Moodboard No. 2

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Directorio

M.CG. Darío D. Aguillón Gutiérrez Director

Lic. Edén Calvillo Martínez Secretaria Académica

Lic. Liliana Beatriz Carreras Banda Secretaria Administrativa

Moodboard No.2

Proyecto desarrollado por la Academia de Diseño Editorial de la Licenciatura en Diseño Gráfico

Docentes participantes:

M. CHDG. Raquel Torres Gutiérrez

LDG. Cecilia Guadalupe Salazar Treviño

LDG. Esmirna Estefanía Barrera Pérez

LAP. Carlos Mendoza Alemán

LDG. Ricardo Ríos Solís

LDG. Hernán Ruiz

Recopilación y edición de texto: Academia de Diseño Editorial Dirección de arte: Academia de Diseño Editorial Coordinación de producción: LDG. Cecilia G. Salazar Treviño

Los textos, ilustraciones y contenido creativo e intelectual son propiedad de sus autores.

Escuela de Artes Plásticas Prof. Rubén Herrera Universidad Autónoma de Coahuila, noviembre de 2022

Diseño Editorial

Veronica Vazquez Guerrero

Gustavo César De león Cantú

Jesús Ely Caballero Melgoza

José Isaí Juárez Vázquez

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CARTA EDITORIAL

Bienvenidxs al segundo número de Moodboard, la revista digital realizada por estudiantes y docentes de la Academia de Diseño Editorial e Ilustración de la Licenciatura en Diseño Gráfico. Este número da continuidad a la propuesta inicial de presentar textos, ilustraciones, portafolios, infografías y contenidos realizados por nuestra comunidad creativa, aun que con un enfoque muy distinto al número que le antecede. Explora desde el análisis y desde la imaginación un escenario a la vez fantástico y real, una enfermedad del futuro cuyos síntomas aparecen en el presente. Explora el fin del mundo, la decadencia global, el caos. Explora el apocalipsis. El mundo vive no solo un apocalipsis medioambiental sino también un apocalipsis social. Las teorías del desastre son cada vez más frecuentes, precisas y pesimistas. La sociedad del riesgo, término acuñado por el sociólogo Ulrich Beck, pre senta una evidente decadencia en muchos de sus ámbitos, que no debe constituir una causa de desmotivación o deses peranza, sino un reto para la mente y el espíritu creativo de diseñadorxs, artistas y todo aquel que viva de las ideas. Hoy la Escuela de Artes Plásticas opera sus programas edu cativos con una visión social, promoviendo proyectos cola borativos y multidisciplinarios que propongan soluciones a problemas reales de nuestro entorno local y global. Hoy no solo hablamos de problemas comerciales o estéticos, sino de problemas sociales que no han logrado resolverse desde la política, la economía u otras disciplinas. Contribuimos a la Agenda 2030, pues en nuestras aulas se analizan y discuten los Objetivos de Desarrollo Sostenible y se generan propues tas acordes a un plan de acción en beneficio del planeta y sus habitantes. Hoy más que nunca nos preguntamos si el dise ño y el arte tienen la capacidad de incidir en la resolución de los problemas que aquejan a la sociedad global. Estamos ple namente convencidos de que es hora de demostrarlo, desde las ideas, los métodos y las estrategias. Debemos avanzar del taller práctico (ambiente natural de las escuelas creativas desde la Bauhaus) al laboratorio experi mental, donde se generan las ideas, la innovación y la disrup ción. Desde esta visión, impulsamos programas en los que los pensadores (Thinkers), agentes de cambio (Changemakers) y activistas (Artivismo) puedan demostrar que la industria creativa no solo opera en la superficialidad económica sino también en la compleja profundidad social. Usemos el pensa miento crítico, estratégico, creativo y utópico, la investigación, la tecnología y las alianzas con los distintos sectores sociales para impactar con más fuerza y determinación. Trabajemos juntos academia, gobierno, iniciativa privada y sociedad, pues todas y todos, sin importar estatus económi co, social o político, vivimos en el mismo planeta. Hagámoslo antes de que sea tarde.

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Ilustración: Josue Rodríguez

Apocalipsis

Insomnio Constante La Naturaleza La Vida La Muerte Pasos en la Azotea Expediente Babel Sin Lágrimas para Llorar Tips Apocalipsis

Ficciones

A Letter to a Lifelong Love La Analfabeta Variedades Tips de Dibujo y Materiales Infografías Energía Generada con Basura Portafolio Modelado 3D Orgánico

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7 8 9 10 13 15 19 21 27 28 31 36 41 42 43
Digital

Poemas Ilustraciones Textos Tips

Ilustración: Isaí Juárez

Insomnio Constante

Ahí estás todas las noches. Me acompañas junto con mis reproches. Me enseñas a sobrevivir a medianoche.

