Índice Prólogo
11
Introducción
13
CAPÍTULO 1 El camino de la vida, la muerte y el sufrimiento a través de importantes maestros La influencia de la madre tierra La influencia de los antepasados El primer encuentro con la muerte La medicina de urgencia La enfermedad como maestro
16 20 23 25 26
CAPÍTULO 2 Una visión realista del ser humano Restablecer el hombre tridimensional ¿Por qué tenemos que crecer?
32 36
CAPÍTULO 3 Acompañar el sufrimiento con humanidad El sentido del sufrimiento 45 La consulta del sufrimiento 50 Los hechos 56 La consulta del sufrimiento en la práctica 63 Las consecuencias de dicha actividad para el médico 69
CAPÍTULO 4 Meditación y contemplación, los caminos inexplorados de la medicina moderna Una comprensión justa de la medicina Príncipios básicos de meditación ¿Conlleva riesgos la medicaión? El poder terapéutico de la aceptación Meditación e investigación científica
75 81 86 87 94
CAPÍTULO 5 Dimensión terapéutica del acto de escuchar; del silencio y de la presencia Saber estar Efectos de la Presencia sobre el terapeuta Efectos de la Presencia sobre el paciente El acto de escuchar y el silencio El punto de convergencia
99 103 108 111 113
CAPÍTULO 6 Una educación médica consciente Transmitir el saber médico La transmisión espiritual
123 131
CAPÍTULO 7 ¿Cómo debería de ser la medicina del mañana? Propuestas para mejorar el arte de curar ¿Es necesario abrir otras consultas del sufrimiento? ¿Qué formación se requiere Restablecer la dimensión de la compasión en la práctica médica Devolver la semiótica a un lugar más destacado y educar al médico para sentir Abrir la mente a antiguas medicinas que han dado resultado Una política, una economía, una justicia y una medicina en sintonía La justicia como fuente de armonía Promover una “cultura de la salud” y sensibilizar a los medios de comunicación sobre este enfoque
135 138
157
Conclusión
159
141 145 146 151 155
CAPÍTULO 1 El camino de la vida, la muerte y el sufrimiento a través de importantes maestros “Somos lo que experimentamos y experimentamos lo que somos.”1 Con pocas palabras, queda todo dicho o casi todo. Los acontecimientos y las circunstancias que vivimos en nuestra existencia ejercen una innegable influencia, no sólo sobre nuestra constitución sino también sobre la manera como conectamos con el mundo. Uno no estudia medicina por casualidad. Hacerse preguntas sobre el sufrimiento y comprometerse seriamente con una vía espiritual son el fruto de una búsqueda y también de una sensibilidad. Una sensibilidad lo suficientemente desarrollada y madura como para correr el riesgo de herirla. De hecho, a menos que se sea lo suficientemente consciente, uno no se plantea estas preguntas; o en cualquier caso, no las preguntas de verdad. Puesto que el tema de este libro concierne la medicina, al sufrimiento y a la espiritualidad, compartiré las reflexiones y las experiencias más determinantes que me han llevado hasta donde me encuentro hoy. 1. Lama Denys Teundroup, director espiritual del Instituto Karma Ling, Hameau de Saint-Hugon, 73110 Arvillard, Francia.
16
CURACIÓN Y MEDITACIÓN, REFLEXIONES DE UN MÉDICO BUDISTA
La influencia de la Madre Tierra Nos podemos preguntar en qué medida el lugar donde nacemos ejerce o no una influencia sobre nuestra vida: la alimentación, la tierra, el aire que respiramos, los sabores y los perfumes, los sonidos, la brisa, los colores y los seres que viven en ese espacio. Mi tierra natal es el norte de África, donde la tierra es ocre, las casas luminosas bajo el sol y la brisa del mar suave y refrescante. Sólo conservo un vago recuerdo, el más vivo es un mosaico de perfumes, el de mi madre o el de la niñera sin edad que me cuidaba, una mezcla de olores de lana, de henna y de mandarinero, a los que se mezclaban los del mar, que emanaba el yodo y el aceite de madera de las barcas de pesca. Mientras escribo estas líneas me doy cuenta de hasta qué punto es fuerte el lazo que nos une a nuestro entorno desde el nacimiento o incluso antes, a través de nuestra madre. Ya desde el principio, hay algo establecido. A pesar de la flagrante miseria que azota actualmente una gran parte del continente africano, esto no quita que esta tierra sea una de las más ricas y más fecundas del mundo en alimentos naturales, pero también espirituales. Una cuna de la Humanidad donde flota aún, para el que la sepa ver, una sabiduría más allá del tiempo y del espacio. Una sabiduría primordial. Para mí, haberme alimentado de esta tierra e impregnado con sus influencias sutiles, pero poderosas, ha orientado mi destino de forma natural. La naturaleza siempre ha formado parte de mi vida y de niño recuerdo las largas horas pasadas solo con ella, después de la escuela, con la merienda en la mano y los sentidos en alerta, atento a todo lo que podía ser visto, escuchado, olido o tocado. Mucho más tarde, como médico, pero también como aspirante espiritual, este aprendizaje de la soledad y esta aptitud más para sentir que para analizar, me fueron muy útiles para escuchar y examinar clínicamente a los enfermos y sobre todo para encontrar lo esencial.
