La sangre del inmortal

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José Luis Giménez

PRÓLOGO A través de la Historia podemos observar como la evolución del ser humano en aspectos tecnológicos, ha llegado a alcanzar límites insospechados desde hace tan sólo unas décadas. En cambio, en el aspecto espiritual, parecería que se ha quedado estancada en un nivel muy inferior al alcanzado tecnológicamente. Esta paradoja, ha provocado que los medios de seguridad empleados en el control de tecnologías muy avanzadas, no sean contemplados como garantía de una actuación correcta, tanto en el aspecto moral como en el espiritual. Quizás sea por esta razón –entre otras más–, lo que justificaría la existencia de un código ontológico que desde antaño, y controlado o aplicado por un grupo de personajes, –desconocidos para la mayoría del común de los mortales– sería llevado de forma totalmente altruista; interviniendo en los hechos más relevantes de la Historia humana, con la finalidad de conseguir mantener el equilibrio entre las fuerzas de la oscuridad y las de la luz. Desde tiempos inmemoriales, se ha tenido conocimiento de hechos relevantes, protagonizados por misteriosos personajes que han cambiado el curso de la Historia o, cuando menos, han influido en un cambio sustancial de los aspectos morales de la sociedad. Algunos de estos misteriosos personajes han llegado a ser considerados como grandes maestros o guías espirituales de la humanidad. Habiendo conseguido este estatus a través de estudios y transformaciones alquímicas. Tal sería el caso del Conde de Saint Germain, –por poner un ejemplo– si bien, no sería el único personaje que habría intervenido de una manera decisiva en la elevación espiritual y en la consciencia humana a través de la alquimia. Según las diversas fuentes1 que hoy día pueden ser consultadas, y a pesar de que no existe una seguridad absoluta de su total veracidad, lo cierto es que concurre una general aceptación de que el misterioso y enigmático 1

Una de dichas fuentes es el artículo de Emilio Beviá, publicado en la revista "El Aureo Florecer" (Año XXXIV del ACUARIO - Núm. III-9), Instituto Gnóstico de Antropología (I.G.A.).

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personaje del Conde de Saint Germain, habría nacido un 26 de mayo de 1696 en un castillo de los Montes Cárpatos. Hijo de Ferenz II Rackoczy –último rey de Transilvania– y de la princesa Carlota, se vio obligado a abandonar su país a la edad de 12 años, debido al acoso y a la persecución de que fue objeto su padre, –el rey de Transilvania– por parte del rey Carlos VI de Austria, quien conseguiría destronarlo. Con la idea de proteger a su hijo, el rey Ferenz II Rackoczy envía al pequeño príncipe a Florencia, bajo los cuidados de su gran amigo el Gran Duque Cósimo III de Médicis. Allí, el príncipe recibiría una exquisita educación en la Universidad de Siena, donde adquiriría grandes conocimientos en todas las materias conocidas de la época. Posteriormente, iniciaría un largo recorrido por varios países como: Holanda, Escocia, Alemania y Austria, para terminar viajando a la India, donde llevaría a cabo sus estudios de alquimia. Durante todo este periplo, el príncipe, utilizará diferentes nombres para no ser reconocido. Así, llegará a llamarse: Marqués de Montferrat, Conde de Belmar o Caballero Schoening… pero años más tarde, adoptaría otros nombres, tales como: Marqués de Aymar, Conde de Soltikov, Conde de Wendome, Conde de Montecristo, Monsieur Surmont y Príncipe Rackoczy. No sería hasta el año de 1758 en que se presenta en la sociedad parisina con el nombre de Conde de Saint Germain. En París es presentado a la célebre Madame la Pompadour. Ésta, maravillada por las facultades y los conocimientos de que hace gala el Conde, decide presentarlo a su vez al rey de Francia, Luis XV –quien además era su amante–, como un comerciante de tintes para telas, seda y cerámica. Los vivos colores y propiedades de dichas telas y objetos de cerámica, llamarían la atención del rey y de sus cortesanos, ya que quedaban fijados de tal manera, que ni el viento ni la lluvia conseguían dañarlos. El interés de Luis XV por conocer las técnicas de Saint Germain, propiciaría que entre el rey y el conde se produjese un cierto lazo de amistad. La nueva amistad del rey francés para con el misterioso Conde de Saint Germain, no pasaría desapercibida para algunos aristócratas y cortesanos de Paris, en quienes despertaría la envidia. Por lo que, incluso algunos detractores de Saint Germain, como llegarían a ser: el Conde de Cagliostro, Giacomo de

