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La Vida Ofrendando a la Muerte El rol de la muerte en México, página 2 • Altares de muertos en las carreteras, página 3 • Una tradición que traemos en los huesos, páginas 4 y 5 • Fiesta de Ánimas, devoción purépecha por los muertos, página 6 La flor de cempasúchil honra a los muertos, Página 7 • 25 años de Acordes Cromáticos, página 8
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MORELIA, MICHOACÁN, 1 DE NOVIEMBRE DE 2013
SALVADOR J IMÉNEZ
VIVIENDO CON “LA CANECA” Cuando llega el 2 de noviembre y se tiene la suerte de estar en una comunidad indígena, resulta tentador relacionar y tratar de establecer contactos entre las costumbres actuales con que se conmemora a los difuntos y los antiguos ritos funerarios de Mesoamérica. Sin embargo, la tradición de conmemorar a los difuntos el 2 de noviembre fue impuesta por los españoles en la primera mitad del siglo XVI, cuando llegaron a la Nueva España las reliquias de algunos santos a las que se les hacían ceremonias funerarias. El catolicismo fue la religión que trajeron los españoles, y fue adoptada –por grado o fuerza- por los mesoamericanos, y como ha sucedido en otras partes del planeta y con muchas religiones impuestas, esa religión fue interpretada a tal grado que es difícil saber si en realidad las costumbres funerarias del Día de Muertos tienen en la actualidad puntos de coincidencia con los rituales prehispánicos. Los mesoamericanos veían a los dioses de la muerte y al inframundo de una manera que no acepta una interpretación simplista. Los dioses descarnados infundían terror y generalmente están dibujados en los códices o tallados en piedra como participantes de guerras, sacrificios de varios tipos, muerte y destrucción, actividades indispensables para que todo renazca, incluso los seres humanos. Por otra parte, la religión católica enseñó durante silos que el precio que se pagaría por no aceptar pasar de la religión mesoamericana a la católica era el infierno y los castigos que ahí se imponían. Muestrario de ello es la rica iconografía existente para la descripción de las penas en el purgatorio. Ante la creencia de muchos mexicanos, en especial las comunidades indígenas, en torno a que los muertos “regresan” cada año, nos preparamos con coloridas ofrendas para halagarlos. Conoce los elementos que han dado vida a esta bella tradición. En México, el fenómeno de la muerte ha traído un conjunto de creencias, ritos y tradiciones. Actualmente, y sobre todo en las regiones rurales y semiurbanas, aún se siguen realizando ceremonias para el Día de Muertos. Se elaboran y adornan bellos altares en los hogares y se llevan ofrendas a las tumbas en los cementerios. Con el advenimiento de la cultura occidental empezaron a conjugarse las antiguas creencias con la idea de una vida posterior, una transmutación del alma de los finados que esperaría el Día del juicio final, mientras sus despojos mortales permanecerían en las tum-
Pito Pérez encuentra en ella al amor perfecto, amor exento de burlas y desprecios, amor evocador de las dulzuras extraviadas, amor de absoluta fidelidad, amor del bueno que escucha sus penas, amor sereno en su inmovilidad, amor permanente, sin reproches. Una sola vez la vi, pero esa bastó para que decidiera llevármela, y así lo hice. Ahora vivo con ella, muy a gusto; me espera en casa con mucha sumisión, teniendo siempre una copa en la mano; duerme junto de mí, digo mal, vela mi sueño, jamás cierra los ojos, en cuyo fondo anidan todas las ternuras. «¡La Caneca no es gorda, ni seca, ni come manteca!»
LA MUERTE EN LA ACTUALIDAD
EL ROL DE LA MUERTE EN MÉXICO bas. De ahí surge la práctica del entierro en sepulcros que es, a su vez, una tradición que tiene origen en la época de las catacumbas. En un inicio, los mexicanos sepultaron a los difuntos en tumbas en el interior y en los atrios de las iglesias. Una muestra palpable de estos enterramientos puede observarse, profusamente, en los costados de la nave mayor de la catedral de Mérida, Yucatán. En el piso se encuentra una multitud de lápidas de mármol y ónix con la identificación de las personas ahí enterradas. Esta costumbre llegó a considerarse insana, por lo que se le prohibió durante el régimen juarista, dando origen a los ce-
menterios civiles. Para el catolicismo, el cementerio es un lugar donde se depositan restos mortales que esperan pacientemente el Día del Juicio final. Por ello las tumbas han sido revestidas de variadas formas artísticas (escultura, epitafios con diversas formas literarias, pintura, entre otras) que conllevan un simbolismo respecto al fenómeno de la muerte y sobre el destino final de las almas. Este arte tumbal ha evolucionado. De formas un tanto paganas (columnas y obeliscos rotos, árboles -sauces- y ramas tronchadas, urnas cinerarias, dolientes, calaveras) se pasó a
la profusión de ángeles y almas, cruces y problemas de redención. El apogeo del arte escultórico y literario referente a este tema se dio en los cementerios del país desde mediados del siglo pasado hasta las primeras décadas del presente. Actualmente se dan sólo casos aislados, debido a que los enterramientos se han estandarizado y empobrecido en cuanto a expresiones plásticas. Estas representaciones tienen un valor estético, pero son también formas testimoniales que nos remiten al cuerpo de ideas y creencias de los grupos sociales que las produjeron.
