Colección Telúrica de Narrativa
Pulpo a la gallega Bárbara Schtirbu
ediciones awen VE • PE • BR
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A mis papĂĄs, a Camila, y a mĂ por darme la oportunidad de resurgir.
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Su nuevo nombre es María José y hay que tomarse el trabajo de pronunciarlo como ella lo pide: Mairajoséí. En verdad se llama Claudia Rome de Benegas, casada con Juan Benegas, madre de Mariana y Pablo Benegas. Es del barrio de Monserrat, y está teniendo su gran crisis de los cincuenta en plena cuarentena, o al menos esas fueron las primeras conclusiones de su familia. Ya van tres meses de ese martes de abril en que se levantó de la cama a las siete, como cada mañana, pero en vez de ponerse la ropa de entre casa, se improvisó un traje de flamenco con un mantel a cuadritos, una camisa de los años 80´s llena de bolados y un chaleco de su marido. En cada brazo todas las pulseras que pudo encontrar en su vieja caja de alhajas, un rodete tirante que le costó bastante trabajo mantener en su lugar (por lo finito que se había puesto su pelo con los años) y así, completamente enflamencada, preparó el desayuno: torrejas de nata. A todos los despertó un fuerte aroma que desconocían, muy agradable, pero era como si hubiesen dormido en una casa que no era la suya. Olé fue lo primero que dijo a grito pelado cuando intrigadísimos, y casi en puntas de pie, se asomaron a la cocina a ver qué pasaba. Olé, les repitió pegando un zapatazo contra el trapo de piso con lavandina que hacía de alfombrita en la entrada, y con tal fuerza zapateó que hizo temblar el clavel de plástico que se había incrustado en la oreja. Ese fue el comienzo. De su boca brotaban definiciones que nadie conocía, y con un acento que tampoco reconocían en ella. Suponían que quería sonar española, pero sentían más que estaban frente a una mujer del islam a punto de detonarse. Y así fue Ostias cada vez que se enojaba por
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algo, Bollao a Juan cuando le recordaba lo gordo que estaba, Ere un embustero a todos los políticos que salían en la tele, y «Coge» se volvió de golpe la palabra más repetida del día, así era como todos se la pasaban cogiendo cosas: cogiendo el diario, cogiendo frío, cogiendo el rollo de cocina, cogiendo la bolsa de compras. Era verdaderamente espeluznante cuando mandaba al marido y a los hijos a coger los platos sucios: Venga, que no tengo toel día, jodé, me cogen la mesa los tres junto ahora, ¡que´vai! Desde ya que intentaron abordarla en varias opor-tunidades, pero sin éxito: —Claudia, ¿qué te está pasando? —La Claudia se ja´ iiiiooo pa´ siempre, Ramón, y qui en paz descanse la desahuciada esa. ¡Aquí vine sho, la Mairajoséí a poné vida a esta tumba, y olé! Además de cambiarle el nombre a su marido, le cambió su ocupación (ya no era Contador, ahora era vendedor de aceitunas), y también iba cambiando la ciudad en la que vivían. Un día se levantaba y decía que mudarse a Sevilla era lo mejor que les había pasado, al otro día que amaba el aire de fiesta que se respira en Andalucía. Como era de esperar, todos estaban muertos de preocupación, pero no se decidían a llamar a un médico. Tenían miedo de que la dejen internada, «justo ahora con esta pandemia, y tanto virus circulando por todos lados, seguro que en cualquier hospital se expone más», les decía Juan, y seguía tratando de calmar a sus hijos con argumentos bastante débiles: «Su mamá está bien, chicos. Es decir, no está bien, pero seguramente va a estarlo pronto, todo esto debe ser la menopausia. ¿No se acuerdan de la tía Raquel lo mal que la pasó? Dicen que las hormonas alteradas causan estados de ánimo complicados. Y, además, se le junta con el encierro, y bueno ya va a volver a ser la misma, la vamos a cuidar entre todos, y lo más importante: no dejemos que salga a la calle». Ninguno estaba muy convencido de que la falta de estrógenos pueda traer tanto desequilibrio mental, pero acordaron seguirle la corriente, no hacerle demasiadas preguntas y tratar de digerir con la mayor naturalidad posible sus extraños comportamientos. ¿Y qué implicaba «seguirle la corriente» a la Mairajoséí? Bueno, ahí está el tema. Cada vez se fueron sumando más cosas, y olvidarse de alguna o no cumplirla era mala idea, porque si había algo que la Mariajoséi no toleraba en esta vida
