Infancias entre pantallas

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CAROLINA DUEK

INFANCIAS ENTRE PANTALLAS LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS Y LOS CHICOS

CLAVES PARA TODOS

COLECCIÓN DIRIGIDA POR JOSÉ NUN


Director

José Nun

Edición Luis Gruss Corrección

Laura Kaganas

Diagramación Verónica Feinmann Ilustración

Miguel Rep

Producción

Norberto Natale

© 2013, Carolina Duek © 2013, Capital Intelectual Paraguay 1535 (1061) Buenos Aires, Argentina Teléfono: (+54 11) 4872-1300 / Fax: (+54 11) 4872-1329 www.editorialcapin.com.ar / info@capin.com.ar 1ª edición: x.xxx ejemplares Impreso en Gráfica MPS S.R.L., Santiago del Estero 338, Gerli, en mayo de 2013. Distribuye en Cap. Fed. y GBA: Vaccaro, Sánchez y Cía. S.A. Distribuye en interior: D.I.S.A. Queda hecho el depósito que prevé la ley 11.723. Impreso en Argentina. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida sin permiso escrito del editor. Pedidos en Argentina: pedidos@capin.com.ar Pedidos desde el exterior: exterior@capin.com.ar

333.7 CDD

catalogación


ÍNDICE Introducción

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Capítulo uno Infancia y medios

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Capítulo dos Nuevos juguetes

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Capítulo tres La televisión

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Conclusiones

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Bibliografía

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La autora

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INTRODUCCIÓN1

Infancias entre pantallas es un diagnóstico y un problema a analizar. Decimos diagnóstico porque la relación entre los chicos y las pantallas con las cuales conviven es un hecho evidente. Vale aclarar que nuestro campo de análisis se centra en las infancias urbanas escolarizadas. Lo primero que afirmamos es que entre los observadores, la computadora, la televisión, los celulares y las recién estrenadas tablets existen diversos tipos de relaciones. Es en función de las diferentes maneras que asume ese vínculo donde encontramos el problema a analizar en las páginas siguientes. ¿Qué hacen los chicos con lo que ven en las pantallas? ¿Cómo utilizan (o no) esa cantidad inmensa de datos en la interacción con sus pares? ¿Cuál es la imagen que tienen de la tecnología y sus usos? ¿Qué lugar

1. Las reflexiones aquí presentadas se articulan con un proyecto PICT financiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica titulado “Juguetes, consolas y dispositivos electrónicos: ¿los nuevos auxiliares lúdicos infantiles? Un análisis del juego infantil contemporáneo”. Colaboran en el proyecto Noelia Enriz, Francisco Muñoz Larreta y Gastón Tourn.

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ocupan los medios y los nuevos dispositivos tecnológicos en la vida cotidiana y los deseos de los más chicos? Estas preguntas van a ordenar el recorrido. El objetivo es proponer una serie de reflexiones que ayuden a armar un mapa de las infancias contemporáneas. La propuesta es analizar tanto la oferta como las interpretaciones que los más chicos hacen de aquello que reciben. Por ejemplo: ¿juegan a imitar personajes de la televisión? ¿Qué rasgos, conductas, interacciones o estilos adoptan? ¿Cómo utilizan la computadora y el celular? Lejos de posturas que siguen sosteniendo que los más chicos son idiotizados, embobados, casi consumidos por la televisión y la computadora, nuestra manera de abordar el tema se organiza en torno a una convicción: los medios de comunicación son grandes generadores de discursos que los receptores reinterpretan continuamente. Sorprende que luego de una década de iniciado el siglo XXI encontremos posturas que ubican a los sujetos (no solamente a los menores) como una especie de entes pasivos frente a los medios. Es necesario que llevemos a cabo un análisis para ver de qué modos se presentan y muestran las infancias, qué acciones y prácticas les adjudican y cómo se representan. Partimos de representación, un concepto central. Representar es poner algo en lugar de otra cosa. Es una acción que consiste en ordenar la información de un modo y no de otro. Dado que es un concepto clave, vamos a abordarlo a lo largo del libro para proponer definiciones y ejemplos. ¿Los chicos analizados acá van a la escuela? ¿Hacen la tarea? ¿Usan uniforme o el guardapolvo blanco característico de la escuela pública? ¿Cuál es el rol de los adultos que los acompañan? Estas preguntas nos van a ayudar a desarticular el nudo central del libro. Nos preocupa y nos ocupa identificar las estrategias que el mercado pone en circulación para el mundo infantil. Nos interesa presentar casos y testimonios para construir una