La ceremonia actual de velación de la Noche de Muertos se deriva de la conquista espiritual que llevaron a cabo los encomenderos españoles y colonizadores en Michoacán. Entre los antiguos mexicanos se realizaban significativos rituales alrededor de la muerte, los cuales impresionaron tanto a los primeros conquistadores que, a través de la evangelización, introdujeron nuevas ideas, dando lugar a un sincretismo religioso muy marcado. Antiguamente, Tirepitío era un importante centro religioso dedicado a los antepasados. Ahí se ofrendaban flores amarillas (cempasúchil) y, en el día consagrado a los muertos, los mexicas subían al techo de su casa y gritaban el nombre de sus antepasados (dioses primigenios) mirando hacia el norte para que recibieran los alimentos que habían puesto en la puerta. Durante la Colonia la costumbre se fue arraigando poco a poco en Michoacán, a tal punto que actualmente es el centro de atención de turistas nacionales y extranjeros. Un altar de muerto, su color, su aroma, su luz y su contraste motivan a no quitar la vista de cada uno de sus elementos. En cada región el altar representa la bienvenida a los ‘muertitos’ que vienen de visita después de un largo recorrido desde el Más Allá. Los elementos que conforman un altar no son casuales. El agua, que simboliza la fuente de la vida, se ofrece a las almas para mitigar su sed y que se fortalezca para el viaje de regreso; anteriormente se utilizaban rajas de ocote prendidas, pero hoy -especialmente por la noche- se encienden velas, veladoras o cirios cuya flama representa la fe y esperanza e ilumina el camino para que los difuntos encuentren su antigua casa terrenal. El petate ofrece descanso y el banquete se complementa con pan de muerto, panes redondos y de color rosado, que junto con las cañas simbolizan los huesos de los occisos. En cada altar se suele colocar, además, una foto y ropa del muertito para que éste lo identifique fácilmente.
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ALTARES DE MUERTOS EN LAS CARRETERAS SALVADOR JIMÉNEZ En diversos lugares del país es común ver monumentos que son muy comunes a orillas de las carreteras libres y autopistas de paga, les prestamos poca atención porque forman parte del paisaje. Sin importar tamaño, color o estilo, son muy numerosos y en cierto modo están dedicados a la muerte como recordatorios de que siempre se halla presente y en ocasiones ronda algunos tramos de la carretera. Se trata de una práctica muy arraigada entre los mexicanos, de instalar altares con cruces o algunas otras imágenes representativos de la Iglesia Católica en el sitio donde ocurrió un accidente automovilístico con saldo fatales, los figuras más comunes son cruces, cristos y efigies de la Virgen de Guadalupe. Todos o casi todos nos damos cuenta de puntos específicos donde estos altares o “tumbas” se distancian pocos metros entre sí a un lado de la cinta asfáltica para indicar que allí han perecido conductores descuidados, y en otros porque el trazo mismo del
camino se torna peligroso y ha cobrado víctimas. Esas “tumbas”, muchas sin inscripción y todas vacías, sin duda tienen un mayor impacto que los monumentos al conductor irresponsable que la Policía Federal de Caminos acostumbra colocar estratégicamente en temporada vacacional para concientizar a los turistas. Hay que resaltar el respeto que la gente les tiene a dichos altares, en particular cuando se expande alguna carretera para agregarle carriles, pues salvo casos muy excepcionales, rara vez son removidos de su sitio; aun en las autopistas de cuota se permite levantar tales monumentos después de un funesto accidente. ¿Alguien se ha preguntado qué sucede con esas “tumbas” durante los Días de Muertos? ¿Son visitadas por familiares y amigos para decorarlas con alguna ofrenda? La respuesta parece sencilla, pero casi todas continúan tan solitarias como los demás días del año en la categoría de tumbas olvidadas. Conducir un automóvil duran-
te los dos primeros días de noviembre puede despejarnos algunas dudas. Nos percataremos que a la mayoría de esos altares les falta el alegre color dorado de los cempasúchiles o el púrpura de las patas de león. Puede ser que los familiares del “difunto” vivan a muchos kilómetros y no tengan los recursos ni el tiempo para trasladarse a ese sitio, además de que prefieren llevar una ofrenda a la tumba del difunto en el camposanto. Pero a veces uno encuentra las agujas en el pajar y algunas de esas “tumbas sin difunto” muestran decoraciones, lo cual indica que el trágico suceso fue reciente o que los deudos viven en las cercanías y se toman el tiempo de ir al lugar para arreglar el altar, dejarle una ofrenda y mantener el recuerdo del ser querido. Así, confirmamos una vez más que las expresiones rituales en México son muy variadas y que la fiesta de muertos se siente por doquier, aunque en la mayoría de los casos los monumentos carreteros dedicados a la muerte parezcan olvidados.