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era la «disobediencia». Cuando alguien le llevaba la contra el aire se cortaba con cuchillo, y no es un decir. En una oportunidad salió a correr al Manuel (Pablo) con una navaja suiza, sólo porque le dijo que no se quería lavar las manos. Si no hubiese sido por la Amparo (Mariana), que justo se cruzó en el camino, quién sabe si el chico hoy no estaba tocando el arpa, o las castañuelas. Al mes de este cambio radical, Amparo comenzó a escribir una crónica del estado mental de su madre. Quería dejar documentados todos los desvaríos en caso de que decidiera matarlos, por ejemplo. Y es que ya nadie descartaba finales trágicos en esa casa. Haciendo una síntesis de la vida de la familia Benegas bajo esta nueva dictadura materno-andaluza, podemos detallar una serie de leyes y normas que se establecieron claramente desde el día uno: regla número
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Se amanece con los gallos. Sí, y para que no sea sólo un decir, la Mairajoséí le exigió a su marido que compre uno por internet: «Y pues haz algo hombre, jodé, busca allí en el computador ese, con el Mercadeo libre, un gaiio bien macho, de buen plumaje, po´ si un día nos estira la pata y lo usamo pa´ plumero». No tenemos idea cómo el Ramón lo logró, pero el chico de Pedidos Ya llegó con una jaula en la que traía al alterado animal, algo verde por tanto viaje en moto. La mujer lo apodó Paco y le armó una casa en el balcón con la vieja cuna del Manuel. A las 5 de la mañana en punto, la familia (y todo el barrio), comenzó a amanecer al borde del pre infarto. Los vecinos golpearon infinidad de veces la puerta para quejarse. Al comienzo no les abrían, pero la situación de reclamos se volvió tan insostenible que el padre se vio en la obligación de amordazar a Paco y esconderlo adentro del lavarropas para que pasen a revisar. Eso fue un domingo a la tarde, cuando el del 7D mandó a un policía de la cuadra. Resultó ser bastante dócil el animal, dejándose encintar el pico cada dos por tres y oculto como estaba entre calzones sucios y trapos rejilla. Los oficiales daban una vuelta por la casa y, como no encontraban ningún animal, se iban para dar parte a los vecinos de que en lo de los Benegas no pasaba nada fuera de lo común. Visto y considerando que Paco siguió desvelando a medio Lanús, así fue como finalmente muchas personas del edificio se terminaron mudando y unos cuantos pasaron a mejor vida por contar mal las pastillas para dormir.
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Se desayuna con pulpo a la gallega. A veces acompañando con mate, a veces con café con leche y bizcochos «Don Satur» o torta fritas. Paco también se vio obligado a desayunar eso, y con el tiempo fue teniendo comportamientos fisiológicos y motrices un poco extraños, como un repentino cambio en su voz, que se fue poniendo más aguda y punzante al punto que hasta la propia Mairajoséí estuvo a poco de hacerlo en puchero si no hubiese sido por el Manuel que se había encariñado con el bicho y le lloraba para que no lo meta en la olla. Pero además, el efecto de tanto guiso de tentáculo recayó sobre el impulso sexual del animal que lo llevó a ponerse demasiado “cariñoso”. Se lanzaba a copular con lo primero que se le cruzaba: una silla, el escobillón, una planta de lavanda, el canasto de ropa, un frasco de alcohol en gel. Día y noche se la pasaba con la «cresta engrandecida», hasta que una noche la pobre Amparo casi sufre una violación. Cuando entró en su habitación, el Paco se coló detrás de ella, cerró la puerta con llave y se lanzó a ganarse el amor de su dueña. Es increíble la fuerza y determinación que puede tener un gallo alimentado con pulpo pero, sin entrar en detalles desagradables, podemos decir que por suerte el Ramón llegó a tiempo y que las cerraduras en esa casa eran bastante endebles. Lo castigaron por cuatro días prohibiéndole salir de su corral, sin darle pulpo y sin dirigirle la palabra. Al bajarle significativamente el molusco en sangre, de a poco la libido del Paco volvió a su lugar. Pero volviendo al «pulpo a la gallega», era necesario tener provisiones que le permitan a la Mairajoséí preparar una abundante ración que dure toda la semana. Para eso también hacían venir al delivery con encomiendas de octópodos frescos que traía desde Mar del Plata. En la última entrega el bicho llegó vivo en un gran frasco de vidrio lleno de agua. «Ay, hombre, jodé, cómo mi trae un pulpete así di dispierto y con lo jojos abiertos. Encárguese usté de pasarlo a mejó vida». Y ahí estaba de nuevo el derrotado marido, tragando asco mientras hachaba un pulpo por primera vez en su vida. Comenzó con un pequeño cortecito en un tentáculo y se desmayó. Al volver en sí, también volvió con más decisión, y del rechazo inicial del acto pasó a un profundo goce carnicero, descuartizándolo rápidamente en sesenta y siete partes. Algo de la intensidad de esa casa estaba empezando a ser contagiosa y ya nadie tenía mucho registro de lo que estaba bien o mal.