Me alejas de aquellos sueños que me arrastran a sus pequeños viñedos de soledad. Gracias insomnio, por estar ahí salvándome cada noche de vivir esperando un falso porvenir.

Eres tú, mi fiel amante. Eres tú, mi insomnio constante.

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Ilustración: Andrea Carranza

La Naturaleza

Es aquella que da sin pedir nada a cambio. Por más que la lastimemos o la ignoremos, Ella estará para sostenernos.

Deberíamos aprender a ser como ella; que vive y deja vivir, aquella que suelta y no depende, si no… entiende. Es la naturaleza, la que ama sin darse cuenta.

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Ilustración: Isaí Juárez

La Vida

Impredecible. Solía planear todo. Solía medir el tiempo. Todo lo consideraba susceptible.

Hasta que llegó. Llegó aquel día que me demostró lo que la vida misma era.

Pedazo por pedazo me destrozó el saber que no todo es placer.

Yo la veo como una montaña rusa. Subes y bajas. Ríes y lloras.

Pero jamás permaneces constante. Es la vida misma, la que te enseña a seguir adelante.

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Ilustración: Gustavo De león

La Muerte

Aquella que va de la mano con la vida. Enemiga de muchos, amiga de pocos.

Algunos temen su llegada. ¿Por qué?

¿Por qué sentirse atemorizado de aquello que no es forzado?

Más bien, a la vida misma se le debería temer.

Ya que es más difícil prevalecer. Esta misma es el verdadero obstáculo, no la muerte.

La muerte es fácil, ya que, es sólo un espectáculo.

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Ilustración: Gustavo De león
Ilustración: Mabel Ramos Ilustración: Mabel Ramos

Pasos en la Azotea

Hace dos meses que salimos de Tocoa, Honduras. Mi ciudad. Donde aprendí lo que sé de la infausta vida, incluyendo a sufrir mientras se ofrece la más sincera y rota de las sonrisas, esa que sólo pueden presumir los des poseídos. Me hubiera gustado quedarme ahí con mi familia para vernos crecer, pero necesitamos dinero y la única salida a la jodidez estaba rumbo al norte, a varios miles de kilóme tros, en los Estados Unidos. Para llegar había que viajar de mosca en un tren que simbólica y siniestramente es apoda do “La Bestia”. Si no te pones trucha, te traga.

Era la primavera de este 2002 y llovía como quien llora a un muerto –maldita premonición- cuando me trepé al vagón de ferrocarril junto con mi hermano de 20 años, Luis Antonio Pacheco Barahona. Para las organizaciones pendientes de los migrantes, soy un niño y él apenas un joven, pero esta mos en calidad de pelados peludos para las necesidades del hogar. Contrario a los prejuicios inconscientes y xenofóbicos, nadie se monta en la locomotora de marras para sufrir las de Caín por gusto, es la falta de oportunidades que causa un cue llo de botella que con el paso del tiempo se vuelve insostenible.

En nuestra mochila empacamos dos cambios de ropa, una frazada, comida y el poco de dinero que logramos ahorrar malcomiendo algunos días. Tuvimos que apañar nos para conseguir buen lugar en el techo del furgón, esta ba repleto porque no éramos los únicos con ganas de una vida mejor. Nos acompañaba una centena de paisanos que se acrecentaba en cada poblado por el cual transitaba el con voy de la ilusión y el desamparo.

Elmer, no podemos dormir los dos a la vez. Uno vela y el otro echa una pestaña. Descansa tu primero, pero ten –me ofreció un trozo de soga roída- amárrate de algún tubo para que no te vayas a caer porque chupas faros.

A pesar de que Luis era tan sólo cuatro años mayor que yo, me trataba como un padre. Apuesto que daría su vida con

tal de que yo logré penetrar la frontera americana. Paradó jicamente, yo preferiría que estuviéramos los dos de vuelta en Honduras, aunque fuera con el rabo entre las patas, que sólo uno en el soñado país. En cada estación me invadían las ganas de tomar el camino de regreso, tenía miedo, pero no era un culicagado. En mi casa esperaban billetes verdes para comer y yo me quería casar con una gringa afro. Las car tas estaban echadas, me los tenía que apretar muy duro.

