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Los de abajo, cien años en combate

LIBROS

Los de abajo,

CIEN AÑOS EN COMBATE

Gerardo de la Cruz*

Como escritor independiente, mi norma ha sido la verdad. Mi verdad, si así se quiere, pero de todos modos lo que yo he creído que es.

MARIANO AZUELA

Parto de una premisa, una afirmación simple y personalí-

sima: Los de abajo es una de las mejores novelas mexicanas que han salido de imprenta. Una y otra vez, porque desde 1925 no ha dejado de reeditarse, en español y todos los idiomas. Y no me limito al siglo XX, ni siquiera al periodo que inaugura –la novela de la revolución–, sino que me refiero a nuestra historia literaria.

Siempre los de abajo

La afirmación, aunque sea un lugar común, aunque suene desmesurada, no me parece ni desmedida ni que falte a la verdad. Algunos lectores podrán encontrar envejecidos algunos pasajes, el lenguaje, los recursos narrativos, la historia misma y los personajes, como salidos de una película de la Época de Oro del cine nacional. No pretendo hacerles cambiar de opinión con este breve comentario, pero sí quiero invitarlos a que la vean con los ojos que me han llevado a leerla cuatro o cinco veces. Porque la leo, y la vuelvo a leer, y acabo de terminar de releerla para ofrecerles una lectura a cien años de haberse publicado por vez primera en El Paso del Norte –diario mexicano publicado en El Paso, Texas– y siento una suerte de tristeza que me impide levantar la cabeza, porque encuentro en este retrato del México de hace un siglo, convulso y lleno de una fuerza destructora que arrasa todo en su camino, a un México similar al del presente, sólo maquillado por el nuevo orden político y el natural paso del tiempo y la modernidad.

U n a n o v e l a a c t u a l , d o l o ro s a m e n t e a c t u a l ; mas no en la realidad que denuncia, ese contexto

* Escritor. Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la UNAM.

h i s t ó r i c o d e l c u a l A z u e l a n o pretende elaborar una metáfora ni presentar una postal que nos remita al Archivo Casasola, sino dar claro testimonio de aquellos días que hoy están integrados de manera plena en los libros de historia, esplendorosamente mitificados en nuestro imaginario. Su actualidad se advierte en el encendido reclamo de los desposeídos, que apenas pueden identificar el origen de su reclamo, el porqué de su lucha; en la a hipocresía del discurso político; en en esa realidad injusta, donde pasan an años, décadas, un siglo, y quienes nes están abajo, en el piso más jodido de de la escala social y económica, siguen uen en el mismo punto: abajo, si no es o es que uno o dos escalones más abajo, bajo, más desposeídos, más llenos de rabia, abia, a la espera del chispazo que prenda la da la mecha de su indignación…

Admito que estas últimas líneas tienen un tinte tremendista, y quiero entender que ese chispazo es retórico. Entiendo, mejor dicho, la improbabilidad de que esto ocurra; pero si cambiamos los hechos de armas por la protesta civil que se vuelca a las calles, y cómo cada vez con más frecuencia termina enfrentada con las estructuras de poder, con las guardias del orden, podremos constatar que lo que yace en el fondo de los que están abajo persiste.

Han cambiado, pues, las formas, las problemáticas, incluso tal vez, sólo tal vez, los protagonistas; pero el nervio central que anima a Los de abajo –la opresión, el abuso, la venganza, la inequidad, la ignorancia, la inercia– continúa bajo nuevas máscaras. Han cambiado, entonces, las formas, no así el fondo.

Los de abajo no es una obra atemporal –intencionalmente está fechada por el autor–, pero se ocupa de un tema universal, lamentablemente imperecedero y quizás irresoluble: la injusticia social. No obstante, pienso que la Revolución Mexicana pudo o no haber ocurrido, que Azuela pudo haber sido mi contemporáneo, o el tuyo, y haber imaginado esta época, y la novela sería, de igual modo, una obra maestra. Y pienso en los tantos males que hoy aquejan a México, en crisis desde hace quién sabe cuánto tiempo. Trato de pensar en alguna novela que describa con tanta exactitud y áspera belleza nuestro tiempo mexicano, que la retrate sin pretender explicárnosla –como sucede en la obra de Azuela–, y me sobran los dedos de la mano para enumerarlas.

¿Qué diablo empujó a Mariano Azuela a escribirla? ¿De dónde esa urgencia, esa necesidad febril por publicarla y concluirla, literalmente, a pie de imprenta, hace cien años? ¿En qué pensaba mientras, en medio de sus actividades como médico militar, emborronaba papeles y papeles con “cuadros y escenas de la revolución actual”? Porque así fue como concibió la historia de Demetrio Macías y sus compinches, en medio de la refriega, en los breves lapsos de sosiego que encontró en campaña.

