EL NIÑO DEL DINERO - SUEÑOS DE FAMILIA (para alumnos entre los 10 y los 14 años)

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El Niño del Dinero

Sueños de Familia


Reinaldo Domingos

El Niño del Dinero

Sueños de Familia

Adaptación Infantil: Simone Paulino Ilustraciones: Ariel Fajtlowicz


Índice

Copyright © by Reinaldo Domingos Dirección editorial Simone Paulino Dirección de arte Rodrigo Rodrigues

Un niño que sabe lo que quiere ...................... 7

Ilustraciones Ariel Fajtlowicz

El cerdito rojo ..................................................... 11

Producción editorial Renata de Sá

Un cumpleaños muy especial ......................... 15

Diagramación Graziela Souza

Un día sí, otro no ............................................... 21

Revisión Assertiva Produções Editoriais Daniel Febba

Todos los derechos de esta edición están reservados a DSOP Educação Financeira.

Esperar es tener paciencia .............................. 25

Av. Paulista, 726 - Cj. 1210 - Bela Vista

La excelente idea ............................................... 29

Traducción Pablo Luis Gallego Totera Impresión y acabado Intergraf Indústria Gráfica LTDA

CEP 01310-910 - São Paulo - SP Tel.: 11 3177-7800 | Fax: 11 3177-7803 www.dsop.com.br

Una lección de hijo a padre ............................. 35 Preguntas sin respuestas ................................ 41 Consejo de hijo ................................................... 47 Nada como un día tras otro ............................ 51 El tintineo tan esperado .................................. 55


Reinaldo Domingos

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Un niño que sabe lo que quiere En una apacible y lejana ciudad llamada Casa Blanca, nació el Niño de esta historia. Cuando vino al mundo, él medía mucho, era flacucho y tenía ictericia, esa enfermedad que deja al niño todo amarillo. En los primeros meses de vida, lloraba mucho. Más de lo que los niños recién nacidos lloran normalmente, como si, ya desde bebé, quisiera decirle al mundo a qué vino. Cierta vez, cuando ya había agotado todos los intentos de calmarlo, la madre del Niño escuchó el consejo de la abuela: – Me parece que este niño está con hambre. ¿Por qué no le preparas una mamadera para ver si para de llorar? Hasta aquel momento, el Niño nunca había tomado la mamadera. Se alimentaba solamente con la leche de la mamá, como es normal en los bebés. Pero, la prueba de la mamadera fue infalible. ¡El Niño la tomó entera y durmió, casi, 24 horas seguidas! Al principio la madre se inquietó, pero, cuando miraba al niño y notaba su respiración tranquila y su sueño calmo, toda la preocupación se iba.

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– ¡Gracias a Dios! Creo que todo lo que quería era leche. Pero, ¡este niño va a ser

pasaba con su madre en la casa de las clientes. Se quedaba siempre en un

muy listo! ¡Tan pronto y ya encontró una forma de conseguir lo que quiere! –

rincón, oyendo el crujido de las bolsitas de las bisuterías y el alboroto que las

dijo la madre, orgullosa.

vecinas hacían cuando doña Previsión llegaba con las encomiendas. Sin contar

Los primeros años de vida del Niño transcurrieron sin muchas aventuras o sobresaltos. Creció jugando en el patio de su casa, juntando piedritas y hojas de

la mezcla de olores cuando ellas probaban los perfumes y colonias que la madre vendía.

diversos tamaños y colores, observando el trabajo de los insectos en el suelo y

En esas idas y vueltas a las casas de las clientas, el Niño le pedía a su madre que

los dibujos que las nubes hacían en el cielo, siempre bajo la atenta mirada de

le comprara caramelos y helados en el camino. Ella le respondía que, si él se

la madre.

portaba bien, entonces podría elegir entre caramelos o helados:

Como el padre salía muy temprano para trabajar, el Niño casi no lo veía durante

– Precisas aprender a elegir, hijo mío. En esta vida, casi nunca podemos tener

el día. El padre del Niño se llamaba Desprevenido y trabajaba en un ferrocarril,

todo al mismo tiempo.

conduciendo vagones que iban de un lado a otro, cargando todo tipo de mercaderías. Los vagones salían de la ciudad llenos y volvían vacíos o viceversa. Todos los días. Siempre a la misma hora. Al Niño le gustaba oír el pitido de los trenes cuando caía la tarde, señal de que su padre no tardaría en llegar. Pero, cuando entraba en casa, don Desprevenido

El Niño escuchaba, pensaba en lo que su madre le decía, pero no conseguía entender exactamente por qué no podía comer caramelos y helados el mismo día, ¡estaba muy bueno! Casi siempre, al volver a casa, doña Previsión separaba moneditas de diferentes

estaba siempre cansado y desanimado, sin disposición para jugar con su hijo.

tamaños y colores y las ponía en la mano del Niño. El dueño del quiosco

El Niño lo escuchaba reclamar que la vida estaba muy difícil, pero no sabía

preguntándole:

muy bien lo que eso significaba. Claro, para él, los días eran casi todos iguales:

y el heladero ya sabían. Cuando el Niño se acercaba ya se adelantaban

dormir, comer, jugar y soñar.

– Y entonces, Niño, qué vas a querer hoy: ¿caramelos o helado?

Sí... ¡porque el Niño soñaba mucho! Desde muy, muy pequeño, siempre andaba

Cuando la tarde estaba agradable y soleada, con el viento soplando despacito

con la cabecita llena de historias, preguntas y sueños.

entre los árboles, al Niño le entraba una duda terrible, porque su deseo era

A pesar de que no pasaba mucho tiempo con su padre y de que no tenía

de rocío llegaban a cristalizarse sobre el follaje, la decisión era más fácil: tenía

hermanos, el Niño no se sentía solo. Él tenía la constante compañía de su

tener las dos cosas al mismo tiempo. Sólo en los días fríos, cuando las gotitas que conformarse con los caramelos, ¡porque su madre de ninguna manera lo

madre. Ella lo cuidaba todo el día y no lo dejaba solo por nada del mundo.

dejaba tomar helado!

Aun cuando iba a visitar a las clientas, de puerta en puerta, para vender sus

Pero, cualquiera que fuera su elección, el Niño volvía a casa muy feliz, pensando

bisuterías y perfumes, doña Previsión llevaba a su hijo. El Niño se maravillaba con aquel espectáculo de colores y brillos que acompañaba las tardes que

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en lo valiosas que eran aquellas moneditas, ya que podía cambiarlas por cosas tan ricas como helados y caramelos.

