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SAN FRAN-DISCO

Salvando el Disco

en San Francisco

El extravagante sonido electrónico de las pistas de baile de San Francisco fue la banda sonora de la liberación gay y los inicios de la era del SIDA. Ahora, la comunidad que conforma la vida nocturna de la ciudad está trabajando para preservarlo.

Por: Marke Bieschke Traducción: Patricia Pareja

Foto: ROBERT PRUZAN

En las entrañas de los Archivos del Museo y la Sociedad Histórica LGBT de San Francisco, hay una modesta caja de madera que brilla como si de una reliquia sagrada se tratara. Contiene los objetos personales de Sylvester, el artista negro que desafió el género y se inició en la música como una estrella contracultural a principios de la década de 1970, convirtiéndose así en un icono disco global, antes de fallecer de SIDA en 1988. Los objetos de la caja, recientemente transferidos de su patrimonio a manos de profesionales, incluyen sus discos de oro, premios de la industria, entradas de conciertos, fotografías y recortes de periódicos. También están sus horquillas, broches, pendientes, trajes de actuación con lentejuelas y, conmovedoramente, una colección de exquisitos guantes de satén, que por supuesto, la diva enmarcó.

Los objetos de Sylvester son parte de una creciente colección disco en los archivos. Los conservacionistas dedicados han catalogado y almacenado artefactos de la comunidad LGBTQ desde 1985, cuando se formó la Sociedad Histórica para salvar las pertenencias de las personas muertas por el SIDA. La historia musical de Sylvester enmarca un período salvaje, liberador, eventualmente trágico pero definitivamente inspirador en la historia gay; uno que se desarrolló en las pistas de baile de San Francisco, en medio del eufórico tintineo de las panderetas y el silbido y repiqueteo de los abanicos pintados a mano. Cambió el curso de la música dance electrónica, para después ser aniquilada por un diluvio de muertes.

¿Se pueden capturar los sonidos y el espíritu de esta escena -tan esencial- antes de que se desvanezcan para siempre? Uniéndose a los archivos en el esfuerzo de preservarlo, se encuentra un nuevo libro que documenta la historia de la música disco de San Francisco llamado Menergy, un archivo online de DJ sets de la San Francisco Disco Preservation Society, un stream constante de música que antes no estaba disponible publicada por el sello Dark Entries y un presentador fielmente retro. Para salvar la escena disco en San Francisco, se necesita un pueblo, gente. Se necesita “village, people”.

En los últimos años, a medida que los DJ y bailarines celebran más visiblemente las raíces negras y queer de la música dance, Sylvester, declarado gay abiertamente y sin tapujos, se ha elevado al nivel de una deidad: la Reina de la música disco con voz de falsete cuyos éxitos ‘You Make Me Feel (Mighty Real)’, ‘Dance (Disco Heat)’ y ‘Do You Wanna Funk?’ han impulsado a la comunidad LGBTQ a través del triunfo y la angustia, y han testificado la conexión entre el hedonismo entusiasta de la música disco y la música gospel negra de la juventud de Sylvester.

Para muchos otros oyentes, la música disco se ha convertido en un algoritmo reluciente de producción elegante y hooks fácilmente reconocibles: sampleados, retocados, remezclados y editados sin fin para proyectar un rayo de calidez dorada en cualquier fiesta, boda o tarea doméstica. Resumiendo la decadencia de la pista de baile, reenvadasada cordialmente como nostalgia, la música disco ha logrado deshacerse de gran parte de su reputación cursi. Pero sigue siendo un monolito sónico, una breve racha de alegría con bolas de espejos disco, antes de que se pongan de nuevo las corbatas, o en el paro. Sin embargo, la historia real de la música disco es más compleja y comienza con la fascinante microdiversidad de sus sonidos y escenas regionales. (Los antros ítalo-estadounidenses de Saturday Night Fever de Brooklyn y el enfoque experimental de Montreal eran solo dos variantes). Esa historia también incluye la forma en que la discoteca popularizó inventos como el mix y la combinación de ritmos, la iluminación tecnológicamente compleja y el diseño de sonido espacial, los discos de 12 pulgadas y los remixes; podría decirse que la música disco popularizó la música electrónica. Junto con Sylvester se encontraban; el productor pionero Patrick Cowley, los fundadores de la compañía discográfica Marty Blecman y Johnny “Disco” Hedges y una gran cantidad de DJ gays que fueron los arquitectos del sonido disco más enérgico de San Francisco, una combinación delirante que avivó el libertinaje las 24 horas en los palacios dance,

DO YOU WANNA FUNK?