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mirada sobre un terreno tan interesante como problemático. No podemos analizar solamente los mensajes que se orientan a los más chicos, sino que, para completar el panorama, hace falta escuchar lo que ellos tienen para decir, contar o analizar. Sobre estos elementos organizaremos un análisis cuyo objetivo es contribuir a la reflexión acerca de los nuevos entornos comunicativos en los que las infancias contemporáneas urbanas se desarrollan, crecen y producen significados. Veremos la relación entre las infancias y las pantallas desde una postura conceptual. Hablamos de infancias y no de infancia porque, como dice la investigadora Sandra Carli, sostener la existencia de infancias es reconocer diferentes trayectorias sociales, culturales, económicas y hasta políticas que imprimen distintos caminos, posibilidades y limitaciones. La desigualdad existente en el mundo se ve también en los modos en que las infancias se desarrollan. Es por ello que no podemos hablar de “la infancia” como una manera única de transitar los primeros años de vida. El acuerdo que existe entre muchos investigadores es que la infancia es una construcción cultural (descartando cualquier explicación biológica o fisiológica) y las formas que asume están íntimamente relacionadas con las condiciones materiales y simbólicas de existencia. Estas incluyen naturalmente las posibilidades de ir a la escuela, la relación con pares, pero también el tipo de familia a la que pertenecen los chicos, sus experiencias y vinculaciones con diversas instituciones. Para completar faltaría precisar el sentido, aludido en el título del libro, del concepto entre pantallas. Podríamos haber titulado Infancias y pantallas o Infancias con pantallas. La elección de la preposición entre está vinculada con la definición que utilizamos para presentar las infancias. Ubicarlas entre las pantallas es una manera de caracterizar una relación contem-

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poránea. Niñas y niños atraviesan sus días en íntima relación con los medios y las nuevas tecnologías disponibles. ¿A qué nos referimos con disponibles? A que en ese campo se ha producido, a lo largo de los últimos veinte años, una serie de transformaciones tanto en la emisión como en la recepción. Pensemos solamente este ejemplo: de la televisión abierta gratuita con cinco canales disponibles que se captaban con antena hemos pasado a la oferta de televisión de alta definición emitida a través del cable y con abono. El cambio se dio en un lapso muy corto: aproximadamente 25 años separan la expansión analógica del cable y su digitalización. Entonces, cuando hablamos de disponibilidad, no lo hacemos en el sentido de qué aparatos o sistemas de cable hay en las casas, sino de cómo se compone el entorno comunicativo en el que se desarrolla la vida cotidiana. No se trata ya de la presencia ostensible de computadoras en las casas, sino de que sean conocidas y reconocidas, y que, en algunos casos, tenerlas se convierta en un deseo. En esa línea abordamos la noción de disponibilidad: un conocimiento de la oferta del mercado y una consecuente construcción de un deseo en función de ella. La idea es indagar acerca de cómo se fomenta el consumo a través de publicidades y “sugerencias enfáticas” por parte de los medios y de qué modos se va formando un deseo, las ganas de tener algo por parte de los más chicos. Si bien no vamos a centrarnos en las transformaciones de los medios y las nuevas tecnologías, existen dos procesos cruciales para abordar la cuestión: la miniaturización de los dispositivos de recepción y las transformaciones (tecnológicas y culturales) de la emisión. Vamos por partes. Decimos miniaturización de los dispositivos de recepción para referirnos a los reproductores de música en MP3, las computadoras portátiles, las tabletas, los celulares