EL CAMINO DE LA VIDA
17
De este periodo conservo la amistad oriental. La Argelia de los años cincuenta era un verdadero cruce de culturas donde se mezclaban árabes, judíos, españoles, franceses y africanos, una verdadera amistad, acogedora y sincera, pero también lúcida. Paradójicamente, a pesar de la guerra de Argelia, a pesar del asesinato de mi abuela en plena juventud a manos de un jefe tribal y de los sufrimientos de mi abuelo y de mi padre, que han acarreado esta herida toda su vida, siempre he sentido el lazo que me une con Oriente.2 Una fuerza fraternal nos unía a África por la sangre de la tierra y hasta por el néctar de la espiritualidad. También mediante el sufrimiento de un pueblo que hoy se busca. Y el de otro que ha acabado por abandonar una tierra que no era la suya pero que quería y respetaba intensamente, porque es bella, noble y generosa. Una tierra que algunos lloran todavía porque había tejido lazos estrechos. Jamás me he posicionado a favor de unos u otros. Siendo adulto he experimentado la compasión por ambos. De niño ya había percibido el juego del egocentrismo, la fuerza de la ceguera y sus consecuencias dramáticas sobre los seres. Un anticipo de lo que el budismo llama la ecuanimidad. Más tarde, mi recorrido espiritual y experimentar la transcendencia serán para mi una manera de cicatrizar las heridas familiares y colectivas y perdonarlas definitivamente. Esta amistad y esta simpatía las aplicaré, por motivos éticos, de un modo natural hacia todos los pueblos que sufren; movido por un deseo sincero de defenderlos y de luchar por ellos, para que se repare la injusticia y se preserve su sabiduría, su cultura y sobre todo esa sagrada dimensión de la que vilmente carecen nuestras sociedades, llamadas modernas y avanzadas. 2. Mi abuela fue asesinada en Argelia cuando mi padre tenía cinco años. El coche de mi abuelo fue el blanco de unos bandidos. Mi abuela quiso levantarse detrás del coche para proteger a sus hijos, y una bala le alcanzó de pleno en el corazón. Mi padre nunca pudo perdonarlo y fue ateo toda su vida, defendiendo que si Dios realmente existía, jamás habría permitido algo semejante.
18
CURACIÓN Y MEDITACIÓN, REFLEXIONES DE UN MÉDICO BUDISTA
El subdesarrollo más grave no es tanto el material y el de tener como el del ser. No es imposible que el deterioro del planeta y el sufrimiento resultante nos lleven a darnos cuenta de eso antes de lo previsto. Algunos meses después de mi nacimiento salí de Argelia solo, sin mis padres y sin Rabi’a, mi niñera. Mi madre había sido enfermera en la Resistencia durante la última guerra, sufrió una recaída de tuberculosis y me contagió. Por mi bien esta brutal separación era necesaria y en pocos días me encontraba en los brazos de una abuela desconocida, pero de una gran dulzura. Para preservar el lazo afectivo, mi abuelo cirujano, lleno de bondad, se disfrazaba con una máscara para que no pudiera reconocerlo en el momento de las dolorosas inyecciones antituberculosis. Mi abuelo había iniciado su internado durante la Gran Guerra y había efectuado la mayor parte del aprendizaje de cirujano en las trincheras de Verdún, conocía el precio del sufrimiento y la separación. Años más tarde fue jefe de servicio en un hospital, murió en plena actividad, poco tiempo después de haber operado a su último paciente. Mis abuelos vivían en Grenoble. Dejar Argelia fue un verdadero golpe climático y psicológico que viví con un fuerte sentimiento de traición y rabia en el corazón. Esta rabia violenta y destructora fue durante mucho tiempo el rasgo característico de mi personalidad. A la meditación le debo una comprensión profunda del porqué de esta rabia, que se suavizó con el estudio del budismo y con la bondad y la paciencia infinitas del maestro que conocí años después. No hablé de esto con mi madre hasta poco antes de su muerte, con la delicadeza del médico más maduro que puede hablar de su sufrimiento de niño sin juzgar, sin destruir, ni acusar a los demás. El resultado fue beneficioso para los dos. El final de la vida ya no es momento de conflictos sino de reconciliación y paz.