SANT TE SANTAA MUER MUERTE La Santa Muerte también es centro de devoción durante los dos primeros días de noviembre cada año, cada vez son más comunes los altares que colocan sus seguidores a orillas de las carreteras y autopistas de nuestro país o en las capillas que también incrementan en número. La finalidad es recordar el sitio donde murió una persona accidentada o por simple devoción a la “Niña Blanca”, los elementos más comunes en estos altares son flores –especialmente blancas- dulces, vinos y licores, cigarros, pan, incienso y agua. A diferencia del tradicional culto a los muertos por parte de algunas culturas mexicanas, los altares a la Santa Muerte tienen más la característica de un altar que se crea para adorar una deidad, con el objetivo de que la “santísima” cumpla las peticiones y deseos de quien le dedica el altar.
c i a n • m a g e n t a • amarillo • n e g r o
CÓMO LLEGAR
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MORELIA, MICHOACÁN, 1 DE NOVIEMBRE DE 2013
MORELIA, MICHOACÁN, 1 DE NOVIEMBRE DE 2013
5 El altar u ofrenda de muertos es una tradición mexicana sagrada, donde los vivos honran a los muertos que los visitan el 1 y 2 de noviembre. Conviven con ellos, departen y los confortan ante su pérdida.
El lago de Pátzcuaro y su isla Janitzio se ubican a 60 kilómetros de Morelia, capital de Michoacán, se comunica por dos carreteras, una que parte de la vía federal 15 en Quiroga y otra, moderna de cuatro carriles por Tiripetío. Morelia se localiza a tres horas del Distrito Federal por la carretera corta de cuatro carriles Atlacomulco-Maravatío-Morelia, se conecta con el centro y las fronteras del país por una red de carreteras que la unen a los estados de México, Querétaro, Guanajuato y Jalisco. Se comunica vía aérea con las ciudades de México, Uruapan, Lázaro Cárdenas, Acapulco, Zihuatanejo, Guadalajara, Monterrey y Tijuana.
REDACCIÓN
Capula
Es el único pueblo del estado que cuenta con Denominación de Origen para tres tipos de artesanía de barro. Una de ellas es la alfarería punteada, las Catrinas de barro y la loza tradicional. El pueblo cuenta con talleres de exhibición donde los artesanos trabajan el barro con un deleite y dedicación que dan como resultado una de las riquezas artesanales para el estado. Capula es reconocida a nivel internacional por el arte que se refleja en cada una de las piezas que han sido presentadas en muestras y concursos.
Elementos de una ofrenda:
En todo México se celebra el Día de Muertos, pero uno de los lugares de mayor tradición es Michoacán, donde el ancestral ritual de velación de los difuntos es tradición entre los pueblos purépechas que rodean el Lago de Pátzcuaro y la Isla de Janitzio. Innumerables reportajes de esta zona han sido publicados, pero lo que más sorprende es que quien se asoma a admirar o investigar estas tradiciones, siempre descubre cosas nuevas. El abanico de eventos alusivos al Día y Noche de Muertos es muy extenso, se pueden disfrutar espectáculos culturales como el Concurso Estatal de Artesanías, los conciertos al aire libre y en edificios históricos, como el que tendrá lugar la noche del 1º de noviembre en la Basílica de Pátzcuaro, donde se presentarán piezas musicales con el tema de la muerte; también se presentan obras de teatro en escenarios naturales (Don Juan Tenorio, en la Capilla Abierta del Convento Franciscano de Tzintzuntzan, la noche del 1º de noviembre), la instalación de ofrendas y concursos en espacios públicos, además de la presentación de juegos prehispánicos de uarhukua o pelota encendida.
