Habla Ventura de Carol Cazares Defaz

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Colección Telúrica de Narrativa


Habla ventura Carol Cazares Defaz

ediciones awen VE • PE • BR



Carol Cazares Defaz [5]

Esa tarde, mientras sentía las contracciones del parto, recordó las predicciones de la mujer de la montaña. En una habitación, desde la única ventana, estrecha, vio las primeras plantas de trigo nacer en lo que antes fueron extensiones de sembradíos de maíz. Angelina había pasado más de un año encerrada en una casa construida sobre un templo de piedra. Francisco Pizarro la mantuvo cautiva alegando que la epidemia de viruela se había desatado en el pueblo. Y fue así, en parte, porque la peste, los enfrentamientos armados, la imposición de nuevas autoridades, ocuparon el territorio por esos años. Pasaron varios meses cuando notó cómo su cuerpo, todavía adolescente, se fue ensanchando. El dolor en los pezones, algunas gotas de líquido blanco que salieron de ellos, anunciaron el embarazo de Francisco. Como todavía quedaban algunas acllas, jóvenes mujeres que preparaban chicha y fabricaban textiles con lana de vicuña, y que lograron sobrevivir a la epidemia, le hicieron ropas más anchas de colores y formas geométricas como era tradición. Angelina no pasó frío, ni sed, ni hambre, pero supo que su gente sí. Las colcas, depósitos en forma circular donde se guardaban el maíz, la papa, el olluco, estaban casi vacías. Los extranjeros desconocían los periodos de siembra y cosecha de los alimentos que para ellos eran nuevos. El poco maíz que quedó en los cuencos de barro se perdió, fue carbonizado por el paso del tiempo. De una belleza que a primera vista causaba asombro, había sido escogida y preparada, desde la niñez, para ser la esposa del Inca. Cuando dio sus primeros pasos cubrieron el piso con mantas porque


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sus pies no podían tocarlo. Aprendió el arte del canto y el baile. De largos cabellos negros, caídos sobre los hombros, su cuerpo fino vistió trajes bordados con piedras preciosas y su rostro, cuando acompañó al Inca, lo cubrió con una máscara de oro. Encerrada, jamás imaginó el cambio de planes que sería la llegada a estas tierras de tres barcos, ni de las alianzas políticas y militares que harían líderes de pueblos enteros con los extranjeros para derrocar a su esposo. Cuando el sol se ocultó, rompió fuente, Francisco y el fraile estaban en la habitación. Llamaron a dos parteras quienes notaron que ardía en fiebre. Angelina comenzó a delirar. Escuchó la voz de la mujer de la montaña: El trino del pájaro se confundirá con el sonido de los metales luego todo niebla todas bestias con colmillos y cuerpos de cuatro patas soltadas por hombres con pechos plateados

▪▪▪1 Del quichua: ¿de dónde vienes?, ¿qué quieres?

Entre gritos, aullidos, vio morir al Hijo del Sol a garrotazos en la plaza principal. Sintió el cuerpo de Francisco encima, desgarrándola, entre matorrales. En su parto febril repitió palabras que fueron preguntas: ¿Maimanta jamunqui?, ¿Imata munanqui?1 Durante su cautiverio fue bautizada como Angelina Yupanqui. Le enseñaron a hablar y a escribir el idioma de los extranjeros, el castellano. Escuchó reuniones donde fueron repartidas y renombradas las tierras que eran de los suyos. Le dieron de comer un alimento de forma redonda que cabía en la palma de la mano. Tenía una costra dura color café, la quitó y tiró. Adentro era blanco, esponjoso, suave, ácido. Dudó en probarlo, no se parecía a nada que haya visto. Desde la ventana de su cuarto vio a soldados extranjeros arrancar láminas de oro que cubrían las paredes de piedra del templo en forma de cabeza de puma. Se supo perdida en el tiempo cuando le mostraron un nuevo calendario que no se contaba en lunas. Las semanas dejaron de tener diez días. Las parteras pusieron sobre su cuerpo desnudo compresas de paños con agua fría para bajar la fiebre. Al oído comenzaron a susurrarle cantos en quichua.


