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Para ser sal y luz El Espíritu Santo nos impulsa hacia la plenitud del Reino 74. La visión cristiana del mundo y de la historia es profundamente dinámica y abre la mente y el corazón a la esperanza y al compromiso por la transformación del mundo. El Espíritu de Dios inhabita en la Iglesia y en los corazones de los fieles, pero está presente y actúa en toda la creación y en todo ser humano. Dios va conduciendo la historia de la humanidad hacia su consumación, cuando Cristo entregue al Padre el reino universal (Cf. 1 Cor. 15, 24-28), el reino de la vida, de la verdad, de la justicia y del amor. 75. Esta acción se da no solo en el corazón de los creyentes o en nuestras iniciativas y proyectos eclesiales, se da en todo ser humano y en la historia de las sociedades. De ahí, la importancia de leer e interpretar los signos de los tiempos, de descubrir lo que Dios quiere y está obrando en la historia, para que la Iglesia secunde mejor su querer y pueda contribuir, en actitud de diálogo, a la construcción de una ciudad más conforme con el querer de Dios. 76. El Reino de Dios que Cristo ha inaugurado y cuya plenitud aguardamos no consiste simplemente en un ordenamiento de las relaciones humanas o en la instauración de un determinado modelo socio económico, sino en la comunión con las personas divinas en Cristo y en la unidad que deriva de la presencia del Espíritu de Dios en todos. Este destino último de la humanidad solamente puede ser conocido en la persona de Jesucristo y acogido conscientemente por la fe y por la vinculación sacramental a la comunidad eclesial. 77. Esta visión cristiana de la historia, animada por la confianza y la acción del Espíritu de Dios, debe hacer frente a tres escollos: