sino también de testigo, consejero, enfermero y víctima. Sentado en una mesa de madera cuenta que ha llevado a urgencias a más de 100 heridos. También recuerda que en 1998, cada vez que había un motín, los guardias eran quienes sacaban a las víctimas de los patios. Entre 15 y 20 muertos era el saldo diario. Este año fue uno de los más violentos en la cárcel Modelo por la guerra entre paras y guerrilleros “Muchas veces tuvimos que correr porque estábamos pendientes de una supuesta alarma y si no salíamos rápido, nos secuestraban. Si nos secuestraban los paracos, nos iba bien porque no nos maltrataban, solo nos retenían. Pero los guerrilleros nos pegaban, no nos dejaban comer y nos encerraban en las celdas”. Esos capítulos de terror fueron los más difíciles de afrontar. El cambio de roles era tal, que ellos tenían que pedirle autorización al “cacique” de cada patio para poder hacer una requisa. También fue testigo de la extorsión y del secuestro tras las rejas. “Había secuestros dentro de la cárcel. Los metían dentro de unos túneles como animales, llenos de chinches, pitos y hasta que la familia llevara cierta cantidad de dinero, no los dejaban salir de ahí”. Desde el 2000, a falta de profesionales de la salud, Henry se convirtió en el único psicólogo de la cárcel y tuvo que enfrentar casos de internos con claustrofobia y depresiones fuertes. La poca inversión que el Gobierno Nacional ha hecho a través del Inpec para la creación de establecimientos carcelarios se ha volcado en la seguridad del penal. Pero Henry considera que más allá de los barrotes, la resocialización debe ser un punto crucial de la política carcelaria. Su experiencia en la Modelo ha hecho que conozca toda clase de guardias. “Siempre hay un guardia que es agresivo para imponerse; otros que no saben
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hablar”. Sin justificar a aquellos compañeros que se han dejado tentar por el dinero y la ambición, Henry cree que los corruptos son el resultado de las irregularidades de los internos y del propio sistema carcelario. “Un guardián que llega a un lugar de conflicto donde reinan problemas de droga, de alcohol, genera más conflicto. Es una guerra de poderes”. Por otro lado, el poco o casi nulo entrenamiento que reciben para saber actuar en situaciones de hacinamiento y de violencia ha llevado a que algunos guardianes padezcan enfermedades mentales. En el 2011, tres de sus compañeros terminaron en clínicas de reposo: “La institución da por hecho que como nos están pagando un sueldo, el bienestar no es importante”.
Historia de un inocente Es lunes. José Luis Cano se alista para ir a trabajar. A las 11:30 de la mañana, a unas pocas cuadras de su casa toma un bus. Como de costumbre, antes de entrar al almacén Éxito, donde supervisa la mercancía, se dirige a una tienda cercana para tomarse una gaseosa. Minutos después se encamina hacia la puerta de los empleados para iniciar su turno como operador industrial. A unos metros de la entrada, cuando está a punto de sacar su carné, agentes de la Sección de Investigación Judicial e Inteligencia (Sijin) lo abordan y le piden que se identifique. Él piensa que se trata de
un control normal a los empleados del supermercado. De repente, los uniformados muestran sus placas y dicen: “No nos hemos equivocado, este es”. Al momento, cinco taxis llegan al lugar para cercarlo. Los agentes lo tiran al piso, lo esposan y lo acusan por los cargos de narcotráfico, terrorismo, hurto y concierto para delinquir. José Luis no entiende lo que está pasando. Un policía lo toma del pelo y le muestra una fotocopia de la cédula que, según ellos, le corresponde. Para su sorpresa, en ese papel aparecen su foto y su número de identificación. *** Es el 9 de mayo de 2011. José Luis solo tiene derecho a una llamada y a un abogado. En la Fiscalía, dos funcionarios le toman fotos y lo reseñan. En cuestión de segundos lo obligan a entrar a una oficina. Un sargento del DAS lo empuja a una silla y le pone las manos atrás, lo golpea en el pecho y le pega dos veces en la cara. Después de dos horas, es trasladado a Medicina Legal mientras lo custodian tres agentes. Uno de ellos le dice: “Venga conmigo, hijueputa, para que se reencuentre con sus compañeros”. En el despacho, 15 hombres lo miran. Luis no los conoce ni ellos a él. Ninguno entiende por qué están ahí. Unos son cerrajeros, otros son estudiantes. Tres son funcionarios de la Policía. Los 16 son expuestos al país como una banda de apar-
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tamenteros. En medio de su asombro, José Luis pasa la noche en un calabozo, pero confía en que saldrá en las próximas 24 horas.
y no corona. Ese es visto como un bobo que no sabe trabajar, pero el que corona merece todo el respeto y a mí, paradójicamente, siempre me han visto así”.
Finalmente, la juez del caso, con pruebas falsas, define la suerte de los hombres. Cada uno tendrá que pagar 40 años de prisión por adquisición de armamentos, prendas militares, hurtos a apartamentos, robos a actrices de televisión y a futbolistas de Santa Fe. José Luis siente que la vida se le acaba.
Detrás del cacique de patio hay varios hombres que lo cuidan. A ellos se les conoce como “carros” o “llaveros”. Se trata de internos que no tienen dinero para sobrevivir y a cambio de no ser amenazados le comunican al cacique todos los movimientos del lugar.
Mira sus muñecas y se da cuenta de que están moradas, hinchadas y cortadas a causa de las esposas. A partir de ese momento todos comenzaron a pagar su larga condena. A José Luis le informan que será trasladado de inmediato a la cárcel Modelo. *** El viernes 22 de julio de 2011 José Luis recibe el sol cerca a una ventana del patio 2B en el ala norte de la Modelo. Recostado a la pared, recuerda cuando pisó el pabellón central, los internos más antiguos del penal le dieron la bienvenida a la supuesta banda. Todos tenían a la mano el periódico. Todos los identificaban como el grupo criminal del momento. Esa fama atribuida por los medios de comunicación, hizo que los 16 hombres llegaran pisando fuerte. Uno que otro cacique les brindó comida y respaldo. La decisión sobre qué patio le corresponde a cada interno depende de su perfil, de su condena y de su suerte. En el pasillo, donde revisan qué puede entrar y qué se queda, José Luis solo pudo ingresar con sus zapatos sin cordones y con una bolsa de implementos de aseo que un desconocido en la Sijin le dio cuando quedó en libertad. *** “Soy José Luis Cano, de la ciudad de Medellín, condenado por los delitos de terrorismo y hurto agravado. Tengo una sentencia de 40 años”. Esta fue su presentación oficial en la cámara de seguridad de la Modelo. Un archivo más para su expediente. A unos pocos días de su llegada, el cacique del patio, un paramilitar, se le acercó para darle las normas de convivencia: “Hermano, usted está en paz y convivencia, si tiene algún problema, dígalo. Solo tiene 10 minutos para pelear. Por ahora le voy a dar comidita y una cobija. Lo que usted necesite, a la orden. Ya sabemos quiénes son ustedes”. Ese breve encuentro hizo que con el paso de los días José Luis dejara de ser tratado como un interno más. Debido a los delitos por los que fue señalado, nunca ha sido intimidado. “Aquí nadie respeta al que roba
Todos esos movimientos eran nuevos para José Luis. Durante las primeras noches tuvo que dormir en un pasillo muy cerca a los baños, pero una madrugada, un compañero lo vio tiritando de frío y lo invitó a que se ubicara en la “carretera”, justo debajo del único televisor del lugar para que no se mojara. En el patio 1B solo hay tres baños y tres duchas. Según registros del Inpec, hay 380 hombres en el área, pero se ven reclusos por todas partes. Con el paso de los días, los internos le ofrecieron ropa, cuchillas de afeitar y jabones. A las 5:30 de la mañana llega el guardia y abre la puerta del pasillo. El cacique es quien ordena cómo debe ser la fila para el casino. “Para mí el desayuno es lo más rico de todos los alimentos. El chocolate, el pan. Yo nunca había comido un pan tan rico como ese. A veces nos dan salchichita, un pedazo de arepa o de queso y una fruta”. El patio 1B tiene las paredes más sucias y húmedas de todo el penal. Tan solo es custodiado por dos guardias. La hora de visita ha terminado. *** Martes 6 de septiembre de 2011. José Luis está más delgado. En menos de cinco meses el patio 1B pasó de tener 380 hombres a 680. El ambiente se siente más denso. Guardias del Inpec enviaron a un buen número de internos del ala sur a la norte. La ley de la clasificación ya no tiene valor. José Luis explica que ahora en su patio hay gente de todo tipo. “A este lado, están mandando mucho ‘ñero’, mucho ladroncito. Antes no se permitía que nadie metiera bazuco, pastillas y pegante. Siempre decían que los que quisieran podían tirar marihuana y perico, pero no esas tres cosas porque eso enloquece a un drogadicto”. Durante estos meses, José Luis ha aprovechado el tiempo para conocer un poco del pasado de la cárcel. Por eso, entre diez de la mañana y las tres de la tarde él tiene la posibilidad de hablar con algunos convictos. Álvaro, un interno que lleva 15 años en prisión, le contó a José Luis que en los años noventa, en medio de venganzas y odios, guerrilleros y paramilitares
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picaban literalmente a la gente y ponían sus restos en bolsas, para luego tirarlos en la cancha de la cárcel y en las cañerías. “Solo se daban cuenta cuando llovía y las alcantarillas se tapaban y todo se inundaba. Había internos que entraban y a los ocho días desaparecían”, cuenta Luis. *** Lunes 26 de septiembre de 2011. A unos meses de que José Luis contara su historia, la vida le devolvió lo que le quitó sin previo aviso: su libertad. “De llegar a la cárcel sin nada, llegué a tener mucho. Logré buenas amistades y aprendí a tener fe. Materialmente obtuve dos colchonetas, cositas de aseo, ropa y una que otra revista. Desprenderme de todo eso fue fácil”. Luego de que la juez y el fiscal encargado del caso renunciaran sin razón aparente a la investigación, un funcionario reunió las pruebas necesarias para que José Luis, al igual que los 15 de los hombres que entraron con él a la Modelo, obtuviera su libertad inmediata. Todos esperan que en cuatro años el Estado los indemnice por el error. Ilustración: Felipe León
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Un futuro incierto Las fallas en el establecimiento hacen que la cárcel sea una experiencia difícil de sobrellevar. El número oficial de tutelas interpuestas a La Modelo entre 2005 y 2007 fue de 173 debido a la falta de apoyo logístico y presupuestal para atender las necesidades de los internos. Incluso la administración del penal reconoce que las áreas que reciben más reclamos son Sanidad, Jurídica y Registro y Control por su incidencia en el bienestar de los internos y en su libertad. El recluso que vive el castigo y la deshumanización se convierte en un individuo potencialmente violento. Las dificultades económicas, organizacionales, de infraestructura y las irregularidades del sistema carcelario alejan al individuo de la posibilidad de resocialización. El actual director del Inpec, el mayor general Gustavo Ricaurte, declaró el 17 de junio del 2012 que en las cárceles colombianas no había hacinamiento. “En términos académicos nosotros podemos decir que en Colombia no existe hacinamiento realmente. Lo que tenemos es una superpoblación. Se podría hablar de hacinamiento en caso que las cárceles llegaran a doblar su capacidad instalada”. Sin embargo, las condiciones degradantes en las que conviven los internos de la Modelo demuestran lo contrario. Consciente de la situación, el gobierno presentará un nuevo código penitenciario y carcelario en esta legislatura para humanizar la privación de la libertad con el mejoramiento de las condiciones jurídicas, económicas y de infraestructura que garanticen la resocialización para todos los internos. Y se contemplará el régimen abierto y semiabierto de reclusión desde el comienzo de la condena o de la medida de aseguramiento. Ahora bien, tras recorrer la Modelo el pasado 8 de agosto, la ministra de Justicia decidió implantar el “pico y placa” para las visitas (de 16.000 visitas el fin de semana, se bajará a 8.000) y anunció la construcción de seis nuevas cárceles en el país. Para mejorar las condiciones de los penales, también sería necesario considerar la reestructuración del Inpec, instituto duramente cuestionado desde su creación, en 1992, por múltiples irregularidades. Basta mencionar que entre enero y agosto del 2011 se presentó el relevo de ocho directores y subdirectores de penitenciarias, y se reveló la existencia de 40 sindicatos de la guardia. Pero mientras el hacinamiento, la ingobernabilidad y la corrupción sigan prevaleciendo, los reclusos estarán destinados al olvido y a la degradación de sus mínimos derechos.
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"Déme 800 en ositos…" Texto y fotos: Paola Barragán barraganpaola@hotmail.com
El 20 de junio del 2008, la carrera quinta con calle 21 dejó de ser una zona gris que sabía a smog para convertirse, gracias a un local esquinero, en un dulce lugar donde el arco iris parece estar contenido en todo su esplendor.
