RECUERDOS DEL POBLAMIENTO DE LA JUNTA Trabajo de Rescate de memoria local realizado en conjunto con la comunidad de La Junta en el marco del programa Creando Chile en Mi Barrio del Consejo de la Cultura Región de Aysén.
Presentación… Hablar del nacimiento de un pueblo en medio de la cordillera es una tarea pretensiosa. Es una pretensión, porque entendemos que no caben en unos relatos las historias de las personas… ¿Cómo hacer caber en unas pocas páginas la inmensidad de las vidas de los colonos… mujeres y hombres valerosos, esforzados, aguerridos…? ¿Cómo dibujar la bajada del río Palena llevando lanchas cargadas de sueños y pérdidas inenarrables…? Sin duda alguna es una pretensión desmesurada… Sin embargo, el trabajo que Ud. tiene en sus manos es un honesto intento por acercarse a la colonización de La Junta. Un trabajo sencillo como sencilla es la gente que nos dio sus testimonios. No tiene rigor científico ni pretende ser un estudio sociológico o antropológico… mucho menos histórico. Lo invitamos a leer estos relatos desde la emotividad. Quisimos rescatar testimonios de personas que vivieron el proceso de poblamiento de este rincón de la Patagonia… hay una suerte de injusticia también en ello, pues conscientes estamos de que muchas personas quedaron fuera de las entrevistas… no así de nuestras intenciones. Valga un reconocimiento entonces, para todos quienes no figuran con sus nombres en los relatos, pero que hicieron tantos o más sacrificios para poblar La Junta. La Junta… lugar donde se juntan los ríos o los valles del Palena y el Rosselot… de ahí su nombre. La Junta, el lugar en donde los arrieros juntaban sus tropas para ir a Puyuhuapi a embarcar su producción… La Junta… el lugar donde se juntaron las sendas que venían de sur a norte y de norte a sur para unir este Chile fracturado… La Junta entonces, es más que un nombre, es un concepto… porque aquí no sólo se juntan los ríos y los valles o los caminos… en este lugar se juntaron voluntades y sueños de mujeres y hombres que trocaron un quilantal en una ciudad acogedora y llena de promesas.
Agradecimientos… Este trabajo se realizó gracias a la iniciativa del centro Cultural “Madre de la Divina Providencia” de La Junta; Consejo Regional de la Cultura, Región de Aysén;…
De Isla Maillen a Valle Mirta… A unos quince kilómetros al noreste de La Junta, un camino hurga por los faldeos de los cerros internándose en el Valle Mirta… Una casa se esconde en un cuidado entorno rebosante de gallinas y pavos, también de un cordero guacho y una prolífica chancha tendida como una artesa encimada por sus críos mezcla de jabatos… En esa casa rodeada de manzanos y cerezos vive doña Manuela Uribe, viuda de Igor. En la inmensidad patagónica ella pasa sus días acompañada por los recuerdos… algunos vecinos de buena voluntad le ayudan con los trabajos cotidianos y recibe de vez en vez la visita afectuosa de su hija que vive y trabaja en Alto Palena. Sin embargo, no podemos sustraernos al comentario de su nieto que estudia en Temuco, cuando dice que tiembla al pensar que un día podría llegar a casa y no ver el humo revoloteando. Y es que el sino de los colonos parece ser la soledad y la distancia. Sola vive doña Manuela. Nos cuenta con nostalgia que su finado marido se vino el año 1954 a la cordillera buscando campos fiscales, ella se quedó en la isla Maillén, con sus hijos… dos años después armó su viaje para acompañar al marido dejando a su hija en la escuela, se vino con su pequeño niño que ella no deja de nombrar como: “mi compañero”. -
En esos años yo le ayudaba a mi marido en el roce: una motosierra que el trajo de Puerto Montt, un hacha y un rozón eran nuestras herramientas… yo arrumaba los palos para que se secaran… esto aquí era un solo monte…
Así nos narra esos primeros años, cuando vivía en una rancha hecha de “canogas” (palos partidos y ahuecados), ella hacía el almuerzo y cocía el pan en un fogón; con risa fresca recuerda que era una rancha precaria a la que no entraba el león… El contacto con centros poblados era en Puerto Montt o Alto Palena… ya que La Junta en esos años no era más que un “quilanto” donde no entraba nadie… Cuando había faltas, iban con pilcheros a Palena y Río Encuentro en Argentina: -
De allá sacábamos cositas, no se podía traer mucho si poh’… un caballo cargado y otro sillero. De Palena se demoraba un día no más, si eso no es lejos – nos cuenta con mucha naturalidad – y de aquí a Palena eran dos días… o sea tres días de aquí al Encuentro, habiendo un tiempo lindo… era sólo tres días.
