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¦ CAPÍTULO II EL PENSAMIENTO SOCIAL: UN MODELO PARA SU DESARROLLO EN LA ESCUELA
¿Qué aprenden niños, niñas y jóvenes en las clases de historia y ciencias sociales? ¿Qué sentido y significado tienen esas enseñanzas para sus vidas actuales y para su futuro?
Una de nuestras mayores preocupaciones como profesores y profesoras de Historia, Geografía y Ciencias Sociales es promover en nuestros estudiantes la capacidad de observar y actuar en la realidad social de forma crítica y propositiva. Sin embargo, las dudas sobre si estamos logrando este cometido son variadas y tienen diversas fuentes. Algunas veces nos preocupa centrarnos en solo estar “llenándolos” de información que tiene poco sentido para sus vidas, mientras que otras veces nos parece que solo estamos transmitiendo nuestra forma de pensar sin lograr que ellos y ellas alcancen su propia perspectiva de la realidad social.
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Frente a este desafío, nuestra propuesta es que los y las estudiantes desarrollen Pensamiento Social. Pipkin & Sofía (2005) señalan que esto implica que el estudiantado conciba la realidad como una síntesis compleja y problemática, contextualicen la información que reciben en sus múltiples dimensiones y
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comprendan su propia inserción en dicha realidad desde una perspectiva crítica y propositiva. En ese sentido, el pensar socialmente significa desarrollar una habilidad de orden superior que permite a los y las estudiantes actuar como ciudadanos críticos de su realidad social (Gutiérrez & Pagès, 2018; Pagès, 2002).
La noción de Pensamiento Social, acuñada por académicos iberoamericanos hace algunas décadas (Gutiérrez & Pagès, 2018; Pagès, 2002), presenta una raíz histórica profunda en los inicios del siglo XX en países angloparlantes, cuando la idea de enseñar historia en la escuela comenzó a cuestionarse respecto de sus propósitos de formación de patriotas comprometidos con su nación. Desde 1916, el denominado Comité Nacional Estudios Sociales de la Asociación Nacional de Educación (NEA, en su sigla en inglés) de Estados Unidos comenzó a cuestionar la práctica de que la escuela solo traspasara contenidos disciplinares de historia a los y las estudiantes, debido a la escasa relevancia que eso tenía en sus vidas cotidianas y en un contexto de amplia complejidad social en el mundo. Por esta razón, los denominados “reformistas” comenzaron a levantar una propuesta que combinaba la integración de diversas ciencias sociales, como el sistema político, la historia, la sociología, la geografía y la economía en la enseñanza escolar (Thornton, 2017; Evans, 2004).
Pese a sus detractores, desde el magisterio y el gremio de historiadores, la perspectiva de integración de los Estudios Sociales comenzó a ganar terreno en el debate, sobre todo en la década de 1980 y 1990, cuando las discusiones sobre la raza o el género estimularon diversos cuestionamientos sobre lo que se debe enseñar en la escuela (Thornton, 2017; Evans, 2004).
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