El arco
Para que los difuntos no pierdan sucasa
Calaveritas
De azúcar o chocolate, representan a los difuntos de la familia
Sahumerio con incienso o goma de copal
Flores: Blancas, el cielo; Amarillas: Tierra (cempasúchil), guía a los espíritus a este mundo; Moradas: El luto.
El paso de la vida a la muerte y aleja los malos espíritus
Vaso de agua
Velas y veladoras*
Para mitiar la sed de las almas y fortalecerlo para su regreso
Ascención del espíritu, símbolo de amor que guía las almas al altar. *Presencia de Dios en la religión católica.
Papel picado de colores Unión entre la vida y la muerte
Bamquete y comida típica para lo ofrenda
Pan de Muerto
Arroz, mole, calavaza en tacha, (naranjas, cañas, tejocotes, jicama, mandarinas, etc. Para celebrar la llegada de las ánimas (lo favorito del difunto, alcohol, cigarros y dulce)
Representa la generosidad del alfotrión, y el regalo de la tierra misma.
Objetos personales del difunto
Juguetes Para la diversión de los niños difuntos
Camino de flores a la puerta del altar
JANITZIO Es ésta, quizá la población más emblemática de la Noche de Muertos, su ambiente es festivo desde la víspera hasta que empieza el lúgubre tañer de las campanas, cuando al conjuro mágico de los sonoros bronces las almas de ultratumba se presentan y los vivos se congregan ante los despojos mortales de los desaparecidos. Negras siluetas van apareciendo por doquier. Llenas de amor, van llegando almas piadosas con las ofrendas, cortan flores, llevan dulces, consagran alimentos como panes, dulces y diferentes frutas. Con ellas se erigen altares sobre las tumbas, los dolientes se sientan resignados y llorosos a contemplar las llamas de los cirios y elevar oraciones por sus muertos. A intervalos se arrodillan ante la cruz que indefectiblemente preside el rito y quedan pensativos, como evocando a los difuntos y añorando su presencia. Janitzio es una de las islas del Lago de Pátzcuaro, impresiona por la forma y belleza de sus construcciones donde sobresalen las blancas paredes con techos de teja roja, diseminadas en forma disímbola por la Isla. Tiene además un nombre y celebridad ganados a pulso por la celebración de la «Noche de Muertos», los días 1º y 2 de noviembre, aunque las celebraciones son las mismas en toda la región Lacustre. De acuerdo con la tradición que
Farol o estrella de luz
Simboliza la entrada al inframundo. La flor de cenpazúchitl es la tradicional de esta festividad o tradición siempre estará presente en los altares u ofrendas dentro de las casas, y en los cementerios como adorno de las tumbas.
Para guiar el camino de las almas a la ofrenda
Pueden ser fotos o algo que utilizaban
Cruz de cal en el piso Representa los cuatro puntos cardinales
Plato con sal
NOTA IMPORTANTE El 1 de noviembre está dedicado a las ofrendas de los niños difuntos y el 2 de noviembre para las almas de los adultos. se remonta a tiempos prehispánicos y se mezcló con el misticismo católico traído por los españoles durante la Conquista, esa noche surge la sombra de Mintzita, la hija del rey Tzintzicha, y la de Itzihuapa, hijo de Taré y príncipe heredero de Janitzio. Locamente enamorados, Itzihuapa y Mintzita no pudieron desposarse por la inesperada llegada de los conquistadores, preso ya el rey, padre de Mintzita, quiso la princesa rescatarlo ofreciéndole el tesoro fabuloso que se encontraba bajo las aguas, entre las islas Janitzio y Pacanda. Cuando el esforzado Itzihuapa se apresaba a extraerlo, se vio atrapado por 20 sombras de los remeros que lo escondieron bajo las aguas y que fueron sumergidos con él. Itzahuapa quedó convertido en el vigésimo primer guardián de la fantástica riqueza, pero en la noche del Día de Muertos despiertan todos los guardianes del tesoro y al lúgubre tañer de los bronces de Janitzio, misteriosas sombras suben la empinada cuesta de la Isla. Los dos príncipes, Mintzita e Itzihuapa, se dirigieron al panteón para recibir la ofrenda de los vivos a las