También había ocasiones, nos cuenta, en que traían las provisiones en avión a Palena y desde ahí las llevaban al sector El Tranquilo… para bajarlas se hacía en chata por el río… -
Bajaban en el río… a mi me tocaba venir con mi viejo, venía con el alma afuera de mi cuerpo, porque el bote cargado y río abajo… de lejos se veían los palos y había que hacerle el quite… Este Palena tiene hartas vidas, ha llevado gente… a veces también se cruzaba en los vados. Peligroso era…
Nos habla del ingeniero que hizo las divisiones de los campos por encargo del gobierno, y de por qué este valle lleva en nombre de Mirta: -
Mi finado marido se juntó con el ingeniero y su señora se llamaba Mirta, así que le puso el nombre de Mirta al valle cuando lo descubrió… ese caballero era de Santiago, no me acuerdo ya como era su nombre… ¡ah!, don Alfonso Guajardo, a él le tocó mensurar estos campos de por aquí…
Un incendio de la casa construida con tanto sacrificio, la muerte de su esposo y luego la de su hijo… penas que han ido dejando surcos en el rostro de doña Manuela. Pero sigue ahí, en medio de sus árboles que la cobijan, sonríe y agradece las visitas: -
Gracias por acordarse de esta vieja – dice al despedirnos
No sabe seguramente doña Manuela, que somos nosotros quienes agradecemos toda su vida de sacrificios, su trabajo desmesurado para forjar campos y hacer familia… su aporte inmenso a la fundación de La Junta.
Clorinda Monsalve… colona de tomo y lomo
Recién amanece en el río Palena y una mujer rompe el remanso del agua con un eterno restregar chombas y pañales en el lomo de una tabla… sus pies están entumecidos y el frío descoyunta sus muñecas; sin embargo, debe dejar el lavado listo para mañana… hay viaje al pueblo a buscar las faltas y todos deben ir con ropas limpias. Terminando el lavado irá a juntar palos en la limpia del potrero que están haciendo… su marido destronca y ella calmará el frío que trae en los huesos arrumando palos para que se sequen. Un poco antes del medio día, irá a la casa precaria a cocinar… picar algo de leña, lavar la loza, hacer el orden. El hombre vendrá a comer y ella debe atenderlo… él llegará cansado y se sentará a la mesa para ser servido. Mientras él haga la siesta, ella podrá lavar los platos pendientes y atender un poco la huerta… vendrá la tarde y seguirá haciendo rumas de palos. En medio de esta rutina debe ver a sus hijos que ayudan y corretean por el campo… debe también acarrear el cajón donde duerme su guagua… para tenerla siempre cerca. Ojalá no oscurezca antes de hacer el nido para la gallina castellana que anda clueca, y alcanzar a cerrar ese forado por donde se salen los chanchos… ¡quién tuviera más día para aporcar las habas…! Doña Clorinda Monsalve Meza, ensilla su caballo y monta… trae un niño pequeño por delante y otro más crecido al anca, en sus manos lleva las riendas de su sillero y el dogal que ata al pilchero… -
Uno allá salía como a las ocho o nueve… salía a buscar los caballos pa’ ensillar, arreglar los niñitos y venirnos, veníamos en un caballo y un pilcherito, pasábamos por un caminito donde pasaba un puro caballito… llegábamos en la tarde acá (La Junta)… alojábamos y de ahí al otro día volvíamos con nuestros víveres… cuando se terminaban… nuevamente lo mismo; ese era un trámite de toda la vida.
Años atrás, ella se vino con su finado esposo desde Llifén, en la provincia de Valdivia. Acá se casaron y se asentaron en el campo cordillerano que para entonces no era más que un tupido monte. Doce hijos parió doña Clorinda, todos en medio de la cordillera… -
Yo tuve doce hijos… allí, solita…él me ayudaba nada más que a lavarlos, limpiarlos y listo. Todos los días de Dios pegada en el trabajo, porque yo tenía mis guaguas, hacía mi casa y tenía que salir a trabajar también… llevaba mi guagua adentro de una cajón y ahí la dejaba en la sombra… y le atracaba a limpiar…
El río Palena, siempre el río Palena era el camino por donde andaban los colonos con sus cargas de provisiones y sueños… también doña Clorinda: -
Eran cuatro o cinco días a puro remo… me tocaba remar a mí y cuando había corriente fuerte mi marido me ayudaba con la botavara a empujar el bote… en las tardes cuando se iba a hacer la noche, sacábamos el bote afuera y hacíamos unas tremendas fogatadas… no ve que el río deja tanto palo en la orilla… Ahí… muchas veces hasta la cintura en el agua… yo fui una mujer muy sufrida.
En la inmensidad cordillerana de antaño, también hubo injusticia inenarrable para esta mujer colona… -
Yo soy una mujer chilena de todo… yo fui una mujer muy aporreada, yo sufrí mucho pa’ criar a mi familia… porque mi buen marido me tocó mañoso… en esas cordilleras no se veía ningún alma… él fue muy malo conmigo… muy malo.