Más pronto que tarde llegamos a México, bajo ese cielo azteca hicimos buenas migas con un muchacho al que le decían El Moreno. Lo conocíamos poco, salvo que tenía mi edad y que se llamaba José David. A juzgar por su acento, no era compatriota, dios sabe desde donde estarían rezando por él, pero en esta aventura de vida o muerte -un auténtico viacrucis- todos éramos hermanos.

El 23 de mayo salimos de San Luis Potosí, ahí descansa mos, nos dimos un baño y por la mañana abordamos rumbo al norte. El viaje en tren es lento, pero luego de un par de meses de viaje habíamos aprendido a esperar con falsa par simonia. Al día siguiente llegamos a Saltillo, donde un grupo de guardias de una empresa privada que resguarda el ferro carril nos bajó a bayoneta calada.

El grupo se dispersó cuando escuchamos que cortaron cartucho, temíamos que nos aplicaran la extrajudicial y po pular “ley fuga”, por eso cada quien se peló para donde pudo. Junto conmigo se escabulló mi hermano y El Moreno, eran todo lo que me quedaba en el mundo ahora que era un apátrida.

Caminamos entre el monte, sorteando los matorrales y cuidándonos de la víboras que pudieran aparecer. José Da vid dijo que sabía de una señora que nos ayudaría. Esther cita podía recibirnos en su casa, nos daría de comer y al día

Ilustración:
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José Luis Cuevas Quintero Irene Galván

siguiente, con la certeza que brinda la luz del día, podríamos continuar hacia el confín. La meta lucía más cerca que nunca. Me distraje del cansancio pensando que me gustaría desposar me con la gringa afro en la catedral de San Pedro Sula, pero el sonido de un destartalado automóvil me sacó de la ensoñación.

Metros más adelante nos alcanzó un vehículo fragoroso y mal oliente que era conducido por un siniestro hombre con percha castrense. Nos dijo que conocía a Esther y que podía llevarnos a La Esperanza, poblado en el cual radicaba esa señora que se veía como un oasis de paz en medio de este desierto de la zozobra. El reloj rozaba las cuatro de la maña na y esta falsa alma caritativa nos sugirió buscar a la doña hasta el amanecer. A pesar a el individuo, tenía razón. No eran horas.

Decidimos esperar en un predio a escasos 100 metros de esta posada de los migrantes. Nos gustó el lugar por estar escampado y en lo alto de una pequeña colina, así podría mos ver si se aproximaba un depredador. Me recosté bajo un mezquite y, por primera vez en el día, me descalcé. Mi hermano tenía el rostro desencajado, un mal presagio lo mantenía inquieto y sugirió que nos moviéramos de aquel sitio. Le dijimos que se tranquilizara, no queríamos un ave de mal agüero con nosotros, sobre todo si ya estábamos a menos de tres centenas de kilómetros de la meta y en unas horas nos darían posada.

Decidimos devorar las provisiones restantes y dormir la mona. El agotamiento nos dio vía libre al quinto sueño, pero cuando habían transcurrido pocos minutos se escuchó el crujir de las hojas de los árboles que caen al suelo, una si

niestra figura de aspecto marcial se acercaba, mientras en tre risotadas socarronas lanzó una interrogante como quien arroja una moneda al aire “¿Se acuerdan de mí?”. Cuando lo tuve cerca pude ver su cara, jamás lo olvidaré. Somos inca paces de extraviar en la inconsciencia los rostros de aquellos que nos exilian de nuestras quimeras.

Todo fue muy rápido y a quemarropa. No hubo tiempo para reaccionar, sólo me fue posible pensar en cómo llega mos hasta aquí. El trampero había aparecido. Luis –afortuna damente- alcanzó a ocultarse en un automóvil, pero vi como el sardo reía de forma demente al tiempo que le clavaba cuatro tiros en la espalda al Moreno que rodó inerte colina abajo. Luego, me miró. Me puse de pie y emprendí la huida, pero no acababa de dar dos pasos cuando escuché una serie de estallidos, después sentí un intenso calor que todavía me recorre la espalda y moja mi vientre.

Quiero escapar, pero mis piernas no responden, se me nubla la vista y estoy adormecido. Caí, mi cabeza golpeó con el tronco del árbol que usaba como almohada y ahora sólo pienso en cuánto nos costó llegar hasta este Gólgota, donde el más feroz de los verdugos nos llenó las entrañas de plomo con la ira y ferocidad de aquel que está decidido a actuar a sangre fría.