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Casanova, el señor D’Affy o el Duque de Choisseul; promoverían el acoso y la persecución contra el Conde. Según las diversas fuentes, cuando Saint Germain permaneció en París, su edad biológica era de unos 62 años, sin embargo, su aspecto físico era el de un joven que representaba unos treinta. Vestía con suma elegancia, donde la seda y las telas más preciadas, tintadas de bellos colores, formaban parte ineludible de su indumentaria; así como los complementos de oro y joyas de gran valor que siempre llevaba consigo. Incluso, se llegó a decir que los botones de las guerreras de sus lacayos uniformados –que habitualmente lo acompañaban– eran de oro macizo. Un enigma más que envolvía al Conde de Saint Germain, lo constituía el origen de su fortuna, el cual, a pesar de los diversos negocios a los que se dedicaba, prácticamente era desconocido. A todo esto, habría que añadir otros enigmas personales, tal como: desconocer su nacionalidad, si estaba soltero o casado o si tenía hijos. Se desconocía su domicilio habitual, aunque estuvo residiendo durante cierto periodo de tiempo en el chateau de Chambord –junto al río Loira– y, a pesar de que frecuentaba las fiestas de la alta sociedad, nadie lo vio nunca tomar alimento alguno, ni tampoco beber. Según las fuentes consultadas, el Conde de Saint Germain no tenía la necesidad de comer o beber, puesto que disponía de la llamada “Sustancia Universal” de la que obtenía todo lo que deseaba o necesitaba para subsistir. Saint Germain, demostró poseer grandes conocimientos sobre todas las artes de la época: ciencias, medicina, química, música, pintura, escultura, poesía… entre otras más; así como ser un excelente políglota, al hablar perfectamente varios idiomas: alemán, árabe, caldeo, chino, español, francés, griego, hebreo, inglés, italiano, latín, portugués, sánscrito, sirio y varios dialectos orientales. Era capaz de leer y descifrar los jeroglíficos egipcios con absoluta desenvoltura, pero… por si esto no pareciese suficiente, también era ambidextro. Es decir, cada mitad de su cerebro actuaba de forma independiente, por lo que cuando con una mano escribía un texto cualquiera, con la otra, era capaz de componer una delicada poesía. Como médico, realizó increíbles curaciones de forma discreta y siempre que era solicitado. Una de las historias que se conocen al respecto, cuenta que 4


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resucitó a una joven que se había envenenado para salvar su honor, al haber sido víctima de los abusos sexuales del rey Luis XV; quien tenía por costumbre engañar a jovencitas adolescentes o comprar los favores de éstas con dinero, a fin de obtener su satisfacción sexual. También se dice que consiguió curar a varios enfermos de sífilis, así como de la ceguera. La muerte del Conde de Saint Germain fue anunciada oficialmente el 27 de febrero del año 1784 en Silesia (Prusia), pero debido a la denegación de la Iglesia por llevar a cabo el funeral religioso, se optó por enterrar el cadáver, realizándose un funeral civil. Cinco años después, es decir, en el 1789, –en el inicio de la Revolución Francesa– y para sorpresa general, el Conde de Saint Germain, volvió a aparecer en París, donde llegó a conocer a la reina María Antonieta. Más tarde, se le reconocería actuando en la Revolución Rusa, durante el reinado de Pedro III y Catalina II. Saint Germain, se mostró siempre desapegado por los bienes materiales, sin sacar provecho económico ni personal de sus inventos o descubrimientos, ofreciendo el beneficio de los mismos a los diferentes reinos de Europa, cuando los monarcas o altos mandatarios de dichos países lo apoyaban en las construcciones y montajes de sus fábricas o manufacturas. Otras historias sobre Saint Germain, nos hablan de que acompañó a Napoleón en la campaña de Egipto, asistiendo a la batalla de las pirámides sin que ninguna bala pudiese alcanzarle. Debido a estos hechos, fue considerado como un hombre excepcional al que la muerte evitaba visitar. San Germain, se mostraba imperturbable ante todos los peligros, por lo que se llegó a creer que había llegado a vencer a la vejez y a la muerte. Esta facultad se convirtió en un misterio que perduró durante mucho tiempo, pues los relatos históricos que hablan del personaje del Conde de Saint Germain, lo hacen durante un extenso periodo, abarcando diversas épocas de la Historia. Otros misteriosos personajes también intervendrían en los hechos más relevantes de la Historia, sin que la mayoría de los mortales llegasen a conocer siquiera sus verdaderos nombres. Esta sería la historia de uno de dichos personajes: un galeno y alquimista. Personaje enigmático y misterioso, cuya existencia física iría más allá de lo natural y comúnmente aceptado. Alguien, a quien se le atribuirían