Sólo pena aflora en los ojos humedecidos de doña Clorinda; no hay rencor pareciera, ya que en su relato nos cuenta: “diosito lo recogió hace unos años…” Setenta años lleva a cuestas doña Clorinda, doce hijos que entregó a esta tierra juntina… incontables penas y sacrificios… una vida de renuncias… Sin embargo y con todo, la vemos andar sonriente por las calles del pueblo… una fortaleza que conmueve. Vemos los ojos de esta mujer trabajadora, y reconocemos el temple de la colona que ella es… a través de sus ojos podemos verla nítidamente restregando chombas y pañales en el lomo de una tabla… hundida en el agua mansa del Palena .
Partero y botero a orillas del Palena…
Por el camino a la costa, siguiendo el zigzagueante curso del Río Palena encontramos el sector el Loro; ahí, en el patio de una casa, está sentado un hombre que observa haciendo visera con su mano… carga ochenta años en el cuerpo, casi sesenta de ellos, en esta cordillera juntina. Esta sentado en una banca de madera en bruto y puede adivinarse en su andar cansino el peso ancho de sus años de colono. Don Saturnino Venteo Paillamanque, no oculta su emoción cuando se dispone a recordar, llama con cierta urgencia, eso si, a su compañera de vida, doña Jovita Mansilla; para que lo acompañe a cabalgar por los años idos. Hijo de agricultores de la Provincia de Osorno, después del servicio militar no tenía ya oportunidades en su tierra natal, por lo que decide cruzar la cordillera buscando laburo en alguna estancia Argentina; sin embargo, en el barco donde viajaba supo de oídas que Palena era una tierra joven donde podía hacerse campo… no lo pensó dos veces y desembarcó en la recalada de Raúl Marín Balmaceda que por el año 54 se llamaba Bajo Palena… -
Me bajo aquí no más, en una de esas me hago un pedazo de tierra, si total están dando campo y yo ya tengo mi edad y soy chileno. Todos estos campos los tomaron gente de Puerto Montt, Frutillar, Osorno…
Así don Saturnino comenzó su asentamiento, primero como puestero, como dueño de casa atendiendo a los viajantes que subían por el Palena, después como campesino, dirigente social… dirigente deportivo… Pero siempre acompañado de su esposa, doña Jovita… -
Después, fui a Osorno a buscar mujer… como ya tenía pega, tenía de todo… si me seguía bien, si no…. mujeres hay tantas… (dice con cierto nerviosismo don Saturnino y en tono de broma). A ella la conocía de cabra chica, tenía diez años y después cuando tuvo su edad la fui a buscar…
Vinieron entonces los hijos, que nacieron en el campo recién abierto como una herida en medio de la montaña, él fue el partero improvisado… sus cuidados y el dolor parturiento de doña Jovita los trajeron al mundo.
Dos hijos hubo también que se perdieron en este camino: una hija que falleció en Purranque y de cuyo deceso ellos se enteraron seis meses después; aún hoy les duele la herida de no haber visto nunca su cuerpo… y les duele todavía más la incerteza de no saberla efectivamente muerta. El otro hijo falleció al año de vida, enfermo en esta cordillera ajena a hospitales y medicamentos… -
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En estas cordilleras – dice doña Jovita – donde íbamos a buscar médico o ir a posta, si la Junta era puro monte entonces… no era pueblo… ¿dónde?, no había nada… No alcanzamos a sacarlo… aquí cuando había que viajar había que ir con plata y la plata estaba afuera, porque el patrón estaba afuera
Estas grandes tristezas junto a la dicha de ver crecer a los otros, fueron tallando el alma de este matrimonio… no había espacio para mayores lamentaciones, la cordillera estaba ahí, había que limpiar, amontonar palos y quitarle tierra al quilantal.