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Jairo Antonio Cano es, así como en la película de Willy Wonka, el encargado de traer a este sector la magia, el colorido y el sabor con el que tantos niños y adultos hemos soñado más de una vez. Pero La Gomitería no nació de un día para otro, no surgió como una explosión de Quipitos en la boca. “Mira, todo empezó porque él trabajaba, desde hace diez años, en una casetita cerca a la Tadeo, allá el llevaba varios tarritos llenos de gomas y como vio que se vendía bien, decidió buscar un local cerca y puso el negocio”, cuenta Adriana, su esposa. Desde ese momento, Engómate Jocaro —el nombre inicial del local— empezó a surtir sus vitrinas con dulces de toda clase, color, textura y sabor. Pasar caminando o en carro por esta esquina nunca volvió a ser la misma experiencia. Desde sus comienzos, La Gomitería no solo se ha caracterizado por el inmenso ramillete de productos, sino también por su única y llamativa decoración.
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Los productos que más piden los clientes —que van desde estudiantes hasta “señoras así ricas”, como dice Adriana— son los de Wonka y los chocolates M&M’s, sin dejar de lado las típicas gomitas, que se han convertido en los íconos del lugar. Pasar por esa esquina era ver una fiesta de Nerds, era caminar al lado del amigable Amarillo, huir del cinismo de Rojo y dejarse atrapar y eventualmente tentar por alguno de los productos de las especialmente diseñadas vitrinas. Desde hace tres años La Gomitería tuvo que cambiar su look por disposición de la Alcaldía, ya que contaminaba visualmente. Desde entonces decidieron quedarse con una fachada azul eléctrico, que igualmente sigue dándole color a la cuadra y continúa atrayendo a estudiantes y gente de oficinas que en la hora del almuerzo va a menudear o señoras que dejan el carro en el andén mientras compran al por mayor para piñatas y fiestas. Mientras las lluviosas y grises tardes capitalinas continúan pasando, Adriana seguirá en La Gomitería, dispuesta siempre a empacar en bolsitas plásticas el número de ositos, gusanos, tortugas o sapos que le pidan, o por qué no, recetar unas cuantas pastillas que curen los antojos y un poco de TNT picante para calentar las tardes.
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Santa Rita bendita
Texto: Susana Cubillos susycubi@gmail.com
Fotos: Gabriel Leaño
“Santa Rita, bendita, cúrame este dolor”, le rezan a la patrona de lo imposible para que cure una que otra dolencia. Lo que no saben sus devotos es que en pleno corazón de La Candelaria, en la carrera 5ª Nº 11-09, se encuentra la Farmacia Homeopática Santa Rita, donde hallan el remedio ideal para esas dolencias.
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Sus estanterías están llenas de frascos de vidrio, unos de color azul y otros cafés, como descoloridos por el tiempo; algunos son de porcelana con dibujos de flores. Pequeñas reliquias que cobran vida con los nombres de los remedios que contienen en presentación de gotas, glóbulos, trituraciones en lactosa, pomadas de fórmulas magistrales y plantas medicinales secas importadas. Aquí se puede encontrar el medicamento para todo tipo de malestar: coffea para la gastritis, fucus compuesto para el mal de pulmón, ácido fosfórico para el estrés, entre otros. Toda esta aura se ve irrumpida en la habitación continua, donde se encuentra una droguería corriente en la que venden las conocidas aspirinas, antibióticos, té de coca, dulces de miel, jarabe para la tos y otros medicamentos. El 6 de febrero de 1946 se fundó en Bogotá la Farmacia Santa Rita. En ese tiempo la medicina homeopática se manejaba de una manera muy discreta, pues no contaba con la popularidad ni el respaldo necesario, pero en Palmira (Valle) existía un religioso llamado Tomás Rodríguez, de la comunidad de los agustinos recoletos, que tenía cierto prestigio en esa región por el acierto en el diagnóstico y el tratamiento que daba a las enfermedades por medio de esta práctica. Unos amigos capitalinos lo convencieron para que se trasladara a la capital con el fin de difundir las bondades de este trabajo desde un lugar más conocido y con más habitantes. La farmacia comenzó con un laboratorio de los productos homeopáticos que abastecía a Bogotá con las fórmulas del entonces pionero de la homeopatía en el país. En aquellos tiempos era necesario hacer un diagnóstico completo a los pacientes antes de recetar el medicamento, por lo que se instaló la consulta en el convento de la calle 11 con carrera 3ª, propiedad de la comunidad. En este, además de realizar las rutinas religiosas, se empezaron a congregar los primeros creyentes de esta medicina desconocida. A medida que estos fueron creciendo, se instaló la farmacia en una casa en la carrera 4ª con calle 10ª. De este modo nació la sociedad Farmacia Santa Rita compuesta por el médico Andrés Havas, de nacionalidad belga; Eva Rodríguez de León, como socia industrial, y Hernando Romero, químico farmaceuta, quienes contribuyeron a la popularización de esta medicina alternativa. Actualmente, Santa Rita es la farmacia homeopática más tradicional de Bogotá, aunque debido a los requerimientos del Ministerio de la Protección Social, la medicina homeopática ha tendido a desaparecer, puesto que el Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (Invima), desde 1997 está
reglamentando la elaboración de los medicamentos y el funcionamiento de las farmacias y laboratorios con altas exigencias, como un costoso mantenimiento de las instalaciones, que en el caso de Santa Rita, cuyo lugar de funcionamiento es una casona patrimonial de La Candelaria, es casi imposible cumplir. Pero con el paso del tiempo y la gran divulgación de la medicina alternativa han logrado sobrevivir las farmacias dedicadas a esta práctica.
La memoria envasada La jefe de los 14 empleados es Ana León, que lleva trabajando desde 1974, cuando se retiró Eva de León, la fundadora. Ana cuenta con cierta nostalgia cómo este negocio familiar se ha mantenido paralelamente con la vida de su madre, que ahora tiene 92 años: “La botica sigue intacta; la memoria de mamá no tanto,
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pero le encanta recordar cómo, junto con sus socios, encontraron esta casona en medio de otras casas incendiadas y destruidas después del 9 de abril de 1948”. Y es que fue así como encontraron estos 600 metros de memoria envasada, de paredes que cuentan una historia y en las que hay frases ilustres como “Tu vida cuelga de un péndulo, cuídala, solo es tuya” o un retrato antiguo que sonríe a las personas que entran siguiendo los consejos de esa ilustre frase. Estela María Samper es una de las clientes más devotas de Santa Rita. Dice que lleva más de 40 años yendo a la botica a comprar sus remedios, que nunca fallan. “Yo siempre creí en la homeopatía y sus métodos alternativos, aunque mis familiares no, porque esta medicina no siempre fue querida, antes la miraban de reojo”. Y no solo por el Invima, sino por los prejuicios que existen alrededor de esta medicina. Ana León lo explica así: “La homeopatía se basa en dos principios: uno, los remedios contienen las sustancias que producen la enfermedad, pero en una cantidad mínima y no dañina; dos, el efecto del remedio crece si la sustancia está diluida”. Con esta explicación uno entiende qué contienen esos frascos; son una centésima, una milésima parte de la enfermedad que espanta, pero que se vende a $3.800 y cura al paciente, quien toma el medicamento dos veces al día. Una de las vendedoras detrás del mostrador mira de reojo a un señor que no logra decidirse si tomar el remedio para el colon en gotas o en polvo. María, la vendedora, mira con impaciencia a través de sus anteojosos
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a media nariz que se deslizan con cada respiro; otros clientes esperan. El señor trata de decir por décima vez el nombre casi impronunciable del remedio por el que se decidió. Ahora, ya con su remedio en la mano, cuenta que antes se necesitaba la fórmula:"Fue en esa época en que el Invima se puso a molestar o los médicos regulares ignoraban esta alternativa y todo lo solucionaban con una aspirina”. Alberto, el cliente, se despide afanado porque cae en la cuenta de que realmente se demoró escogiendo, pero sale feliz, pues podrá comer otra vez un poco de ese ajiaco que a pocas cuadras se vende en los restaurantes típicos del centro bogotano.
Siglos encima La casa también cuenta su propia historia, fue construida en 1757 para el primer director de la Casa de la Moneda, bajo el virreinato de José Solís Folch de Cardona. En 1810, hospedó a Antonio Villavicencio, para quien, se dice, iba dirigido el famoso florero de Llorente que se rompió y desató el grito de la independencia. Ubicada en la esquina de la calle Nacimiento con la calle Moneda y frente
a la Biblioteca Luis Ángel Arango, es la puerta de entrada a ese pasado colonial que tiñe de historia el tradicional sector. “Muchas personas ignoran este lugar, pasan en frente, no se detienen para entrar, no necesariamente para comprar, pero sí ver por dentro esta casona que tiene más siglos encima que nuestro propio país; es una reliquia que hay que atesorar y los que han entrado saben de lo que hablo”, afirma Patricia, funcionaria del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural. Las actuales propietarias, las hijas de Eva de León, mantienen la casona en perfecto estado, y en armonía con el colonial barrio. Allí funcionan el laboratorio de líquidos y sólidos, la bodega de envases, el depósito de materias primas, las oficinas de administración y un área social, y aunque ya no hospede personajes históricos, sigue siendo patrimonio de la ciudad. Los clientes vienen, abren la puerta de madera, piden el remedio y se van. Ajenos a la exquisitez de este sitio, que ha sobrevivido desde el estallido del Bogotazo hasta los requerimientos del Invima, similares a la tortura psicológica de la gota de agua.
Aguafuertes de Bogotá
El jardín del sabio
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Texto y fotos: Paola Barragán Galán barraganpaola@hotmail.com
El sabio Mutis disfrutaría caminando por el jardín que le rinde tributo: 19,5 hectáreas que albergan 6.800 especies de plantas, árboles nativos y foráneos y flores exóticas. Mullido colchón verde que aísla a sus visitantes del caos capitalino en plena avenida Rojas con calle 63.
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Sesenta años atrás, y en época de lluvia, los capitalinos se acercaban a disfrutar de la vista del humedal, y en época de sequía caminaban entre un frondoso bosque que invitaba a soñar. Pero como ha sucedido con la mayoría de pulmones de la ciudad, este se fue llenando de basura, hasta que el científico paisa Enrique Pérez Arbeláez se propuso recuperar el hoy conocido Jardín Botánico José Celestino Mutis, fundado en 1955. Como si estuviera cubierto por una esfera, el Jardín Botánico logra aislar el ruido de los buses, los pitazos de conductores y los estallidos de las motos. Gracias a la correcta señalización, el visitante aprovecha al máximo el recorrido y se desplaza por los diferentes pisos térmicos nacionales: en el páramo, donde el frío y la humedad penetran los huesos, se observa y se escucha la caída de una cascada rodeada de esas plantas milenarias que son los helechos. Allí se erige en su grandeza la palma de cera, planta nacional. Al avanzar en el recorrido, el rojo encendido, el violeta intenso y el naranja brillante hacen entrar en calor al visitante que arriba al tropicario, donde la flora y la fauna exóticas se enredan entre sus lianas y dejan alucinando al espectador. Aquí la enredadera anaconda, la victoria amazónica, las orquídeas, las aves del paraíso y las plantas de agave encabezan el caluroso recorrido cuya temperatura oscila entre los 25 y 32 grados centígrados. Después de tal explosión de color, de atravesar la selva y el desierto, llegamos a una especie de Edén que nos recibe con una gama de tonalidades pastel y podemos incluso sentir la suavidad de cada pétalo del rosedal. Casi dos horas han pasado desde que nos desconectamos del ajetreo de la ciudad. Las flores silvestres guían el camino de regreso a la realidad y allí, escondida entre follajes y colores, se encuentra la flor de amapola, que tanto escándalo ha causado, indefensa y de una belleza extrema nos recuerda que es el hombre quien hace mal uso de los recursos de la madre naturaleza. “Emburundungados” de plenitud volvemos al paisaje de cemento.
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Museo de Los Mártires
Texto: Diana Morales Lara dianymarce27@hotmail.com
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Fotos: Juliana Vásquez
Un extractor de balas, una silla mecedora de dos ruedas y un álbum de cirugía plástica de la década de 1930 son algunos de los 400 objetos expuestos en el Museo de la Sociedad de Cirugía de Bogotá. Ubicado dentro de las instalaciones del Hospital de San José, en la localidad de Los Mártires, ofrece un fascinante y curioso recorrido por la historia de la medicina en Colombia.