luces plateadas de la luna, se musitan palabras cariñosas y, a las llamas inciertas de los cirios, se ocultan de las miradas indiscretas. Nadie interrumpe sus coloquios amorosos mientras las estrellas fulguran interesantemente en las aventuras, las campanas tocan desesperadamente y el Lago gime como un alma en pena. En Janitzio las flores son inspiración y gozo que se canta en las pirekuas, como «Tzitziki canela» («Flor de canela») y «Tzitziki changunga» («Flor de changunga»), que son poemas hechos canto en los que se compara a la mujer con las flores por su delicadeza, finura y exquisitez. En las calles de Janitzio asoman balcones y soportes de viejas maderas sobre las que cuelgan redes. Aproximadamente a la mitad de su ascenso, se encuentra su iglesia pintoresca. En la parte posterior de la Isla se encuentra el cementerio, donde se realiza la singular e impresionante Animecha Kejtzitakua; la vida de la Isla vibra en torno a esa ceremonia pues en ella hay un ambiente de tristeza y de alegría discreta. Hacia las 00:00 horas del 1º de noviembre, la
mujeres y los niños se desplazan con solemnidad, localizan los lugares de reposo de sus seres queridos, ponen hermosas servilletas bordadas sobre las tumbas y depositan ahí los manjares que en vida fueron del agrado de sus seres queridos, colocan ofrendas florales enmarcadas por las luces de numerosas velas y así transcurre la noche entre alabanzas, rezos y cantos de las mujeres y niños, mientras los hombres de lejos, en las afueras del cementerio, observan atentos todo lo que sucede en el interior del camposanto. Una campana colocada en el arco de la entrada suena discretamente toda la noche llamando a las ánimas a acudir a la gran ceremonia. En toda la Isla hacen eco los cantos purépechas de dulce y musical cadencia que imploran el descanso de las almas de los que se han ido y la felicidad de los que quedan en la tierra. Participar en esta fiesta es cumplir con un deber sagrado para los muertos que hacen honor a quienes lo practican.
JARÁCUARO Jarácuaro era anteriormente una isla
que actualmente está unida a tierra firme por un puente vehicular que hace muy fácil el acceso a la comunidad indígena. De noche, el Templo de San Pedro y la Capilla de la Natividad, edificios que se remontan al siglo XVI, son adornadas con un gran arco de flores; fuera de ellas, la población coloca muchas ofrendas y se sientan a rezar. A un lado se acomodan puestos de comida donde se vende ponche y tamales, al lado opuesto se instala el escenario donde se presenta la local «Danza de los viejitos» frente a un gran número de espectadores. Los danzantes se visten con el traje tradicional de los campesinos de la región con camisa y pantalón de manta con finos bordados en la parte inferior, también llevan un jorongo, sombrero adornado con listones y una máscara hecha de pasta de caña de maíz, madera o barro, la cual está tallada con gestos sonrientes de ancianos desdentados de piel rozagante y sonrosada. Inicia con movimientos achacosos y encorvados y, cuando la música aumenta de ritmo, los viejitos transforman sus movimientos en una verdadera explosión de vigor y agilidad, realizando estruendosos zapateados
y brincos que contrastan con ataques de tos y temblores que provocan caídas y jocosos intentos de sus compañeros por revivir al afectado.
AROCUTÍN A siete kilómetros de Pátzcuaro se localiza Arocutín, una risueña y característica población orgullosa de sus raíces purépechas. En el centro del pueblo está el Templo de Nuestra Señora de la Natividad, que data de finales del siglo XVI y tiene la peculiaridad de que en su perímetro bardeado se localiza el panteón, justo frente a la iglesia. Afuera de ésta, el 31 de octubre se coloca un gran arco de flores con forma de iglesia iniciando así los festejos de Día de Muertos. Todo el panteón se torna color naranja pues se cubre totalmente de cempasúchiles y velas que las familias llevan a sus difuntos, algunos acompañaban sus ofrendas con música y rezos, aunque hay algunos que prefieren guardan ceremonioso silencio, un silencio que cobra misticismo con el olor a incienso y flores que perfuman la Noche de Muertos. Durante el día, los visitantes pueden recorrer las tiendas y hogares
Purificación para que el alma no se corrompa
de artesanos para conocer y adquirir artesanías, bordados de punto de cruz, deshilados, figuras de madera y utensilios de barro, entre otros.