En este sector, a unos cuantos trancos de la casa de don Saturnino, se instaló el registro civil de la época, primero llegó a Raúl Marín Balmaceda y luego río arriba, en El Loro… así lo recuerda don Venteo: -
Trajo trasladada la oficina aquí… como dependía de Cisnes; de Santiago era el hombre, todo rústico tenía ahí para atender… se cabrió el hombre. Alberto Vera se llamaba, santiaguino no sabía hacer nada poh…
En tanto, unos kilómetros al este, más allá de los mallines, cruzando el bajo de chilcos y notros… La Junta estaba naciendo… -
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Ese era un tremendo quilanto, el dueño de ese campo era un Siebert, Osvaldo Siebert… se dijo que se iba a quemar esa parte y se lo quitaron al hombre pa’ hacer el pueblo… así que se enojó y se fue…. No volvió más el gringo. Ahí empezamos a limpiar, a organizar las instituciones… la Junta de vecinos para poder hacer el colegio, el club deportivo Independiente… después hicimos la Eca, ayudé en lo que se pudo… después, cuando empezó a llegar gente con más educación, con más cachativa, me retiré, total ya había dado todo lo que podía…
En el sector El Loro, junto a la rivera del Palena, Don Saturnino Venteo, constructor de botes que subían y bajaban por el río trayendo y llevando provisiones y sueños, está sentado en una banca hecha de aromática madera en bruto, a la puerta de su casa… Junto a él doña Jovita que en medio de la conversación nos cuenta que siguió a este hombre a la montaña y hoy, 52 años después también lo seguiría a donde él la llevara…
De campesino a caminero…
Las huellas que tímidamente se abrían paso en el monte enmarañado de estos pagos juntinos, iban convirtiéndose en cicatrices profundas y necesarias para la subsistencia de los colonos. Una había aquí, que se internaba en el quilantal hacia el sur, hasta el lago Risopatrón, por ella los pobladores llegaban a Puyuhuapi, donde muchas veces se abastecían también de productos de primera necesidad. Otra huella miraba hacia el norte y era interrumpida por ríos que la cortaban… por la costa del Palena dos huellas más se internaban en el monte, una siguiendo la corriente del río hacia la costa y la segunda buscaba tierras río arriba. De campesino se trocó en caminero don Candelario Segundo Cárdenas Almonacid, oriundo de Puerto Montt, campesino de Maullín. Cambió los caballos por un tractor y dejó de sembrar, pero siguió destroncando, para que otros pudieran llegar a sus campos. Avanzado ya el año 1960, después del gran terremoto… don Candelario se embarcó en el “Barano” y cruzó el golfo Ancud para internarse en esta cordillera… -
Barco viejo que se llamaba “Barano”, nos embarcamos como a las ocho de la noche y llegamos al otro día como a las ocho también… me vine de puestero a un campo que hay al otro lado del Palena, ahí no más…
Unos años como puestero, más tarde viajó a Palena buscando mejores opciones de vida… -
No había camino, no había nada… agarré mi mochila y me fui a caminar pa’ arriba, era joven ese tiempo así que me fui no más. No era lejos, yo eché dos días… solo, solo… Justo cuando llegué a Palena faltaba uno que sepa de caballos… así que ahí mismo no más empecé a trabajar… después como tractorista haciendo puentes…
Se casó luego don Candelario, hizo familia criando a tres hijos y se radicó definitivamente en la Junta, que para entonces no era más que tres o cuatro casas en medio del monte, según nos cuenta. Comenzó la faena caminera y la empresa a cargo lo contrató… muchas historias se dibujan en la memoria de don Candelario… -
Nosotros, cuando se echó a andar el camino, nos echábamos medio quintal de harina a la espalda cuando íbamos a trabajar y hacíamos el día entero para llegar al Rosselot…
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Historias hay muchas… llegábamos, dormíamos afuera… entramos por Puyuhuapi y traíamos las máquinas al arrastra… cuando llegamos a un puente que hay ahora acá arriba la gente se nos amontonó a ver las máquinas… la novedad de ver los camiones, de ver los buldócer… la sonajera
Nos cuenta que hubieron de dejar las máquinas a orillas del Río Palena ya que no había balsa que las cruzara al lugar de la faena… que las dejaron ahí largo tiempo hasta que estuvo construida la balsa… larga espera de hombres y máquinas… larga espera de un pueblo que necesitaba ser conectado... imagen que nos habla de precariedad, de esfuerzo… de esperanzas. Máquinas esperando bajo la lluvia, gigantes amarillos tendidos en la rivera del río… acumulando paciencia en medio de los cerros, gigantes amarillos esperando balseo… -