El mundo se está quedando en silencio, pero alcanzo a distinguir que sus pasos se dirigen monte adentro. Aún re tumban en mi cabeza, como balas, sus horrísonas carcaja das. Me estoy durmiendo y lo único que deseo es despertar en el sueño americano con Luis y no alcanzar al Moreno en la

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Ilustración: Irene Galván

Expediente babel

El correo llegó surcando mares de som bras, entre mensajes entrecruzados: urbanos aullidos de náufragos.

Varios años atrás me había acerca do a las primeras máquinas con recelos más de analfabeta que de humanista. Esa Torre de Babel, contras todos los pronósticos, se había erigido no de ladri llos: más bien de palabras, impulsos, deseos, soledad y mentiras eléctricas.

Así, el ritual iniciado la noche ante rior se perpetuaba hasta las primeras luces del amanecer. Esas palabras iban apareciendo en mi pantalla con un temblor, dibujando en sus signos otra soledad remota, otras ansias de saber que alguien escuchaba más allá de la larga noche del alma. Una mezcla de morbo y piedad me iba impulsando a abrir cada uno de esos mensajes, esas inversas lámparas; esas cajas de Pan dora. Fue entonces cuando vi aquel archivo adjunto extenderse como una mancha de café que en el suelo crece. La foto se desplegó como la luz que

día a día cubre al mundo. Bajo de ella, rotulado a mano, aquel mensaje:

En su ruido las ciudades blasfe man sobre nuestros nombres.

El letrero se asentó con letras rojas, como una sentencia, gritando casi.

Bajo las palabras, la muchacha for mada por pixeles me miraba con un dejo de furia y hartazgo, desde el rin cón de una foto subexpuesta. Un aire de todos los muertos en soledad pare cía rodearla, gritando a través de sus poros y de las turbias brasas de sus pupilas. Un vértigo acechaba desde la mancha oscura de su entrepierna. In tenté responder el mensaje. El remi tente estaba bloqueado. La respuesta rebotaba, apareciendo una y otra vez, en un sin fin absurdo, dentro de mi caja de correo. Las webrings y listas de correo electrónico peleaban su puesto como el más reciente círculo del in fierno: el círculo de los desesperados, multitud de soledades y anónima angustia. Mi espera tuvo que con formarse con galerías repletas de

Alejandro Pérez Cervantes

cariátides, monstruosas de tan perfectas. Frente a nuestra miseria, su belleza se volvía obscena.

13 días después, su nickname volvió a aparecer como la lejana luz de un faro ante el náufrago: “Ariadna”.

Mi desesperación se trabó en el teclado para abrir de in mediato el envío. La foto volvió a desplegarse con una lenti tud esta vez torturante. Otra vez, otro mensaje: El susurro de nuestras lágrimas será opacado por los motores...

Bajo la sentencia, una imagen me la devolvía de espaldas a la cámara, mirando el lejano tráfico desde un puente pea tonal. Parecía una foto normal, pero un observador agudo podía darse cuenta que bajo su manga izquierda, desde la palma que parecía esconderse bajo el suéter raído, se des colgaba un delgado hilo de sangre, manchando la punta de sus botas industriales. ¿Quién era ella? ¿Qué quería decirme? ¿Por qué a mí?

CAPÍTULO II

La que fuera una sonámbula ahora extraña viajar con su voz, encabalgada sobre las palabras, en clave binaria, a través de los alambres. Sus masivos mensajes a la deriva. Su cul tivada claustrofilia. Los transparentes días de la enfermedad.

Ahora, nadie sabe por qué, todo ha cambiado. La telaraña de la información hizo honor a su nombre, colapsándose un buen día, llevando su cuota de realidad al limbo de lo electró nico, muriendo con ella una buena parte del mundo conocido.

Ahora ella, erguida bellamente sobre la rota atalaya de los despiertos, atestigua satisfecha el temblor de las hogueras que florecen en la lejanía, la tibieza de aquel fuego la conforta, mien tras escucha inmutable el ulular imbécil de las sirenas; el incle mente tráfago de lo nuevo. Los roncos alaridos de los profetas, el nuevo terror y la estéril lujuria de las criaturas terminales.

Muchos rostros desaparecieron, como una televisión que de pronto se apaga.