El doctor Mariano Azuela

Azuela no llega al relato de Los de abajo de manera casual, no es un accidente en su vida literaria a resultas de su participación en la Revolución. Era un hombre instruido y destacado en Lagos de Moreno, Jalisco, donde nació el 1° de enero de 1873, y adonde había regresado en 1899 dispuesto a ejercer su profesión y su pasión –la medicina y las letras–, después de cursar los estudios correspondientes en la universidad de Guadalajara.

Se me ocurre una descripción que bien podría definirlo: médico de profesión, intelectual por vocación, político por convicción, crítico pesimista por experiencia, intelectual independiente por decisión. No me detendré en detalles de su biografía, sólo recordaré algunos datos propicios para recrear la imagen que un joven lector, alguien como yo a los quince años, se haría del doctor Azuela tras leerlo por vez primera, porque hay autores que parece que nacen como inmensos monolitos con la obra que los consagra y los coloca en el centro de la discusión.

El doctor Azuela comenzó su actividad lit e r a r i a e n 1 8 9 6 , c o n u n re l a t o q u e p u b l i c ó b a j o s e u d ó n i m o e n u n s e m a n a r i o c a p i t a l i n o , “ I m presiones de un estudiante”. A éste, le siguieron modestas incursiones narrativas, hasta que en 1907 apareció su primera novela, María Luisa, una historia provinciana de amor y desencanto, que abreva, como el resto de su obra posterior hasta Los de abajo, del realismo francés y el modernismo. Un intenso ejercicio de descripción de personajes y situaciones, que reproduce en Los fracasados (1908), Mala yerba (1909), Andrés Pérez, maderista (1911) y Sin amor (1912). También escribió Los caciques en 1914, aunque esta obra no verá la luz sino hasta 1917.

El hispanista Luis Leal (2001), en su magnífica reconstrucción “seudoautobiográfica” de Mariano Azuela –ya que la compone a partir de documentos y testimonios del propio Azuela–, ofrece algunos comentarios a la obra temp r a n a d e l a u t o r p o r p a r t e d e s u s c o n t e m p o r á n e o s . E l b a l a n c e s e i n c l i n a a f a v o r, c o n c i e r t a m i r a d a b e n e v o l e n t e , a u g u r á n d o l e u n f u t u ro promisorio “si continúa trabajando”. Más tarde, el mismo Azuela advertirá que tras cada novela, la crítica lo recibió con hipócrita complacencia. Sabía que aquello que llaman “proyecto narrativo” apenas estaba despuntando. A la distancia, María Luisa, Los fracasados y el resto de sus relatos previos a Andrés Pérez, maderista los verá como un laboratorio de los temas sobre los cuales cree que el escritor debe ocuparse, estudios casi antropológicos –un vicio del cual Azuela no pudo sustraerse casi en ninguna de sus obras: observador minucioso, al cabo, de la sociedad–. Y en este sentido Mala yerba –la más celebrada de sus novelas antes de Los de abajo–, donde fabula a partir de un acontecimiento de la vida real, un homicidio en el cual tuvo que emitir dictamen como médico legista, es el acercamiento más logrado de lo que vendrá.

No hay secreto en la fórmula, como Victor Hugo o Émile Zola –porque desconoce la literatura mexicana–, Mariano Azuela se propuso dejarse de imaginerías y tesis, para reflejar la realidad inmediata. Capturar lo que acontece y afecta la vida de sus coetáneos. Ser testigo y

crítico de su tiempo. Un tiempo presente, no en sentido abstracto, y si la obra en diez o quince años es ilegible, le importa un comino. No es un riesgo menor para un aspirante a escritor radicado en un municipio del interior de la república. Azuela escribe para quienes lo leen, estén donde estén, pero ahora, no para la posteridad. Entiende, pues, la función del escritor como intérprete, como actor político. Y es precisamente esta percepción la que lo orilla a unirse a las filas antirreeleccionistas y, tiempo después, a Madero.

Entonces, la percepción que uno puede llegar a hacerse de Azuela o, mejor dicho, la que yo me hice de él cuando lo leí por vez primera, no fue tan errada. Mariano Azuela es un escritor que en verdad es producto de la Revolución. No sólo de la revolución armada, sino de la revolución política y social que sufrió el país en las primeras décadas del siglo XX.

En las rodillas

Imaginemos a un hombre del temple de Mariano Azuela: si en su obra el lector advierte algo de rigidez en el estilo, entonces le resultará fácil imaginar la firmeza de sus convicciones. “Mi testarudez”, diría Azuela.