Más de doscientas personas trabajando en el barro… en la lluvia… hasta que hicimos la balsa… y se hizo camino no más… nosotros hicimos el tramo de Puyuhuapi a donde está el límite regional, de Vanguardia mucho más pa’ acá… porque los milicos venían de allá pa’ acá (de norte a sur indica con sus manos temblorosas)
La carretera marcó definitivamente la vida de este colono; junto a su mujer trabajó en los campamentos que se internaban en la montaña haciendo anchas las huellas de antaño… él como capataz a cargo de los trabajadores y su esposa como cocinera en los campamentos… días enteros a la intemperie, la lluvia y el sol dibujaron sus años y fueron encorvando la espalda de don Candelario. Ahora, cuando descansa sentado en un pequeño banquito en el portal de su casa… mira pasar las gentes y nos cuenta que su compañera de vida está sepultada aquí, en este pueblo… que él nunca dejará esta tierra entrañable porque su vida está anclada en los cimientos de estos caminos…
Valle El Quinto…
Valle El Quinto… cruzando cerros y montes, más allá del ruido incesante del Río Palena, bajando y subiendo por los faldeos cordilleranos… cruzando el tercer, el cuarto y finalmente el quinto río… nos encontramos un valle que es un remanso en las interminables ondulaciones cordilleranas. Allí llegó con su familia Érica Egers Rosas el año 1963, venía de otro valle… de Llanada Grande en la provincia de Llanquihue. Llegó con el sueño de hacer campos en estas soledades. -
Y bueno, cuando vivimos en el Quinto eran campos vírgenes, no habían casas, ni caminos… teníamos unos lindos “chalét” hechos por la mano del hombre (se ríe en tono de broma) era unas ranchitas de “canogas”… y ahí vivíamos… debajito, humildemente. Y creo que fue la parte más bonita que hemos vivido… éramos poquitos pobladores, éramos todos vecinos. Y se pasaron también momentos muy malos, se salía una vez al año a Lago Verde que era el pueblo más cercano que había… eran nueve horas a caballo si había buen tiempo, con tiempo malo debíamos dormir en el camino para esperar que bajen los ríos, porque habían muchos ríos para arriba…
Unos años más tarde doña Érica, se vino a un campo más accesible, en el Claro Solar, desde ahí salían a Puyuhuapi a comprar las faltas, en un viaje de seis días… donde podían embarcarse a Puerto Montt. -
Por esta ruta a Puyuhuapi y de ahí tomábamos el barco a Puerto Montt… pero tampoco había camino. Eran cinco días o seis se el tiempo estaba malo… y bueno, así era y todos los pobladores lo hacíamos. Luchamos hartos años… lo que no están hoy es porque se murieron aquí… pero no hay nadie que se haya ido porque no le gustó… este es un lugar que el que viene le encanta, porque aquí tenemos la montaña virgen, los ríos con agua preciosa… Los chilenos creían que Chile era hasta Puerto Montt… que acá no había gente. Pero acá hay gente… y harta… y gente aguerrida y trabajadora… y vivimos con mucho orgullo porque somos personas fuertes…
Doña Érica, añora el olor de la tierra húmeda, añora los amaneceres achulluncada en un pequeño banquito lecheando una vaca… extraña el olor del suero destilando del queso fresco… nada hay en el pueblo que la consuele. No se resigna doña Érica, a vivir en la ciudad, no se resigna a la falta de camino que aun hoy aísla su tierra del resto de la provincia…
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Es tan trasmano… que si uno tuviera camino podría sacar sus animalitos o leñita o madera que siempre hace tanta falta. Y nunca hemos tenido la posibilidad de tener camino y el único lugar que queda sin camino es ese; y no es una gran cantidad para salir a Lago Verde… es poco… pero siempre estuvimos dejados…
En el campo se ahorra, en el campo se vive de verdad… sus recuerdos la llevan a veranadas cordilleranas, casi en la frontera con Argentina, donde nos cuenta que hay valles y lugares indecibles por su belleza… Doña Érica es una mujer campesina, con alma campesina, ama como nadie el campo y sus bondades… su voz brilla cuando se remonta a sus años mozos cuando sembraba la tierra… “fue la parte más bonita…” dice sin dudas, cuando habla de su vida abriendo campo en medio de la cordillera, en el Valle Quinto… cuando vivía debajo de una rancha precaria hecha de “canogas”… pero con su corazón henchido de siembras.