Los monitores del mundo, cual frágiles veladoras, cedie ron al mortífero viento de lo final. Ha cesado el ubicuo ruido, las infinitas voces; la especulación, las galerías fotográficas de sexo anal y la melancolía.

En el caos que antecede al fin de la historia, otro ser igual que ella, hasta entonces vampirizado por la luz mercurial; estrábico a fuerza de gráficos formados por pixeles, con la sangre enfilando lenta otra vez su ancestral tránsito, se cim bra por el rugido de los aviones a reacción rasgando el cielo, como si Dios -un gigantesco exhibicionista- bajara el zíper de su inconmensurable bragueta.

Preso de una rara serenidad, el caminante siente el crujir de sus rodillas atrofiadas a cada paso, sacude el polvo de sus suelas al abandonar la ciudad maldita, y armado de una espe ranza tan inédita como insensata, se echa al camino buscán dola, buscándose; mientras atrás, en todo lugar y en ninguno, Babel se derrumba en silencio, cual una lenta lluvia de silicio.

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Self: Alejandro Pérez Cervantes

Sin Lágrimas para Llorar Un Refugio y Un Camino

Primera parte

El fuego sobre las telas endurecidas comenzaba a crepi tar, cada vez un poco más fuerte, más seco, el sartén de hierro permanecía a escasos centímetros sobre la pe queña montaña de retazos sucios, y la rata que se rostizaba lentamente desprendía un olor pesado a cañería.

En medio del silencio un susurro se hacía presente, como el respirar de un fantasma, Tamara cerró los ojos y pegó el rostro a sus rodillas, no le gustaban los susurros, le recorda ban a la gente que habían dejado atrás, se tapó los oídos y se concentró en su respiración.

El calor del pequeño fuego frente suyo le resultaba un alivio a sus cansadas rodillas, pero el sonido aquejante de su estómago no la dejaba concentrarse, fue entonces que el olor llegó a su nariz, era amargo e irritante, hacía que la cabeza te diera vueltas si lo olías por un tiempo y se apode raba del entorno con facilidad, así que salió de su posición de ovillo con rapidez, tomó la rata del sartén y la arrojó por un agujero que se había abierto debido a la corrosión en el suelo de acero, “genial”, pensó la niña, “me he quedado sin comida, otra vez”, apagó las pequeñas llamas de su improvi sada fogata, se envolvió entre las colchas que llevaba en su mochila e intentó quedarse dormida.

Tamara pasó la noche adolorida por un estómago que lle vaba vacío tres días, tiritando de frío e intentando apartar el pensamiento de cómo sobreviviría al día siguiente.

El sol asomaba tímidamente a través de la ventisca, gra nizos pesados y copos de nieve que parecían plumas de pá jaro blancas revoloteaban y se azotaban con todo lo que se interpusiese en su camino. Durante un segundo el viento se calmó, la nieve paró y la lluvia descendió violentamente, unos momentos después, el viento volvía a azotar con fuer za y la ventisca acallaba el torrencial. La niña despertó con ojos pesados, el ruido de lluvia y granizo que chocaba contra la cubierta gélida y metálica de su refugio parecía haberle servido de arrullo, no se había dado cuenta de cuánto había dormido, y con lo repentinas e impredecibles que eran las ventiscas que se volvían tormentas y lluvias, bien podría ha ber estado descansando por un par de horas o apenas unos cuantos minutos.

Intentó desperezarse, con gran esfuerzo se puso de pie y, aun envuelta en colchas y sábanas, levantó unos brazos que le resultaban exageradamente pesados, realizó su débil estiramiento y dejó caer los brazos a su costado, permaneció ahí de pie por un momento entre el traqueteo del granizo y la lluvia que chocaba contra el metal de la barcaza donde se refugiaba, los susurros de la ventisca y la gélida realidad del día que se asomaban al final del pasillo.

Sin energías. Tendría que encontrar comida pronto, pero la rata del día anterior, o de hace unas horas, o minutos,

o el tiempo que fuese que haya pasado, despedía ese olor que despiden los animales infectados y llenos de radiación, se quedó observando el agujero por donde lanzó el cadáver del roedor, debatiéndose si debía adentrarse en lo profundo en busca de más animales, pero estaba demasiado cansada, demasiado hambrienta.