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Máscara de anestesia
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El 1º de septiembre de 1932, un grupo de civiles y soldados peruanos invadieron el trapecio amazónico colombiano para reclamarlo como territorio nacional. En este conflicto, que duró un año, mientras las tropas de ambas partes combatían en la cuenca del río Putumayo, el equipo médico colombiano instalaba hospitales y enfermerías en la selva para socorrer a los heridos. Entre los procedimientos quirúrgicos más ejecutados estaba la amputación de miembros, realizada con una sierra de metal contenida en el estuche de cirugía de la época. Actualmente, una de estas útiles cajitas de madera reposa en una vitrina del Museo de la Sociedad de Cirugía de Bogotá, ubicado en las instalaciones del Hospital de San José. Entrar al hospital es como retroceder en el tiempo entre el característico olor a alcohol, las enfermeras que se pasean con cofias blancas en forma de pico y la arquitectura clásica que se conserva intacta: techos altos, escaleras de piedra y ventanas con marco de hierro. El edificio, cuyos planos definitivos fueron del
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Retrato al óleo de la junta de Fundadores.
Silla de ruedas.
Sala del museo.
Caja con instrumental para cirugía.
italiano Pietro Cantini —arquitecto del Teatro Colón y del Capitolio Nacional—, además de ser monumento nacional, es también el lugar fundacional de la cirugía moderna en Colombia. El 22 de julio de 1902, cuando terminaba la guerra de los Mil Días, diez médicos colombianos crearon la Sociedad de Cirugía de Bogotá con el propósito de impulsar la labor quirúrgica y construir un hospital adecuado para su desarrollo. Apoyada por la congregación religiosa de las Hermanas de la Presentación de Tours, la sociedad empezó sus trabajos de cirugía en la Casa de Salud de El Campito de San José (actual Facultad de Artes de la Universidad de los Andes). En general, la ciudad carecía de infraestructura sanitaria, por eso comenzaron la construcción del Hospital de San José. Después de 21 años de construcción, el 8 de febrero de 1925 se inauguró el hospital, con siete pabellones, en la localidad de Los Mártires —en el marco de la Plaza España— , y los cirujanos se trasladaron a este centro “de punta” en prácticas médico-quirúrgicas.
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Anteriormente, la teoría miasmática de la enfermedad —aquella que sostenía que las emanaciones fétidas y los gases tóxicos de las aguas sucias eran el origen de la enfermedad— determinaba, en gran medida, las decisiones arquitectónicas de construcción. El restaurador y conservador del patrimonio cultural, José Díaz, explica las características del edificio estilo republicano: “En la época se construía de norte a sur para que la luz del sol iluminara durante la mayor parte del tiempo. Las divisiones en pabellones y techos altos en forma de ojival se hicieron para que hubiese una ventilación constante, ya que en esa época todavía estaba vigente la teoría de los miasmas”. Actualmente, antes de llegar a la sala designada para el museo, se atraviesa un patio en el que se distinguen los laboratorios de rayos X y de medicina nuclear. El museo, creado en el 2002, se encuentra situado en la parte inferior del auditorio Guillermo Fergusson, espacio donde hasta 1975 se encontraba la capilla del hospital y en el que ahora se realizan conferencias y actos ceremoniales. Además del gran Anestesia.
Antes y después de la cirugía plástica.
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auditorio de sillas rojas, en la parte superior también se encuentra la bodega, donde se almacenan antiguos libros de medicina, endoscopios, cofres y otros objetos que no han podido exponerse por falta de espacio en la sala principal, pero ya existe un proyecto para la ampliación del museo.
Instrumentos de salvación y… de tortura En la colección exhibida, con aproximadamente 400 objetos, se encuentran jeringas de vidrio, agujas de metal, un autoclave (esterilizador) de 1907, un extractor de perdigones hecho en madera, varios estuches de cirugía, morteros, maletines médicos, latas de éter para anestesia, una silla mecedora adaptada como silla de ruedas, camillas de metal, termómetros, etc. También hay dos objetos especiales que causan furor entre los visitantes: el primero, un álbum de fotos “antes y después” de cirugías plásticas de los años treinta; y, el segundo, un espéculo de madera, abierto a ambos lados, con el que se introducían sanguijuelas dentro de la vagina para hacer sangrías locales, las cuales eran típicas en los procedimientos ginecológicos de la época.
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A pesar de que el museo se encarga de ampliar el repertorio de la muestra por medio de exhibiciones temporales sobre distintos temas (enfermería, anatomía, patología, etc.), hay poca concurrencia de público. Según José Díaz, este problema está directamente relacionado con la ubicación del lugar: “El Hospital de San José cuenta con todas las condiciones para ser uno de los mejores de la ciudad, pero debido al sector en el cual se ubica, la gente evita venir por miedo a la inseguridad”. Por esto, se ofrecen visitas guiadas, las cuales pueden ser programadas para grupos de estudiantes o para visitantes del hospital. Aunque la localidad de los Mártires alberga importantes monumentos históricos —la Estación de La Sabana, el Colegio Técnico Central y el Cementerio Central, entre otros—, y fue punto neurálgico del comercio en Bogotá, desde mediados del siglo XX ha sufrido un deterioro social que ha derivado en altas tasas de criminalidad y de indigencia. Si bien las causas de mortalidad han cambiado —un siglo atrás eran por amor a la Patria, como lo atestiguan, por una parte, el obelisco de la plaza en homenaje a los héroes de la Independencia, y por otra, la Iglesia del Voto Nacional, panteón de los caídos en la guerra de los Mil Días, hoy son la delincuencia, la pobreza y la droga— lo cierto es que en este sector no faltan las víctimas. Pero ya no son los martirizados pacientes, antiguamente sometidos a escalofriantes procedimientos como los que ilustra el Museo de la Sociedad de Cirugía.
Jardines del Hospital San José.
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Retro *Visor
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Jaque al
Texto: Alejandra Garzón Valero alejandra.garzon@javeriana.edu.co
Para los nostálgicos de los tiempos en que se podía disfrutar del centro de la ciudad y el término “club social” no aludía a un antro de promiscuidad, subsisten los clubes de ajedrez, donde desde las 11:00 de la mañana, maestros y aprendices se reúnen a jugar.
Fotos: Francesca Fichera y Daniel Sandoval
olvido
Con una tradición de más de 70 años, el juego ciencia se mantiene vigente en Bogotá en clubes sociales como Lasker, Fischer y Los Reyes. Allí, los veteranos recuerdan a maestros de la talla de Luis Augusto Sánchez, Miguel Cuéllar Gacharná y Boris de Greiff, precursores del juego que comenzó a institucionalizarse en Colombia en 1938. Los clubes tradicionales de ajedrez, ubicados en su mayoría en el centro de Bogotá, recrean el ambiente del clásico café bogotano, como los de finales de los años cuarenta. Hoy sobreviven Lasker, Fischer y Los Reyes, en cuyos tableros de cuadros blancos y verdes los jugadores diseñan estrategias ingeniosas con sus 16 fichas, que a diario ponen en jaque, no al rey contrario, sino al olvido.
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Lasker, el reino de los maestros Junto a teoremas en desuso, complicados cálculos, historias repetidas y hasta charlas sobre política, los aficionados del ajedrez vienen jugando desde hace tres décadas las más elementales y las más complicadas fórmulas de los jaques, los sacrificios y los mates que le dan vida al ajedrez en el club más tradicional de la ciudad, que rinde honores a quien fue campeón mundial durante 27 años: el alemán Emmanuel Lasker. Ubicado en el segundo piso de un viejo edificio sobre la carrera 7.ª con calle 21, desde que abrió sus puertas hace 34 años ha recibido a todos los maestros que viven o han pasado por la ciudad. No es habitual ver caras nuevas en este club. Durante años, los mismos jugadores han frecuentado el sitio, que no ha cambiado desde que lo fundó Moisés Prada en 1978, cuando alquiló dos pisos del edificio. Los dos grandes salones y la recepción están atestados de señores maduros, vestidos con trajes de paño; unos sentados frente al tablero, en sillas de cuero ya rasgado, como sacadas de una serie de televisión sesentera, mientras los otros están de pie, quietos, observando la partida.
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“Unas fichas con reloj, doña Lucila, por favor”, dice un cliente mientras el reloj —colgado en una pared de espejos trasparentes y negros que conforma un singular ajedrez— marca las 5:00 de la tarde. Frente al mostrador atiende Lucila Cabezas, administradora del club desde hace 26 años. Ella dice que el negocio ha cambiado: “La asistencia ha bajado mucho; antes no le cabía un tinto a esta hora. Antes se abría a las 9:00 de la mañana; ahora, a las tres de la tarde”. Aun así, el salón del segundo piso está lleno. De las 34 mesas quedan pocas desocupadas. Las fichas se deslizan por el tablero de madera, el sonido fuerte del golpe de ellas contra la mesa mantiene a todos atentos a la siguiente jugada; más si una caja de fósforos se posa sobre alguno de los tableros, lo que significa que se dobla la apuesta por parte de quien cree llevar la ventaja en el juego.
El heredero Lucila aclara que el Lasker es uno de los pocos clubes que han sobrevivido, pues Capablanca, Los Maestros, el Club Nacional de Ajedrez, entre otros, cerraron. Pero tanto ella como la clientela extrañan las épocas en que jugaban los maestros Cuéllar Gacharna, Luis Augusto Sánchez, José Salvador Rodríguez y Boris de Greiff, este último fallecido en noviembre del 2011, a los 82 años, a quien su padre, el poeta León de Greiff, y su tío Otto, el musicólogo, le inculcaron el amor al ajedrez, que lo llevó a convertirse en maestro y árbitro
internacional. Sin embargo, él prefirió no transmitirle esta pasión a su hijo, Jaime de Greiff, hijo de una relación amorosa con Lucila. Aunque Jaime heredó de su padre los tres libros sobre el deporte ciencia que escribió y le dedicó, ese fue su único legado. “Una vez yo le pregunté a Boris si le iba a enseñar a jugar ajedrez al niño y él me respondió con un no rotundo. Y eso que a él no le fue mal con el ajedrez porque representó a Colombia en 11 olimpiadas mundiales y conoció a mucha gente", dice Lucila.
“La cachimba”, herramienta de un ganador Como todo juego, el ajedrez tiene diferentes modalidades, según lo explica María Teresa Cuartas, campeona nacional de ajedrez y dos veces subcampeona. “Está el ajedrez de competencia, con unos relojes especiales, con un tiempo en el cual se debe realizar la partida, con unos controles y un reglamento. El ajedrez recreacional, que se juega de manera más relajada, y el ajedrez de ataque, en el que dos personas apuestan, y si hay diferencia en el nivel ajedrecístico, entonces se da partido, lo que quiere decir que se da ventaja por medio de la entrega de una ficha al contrincante”. Este último es uno de los más jugados en el Lasker. La apuesta puede ir desde $2.000 hasta $200.000, aunque varía cuando la caja de fósforos aparece. “Cuando se juega apostando, yo puedo ver que llevo la ventaja, entonces digo: ‘Doblo’ y pongo la cajetilla de fósforos en señal de mi propuesta de incrementar la apuesta al doble de lo que inicialmente se apostó. Pero el que pone la cajetilla da una pequeña ventaja,
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María Teresa Cuartas, campeona nacional de ajedrez.
que son las tablas. Es decir, si llega a haber empate, paga el que dobló. Esa es la función de la cajita. Hay algunos profesionales que las hacen y las cargan. Eso se llama cachimba, y con ella la lucha es más intensa”, explica María Teresa. La búsqueda del triunfo es incesante bajo el acoso del tiempo. Mientras los espectadores observan, se pueden escuchar los quejidos por las malas jugadas o el murmullo que acompaña la salida de los fósforos. Cuando el tiempo se acaba o el rey es derrotado, el perdedor saca del bolsillo el dinero que debe entregar a cambio de su pérdida. Esta tarde, el Paisa, como llaman a un jugador habitual, se ganó $150.000 en menos de 20 minutos. Era la mesa con más espectadores, aunque estaba ubicada en una esquina escondida del salón. La cachimba selló su triunfo.
La dama del ajedrez Como en el juego, este club solo tiene una dama o reina. La única figura femenina en ese ejército compuesto por peones, alfiles, caballos y torres es María Teresa Cuartas, quien ha dedicado 40 años de su vida a esta pasión. Durante muchos años, fue una de las pocas mujeres que jugaron hombro a hombro con los grandes, en los
tiempos en los que aún era mal visto que una señorita fuera a clubes sociales, como ella cuenta: “A mí me tocó la época más dura porque cuando jugué competitivamente solo había hombres. Venir aquí era una lucha terrible porque sentía la presión en el ambiente, y en las competencias los hombres me hacían trampa para ganar. En un torneo internacional en Caracas, un maestro yugoslavo me tiró las fichas porque le gané; es que entre él y yo había una diferencia de títulos abismal y él me menospreció, pero yo le gané”. La dama del Lasker recuerda con entusiasmo cómo llegó a ser campeona nacional y a representar al país en una olimpiada internacional. “Yo empecé a jugar de forma casual: un tío había aprendido a jugar ajedrez en Argentina mientras hacía su carrera de médico, entonces llegó a Pereira y puso en su casa unas mesitas de ajedrez, pero eso se agrandó y cuando nos dimos cuenta había personas que hacían cola para jugar. Fue ahí cuando me llamó para que lo ayudara a montar el Club de Ajedrez Pereira. Yo no estaba interesada en el juego, pero me puse a ver que quienes venían a jugar por horas eran personas distinguidas, como médicos, notarios, jueces... y entonces pensé que eso tenía que tener algo interesante. Le dije a un vago que me enseñara a jugar y primero me enseñó lo más rudimentario. Pero yo quise empezar a estudiar y al año siguiente competí en Bogotá y fui subcampeona nacional; ahí me dediqué a estudiar ajedrez”.