Lanchero del Palena…
Es el año 1955, José Raúl Villegas viene en el Tenglo con su padre y su madre… han salido de Puerto Montt buscando nuevas tierras en este sur cordillerano, él tiene 13 años y sus ojos no terminan de asombrarse frente a la inmensidad de los cerros y a la fuerza del agua. Descienden del barco y abordan una pequeña lancha que los lleva al sector El Sauce… vienen río arriba y Raúl hunde su mano en el agua fresca del único camino posible para adentrarse en la montaña… -
vinimos en el Tenglo, que era un barco viejo y llegamos a Raúl Marín que en ese tiempo se llamaba Bajo Palena… alojamos esa noche ahí y al otro día nos fuimos al Sauce. Ahí crecí y me fui haciendo hombre. Más tarde con mi padre comenzamos a trabajar una lanchita que era la única forma de traer mercadería…
El río Palena era la arteria que mantenía vivos a los colonos de los valles interiores y de los faldeos cordilleranos… por el río subían las provisiones, los materiales de construcción… las noticias y los consuelos para los raleados pobladores. -
En ese tiempo el camino era el río… no había más. A Puyuhuapi la gente andaba de a pie por la huella… dos tres días a Puyuhuapi, pero ya con carga era imposible andar… para Lago Verde también andaban, cómo lo hacían… no sé poh’. Pero la mayoría era por el río. Del Tranquilo para abajo se andaba en lanchita… increíble pero fue así… la gente andaba semanas por traer un quintal de harina…
El lanchero tuvo una vista privilegiada; llevar y traer gentes hizo que don Raúl viera, quizá como ninguno, el nacimiento del pueblo… en su lancha viajaron vecinos, autoridades, comerciantes… ingenieros y topógrafos que intervendrían en el asentamiento del pueblo. Enfermos y sanos… parturientas… también alguna vez, el cuerpo de algún vecino… -
Dentro de todos los viajes que hice, acarreé muertos, enfermos… una vez una señora que iba a punto de tener guagua… bueno, alcanzamos a llegar al puerto antes que tuviera la guagua, un temporal que había ese día… me acuerdo que iba el marido y dos señoras más en la lancha, no había forma que nos quedemos capeando el temporal… teníamos que seguir no más poh’… yo iba desesperado con los dolores de la señora… cuando llegamos al puerto, mientras que yo fondeaba la lancha… la guagua ya había nacido…
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Así empezó el progreso en La Junta… después hubo otras lancha y a medida que iba creciendo el pueblo más víveres se necesitaban… hubo cuatro lanchas en el río y no faltaba carga, todas las semanas tres o cuatro vueltas a Raúl Marín…
Sin carretera, los materiales de construcción subían por el rio… se estaba asentando un pueblo y muchos clavos y planchas de calamina se necesitaban… -
El año 62, recién empezamos a soñar una escuela… ya había varios chicos, varios cabritos y me acuerdo que vino un señor de Santiago y ese empezó con el tema de la escuela, hizo un plano y la gente toda se entusiasmó con la idea. Se intentó entonces hacer una escuela, pero fue imposible… se necesitaba mucha plata y muchos materiales. Después pensamos en hacer una sede social… la junta de vecinos ya estaba constituida en ese tiempo… y esa empezó a ser escuela… los niños estaban internos en las casas... así empezó.
Nos cuenta el lanchero de esos primeros años de colonización de viajes y sueños, nos habla de sacrificios y progreso… también nos cuenta de historias mágicas y de apariciones… historias que tímidamente están acumulándose en la memoria de los juntinos y que un día serán su mitología, su imaginario colectivo. El río Palena fue la arteria que mantuvo vivos a los colonos en las primeras décadas, luego el camino trajo mayor celeridad en el crecimiento de La Junta… mejores oportunidades y mayor seguridad… los juntinos celebran la llegada de la Carretera Austral y los caminos ramales; Sin embargo, El Palena seguirá siendo su patrimonio mayor… el depositario de recuerdos, el camino calmo o encabritado que llevaba y traía sueños en su lomo de agua.
Oscar Santibáñez a orillas del Claro Solar…
De Río Negro, provincia de Osorno, llegó el año 1955 don Oscar Marcelo Santibáñez… tiene 75 años y sus ojos se vuelven nostálgicos cuando habla de sus primeros años en La Junta y de su vida actual alejado de su campo en el Claro Solar… Después de hacer su servicio militar en el regimiento Arauco de Osorno, llegó a la cordillera atraído por los dichos de sus tíos que habían llegado unos años antes a la zona. Como todos, don Oscar traía sus maletas llenas de sueños y subió por el río buscando valles para hacer campos… -
Soltero me vine, estuve tres años solo después vino mi padre a vernos y me dijo: “qué vas a estar solo Marcelo… en estas soledades, mejor tráete una mujer… como no vas a pillar una…” y bueno, encontré una que me quiso acompañar… yo le dije la verdad eso si… que no había camino, que era pura selva. Ella era de la Unión… tenía descendencia de araucana así que era valiente. Trabajadora salió la mujer, lo que más la embromaba era la soledad al principio… eran tiempos sin ver a nadie en el campo…
El campo estaba cerca de este valle, sin embargo en esa época era toda una travesía llegar hasta el Claro Solar, porque había que atravesar el río Rosselot… -
Es hermoso allá, hay arboledas, casa grande y de madera, buenos potreros… al campo lo baña el Claro Solar…
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Al principio agarrábamos nuestras mochilitas y partíamos al campo no más… era difícil llegar, pero había que hacerlo. Llevábamos nuestras provisiones y a trabajar para hacer campo… es muy bonito allá, hay árboles frutales…