Silencio, Tamara se quedó ensimismada, la mirada perdida en dirección al agujero, el incesante ruido de la tormenta y la ventisca, silencio, el dolor de su estómago vacío, más silencio, las rodillas le chillaban de dolor, silencio otra vez, truenos a lo lejos, un silencio tranquilo, su respiración le ardía por el frío, silencio ajeno, silencio extraño, silencio profundo.

Giró bruscamente la cabeza en dirección de la salida del pa sillo, esperó un parpadeo, no escuchó ruido alguno, dos par padeos, aun nada, y en un tercer parpadeo, todo estaba en silencio, alcanzó el sartén y las telas de la improvisada fogata y las introdujo sin cuidado en su mochila, después, a duras penas, le siguieron unas cuantas sabanas, se echó la mochila al hombro e intentó caminar tan rápido como le era posible.

La nieve había cesado y la tormenta desapareció, y si que ría sobrevivir, tenía que moverse antes de que perdiese la oportunidad, dio el primer paso afuera, y su pie se hundió en la nieve que engulló su pierna por encima de sus rodillas, Tamara se desplomó, el gélido sentimiento de la nieve so bre sus castigadas rodillas la habían paralizado, sus manos la detuvieron de estamparse contra el suelo, soltó un par de gemidos, y comenzó a sollozar.

Las nubes se despejaron apenas lo suficiente para que un par de rayos del Sol cayeran justo donde Tamara yacía, sus lágrimas apenas salían, sus labios estaban secos y su piel ya empezaba a resquebrajarse y agarrotarse en sus articulacio nes, por eso, cuando el calor de los rayos del sol la iluminaron, por más tenues y moribundos que fuesen, se sintieron como una caricia delicada, Tamara recordó a su madre, “Prométe me que lucharás”, y se puso de pie, aunque sus rodillas pro testasen cada uno de sus movimientos, y se lamió las lágrimas de las mejillas y abrazó con fuerza las correas de su mochila.

Tamara levantó la mirada, podía observar un crucero a la distancia. Abandonar el barco en el que se había hospedado le parecía una idea poco atractiva cuando se encontraba tan cansada y adolorida, no estaba segura de poder hacer el viaje.

De mil a mil doscientos metros yacían entre ella y el cru cero, pero uno de los libros de su madre describía como és tas embarcaciones solían estar abarrotadas de recursos, y si iba a encontrar algo de comida, ese gigante de metal era su mejor opción, así que apretó los dientes, e intentó igno rar el dolor crujiente de sus rodillas a cada paso, el suelo era un desastre de rocas, pozos, tierra y lodo cubiertos por una gruesa capa de nieve que no le permitían revisar donde

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pisar, pero siguió avanzando, soltaba pequeños quejidos a cada metro que avanzaba, pero la monotonía de su esfuerzo la mantenía en pie y en constante movimiento.

Tras unos minutos, Tamara no resistió más la urgencia de voltear la cabeza, la barcaza donde se había refugiado antes

se había convertido en un borrón blanco, la niebla apenas le dejaba percibir el rojo bermellón del casco, ya estaba dema siado lejos, así que la tentación de volver desapareció de su cabeza, regresó la mirada al frente, el crucero se encontraba más cerca, lejos, pero ahora más grande.

20 Continuará...
Ilustración: Andrea Carranza
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Ilustración: Andrea Carranza
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Ilustración: Andrea Carranza
Ilustración: Andrea Carranza
Ilustración: Isaí Juárez

A Letter to a Lifelong Love

Alguien me dijo alguna vez que mi legado era lo más importante de mí, que debería dejar uno bueno para que la gente me recordara por siglos y siglos, pero tal me temo que no he tenido ese consejo presente y solo he lastimado a quien deseaba de jar una vez yo tuviera que marchar y es que conforme han pasado los años solo le he traído desgracias a tal persona, así que por eso hoy te vengo a pedir perdón.

Te pido perdón cariño mío por no saber que te estaba matando de manera silenciosa.

Te pido perdón cariño mío por haberte descuidado.

Te pido perdón cariño mío por haberte  ignorado  cuando  pe días ayudas a gritos.

Y sobre todo te pido perdón por no haberte amado como tú me amaste a mí, porque tú me amaste de la manera más bella y pura como solo los niños saben hacerlo por la inocencia que en ellos existe y la malicia nula que yace en ellos, pero yo siento que te he amado como un infiel que vuelve a su pareja solo para tomar más par tes de ella sin ofrecer nada a cambio.

