Revista socios Julio 2021

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◆ Columna de Opinión ◆

CARTA AL PROFESOR HUMBERTO MATURANA Por Cristián Warnken L.

“Usted fue esencialmente libre”, dice Cristián Warnken al fallecido biólogo chileno, y “por eso llegó a afirmar que incorporaría entre uno de los derechos humanos más fundamentales el del derecho de cambiar de opinión”, señala en esta carta publicada en PAUTA; la segunda que incluimos en esta nueva sección de revista Socios. Estimado profesor: Me gusta llamarlo “profesor”, como en los viejos tiempos, los tiempos en que los profesores eran considerados referentes fundamentales y se los saludaba con respeto, admiración y cariño. Una parte importante de su pensamiento tuvo su origen en una sala de clases, de la Universidad de Chile, cuando un alumno le hizo una pregunta sobre la vida, una pregunta sobre la cual –usted se dio cuenta– necesitaba pensar y elaborar más para responder bien. Ahí comenzó a forjarse el concepto de “autopoiesis”, tal vez una de las pocas ideas originales que han sido pensadas, creadas en Chile. En la respuesta de esa pregunta tan esencial (¿qué es el fenómeno de la vida?) tuvo que ver también un alumno suyo, Francisco Varela: fue en estas conversaciones socráticas por los jardines de la Facultad de Ciencias, entre el maestro y el discípulo, donde nació la “autopoiesis”, que tanta vida propia cobraría después, y en tantos ámbitos y disciplinas en el mundo.

Me lo imagino como a un Sócrates chileno, con el pelo desordenado, unos zapatos gastados (Sócrates andaba hasta a pie pelado por los arrabales de Atenas) y unos cuadernos llenos de dibujos y gráficos, “con todo su demás volando”, atrapado por la idea, la nueva idea que venía a iluminar lo que hasta entonces estaba en penumbras. ¿Valoramos realmente lo que significan las “ideas” en nuestras vidas? Las ideas tienen energía propia, cobran muchas veces vida propia, toman su propio rumbo y a veces se convierten en armas destructivas (las guerras son “caldos de cabeza contra caldos de cabeza”, decía Nicanor Parra) o, por el contrario, pueden contribuir a mejorar la convivencia entre los seres humanos: tal es el caso de la idea que funda el concepto de “autopoiesis”. Por eso concuerdo con Carla Cordua, quien afirmó que usted no solo había sido un biólogo, sino también un filósofo: hoy la filosofía se hace en esas zonas fronterizas donde la ciencia está descubriendo de manera vertiginosa nuevas dimensiones de lo humano, la naturaleza, etcétera. Kant, Hegel, 26

Nietzsche probablemente serían hoy biólogos, físicos, neurocientíficos. La ciencia, la hija, la discípula de la filosofía, cobró tanta vida propia que incluso en su seno se responden hoy las viejas y quemantes preguntas que no han dejado de interpelar desde dentro de sí mismo al ser humano: ¿qué es la vida? ¿Qué es el ser? ¿Por qué el ser y no más bien la nada? Usted, un rebelde por esencia, pero un rebelde sereno, desapegado (no un rebelde destructor de los que abundan tantos hoy en día), varias veces se metió en el territorio de los filósofos a enmendarles la plana a los grandes del pensamiento. Como cuando afirmó que la pregunta filosóficamente pertinente que había que hacerse era por el “hacer” y no por el “ser”. Ahí hizo temblar desde los presocráticos hasta Heidegger, invitándonos a liberarnos del peso muerto de una ontología que cargábamos como pesada mochila en nuestros hombros mamíferos. Usted fue esencialmente libre y pertenece a una generación de chilenos (entre los que están Parra y tantos otros) libertarios: por eso llegó a afirmar que incor-


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