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El cerdito rojo El día que cumplía 5 años, el Niño ya se iba preparando para hacerle a su madre el pedido de siempre: – Mamá, ya que hoy es mi cumpleaños, es día que me regales caramelos y helados. Ese es nuestro trato... Pero doña Previsión ni siquiera lo dejó terminar de hablar: – Hoy es un día muy especial y te voy a dar un regalo mucho más importante que caramelos y helados – le dijo, sacando de la cartera un paquetito redondo y dándoselo al hijo. Rápidamente, el Niño rompió el papel que lo envolvía y se quedó perplejo y también bastante confundido al ver un cerdito rojo con una ranura en la espalda. – ¿Qué es esto, mamá? ¿Un cerdito rajado? – preguntó, dando vuelta el cerdito cabeza abajo.

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– Es una alcancía, hijo. Es tu regalo de cumpleaños. Ahora que ya tienes 5 años,

Cuando volvió junto a la madre, cabizbajo y con el helado todavía sin tomar, el

precisas aprender una importante lección, que te servirá para toda la vida.

Niño fue sorprendido por la mano extendida de doña Previsión, que le daba el

El Niño se quedó mirando a la madre, esperando que ella continuara con la explicación. Pero ella se puso a caminar, pensativa y silenciosa, hasta

resto de las monedas. Por un momento, él pensó que la madre había cambiado de idea, pero, antes que él completara el pensamiento, ella le aclaró: – Estas monedas son para que tú puedas realizar otros deseos en el futuro.

que concluyó: – La lección completa la sabrás cuando volvamos de nuestras visitas a las

Guárdalas en tu alcancía y déjalas hasta juntar un montón de monedas. Con miedo de que el helado se derritiera, el Niño agarró rápidamente

clientas, ¿de acuerdo? El Niño asintió con la cabeza y continuó su marcha al lado de su madre, cargando el cerdito en la mano y pensando qué cosa, tan importante, podría enseñarle un cerdito.

las moneditas y las metió en el bolsillo. Después de tomar el helado, fue colocándolas una por una en la alcancía. A medida que las moneditas se iban juntando dentro del cerdito, hacían un ruido muy divertido, como si estuvieran contentas por estar allí. Con eso, el Niño se sintió mejor. Miró a la madre y le

Volviendo a casa, divisando de lejos a los muchachos del quiosco y de la heladería, el Niño se puso frente a la madre y le dijo: – Pero hoy vas a comprar mis caramelos y mi helado, ¿no es cierto mamá? Por

agradeció, aún sin comprender plenamente el objetivo de todo aquello. Doña Previsión, que era una madre muy dedicada y protectora, siempre le decía a su hijo:

favor, ¡hoy es mi cumpleaños! ¡Cómpramelos!

– Confía en mí. Todo lo que te digo es para tu bien.

Doña Previsión paró y, mientras abría el monedero de donde siempre sacaba

Escuchando a la madre hablar tan cariñosamente, el Niño resolvió confiar en su

las moneditas para los caramelos y el helado del Niño, le dijo:

consejo; y, de a poco, notó que la alegría volvía a su corazoncito, mientras oía el

– Hijo, hoy vamos a empezar una nueva etapa en tu vida, que será muy importante para tu futuro. Aquí están tus monedas. Ellas son suficientes para

tintineo de las monedas dentro del cerdito rojo. Alguna cosa le decía que aquel ruidito agradable anunciaba el comienzo de muchas alegrías en su vida.

comprar caramelos y un helado, pero quiero que hagas una elección: vas a comprar los caramelos o el helado. ¿Qué te parece? El Niño miró a su madre desilusionado, sin entender porqué ella le sacaba algo que le gustaba tanto, justo el día de su cumpleaños. Como la madre insistió, el Niño se decidió por el helado. Él recibió de las manos de su madre unas pocas monedas, solamente para el helado, y se quedó un poco triste mientras miraba los caramelos en el quiosco al lado.

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Un cumpleaños muy especial Después de aquel día, el Niño empezó a guardar varias moneditas en su alcancía, que cada día estaba más pesada. A medida que el tiempo pasaba, él notó que su madre también tenía el hábito de guardar dinero: no monedas, sino uno o dos billetitos que recibía. La “alcancía” de ella era un tarro igual al de guardar arroz, que estaba bien alto, encima del armario. Durante todo su quinto año de vida, el Niño hizo exactamente lo que doña Previsión le había recomendado: cada tarde, después de acompañar a su madre a la casa de las clientas, él ponía algunas monedas en su alcancía. A partir de un cierto momento, ese ruidito agradable de las monedas tintineando en la alcancía fue disminuyendo. Al mismo tiempo, el cerdito estaba cada vez más pesado y difícil de cargar. De vez en cuando, el Niño le preguntaba a su madre: – Mamá, cuándo ya no entren más monedas en la alcancía, ¿qué voy a hacer? – ¡Vamos a esperar que eso pase y entonces veremos!

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Y siempre decía eso, cada vez que el Niño volvía a tocar en ese asunto. Y así pasaron los doce meses. Y, como ya era de esperar, llegó el momento en que ya no había forma de colocar ni una única monedita más en la alcancía del Niño.

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Al final del recuento, la mesa estaba repleta de torres de monedas de varios tamaños y colores. Después de arrastrar pilas de monedas de aquí para allá, doña Previsión dijo: – Hijo, aquí tienes diecinueve pilas de monedas. Ahora, piensa en un deseo que

El día en que el hijo cumplía 6 años, la madre lo llamó, le pidió que trajera el cerdito rojo y que se sentara a la mesa con ella, porque precisaban tener una nueva charla. Ella empezó diciendo:

te gustaría realizar con ellas. El Niño se imaginó con los bolsillos llenos de caramelos y con un helado en cada mano.