Me amaste sin discriminaciones ni prejuicios, pero mis prejuicios y discrimi naciones terminaron por hacerte daño aún sí éstas no eran hacia ti, pero en el proceso he dejado marcas y heridas que no sanaran nunca mientras es tes cerca de mí.

Y es que yo he tomado y sigo tomando partes de tu alma cada día sin pensar en cómo te sientes tú al respecto, sin no

tar que con cada día que pasa te ves más vieja y pierdes en ti esa chispa de la que alguna vez me enamoré y no puedo evitar sentirme mal pues en ti no existía la posibilidad de gri tarme: ¡basta! y solo lo hacías en susurros que caían en oídos sordos. Por eso también te pido perdón. Perdón por no haberte escucha do, perdón por no haber visto en ti esos cambios tan sutiles que me debieron indicar que algo estaba mal. Perdón amor mío.

Y es ahora cuando me en cuentro  desesperado  pues el tiempo se encuentra en cima mío y no sé si lograré salvarte para que tú seas el legado que siempre de bió ser y que por desgracia alteré, para que las genera ciones por venir aun puedan re fugiarse en tu manto y llorar en tu hombro, para que puedan jugar con tigo y bailar con la melodía que solo tú puedes cantar.

Por último, te pido perdón de antemano por si no logró mi cometido y por si mi legado termina siendo algo completamente diferente a lo que tenía planeado, no he sido una buena persona con tigo y me da vergüenza admitirlo, pero no podré avanzar si no logro que ese pensamiento este presente en mí y haga que cambie mis acciones para poder sanarte de una vez.

Te pido perdón cariño mío, por ser el narrador que altero tu historia de una manera tan cruel.

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Ilustración: Irene Galvan

La Analfabeta

La letra con sangre entra era un dicho popular que los alumnos de la primaria Xavier Villaurrutia repetían al uni sonó. De todos ellos, Luciana lo comprendía más allá de su sentido metafórico. La luz del atardecer atravesó las cortinas, coloreando los rostros adormilados de los niños de un tenue

Desenvolvió con suavidad los brazos de Luciana hasta des cubrir sus desaliñados cabellos. La rigidez seguía invadiendo sus hombros. “Sabes por qué estamos aquí”, dijo la maestra mientras abanicaba las páginas de un grueso libro. Sí, sabía el motivo por el cual se quedaba en el salón después de

pedagógico para que después de seis meses, Luciana fuese capaz de leer y escribir oraciones simples con dificultad. Eme rita temía un posible diagnóstico de dislexia, pero el mutismo de Luciana encerraba un pavoroso misterio.

Los progresos no eran suficientes y cada puesta de sol se sentía como una derrota anunciada. Para dar el salto al sex to grado se requería que los alumnos leyeran una composi ción de su autoría frente a la clase, la prueba se presentaría mañana a primera hora.

Luciana intentaba leer en silencio, cuando un grueso lagri món cayó sobre una de las páginas del libro de texto, hume deciendo la tinta. Se sorbía los mocos con la manga de algo dón, intentaba retener el nudo que se removía serpenteante en el estómago.

“¿Lo  estás  haciendo  muy  bien,  ya  casi  terminamos” Preguntaba la maestra con preocupación, “¿Qué sucede?”

Luciana le contestó con sus ojos de animal herido. Aun que su silencio la horrorizaba, se había resignado a que los labios de Luciana estuvieran sellados, pero la desesperación que le ocasionaba su reticencia le produjo el deseo de co locar un anzuelo en su boca, quería tirar de la cuerda para arrancarle las palabras de la garganta. La exasperación fue tanta que imagino que el día en que Luciana fuera capaz de leer, probablemente se acabaría el mundo, tal como los mi tos del imaginario rural, donde el cacareo de las gallinas era advenimiento del apocalipsis.

El frío matutino sopló un refrescante aliento que hizo on dular la bandera a media asta del patio cívico. Dentro del aula, los niños se sacudían el aburrimiento dibujando gara batos en los cuadernos. Algunos giraban la cabeza y conver saban en voz baja con el ocupante trasero de sus bancas. La maestra alzó el cuello, examinaba el perímetro del salón. Su mirada recorría la fila de cabezas engominadas, sintió un alivio culposo cuando no halló entre ellas la enmarañada ca bellera de Luciana. Antes de levantarse del escritorio, res

tregó con sus manos la tela de su falda a cuadros como si se hubiese quitado polvo de encima. Les indicó a los alumnos que fueran sacando sus redacciones porque iban a pasar al frente a leerlas en orden de lista.