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María Teresa opina que las cosas han cambiado para bien. Hoy hay más espacios para las mujeres, tanto competitivamente como en el café. En el Lasker hay cinco representantes del género que compiten con unos 45 hombres. De igual manera, a nivel competitivo Colombia ya cuenta con una maestra internacional: Nadya Carolina Ortiz. Sin embargo, María Teresa afirma que en el país todavía no hay un apoyo decisivo al ajedrez frente a otros deportes. “Aquí siempre hay problemas de dinero para enviar las representaciones. Las entidades deportivas no apoyan verdaderamente el ajedrez, aunque en estos últimos 30 años se haya ganado terreno. Aquí los torneos internacionales los apoya la empresa privada, como es el caso del torneo JAHV McGregor de Ajedrez, que se realiza en diciembre”. Es difícil predecir un futuro para estos clubes sociales de ajedrez cuando las nuevas generaciones no utilizan sus mesas, al menos no socialmente, pues a nivel competitivo son muchos los jóvenes que buscan un título de maestro internacional. Pero ellos prefieren jugar en salas llenas de computadores que presumen de “cafés”, y aprender con los programas virtuales, sin necesidad de maestros. {42}
Lejos quedan las anécdotas de quienes llegaron “muchachos” a estos lugares para aprender de estrategias entre el tinto y el humo del cigarrillo.
Fischer, ajedrez de ataque La mayoría de los que vienen a este club saben la historia de Bobby Fischer, el llamado ‘Mozart del ajedrez’, por las geniales combinaciones que destrozaban la defensa de su rival. Aquí los ajedrecistas replican sus jugadas en el tablero de 64 cuadros, conocen la historia de Fischer, sus estrategias y variaciones, porque “el ajedrez es como la vida: se tienen altibajos; problemas que toca resolver instantáneamente, no se puede dejar de hoy para mañana. En el ajedrez se demuestra el carácter y la destreza del jugador para crear estrategias contundentes”, dice uno de los ajedrecistas más queridos del lugar, José Gómez, quien lleva en este medio más de 50 años. Todos los días ‘don Josecito’ —como lo llaman— sale de su casa en dirección al centro, al club social Fischer, ubicado en la carrera 9ª con calle 16, para compartir partidas con viejos amigos y con los que en algún momento fueron sus alumnos y ahora dicen superarlo, como es el caso de Mario Cárdenas, jugador hace 15 años. En el segundo piso se encuentran apiñadas 20 meses de ajedrez con su correspondiente tablero, un reloj, una taza de tinto o té; escenario de cortas batallas
Lucila Cabezas, administradora del Lasker.
que duran máximo cinco minutos. Comienza a jugar quien lleve las blancas. Y entonces se escucha: —¡A cinco minutos! —apuesta Miguel López. —¡Listo! —acepta José Gómez. —¿Qué vas a hacer? —inquiere Miguel —Nada que valga la pena —disimula José. —Ah, pero sí podrías, ¿no?... —repunta Miguel. —Sí —concede José —Metí jugada imposible. Perdí —se lamenta Miguel. Mientras se mueven las fichas y suena el golpe de la mano contra el reloj —para medir el tiempo de la jugada—, Miguel y José se retan con palabras. Y aún cuando en ajedrez no se acostumbra hablar, pues los jugadores evitan cualquier tipo de distracción, estos dos ajedrecistas antes que jugadores son amigos. Llevan años practicando el juego ciencia, dialogando sobre las variaciones posibles y sobre los maestros internacionales colombianos. Escenas como estas se repiten todos los días en el Fischer. Para Jesús Baltasar Muñoz, quien juega desde 1968, y es profesor de ajedrez, a estos clubes la gente viene a divertirse porque son espacios de tertulia,
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donde el maestro comparte con el joven aprendiz. Quienes llevan años viniendo a jugar lo sienten como una gran familia. Tanto así, que tienen sus apodos. Miguel López, jugador desde hace 44 años, dice que los personajes que no le pueden faltar al club son ‘el pato’, ‘el rebuscador’, ‘el maestro’ y ‘el marrano’. La clasificación obedece a las habilidades de los jugadores a la hora de proponer estrategias: ‘el pato’ nunca juega una partida si no está seguro de que va a ganar o al menos va a sacar tablas; ‘el rebuscador’ es aquel que sin saber mucho del deporte, disfruta viendo jugar, pero su principal objetivo es conseguir que lo inviten a un tinto, un té o un pedazo de torta; ‘el maestro’ es el más respetado del lugar; ‘el marrano’ es el jugador entusiasta que nunca gana y siempre termina pagando las apuestas. Miguel explica que no se apuestan grandes cantidades de dinero. “La gente no viene acá con la intención de hacerse rico. Hay veces se juega el tiempo y el tinto. Yo acostumbro a apostar solo el tiempo. Hoy gané una partida y perdí otra, entonces pago la mitad del tiempo, $700, más el tinto que me tome”. En el Club Social Fischer, el costo de la mesa, las fichas de ajedrez y el reloj es de tan solo $1.400 la hora. A eso se suma el consumo, ya sea en comida o en bebidas. Por eso los jugadores apuestan el tiempo. Lo que más atrae a los aficionados es la oportunidad de compartir con quienes conocen y disfrutan del juego que Boris de Greiff calificó como el de “las mil y una jugadas”. Para Miguel López no hay nada como estos espacios; “jugar ajedrez en la casa o en la tienda de la esquina no es lo mismo”. Para él, aquí no hay clase social; solo se hace una pregunta al recién llegado: “¿Usted sabe jugar? Si sabe jugar, hablamos; si no, no”.
Del café a la competencia Como todo deporte, el ajedrez tiene dos formas de ser jugado. Por un lado, está el llamado ajedrez de café, para entretenerse. Y está el ajedrez de competencia. En el Fischer se ven las dos modalidades: entre semana se juega partida libre, y algunos fines de semana se organizan competencias con jugadores de todo rango de edad y habilidad. Jesús Baltazar Muñoz, profesor de ajedrez, explica que la mayoría de los asistentes son ajedrecistas recreativos. Dice que el ajedrecista competitivo frecuenta estos espacios, pero está más pendiente de los torneos y se dedica a estudiar. De la promoción de ese tipo de ajedrez se encargan la Liga de Bogotá y el Instituto Distrital de Recreación y Deporte.
Para Eliseo Rodríguez, profesor hace 35 años y quien frecuenta este club de ajedrez, el deporte ciencia está muy descuidado. “El ajedrez competitivo es de mucha exigencia, tanto de preparación física como psicológica, y en Colombia es muy difícil. Aquí muchos talentos del ajedrez nacen en familias pobres y reciben muy poco apoyo, entonces se queman. Está el caso de Óscar Castro, el mayor genio que ha tenido Colombia. Llegó a ser maestro internacional, pero ahí se quedó por falta de apoyo”. Desde los Juegos Bolivarianos en 1938, cuando Colombia obtuvo su primera victoria internacional, el ajedrez ha tenido una larga historia, aunque poco conocida. Actualmente hay cinco grandes maestros internacionales: Alonso Zapata, Gildardo García, Carlos Cuartas, Sergio Barrientos y Nadya Carolina Ortiz. Ellos tienen el máximo título que ha alcanzado Colombia; sin embargo, el nivel del país está muy por debajo del suramericano. La competición no ha sido fácil para estos jugadores. A Nadya Carolina Ortiz y Sergio Barrientos, que obtuvieron el título de grandes maestros en las olimpiadas de Rusia el año pasado, les tocó hacer sus carreras deportivas fuera del país: Nadya emigró a Estados Unidos para fortalecer su conocimiento, mientras que el antioqueño lo hizo en España, donde vivió cinco años. Ella es la primera mujer del país en lograr este máximo reconocimiento. Y él, el cuarto. Antes lo obtuvieron el risaraldense Alonso Zapata, quien alcanzó la gran maestría hace 25 años, y el antioqueño Gildardo García, hace 15 años. Pese a contar con estas glorias, el deporte recibe muy poco apoyo del gobierno. “En Colombia el ajedrez se ha visto como pasatiempo, lo han tenido como un juego sano, pero no un juego de mucha relevancia, como sí la tiene en otros países, donde el juego es materia obligatoria para los niños. En Colombia, ser profesor de ajedrez no es un oficio bien remunerado. Se gana muy poco”, afirma Eliseo.
Un negocio transformado En el ajedrez puede suceder que, teniendo una gran ventaja material, el adversario logre darle un jaque perpetuo, es esto lo que sucede con el Club Social Fischer. El lugar tiene una clientela fiel que ayuda a mantener viva la tradición del juego; sin embargo, vive en un jaque diario porque desde hace ya varios años el negocio dejó de ser rentable. Maribel Rodríguez, propietaria del club, que abrió hace diez años, recuerda cómo ha cambiado el negocio: “En la época de Pastor Perafán [reconocido narcotraficante,
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cabeza de los carteles de Cauca y Bogotá] cuyo dinero apoyaba al ajedrez, había mucha plata, ahora no hay plata ni para echar tinto”. El club se sostiene con dificultad: los arriendos del sector son costosos y las ventas entre los tintos, las aguas aromáticas y el tiempo de préstamo de la mesa no alcanzan para cubrir los gastos, aunque abre desde las 11:00 de la mañana hasta que se va el último cliente. Sin embargo, Maribel persiste porque también es una enamorada del ajedrez. Ha vivido de él desde que tiene 20 años, cuando comenzó a trabajar de empleada en el reputado Club Los Maestros. Para ella, el declive vino con la preferencia que las nuevas generaciones por otros espacios, “como el mundo virtual y los clubes de póker; bastantes ajedrecistas jóvenes se han enviciado con este juego de azar, sobre todo por las apuestas y por el trago”.
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Pero mientras vengan sus clientes fieles, Maribel los consentirá y tendrá listas las fichas para los maestros. A las ocho y media de la noche, don José, de traje de paño y corbata de seda, se pone su abrigo largo y pesado en cuya solapa sobresale un singular prendedor: el caballo de la ficha de ajedrez. Se despide de todos con un “hasta mañana”. En el fondo se alcanza a escuchar la voz de Maribel diciendo, “1:15, 2:15, 3:15, 4:15, 5:15, 6:10 por 5 minutos, son seis horas. Me pagan doce mil pesos”.
El reino del ajedrez Texto y fotos: Daniel Alberto Sandoval García danielperkinsandoval@gmail.com
En el receso del mediodía, un grupo de unas 20 personas, entre oficinistas y comerciantes del centro histórico de Bogotá, no piensa en comer, sino en satisfacer una necesidad más apremiante: jugar ajedrez. Al subir por las estrechas escaleras del local ubicado en la avenida Jiménez con calle 9ª, se llega al Club de Ajedrez Los Reyes, adornado con la figura de un peón y un caballo. El lugar cuenta con 20 mesas de ajedrez dispuestas paralelamente en hileras de tres, un enorme estante repleto de cajas en cuyo interior hay fichas y cronómetros, dos vitrinas con refrescos y bebidas alcohólicas, un viejo aparador cubierto de polvo, una mesita de café que contiene dos ejemplares del diario El Tiempo y una mesa de billar pool en desuso. Del fastuoso nombre —Los Reyes— solo dan cuenta los campeones anónimos de cada jornada. —Me regala un fichero —es la frase que pronuncia uno de los recién llegados para disponerse a jugar la partida en el intermedio de la jornada laboral; algunos encargan el almuerzo, mientras otros se limitan a un “perico” o una cerveza. El economista David Páez, asiduo asistente al club en su hora del almuerzo, recuerda que desde sus épocas en el Colegio Salesiano se involucró en el mundo del ajedrez y gracias a él conoció esta tradición de los salones de juego y de los clubes del centro de Bogotá: “Imagino que debió ser fascinante haber compartido una partida con las eminencias del país, que como cualquiera de nosotros, jugaban una ‘rápida’ al mediodía”. En las paredes de Los Reyes se descubren trozos de la memoria del ajedrez, miles de fotos en sepia en collage guardan un pedacito de la historia de este deporte. Una de las pocas imágenes distinguibles es la de José Raúl Capablanca (jugador de ajedrez de principios del siglo XX), que parece una afrenta hacia otro tradicional club del centro, el Lasker, puesto que el gran maestro alemán solo fue derrotado por el cubano Capablanca. Cada hora de juego en Los Reyes tiene un costo que oscila entre $1.200 y $2.000, dependiendo del uso o no de cronómetro oficial y apuntador (que registra las jugadas realizadas durante cada partida). A pesar del bajo costo del alquiler, algunas cuentas de los jugadores puede elevarse hasta los $30.000 o $40.000, debido al consumo excesivo de café, agua aromática, cerveza y, en algunas ocasiones, piquete. Este plato, la única
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delicia de la casa, lo prepara Margot Gómez, y consta de papas saladas, maduro, chicharrón y chorizo. Es considerado por Carlos Macías, un vendedor de loterías de la zona, como “el combustible vital para una partida de más de dos horas”.