Foto: ROBERT PRUZAN

bares, termas y la bulliciosa escena callejera de la ciudad de finales de los ‘70 y principios de los ’80. A pesar de la reacción homofóbica y racista estadounidense de la infame Disco Demolition Night de 1979 - en la que una pila de discos de artistas -en su mayoría negros- fueron detonados en el Comiskey Park de Chicago mientras una multitud de personas blancas coreaba “¡El disco apesta!” -, la fiesta en San Francisco nunca paró. De hecho, solo se volvió más gay.

Menergy: San Francisco’s Gay Disco Sound, publicado por Oxford University Press el pasado febrero, está escrito por el musicólogo Louis Niebur. El libro detalla el auge de la música disco en la ciudad, comenzando con la influencia del DJ Johnny “Disco” Hedges; primero en 1973 en el club Mind Shaft, luego en el lujoso City Disco, que se mezcló con una actuación en vivo para crear una atmósfera de cabaret. Seguido por la progresión del sonido a través de clubes dance más grandes como Oil Can Harry’s, Alfie’s, Dreamland, EndUp, Rendezvous, el cavernoso I-Beam y Galleria Design Center, y el after por excelencia Trocadero Transfer, lleno de callejones, dormitorios e intriga tras la cabina.

Tracks de cosecha propia como ‘Menergy’, ‘Megatron Man’, ‘Cruisin’ The Streets’, ‘Disco Kicks’, ‘Lucky Tonight’, ‘Sex Dance’, ‘Backstreet Romance’, ‘Shot In The Night’, ‘Right On Target’ ‘, ‘Homosexuality’ y ‘I Wanna Take You Home’ avivaron una fiesta casi interminable. Decenas de miles de hombres vivían siguiendo las “cuatro D”: discoteca, drogas, plato y polla (disco, drugs, dish and dick). El libro también rastrea cómo el sello local de rock clásico Fantasy poco a poco dirigió su atención hacia la música disco a principios de los años 70, convirtiéndose en un líder del sonido y generando sellos propiedad de homosexuales como Moby Dick, Fusion y Megatone. Escuchamos a los DJ clásicos Lester Temple, Steve Fabus, Jon Randazzo, Bill Motley y al esencial de Miami Bobby Viteritti, y a artistas como el entusiasta de la música disco Frank Loverde, los coristas de Sylvester ‘Two Tons O’ Fun’ Martha Wash e Izora Rhodesof con el famoso ‘It’s Raining Men’ y la increíble Lisa, cuyo ‘Jump Shout’ se convirtió en una sensación de club internacional.

En el camino, se desarrollan momentos trascendentales de la historia: el asesinato del líder de los derechos de los homosexuales Harvey Milk y del alcalde de San Francisco, George Moscone, a manos de un político conservador descontento; protestas y primeros triunfos del movimiento de liberación gay que llevó a miles de personas a las calles; la conmoción del SIDA que destruyó a la comunidad, junto con el aumento del activismo contra el SIDA. Incluso hubo un poco de infraestructura cívica: ¿qué otra ciudad abriría una nueva estación de metro con una gran fiesta Metro Madness, encabezada por el mismo Sylvester con una chaqueta de lentejuelas rojo y vagones con poca luz para “actividades íntimas”?

“El disco es muy importante para el movimiento gay porque fue la primera vez que pudimos bailar juntos sin que nos metieran en la cárcel”, dijo Niebur, señalando uno de los efectos importantes del Stonewall Uprising de 1969. Esa rebelión y disturbios contra las redadas policiales discriminatorias en el Greenwich Village de la ciudad de Nueva York, centradas alrededor del bar Stonewall Inn, ayudaron a impulsar el movimiento contemporáneo por los derechos de los homosexuales.

