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La perplejidad transfigurada: una lectura de Luis A. Crespo. Gabriel J. Emán
Poesía La perplejidad transfigurada: una lectura de Luis Alberto Crespo
El verbo magro de Luis Alberto Crespo expresa una contingencia del existir, hace un recuento incisivo de la interioridad humana frente a un paisaje solar, donde los elementos de ese paisaje ofrecen los signos de un existir velado, oculto entre los intersticios del cielo y los árboles, los cujíes, los dividives, las nubes, las tunas, las lagartijas, las cabras, los pájaros, los seres humanos en medio de las grandes sabanas peladas.
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El demiurgo se acerca a ese paisaje de modo recatado, no dispone de una retórica literaria preconcebida desde lo occidental, sino que elige determinados elementos de ese paisaje para realizar -con ellos y desde ellos- una indagación existencial, mediante versos que pueden ser preguntas, vocablos que son como instrumentos incisivos, como dardos que intervienen ese entorno tratando de encontrar en él elementos nuevos, otros signos que le permitan establecer desde ellos una suerte de ontología, valiéndose de distintas formas de conocimiento sensible. En este sentido, la poesía de Crespo se pudiera considerar una indagación en esa íntima desmesura (como el mismo la define en el título de uno de sus libros), una mismidad que se recoge dentro de los límites del cuerpo, y luego se expande por los sentimientos y los pensamientos de quien lee.
Aquella estación del verano dilatado que le permitió dar nombre a su primer libro, apunta hacia este sentido, hacia la intensa canícula donde acaece esta larga inquisición sobre el ser que constituye su propuesta. Rayas de lagartija y Costumbre de sequía no hacen sino enfatizar sobre esta condición mediante el dispositivo verbal más visible de la poesía de Crespo: la magritud. Pero esta magritud no es necesariamente visceral o deliberadamente impuesta, sino que se dirige de modo natural a la otredad, como bien han observado algunos de sus comentaristas. En esta otredad tendría cabida una emoción que no siempre se mueve en planos simultáneos de necesaria ambigüedad: mientras busca eso otro, desea borrar cosas y momentos a su paso, en un doble movimiento de lo anímico. En el poema “Semejanza” advertimos algo de ello:
Gabriel Jiménez Emán
“Me recorre la cerca su alambre de mujer y la palabra broza que tiene su olor El trazo del rastro sobre la hierba es rojo Juntos nos turbamos con un puñado de tierra como única ansia.”
O construye una poética de la fugacidad en el texto “Hacia”:
“Para alcanzarte piensa en la puerta batiente usa el lado más tenso el de tu herida ajena y si llegaras al fin construye tu aislamiento en el último lugar de ti la entrañada desmesura.”
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La íntima desmesura (2003). Mientras, en otro texto del mismo libro apreciamos la condición asomada al principio, relativa al verano como estación solar definitoria del topos del poeta, cuando escribe en “Verano por dentro”:
“No estás pero me dices que te perdone Tu mano me inventa como si fueras una ciega Te apoyas en mí te abandonas como el que toma un puñado de polvo antes de silenciarlo Sí debes ser tú y no lo sabes Es marzo Lo que calcina también transfigura.”
Esta perplejidad transfigurada también puede dar lugar a imágenes sorprendentes por su nitides visual, como las que se observan en el libro La misma vez (2013), en el poema “No sé”:
Una caravana de cabras blancas pasa por mi sueño Las pastoreo en un dibujo de tiza Debo llevarlas hasta donde queda el mediodía ese pueblo quemado De regreso trazo una línea de carbón para que no se me vacíen los ojos de verano Abro la ventana Una gran tiniebla la cubre Desde entonces me encandila.
El poeta interroga al paisaje, y el paisaje le interroga. Y en esa doble interrogación acaece el milagro: las palabras se vuelven paisaje y ese paisaje queda, a su vez, anidado en el pasado, un pasado que le observa y le promete, acaso, un reencuentro más allá del respiro de esta vida en aquello otro que hemos dado en llamar muerte. Crespo ha eludido deliberadamente en su poesía a los movimientos de la vanguardia europea, y se ha acercado más a las voces de lo americano raigal (Ramón Palomares, Juan Rulfo, Vicente Gerbasi, por ejemplo), a poéticas más despejadas y desnudas. Sus fantasmas son los nuestros, no los románticos o los góticos. Creo que ha logrado una poética muy propia con un lenguaje muy suyo, personal y elusivo, cuya transparencia es ilusoria: al desnudarse frente a nosotros nos deja perplejos, y al develar sus misterios frente a nuestros ojos nos deja sembrados en un nuevo misterio: el de existir frente a un inmenso solar de esa tierra larense que le observa, y de la que seguramente es un intérprete privilegiado. ◙