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En la mesa se reza, y ese sí que fue un desafío para todos. El Ramón era ateo, los hijos sólo creían en las Redes Sociales, y Claudia (en la época en que seguía siendo Claudia) sólo invocaba al “Señor” cuando comía torta de ricota y entraba en trance: «Oh, Dios mío…Oh por Dios». Así fue como, ante esta nueva imposición de plegaria colectiva, nadie sabía bien qué decir ni la manera correcta de proceder. En la primera cena religiosa, la Mairajoséí indignadísima quiso saber por qué en esa casa no había ningún rosario, y «en menos de lo que canta un Paco» se improvisó cuatro collares hechos con crucecitas de cartón de leche y se los colgó a cada uno del cuello de un tirón. Reunidos alrededor de la mesa, y ya todos con sus manos apoyadas y la cabeza gacha, la oradora principal le pidió a su marido que dé las gracias, pero al ver la torpeza con la que manejaba el discurso celestial, tomó la palabra para no ofender al todopoderoso:
«Paiidre nuestro qui estáii en el cielo, o qui al meno eso dicen, porqui pa´mí usté está en todo lado. Santificado sía tu nombre. Véngale a nosotrois tu reino, y cuando venga qui traiga una esposa pa´el Paco que anda caliente como una torreja e nata, el emplumado eise. No como el Ramón qui ta too il día empanao y meitabundo… y ai que andá llorándole una caricia o un mandaillo rápido de noche en la cama, con la bulla que vengo acumulandoi, jodé. Hágase tu voluntad en la tierra como in el cielo. Danos hoy el pan nueistro de cada día, y si podé un poco de queso manchego, azafrán y rabo e toro, que con esta peste no si consigue en ningún lao. Perdona nuestra ofensais, como también nosotros perdonamos a los que nois ofenden, meno a la vecina di abajo qui me da escobazo en el techo po ´mi baile flamenco a la madrugada. No noi dejes caer en la tentación, como a mi´jo el Manuel, que el muy desvergonzao andai to el día con el guiffi… toe el día así viendo vídios de tías sin ninguna ropa incima, busconas y pecaoras. Máis libéranos del mal, del bicho Coví éste, ya dei una buena ve. Qui en el Oxford y los de la ciencia prueben con ajo, qui il ajo mata too. Amén.»