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con cada vez más funciones, las consolas de juego, etcétera. La capacidad de almacenamiento es cada vez mayor en espacios físicos cada vez más reducidos (pensemos, por ejemplo, en el iPod Touch 4, el último reproductor de MP3 y MP4 de Apple que almacena la misma cantidad de información que una computadora y pesa 101 gramos solamente). El mercado ya nos tiene acostumbrados a estas innovaciones: un usuario actualizado no se sorprende tanto, ya que parece que cada vez es más natural o esperable el mejoramiento de la capacidad junto con una disminución del peso y el tamaño del aparato involucrado. Miniaturización, el primer proceso crucial para entender el núcleo del presente libro. Estos cambios veloces vienen acompañados de otro proceso que llamamos las transformaciones tecnológicas y culturales de la emisión. ¿A qué nos referimos? Por un lado, estamos identificando otras maneras de circulación del caudal informativo. Desde los comienzos de la prensa escrita hasta la existencia de la web, hubo transformaciones notables en la forma en la que los mensajes se construyen, se ponen en circulación y, en un segundo momento, se reciben e interpretan. La aparente accesibilidad es un elemento importante a tener en cuenta. ¿Cómo acceder a la información que quiero, me interesa o necesito? ¿Quién aprende y a través de qué mecanismos se ponen en conocimiento las maneras de acceder a la información? Estas preguntas y las posibles respuestas permiten ver la manera en que las infancias se relacionan con las pantallas como usuarios activos en busca de la información necesaria para hacer la tarea, para pasar de nivel en un juego o para entender algo que no terminaron de comprender en casa, en la escuela o de la televisión. La transformación tecnológica en función de la emisión vino acompañada por un creciente proceso de cambio que

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llamamos “cultural”. La aparición de la radio estuvo asociada en los comienzos con la imagen de una familia reunida para escuchar un programa. Lo mismo ocurrió con la televisión. La familia en torno a la televisión era una escena recurrente. Podemos decir que la mayor transformación en lo que concierne a la emisión tiene que ver, justamente, con la gradual desaparición de esas imágenes. David Morley, investigador inglés experto en medios, afirma que la unidad de recepción/familia tiende a ser desplazada por la fragmentación. Uno de los grandes cambios en la emisión se relaciona con el estallido de la oferta televisiva en múltiples canales dirigidos a diferentes segmentos de edad. Es por ello que hoy encontramos no solo canales de televisión infantiles, sino también canales para bebés de 0 a 2 años; canales para la edad preescolar (entre 5 y 6 años); canales para chicos de entre 7 y 12 años, y señales para “preadolescentes”. Y esto es solamente un breve pantallazo de la oferta existente en el mercado autodefinido como televisión para chicos. Otra de las opciones es encontrar segmentos dentro de la programación de un canal destinado a diferentes receptores. Hay canales que a la mañana temprano (antes del horario escolar) organizan la programación para aquellos que van a la escuela y luego, tomando en cuenta que no todos los menores de 3 años están escolarizados, comienza un segmento destinado a los menores de 3. Este es un ejemplo de los tantos que vamos a trabajar. Pero vale como manera de abordar lo que llamamos “cambio cultural”: de la familia reunida frente al televisor como imagen nuclear, pasamos a la hiperespecialización de la oferta destinada a niños y niñas en función de sus edades y de los intereses que tienen o imaginan los productores. Los cambios en la manera en que se emiten y reciben los mensajes de los medios, los modos en que se busca informa-

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ción o entretenimiento en la web o la televisión son parte de múltiples procesos. Es por ello que hemos decidido organizarlos en diferentes capítulos que aborden diversos elementos de la vida cotidiana de las infancias entre pantallas para componer un diagnóstico y un análisis actualizado del tema. En el primer capítulo, trabajaremos con la relación entre las infancias y los medios de comunicación. Analizaremos la aparición de la noción de cultura infantil y sus significados, la relación de las publicidades con los receptores y las maneras en que parece construirse una relación entre “tener” y “ser”. La felicidad en la cultura de consumo es un eje del capítulo. En una segunda parte vamos a estudiar algunos programas que seleccionamos a manera de ilustración. A su vez, observaremos las representaciones infantiles en los medios, es decir, cómo se muestra a los más chicos, qué acciones están asociadas con ellos y cómo se relacionan con sus pares, con los adultos y el entorno. En el segundo capítulo nos vamos a centrar en el juego infantil en el marco de la relación con y entre las pantallas que caracterizaremos en el capítulo uno. Analizar los juegos infantiles y la oferta de juguetes del mercado nos abrirá un campo de estudio más que fructífero para abordar las infancias contemporáneas. ¿A qué jugamos? Es siempre una puerta de entrada a las configuraciones culturales existentes y un interesante modo de analizar la manera en que los discursos que rodean a los más chicos se ponen “en juego” en cada interacción, en cada chiste, en cada nuevo entretenimiento. En el tercer capítulo cerraremos el arco de análisis de la oferta televisiva y los modos en que esta se orienta a la presentación de normas, valores y modos esperables de ser de los más chicos. Veremos cómo los programas se organizan en pos de “educar” a los niños con un guiño especial dirigido a los