También dio un empujón de energía a las batallas legales, acompañadas de protestas de la comunidad queer en bares inhóspitos, que terminaron con la prohibición de bailar entre personas del mismo sexo en los EE. UU. “Hubo momentos en aquel entonces en los que si bailabas un poco con la música, el camarero te gritaba porque no quería que lo arrestaran”.

Ahora que la gente podía bailar abiertamente en los bares, la música cambió, dando la bienvenida a sonidos alegres como el soul de Filadelfia y más tarde Motown, el funk raw de Sly Stone y el soul de Bill Withers y Barry White. Las máquinas de discos mohosas fueron reemplazadas por humanos que pinchaban los últimos singles de siete pulgadas y cortes de álbumes más profundos. Stonewall también ayudó a miles de personas queer a salir del clóset y a las calles, bares y discotecas de las principales ciudades, creando una cultura gay pública por primera vez. Una nueva cultura necesita una nueva banda sonora, y la música disco se desarrolló junto con esta salida del armario masiva. San Francisco, en medio de la agonía (y parte de la resaca) de su revolución hippie, se convirtió rápidamente en un imán para los hombres homosexuales ansiosos por escapar de los ambientes opresivos de las pequeñas ciudades y unirse al baile, con porciones adicionales de sexo. Fue una migración masiva lujuriosa, instigada por la permisividad contracultural y las rentas baratas, ya que los habitantes más antiguos de San Francisco se mudaron a los suburbios. Los barrios de Castro, Polk Gulch y South of Market brillaban con los pechos desnudos y las luces de las marquesinas. Para cuando las superestrellas disco The Village People lanzaron sus grandes himnos ‘Go West’ y ‘San Francisco’, la villa que una vez fue provincial ahora era la Ciudad Esmeralda en la Yellow Brick Road hacia el gay Oz.

El movimiento llegó con un look famoso: una estética de clase trabajadora masculina, vestido con vaqueros, que gradualmente abandonó su desaliñado nerviosismo contracultural por la apariencia elegante y bigotuda de innumerables Freddie Mercury.

“El disco es muy importante para el movimiento gay porque fue la primera vez que pudimos bailar juntos sin que nos metieran en la cárcel”

- LOUIS NEBUR

Este fue el “clon”, que apareció simultáneamente en Nueva York y San Francisco, hogar del “clon de Castro”. Como lo describió el historiador Randy Schilts en aquel momento: “La indumentaria era decididamente masculina, como si Dios hubiera dejado a estos hombres desnudos y les hubiera ordenado usar solo Levi’s de piernas rectas, camisas Pendleton a cuadros y chaquetas de cuero sobre sudaderas con capucha”.

Como ocurre con todas las grandes excavaciones culturales, Menergy pone algunos de los mitos utópicos bajo el microscopio. El aspecto de clon pudo haber comenzado como una reacción de empoderamiento contra los estereotipos de los hombres homosexuales como hombres decadentes y encabritados. Sin embargo, también era abrumadoramente conformista y marginaba las expresiones alternativas de género. Sylvester se rebeló fabulosamente, declarando: “Que le jodan. Debo gastar $60,000 al año en ropa, y no me voy a reducir a 501s”.

La escena también era increíblemente blanca y masculina -personas que podrían llevar sus vidas económica y socialmente más fácilmente- y Menergy destaca a mujeres y personas de color, como DJ Chrysler “Frieda Peoples” Sheldon, a quien se le excluyó de puestos importantes y a menudo se le pidió varias formas de identificación porque era negro.

La fiesta sin fin también tiene un ojo que no descansa: Niebur cita a un clon describiendo el MDA, también conocido como éxtasis. “Solíamos decir que significaba ‘Must Dance All-night’. Y al día siguiente significaba ‘Mustn’t Do it Again’. Porque estabas totalmente destrozado”.

