Colección Telúrica de Narrativa
Algo en el ojo María Bastarós Hernández
ediciones awen VE • PE • BR
María Bastarós Hernández [5]
Sara Molina tiene trabajo y yo todavía no, así que cada mañana salgo en busca de uno. Vivimos en un apartamento minúsculo, en la calle corta que da al parque. Nuestro edificio tiene la fachada sin revocar; es un sitio tan barato que a quien lo construyera no le mereció la pena invertir en pintura. Seguro que han pasado por delante alguna vez. Cuando salgo a buscar trabajo procuro mirar al suelo y llevar las manos en los bolsillos. Si alguien me reconoce me saludará, me dará una palmada en la espalda y luego me invitará a tomar un trago. Y yo no sé decir que no a un trago. Así que, por mi bien y el de Sara Molina, es mejor que nadie se fije en mí. Esta mañana agarro la carpeta en la que llevo mis currículums, adopto mi pose encorvada, me despido de Sara Molina y echo a andar hacia el centro. Todo lo que pone en mi currículum es mentira excepto que me llamo Enrique Iglesias. Como el cantante; ¿se lo pueden creer? Hay nombres que atraen el éxito, decía mi madre. De momento, su teoría no tiene visos de realidad. Todavía no he cubierto la mitad del camino cuando se levanta un viento tremendo. El viento de esta ciudad es peculiar: no sopla desde una dirección sino desde todas a la vez, igual que en el centro de un huracán. Saca a cualquiera de sus casillas. Como hace viento y tengo que caminar con la cabeza hacia abajo, pronto un remolino de hojas asciende y algo se me mete en el ojo. Algo parecido a la arena o al polvo de cristal. Aúllo de dolor, digo un par de palabrotas y me tapo el ojo con las manos. En lugar de apaciguarse, el dolor aumenta. Entro en el bar más cercano, a sólo unos metros. Allí todos me conocen y sin duda querrán invitarme a un trago y que yo les invite al siguiente, pero no tengo más remedio que pedir ayuda. En el bar huele a cenicero mojado y a perro, aunque no hay ningún perro dentro.
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—Por favor —digo de inmediato— se me ha metido algo en el ojo. Tengo que buscar trabajo para que Sara Molina no me abandone y apenas puedo ver. La mayoría de parroquianos no me miran; aún están adormilados. Solo la camarera me saluda. —Hola, Enrique. Llena un vaso de bourbon y me lo ofrece. Niego con la cabeza. Un tipo grande llamado Ludo me observa desde su banqueta, suspira y se incorpora. La barra cruje, liberada de un gran peso. He hablado alguna vez con ese tipo. Pocas. Tiene una hermana de tetas picudas con la que iba de vez en cuando antes de conocer a Sara Molina. No creo que Ludo sea su nombre real. Creo que le llaman así porque le gustan las tragaperras. Ludo se acerca y mira dentro de mi ojo. —Quita la mano —dice—, si no, no veo nada. Al retirar la mano, el dolor se multiplica. Cierro el ojo y me llevo de nuevo la mano al párpado. Dentro lo veo todo granate, rojo, naranja fosforescente. Ludo me aparta la mano de un golpe. Es un tipo fuerte, también bruto, por lo visto de escasa paciencia. Me abstengo de volver a taparme el ojo y me concentro en contar para evadirme del dolor. Uno, dos —no funciona—, tres, cuatro, —sigue sin funcionar— cinco; Ludo usa su pulgar para estirar mi ceja hacia arriba y facilitarse el acceso a mi ojo. La tirantez, sumada al dolor y al aliento caliente de Ludo en mi cara, hacen de la situación algo penoso. —Sí que tienes algo —confirma—. Lo veo perfectamente. —Quítamelo, por favor —le ruego—, me duele de una forma horrible. Ludo se ríe, partículas de su saliva caen sobre mi cara y mi pelo. Sigo contando, seis, siete, ocho, mientras ese tipo enorme hurga dentro de mi ojo con sus dedos mugrientos. —Ya casi lo tengo —anuncia arañando mi córnea con la uña—, queda muy poco. El dolor es tal que doy un pequeño alarido. Ludo me abre más el párpado con pulgar e índice. Yo trato de apartarme.