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Antes de la llegada de los extranjeros las tierras estaban divididas en cuatro regiones. Inca Pachacútec armó un ejército que avanzó, incluso después de su muerte y durante ochenta años, de norte a sur y de este a oeste, de costa a sierra. Construyeron puentes con sogas hechas de paja, el camino de piedra, Qhapaq Ñan, que conectó pueblos y sirvió para que los chasquis, jóvenes mensajeros, recorrieran el territorio llevando información al Inca. Lo llamó Tahuantinsuyo, que significa los cuatro suyos, «las cuatro partes». En la madrugada, cuando el sol mostró los primeros rayos tiñendo el cielo de un tono rojizo, sus caderas se abrieron. Una de las parteras sintió con sus dedos la cabeza del bebé, la sostuvieron para que el alumbramiento se diera de pie. Su grito se unió con el llanto de su hijo. Las parteras lo arroparon con una manta de lana de vicuña color carmesí. Francisco lo tomó en brazos, lo acercó a la luz de la ventana. El sol iluminó el rostro de piel clara del bebé que tenía unos grandes ojos negros, como el fruto del capulí. En un gesto primero, sonrió. Angelina sintió que el calor de su cuerpo la había abandonado, pensó que todo lo pasado fuepudo ser por el delirio de la fiebre. Todavía confundida escuchó palabras en latín del fraile quien sacó agua bendita de su sotana y bautizó al niño con el nombre del padre (porque todo se hacía «en el nombre del padre»). Francisco, sonriente a sus sesenta años, acercó el bebé al pecho de Angelina. Así nació en este continente el primer descendiente de Pachacútec que le dijeron mestizo. Angelina contó parte de esta historia a su último esposo, un cronista español. Dicen que la vieron caminando y hablando sola varias veces en los dos idiomas que conocía, tratando de reconstruir los hechos para luego decirle al cronista quien con esos relatos escribió dos libros. Él le pidió recordar la historia fundacional de su pueblo donde no existe la voluntad de un único Dios, ni los siete días, ni una pareja primera donde la mujer es castigada. Entonces, relató cómo el mundo fue creado por cuatro hermanos, hermanas y una madre que nacieron de un cerro. Pasaron largas horas recordando todo, él anotó con detalle, ella fue escuchada. Sus padres la llamaron Cuxirimay Ocllo que en quichua significa habla ventura, la última Pivihuarmi del Tahuantinsuyo.


Carol Cazares Defaz (Venezuela, 1980) Licenciada en Artes de la Universidad Central de Venezuela (UCV), mención cine, con un Diplomado de Comunicación, Género y Derechos Humanos en Comunicación para la igualdad (Argentina). Desde hace diez años forma parte de la CLACPI (Coordinadora Latinoamericana de Cine y Comunicación de los Pueblos Indígenas). Directora del cortometraje Puhi Toprao (2019), ganador del premio a traducción de la Universidad de Edimburgo y el Instituto Smithsoniano, que fue exhibido en la selección oficial del Festival de Cine de Lengua Materna 2020.



CRÉDITOS Habla ventura ©2021, Carol Cazares Defaz © De esta edición: Ediciones Awen (Un sello de Ediciones Palíndromus) Cualquier parte de este libro puede ser reproducida, almacenada o transmitida con permiso del autor o editor mientras se esté citando la fuente. edición

Jorge Morales Corona | Verónica Vidal diseño de colección

Jorge Morales Corona diagramación

Ediciones Palíndromus collage de portada

Diego Abreu corrector

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Habla ventura de Carol Cazares Defaz se terminó de editar en el mes de marzo de 2021 en las instalaciones de Ediciones Palíndromus ubicadas en Maracaibo, Venezuela, bajo la licencia del sello Awen y la autora. Para la colección se utilizaron las tipografías Lato de Lukasz Dziedzic para el cuerpo y Manrope de Michael Sharanda para los títulos. todos los derechos reservados



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