Revista Socios Septiembre 2021

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◆ Columna de Opinión ◆

CARTA A UN VIEJO AMIGO Y PROFESOR Por Cristián Warnken L.

“Me acordé mucho de usted y de Voltaire cuando vi caer la ciudad de Kabul”, dice Cristián Warnken. “Qué paradoja: talibanes chilenos celebrando la recuperación de los talibanes afganos del poder en Kabul”, señala en esta carta publicada en PAUTA, y que incluimos en esta sección estable de revista Socios. Querido profesor: Escribo esta carta con la ilusión que alguien se la lea en voz alta, y pueda escuchar sus sonidos, aunque no logre entender su contenido. Usted nos enseñó hace muchos años a leer a los clásicos del pensamiento en voz alta: con usted aprendimos muchas cosas, pero sobre todo lo que es el valor inalienable de la tolerancia. Nos hizo leer –allá, por los años 80– el famoso Tratado de la tolerancia, de Voltaire, publicado en 1793; ese famoso “panfleto” en el que su autor invita a la tolerancia entre las religiones, ataca con fuerza el fanatismo religioso, defiende la libertad de cultos, critica las guerras religiosas (“caldos de cabezas contra caldos de cabezas”, dijo de ellas Nicanor Parra) y sostiene que nadie debe morir por sus ideas. Para él, el fanatismo es una enfermedad de la que las comunidades, países y sistemas políticos deben sanarse. Usted, profesor, nos citaba con fervor frases del filósofo del Siglo de las Luces como esta: "La tolerancia no ha provocado nunca ninguna guerra; la intolerancia ha cubierto la tierra de matanza". Y esta otra que le fue atribuida, aunque usted mismo

nos advirtió que no la había escrito Voltaire sino que transmite –como ninguna otra– la esencia de su pensamiento: "Estoy en completo desacuerdo con tus ideas, pero daría mi vida para que tuvieras el derecho a defenderlas". Una frase así yo colocaría en el frontis del Parlamento, la Convención, los medios de comunicación y, para qué decir, en las cloacas de las redes sociales. Cuando nos hablaba, profesor, con tanto fervor de la tolerancia lo mirábamos entonces con incredulidad: éramos jóvenes, idealistas, y creíamos que el mundo se dividía entre “buenos" y "malos". Por supuesto, los buenos éramos nosotros. La tolerancia nos parecía una virtud apolillada, una viejecita encantadora pero inútil, como la "prudencia" aristotélica y otras que usted nos transmitió con mucha paciencia. ¡Qué paciencia tuvo usted con nosotros! Para nosotros, ser tolerante era abdicar de las grandes utopías, y la democracia no estaba entre esas utopías. Pero, quisiéramoslo o no, sus frases lanzadas al aire, con entusiasmo e inteligencia, se nos clavaron igual en el alma. Nunca olvidamos a Voltaire y ahora lo recordamos con nostalgia y sus libros nos parecen más actuales que muchos 36

de los manuales de ortodoxia revolucionaria que envenenaron nuestro joven espíritu con ideas viejas, trasnochadas, agotadas, y algunas definitivamente muertas. Me acordé mucho de usted y de Voltaire cuando vi caer la ciudad de Kabul en manos de los talibanes. Y me acordé más de usted, profesor, cuando leí un tuit de un destacado intelectual de nuestro Partido Comunista local, celebrando la llegada de los talibanes como una derrota del "imperialismo" capitalista occidental. Lo imaginé comentando ese desatinado mensaje, con calma, sin enojarse, deteniéndose en cada frase, desmontando sus falacias como un cirujano de las ideas: así lo hacía con nuestras propias y altisonantes falacias. Sí, los talibanes llegaron a Kabul: los fanáticos siguen conquistando almas jóvenes y "bellas" en pleno Siglo XXI en todas partes del mundo. Pero aquí también están desembarcando, de manera más sutil pero no menos eficaz: sí, profesor, en Chile tenemos nuestros propios talibanes, intentando imponernos sus burkas, sus certezas sin espacio para la duda y sus convicciones que, más que políticas, parecen, a veces, religiosas. Un constituyente miembro del mismo partido (PC)


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