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—Para —le digo—, es demasiado doloroso. Él me agarra la cabeza con fuerza. —Ni hablar —responde—, no puedo dejarlo ahora. —¿Cómo? —me inquieto—. Para de una vez. —No puedo —repite—, tengo que sacarlo. Es precioso. Es lo más bonito que he visto en mi vida. Noto que en el bar se ha hecho silencio. —¡Ayudadme! —grito—, ¡necesito ayuda! Nadie reacciona. Solo se escucha el sorber y el tragar de quienes están allí. Trato de zafarme de Ludo, empujo sus antebrazos con los míos, me retuerzo. Todo sin resultado. Sus manos son tan poderosas que apenas puedo mover la cabeza; solo mi mentón esta libre. Intento morderle un dedo, pero queda fuera de mi alcance. Él sigue escarbando, ajeno a mis súplicas. Es una pala excavadora y yo un indefenso solar en obras. Entiendo que voy a desvanecerme, que ningún otro resultado es posible. Para, por amor de dios, imploro; pero él ejerce aún más presión en los laterales de mi cabeza. Noto cada latido bullir dentro de mis sienes, el cráneo a punto de reducirse a astillas. —Calla de una vez, ostia —ordena Ludo—. Ya casi lo tengo. Y entonces lo veo. Un fugaz resplandor dorado, una lengua de fuego; el último fogonazo de una estrella moribunda. Esa cosa brillante abandona mi ojo y el dolor cesa, de forma tan drástica que parece que nunca existió. Ludo se aparta de mí, no dice una palabra. Se guarda en un bolsillo lo que ha sacado de mi ojo y sale del bar. Yo salgo detrás. —¡Espera! —le grito—, ¿qué es? Ludo acelera el paso. Yo hago lo mismo. —¡Devuélvemelo! —exijo—, ¡es mío! Ludo empieza a correr. Tiene un correr torpe; corre igual que los niños pequeños o las mujeres con tacones, como si su cuerpo no estuviera del todo bajo su control. Al alcanzar el siguiente cruce se gira para mirarme, dudando. Estoy a solo unos metros. A su espalda, los
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coches surcan la calzada como flechas de colores. Casi he llegado a su altura cuando, sin esperar a que el semáforo se ponga verde, se lanza a la carretera. Pese a su falta de elegancia al desplazarse, resulta un ágil sorteador de obstáculos. Lo observo bailar entre los coches, inspirado. No voy a poder alcanzarlo. Ludo esquiva unos cuantos vehículos más; los conductores hacen sonar el claxon, frenan, derrapan. Uno choca con el morro contra la puerta del copiloto de otro, un tercero recibe un golpe detrás y el maletero se abre, dentro hay una maleta roja y un montón de octavillas que se desperdigan por el aire. Se genera el caos. Cuando Ludo está a punto de alcanzar la otra acera, un coche familiar lo embiste. Si tuviera trabajo, le compraría a Sara Molina un coche como ese. Ludo se desliza por encima del capó, hacia arriba, veloz. Luego deshace su camino, más despacio, y por fin se desploma en el suelo. Me acerco raudo, sin que un solo coche entorpezca mi paso. Me agacho junto a él. Tiene la cara ensangrentada, diminutos pedazos de dientes en la comisura de los labios. No sé si vive o no. Busco en su bolsillo, dos, tres segundos, y encuentro lo que ha sacado de mi ojo. Lo poso sobre la palma de mi mano derecha. Lo contemplo, unos minutos, mientras alguien trata de reanimar a Ludo. En cuanto oigo la sirena de la policía, lo guardo dentro de uno de mis calcetines, me levanto y me alejo. Una mujer me increpa: —Oye, espera un momento, ¿qué tienes ahí? ¡Déjame mirarlo! Escucho los pasos apresurados de varias personas a mi espalda. Empiezo a correr. Es verdad que es precioso.
María Bastarós Hernández (Zaragoza, 1987) Es licenciada en Historia del arte y máster en Gestión Cultural. En 2018 publica su primera novela, Historia de España contada a las niñas (Fulgencio Pimentel) —premio Puchi Award, premio Cálamo Otra Mirada y premio de Narrativa de la Asociación de Críticos Valencianos. El mismo año publica Herstory: una historia ilustrada de las mujeres (Lumen), no ficción, junto a Nacho Moreno y la ilustradora Cristina Daura. En 2019 su relato Fantasma abre la antología Ya no recuerdo qué quería ser de mayor (Temas de hoy). Sus poemas, artículos y textos de ficción han sido publicados en medios como Verne, La tribu de Frida, El Diario y Píkara Magazine. Ha impartido clases en la escuela de escritura Fuentetaja, concretamente los cursos «Coche ardiendo en claro del bosque» y «Escribir con los puños». Actualmente forma parte de la organización de la iniciativa Sentim les llibreries y trabaja en su segunda novela, Caza Mayor, que saldrá en 2021 con Temas de hoy.
CRÉDITOS Algo en el ojo ©2021, María Bastarós Hernández © De esta edición: Ediciones Awen (Un sello de Ediciones Palíndromus) Cualquier parte de este libro puede ser reproducida, almacenada o transmitida con permiso del autor o editor mientras se esté citando la fuente. edición
Jorge Morales Corona | Verónica Vidal diseño de colección
Jorge Morales Corona diagramación
Ediciones Palíndromus collage de portada
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Algo en el ojo de María Bastarós Hernández se terminó de editar en el mes de abril de 2021 en las instalaciones de Ediciones Palíndromus ubicadas en Maracaibo, Venezuela, bajo la licencia del sello Awen y la autora. Para la colección se utilizaron las tipografías Lato de Lukasz Dziedzic para el cuerpo y Manrope de Michael Sharanda para los títulos. todos los derechos reservados