– Hijo, en primer lugar, quiero darte mis felicitaciones por haber cumplido lo combinado, siempre guardando algunas moneditas de aquellas que yo te daba. El Niño se puso muy feliz por haber dejado a su madre orgullosa y escuchó con mucha atención lo que ella continuó diciendo: – Como tú mismo me vienes diciendo, tu cerdito ya está bien rechoncho. Llegó la hora de saber cuánto has conseguido guardar en todo este tiempo. Entonces la madre agarró un martillo, de aquellos para ablandar la carne y, sin pestañar, le dio un martillazo en la cabeza del cerdito rojo, que se hizo añicos sobre la mesa en decenas de pedacitos. El Niño se llevó un tremendo susto y le dio mucha pena ver el cerdito, allí, delante suyo, todo roto. Pero, al mismo tiempo, asombrado por la enorme

– Mamá, me gustaría tener una bolsa llena de caramelos y dos helados – dijo, sin saber cuál sería la reacción de ella. – Está bien – respondió ella, separando dos pilas de monedas y acercándoselas al Niño. – ¿Y qué más? – le preguntó doña Previsión, mirando fijamente al hijo. Los ojos del Niño brillaron ante la pregunta inesperada y estupenda: – Entonces, ¿quieres decir que puedo pedir algo más? – preguntó, ansioso. – Claro. ¿Qué tal un juguete? – sugirió ella. – ¿Puedo comprar un balón de fútbol? – preguntó el Niño.

cantidad de monedas que estaban dentro de él y que se desparramaron por

– Por supuesto – dijo ella, separando algunas pilas de monedas más y

toda la mesa y el suelo.

arrimándolas bien cerca de él.

– ¡No lo puedo creer, mamá! ¡Cuántas monedas! ¡No sabía que había guardado

El Niño se entusiasmó y, notando que había muchas pilas más sobre la

tantas! Por aquel entonces, el Niño todavía no sabía contar. Por eso, doña

mesa, arriesgó:

Previsión coordinó con su hijo una forma divertida de separar las monedas, dividiéndolas por tamaño y color. Al Niño le encantó el juego. Él separaba las monedas y la madre contaba y formaba pilas de diez de cada tipo.

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– Mamá, ¿también puedo tener un autito? Doña Previsión miró al Niño y le dijo, tiernamente:

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– Hijo, ¿te acuerdas lo que te decía antes de empezar a guardar las moneditas? El Niño negó con la cabeza, un poco avergonzado, porque conocía muy bien aquel tono de voz de su madre.

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Aquella noche, el Niño casi no consiguió dormir de tanta alegría. Aquel cumpleaños había sido muy especial. Y se fue quedando dormido mientras pensaba en todos los sueños que podría realizar si consiguiera siempre guardar sus moneditas.

– Precisas aprender a elegir, hijo mío. En esta vida casi nunca podemos tener todo al mismo tiempo. Inmediatamente, el Niño recordó lo que la madre decía, y cuando estaba por disculparse, la madre agregó. – Además de aprender a elegir, hijo, precisas tener paciencia y dar tiempo para que las cosas se realicen. Cuando crezcas un poquito más, vas a entender mejor esto que hoy te estoy diciendo. Y, antes que el Niño se pusiera triste, ella se levantó, buscó el tarro donde guardaba los billetitos que las clientas le daban, sacó de allí un paquete envuelto en papel de regalo y se lo dio al hijo. Cuando el Niño rompió el papel, apareció una inmensa sonrisa. El regalo de la madre era otro cerdito azul, un poco más grande que el anterior. – Ahora que ya has hecho tus elecciones, recoge el resto de las monedas y colócalas en este nuevo cerdito. Así, él se llenará todavía más rápido y entonces podrás realizar otros deseos. El Niño estaba super feliz y, volando, puso las monedas de vuelta en la nueva alcancía. Enseguida, el ruidito volvió, así como la alegría del Niño. Después de limpiar el lío dejado por el cerdito roto, doña Previsión le pidió que guardara el cerdito nuevo en el dormitorio y que se arreglara para ir a comprar caramelos, helados y un balón de fútbol.

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Un día sí, otro no El tiempo fue pasando, y el Niño cada día estaba más entusiasmado con aquel juego de guardar sus moneditas. Cuando pensaba en lo que podría comprar cuando el cerdito estuviera lleno, hasta perdía las ganas de comer caramelos y helados. Un día, cuando volvía a casa, doña Previsión le dio las moneditas de siempre para que el hijo comprara sus golosinas. ¨Pero, al pasar por el quiosco, el Niño no paró. Al dueño del quiosco le llamó la atención la actitud del Niño y le preguntó a doña Previsión si pasaba algo con él. – Que yo sepa, no – respondió, mirando al hijo también un poco asombrada. Algunos metros más adelante, ella le preguntó al Niño: – Hijo, ¿por qué no quisiste comprar los caramelos hoy?

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– Es que, en vez de gastar todos los días mis moneditas, decidí que voy a

Solamente el padre del Niño continuaba triste y callado, repitiendo siempre que

comprar caramelos un día sí y otro no. Así, mi alcancía se llenará todavía

la vida estaba cada día más difícil.

más rápido.

El Niño imaginó lo bueno que sería si el padre también fuera alegre y confiado

¡Doña Previsión no podía creer lo que estaba escuchando! El hijo la había

como doña Previsión. Fue entonces cuando tuvo una excelente idea...

sorprendido con aquella actitud tan madura para su edad. – Muy bien, hijo, comer caramelos todos los días no es bueno para tu salud. Cuanto menos tonterías comas, mejor será para tu crecimiento – dijo ella, abrazándolo. – Veo también que estás aprendiendo muy rápido la importancia de saber guardar una parte de lo que ganas para realizar tus sueños. Si continuas a este ritmo, dentro de muy poquito, serás tú quien me va a enseñar cosas. Ante el elogio de la madre, el Niño no cabía en sí de alegría, porque para él, doña Previsión era la mujer más inteligente del mundo. Claro, todo lo que él sabía lo había aprendido de ella. Imagina su alegría cuando la madre le dijo que un día él podría enseñarle cosas. El Niño caminaba por la calle como si estuviera volando en un globo o caminando sobre las nubes. Aquella sensación le despertó un pensamiento que nunca antes había tenido... Él empezó a notar que ese juego de guardar moneditas sólo le estaba trayendo cosas buenas. Él estaba feliz, la madre estaba feliz, y él siempre tenía una linda sensación cuando se acordaba de que sus moneditas estaban allí, al alcance de sus manos, y que con ellas podría realizar sus pequeños sueños. Bastaba con saber esperar, de la misma forma que su madre esperaba la época justa para cosechar las verduras que plantaba en el fondo del patio.

