Venus desnuda. Juro que ya no sé cómo pensar en Morada y Plata sin que me venga a la cabeza esa imagen tan pictórica que mi madre trazó con su pincel: la del nacimiento. Eso sí, no hizo falta cortarle los genitales a Urano y arrojarlos al mar para que yo naciera; menos mal. Pero lo cierto es que algo de mitología puede olfatearse en los versos que tejen y destejen Morada y Plata.
Acérquense un poco más. ¿Ven esas pecas diminutas? Están ahí, bien presentes, son marcas en la piel. Versos y pecas como huellas. ¿Un retrato? No. Tal vez la aproximación a un retrato, su trazo emborronado. Posiblemente, un rostro multiplicado por la maldad de los espejos. O de los ojos verdes o marrones o azules.
¿Ya saben de lo que hablo? ¿Necesitan alguna pista más? Hay poemas en él. Hay cosas, nombres, muchos vasos vacíos y algunos llenos. Morada y Plata es un mordisco al pasado, la cicatrización de una herida de sangre muy roja y brillante. Mi palabra está viva. Esto es mi Morada.