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n un lugar muy especial estaba a punto de nacer una pequeña niña, que se llamaría Alma. Sus padres deseaban tenerla ya entre sus brazos para poder acariciarla. Una tarde la mamá salió a pasear, entró en el bosque y encontró un lugar mágico. En él había una bella cascada de aguas muy trasparentes, con una gran piedra, rodeada de infinitas flores de muchos colores entre las que volaban unas preciosas mariposas. También había grandes árboles que parecían tener vida.
La mamá se sentó en la gran piedra.
Estaba asombrada, no podía dejar de mirar ese bello lugar… Cerró sus ojos, solo escuchaba el sonido del aire acariciando las hojas de los grandes árboles y el movimiento de las preciosas flores. Estaba tan relajada que no quería marcharse de aquel encantador lugar. Recordaba cuando ella jugaba allí. Su abuelo le explicó la historia del bosque de la Montaña de los Siete Chacras Arcoíris, así la llamaba él. Decía así… Cuenta una leyenda muy antigua que en el bosque de la Montaña Mágica Arcoíris vivía el Gran Viejo Árbol Sabio. Era enorme, con sus ramas en forma de alas de ángel, y casi podía tocar el cielo. 10
Era viejo y arrugado. En su tronco se podía apreciar su sabiduría. Era como un anciano dulce. El sol iluminaba sus hojas, sus ramas. Desprendía destellos de luz arcoíris. Era mágico y especial. Pero lo más mágico eran sus grandes y fuertes raíces doradas, que acumulaban su sabiduría, fortaleza y un amor que regalaba a todos sus hermanos árboles, a través de la conexión de sus raíces, que formaban una gran red de luz dorada que se extendía a lugares muy lejanos. Sus raíces eran tan mágicas que podían llegar muy lejos. Él podía sentir cómo estaban sus hermanos y si necesitaban sanarse o fortalecerse. Aunque estuvieran lejos, los ayudaba. Él crecía mucho, porque cuando tú das tu amor sin recibir nada a cambio, tu interior crece y te sientes lleno. Mi abuelo me decía que los árboles son muy parecidos a los hombres. Tienen sus raíces de donde provienen, unidas a su familia, a su Madre Tierra, ella los alimenta con su humedad y se protegen entre ellos. Les da la fortaleza para que su tronco crezca sano y fuerte y para que sus ramas se alarguen y se dirijan donde ellos quieran ir, para alcanzar sus sueños, dar frutos y tocar el gran sol para que los ilumine siempre. La única diferencia es que los árboles siempre sienten amor puro, no saben lo que es sentir esas emociones como la ira, furia, tristeza, el miedo… Cuando abrazas a un árbol percibes como te está regalando su fuerza, sientes su tranquilidad, calman11
do tu interior agitado, te sientes en paz con mucha alegría y amor, siendo sanado por ellos. Recuerdo cuando era niña que pasaba las tardes sentada a su lado, me cubrían con sus ramas, me regalaban su paz y yo les hablaba, sintiéndome protegida por ellos. Fui creciendo con ese amor que ellos me regalaban. Eran mis amigos, les contaba cuentos y me imaginaba que ellos me respondían. La mamá puso las manos en su barriga y le dijo a su bebé: «Pequeña Alma, hoy te quiero regalar esa esencia de los árboles para que seas fuerte, valiente y sientas como ellos, con un gran corazón». La mamá se abrazó al Gran Viejo Árbol Sabio y algo muy especial sucedió. Empezó a soplar un aire cálido, la luz de la luna las iluminaba y el Gran Árbol movía sus ramas como si quisiera abrazarlas. Les desprendió su magia, su luz interior, que recorrió todo su cuerpo. Oscurecía, la luna llena iluminaba las aguas de aquel bosque, las estrellas empezaron a brillar. Alma desde la barriga de su mamá pudo sentir la esencia mágica; tenía una gran misión para realizar en la Tierra. El Gran Viejo Árbol Sabio la depositó en ella.
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