De tiro largo En el club Los Reyes existen dos formas de juego predominantes: “masnow”, donde se desarrollan partidas con varios jugadores simultáneamente, y “abierta”, en la cual existe un límite de tiempo. La concepción tradicional de este juego, en el que una partida dura cuatro o cinco horas, y los jugadores se la pasan reflexionando durante largos lapsos de tiempo es completamente errónea. Estas competencias tienen un límite de juego, y no afecta en lo más mínimo si hay o no un tradicional jaque mate. Por esta razón, las primeras veces que se observa jugar a los expertos, uno se pregunta por qué siempre abandonan la partida. Un asiduo participante de torneos organizados que se organizan en los clubes del centro, Camilo Aguilar, asegura que la multiplicidad de modalidades permite una mayor agilidad mental porque somete al jugador a una mayor presión: “Así, al igual que en otros deportes, la competencia tiene más emoción y suspenso, debido a la posibilidad de error”.
Boris de Greiff enfrentado a Boris Spassky; sigue la partida el Che Guevara, otro ajedrecista consumado. Archivo de El Espectador.
La administradora de Los Reyes, Eliana Zamora, afirma que es posible ganar dinero en la medida en que por cada torneo que se realiza (ya sea de un solo día o algunos que duran meses) hay que pagar una inscripción, y con ese dinero se tasan las premiaciones. Pero aclara que “los jóvenes vienen seducidos por la posibilidad de ganar algo de dinero, pero con el tiempo es el amor por esta práctica lo que los hace venir”. Para hacerse a una idea del flujo económico que manejan los torneos de ajedrez promedio, los que se realizan en Los Reyes tienen un costo de inscripción que oscila entre $12.000 y $20.000, y la bolsa de ganancias tiende a ser de cuatro a siete veces superior a lo invertido. Estas cifras han permitido que algunos colegiales decidan incursionar en el ejercicio del ajedrez como una “fuente de ingresos”, aunque “se requiere tanto tiempo de práctica, que cuando uno gana ya no lo hace por el dinero”, afirma Páez.
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Lo que sí ha caracterizado el club es su clientela predominantemente masculina. Salvo “la Reina”, no hay mujeres. Alejandro Laureiro, exempleado de la Gobernación de Cundinamarca, afirma que los últimos dos años no han ingresado al lugar más de cuatro mujeres, “y las que entran se aburren al poco tiempo; ojalá le cogieran el gustico”. Aparte de la ausencia de mujeres, el lugar ha tenido que competir con la apatía de los empleados de las zonas aledañas, quienes ya no disfrutan de recorrer el centro. Evaristo Gómez, jubilado, desearía que “los muchachos” frecuentaran estos lugares: “Ojalá aprendieran a valorarlos, porque no solo sirven para jugar una partida, sino que permiten hacer nuevos amigos y realizar gratas tertulias”.
La historia reciente Luis Pulido adquirió el establecimiento en una subasta del Banco Popular en 2008; inicialmente pensó en montar un billar, por eso adquirió la mesa de billar: “La idea era comprar unas siete mesas; sin embargo, duré un par de meses con unas mesas arrendadas, pero acá no entraba casi nadie”. Cuando estaba pensando que se había equivocado de negocio, un anciano le mencionó que en este lugar había existido un acreditado club de ajedrez. Entonces contactó al ajedrecista Harry Coreen, quien le habló de la mística del juego, y de cómo hacer de ese lugar que estaba prácticamente en la ruina, algo agradable. Coreen menciona que le pareció un lugar muy apacible para jugar, también recordó que lo visitó un par de veces: “Fue a principios de los noventa,
recuerdo que las fotos estaban puestas en pequeños cuadritos, y no en ese collage de hoy en día, y estaban muy cuidadas”; sin embargo, lamenta no haber hablado con el primer dueño. Es sabido por los jugadores más veteranos que en este mismo lugar, avenida Jiménez 9-36, existió durante unos 15 años un tradicional club de ajedrez, y tenía el mismo nombre del actual. Su propietario se llamaba Luis Eduardo Gómez, un apasionado del ajedrez. Sobre la fundación del lugar, solo se sabe que en sus comienzos era una especie de gueto porque allí solo jugaba un grupo selecto. “Uno venía y había grupitos jugando muy bien, pero eran otras dinámicas, no se hablaba mucho, solo se jugaba y ya”, afirma David Páez, quien atribuye la decadencia del lugar a la desidia del dueño: “Si bien se jugaba entretenido, y el punto es relativamente central, la atención era mala, el dueño se la pasaba jugando y cuando uno le pedía algo, se demoraba mucho”. Igual versión da Evaristo Gómez: “Recuerdo que eventualmente veníamos con unos compañeros de trabajo, desde la calle 20 con carrera 7ª, para jugarnos una partida; la vista de la avenida Jiménez siempre nos gustó, pero la tradicional mala atención y la destinación de gran parte del lugar como bodega de herramientas acabó con nuestro interés”. Finalmente el dueño vendió hacia el año 2000. Su actual administradora, Eliana Zamora, sabe que al cliente hay que mimarlo para que no se vaya con su tablero a otra parte.
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Tributo a los
ídolos del rock
Desde hace una década comenzó en Bogotá la tendencia de rendir tributo a las grandes bandas del rock clásico mundial. En bares y teatros de la ciudad el público amante del rock se devuelve a los años sesenta y setenta para escuchar en vivo, aunque en voz y en cuerpo ajenos, a sus ídolos.
Tributo a Pink Floyd
Texto: Daniel Tono Jiménez danieltono@hotmail.com
Texto y fotos: María Paula Fonseca Gómez mari_paula2@hotmail.com
Las luces están apagadas y los espectadores esperan ansiosos en sus butacas. Suena el efecto de un helicóptero y una sinfonía conocida; las guitarras se unen para acompañar la melodía cuando se escucha una voz que da órdenes militares. De pronto, un gran destello de luz ilumina el teatro y comienza el espectáculo. Es el tributo al concierto “The Wall” de la banda británica Pink Floyd, que en 1980 puso a vibrar a millones de fanáticos en todo el mundo. Los asistentes a esta presentación se trasladan 30 años atrás y se sumergen en el recordado recital. Las noches capitalinas rockean la nostalgia con bandas que marcaron generaciones de jóvenes en los años setenta y ochenta. Varios bares y teatros de la ciudad se llenan los fines de semana de amantes del rock que escuchan y bailan las canciones de The Beatles, Queen, Pink Floyd, Led Zeppelin, Judas Priest, The Rolling Stones, AC/DC, Iron Maiden y Red Hot Chili Peppers.
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Tributo a Led Zeppelin.
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Todo comenzó hace 26 años, cuando abrió sus puertas al público uno de los primeros bares de rock de la ciudad: Abott y Costello. Allí, dos generaciones han visto pasar por su tarima a las bandas locales que tocan su propia música y que también rinden tributo a las grandes bandas del rock clásico mundial. En la propagación de esta nueva cultura fue clave la radio. Desde los años setenta, emisoras como El Dorado (de Julio Sánchez Vanegas) y Radio 15 comenzaron a difundir el rock. En 1984, Manolo Bellón fundó Todelar Stéreo, estación de música rock (hoy conocida como La X), y a finales de los ochenta, el rock fue tomando más fuerza con la creación de emisoras como la 88.9 y RadioActiva, que impulsaron la música de las bandas locales. A mediados de los noventa, Rock al Parque legitimó la capital como meca del género en Colombia. Simultáneamente, se crearon en el norte de la ciudad bares como Crap’s o Jackass, abierto de miércoles a sábado, adonde acudían rockeros de pelo largo, punteras y chaqueta negra de cuero, que brindaban chocando sus vasos de cerveza en la barra del bar, cantaban, bailaban y sacudían su melena como lo hacían Robert Plant, Bruce Dickinson o Freddy Mercury. El centro y sur de la ciudad también fueron escenarios de bares de rock, como lo fue el centro comercial Nutabes, a comienzos de los años noventa, donde funcionaban Rapsodia Bar y la Taska.
De los bares a los teatros En el 2005, un grupo de músicos javerianos ofreció por primera vez un concierto temático, que no solamente fue un tributo a una banda clásica reconocida, sino
que también contó con el montaje necesario (disfraces, luces, pantallas e imágenes) para que los espectadores se sintieran en un concierto en vivo de sus bandas favoritas. Así nació Classic Stone Ensemble, que no solo se dedicó a realizar tributos a bandas de rock, sino que creó un espectáculo nuevo en la ciudad, pasando de los clásicos bares a los grandes teatros. “Nos presentamos por primera vez en el teatro del Gimnasio Moderno con el show de ‘The Wall’ de Pink Floyd y nos fue muy bien. A la gente le encantó el tributo, se pararon a bailar en el teatro y rockearon toda la noche. Con ese
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éxito nos dimos cuenta de que podíamos realizar más conciertos en bares y teatros, e hicimos los tributos a Queen y a The Beatles, con lo que hoy en día manejamos tres shows”, comenta Juan Andrés Rodríguez, baterista de la banda.
de Roger Waters, guitarrista de Pink Floyd, que llenó el Parque Simón Bolivar en el 2007; Paul McCartney, en el estadio El Campín, en mayo del 2012, o Iron Maiden, que ha dado tres conciertos en los últimos siete años.
El escenario del concierto cuenta con pantallas en la parte de atrás que recrean las imágenes utilizadas por el grupo para expresar su crítica social. Varias escenas surrealistas de la película The Wall son proyectadas durante el concierto, tal como lo hacía la banda Pink Floyd en sus giras mundiales. Los músicos aparecen vestidos de negro con el logo de la banda y realizan la parada militar preliminar en Another Brick in the Wall, canción con la que inicia el concierto.
“Los fanáticos del rock de los setenta y los ochenta seguían alrededor de 20 bandas insignias de este género; ahora las bandas de diferentes subgéneros del rock se han cuadruplicado y pueden llamar la atención de cierta cantidad de espectadores”, comentan los integrantes de la banda Classic Stone Ensemble.
Esta banda, compuesta por diez músicos, lleva siete años tocando los tres tributos en diferentes bares y teatros de la ciudad, siempre con éxito. Es la primera banda nacional dedicada a rendir tributos que se presentará internacionalmente. En noviembre de este año representarán a Colombia en el Beatle Week Festival de Buenos Aires, donde realizarán su show de The Beatles. Además, se proponen montar el concierto de Jesus Christ Superstar, como cuarto espectáculo de su repertorio. En esta última década, Bogotá se ha posicionado como “ciudad tributo” porque varias bandas clásicas del rock han venido a realizar conciertos, lo que mantiene viva la fanaticada de distintas edades. Son los casos
Otro grupo de universitarios que creó su propia banda fue Funky Monks, de la Universidad de los Andes. “Un día tuvieron la idea de hacer un tributo a Red Hot Chili Peppers, les faltaba un cantante y me llamaron para que practicáramos. Nos reunimos a tocar la primera vez y sonó muy bien, hablamos con los dueños del bar restaurante La Hamburguesería y ahí empezamos; luego hicimos el lanzamiento oficial del concierto de la banda inglesa, que se presentó en Bogotá el año pasado en Hard Rock Café, con los patrocinadores del evento”, cuenta Alejandro Calle, vocalista de la banda tributo. En la actualidad, se realizan más de 15 tributos a diferentes bandas de rock en la ciudad. Un espacio donde los aficionados reviven, en las voces de beatles rolos y Mick Jaggers proyectados en la pared, canciones rockeras que viajan en calles inundadas por la lluvia como a la espera de un yellow submarine.
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* patriMonio Fotos: Fabián Motta
Los churros de
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La Castreña Texto: Paola Flórez Gutiérrez paoflorecita20@gmail.com
El restaurante La Castreña, que cumple 60 años en este 2012, sigue detenido en el tiempo y en Chapinero, ofreciendo los churros santafereños con la receta española original.