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facultades asombrosas e increíbles, siendo reconocido dentro de los círculos del poder establecido como: el inmortal de Venecia.

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ÍNDICE

Prólogo Capítulo I – El viaje Capítulo II – La presentación Capítulo III – Una historia fascinante Capítulo IV – En busca de la Piedra Filosofal Capítulo V – La sangre del “vampiro” Capítulo VI – La conspiración Capítulo VII – El secreto de la inmortalidad Capítulo VIII – La transmutación de la sangre Capítulo IX – El encuentro con Saint Germain Capítulo X – Después de la muerte Capítulo XI – La misión: transmisión del conocimiento Capítulo XII – Ángeles: del pasado al presente Capítulo XIII – La metamorfosis del hombre Capítulo XIV – Desvelando el enigma Capítulo XV – Nueva misión: resolver el acertijo Capítulo XVI – La huída de Venecia Capítulo XVII – Barcelona es bona, si la borsa sona… Capítulo XVIII – El reencuentro Capítulo XIX – Decisión final Capítulo XX – Carpe diem Epílogo

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Capítulo I El viaje Hay momentos en la vida en que todo parece ponerse en nuestra contra. Los mejores proyectos y las mayores ilusiones pueden dar al traste con tanta facilidad, como el viento cambiar de dirección. Ahora me encontraba en uno de esos momentos, en que no sabía que actitud tomar: si rebelarme ante la injusticia de la cual había sido objeto, o intentar olvidarme del asunto y sacar lo poco o mucho que de positivo me ofreciese aquella situación. Por mi temperamento, era consciente que no me podría olvidar de la situación fácilmente, pero mantenerme impasible ante lo sucedido sería aún mucho peor. Así que, después de sopesar los posibles beneficios y las inconveniencias de presentar batalla en los juzgados, acabé recordando una célebre maldición gitana que reza: “pleitos tengas y los ganes” (en referencia a que, incluso ganando el pleito, los inconvenientes son tantos… que es preferible olvidarse de acudir a juicio). Por lo que decidí que lo mejor sería alejarme por un tiempo de toda actividad y dedicarme a mí mismo; a descansar, puesto que hacía tiempo que no me había tomado unas merecidas vacaciones y, sin duda, ahora había llegado el momento propicio de hacerlo. Este sería el lado positivo de todo lo acontecido, por lo que, decididamente, opté por tomarme un merecido descanso o, cuando menos, escapar de la presión y el estrés cotidiano al que me veía sometido. Había recibido por e–mail una oferta de viajes a varios lugares y, en esta ocasión, no dudé en que por fin había llegado el momento de visitar Venecia. Esta sería la primera vez que visitaría la afamada isla de los canales: un viaje turístico, de placer… donde podría olvidarme de los inconvenientes sufridos y disfrutar de los encantos de la isla del Adriático –me dije para mí. Como era mi costumbre, empecé por planificar concienzudamente todo el itinerario que iba a realizar: desde la salida de mi domicilio, a una hora prudencial, sopesando cualquier posible eventualidad que me impidiese embarcar a tiempo en el avión; al desplazamiento desde el aeropuerto de Marco Polo en Venecia, y que me llevaría hasta el hotel al cual había reservado 8