The Bay Area Disco association (with Two Tons Of Fun) - Foto: JOHN HEDGES Niebur, profesor de la Universidad de Nevada en Reno, llegó a este tema a través de su trabajo sobre música para cine y televisión. Su primer libro detalla la historia del Taller Radiofónico de la BBC, que desarrolló gran parte de los primeros pasos de la música electrónica. También le encanta la música pop de finales de los 80, generada en gran parte por la escena gay Hi-NRG de clubes londinenses como Heaven, que hizo eco y fomentó el sonido disco de San Francisco tras desaparecer en los EE. UU. “Me cabrea que el Reino Unido se lleve todo el crédito por esta música, pero el poder de una buena producción de Ian Levine o Stock Aiken Waterman es innegable”, dice.

El hilo conductor de todo esto fue la invención de la música dance electrónica, que le llevó directamente a Sylvester, a Patrick Cowley y al disco de San Francisco. Una noche de fiesta en la discoteca retro de San Francisco Go Bang! fue determinante en su intención de documentar cómo la música y la cultura se desarrollaron codo con codo. “La historia queer siempre debe ser reconstruida a partir de lo efímero, porque hasta hace poco nadie valoraba nuestra historia ni pensaba que merecía la pena preservarla”, dice. “No hay un Museo Smithsonian de Cultura Queer. Tienes que buscar entre la promoción de los bares y los calendarios de eventos en las revistas gay, las críticas musicales repletas de chismes de la escena, los diarios de la gente, las fotos raras y las esquelas, porque ahí se contaban muchas historias sobre los DJ y músicos que se estaban muriendo de SIDA. Y luego entrevistar a gente de entonces, que es una carrera contrarreloj. Un par de las personas que conocía murieron mientras escribía el libro”. Niebur revisó décadas de periódicos comunitarios recientemente digitalizados (incluida una base de datos de más de 10.000 esquelas del Bay Area Reporter) en busca de pistas sobre el pasado.

“Pero los documentos principales son las grabaciones. Los sonidos y las letras que la gente quería escuchar en ese momento, lo que querían bailar, cuenta gran parte de la historia. Hay mucha evolución y muy sorprendente. A veces la música suena como, ‘Guau, en realidad no tenían dinero cuando hicieron esto’; o escuchar a Patrick Cowley, a medida que avanzaba a lo largo de los años. Están los grandes éxitos, las bandas sonoras porno... puedes escuchar la historia allí”. Cowley, un amante de los equipos que comenzó en la escena trabajando en la increíble mesa de control de luces de 16.000 bombillas de City Disco, básicamente inventó el sonido más enérgico del disco de San Francisco cuando fusionó su amor por la energía sexual gay y los ideales contraculturales con la tecnología emergente.

Fue uno de los primeros en inscribirse en las innovadoras clases del Laboratorio de Música Electrónica de San Francisco City College a principios de los años 70. Combinando su gran ambición con confianza técnica, en 1977 dio el gran paso de crear un remix futurista de 16 minutos de ‘I Feel Love’ de Donna Summer en el equipo de su casa, en su habitación, y se lo envió sin que nadie lo hubiera solicitado a su compañía discográfica en 1977, que finalmente lo lanzó. La música de Cowley abrazó el arpegio del octavo disco del bajista pionero Larry Graham y se escuchó en grandes éxitos como ‘Disco Inferno’. Cuando Sylvester escuchó lo que estaba haciendo Cowley, inmediatamente lo aprovechó para darle un toque electrónico a sus tracks de blues, convirtiéndolos en algunos de los mayores éxitos de la era. A pesar de su gran productividad, Cowley tenía un humor diabólico. Uno de sus mayores éxitos en solitario, ‘Menergy’ (publicado a través de su compañía Masculine Music) fue creado con su amigo Marty Blecman cuando ambos estaban drogados; su título, tan ridículo, se puso con la única intención de burlarse de una escena a veces demasiado seria.