Su voz nuevamente se vuelve lejana y nostálgica, pensando en su tierra. La cordillera también le arrebató años más tarde a su compañera valiente, un accidente carretero hizo que su esposa se perdiera con una hija en el mar de Puyuhuapi… -
Yo no me llegaba a conformar, era muy buena mujer…
Ausente mira por la ventana como escudriñando en el horizonte, más tarde nos dice, tuve que buscar otra mujer… -
Busqué una niña de Puyuhuapi, igual de la zona, Ella era tan jovencita, claro que sus padres estaban de acuerdo, así que me la dieron… tenía catorce años en esa
época. Ahora ya estamos juntos veinte años ya poh’… muy trabajadora también me salió… Historias de trabajo, de soledades… de acompañamiento en la inmensidad de los días. Don Oscar comparte la luz tenue y humeante del chonchón hecho de una papa ahuecada que alumbraba sus noches en la Junta de esos años de colonización… Los días pasan calmos ahora, la salud no acompaña a don Oscar como en los años primeros… insiste en que esta casa del pueblo es apenas un “puesto” (...de paso); yo soy del Claro Solar, allá está mi campo, los animales… mi hijo que trabaja la tierra y que me salió tan bueno para la pega. Yo lo guío, porque hay que enseñarle, porque no tiene experiencia todavía, pero sabe ya de campo… Don Oscar, cuenta los minutos para que su señora vuelva del viaje al que salió… cuenta los minutos para volver a su campo, a su arboleda amable…
Rodrigo Schilling, recuerdos de una nueva generación…
Hijo de colonos, heredero de campos primeros y de nostalgias cordilleranas… en el kilómetro 260, al sur de La Junta, están estas tierras que el padre de Rodrigo convirtió en campos productivos… como otros colonos don Luis Schilling llegó de la provincia de Osorno a estas cordilleras trasmano, atraído por el proceso de colonización de esta tierra nueva… -
Mi papá llegó siendo soltero, con dos hermanos más el año 1951… en el mes de octubre del 51. Llegaron a este sector donde se junta el Palena con el Rosselot, en la junta de estos valles.
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Había en esos años un proceso de colonización, de entrega de tierras… en el gobierno de Ibáñez del Campo, en la provincia de Aysén se le daba en forma gratuita tierras a cada ciudadano chileno que quisiera venir a colonizar la zona. Mi padre tenía cuarenta años ya cuando se vino para acá. Llegaron a Aysén para hacer la solicitud de tierras y en lo que era la oficina de tierras de esos entonces les dijeron que eran valientes al ir a colonizar y que no se preocupen porque en el plazo de dos años se construiría el camino… pasaron veinticinco años o dos años muy largos hasta que tuvimos las primeras noticias de un camino…
Hacia el año sesenta don Luis decidió que hacer familia era urgente, de nada serviría abrir campos si no habían hijos recorriendo los potreros y llenando de risas y esperanzas los montes… -
Mi mamá era también de la zona, seguramente ya tenía conversaciones con mi padre, porque se casaron y se vinieron a La Junta, el año sesenta…
Abrir campo fue la tarea desde entonces, ampliar el horizonte de montes y quilantos… -
Este campo era montaña no más…, así que a fuego se abrió gran cantidad de monte… pero en esos años no había restricción de fuego y lo que la gente quería en ese momento era tener campo. En esta zona no hubo daño con el fuego o gran daño, por ser una zona húmeda… a diferencia del fuego en Coyhaique. Así hicieron campos y les gustó esta tierra… nunca más se fueron.
Los dos años que se demoraría la carretera en llegar a la Junta, según los funcionarios de la oficina de tierras de Aysén allá por el año 51, finalmente se transformaron en veinticinco años, recién el año 75 se comenzó a trabajar en el camino… muchos de los colonos no alcanzaron a ver este sueño, nunca anduvieron sus pies por el enripiado que rompió para siempre la monotonía del verde… -
Mi padre vio nacer este sueño de la Carretera Austral, pero al poco tiempo se fue. El año 82 se unió Chaitén con Coyhaique y mi padre falleció el 84… vio nacer la carretera, pero no la alcanzó a disfrutar. Una maratón se corre hoy en día que se llama Maratón Los Colonos… y lleva el nombre de mi padre: Luis Schilling… es una competencia que sale de la casa que era de mi padre y son nueve kilómetros. Ojalá siempre se siga haciendo porque es un homenaje a todos los colonos que llegaron a La Junta.
Las dificultades, los tropiezos, el trabajo interminable de hacer campo entre las piedras, abrir el monte… fundar nuevos territorios, ese es el trabajo de los colonos. Don Luis y sus hermanos se establecieron en estos parajes juntinos, echaron sus huesos al final del camino y no quisieron saber de otros climas y otros colores que no sean los de esta entrañable tierra.
Pablo Leal, tropeando en la distancia…
En la bien cuidada plaza de La Junta encontramos a un hombre que vio este mismo lugar cincuenta años atrás… cuando no era más que un quilantal enmarañado. Don Pablo Leal tiene dibujado en el rostro el paso de los años en esta cordillera, su voz es pastosa y tiene la calma de la experiencia. Recuerda cada momento de su vida en estas tierras australes… - Me vine a Raúl Marín en barco, de ahí tomamos un bote a remos, nos embromábamos seis, siete días en llegar hasta aquí a La Junta… y en muchas partes botándose al agua uno porque habían muchas corrientes Se instaló como campero de los Siebert, desde ese campo debía tropear por huellas inexistentes… abriendo pasos, bordeando desriscaderos… vadeando ríos hasta Puyuhuapi...