CUANAJO Este poblado se localiza a catorce kilómetros de Pátzcuaro y es muy conocido por sus muebles artesanales. Cuanajo conserva una tradición muy especial para el Día de Muertos que consiste en fabricar caballitos de madera en los que se «montan» las ofrendas dedicadas a los difuntos. El panteón está asentado al pie de las montañas y es bastante concurrido cada año durante los dos primeros días de noviembre. La gente visita a sus difuntos y les lleva flores y música, deleitando a los difuntos con las piezas que en vida fueron de su predilección. Durante la tarde comencé a visitar las casas, donde sus habitantes muy amablemente me invitaban a pasar para que conociera sus altares conocidos en la región como ketzitakua (ofrendar). También se elaboran platillos de la cocina típica para celebrar en familia y las delicias preferidas por el di-
funto se colocan estratégicamente en el altar. Toda la familia participa en la preparación de alimentos: los hombres cortan la carne mientras las mujeres cocinan y preparan los tamales y atole para los invitados, se dispone un lugar para recibir las ofrendas que les llevan durante todo el día y toda la noche a lomo de caballos de madera ostentosamente adornados con flores, velas, panes, frutas, hortalizas y otros elementos que conforman la ofrenda. Las figuras de pan de muerto son femeninas y masculinas, unas se distinguen por su corte ovalado que pretende imitar una falda, otras muestran un corte vertical a manera de pantalones. Los invitados comienzan a llegar a partir de las 16:00 horas y hasta la media noche. Antes de entrar anuncian su llegada tronando un cuete e ingresan a la casa cargando el caballito y lo colocan frente al altar, donde rezan y cantan unas alabanzas. Los anfitriones ofrecen tamales y atole de guayaba, tamarindo, pinole, piña o leche con canela. Después de cenar, familiares e invitados disfrutan tranquilamente una copa de aguardiente.
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SALVADOR J IMÉNEZ Dentro del conjunto de manifestaciones culturales, destacan las que tienen que ver con las celebraciones enmarcadas en lo que se conoce comúnmente como Noche de Muertos, y que en Michoacán, particularmente en las comunidades indígenas purépechas, resulta de particular trascendencia por ser una de las expresiones rituales con profunda significación más allá de su singular vistosidad. Los días 1º y 2 de noviembre de cada año, los panteones y casas donde se hace «la espera» se cubren con flores de cempasúchil, velas, fruta, pan e incienso. Altares y tumbas se adornan profusamente, se prepara y comparte comida y bebida, se lleva ofrenda, se reza, hay ambiente festivo y al mismo tiempo se percibe un profundo sentido comunitario y orden ceremonial. Se conoce como Animeecheri Kúinchekua, Fiesta de las Ánimas, en castellano. Pero no se debe confundir con las celebraciones que tienen lugar en las comunidades indígenas, para quienes el sentido de esta fiesta dista mucho de ser sólo diversión. A los purépechas, pueblo indígena conocido por su particular manera de realizar esta celebración, los motivan convicciones profundas relacionadas con su particular manera de concebir la vida. La Fiesta de Ánimas es una ceremonia ritual donde cada actividad cumple un papel importante. Cada comunidad, según su propia experiencia a través de la costumbre, determina las maneras particulares en que ha de realizar su celebración, de tal suerte que se pueden conocer tantas variantes como comunidades purépechas existen, siempre y cuando haya sensibilidad para conocer al menos una parte de la compleja celebración de la vida y la muerte en Michoacán. Esta celebración, desde lo purépecha, es una oportunidad de vivir un tiempo extraordinario donde lo cotidiano se deja a un lado. En tal sentido, Animeecheri K’uinchekua cumple con este principio, pero es ritual, donde cada persona y elemento que interviene cumple un papel específico para hacer que la ocasión tenga ese sentido alegre y a la vez sea solemne.
Se purifican espacios, se llevan ofrendas Muchos dicen que se festeja a la muerte, nada más alejado de la realidad, al menos para los purépechas, la razón de hacer fiesta no está en la muerte, sino la vida continuada, la otra vida. Este encuentro entre los que ya no están pero
FIESTA DE ÁNIMAS, devoción purépecha por los muertos
Los días 1º y 2 de noviembre de cada año, los panteones y casas donde se hace «la espera» se cubren con flores de cempasúchil, velas, fruta, pan e incienso. Altares y tumbas se adornan profusamente, se prepara y comparte comida y bebida, se lleva ofrenda, se reza, hay ambiente festivo y al mismo tiempo se percibe un profundo sentido comunitario y orden ceremonial. Se conoce como Animeecheri Kúinchekua regresan un día al año a convivir con su familia, en su pueblo, en su casa, es el punto central del elaborado ceremonial, es por ello que se comparte la alegría con los parientes y se reúne la familia entera a comer junto al que regresa. La muerte entonces tiene sentido en cuanto deja de ser tal y toma forma del abuelo, la mamá, el padre, el hermano, la hija, el pariente que tiene nombre propio y que, aunque muerto físicamente, vive en ese otro mundo desde donde, gracias al ritual, puede comunicar vida a su familia y a su pueblo.