Mientras que Cowley dominó los inicios del sonido, el productor Barry Beam, un alma punk fascinado por los sintetizadores (y un hombre heterosexual extrañamente metido en la escena), lo llevó a un nuevo nivel -más cursi- a mediados de los años 80, con coproducciones utilizadas con dobles sentidos, como ‘Show Me Yours’ de Corruption y ‘Castro Boy’ de 1983 de Danny Boy y The Serious Party Gods, una gran parodia del novedoso hit ‘Valley Girl’, con letras como: “No es bonito ser fácil. Hazme callar con una polla. ¡Faaaaabulous!”. La brillante tontería de Beam y los sonidos espaciales de la nueva ola proporcionaron un poco de frivolidad cuando los bailarines se dieron cuenta de que el SIDA estaba a la vuelta de la esquina y que no recibirían ayuda de un gobierno que preferiría verlos muertos.

El propio Cowley fue uno de los primeros en morir en 1982, a la edad de 32 años, por lo que al principio de la pandemia no había un nombre oficial para la enfermedad. El SIDA aumentó la urgencia de la música incluso cuando se empezaron a vaciar los pisos. “Es importante recordar que pinchar, tal como lo conocemos hoy en día, todavía era algo bastante nuevo en aquel momento”, dijo Niebur. Los contínuos mixes, la combinación de ritmos, los extended mixes y el sencillo dance de 12 pulgadas habían sido inventados por los DJ en los bares de Greenwich Village y los resorts gay de Fire Island de Nueva York de principios de los 70, y rápidamente se creó un circuito de DJs y bailarines gay para seguir y difundir las nuevas técnicas en todo el país.

“Los DJ gay de San Francisco estaban llevando el arte a miles de lugares con esta música. Había alguien como Steve Fabus, que se especializaba en ‘sleaze’, la música matutina de las termas o la pista de baile cuando amanecía, y que se trataba más de ralentizar el ritmo a un sonido más conmovedor. Y luego está Bobby Viteritti, del Trocadero Transfer, con sets de hora punta que eran prácticamente todos electrónicos y con el mismo ritmo, muy parecido a lo que escucharías en un club de techno hoy en día”. Para escuchar cientos de sets como esos, Niebur recurrió a un archivo digital, casi milagroso, con sets de pistas de baile.

“Hay una necesidad de escuchar esta música y de celebrar. Jóvenes y bailarines con mayor experiencia piden ese sonido exhuberante de la música producida en un estudio mezclando orquestas con la excitante electrónica”

- STEVE FABUS

Es alarmante descubrir que lo único que se interpone entre muchos de los preciados DJ mixes de esa época y el vacío silencioso de la aniquilación es un deshidratador de alimentos. Esa es una de las herramientas que usa el DJ Jim Hopkins para rescatar viejas cintas de casete y carretes grabados en las clásicas cabinas de DJs disco. Como fundador de la Sociedad de Preservación del Disco de San Francisco, Hopkins ha digitalizado y publicado online cientos de sets de carrete, casetes y cintas VHS, rescatándolos de sótanos, garajes y depósitos de almacenamiento en todo EE. UU. Hopkins comenzó a aprender a pinchar en 1978 cuando tenía 13 años, después de asistir a una discoteca en Roseland, California, y convencer a su padre de que le comprara dos tocadiscos y una mesa de mezclas en el barrio Radio Shack. El padre de Hopkins también le regaló una máquina de carrete de su propio padre, creando así el inicio de una obsesión que duraría toda la vida. En los años 80, Hopkins vivía en Sacramento y tocaba en bares gay, hasta que tras varias solicitudes a Madonna, llegó a un San Francisco más underground y más influenciado por el house.