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Como si se tratara de esa cultura castreña que se desarrolló en la Edad de Bronce en el noroeste de la península Ibérica, el español Castro Urdiales bautizó su negocio La Castreña, tal vez como una variación de su apellido o por homenajear a sus antepasados. La historia comenzó en 1952, cuando el señor Castro, cuyo nombre ya nadie recuerda, fundó en la carrera 13 # 58-67 un restaurante que pronto se volvió famoso por los churros de pastelería, es decir, por esos aros de harina de trigo fritos y espolvoreados con azúcar que se remojan en chocolate caliente, al mejor estilo español. Durante tres meses, Castro administró el negocio, pero al parecer se aburrió y se lo vendió a su compadre Vicente Álvarez, según cuenta Armando Agredo, administrador del restaurante desde hace cinco años. Castro le enseñó a Álvarez la receta secreta de los churros, que aún es un misterio. El nuevo dueño no quiso modificar nada del mobiliario del local; de hecho, hoy se conserva la decoración caracterizada por viejas fotografías de pueblos y ciudades españolas y por bailarinas de flamenco que llevan sesenta años colgadas en estas paredes.
Texto y fotos: María Paula Fonseca Gómez mari_paula2@hotmail.com
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En primer plano, Armando Agredo, el administrador; a su lado, Carmen Alicia Sánchez con una bandeja de churros.
Hasta los saleros, dice un cliente de hace 40 años, son los mismos. “La decoración es la misma; es más, el enchape fue de los primeros que sacó Corona: baldosas blancas de 10 × 10”, cuenta el administrador. En lugar de mesas, hay barras, al estilo de cualquier cafetería o bar español, pero con mesones metálicos, que le dan un aire más informal.
Varias de las compañeras de Carmen ya se han pensionado; a ella aún le faltan cinco años, pero mientras llega el momento, sigue atendiendo a los comensales con su delantal y su gorro vinotinto, al igual que Isabel y Eloísa, con una sonrisa que no borra la fatiga.
Carmen Alicia Sánchez, de 52 años, le ha dedicado más de la mitad de su vida al restaurante. Ahí encontró al papá de sus hijos y se ganó la confianza del dueño.
Las cuatro de la tarde es la hora pico, cuando llegan los clientes a pedir los paquetes de siete churros a $1.000 cada uno, o de quince, a $2.200; pero también empanadas, pinchos, chorizos, hamburguesas, que se venden muy bien no solo por los bajos precios, sino por la garantía de buen sabor. Desde oficinistas encorbatados hasta recicladores con costal al hombro se acercan a pedir su tentempié; otros prefieren sentarse en los butacos para ordenar y comer. El administrador dice que vende en promedio unos 100 paquetes de churros al día.
Como en una novela mexicana, mientras Carmen trabajaba en el restaurante haciendo la masa de los churros, fritándolos y atendiendo a los clientes, conoció a Carlos Enrique Moncada. Él iba todos los días a llevarle regalos y a invitarla a comer y duraron tres años de novios. Lo único que ahora los une son dos hijos varones, porque a los 23 años, cuando quedó nuevamente embarazada, se convirtió en madre cabeza de familia. Carmen dice que don Vicente hace mucho tiempo no va al restaurante. Lo define como una buena persona, un anciano de 90 años que decidió regresar a España para compartir tiempo con su familia, ya que en Bogotá se sentía muy solo. A pesar de la distancia, como lo ha venido haciendo desde hace muchos años, no deja de enviarle en diciembre “una platica”, dice Carmen ruborizada. Con la misma nostalgia evoca a don José, un señor de 70 años que llega todos los sábados o los domingos, desde hace 15 años, a eso de las seis de la tarde. “Pide su hamburguesa de pescado y sus siete churritos. Viene solo porque su esposa y sus hijos viven en Ibagué, y aunque hace rato no lo vemos, en Amor y Amistad él siempre nos trae una tortica, y en Navidad nos da plata a los empleados”.
Los otros “churros” bogotanos
Lo característico de La Castreña, además de su comida, estética y mobiliario, es la tradición familiar: existen clientes que llegaron como novios, volvieron como casados y trajeron a sus hijos, logrando así mantener la costumbre. Aunque en los años ochenta, cuando Pablo Escobar sembraba el pánico en la capital colombiana, se afectó el comercio de la zona y fue uno de los momentos más críticos para La Castreña, según comenta su administrador, “los churros” siguen atrayendo a hombres y mujeres de todas las edades.
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Fabricantes de
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superpoderes
El mercado de juegos de rol en Colombia actualmente ofrece el espacio para que los jugadores diseñen y produzcan sus propios juegos. Aquí presentamos a dos bogotanos que incursionaron en esta industria.
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Texto: Gabriela Santamaría ana.santamaria@javeriana.edu.co
María Luisa Sastoque rompe una botella de cerveza contra la mesa del bar, aprovechando que Ana García y Fernando Del Toro, sus superiores, están distraídos intentando hacer pasar el cadáver de un borracho por un hombre desmayado ante un policía insistente. Vestida de negro, como lo están todos, María Luisa se escabulle casi imperceptible entre la oscuridad del bar; apenas se pueden ver destellos de su figura bajo los parpadeos de la luz pulsante roja y morada. Se agacha,
Representación de "Vampiro: La mascarada".
Fotos: Fundación Astarte
de manera delicada me toma del brazo, lo extiende y, en un último veloz movimiento, me corta las venas con el vidrio de la botella, desde las muñecas hasta la altura del codo. Antes de que cualquiera pueda reaccionar, María Luisa desaparece por la puerta. Víctor García, al que conocen por ser un excepcional cazador, entra en frenesí, y antes de que puedan detenerlo se abalanza sobre mí para alimentarse: una humana en una reunión de vampiros corre el riesgo de volverse la cena. Ana y Fernando han sido vampiros por mucho más tiempo y logran controlar su sed, lo cual es útil, porque deben domar a un vampiro que es más grande y más fuerte. Sin pensarlo dos veces, matan al policía e intentan calmar a Víctor para poder escapar de ahí; después de tanto alboroto que causaron, no tardarán en llegar los medios y deben, ante todo, proteger el secreto de su existencia.
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Todo esto es un juego de rol. En la vida real, María Luisa se llama Juanita, y Víctor, Luis Felipe, y ninguno cree ser vampiro. Ellos asumen un personaje y durante sesiones de tres, cuatro o cinco horas juegan a asumir el papel como una gran obra de teatro improvisada.
Narrador, personajes y dados Los juegos de rol (conocidos por la RPG, de rol playing game) son, literalmente, lo que su nombre indica: juegos donde los participantes adquieren la personalidad del personaje que han construido. A estos personajes se les otorga características como raza, edad, conocimientos, apariencia y, en algunos casos, superpoderes, y cada jugador debe actuar de forma coherente con su personaje. ¿Con qué se juega? Se necesitan tres elementos: un narrador que vaya contando la historia en la que aparecen todos los personajes de los jugadores, unos dados que decidan si las acciones fueron éxitos o fallas y, sobre todo, imaginación. Los jugadores se reúnen a escuchar la aventura que ha planeado “el máster” (como se denomina al narrador) y, de acuerdo con los contextos que les asigne a cada uno, empiezan a jugar. El azar es lo que determina si las acciones son exitosas o no; por ejemplo, si un personaje necesita saltar tres metros, hacer un hechizo o conducir un carro, son los dados que lanzó los que determinan si logró lo que quería o si falló. Según cada juego, se utilizan dados de diferente número de caras, los más comunes son de 10 y de 20. Los jugadores que deben mantenerse en el rol asignado; todas las decisiones, acciones y comentarios que hagan deben estar regidos por la personalidad de su personaje. De esta forma, los juegos de rol se parecen un poco a un ejercicio de teatro: todos deben encarnar en su propio cuerpo el personaje. Los juegos de rol empezaron a ser comercialmente asequibles en los años setenta con la aparición de Calabozos y Dragones. Desde entonces han aparecido centenares de juegos que han logrado cautivar a un público fiel. Aunque en Latinoamérica hay una gran cantidad de jugadores de rol, la mayoría de los juegos provienen de Europa o Estados Unidos. Eoris y Galaxy Sentinels son dos juegos creados por colombianos que intentan cambiar el panorama.
Eoris Nicolás Acosta y Daniel Torres, de 30 y 28 años, respectivamente, son los creadores de Eoris. “Siempre jugábamos versiones nuestras”, cuenta Acosta, y explica que recogían los sistemas e historias propuestos por los juegos y los reconstruían. “Eoris era un mundo
Imagen del juego Eoris.
que tenía Daniel, pero para cuando lo sacamos, tenía solo las ideas originales. Era mucho más elaborado y diferente, ofrece una gran libertad narrativa para que puedas hacer con el juego lo que quieras”. Eoris se sitúa en un universo gigantesco donde hay un planeta que lleva el mismo nombre del juego. En este planeta existía una gran cantidad de especies que desarrollaban su vida normalmente hasta que su dios les mandó un mensaje: “Deseo morir”. A partir de ese momento se desata una guerra donde hay dos bandos: quienes desean conservar a su dios y mantener el equilibrio divino y aquellos que quieren respetar su voluntad. Con esta ambiciosa premisa y con unas gráficas incomparables, el juego Eoris produjo buenas reseñas e impresiones en las ferias en las que se presentó. Transformar el juego de rol en una empresa fue un arduo proceso. Miguel Silva, el tío de Nicolás, les sugirió que deberían volverse una compañía y vender una parte a los inversionistas. “Crear el mundo fue un proceso que se demoró varios años y necesitábamos alguien que se hiciera cargo del desarrollo: la impresión de los libros, los equipos, la manutención…”, explica Nicolás. Luego diseñaron un plan de negocios para presentarlo ante posibles interesados en financiarlo. Cuando consiguieron apoyo económico, se dedicaron al diseño y producción de los dos libros. “Daniel y yo tuvimos que pasar por un proceso de homogeneización de estilos”, cuenta Acosta al explicar la parte gráfica del proyecto. La calidad de los gráficos fue en parte la razón por la cual el juego llamó la atención de los inversionistas y del público. Eoris está ilustrado en su totalidad con arte digital. Por esa bella propuesta artística, aun cuando los libros no estaban terminados, Nicolás y Daniel recorrían ferias promocionando el
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presentó un manual autofinanciado, que él llama el prelanzamiento del juego: “Es un manual muy básico y muy rápido para aprender a jugar fácilmente. Está diseñado para gente que nunca ha jugado un juego de rol”. Este manual tuvo un tiraje de 1.000 ejemplares.
Fernando Plested de Galaxy Sentinels.
juego. “Fuimos a la Feria de Indianápolis, a SOFA (Salón del Ocio y la Fantasía) y a la Feria del Libro de Bogotá, entre otras, y allí hicimos algunas preventas; se armó ruido en los foros, en uno alcanzó a haber 12.000 personas; pero el impreso se demoró un año y medio porque queríamos la mejor calidad de impresión”.
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“En SOFA y en la Feria del Libro de Bogotá no se venden muchos volúmenes porque la gente no tiene pensado gastar tanta plata durante una feria, menos en una sola cosa, como dos libros a todo color y en caja. Aunque salió a muy buen precio”. Acosta afirma que la mayoría de sus ventas se dan en línea; de hecho, el juego se consigue por Amazon entre 69 y 99 dólares. Actualmente, los libros se venden en línea y ninguno de los creadores asiste a ferias para promocionarlo: “El costo de ir a una feria es alto y la retribución comercial no justifica el viaje”.