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Esperar y tener paciencia Como el Niño estaba empeñado en guardar sus moneditas, la alcancía azul se llenó rápidamente. Aún faltaban algunos meses para su próximo cumpleaños, y ya no cabía ni una monedita más en el cerdito. Cierto día, él mismo tomó la iniciativa y le dijo a su madre: – Mamá, me parece que llegó la hora de abrir mi alcancía de nuevo, porque ya no puedo guardar nada más dentro de ella. Doña Previsión, que era una mujer muy sabia, le dijo que tenía una idea mejor. Bastaba que él esperara hasta el próximo día. El Niño quiso saber en ese momento cuál era la idea de su madre, pero ella no le contó de ninguna forma. – Hijo, ya te dije y te repito: ¡precisas aprender a esperar! Todo a su tiempo! – ella le aclaró.

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Esperar y tener paciencia. Esas palabras parecían ser las que más le gustaban a doña Previsión. El Niño ya estaba acostumbrado a escucharla decir eso siempre. Y, como sabía que era difícil hacer que la madre se anticipe, él no veía otro remedio que no sea esperar hasta el día siguiente y tener paciencia.

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El Niño se avergonzó y no quiso contarle la idea a su madre: – No es nada. Entonces, si es así, tú también vas a tener que esperar hasta el día de mi cumpleaños para que te cuente. – ¡Entonces, está bien! – dijo doña Previsión, queriendo disimular la curiosidad.

Así, a la mañana siguiente, apenas se despertó, el Niño, mientras se refregaba los ojos, le preguntó a su madre cual era la idea que ella le iba a contar. Sin decir ni una palabra, doña Previsión fue hasta el cajón del armario y de allí sacó otro cerdito, esta vez blanco, un poco más grande que el azul, y le dijo: – Todavía falta un poco para tu próximo cumpleaños. Mientras tanto, ya puedes ir llenando este otro cerdito. Al Niño no le gustó mucho la idea de su madre. Lo que él quería, de verdad, era abrir de una vez por todas el cerdito que ya estaba lleno. – Pero, mamá, ¿hasta cuándo voy a estar llenando cerditos? Ya me has dado uno rojo, uno azul y ahora uno blanco. ¡Dentro de poco ya no va a haber más colores de cerditos para que me regales! Al oír esto, doña Previsión se quedó un poco triste. De cierta forma, ella sabía que el Niño tenía razón. Pero, en aquel momento, ella no tenía una respuesta mejor para darle: – Haz como te digo y te prometo que, en tu cumpleaños, empezaremos una nueva etapa. – ¡Pero así no va a pasar lo que yo quiero que pase! – contestó el Niño. La madre, ahora intrigada, le preguntó: – ¿Puedo saber qué es lo que tanto quieres que pase?

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La excelente idea Y, por fin, llegó el día tan esperado. En un viernes soleado, el Niño cumplió 6 años. Él ya no era el flacucho amarillento que era cuando nació. Se había vuelto un muchachito fuerte, con una sonrisa iluminada y los ojos bien abiertos. Doña Previsión lo miraba con admiración y alegría. Sentía orgullo de su carácter cariñoso y de la seguridad que el Niño adquiría día a día. Todo indicaba que Dios había escuchado sus ruegos. Porque doña Previsión le pedía mucho a Dios para que protegiera al Niño y le diera un futuro mejor que el que tenían ella y su marido. En cuanto terminó su desayuno, el Niño dijo: – Listo, mamá. Ahora que ya comí, ¿vamos a abrir mi cerdito? Doña Previsión ni siquiera tuvo tiempo de abrir la boca, pues el Niño ya había ido a su dormitorio y estaba volviendo con un cerdito en cada mano. – Muy bien. Pero, vamos a abrir apenas el cerdito azul, que está lleno. El otro continuará llenándose con las moneditas de siempre – dijo ella, ya con el martillito en la mano.

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El Niño asintió con la cabeza y enseguida vio a su segundo cerdito hecho

Esta vez, era doña Previsión quien no cabía en sí de la alegría. ¿Cuándo fue que

pedazos y la misma lluvia de monedas del año anterior.

este muchachito creció tanto, sin que ella lo notara?

Juntos, madre e hijo, hicieron pilas de monedas tal cual la vez pasada.

Ese pensamiento hizo recordarle que tenía una novedad muy importante que

Terminado el recuento, la madre hizo la pregunta por la cual el Niño había

venía guardando para contarle a su hijo. Limpiándose las lágrimas y tosiendo

esperado todo el año:

para recobrar la voz, ella dijo:

– Y entonces, hijo mío, ¿cuál es el deseo que quieres realizar este año? –

– Muy bien, hijo. Creo que tu actitud sirvió para mostrarme que llegó la hora de

preguntó, mientras esperaba la misma respuesta de caramelos, helados y

comenzar una nueva etapa. Dentro de algunos meses, irás a la escuela.

juguetes. Pero la sorpresa llegó cuando el Niño respondió: – ¿Escuela? – preguntó el Niño, medio asustado. – Quiero comprar un cerdito nuevo. ¡El más grande que logremos encontrar! – – Sí, hijo, a la escuela. Ya estás en edad. Además, creo que ya te he enseñado

dijo él con total convicción.

todo lo que podía. Eres un muchachito muy listo y aún precisas aprender – ¡Pensé que ya no querías saber nada de cerditos! Además, tu cerdito blanco

muchas cosas, que yo no estoy en condiciones de enseñarte.

todavía no está lleno... – dijo ella, un poco confundida. – ¡Claro que puedes, mamá! Todo lo que sé es porque tú me lo has enseñado. – Lo que pasa es que no es para mí, madre.

¡No preciso ninguna escuela! – dijo, escondiéndose debajo de la mesa.