Tras el triunfo de la revolución maderista, fue nombrado jefe político de Lagos de Moreno; sin embargo, recibió la renuncia de Porfirio Díaz con escepticismo, y sus sospechas de un cambio radical en la estructura del poder fueron confirmadas cuando la Junta Revolucionaria acordó la designación de Francisco León de la Barra como presidente interino: un notable porfirista en la presidencia. Vaya chasco. La situación le pareció inaceptable y su renuncia no se hizo esperar. No obstante, en 1912 se postuló como candidato a diputado local por el Partido Liberal, pero fue derrotado por el partido conservador. Lo que sigue es historia bien conocida: el golpe de Estado a Francisco I. Madero, el gobierno espurio de Victoriano Huerta, la victoria del ejército constitucionalista y las pugnas entre los distintos grupos revolucionarios. La imposición.

En medio de esta canalla que se arrebata el poder a punta de balazos, Azuela se suma al Estado Mayor de Julián Medina −líder de una facción villista, que ha ascendido a general por sus méritos de armas− y se limita a consignar la realidad de la cual es protagonista.

Va l e l a p e n a d e t e n e r s e e n J u l i á n M e d i n a , quien sirve de modelo para encumbrar al desv e n t u r a d o D e m e t r i o M a c í a s , q u e c o n d u c e l a gesta de Los de abajo: ¿quién es?, ¿de dónde sale? Medina era un ranchero de Jalisco, relativamente joven (nació en 1879), que se unió a Francisco Villa, como ya se dijo. Un hombre con suerte… hasta que ésta le dio la espalda. El contacto con Azuela ocurrió cuando las tropas villistas tomaron Jalisco. Julián Medina fue nombrado gobernador provisional del estado; ajeno a las artes de la política, invitó a participar en su interinato al doctor Azuela, quien tras la derrota huertista había decidido abandonar la política y dedicarse por entero a su profesión y su vocación (de estos días data Los caciques). Sin embargo, accedió porque “sólo el deber moral que como maderista y revolucionario había con- traído me hizo aceptar el ofrecimiento que el general Medina, futuro gobernador de Jalisco, me hizo, de colaborar en su gobierno”. Su promesa la haría válida más tarde, en 1916.

El acercamiento sucedió a finales de 1914. Posteriormente, Manuel M. Diéguez fue nombrado gobernador de la entidad, y luego, otra vez, tras la ruptura entre Carranza y Villa, entre constitucionalistas y convencionistas, Medina volvió a asumir la gubernatura de Jalisco por un par de meses, en 1915. Medina le había reservado a Azuela las riendas de la Secretaría de Ins-

trucción Pública, pero éste sólo pudo llevar las riendas de su caballo en retirada hacia el norte, hacia Chihuahua, ya que Medina fue de derrota en derrota, hasta que sus fuerzas se dispersaron. Nueve mil hombres bien armados, nueve mil hombres a la deriva.

Y en la corredera, literalmente sobre las rodillas del escritor, Los de abajo y sus entrañables personajes fueron cobrando cuerpo. Hasta que llegó a Ciudad Juárez y luego a El Paso, Texas, y a la imprenta de El Paso del Norte, donde empezó a publicar por entregas su novela, entre el 27 de octubre y el 21 de noviembre de 1915. En diciembre de ese mismo año, comenzó la tirada de mil ejemplares que se perdieron para siempre. Y no salió antes el libro, porque la novela terminó 1de escribirla allí, a pie de imprenta.

Mariano Azuela (1873-1952)

commons.wikimedia.org

Los de abajo

Quién sabe si una obra maestra pueda escribirse en un lapso de cuatro meses; quién sabe si Los de abajo sea lo que muchos considerarían una “obra maestra”, en comparación con otras creaciones en su género. El caso es que sí, la escribió de golpe, a las carreras, mientras escapaba de las fuerzas constitucionalistas tras el fracaso del gobierno convencionista. Y el asombroso resultado de este épico viaje que parte de un acciden-

1 Sin pena ni gloria, así pasó ante los ojos de la crítica. Los pocos ejemplares que Azuela rescató estaban en manos de sus amigos, quienes conformaban el universo lector de la novela. Hasta 1924, cuando tras una intensa polémica literaria,

Francisco Monterde la puso en la mesa de discusión. El Universal Ilustrado aprovechó la ocasión para volverla a publicar en 1925, con lo cual Los de abajo encontró a su verdadero público: un México ansioso por comprender qué había ocurrido.