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padres o a los adultos significativos. En algunos casos presentaremos fragmentos de testimonios recabados a lo largo de muchos años de investigación para ver cómo algunos niños y niñas hablan de sus gustos, preferencias y de su relación con los medios masivos. Estos últimos son agentes poderosos en la imposición de modelos de acción, de conducta, de normas y de estereotipos; pero los chicos son sujetos activos que producen permanentemente discursos y acciones creativas en función de lo que oyen, ven y reciben. Es por ello que abordamos no solo los medios de comunicación, sino también los juegos como manera de acercarnos a dos de las instancias más relevantes y, a la vez, más productivas de la cotidianeidad infantil. El último capítulo está dedicado a las conclusiones de todo el desarrollo previo y a la presentación de nuevas preguntas para seguir pensando y analizando la relación de las infancias entre pantallas, pero también, por qué no, de nuestra propia relación con las pantallas y las infancias que nos rodean.

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CAPÍTULO UNO

INFANCIA Y MEDIOS

Escenas de la vida contemporánea incluyen tensiones sobre qué, cuándo y cuánto tiempo dejar estar a los niños expuestos a los medios de comunicación. “Me aburro, ¿puedo ver la tele?” es un reclamo frecuente que se complica aún más con la existencia de la computadora y una mayor cantidad de aparatos receptores en el hogar. En primer lugar, la unidad de recepción/familia tiende a ser desplazada por una recepción individual, casi como un menú a domicilio que cada integrante de la casa recibe a diario. Quien quiera ver documentales tiene su canal, quien quiera ver una película cuenta con varias alternativas, quien quiera ver un programa de cocina dispone de varias maneras de satisfacer su deseo; los medios han multiplicado la oferta de canales de manera abrumadora. No se trata de valorar aquí la calidad de la oferta, sino la manera en que se estructura: por edad, por gusto, por afición, por idioma de emisión; muchas variantes se articulan para intentar llegar a diferentes públicos a la vez. Este desplazamiento de la unidad de recepción/familia tiene una segunda característica: la fragmentación de la recepción

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en función de los gustos. Cada integrante de la familia puede seleccionar qué ver, solo o acompañado, en función de sus intereses. A su vez, es posible ver también programas de televisión a través de la computadora, lo cual amplía la cantidad de receptores hacia dentro del hogar. No podemos afirmar (porque no tenemos los datos fehacientes) que en la mayoría de los hogares hay más de un televisor, pero sí que en la mayor parte de ellos hay al menos uno y que el número de computadoras por hogar aumenta exponencialmente. Según el Sistema Nacional de Consumos Culturales en 2005 (último relevamiento disponible), el 97 por ciento de los hogares de la Capital y el Gran Buenos Aires cuenta con, al menos, un televisor; el 99 por ciento de la región cuyana y el 98 por ciento de la región pampeana también poseen aparatos receptores. El 89 por ciento de los hogares de la región noroeste y, finalmente, el 95 por ciento de la región noreste del país tienen televisores conectados. Más allá de las precisiones numéricas, podemos concluir que la región con menor cantidad de aparatos conectados en los hogares suma un total del 89 por ciento de la población con un televisor. Esto nos indica, por un lado, la importancia que tiene la tevé en los hogares del país y, por otro, el poder de este medio de comunicación en la vida cotidiana de los ciudadanos. Decimos poder en tanto los mensajes de la televisión tienen un alcance abrumador en función de la cantidad de aparatos conectados a diario tanto a la televisión abierta como a la televisión por cable. En esta misma línea, el Laboratorio de Industrias Culturales presenta información según la cual en el año 2002 la Argentina era el cuarto país del mundo con mayor cantidad de abonados a la televisión paga (luego de Canadá, Estados Unidos y Dinamarca) y el mayor país de América Latina, con un total de 56 por ciento de los hogares abonados.