– ¿Y para quién es, entonces? – le preguntó doña Previsión, con las manos en la

Doña Previsión también entró debajo de la mesa con el hijo y dijo:

cintura, muy intrigada. – Sabes, hijo, déjame decirte una cosa: uno cría a sus hijos para el mundo. Y el – Es para papá – respondió el Niño, ruborizado. – Quiero que él también pueda

mundo es mucho más grande que el patio de nuestra casa. Tu miedo es algo

realizar sus deseos. Quién sabe si así él estaría más feliz, como yo...

normal. Uno siempre le tiene un poco de miedo al cambio. Pero cambiar es

A doña Previsión se le llenaron los ojos de agua. ¡Qué cosa increíble estaba diciendo su Niño! Emocionada, ella lo abrazó durante un largo tiempo, antes de decirle:

necesario. Sin cambiar, sin enfrentar cosas nuevas, uno no crece. – ¡Sí que crezco, mamá! ¡Tú vives diciéndome que estoy cada día más grande! – Pero no es sólo de tamaño. Estoy hablando de un crecimiento interior. En

– Muy bien, querido, vamos a comprar el cerdito para tu papá. Pero, además,

el corazón y en la cabeza. Y la escuela es muy importante. En la escuela vas a

elige lo que quieras, ¡realmente te mereces un hermoso regalo!

hacer amigos, conocer a otras personas, aprender nuevos juegos, y todo eso es

– Tal vez un autito, mamá. Pero no quiero gastar todas mis moneditas, porque voy darle algunas a papá para que inaugure el cerdito de él – dijo el Niño, determinado.

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muy importante para que tengas una infancia saludable. No puedes pasar toda tu infancia conviviendo solo conmigo. Llegó la hora que

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encuentres otras compañías. Además, de la forma que a ti te gusta aprender, estoy segura que enseguida te va a gustar la idea de ir a la escuela. ¿Confías en mí? – preguntó la madre. El Niño miró a su madre y realmente sintió confianza. Por algún motivo que él desconocía, era como si su madre siempre tuviera razón. Él la abrazó, muy, muy fuerte y se quedó allí, sintiendo el perfume y la suavidad de su cuerpo durante varios minutos. Cuando se alejó, ya era el mismo muchachito de siempre y dijo: – Entonces, está bien, pero ahora vayamos a comprar el cerdito de mi papá. Quiero darle el regalo apenas llegue.

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Una lección de hijo a padre Cuando el pitido del tren sonó a lo lejos, el corazoncito del Niño se aceleró. Él sabía que dentro de un ratito, su padre estaría en casa y no veía la hora de entregarle el regalo. Ya estaba corriendo hacia la puerta cuando su madre lo paró: – Hijo, ¡calma! Espera que tu padre entre, se bañe y respire un poco. Cuando esté descansado, le das el regalo. Haz como te digo y no te vas a arrepentir. El Niño volvió desanimado al dormitorio, se sentó en el piso y allí se quedó, con el cerdito a su lado, esperando que su padre entre. Él pensó que aquella sería la espera más difícil de aguantar. Mucho más que la espera por el día de su cumpleaños. Para que pase el tiempo, el Niño se puso a imaginar lo que el padre podría querer cuando juntara sus moneditas. ¡Tal vez un sombrero nuevo, o un buen abrigo para los días más fríos, o a lo mejor botas nuevas!

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Era una tarea difícil para el Niño imaginar los deseos del padre, porque don Desprevenido casi no hablaba. Solo decía que la vida estaba muy difícil o cara. “Sí, de vez en cuando él dice que la vida está muy cara”, pensó el Niño. Además, el Niño no sabía si sombreros, abrigos y botas también podían ser cambiados por moneditas. Tal vez sólo podían ser cambiados por billetes, iguales a aquellos)que las clientas de su madre cambiaban por collares, aros y perfumes.

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A don Desprevenido le pareció rara la actitud del Niño y le preguntó: – ¿Qué es esto? ¡El cumpleaños es tuyo y soy yo el que recibe regalos! – Sí, papá – respondió el muchachito, con los ojos brillando. – Creo que este regalo te va a ayudar a ser mucho más feliz. ¡Ábrelo, dale, ábrelo! Don Desprevenido desenvolvió el paquete y se quedó mirando con cara de interrogación a doña Previsión, que se quedó quietita, queriendo ver hasta

Todo eso era todavía un misterio para el Niño. Cuando hacía muchas preguntas, la madre siempre decía la misma cosa: “Todo a su tiempo”. Pensándolo bien, tal vez era la hora de empezar a ir a la escuela. Quién sabe allí alguien pudiera aclarar esas dudas, que quedaban rondando en su cabeza como un pajarito alrededor del nido.

donde llegaba esta historia. – ¿Qué es lo que voy a hacer con este cerdito, hijo mío? – preguntó el padre, después de abrir el regalo. – Es así papá: siempre que tengas una monedita en el bolsillo, la guardas en el cerdito. Cuando pase bastante tiempo, la alcancía se va a llenar. Es entonces

El Niño se entretuvo tanto con esos pensamientos que no notó el tiempo pasando. Al rato, fue despertado por su madre, que lo llamaba desde el salón. El Niño miraba a su padre, sentado en el sofá, esperando que lo felicite por su cumpleaños. Como don Desprevenido no dijo nada, el muchachito le preguntó:

cuando rompes el cerdito, cuentas las monedas que hay dentro y eliges un deseo para realizar. Confundido y emocionado, don Desprevenido se quedó mirando al hijo y dijo: – Tu idea parece ser buena, hijo mío. Pero, no sobra nada de mi sueldo para que pueda guardar en la alcancía – dijo, haciendo el gesto de quien iba a devolverle

– Papá, ¿no te estás olvidando algo?

el cerdito.

Don Desprevenido puso cara de que no recordaba, pero enseguida dibujó una sonrisa medio amarilla y le dijo:

– ¿Sueldo? ¿Qué es sueldo, papá? – preguntó el Niño, a pesar que sabía que su padre no tenía mucha paciencia con las preguntas.

– No me olvidé de tu cumpleaños, hijo mío. Lo que sucede es que este día me

Don Desprevenido ya se estaba poniendo impaciente, pero miró a su hijo, que

pongo todavía más triste, porque no puedo darte un buen regalo. La vida está

estaba con los ojos desorbitados, esperando una respuesta, y acabó diciendo:

cada vez más cara, el dinero que gano no alcanza para nada. Si no fuera por la ayuda de tu madre, con algunas cositas que vende, sería mucho peor.

– El sueldo es el dinero que nos pagan, a fin de mes, por el trabajo que hacemos todos los días. Yo me levanto temprano y voy a trabajar justamente para ganar

El Niño notó que su padre estaba realmente triste y, para intentar alegrarlo, le

el dinero que mantiene nuestra casa. Es con el sueldo que compramos nuestra

entregó el paquetito que tenía escondido en la espalda.

comida, pagamos nuestras cuentas y todo lo que precisamos.