Desde entonces no han parado las reediciones, reimpresiones y traducciones (la más reciente, al cingalés, en Sri Lanka, en 2012). Y por supuesto, se convirtió en lectura obligato- ria en las aulas. te, reposa en la gloria y culmina en el desastre, es el argumento de lo que será formalmente la primera novela que da cuenta del caos, de la confusión, del resentimiento, del oportunismo que le siguió a la revuelta maderista, a la caída del antiguo régimen. Una historia de un realismo tan pasmoso que sólo es posible imaginarla a todo color.

El espacio no permite abundar en ciertos detalles de Los de abajo; sin embargo, quiero enfatizar su estructura episódica y fragmentaria al grado de volverse eminentemente cinematográfica, en tránsito hacia una novela de ruptura, abriendo las puertas a la novela moderna. Por otra parte, el lenguaje captura con singularidad inédita el habla de esta masa sin escrúpulos. Es un texto oral, de principio a fin, y pienso de modo inevitable, a estas alturas, en Juan Rulfo, porque Azuela hizo todo lo que no pudo… corrijo: todo lo que no quiso hacer Juan Rulfo. Donde Azuela registró con fidelidad el habla de

sus protagonistas, Rulfo lo reinventó (“¿pero es que de veras habla así la gente de campo?”, se preguntaba Juan José Arreola a propósito de Pedro Páramo). Y este registro le da una vitalidad inusitada al texto, incluso cien años después.

La relación de Azuela con el general Medina , y e l d e s t i n o d e s u t ro p a , f u e ro n c r u c i a l e s e n l a c o m p o s i c i ó n d e L o s d e a b a j o , m a s n o d e finitivos. Es la derrota, a secas; su contacto con quienes luchaban sin tener la menor idea del porqué habían tomado las armas; la saña de su rebelión; la necesidad de contar los hechos “ t a l c o m o f u e ro n ” , s i n re f i n a m i e n t o s . P u r a y descarnada verdad, sin retoques, sin maquillaje. La injusticia que nace de la ignorancia. La fuerz a d e s t r u c t o r a d e l a m i s m a re v o l u c i ó n . L a c a - re n c i a i d e o l ó g i c a d e s u s c a u d i l l o s . É s a e r a l a meta de Mariano Azuela cuando pergeñó Los de abajo, y la escribió con una completa, absoluta falta de fe en el ideario revolucionario. Y tal vez sea el crítico más acerbo de este periodo, porque su mensaje final es una especie de interrogante sobre la Revolución, una revolución que él ve perdida en todos los sentidos.

Demetrio Macías no es Julián Medina; sí, éste perfila al héroe, pero quien le da vida es una masa bien definida con la cual convivió el médico. A diferencia del ranchero jalisciense, enfatiza Stanley L. Robe, Demetrio es un indígena, como la mayoría de los hombres que lo acompañan, gente sin educación, pero armada. Los de abajo son los oprimidos por los terratenientes; sí, pero también son aquella masa ignorante embaucada por la labia de los politiquillos que pretenden dirigir su suerte. Los de abajo son esos que no son capaces de discernir lo que es mejor para ellos, a los ojos de los instruidos. Ellos hacen lo que se les pide. Demetrio, la Codorniz, el Meco, la Pintada, Camila… todos ellos son “carne de cañón, pobre gente que no fue dueña siquiera del nombre con que los bautizaron” (Azuela: 134). Puede que sean personajes de una novela publicada en 1915, pero perviven con otras ropas, otros rostros, bajo otras circunstancias, en el México de hoy. Igual que la contraparte de Demetrio Macías, su ideólogo, un oportunista de nombre Luis Cervantes, ese que siendo de los de abajo, no tiene empacho en caer más bajo: es la perversión y corrupción de los ideales revolucionarios. El fallido discurso político, y como tal, al final de cuentas, podrido, vacío.

Para los que están abajo no hay redención, según Azuela. A ellos sólo les resta seguir en pie de lucha, partiéndose la crisma, hasta que se acabe el parque. Cien años atrás, cien años adelante.

Referencias

AZUELA, M. (1985). Páginas autobiográficas. México: Fondo de Cultura Económica (Colección Popular, 134). (1991). Epistolario y archivo. México: UNAM (Letras). AZUELA, M., y M. Portal (ed.) (2000). Los de abajo. Madrid:

Cátedra (Letras Hispánicas). LEAL, L. (2001). Mariano Azuela: el hombre, el médico, el novelista (I). México: Conaculta-DGP (Memorias Mexicanas). ROBE, S. L. (1979). Azuela and the Mexican Underdogs. Berkeley y Los Ángeles: University of California Press. Disponible en: <books.google.com.mx/books?id=rcPukS49ha0C>.

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