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LOS MÁS CHICOS

En su más reciente libro, David Buckingham, investigador inglés en temas de educación, plantea algunas preguntas claves para pensar la relación entre niños, niñas y los medios de comunicación. ¿Los chicos contemporáneos son poderosos o explotados? En otras palabras, ¿toman sus decisiones de manera autónoma o las toman los adultos y los medios de comunicación por ellos? ¿Tienen una voz propia? ¿Qué lugar ocupan las nuevas tecnologías de la información y comunicación en su crecimiento? A partir de estos interrogantes, que organizan gran parte de las posturas existentes al respecto, vamos a analizar las complicadas relaciones entre hijos pequeños, adultos y medios de comunicación, en función de algunas investigaciones recientes al respecto. Existen muchos trabajos de investigadores que sostienen que, en un mundo lleno de estímulos, los niños eligen qué, cómo y cuándo quieren hacer las cosas y de qué modo deben hacerse. Esto ocurre en relación y tensión con el mundo adulto, que puede o no conceder los pedidos y demandas que recibe de sus hijos. La construcción de la noción “me gusta” la aborda, puntualmente, la investigadora brasileña Lucía Rabello de Castro. En una investigación realizada en 2001, la autora identifica una relación entre el “gustar” y el “ser”. En varias entrevistas encontró una relación muy cercana entre lo que a los menores les gusta y la manera en que se definen a mí me gusta/yo soy. Esta ecuación indicaría que el modo en el que se construye el gusto está relacionado con la identidad. Aquello que se identifica como afín, como gusto, funcionaría para los más chicos como una manera de definirse a sí mismos frente a los demás. Ante un mundo lleno de obligaciones, los chicos diferencian

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el “hacer” del “gustar”. Del lado del “hacer” está la escuela, la tarea, los controles médicos; del lado del “gustar” aparecen los amigos, los programas de televisión y los juegos favoritos. La construcción del gusto es interesante de analizar, porque nos informa de los discursos y los modos en que estos se incorporan a la niñez. Veamos un ejemplo: una nena sostiene que su juego favorito es saltar a la soga. Es probable que ella haya visto a alguien hacerlo o en alguna película o programa de televisión. Una vez observada la práctica, se retiene y luego se definen maneras (no siempre conscientes) para producir acciones similares. Lo veremos más adelante, pero incluso en la intención imitativa el niño produce una práctica específica. Volvamos, entonces, al ejemplo. La niña probablemente haya decidido y elegido su juego favorito en función, primero, de lo que ha vivenciado y, luego, de lo que le “gusta”. La definición de aquello que a los chicos les “gusta” está relacionada con los discursos que los rodean, las experiencias que tienen y las vivencias que organizan su vida cotidiana. Dijimos ya que lo que les “gusta” a los más chicos aparecía, según la investigación citada, como parte de su identidad, como forma de presentarse ante otros. La nena que jugaba a la soga e identificaba esa práctica como su juego favorito está hablando de sí misma cuando elige qué decir ante la pregunta. El sociólogo canadiense Erving Goffman, especialista en el análisis de las interacciones de individuos en grupos reducidos, sostiene que en el momento de presentarnos a nosotros mismos se ponen en juego series de decisiones relacionadas con aquello que queremos mostrar. Es por ello que define el concepto de facework (el trabajo de cara) como el proceso en que los individuos evalúan qué mostrar de sí ante los otros para obtener una imagen positiva de sí mismos ante los demás.

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En nuestra vida cotidiana, interactuamos con muchos grupos diferentes (amigos, compañeros de trabajo, jefes, hijos, padres). No somos siempre “los mismos”. Podemos actuar más “formalmente” en un ámbito laboral o en un espacio en el que no somos los de mayor jerarquía, podemos estar más relajados en contextos amistosos y en cada situación ponemos en juego estrategias de interacción. En este sentido, Goffman sostiene que “el mundo es un teatro” en el que nosotros, en tanto actores, desempeñamos diferentes roles en función de la situación en la que estamos inmersos. Cabe aclarar que esto no significa que estemos “mintiendo” o que Goffman afirme que somos todos impostores. Muchas veces el trabajo de la cara no se da de manera consciente, sino que se relaciona con una evaluación inmediata de la situación, las normas y las expectativas de ese contacto. Volviendo al ejemplo de la niña cuyo juego preferido era saltar a la soga, encontramos una manera en la que ella se define a través de un gusto. La equiparación entre el “me gusta” y el “yo soy” tiene que ver con el proceso identificado por Goffman. El gusto, como toda construcción cultural, es dinámico: no nos gusta una cosa de una vez y para siempre, sino que, de acuerdo con nuestras relaciones y nuestro crecimiento, vamos adoptando diferentes preferencias. El ejemplo de la nena y la soga nos permite analizar el modo en que se construyen las elecciones de todos los sujetos en función de su experiencia en el mundo social, sus gustos y posibilidades. Pero existe otra cara de la construcción del gusto o de las preferencias que es un poco más compleja que la elección de la soga. Nos referimos a la oferta del mercado de bienes hacia los más chicos. Imaginemos que la nena del ejemplo afirma que su juego favorito son las muñecas. Pero no cualquier muñeca, sino una específica con una función especial: la que llora si se