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El Niño casi saltaba de felicidad. Él no entendió muy bien lo que era el sueldo,

– Pero yo no tengo ningún sueño... – decía el padre justo cuando fue

pero se quedó muy contento porque aquella era la primera vez que su padre le

interrumpido por el llamado de doña Previsión, que ya los esperaba con la

enseñaba alguna cosa. Y dijo:

cena servida.

– Entonces, vamos a hacer así: mi mamá y yo, siempre que tengamos unas

El Niño quiso preguntarle a su padre como era posible que una persona no

monedas, vamos a dividirlas contigo. Yo coloco una monedita en mi alcancía y

tuviera ningún sueño, pero tenía miedo que él se enojara si le hacía otra

otra en la tuya. Cuando tú tengas, puedes guardarlas también; si no tienes, no

pregunta. Prefirió cenar tranquilo, pero su cabecita tenía ahora un nuevo

hay problema. Para empezar, toma estas moneditas aquí, que yo separé – dijo

enigma para intentar resolver.

el Niño, metiendo la mano en el bolsillo y entregándole las monedas a su padre. Don Desprevenido miró al Niño y dijo: – Hijo, tu gesto es muy lindo, pero no puedo aceptar que tú y tu madre sacrifiquen lo poco que tienen por mí. – Pero, papá, ¡tienes que llenar tu cerdito! – insistió el Niño. – Bueno, voy a pensarlo mejor, pero no quiero tus monedas. Voy a colocar la alcancía en la cabecera de la cama y, si puedo, coloco algunas monedas ahí. Vamos ver qué pasa. – Entendido, papá. Yo voy a cuidar tu cerdito hasta que esté bien gordito de moneditas – dijo el muchachito, más animado. Don Desprevenido, aunque conmovido con el regalo del hijo, parecía no entender muy bien para que serviría todo eso. – Y, ¿qué hago con las monedas cuando la alcancía esté llena? – quiso saber, mientras ubicaba al cerdito sobre la mesa de centro. – Como te dije, puedes realizar un sueño. Fue así que mamá me enseñó – respondió el Niño.

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Preguntas sin respuestas Al día siguiente, el Niño se despertó y corrió hacia el dormitorio del padre. Don Desprevenido ya había salido a trabajar, pero su alcancía estaba allí. Balanceando el cerdito de barro, el Niño notó que no había nada dentro. El frecuente tintinear de las moneditas, anunciando cosas buenas, estaba ausente. Triste por pensar que su idea no había tenido efecto, el Niño hizo lo que siempre hacía cuando algo le molestaba o desanimaba: fue a charlar con la madre, que estaba en el fondo del patio regando la huerta. – Mamá, ayer le regalé el cerdito a papá, pero él me dijo que no tiene monedas para ponerle. Él dijo que la vida está difícil y que no sobra nada de su sueldo. ¿Por qué papá se la pasa diciendo que la vida es tan difícil? – Hijo, la vida de un adulto, a veces, es un poco complicada, porque son muchas las responsabilidades cuando somos más grandes. Principalmente, cuando tenemos un hijo para criar – decía doña Previsión, mientras arrancaba unas hierbas salvajes que nacían entre las plantas de coliflor.

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Escuchando estas primeras palabras de la madre, al Niño se le hizo un nudo en la garganta por pensar que él era culpable por la tristeza del padre.

– Mamá, ¡esa es la mejor idea del mundo! ¿Por qué no le dices eso a papá? –

– Entonces, ¿quieres decir que mi papá está triste y la vida para él es difícil porque tiene un hijo? – preguntó el Niño, esperando ansiosamente la respuesta de su madre.

– Ya intenté convencerlo de eso varias veces, hijo, pero hasta hoy no lo

Doña Previsión enseguida se percató del cambio en la voz del Niño. Rápidamente, dejó la coliflor y las hierbas salvajes, para concentrarse mejor en

preguntó el Niño.

conseguí. La determinación tiene que partir de él – lamentó doña Previsión. – ¿Qué es determinación, madre? – ¿Te acuerdas cuando decidiste que ya no ibas a comer caramelos todos los

la charla.

días y que, en su lugar, ibas a guardar tus moneditas?

– ¡De ninguna manera, hijo querido! – dijo ella, limpiándose las manos llenas de tierra y mirando a su hijo. – Lo que quiero decir es que las personas como tu papá, a veces, se entristecen y pierden la esperanza, porque dejaron de soñar. Están siempre preocupadas con las necesidades de la vida y se olvidan de alimentar sus sueños...

– ¡Ajá! – respondió el Niño.

– ¡Fue eso lo que dijo papá anoche, mamá! Cuando le dije que él podía realizar un sueño con las moneditas, él me respondió que no tenía ningún sueño. Entonces yo estuve pensando: ¿cómo una persona puede vivir sin soñar? – dijo el Niño, con voz de asombro. – Pues es así, hijo mío, muchas veces las personas van dejando sus sueños por el camino y, cuando se dan cuenta, ya perdieron la capacidad de soñar... ¡Pero, siempre es tiempo de cambiar! – añadió la mujer, como si hablase consigo misma.

– Entonces... Aquel día, tomaste una determinación. El Niño se quedó callado, prestando mucha atención en lo que su madre decía: –Una determinación que me ayudó a realizar sueños, ¿no es así, mamá? – Sí, hijo mío. Pero eso depende de él. Por lo tanto, ve a jugar y deja de preocuparte con esas cosas, porque eres sólo un niño. La única cosa con la que tienes que ocupar tu cabecita, por ahora, son tus juegos y, a partir del año que viene, los estudios – dijo doña Previsión, cortando la charla. El Niño se sentó debajo de la palmera, en el fondo del patio, y se quedó recordando la larga charla que había tenido con su madre.

El Niño se quedó medio confundido, porque no conseguía entender exactamente lo que la madre estaba queriendo decir. Al percibir la angustia del hijo, doña Previsión cambió el tono de su voz y dijo:

Mientras miraba las hormigas cargando con dificultad las hojitas para dentro de

– Por ejemplo, tu papá dice que no tiene ninguna monedita para poner en la alcancía, pero gasta parte de su dinero en tonterías. Si él cambiara algunos hábitos, podría llenar el cerdito más rápido que ti – afirmó, mientras volvía a sus plantas.