En 2009, nostálgico, compró una máquina de carrete y buscó cintas vírgenes en Craigslist. Allí encontró a la hija del DJ Michael Lee, que buscaba digitalizar su colección: tenía más de 60 de sus sets en vivo grabados, heredados cuando él murió de SIDA en los años 90. Atisbando una nueva línea de negocios, Hopkins llegó a un acuerdo en el que podía conservar las cintas tras convertirlas y publicar los mixes; el primero, un set de Lee de 1975 de Bones bar. De ahí nació la Disco Preservation Society: primero como una página de Facebook, donde despegó como un cohete en llamas, y luego como un sitio web. Inmediatamente, el promotor y diseñador de sistemas de sonido de Trocadero Transfer, Rod Roderick -cuyas fiestas privadas y salvajes en su “mansión” y varios warehouses habían ayudado a marcar el comienzo de la mayor fiesta nocturna de la ciudad-, le regaló más de 480 cintas. “A partir de ahí, simplemente se disparó”, dice con una sonrisa. “Las cintas comenzaron a apoderarse de mi apartamento”.

Hopkins tuvo que inventar su propio sistema de preservación, digitalización y remasterización, un proceso complejo para el que utilizó una camiseta empapada en alcohol, un viejo software rescue de audio RX7 y, sí, varias horas en un deshidratador de alimentos, para eliminar el moho y remediar los efectos de deterioro, como el “síndrome de cinta pegajosa”. Otros desafíos incluían la duración (los DJ sets solían ser de seis a nueve horas), la variación de volumen de los tracks y la gran cantidad de presentaciones de los DJ, ya que se mudaban a Palm Springs o Florida y querían limpiar la casa de cosas que ya no usaban. “A veces simplemente llegan a mi buzón postal como misteriosos regalos de Navidad”, dice, evocando imágenes disco de St. Nicks con barba blanca, bebiendo piñas coladas junto a una piscina cristalina y despidiendo sus legados. Es alarmante descubrir que lo único que se interpone entre muchos de los preciados DJ mixes de esa época y el vacío silencioso de la aniquilación es un deshidratador de alimentos. Esa es una de las herramientas que usa el DJ Jim Hopkins para rescatar viejas cintas de casete y carretes grabados en las clásicas cabinas de DJs disco. Como fundador de la Sociedad de Preservación del Disco de San Francisco, Hopkins ha digitalizado y publicado online cientos de sets de carrete, casetes y cintas VHS, rescatándolos de sótanos, garajes y depósitos de almacenamiento en todo EE. UU. Hopkins comenzó a aprender a pinchar en 1978 cuando tenía 13 años, después de asistir a una discoteca en Roseland, California, y convencer a su padre de que le comprara dos tocadiscos y una mesa de mezclas en el barrio Radio Shack. El padre de Hopkins también le regaló una máquina de carrete de su propio padre, creando así el inicio de una obsesión que duraría toda la vida. En los años 80, Hopkins vivía en Sacramento y tocaba en bares gay, hasta que tras varias solicitudes a Madonna, llegó a un San Francisco más underground y más influenciado por el house.

En 2009, nostálgico, compró una máquina de carrete y buscó cintas vírgenes en Craigslist. Allí encontró a la hija del DJ Michael Lee, que buscaba digitalizar su colección: tenía más de 60 de sus sets en vivo grabados, heredados cuando él murió de SIDA en los años 90. Atisbando una nueva línea de negocios, Hopkins llegó a un acuerdo en el que podía conservar las cintas tras convertirlas y publicar los mixes; el primero, un set de Lee de 1975 de Bones bar.

De ahí nació la Disco Preservation Society: primero como una página de Facebook, donde despegó como un cohete en llamas, y luego como un sitio web. Inmediatamente, el promotor y diseñador de sistemas de sonido de Trocadero Transfer, Rod Roderick -cuyas fiestas privadas y salvajes en su “mansión” y varios warehouses habían ayudado a marcar el comienzo de la mayor fiesta nocturna de la ciudad-, le regaló más de 480 cintas. “A partir de ahí, simplemente se disparó”, dice con una sonrisa. “Las cintas comenzaron a apoderarse de mi apartamento”.

Hopkins tuvo que inventar su propio sistema de preservación, digitalización y remasterización, un proceso complejo para el que utilizó una camiseta empapada en alcohol, un viejo software rescue de audio RX7 y, sí, varias horas en un deshidratador de alimentos, para eliminar el moho y remediar los efectos de deterioro, como el “síndrome de cinta pegajosa”. Otros desafíos incluían la duración (los DJ sets solían ser de seis a nueve horas), la variación de volumen de los tracks y la gran cantidad de presentaciones de los DJ, ya que se mudaban a Palm Springs o Florida y querían limpiar la casa de cosas que ya no usaban.