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le saca el chupete. Ella vio a esa muñeca en un aviso publicitario, en la casa de una amiga o en una vidriera de un negocio. Las ganas de tener esa muñeca y no otra se organiza por la manera en que esa niña conoció la existencia de ese juguete y, por motivos que pueden ser diversos, le pareció digna de ser deseada. “Quiero esa muñeca”. ¿Cómo sigue el circuito? En primer lugar, la niña comunica a quien quiera escuchar que ella quiere esa muñeca. Puede tener suerte y lograr que los adultos le concedan su deseo inmediatamente. O, también, puede tener que recurrir a otro pariente o adulto afín que decida satisfacer su demanda. Aquí aparece un elemento diferente al ejemplo de la soga: ese juego, ese objeto debe ser comprado en el mercado de bienes con dinero. Es decir, más allá de las posibilidades de elección en función de sus gustos, los niños y niñas dependen de los adultos a la hora de participar en el mercado adquiriendo bienes. Podríamos pensar que este “depender de los adultos” reubica el deseo de los más chicos en un espacio de negociación. Y es cierto: diferentes estrategias y modos de persuadir se ponen en juego a la hora de intentar conseguir un objetivo. A veces, incluso, aparecen llantos, caprichos o la simple resignación ante una tajante negativa. Pero hay un ingrediente que complica todavía más el panorama. Muchos investigadores están descubriendo lo que llaman “el factor culpa”, que interfiere en la negociación con los más chicos del lado de los adultos. Volvamos a la muñeca que llora si le sacamos el chupete. La niña pide a su padre que le compre esa muñeca. Según los estudios mencionados, para los padres de clase media con posibilidades económicas o facilidades de financiación es cada vez más difícil oponerse a las demandas de los más chicos por la “culpa” de no estar, de trabajar muchas horas, de no poder buscarlos en el colegio, de dejarlos mucho tiempo al cuidado

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de una niñera o de algún familiar cercano, o de haberse separado de la madre de la nena (o viceversa por parte de la madre). La culpa organiza las negociaciones con los más chicos, según algunos investigadores que encuentran, del lado de los adultos, cada vez más dificultades para lidiar con las demandas de sus hijos. No decimos con esto que el rol del adulto esté desapareciendo ni que los más chicos sean todopoderosos en sus decisiones. Lo que sí destacamos es la necesidad de sumar un nuevo elemento para tener en cuenta a la hora de analizar el triángulo contemporáneo: niños, adultos y mercado. Entre esos tres factores se establecen relaciones y negociaciones complejas en las cuales la formación del gusto de los más chicos aparece cada vez más cerca del mercado y más lejos de las preferencias del mundo adulto. “Si a ella le gusta…” o “prefiero darle la plata y acompañarla a comprar lo que quiere porque siempre me equivoco” son algunas de las frases comunes que solemos escuchar. David Buckingham, como se ha dicho, plantea una pregunta que permite organizar las investigaciones existentes sobre la relación entre los chicos y el mercado de bienes a ellos destinado. ¿Son poderosos o explotados? Recorrimos hasta aquí una serie de elementos que nos permiten ver cómo se forma el gusto, qué lugar tiene la experiencia en el mundo social en la formación del mismo y cómo elegimos mostrarnos ante los otros a través de nuestras preferencias, elecciones y maneras de negociar nuestra identidad. La fórmula me gusta=yo soy resulta de la dificultad existente para abordar el triángulo que mencionamos anteriormente y las tensiones que ahí prevalecen.