- Tenía que tropear a Puyuhuapi… no había senda, no había camino… embromábamos en veces hasta quince días… cuantos animales se le quedaban a uno atrás… después cuando volvía estaban muertos en la huella… animales que no podían andar por el piedrero poh…
Se repite la historia de lejanías, años de sacrificio y de renuncias… trabajos de roces y cercados… recuerdos del terremoto del año sesenta que hizo que estas cordilleras se removieran y echaran cuesta abajo grandes corridas… hijos que crecen y se van… un pueblo que nace… -
Lamentablemente uno viene a quedar solo después… los hijos se van, se casan… ya uno queda solo… eso lo hace pensar harto a uno.
Tanto que pensar en estas inmensidades, tanto que pensar ahora cuando el cuerpo del colono ya ha dejado todo en la tierra… ahora, con paso quedo va don Pablo; toda su vida se quedó en los cañadones, enredados sus años en los quilantos… tantas horas en los remansos del Palena…
AsĂ los hombres que hicieron esta tierra van andando por las calles ahora pavimentadas de un pueblo que ellos vieron en paĂąales, y que hoy los recibe caminando lento sobre su lomo de veredas, llevando el peso ancho de sus recuerdos.
Teresita Canicura, la hija de un hombre bueno…
Año cincuenta y cinco, una familia completa incluida tíos y tías, más un grupo de personas llega al Lago Risopatrón… han venido en un viejo vapor que abordaron en Puerto Montt y se adentraron más allá del horizonte de agua inmensa… llegan con la esperanza de hacer campos y de instalarse en una tierra nueva… Teresita tiene apenas año y medio, anda a la espalda de su padre que la lleva y la trae… Don Manuel Canicura era de esos hombres que tienen las manos llenas de ternura a pesar de la rusticidad de su trabajo en el campo… -
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Andaba rozando conmigo el hombre, me dejaba por ahí… rozaba un poco y me iba a buscar otra vez y al hombro me llevaba de nuevo… andaba con su mate y su yerba para que tome mate por ahí; porque él andaba conmigo para que me crezca… Después, cuando ya estaba más grande… veníamos de Risopatrón con mi padre, cada uno con su mochila que eran bolsas de arpillera, yo caminándole al ladito…
Como otros colonos, recibían sus provisiones en Bajo Palena, después de haberlas comprado en Puerto Montt… desde ahí las subían por el río y luego pilchero hasta el campo… -
Mi padre vendía una vez al año, vendía animales y comprábamos todas las cosas para todo el invierno, vendía en primavera y ya en verano salíamos a comprar todas las cosas, porque acá no había nada poh… ¿a dónde iba a comprar uno? Veníamos en lancha y pasábamos dejar nuestras cosas a donde el tío Juan (Canicura) y de ahí las pilcheréabamos hasta el campo.
En medio de estas soledades que en los años sesenta se hacía inconmensurable, Teresita perdió a su madre… un momento desgarrador en la vida de esta familia que quizá acerque a quienes amamos la Patagonia a valorar el sacrificio de esos primeros pobladores… -
Mi madre ese día que murió… es que ella fue a lavar los pañales al río… ella tuvo la guagüita no más y no sabía que tenía que cuidarse poh… ella tuvo a la guagüitas sola en la casa con mi padre no más… así que después ella se fue a lavar al río y le vino un sobreparto y se murió. Mi hermanito quedó vivo… pero pronto se murió de hambre, porque no había que darle de comer… no habían vacas… nada había… él
murió de pura hambre… de ahí lo llevaron por el río en una chata que le llamábamos nosotros… era un palo grande de tepa… que lo cortaban a hacha y lo abrían al medio… en ese lo llevaron por el río. Sin la madre, don Manuel asume la familia… el campo… las distancias… Un hombre bueno nos cuenta Teresita… un padre bueno, muy lindo nos dice mientras la emoción se agolpa en sus ojos y traba las palabras. -
Yo era los ojos de mi padre… el me dejó cuando tenía 16 años… la enfermedad lo mató… tanto sacrificarse para darme todo.
En el rostro de Teresita se dibujan las grandes penas y soledades de la Patagonia, pero no esa tristeza que inmoviliza y ataja los sueños… en ella descubrimos el espíritu de los colonos, ese espíritu que llora las pérdidas… pero que se levanta fortalecido e impetuoso para seguir afincando la vida en estas inmensidades… ese espíritu que volvió pueblo este quilantal.