“A veces simplemente llegan a mi buzón postal como misteriosos regalos de Navidad”, dice, evocando imágenes disco de St. Nicks con barba blanca, bebiendo piñas coladas junto a una piscina cristalina y despidiendo sus legados.

BACKWARDS GLANCES IN THE NIGHT

Otro espeleólogo disco, Josh Cheon, del sello discográfico de San Francisco, Dark Entries Records, trepó por las profundidades del ático y se adentró en sótanos húmedos para descubrir la prolífica producción de Patrick Crowley: las bandas sonoras porno inusualmente malhumoradas, los experimentos electrónicos psicodélicos y los diarios sexuales explícitos, muchos de los cuales se han lanzado a través de su sello. Su obsesión con Cowley comenzó cuando Johnny “Disco” Hedges anunció que se jubilaba en Palm Springs y regalaba todos sus discos, un tesoro especialmente rico, ya que había fundado el fondo de intercambio de discos de la Asociación Disco Deejay del Área de la Bahía. “Había dos cajas de cintas sin marcar que eran un misterio”, nos dice Cheon. “Incluso Johnny estaba como, ‘No te molestes con eso’. Pero resultaron ser estas increíbles grabaciones inéditas de Patrick”.

“Sabía que el mundo necesitaba escucharlos, como parte de nuestra historia”. Cheon también ha estado luchando contrarreloj: George Horn, el ingeniero de Fantasy Studios que dominó miles de discos, incluidos los de Patrick Cowley y Dark Entries, murió recientemente de Covid-19. Con gran energía por su nuevo caché de discos de Hedges, Cheon y su entonces equipo Honey Soundsystem requisaron un antiguo espacio de termas y organizaron una fiesta retro-disco llamada Dancer From The Dance, después de una novela gay clásica de la época. (El set de Cheon de la fiesta contenía todos los discos mencionados en el libro). La entusiasta respuesta hizo que Cheon lanzara el material de Cowley durante la próxima década, mientras Honey continuaba organizando fiestas temáticas que evocaban el pasado.

Honey no fue la única fiesta que reactivó la menergía. El personal de Trocadero Transfer llevó a cabo eventos anuales de Remember The Party durante la década del 2000, mientras que el evento mensual al aire libre Flagging In The Park celebraba el arte de la pista de baile de las banderas, con sus participantes dando vueltas por el AIDS Memorial Grove como mariposas de neón. La fiesta mensual Go Bang! combina el amor juvenil por el género del creador, DJ Sergio Fedasz, con las cuatro décadas de experiencia disco del veterano DJ Steve Fabus.

Fuera de la ciudad, fiestas como Horse Meat Disco de Londres, Honcho de Pittsburgh, Macho de Detroit y más se unieron en la última década para redescubrir una estética gay alegre que fue eclipsada por el trauma del SIDA. “Hay hambre de esta música y de ese momento de celebración”, dice Fabus. “Los bailarines jóvenes y, bueno, los más experimentados quieren ese sonido exuberante producido en un estudio con orquestas completas combinado con la emoción de la electrónica. Simplemente se siente humano”.

La abuela de todas las fiestas disco revival de San Francisco es The Tubesteak Connection. Cada semana desde 2004 (aunque actualmente parado debido a la pandemia), DJ Bus Station John ha decorado meticulosamente el pequeño y antiguo antro Aunt Charlie’s con collages hechos a mano de pornografía antigua y flyers de fiestas, prometiendo “solo música de 1975-1983” y recreando el aura de hombre a hombre de antaño.