LOS MIEDOS

Las negociaciones con sus hijos pueden ser complicadas para los adultos. ¿Cómo aparecen los miedos? Neil Postman,

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sociólogo estadounidense, publicó en 1994 un libro titulado La desaparición de la infancia. La publicación fue muy discutida tanto en el campo educativo como en el de la comunicación. Lo que el autor sostiene allí es que la infancia, tal como la conoció la modernidad, ha desaparecido. Los niños escolarizados, incompletos en tanto necesitan aprender de manera gradual cosas de y sobre el mundo que los rodea, eran disciplinados por el peso de las instituciones, solo por mencionar los elementos más característicos. Si la infancia es una construcción cultural y social, los cambios que se den en su configuración y desarrollo van a estar necesariamente relacionados con el espacio y el tiempo en que se llevan a cabo. Es por ello que Postman identifica a las infancias contemporáneas como “adultizadas”, es decir, signadas por maneras de experimentar el mundo vinculadas con otras edades; y a los adultos los define, en consecuencia, como “infantilizados”. El ejemplo que propone para ilustrar estas dos caracterizaciones proviene de la serie televisiva Los Simpson. Este programa, como se sabe, se concentra en la vida de una familia de clase media estadounidense en la que Postman encuentra dos representantes ilustrativos de las infancias y de los adultos contemporáneos: Bart y Homero Simpson. Con sus nueve años, Bart, hijo de Homero, es un pésimo alumno, no le gusta la escuela y es famoso por sus travesuras y prácticas ubicadas siempre al límite de la ley. Bart es activo en la búsqueda de escapes a las obligaciones cotidianas y hasta ha colaborado con la mafia local en el tráfico de cigarrillos. Este último ejemplo proviene de uno de los capítulos probablemente más significativos para explicar la idea de Postman. Homero, el padre de familia, empleado en una planta nuclear con un trabajo poco calificado, es fanático de la televisión. Lo es al punto de que pueden ocurrir hechos relevantes o peli-

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grosos a su alrededor y es tal su concentración en la pantalla que no se distrae ante ningún ruido o evento. Es por ello que en muchos de los capítulos de la serie, su mujer, Marge, desenchufa el televisor para poder hablarle o comentarle algún hecho que requiera un mínimo de atención adulta. La relación entre los dos personajes es curiosa: Bart engaña permanentemente a su padre; le saca dinero, le promete falsas recompensas, le entrega boletines de la escuela falsificados, etcétera. Pero Homero no lo nota; Bart parece tener un arsenal de recursos para llevar a cabo sus objetivos más allá de la voluntad o del control adulto, que es representado como menor o inexistente. A su vez, en los pocos casos en los que su padre le responde negativamente a una demanda, Bart no duda en tomar la billetera de Homero, a través de engaños o directamente robos, para obtener dinero, tarjetas de crédito o copias de su firma. Los Simpson, estrenado en 1989, es una de las series de mayor permanencia y audiencia en la historia de la televisión. Es por ello que, siguiendo la caracterización de Postman, lo elegimos a modo de ilustración. La aparente inversión de roles entre adultos y niños se ve claramente en la breve caracterización que hicimos de Bart y Homero Simpson. El “niño astuto” que no solo sabe lo que quiere, sino que conoce y vulnera los límites establecidos, no es el niño actual; pero hay nuevas figuras de infancia entre las que se encuentra este “niño” que se relaciona con el mundo como un adulto y con los adultos como un par que demanda continuamente. ¿Y los adultos? Para Postman, ellos pasan a ser los niños de la nueva era. Los que desconocen la información que rodea a sus hijos y el entorno de consumo en el que crecen. Los que aceptan las demandas de sus hijos de una manera inocente y desinformada acerca de las implicancias que cada una de sus decisiones tiene en la vida de los más chicos.

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Frases como “dale, todos lo tienen, soy el único que no”, “mamá, te juro que es lo último que te pido” o “me van a dejar afuera del grupo si no lo consigo” son algunos ejemplos que ilustran este funcionamiento. Complementariamente, aparecen los miedos de los adultos. Miedo a no entender, miedo a que sus hijos se queden afuera y se sientan excluidos, miedo a que sean discriminados, miedo a que sus hijos les hagan reproches en función de sus presencias o ausencias en momentos significativos. En conclusión, miedo a quedarse al margen de la vida cotidiana de sus hijos y de lo que los objetos de consumo y las prácticas significan. Hace algún tiempo, en una investigación que realizamos sobre los cumpleaños infantiles en McDonald’s, entrevistamos a padres y madres sobre los motivos de la elección del lugar para hacer la fiesta. En el conjunto encontramos respuestas del tipo “a los chicos les gusta”, “me lo pidió mi hijo”, “todos sus compañeros festejan acá” o “a mí me parece un cumpleaños feo, pero a mi hija le gusta y, de paso, no me ensucian la casa”. En su momento parecieron respuestas muy significativas. Hoy lo son aún más. Los más chicos eligiendo qué quieren y qué no, imponiéndose de algún modo a la voluntad del adulto y afirmando sus preferencias. Todo el tiempo están definiéndose a través de sus palabras: “Yo quiero esto” o “esto no me gusta”. Y esas definiciones aparecen como elementos muy relevantes al hablar de la conformación de la personalidad. A lo que mencionamos hasta ahora debería añadirse un componente más: la tecnología.