El antes y el ahora En la antigüedad, para el mundo purépecha todo estaba determinado por la voluntad de su deidad, Curicaveri; por él fueron creados el hombre y la naturaleza. Quien moría en combate y otras acciones dignas podía reunirse con él y otros dioses en la Auanda, el cielo purépecha, o el Uarhicho, lugar a donde van a vivir los que mueren. El hombre, se sabe, convivía en armonía con la naturaleza, realizaba la voluntad de los
dioses y platicaba con los abuelos y parientes que residían en la otra vida. No está por demás decir que para las comunidades indígenas esta festividad rebasa con mucho el rango de estos dos días, pues tanto en su preparación como en la realización de la Fiesta de Ánimas propiamente dicha, la medida del tiempo es otra; sin embargo, se acata la disposición que señalan los nuevos calendarios. Para la cosmovisión indígena, y purépecha en particular, el mito forma parte esencial del conjunto
de argumentos explicativos que posibilitan la comprensión del pasado, del presente y del mundo mismo. Gracias al mito, el hombre se explica el por qué de sus ritos y puede entonces dar voz a los símbolos. Lo común es que se haga fiesta grande a quienes fallecieron en el año inmediato. En la casa donde se espera a alguien se prepara con anticipación lo necesario para la ocasión, siendo factor fundamental la comida, ya que ésta será suficientemente abundante para ofrecer a todo el que llegue a ofrendar; son usuales, entre otros, el pozole y los tamales de carne, como platillos principales. Desde la noche del día 31 de octubre empiezan a regresar los angelitos, es decir, las ánimas de las niñas y niños, aunque también se considera angelitos a quienes fallecieron sin haber contraído matrimonio. A la media noche del 1º de noviembre dejan de llegar los angelitos y es el turno de las ánimas de los mayores, a ellos se les espera hasta la medianoche del día 2. Aparentemente la ofrenda no es más que un recipiente con chayotes, plátanos, guayabas, nísperos, mazorcas, velas y pan cubiertos con una servilleta que las personas llevan, ya sea al panteón para colocarlo en la tumba del ánima que esperan o en el altar que se ha dispuesto en una casa con el mismo fin. Sin embargo, en tanto que entran en juego valores y características específicas que la cultura originaria aporta, no es fácil para el visitante común entender que un chayote, una mazorca, una flor, un cigarro, tengan tal valor que merezcan ser ofrecidos en una fiesta de tan particular relevancia. Hay que entender que existen culturas que asignan un valor especial a aquello que sembraron, cultivaron, cuidaron, y como resultado de ese esfuerzo, la naturaleza corresponde con frutos y productos que, entonces sí, son dignos de ser ofrecidos, y esa es la ofrenda de ánimas, algo que no sólo vale por lo que es, sino por el valor que representa tanto para el que ofrece como para el que recibe. Y en este caso particular se ofrecen alimentos que son sustento de vivos, de dioses y de ánimas.
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LA FLOR DE CEMPASÚCHIL honra a los muertos REDACCIÓN Famosa por su intenso color amarillo y por su tradicional uso para honrar a los difuntos en el Día de Muertos, el cempasúchil es un ícono de nuestro país en el mundo. Conocida sobre todo por ser uno de los adornos más populares en las tumbas y ofrendas de Día de Muertos, la también llamada flor de 20 pétalos (por sus raíces en lengua náhuatl cempoal, 20; xochitl, flor) sólo florece después de la época de lluvias. Por esta razón se ha convertido, con las calaveritas de azúcar y el pan de muerto, en uno de los íconos de las fiestas de muertos (celebradas en México durante los días 1 y 2 de noviembre). De color amarillo intenso, el tallo del cempasúchil puede llegar a medir hasta un metro de altura, mientras que sus botones pueden alcanzar los cinco centímetros de diámetro. Por ello, los mexicas, durante la época prehispánica, la eligieron para tupir con cientos de ejemplares los altares, ofrendas y entierros dedicados a sus muertos. Esta hermosa tradición se mantiene hasta nuestros días, cuando podemos admirarla convertida en una de las protagonistas de nuestro Día de Muertos. Aparte de su función decorativa, el cempasúchil –flor conocida en Estados Unidos como mary gold-, también ha sido aprovecha-
da para fabricar insecticidas y ciertos medicamentos que nos recuerdan el uso que nuestros antepasados le dieron como parte integral de su medicina tradicional. Podemos mencionar que esta hermosa flor ha sido una aliada de los seres humanos para aplacar los cólicos estomacales, pues es sabido que un té preparado con los botones y tallos de esta flor puede hacer maravillas por bien del vientre. Así pues, la flor de cempasúchil no es sólo un deleite a la vista, sino también uno de los ele-
mentos más representativos de una tradicional festividad mexicana que cautiva y llama la atención en el mundo entero. Otras flores comunes en las ofrendas y muy presentes durante la celebración del Día de Muertos son la nube y la mano o manita de león, que es una flor de singular belleza y de un tono rojo intenso o guinda que aparenta ser de terciopelo, por lo que es una de las preferidas de muchos mexicanos y, con la cempasúchil, es las más solicitada para adornar una ofrenda o una tumba.