Para él y para otros, el renacimiento se trata igualmente de honrar a los antepasados musicales -los discos de Bus Station John son en su mayoría de colecciones de personas que fallecieron, sus nombres y notas originales están inscritas en los sellos y las portadas- y recuperar la conexión física humana, que alguna vez fue omnipresente antes de las conexiones online y las aplicaciones para encontrar pareja. “El hecho es que muchos hombres homosexuales todavía quieren encontrar amantes, amigos y novios, vivirlo en sus propias carnes, a la antigua usanza, en un espacio creado específicamente con ese deseo en mente”, dice. “No estoy seguro de que nosotros o cualquier otro club seamos tan coloridos como solíamos ser, ya que la demografía de San Francisco ha cambiado drásticamente. Lo que alguna vez fue la ‘Meca Gay’ se ha vuelto económicamente inhóspita para las nuevas generaciones de jóvenes reinas. Y, lamentablemente, muchos otros han tenido que irse. La buena noticia es que todavía hay suficiente gente interesante aquí para organizar una fiesta animada”.

Cuando la escena gay de San Francisco estaba en su apogeo, había más de 100 bares, termas, clubes de sexo, cabarets y discotecas; ahora, la ciudad se ha reducido a unos 20. Mientras Niebur rastreaba los establecimientos nocturnos y los DJ disco de San Francisco en los años 70, surgió una especie de mapa fantasma de una escena borrada durante mucho tiempo; primero por el SIDA, luego por la gentrificación y la asimilación. “Ser capaz de seguir los movimientos de todos devolvió la energía sin descanso a la vida”, dice. “También trajo de vuelta todo cuanto se había ido”.

Menergy habla de las personas que intentaron valientemente mantener viva la música cuando los DJ, los dueños de clubes, los ejecutivos discográficos y los promotores de fiestas fueron asesinados. Milagrosamente, la escena de San Francisco siguió viva, ya que la música house se convirtió en la banda sonora del activismo LGBTQ y más personas trans y de color se unieron a la pista de baile.

Si hubo un verdadero “gran final” para la escena disco de San Francisco, tuvo lugar una noche de 1988, cuando el DJ Steve Fabus se puso a los platos en la cabina de Dreamland, la discoteca clásica que había reabierto con una intención brillante y optimista de que la escena reviviría. “Fue una noche maravillosa porque todas estas personas venían a escuchar esa nueva música house, y yo estaba tocando a las 22h en una sala llena hasta los topes”, recordó Fabus. “De repente, el promotor Ron Baer entró en la cabina y dijo: ‘Cariño, Sylvester está aquí’; fue una gran sorpresa, porque todos sabíamos que no se encontraba bien. La última vez que lo habíamos visto estaba liderando el desfile del Orgullo Gay en una silla de ruedas, muy afectado. Pero, sin duda, fue fabuloso: ¡era Sylvester!” “El club tenía dos niveles y la cabina DJ estaba en la parte inferior, así que le trajeron encima de la cabina, directamente sobre mí”, recuerda. “Encendí el micrófono y anuncié: ‘¡Chicos!, Sylvester está aquí para saludarlos’. La respuesta fue como un trueno. La gente empezó a aplaudir y rebotar tanto que la cabina se estremeció. Tenía que pensar rápido. Así que preparé todas mis canciones de Sylvester e hice un popurrí. El club se volvió loco.

Después de unos 45 minutos, Ron dijo: ‘Sylvester se va a ir’. Detuve el set. Sylvester habló y dijo, simplemente, ‘Muchas gracias. Adiós’, y se lo llevaron. La gente sollozaba, pataleaba, gritaba. Todos estaban llorando, yo también estaba llorando. Todo el mundo se dio cuenta de que este era su adiós. Ha dicho adiós. Continuaron durante cinco minutos, seis minutos, siete minutos; gritando: ‘Te queremos’. No podía pasar nada más después de aquello. Cogí el micrófono y dije: ‘Buenas noches, cuidaos todos, os quiero’. Y la gente simplemente abandonó el club lentamente, hasta que quedó vacío”.DANCING INTO THE STARS

El libro de Louis Neibur, ‘Menergy: San Francisco’s Gay Disco Sound’ ha sido publicado por la Universidad de Priodismo de Oxford el pasado mes de enero.

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