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Este tipo de rezos se hicieron habituales. Lógicamente, en un comienzo costó seguirle el hilo a esa suerte de catalán guaraní que lanzaba la madre en cada palabra, pero es cierto que en la vida uno se acostumbra a todo. Ya a las dos semanas todos conocían la plegaria, y hasta se esforzaban por entonarla como lo hacía la Mairajoséí, así sonrientes y devotos. Las sobremesas eran más extensas de lo que solían ser con la Claudia, y comenzaron a recordar historias que nunca existieron, pero que todos asumían como reales. De alguna manera, eso de «seguirle la corriente» en sus aventuras empezó a ser más fácil, agradable por momentos, y terminó por volverse una necesidad para toda la familia, incluido el Paco que empezó a sollozar en sus cantos, como lo hacen los gallos flamencos. «¿Y te acuerdái Amparo, esa vé qui ti dieron el premio a la mejó alugna di la clase, y con la plata compraste un carro nuevo pa´qui tu padre lleve las sándias al pueblo». Y la Amparo se acordaba de ese día y todos se reían rememorando la anécdota. «¿Y te acordái mi´jo cuando te di a luuuú en un establo de la afueras de la Andalúcia? Tu padre no llegaba de la fábrica pa´llevame al doctor Vázque así qui Shoo sola ti traje al mundo, sentadita en una banqueta en el patio de la casa, y en 2 pum, pum, saliste vo todo pegajosiento y sin pelo. Cuando el Ramón llegó, yo ya estabai de pie, la casa toda lempia y riluciene, y había preparado cazuela de conejo y todo pa´celebrá tu llegada, y olé». Y el Manuel se acordaba de el día que nació, de lo chiquito que era y de la alegría que sintió al ver a su mamá por primera vez. «¿Y te acordái Ramón cuando nos conocimo en la feria dil pueblo y me salvaste de morirme muerta, cuando atajaste ese jamón qui colgaba del techo? Qué susto no pegamo, y qué amor nos agarró a lo dos de sopetón». Y el Ramón también se acordaba, y de golpe le entró algo en el pecho, algo que no estaba seguro si era el Covid-19 dando sus primeros indicios o el amor volviendo a resurgir después de tanto tiempo. Finalmente, no fue ninguna de las dos cosas. Ramón, “Juan” Benegas, como figura en su placa recordatoria en el Cementerio de la Chacarita, se agarró una Hepatitis A del tamaño del océano Atlántico, de donde justamente venía todo el pulpo que tragó por cinco meses. Murió a las pocas horas que empezó con los dolores en el pecho y La Mairajoséí se hundió en la pena. Pasó siete días y seis noches encerrada en su habitación escuchando a Lola Flores, pidiéndole explicaciones al
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Todopoderoso y acariciando al Paco, que le hacía acordar al Ramón. Lo acarició tan intensamente que el pobre murió asfixiado. Cuando finalmente salió del cuarto tenía puestos unos jeans y una campera deportiva, el pelo suelto y ya no hacía ruido al caminar sin sus pulseras y aros. Saludó con un simple «Hola» a sus hijos que estaban en la cocina, y preparó mate cocido con scones. Prendió la tele para ver cómo venía el tema de la Cuarentena y les pidió a los chicos que anotaran lo que necesitaban del supermercado. Agarró la bolsa de compras, se puso el tapaboca y cerró la puerta.
Bárbara Schtirbu Es redactora, trabaja en publicidad hace mucho haciendo contenido para distintas marcas en Redes Sociales, pero que quiere que su escritura trascienda lo comercial, y llegue a un lugar más profundo y sincero. Vive en Buenos Aires y escribe desde hace años, especialmente desde el humor. Ha publicado en una revista digital y monólogos para unipersonales. Estudió teatro, stand up, dramaturgia, y clown. Comenta: «Hoy, en este extraño 2020, me metí en casa, y más «pa´dentro» que nunca, dándole con todo a las ilustraciones y cuentos en una serie de Historias de la cuarentena que amplío cada día. Ya tengo 90 personajes pegados en mi pared, que se me viene encima, y 20 historias sobre algunos de ellos.»
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CRÉDITOS Pulpo a la gallega ©2021, Bárbara Schtirbu © De esta edición: Ediciones Awen (Un sello de Ediciones Palíndromus) Cualquier parte de este libro puede ser reproducida, almacenada o transmitida con permiso del autor o editor mientras se esté citando la fuente. edición
Jorge Morales Corona | Verónica Vidal diseño de colección
Jorge Morales Corona diagramación
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Pulpo a la gallega de Bárbara Schtirbu se terminó de editar en el mes de enero de 2021 en las instalaciones de Ediciones Palíndromus ubicadas en Maracaibo, Venezuela, bajo la licencia del sello Awen y la autora. Para la colección se utilizaron las tipografías Lato de Lukasz Dziedzic para el cuerpo y Manrope de Michael Sharanda para los títulos. todos los derechos reservados