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25 AÑOS de Acordes Cromáticos REDACCIÓN La belleza arquitectónica del Centro Cultural Clavijero es el escenario perfecto para que la música y las artes visuales se fusionen nuevamente en la exposición 25 años de acordes cromáticos, que combina la pintura, la escultura y el grabado. Las obras de 29 artistas plásticos michoacanos que fueron convocados en el marco del XXV Festival de Música de Morelia, podrán ser disfrutadas por los asistentes en la sala 3 de este importante recinto cultural. La noche del martes pasado se abrieron las puertas de la exposición colectiva con la que arrancaron las actividades paralelas al XXV FMM. A la ceremonia inaugural se dieron cita Daniel Hernández Damota, subsecretario de Promoción -en representación del Secretario de Turismo estatal, Roberto Monroy; Adrián Rentería, jefe del Departamento de Artes Visuales de la Secretaría de Cultura de Michoacán; Carlos García, director de Turismo Municipal; Alejandro Rosales, director del Centro Cultural Clavijero; la coordinadora de esta exposición, Azucena Solórzano, y Verónica Bernal Vargas, directora general del FMM, quien dio la bienvenida a los asistentes y agradeció la participación de los artistas que, inspirados en obras que forman parte del programa de este año, crearon una pieza única que no sólo se ve, sino también se escucha auxiliados con un reproductor y auriculares. Desde ese día hasta el 30 de noviembre encontraremos las obras de pintores, escultores y grabadores, entre ellos, Luis Palomares, Ana Pellicer, Ivette Ceja, Juan Torres, Kali Ferreira, Rodrigo Treviño, Rocío Andaluz, Ángel Pahuamba, Prisciliano Jiménez, Derli Romero, Janitzio Rangel, Marcela Ramírez, Rafa Flores y Rubén Chuela. Algunos de ellos estuvieron presentes en la inauguración y se mostraron emocionados y satisfechos por el resultado, por la excelente organización y el trabajo en conjunto como muestra de que en Michoacán, el trabajo
Azucena Solórzano,coordinadora de la exposición , Verónica Bernal Vargas, directora general del FMM, agradecieron a los artistas que forman parte de la exposición, creando piezas únicas que no sólo se ven, sino también se escuchan.
La pintura y la música se unen para deleitarnos en la apreciación del arte.
conjunto puede multiplicarse en acciones que, en este caso, enriquecen el alma. «Fue una pieza tranquila y melódica que se tradujo en trazos llenos de fantasía y espiritualidad, con momentos altisonantes que lo llevaron a componer una sinfonía de trazos y colores. Fue una oportunidad de escuchar una pieza contemporánea y de conocer más de cerca de la vida de este músico», comentó Luis Palomares, quien tuvo como fuente de inspiración a Schubert. La escultura de Ana Pellicer que se encuentra en el centro de
la sala representa una flauta de cobre con motivos característicos de esta artista, sus piezas únicas nos evocan siempre a la imaginación y en este caso, la Sinfonía número 9 en Re mayor, de Mozart, fue materializada en una escultura de gran formato. Otra de las esculturas que cabe resaltar es la de Ivette Ceja, quien nos comentó que la conexión con la pieza El Chueco, de Miguel Bernal Jiménez, fue instantánea. «Se trata de la historia de un muchacho del que se burlan muchos de sus amigos por el hecho de que él no tiene la movilidad como
ellos; toda esta historia y la melodía de Miguel Bernal Jimenez conjuntaron una serie de referencias a partir de las cuales pude establecer una conexión con la escultura. La pieza tiene mucho movimiento, tratando un poco de evocar esa imagen de El Chueco en esas ondulaciones que tiene la pieza». A partir de ahora, la música y las artes plásticas tendrán un punto de encuentro, una experiencia que todos podremos vivir en la sala 3 del Centro Cultural Clavijero.
MORELIA, MICHOACÁN, 1 DE NOVIEMBRE DE 2013