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mi habitación: un palacete del siglo XVII, ubicado en las proximidades de la célebre Piazza San Marco. Quizá pecase de ser una persona escrupulosamente metódica, analítica y meticulosa hasta extremos insospechados… una característica asociada comúnmente al signo zodiacal de Virgo, y que, en mi caso, hubiese encajado perfectamente si no fuese porque mi signo zodiacal se correspondía con el de Libra, el cual suele presentar a los nacidos bajo dicho signo como personas equilibradas, si bien en variadas situaciones suelen mostrarse cargados de dudas, como así parecía ocurrirme en esta ocasión. Por ese motivo, no es de extrañar que planificase todos los detalles más insignificantes a tener en cuenta durante el viaje; como evitar gastos superfluos con los “taxis acuáticos” existentes en la isla, o el inevitable paseo en góndola por los canales, al cual parecían abocados todos los turistas de Venecia. Yo lo tenía claro… utilizaría el transporte público de uso común: el autobús Actv; una combinación de transporte terrestre y marítimo, mediante el bus nº 5 y el vaporetto nº 82 (autobús fluvial) que recorría toda la isla atravesándola por el Gran Canal. Evidentemente que existían otras opciones… pero resultaban más costosas… y tampoco suponía un ahorro excesivo de tiempo en el desplazamiento. Pero, como además, no tenía prisa alguna… estaba seguro de que había planificado la mejor opción del trayecto, amén de resultar la más económica. El vuelo XG1122, con salida de Barcelona (BCN) a las 20:05 y llegada a Venecia (VCE) a las 21:45, se había producido sin ninguna incidencia. Todo salía según lo previsto, así que me dirigí hacia la parada del autobús Actv nº 5, que se encontraba a la salida del aeropuerto Marco Polo. Calculé que llegaría a Piazza Le Roma veinticinco minutos después, ya que se trataba del último lugar accesible con vehículo desde tierra firme a Venecia, para desde allí, tomar el vaporetto nº 82. Había previsto mi llegada al hotel –muy cercano a la Piazza San Marco– alrededor de las 23:00 horas. Tenía el tiempo justo para dejar el equipaje en mi habitación y salir a cenar a algún restaurante próximo que estuviese abierto a aquellas altas horas de mi primera noche en Venecia. Pero los planes no iban a cumplirse según lo previsto…

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Cuando llegué a la estación del autobús fluvial en Piazza Le Roma, me encontré con la primera de las sorpresas: ¡aquella noche había huelga de vaporettos! Después de recabar toda la información de que fui capaz y tras soportar una larga espera, conseguí acceder al único vaporetto de servicios mínimos que haría el recorrido más cercano al lugar que yo necesitaba ir y que, en este caso, tendría su final de trayecto en el Ponte di Rialto. Un lugar que distaba a unos diez minutos del hotel, caminando entre las callejuelas y atravesando algunos puentes de los canales menores. Bueno, –me dije para mí– más vale esto que nada… y así, de paso, iré conociendo los pequeños canales… Durante el trayecto, a través del Gran Canal, pude observar los imponentes edificios de estilo gótico veneciano y renacentista. Edificios que aparecían iluminados por farolas y focos de luces que, dirigidos sobre sus fachadas, anulaban la oscuridad de la noche, permitiendo observar la belleza y el encanto del que aún hoy día son poseedores, a pesar del paso del tiempo y el abandono al que algunos de ellos habían sido sometidos. El trayecto se me hizo corto… apenas tres paradas del vaporetto y, en la que hacía cuatro, ya me encontraba frente al imponente y majestuoso Ponte di Rialto. La estampa era magnifica: un puente de piedra, iluminado completamente en todo su recorrido por farolas de estilo renacentista y moderno, formado por un único arco de medio punto que soportaba dos rampas inclinadas y unidas en un pórtico central. Una magnífica obra de ingeniería, debida al arquitecto Antonio da Ponte quien, tras varios rechazos de otros tantos proyectos presentados por eminentes arquitectos de la época, consiguió hacerse con el proyecto y construirlo sobre el Gran Canal, en el espacio de tiempo que va desde el 1588 al 1591. Con anterioridad y desde 1181, el Ponte di Rialto había existido como un puente de madera, pero debido a diversos motivos y durante otros tantos periodos, el puente fue destruido, bien por el fuego, bien por no soportar el peso. Por lo que con la construcción del puente en piedra, éste llegaría a perdurar hasta nuestros días en un perfecto estado de conservación, a pesar de las críticas de que fuese objeto en su época, donde se dudaba de la resistencia necesaria y la duración del mismo en el tiempo, debido sobre todo a 10


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