De alguna forma, la imagen de las hormigas con las hojas en sus espaldas le

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sus hormigueros, pensó en su papá diciendo que la vida estaba cada vez más difícil.

hacía acordar a su padre cargando el vagón del tren. Pero las hormigas no parecían tristes, por lo contrario: daban la impresión de que estaban siempre alegres.

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– ¿Será que las hormigas también piensan que la vida es difícil, cargando hojas más grandes que ellas, de aquí para allá, todos los días? Cada día que pasaba, el Niño notaba que la vida estaba llena de preguntas sin respuestas. Pero, en aquel momento, la pregunta que más precisaba responder, cuanto antes, era como ayudar a su papá a volver a soñar y realizar sus sueños.

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Consejo de hijo Ya estaba atardeciendo y el Niño estaba ansioso, esperando la llegada de su papá. Asomado en la ventana, no sacaba los ojos del portón, hasta que advirtió a don Desprevenido caminando, todavía lejos. Su papá no parecía muy animado y el Niño prefirió esperar que él se bañara y cenara. Antes de dormir, el Niño fue hasta la terraza, donde el padre estaba sentado, con la mirada medio perdida. Tomó coraje y le preguntó: – Papá, ¿por qué no has puesto ninguna moneda en tu alcancía? – ¿Por qué esa pregunta ahora? – quiso saber el padre, intrigado. – Porque quiero que realices tus sueños – dijo el Niño. – Ya te he dicho que no sobra nada de dinero de mi sueldo para que pueda guardarlo en la alcancía... y, además, ya es hora que te vayas a acostar – cambió de asunto el padre. – ¿Puedo decirte una cosa más? – insistió el muchachito.

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– ¡Adelante! – respondió don Desprevenido, ya un poco impaciente. – Hoy hablé con mamá y ella me dijo que tú gastas una parte de tu dinero en tonterías... – dijo el Niño. – ¿Sí, y que tiene eso? – preguntó el padre. – Si tú no gastaras en esas cosas, podrías colocar esas monedas, todos los días, en tu cerdito – agregó el Niño. Por un momento, don Desprevenido quedó sin reacción, pero enseguida trató de cortar la charla: – Voy a pensar en el asunto, pero ahora es mejor que te vayas a la cama, porque ya es tarde – le ordenó. El Niño fue a su dormitorio pensando que la charla con su padre no había servido mucho. Sabía que, al día siguiente, sería necesario intentar de nuevo. Pero estaba decidido a ayudar a su padre, y esperaría el tiempo que fuera necesario para convencerlo. Al final, como decía doña Previsión, era sólo tener paciencia. Esperar y tener paciencia. Mientras tanto, don Desprevenido se puso a pensar en lo que el hijo le había dicho. Realmente, a veces, el desperdiciaba parte de su dinero en cosas sin importancia. Tal vez podía hacer algo para ahorrar. Precisaba pensar mejor en eso.

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Nada como un día tras otro El día amaneció, y el Niño se despertó feliz. En cuanto abrió los ojos, recordó otra frase que la madre solía decir: “Nada como un día tras otro, con una buena noche de sueño en el medio”. Era eso lo que el Niño sentía. De algún lugar, que él no sabía exactamente donde era, venía la sensación de que buenas novedades lo aguardaban. Él pasó el día sin muchos sobresaltos. Pasó buena parte del tiempo observando un pajarito que construía el nido para sus hijitos en lo alto de un árbol. Un poco antes del fin de la tarde, don Desprevenido llegó, tomando de sorpresa a todo el mundo, ya que era raro que volviera más temprano del trabajo. El Niño aprovechó la oportunidad para intentar volver al asunto del cerdito: – Papá, ¿te acuerdas lo que hablamos anoche? – ¿Qué cosa? – preguntó don Desprevenido. – De tu cerdito – insistió el muchachito. – ¡Ah, sí! ¿Qué tiene? – refunfuñó el padre. – Nada. Olvídalo – dijo el Niño, saliendo del salón con la cabeza baja.

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Doña Previsión vio la tristeza de su hijo y fue al dormitorio atrás de él. – Hijo, no te pongas así. Cuando tu padre llega cansado, no le gusta conversar. ¿Qué te parece si hablamos con él después de la cena? – aconsejó la madre. – ¿Será que va a servir de algo, madre? – cuestionó el muchachito. – No te olvides lo que te enseñé. Esperar y tener paciencia... – respondió ella. – Está bien, madre. No voy a abandonar – dijo el Niño. Un rato después, don Desprevenido estaba en la terraza nuevamente, y el Niño se acercó.

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gasto. Es difícil parar de hacer una cosa que hacemos todos los días, durante mucho tiempo – intentó justificarse el padre. – Ya sé, papá. Para mí también fue difícil dejar de comer caramelos todos los días. ¡Pero lo conseguí! Entonces tú también puedes intentarlo. Piensa en alguna cosa que, si no la tuvieras, no te haría mucha falta. Entonces paras de gastar en esa cosa y guardas las monedas que gastarías con aquello para realizar un sueño – insistió el muchachito. – Puedo intentarlo, pero no sé si lo voy a lograr – respondió el padre. – Puedes empezar como yo hice con los caramelos. Un día sí, otro no – sugirió el Niño.

– Papá, ¿podemos hablar ahora? – preguntó el muchachito, medio desconfiado. – Está bien, hijo. Lo voy a hacer, incluso porque estoy viendo que, si no hago por – Sí, hijo. ¿Sobre qué quieres hablar? – quiso saber don Desprevenido. – Sabes, papá, cuando era pequeño, me gustaba comprar caramelos todos los días. Era una manía que tenía – dijo el Niño. – Sí, ¿cuándo eras pequeño? – Don Desprevenido ya se imaginaba lo que el hijo le iba a pedir, pero dejó que él siguiera con el asunto. – Entonces, un día, mamá me regaló una alcancía, y yo empecé a poner las monedas dentro... Ahí, después, me gustó tanto eso de tener mis propias moneditas que las ganas de comprar caramelos todos los días se fueron... – Sí, ¿y qué tiene eso de raro? – murmuró el padre. – Entonces, papá... Es que el cerdito que te di continúa vacío. Si tomaras una determinación, ibas a tener varias monedas para colocar en la alcancía – concluyó el Niño.

lo menos un intento, no vas a parar, ¿no es así? – dijo el padre, dejando escapar casi una sonrisa. – Tienes razón, papá, ¡pero esto que te digo es para tu bien! – dijo el Niño, intentando imitar el tono de voz que su madre usaba cuando hablaba cosas de ese tipo. – ¡No me digas! Si sigues hablando tanto de eso, voy a empezar a llamarte el Niño del Dinero. ¿Qué te parece? Don Desprevenido no pudo contener una carcajada al ver a aquel pequeño dando consejos. Al Niño, por otro lado, le encantó la idea de que lo llame Niño del Dinero y le pareció extraordinario ver al padre riéndose de esa manera: desde que tenía memoria, nunca había visto a su padre reírse tanto. Al pensar en eso, el Niño sintió su corazoncito lleno de alegría y esperanza, porque alguna cosa le decía que ya nada sería

– Pero ya me acostumbré a ser de la forma que soy y a gastar de la manera que

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como antes.