Galaxy Sentinels Como Acosta y Torres, Fernando Plested, de 33 años, empezó siendo jugador. A sus 17 años quedó encantado con las posibilidades que le brindaban estos juegos, y con un grupo de amigos compró los libros de Calabozos y Dragones y, de paso, aprendió inglés. Su incursión como creador de juegos surgió a partir de un amigo que tenía un juego llamado System Shock, tan malo, según él, “que sentí la necesidad de desarrollar mis propias historias”. Fernando empezó su propio juego: “Galaxy Sentinels pidió nacer, yo me sentía muy cómodo haciéndolo. Agarro las sugerencias y las moldeo; en ese sentido es un trabajo individual”. En 2009, hizo las primeras pruebas del juego y recibió muchos comentarios positivos; todavía no tenía la intención de publicarlo, pero los jugadores que lo probaron lo motivaron para que lo lanzara. En SOFA 2010 Fernando
“En estos momentos estoy en el proceso final de creación del juego completo. Tengo amigos encargados de la ilustración, el color y la diagramación, y yo estoy haciendo el texto explicativo”, asevera Fernando, quien además de crear su propio juego es la persona encargada de la Fundación Astarte, ubicada en la calle 45A con carrera 26, cuyo propósito es abrirle un espacio a la cultura alternativa. Astarte no es solo un lugar para los juegos de rol; es, además, un espacio de encuentro para muchas otras actividades paralelas (cine foros, conversatorios, etc.). Fernando explica que mediante sus eventos y convenios con empresas privadas consiguen los recursos. La Fundación Astarte será, además, la encargada de financiar la publicación de Galaxy Sentinels. La trama de la historia es “un cuestionamiento de hacia dónde va la raza humana. Es una denuncia de la violencia en la que vivimos”. En el siglo XXXI el ser humano se ha contactado con el resto del universo; sin embargo, en comparación con otras razas, sigue siendo muy violento. Los humanos atacan a la raza encargada de preservar la paz en el espacio y como correctivo deben asumir el papel de vigilantes. El juego trata de cómo los humanos se deben encargar de que todas las razas del universo existan en libertad. Él resalta la simplicidad de su juego: “El fuerte que me planteé fue darles a los jugadores una mesa de trabajo. Esa base es la galaxia y desde allí los jugadores ya se sienten con el potencial de imaginar posibilidades”. El diseño permite que nuevos jugadores puedan entender el juego y participar. Fernando usa muchas referencias al mundo audiovisual y cree que las películas sobre el espacio y los extraterrestres dan las pautas para que el universo de juego sea más claro. El plan de acción del proyecto está estrechamente relacionado con la Fundación Astarte, desde donde se difunde Galaxy Sentinels. Idealmente se logrará capturar no solo a los visitantes frecuentes de la fundación, sino expandir su público; Galaxy Sentinels sería el primer proyecto que desarrollarían para que abrir paso a más juegos en el mercado. Fernando Plested aclara por qué le gustan los juegos de rol: “En estos tiempos en los que todo ya viene hecho, a la gente no le toca pensar. El juego de rol permite que se desarrolle la imaginación, y también que mucha gente tímida deje de serlo. La gente lee, trabaja en equipo, se encuentra”.
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El futuro de los juegos “Hacer un juego de rol no es barato; es un proceso costoso y demorado. No se trata de que los juegos sean hechos en Colombia. Lo sorprendente de Eoris es que fue realizado por dos personas. Normalmente se necesita un equipo que trabaje tiempo completo durante por lo menos un año”, dice Nicolás Acosta. Según él, es difícil encontrar inversionistas para los juegos de rol, normalmente no es común que existan empresas de este tipo en Latinoamérica. La industria ha cambiado mucho este tipo de juegos: el número de compradores de libros ha disminuido, la cantidad de jugadores ha estado prácticamente estancada desde los años noventa e incluso compañías como Wizards of the Coast (la dueña de Calabozos y Dragones) han tenido que cerrar todas sus sucursales y dedicarse únicamente a la producción de materiales. Si bien es cierto que el número de jugadores de rol no disminuye, el futuro de estas empresas no parece estar en la impresión de libros, sino en la descarga gratuita y el compartir de archivos pdf. El fácil acceso a los materiales por medio de internet es una de las principales razones por las cuales han cambiado tanto las dinámicas comerciales de los juegos de rol. Matthew Sprange, uno de los dueños de Moongoose Publishing, asevera que “un buen libro de RPG todavía tiene el potencial de vender todo su tiraje […]. Si se produce un buen libro la gente vendrá a ti”. De hecho, la compañía de Sprange durante los últimos años ha expandido su producción y su nómina, bajo la lógica de que los compradores sencillamente son más exigentes. Y, efectivamente, durante los últimos años producir un libro de juegos de rol se ha vuelto más sencillo en términos administrativos, un creador solo tiene que vender en línea los archivos pdf que explican su juego y el sistema; los compradores ahora tienen un sinfín de posibilidades. Sin embargo, mientras que la cantidad de productores ha aumentado considerablemente, el número de compradores no ha sufrido tal incremento; entonces se debe dividir la misma cantidad de dinero que esos compradores se gastaban antes, pero entre más competencia. La mayoría de las compañías están de acuerdo en que la apuesta más segura en estos momentos para un juego de rol es la venta en línea de los materiales. No hay un gasto innecesario en empresas de impresión, el acceso por parte de los posibles compradores es mayor al encontrarse virtualmente y la posibilidad de hacer publicidad para los juegos es mucho más barata en línea. “La cadena de venta se vuelve: ‘productor a comprador’. Por supuesto, esto es muchísimo más rentable para ambos: la compañía gana más y el jugador gasta menos;
además, permite que las dos puntas creativas se encuentren más de cerca” dice Ben Lehman creador de Polaris RPG, quien explica que en el nuevo mercado en línea se eliminan los intermediarios económicos y creativos para hacer un producto mejor y más accesible. Además de crear nuevos juegos de rol, los productores colombianos deberán expandir su mercado, ya que un solo portafolio de juegos no será suficiente para mantener a los compradores interesados y la empresa a flote, eso opinan Marcus King, de Titan Games, y Eric Gibson, de West End Games, sobre el futuro de las empresas creadoras de juegos de rol. Los emprendedores colombianos que están diseñando juegos tendrán que imaginar maneras alternas para difundirlos y así asegurar que este gran espacio para la imaginación no se estanque.
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Jugadores de rol en escena...
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Eoris en internet:
Las citas sobre el mercado internacional de los juegos de rol provienen de las páginas oficiales: http://www.dyingearth.com/pnestjune2006.htm http://en.allexperts.com/q/Role-PlayingGames-1436/2009/8/market-info.htm La página web de Eoris es http://www.eorisessence. com/2011/. Allí se puede descargar contenido gratuito y para ver los diseños de Nicolás Acosta se puede revisar la página http://www.arisecreations.com/.
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( )libroS
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“Bogotalómano”
con suela de flâneur Texto: Daniel Alejandro Pinilla dalejopinillacadavid@gmail.com
Tiene 36 años, es crespo y usa unas gigantescas gafas de nerd. Fanático de The Beatles, vegetariano, amante confeso de los libros, de los animales, de la película Back to the Future, del castellano y de Bogotá. Andrés Ospina, autor del Blogotazo, encuentra en su ciudad una urna, antigua como la centenaria, repleta de historias por contar. A propósito de la reedición de su libro el Bogotálogo, reseñado en esta edición, presentamos un perfil del caminante y escritor.
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No es hijo de bogotanos. Sus abuelos emigraron de Calarcá (Quindío) a Bogotá con sus dos hijos en la década de 1960, así que tampoco tiene raíces capitalinas. Al amor que siente por su ciudad, proclamado en sus textos, no le ha encontrado una explicación psicoanalítica y no cree que deba tener explicaciones; sencillamente es “una enfermedad” por saber qué es y qué era el lugar donde habita. Vive en el Chicó, en un apartamento pequeño lleno de discos, libros y antigüedades, en complicidad con su gato ‘Fénix’. Lee literatura histórica y vaga mentalmente en las noches escribiendo sobre esa ciudad que, para él, “nunca duerme ni se acuesta con el sol”. En sus “desparches” camina por la séptima, desde Las Cruces hasta la calle 100. Dice que eso es muy terapéutico. Es fiel visitante del Parque Museo El Chicó, adonde va a ejercitarse. Es el flâneur capitalino de Walter Benjamin: un caminante que recorre las calles con la intención única de pasear y encontrar historias tras los muros empapelados. Pasó su infancia en una casa del antiguo barrio Sears, de esas que tenían jardín, antejardín y solar. Vecino del doctor Castellanos y de su esposa, una pianista enferma de cáncer, en una casa que ahora funciona como pizzería, carnicería y sala de belleza. Recorrió su barrio hasta recordarlo tan nítido como una fotografía. Hace unos años, cuando volvió a visitarlo, narró la metamorfosis de Sears a Galerías: “Hay un Falabella
Foto: Cortesía del escritor.
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en donde estuvo Casa Estrella; en donde estuvo Casa Grajales; en donde estuvo Sears; y en donde a su vez estuvo el Hipódromo. No todo está peor. Hay un bonito centro comercial nuevo con una chocolatería y un Crepes & Waffles”, escribe Andrés en su blog. En Sears fue párvulo. En Quinta Camacho, infante, y en Santa Bárbara, pre- y postadolescente, en un apartamento pequeño. Iba a Unicentro por la calle 127, saturada de grafitis fluorescentes con tipografías retro, atormentado y sigiloso ante esa suerte de pandilleros de clase media alta. Durante sus recorridos en el bus escolar detallaba la legendaria casa que Pablo Escobar le regaló a su amada Virginia, por la calle 117 con carrera 13. También recuerda tres discotecas populares en la ciudad por la calle 116: Cabaret, Topsi y Unicornio. Andrés, peatón compulsivo, desde niño fue curioso por la literatura: “Me marcaron los cuentos aterradores de Horacio Quiroga, las diatribas de Alfredo Iriarte y las novelas de Álvaro Salom Becerra y José Antonio Osorio Lizarazo. Siempre quise escribir con al menos una quinta parte de la gracia de ellos”. Dice que su vida escolar era un desastre. En noveno grado fue expulsado del Gimnasio del Norte, donde la literatura, la música y las artes eran de poca importancia. El colegio solo se concentraba en el deporte y en disciplinas menos creativas, como las ciencias exactas, así que Andrés diseñó una reforma educativa. Formó La Hora Cero, un grupo liderado por su amigo Nicolás Samper y por él: “Ejercíamos acciones revolucionarias coercitivas, tales como poner fósforos en las tizas de Gladys, la profesora de álgebra”. Se graduó del Gimnasio Los Robles, que apaciguó su rebeldía y dejó de representar un peligro para el gremio educativo. Su carrera como escritor empezó con su primer libro: El policía Torres. Lo escribió en 1980, cuando tenía cuatro años y aún dormía en el anonimato. Escribió crónicas documentadas del Concierto de Conciertos (1988) y de Bogotá Retroactiva (2010). Es el creador del blog www.elblogotazo.com, cuyo vínculo aparece en varios medios nacionales, y de www.museovintage. com, sitio del que se habló en la edición 14 de Directo Bogotá, dedicado a lo retro de la ciudad. Es un historiador que ha trasegado publicaciones tan diversas como Caras, Cambio, SoHo y Rolling Stone. En el 2006 fue jurado del festival musical Rock al Parque. Además de escritor es realizador de radio. Trabajó por más de una década en Radiónica y en Radio Nacional; en el 2003 fundó y dirigió los programas La Silla Eléctrica y Rockuerdos. Se retiró hace un par de años para concentrarse en escribir. “Por la radio supe de la muerte de un niño llamado Nicolás, que se cayó a
una zanja, cerca de Pereira. También así me enteré del asesinato de un músico llamado John Lennon”. Desde hace un año es columnista de Publimetro, donde por lo general escribe de temas culturales. Su columna “Que no muera el librero”, sobre la agonizante vida de las librerías barriales, agitó la controversia en las redes sociales. El Bogotálogo (2012) es un diccionario sobre el castellano hablado en la capital, con el cual ganó la beca de investigación de Ciudad y Patrimonio 2009. El libro se agotó una semana después del lanzamiento, por eso ahora trabaja en una reedición con cambios en materia gráfica y de contenidos. “Se adicionaron algunas palabras y se suprimieron errores que fueron encontrados cuando ya el libro estaba impreso y había poco por hacer. Hubo participación de los lectores, principalmente por vía internet”.
Padre adoptivo de historias huérfanas bogotanas Andrés ha recogido y narrado gran parte de la memoria de la ciudad. “Comienzas a rescatar trebejos de un inminente confinamiento a la basura; vas a mercados de pulgas y compras lo que te gusta. Cuando menos piensas, tienes una colección, y tu casa termina perteneciéndoles a tus cosas y no a ti mismo”. De Bogotá colecciona “palabras, noches y madrugadas”. También revistas, prensa antigua, audios, memorias, objetos, directorios telefónicos. En suma, “fetiches”. Asimismo, recopila fragancias, pues cree que la memoria olfativa es la que menos se olvida. Recorre la ciudad como lo haría cualquier turista. A pesar de la rutina, no renuncia a la posibilidad de sorprenderse. “Mi zona normal de acción se mueve entre el centro de la ciudad y la calle 100, hacia el oriente. Del sur conozco bien La Marichuela y Bosa: la familia de mi nana, algo así como mi segunda madre, vivía ahí y los visitábamos con alguna frecuencia”, recuerda Andrés. Camina con cierta familiaridad el Veinte de Julio, Santa Isabel y Ciudad Jardín. Evita moverse en bus, “siempre camino o voy en taxi. Las pocas opciones de transporte público digno en la ciudad hacen que no resulte fácil ir tan lejos como quisiéramos”. Admira a varios cronistas-historiadores de Bogotá, como José María Cordovez Moure, Clímaco Soto Borda, Tomás Rueda Vargas, Nicolás Bayona Posada y José Joaquín Ximénez, de quien publicará una biografía novelada a finales de este año. A Bogotá, esa ciudad que se empeña en narrar, “todavía le quedan historias huérfanas en busca de un escritor curioso que las adopte. ¡Por fortuna!”. ¡Pasos largos para este flâneur, bogotalómano todoterreno!