Uno por uno, los niños comenzaron a presentar sus tra bajos. Entre bocanadas de aire y pausas describían obje tos, animales y anécdotas cotidianas con sosa entonación. Cuando terminaban, ya sin interés, Emerita les hacía ligeras correcciones y tachaba sus nombres de la lista en señal de cumplimiento. Se había quedado absorta leyendo el nombre de Luciana, quedaba tan fuera de lugar que se preguntó si en realidad ella había existido.

Emerita estaba por anunciar la culminación de la prueba, no quedaban nombres por tachar en la lista hasta que Luciana se presentó de pie ante a la clase. Sostenía una hoja de papel en sus pequeñas manos, llevaba el cabello recogido en una cola de caballo. La falda plisada azul marino hacía juego con la impe cable blusa de algodón. Su aparente normalidad contrastaba groseramente con la suciedad de las zapatillas: parecía haber chapoteado sobre un negro fango camino hacia la escuela. La docente no daba crédito a lo que veían sus ojos, se pinchaba los brazos para comprobar que no estaba soñando.

Luciana gesticuló para formar las palabras, un hilo de san gre escurría por la comisura de sus labios. Abrió la boca y un convulso espasmo la hizo doblarse, regurgitaba intestinos negros que caían húmedos al suelo. Lánguidas serpientes se arrastraban por las baldosas del salón. Los pulmones de Emerita reventaron en un espantoso grito.

Los chicos observaban la mirada ausente de la profesora, tuvieron que pasar algunos minutos para que volviera en sí e identificase los rostros desconcertados de los niños. Emerita anunció el termino de la clase con voz temblorosa, gruesas gotas de sudor resbalaban por su frente. Permaneció en si lencio, el tenue ámbar del atardecer acariciaba las cortinas del aula. Jamás volvió a ver a Luciana.

29 Ilustración: Isaí Juárez

Las comisuras de la boca llegan generalmente hasta el centro de los ojos.

El rostro se divide en tres partes principales, la primera para la frente y la línea del cabello, la segundo para los ojos y nariz, y la última para la boca y barbilla.

Es importante tener en cuenta que puntos como las cejas son un gran factor a la hora de querer transmitir algún sentimiento en nuestro dibujo.

Para dibujar un rostro, que se necesita un círculo, y a su vez una cruz que se coloque justo en el centro, y se extienda a lo largo del mismo.

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Puedes facilitar el dibujo de las manos abocetando primero la forma de un guante.

Los detalles de la mano pueden ser muy numerosos, así que dejalos para luego.

Divide las partes más complejas de las manos pies en formas más simples para representar con mayor facilidad y precisión todo tipo de poses.

Las formas básicas de la mano no son perfectamente cuadradas ni paralelas, por lo que no resulta difícil equivocarse al dibujarlas.

Hay que tener claro que las uñas no son planas, sino que se adaptan a la forma del dedo y, por tanto, su forma varía ligeramente en cada persona.

En cuanto a la piel, funciona de forma similar a las arrugas de la ropa; si quieres detallarla lo máximo posible, no te dejes ningún pliegue sin dibujar.

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Los lápices de tipo H poseen una mina más dura y pinta mucho más fino.

Con un 5H, por ejemplo, casi no serán visibles las líneas que se realicen.

6B

6H

Para realizar un dibujo a lápiz es necesario combinar lápices para respetar, en la medida de lo posible, los volúmenes y sombras.

Los lápices de tipo B tienen una mina más blanda, y pintan mucho más negro. Al ser una mina más blanda y negra, se tiene un mayor margen de error a la hora de borrar.

Los lápices HB son un intermedio entre la H y la B. Ni son muy duros, ni pintan muy negro, por eso son más comúnmente utilizados para escribir.

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Experimenta con la cantidad de agua

A medida que vayas pintando, te darás cuenta de que un exceso de agua diluirá los

La acuarela ofrece numerosas posibilidades para mezclar, crear texturas y conseguir efectos interesantes.

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Acuarelas: Wislow Homer
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Modelado 3D

In minion we trust Synthetic Dreams

Autor: Américo Cruz Pumpkin Girl Práctica de modelado
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Orgánico

Autor: Josue De la Peña B 42
Digital
Autor: Michelle Hernández Eddie Munson Elfo
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Frankelda
Digital
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Autor: Arturo Vega
Get Jinxed Cookie the lamb

Sin título No.2

Sin título No.3

Digital
Autor: Sahid Vega
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