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El tintineo tan esperado Algunas semanas después, el Niño se despertó con su madre al lado de la cama. Ella sonreía, mientras pasaba la mano cariñosamente sobre su cabeza. – ¿Qué pasa, mamá? ¿Qué cara de alegría es esa? – preguntó el muchachito mientras se desperezaba. – Vine a mostrarte una cosa, hijo – explicó doña Previsión. El Niño se levantó y, todavía refregándose los ojos, vio que la madre sostenía el cerdito del padre en las manos. Ella levantó la alcancía y la sacudió, despacito. Entonces, él escuchó el tintineo de algunas moneditas allí dentro. El Niño dio un brinco de felicidad. – ¡Lo conseguimos, mamá! Papá está intentando en serio – festejó. – Sí, hijo, he notado que, algunas noches, él llega del trabajo y coloca unas moneditas en la alcancía – contó la madre.

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– ¿Entonces, de verdad cambió? – quiso saber el Niño. – Bueno, por lo menos él está intentando cambiar – señaló la madre. – ¡Qué bueno! ¡Estoy tan feliz! Conseguí ayudar a mi papá. Ahora él va a poder pensar en los sueños que quiere realizar – vibró el muchachito. – ¿Recuerdas lo que te enseñé? ¡Todo a su tiempo! – mencionó doña Previsión. – Tienes razón, mamá. Siempre tienes razón – dijo el Niño. Al caer la noche, don Desprevenido llegó del trabajo y fue recibido por su hijo con alegría. – Papá, tu cerdito va a engordar, ¿eh? Dentro de poco, vas a poder realizar un sueño – dijo el Niño.

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– Hijo, hoy tu padre te matriculó en una excelente escuela, aquí en el barrio – ella reveló. – Dentro de muy, muy poco, empiezan las clases, y muchos de los sueños que pretendes realizar en la vida van a depender de tu empeño en aprender cada vez más – dijo, emocionada. Al ver la atención con la que el Niño escuchaba los consejos de la madre, don Desprevenido sintió unas ganas inmensas de decir algo más al hijo y añadió: – Ahí está, muchacho... Ese es un sueño que tengo: verte estudiando, aprendiendo y construyendo un futuro mejor que el mío y el de tu madre. Sólo que ese sueño ningún dinero en el mundo lo puede comprar: todo va a depender de ti, de tu dedicación, de tu empeño y de tu determinación. Escuchando todo esto que su padre decía, fue como si un nuevo mundo de posibilidades se abriera en la cabeza del Niño. El padre, con su simplicidad, le había enseñado una importante lección: que algunos sueños pueden ser

– Ah, es verdad. Pero vamos más despacio con eso, Niño del Dinero... Yo he puesto algunas monedas allí, pero no sé hasta cuando voy a conseguir continuar con esto – enfatizó el padre. – Y, ¿ya sabes qué es lo que vas a hacer cuando llegue la hora de romper el cerdito? – quiso saber el muchacho.

comprados, y otros, no. Aquella noche, el Niño oyó un tintineo diferente dentro de su corazoncito. Parecido al que hacían las moneditas dentro del cerdito, aunque más fuerte, más alto e inolvidable. El tintineo de la felicidad y de la confianza de que todos los sueños pueden ser realizados.

– Para decir la verdad, no tengo la menor idea. Hace tanto tiempo que no sobra dinero para nada, que ya me olvidé como es pensar en sueños – lamentó el padre. – No hay problema – dijo el Niño, confiado. – Hasta que tu cerdito esté lleno, con seguridad vas a tener algún sueño. Yo tengo tantos sueños que preciso una familia entera de cerditos para realizarlos todos. En aquel exacto momento, doña Previsión, que hasta entonces escuchaba todo lo que pasaba en silencio, intervino en la charla:

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Reinaldo Domingos

Autor

Reinaldo Domingos

www.reinaldodomingos.com.br Reinaldo Domingos nació en Casa Branca, interior de São Paulo. Hijo de padre ferroviario y madre autónoma, a los 12 años realizó el primero de sus muchos sueños: comprar una bicicleta. La estrategia adoptada en la época, la elección intuitiva de ahorrar un poquito cada mes de lo que ganaba como ayudante de vendedor ambulante para realizar su sueño, se convirtió en la base de aquello que luego vendría a ser la Metodología DSOP, una manera sencilla y eficaz de manejarse con el dinero, cambiando hábitos y realizando sueños.

Adaptación Infantil

Simone Paulino

www.simonepaulino.com.br Simone Paulino nació en el conurbano de São Paulo. Hija de padre y madre analfabetos, desde muy pequeña le llamó la atención el poder trasformador de la lectura y de la escritura, dedicándose de cuerpo y alma a los estudios y a los pocos libros que le llegaban a sus manos. Después de transformarse en una apasionada lectora, construyó toda su vida alrededor de los libros, recibiéndose de periodista, luego escritora y, más recientemente, Maestra en Teoría Literaria y Literatura Comparada por la Universidad de São Paulo (USP).

Ilustración

Ariel Fajtlowicz www.arifaj.com

Ariel Fajtlowicz nació en São Paulo. Apasionado por los dibujos desde la infancia, estudió en Quanta Academia de Artes y en Central San Martin School of Arts, en Londres, donde vivió y trabajó en la agencia Vivid Image. Actuó como diseñador gráfico y director de arte en varias agencias de publicidad de São Paulo. Acabó entregándose por completo al universo de las ilustraciones a partir del 2009, cuando empezó a trabajar de forma independiente, en su propio estudio.

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