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Bogotálogo
Texto: Maryluz Vallejo M. directobogota@gmail.com
en construcción Fotos: Daniel Rodríguez, colección del Museo de Bogotá, tomadas del Bogotálogo.
Los dos tomos del Bogotálogo, diccionario de “usos, desusos y abusos del español hablado en Bogotá”, de Andrés Ospina, con el tiempo y los aportes de los lectores —que también lo pueden consultar en el blog El Blogotazo—, podrán multiplicarse, al menos en su versión digital, porque la lengua se reproduce gozosa y descontroladamente. Sobre todo en estos pagos. A diferencia del celebérrimo Rufino José Cuervo, quien en sus Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano (1872) se propuso corregir las impropiedades del lenguaje, este neofilólogo también se ocupa de barbarismos, usos indebidos del lenguaje y demás atropellos, pero sin la más mínima pretensión de corregirlos, tan solo de registrarlos como fenómeno cultural para curiosidad y deleite de los lectores. Deleite porque el tono jocoso predomina en las 265 páginas de este diccionario sui generis, no recomendado para lectores escrupulosos, ni moralistas, ni solemnes, ni políticamente correctos, ya que aquí reinan la ramplonería y la vulgaridad, expresadas en los términos, refranes y dichos de la cultura popular que el autor recoge con fino oído (por algo se formó en la radio). Predominan, por ejemplo, las voces de todos los calibres relacionadas con la sexualidad, típicas en un país machista. También abundan las expresiones sexistas y racistas (por ejemplo, indiazo, guisa, manteco), que erizarían a los defensores de las minorías. Lo cierto es que el autor es muy sensible a los deslizamientos de los usos del habla de una clase social a otra, de la burguesía a la plebe; por ejemplo, de cómo la palabra gomelo es adaptada por las clases populares, con otros tonos e intenciones. Pero así como buena parte del repertorio nos traslada a una esquina de barrio donde los jóvenes hablan en su jerga (como el diccionario El parlache relaciona las voces del sicariato paisa), o a un bar de jubilados (léase cacrecos), donde se escuchan arcaísmos o términos del “lunfardo bogotano”, también nos introduce en los cafés literarios de otrora, donde los intelectuales pegaban
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la hebra con gracia y donaire, al mejor estilo de los cachacos. Asimismo resaltan los aportes de los migrantes de otras regiones, que han enriquecido la parla bogotana con sus modismos: antioqueñismos prístinos, como mañé (equivalente al ñuco o ñero bogotanos), manga (pasto) o charro (chistoso), que ahora son moneda corriente entre los hablantes rolos, aunque el charro de Bogotá es sinónimo de “aburrido” o de “mal gusto”. Atadas a las palabras de este repertorio están las costumbres capitalinas desde los tiempos precolombinos hasta nuestros días, con sus personajes típicos y locos, así como mitos y leyendas urbanas, creencias, gastronomía, oficios, arquitectura, árboles, plazas, edificios, calles, puentes, barrios, sectores emblemáticos y cafés. Imperdibles las historias sobre los restaurantes de cinco tenedores: Temel y Gran Vatel; los grilles As de Copas y La Pampa, en Chapinero, y Miramar, en el centro; la chichería La Gata Golosa, y la cadena Cream Helado. También las delicatessen santafereñas, como las garullas, el chocolate santafereño de La Florida y los merengones de baúl de Renault 4 aparcados en las salidas de la ciudad. En fin, el patrimonio tangible e intangible nombrado de las más disímiles formas y envuelto en anécdotas y pequeñas historias, como el amero (“conjunto de hojas que cubren una mazorca”). Entre los personajes típicos, no podía faltar la cuadrilla de locos, como Margarita, el Bobo del Tranvía, el doctor Goyeneche, Cuchuco, y rescata el autor otros menos conocidos, como Tufi Aljure, caballero libanés que a comienzos del siglo XX abrió un puesto ambulante en el parque de Las Nieves y se volvió millonario, pero enloqueció cuando su esposa contrajo la lepra. Entre las décadas de 1960 y 1980 recuerda el autor las pandillas de barrios del norte, que sembraban el terror, según la leyenda urbana: Chesman, Biyi, Pirañas y Garzas. Recoge arcaísmos que solo circularon en Bogotá, como fetecuar (‘atraer la mala suerte’) y fetecuazo (‘impacto con arma de fuego propinado de forma traicionera’), relacionados quizá con el urbanizador pirata Rafael Forero Fetecua. También términos que se naturalizaron en la capital, como ley zanahoria, surgido en la primera alcaldía de Mockus; cordonazo de san Francisco (los grandes aguaceros que evocan la leyenda de san Francisco de Asís, quien al ser atacado por el diablo lo fustigó con el cordón de su hábito); a quejarse al Mono de la Pila (cuya réplica está en la plazoleta de San Diego, y el original en el Museo Colonial); el verbo amacizar, que evoca la historieta original de Adolfo Samper, publicada a comienzos de la década del cuarenta en el semanario Sábado: Don Amacise; ala, chirriado y caray, que chirriarían en boca de un costeño. Y términos que solo usa
Isabelita Pérez Ayala, secretaria de Eduardo Santos antes de ser Presidente, 1933.
el proletariado bogotano, como hebra (‘corbata’) o que se quedaron en las capas sociales altas, como glaxo (‘petimetre, lechuguino; individuo esmerado en el vestir’) o mal joteado (‘arcaísmo de individuo descuidado en el vestir’) y los cachifos (de mediados del siglo XIX, aplicado a los muchachos del Colegio San Bartolomé). De los términos castizos poco se ocupó nuestro lexicógrafo. Si abrimos el Diccionario de palabras que mueren (Planeta, 2004), del antropólogo e historiador Germán Ferro, nos asaltan voces casi extinguidas, como las que provienen del árabe, y que también evocan las costumbres y valores de una época. Pero Ospina está más enfocado en las hablas populares y, si se quiere, en el legado de la lengua muisca, tan olvidado por los académicos. En este corpus dominan los barbarismos y los usos atropellados del lenguaje que oportunamente han acuñado libretistas de programas de televisión tan exitosos como Romeo y Buseta, Los Victorinos, Don Chinche, Pedro el Escamoso, que exaltan la cultura popular, por no mencionar la otra fuente de inspiración del autor: los programas de la radio popular y juvenil, máquinas despulpadoras que transforman en ripio la lengua española, pero que en ocasiones también la renuevan. Del nuevo milenio llaman la atención los gentilicios de los habitantes de ciertos barrios, como macarenos (La Macarena), candelarios (La Candelaria), chapiyorker (“gomelos” de Chapinero), chapinerunos (Chapinero) o nieblunos (Las Nieves); los remoquetes cariñosos de Fontibronx para Fontibón, Soachington para Soacha, Cerditos para Cedritos o San Vituco para San Victorino.
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(Chinamenta). Salacuna en hospital de Bogotá, 1936.
(Trasteo). Desalojo, 1942.
También los juegos de palabras y calambures con las universidades bogotanas: Pantyficia Javeriana (“Alusión irónica a la gran cantidad de beldades que estudian en dicha universidad…”); Harvardtín (“mote de la afamada universidad San Martín…”) y Jorge Paseo Lozano…
formatos grande y pequeño, la mayoría de ellas de Daniel Rodríguez (colección del Museo de Bogotá), y donaciones de álbumes familiares de distintas épocas. Igualmente, las ilustraciones de Laura Peralta amenizan la lectura.
Entre las líneas del glosario, con tono guasón e irónico, el autor lanza críticas contundentes, como que el antiguo Palacio de Justicia (que reemplazó al incendiado durante el Bogotazo, es “tal vez el más atroz sobre la tierra”). Y nos quedó debiendo información en entradas como la del Doctor Bruja, personaje del que solo dice: “Clérigo famoso en la Bogotá de comienzos del siglo XIX”; una ampliación del término cafuche, cuyas dos acepciones (‘contrabandista’ y ‘vendedor de mercancías piratas’) no dan cuenta de su arraigado origen en el contrabando de chirrinchi (‘aguardiente de destilación artesanal’, ausente en este diccionario), que propició el apreciado delincuente Papá Fidel hacia los años 1930 y 1940, y que todavía se consume en inmediaciones de los cerros Monserrate y Guadalupe. Podría incluir el término de fusta (la versión femenina del glaxo o dandy cachaco) y, por último, recordar que Chiminigagua, además de ser una deidad suprema de los muiscas, es una fundación cultural del concejal Venus Albeiro Silva, que le ha servido de sede política en Bosa. El libro, con más de 4.000 entradas, publicado por el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, fue el proyecto ganador de la convocatoria Ciudad y Patrimonio 2009, y tardó tres años en salir. Aparte del atractivo diseño que explota la tipografía, el mejor regalo para el lector son las fotografías de archivo del Museo de Bogotá, en
Hurgador como el que más en las hemerotecas y en todo tipo de archivos, Ospina nos ofrece un libro bien documentado en sus referencias históricas, como se aprecia en la selecta y extensa bibliografía consultada, guía para bogotanólogos en formación. Pero además de la consulta documental, se adivina el trabajo de campo que hizo el autor, hablando con decenas de personas de todas las edades y condiciones sociales, porque gran parte de las expresiones no están consignadas en los libros, sino que circulan en el habla común, hacen parte del imaginario colectivo y de la sabiduría popular, a veces atrapada en los letreros de las tiendas, de los buses y de otros establecimientos comerciales. Como dice Arias en el prólogo, “el lenguaje de las ciudades es cada vez más dinámico, así que libros como el Bogotálogo son de gran utilidad para entender términos y giros idiomáticos que se escuchan y que a veces uno repite sin conocer su origen”. Y así como Cuervo dejó empezado el monumental Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, que continuaron sus seguidores, Ospina deja su diccionario abierto para que los lectores agreguen términos en las páginas finales del libro o hagan sus contribuciones en www.bogotalogo.com., que aparecerán en la próxima edición. Y si todavía alguien cree que Bogotá debería llamarse la Atenas Suramericana, que lea este diccionario y admitirá que acaso llega a la Atenas Panamericana (de la popular librería y papelería).
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FOTO reportaje
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Arquitectura Ecléctica
Fotos: Juan José Quezada, Constantinos Papailias, Juan Torres, Juan Sebastián Alba
Los arquitectos criollos no dejan de sorprender a los habitantes de Bogotá con sus audaces propuestas de diseño, adaptación de estilos nacionales e internacionales de todas las épocas, con fusión de materiales locales y foráneos. Una tradición constructiva vernácula, fuertemente influenciada por el estilo medieval, múdejar, con reminiscencias de Disney, Las Vegas y Melgar donde sobresalen los toques de baldosines, enchapes y tejas. También hay profusión de vidrios azules que reproducen el paisaje como espejos de agua en edificios que evocan el modernismo de Le Corbusier y el estilo internacional. En últimas, “arquitectura Ray-Ban”, como la han calificado irónicamente algunos arquitectos. {61}
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01: Casa que le regaló Pablo Escobar a Virginia Vallejo, según la leyenda urbana. Con un cercano parecido a una construcción de Frank Lloyd Wright. 02: Centro Mayor, autopista sur Av. NQS con 38A sur. Influencia pop de los años sesenta. 03: Centro Comercial Portoalegre, en la Colina Campestre. Estilo postmoderno. 04: Edificio en la Autopista Sur. Estilo internacional. 05: "Desde el moderno edificio de cristal..." en Chapinero. Fusión de estilos internacional y clásico. 06: Centro Comercial Nine Store en la avenida 19 con carrera 5a. Estilo parque de atracciones.
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07: Avenida Caracas con calle 39. Influencia del estilo clásico.
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08: Gimnasio Santana del Norte en la Avenida Las Villas. Estilo Disney World. 09: Casa de Banquetes en la carrera 30 con calle 15, barrio Santa Isabel. Estilo castillo medieval. 10: Casa donde se grabó Pedro el Escamoso, al norte de la ciudad. Influencia de arquitectura de montaña (chalet suizo).
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11: Casa en la calle 53, evocación colonial por los balcones. 12: Centro Comercial Los Ángeles, en la avenida 19 con 4a. Estilo tecnológico, como el George Pompidou (High Tech). 09
13: Academia Colombiana de Jurisprudencia, al norte de la ciudad. Estilo clásico, con columnas jónicas.
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14: Autopista Sur, estilo internacional.
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caricatura −]
Cristian SĂĄnchez xcriztianx@hotmail.com
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Jardines insurgentes Patio interior, vecino a la Iglesia de Las Nieves Foto archivo DB
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