UN CLICK ALCANZA

Las nuevas tecnologías de la comunicación ponen en circulación series de productos, informaciones, servicios y publicaciones que llegan a los más chicos de manera “independiente”

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del mundo adulto. Un chico frente a una computadora, con un mínimo conocimiento de algún motor de búsqueda, puede acceder a la información que quiera. Esta puede ser apropiada o no para su edad; interesante, verdadera o falsa; en cualquier caso, lo que cierra el panorama que venimos describiendo es la creciente independencia con la que los chicos acceden a algunas de las tecnologías existentes en su vida cotidiana. La culpa, la demanda, el gusto, la identidad, la adultización de los más chicos y la infantilización de los adultos componen un panorama complicado de analizar en el que muchos factores actúan. Si sumamos los nuevos dispositivos tecnológicos y el acceso a Internet, el panorama se vuelve aún más complejo. La relación de las infancias con su entorno está claramente facilitada o bloqueada por los adultos significativos con los que ellos se relacionan. De allí que no podamos sostener que los más chicos son independientes de manera total a la hora de sentarse frente a una computadora. Existen herramientas de “control parental” de la navegación en Internet que bloquean páginas con contenido evaluado como inapropiado. Otro tipo de filtros más o menos complejos está también a disposición de los padres como manera de limitar los lugares adonde ingresan sus hijos. En entrevistas con padres y madres encontramos testimonios que indicaban la dificultad de mantener esos filtros por mucho tiempo. “Si él se pone las pilas, en un par de días desbloquea el control cuando no estoy… Investiga y lo destraba todo. […] Ya nos pasó”. Si bien existen diversas herramientas para limitar la navegación, no siempre es tan sencillo como instalar una aplicación para que se lleven a cabo instancias de control. Ellos conocen y han crecido en un entorno “conectado”. En Internet está, como suele decirse, todo, pero hay que saber encontrarlo. Aprender a usar los motores de búsqueda más sencillos pone a los más chicos

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en vinculación con cantidades inmensas de información a la breve distancia de un click. Otra posibilidad es que adultos y niños compartan el tiempo frente a las pantallas. Ver televisión en familia, como se ha dicho, se tornó un acto cada vez más complicado por la segmentación de la oferta existente. Un programa para madres que trabajan fuera de casa con hijos y poco tiempo libre no incluye como receptor a un niño ávido de jugar y conectarse con sus personajes preferidos de manera permanente. ¿Qué ocurre entonces con Internet? La imagen de un adulto y un niño o niña sentados juntos frente a la computadora explorando diferentes sitios en busca de información no es inexistente, pero está lejos de relevar una práctica frecuente. Hay otras técnicas de no invasión, pero de control. Cuenta una madre entrevistada: Mi hija de siete años tiene Facebook. La dejamos con la única condición de que su papá y yo seamos amigos de ella y podamos ver qué hace y con quién charla. Cuando mi hijo se va a dormir reviso el historial de la computadora. Muchas veces lo borra, pero otras no y, claro, veo todo.

Revisar, ser “amigo” en las redes sociales, fijarse dónde anduvo navegando el niño o la niña son maneras de supervisión poco invasivas, pero que incluyen a las nuevas tecnologías de la información en los espacios de negociación cotidiana. Si todos los amigos de la escuela de la persona en cuestión tienen una página personal en Facebook, es probable que quien carezca de ella quiera tenerla. Ahora bien, en ese momento en el que aparece un deseo de tener o de ser parte de algo se abren espacios de negociación con el mundo adulto. A veces los más chicos hábilmente hacen cosas sin permiso, otras veces negocian y otras son

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denegadas por los más grandes. La relación de los más chicos con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación suponen la apertura de nuevos espacios de negociación con el mundo adulto, que permite, negocia o prohíbe una serie de prácticas en función de la evaluación que cada cual tenga sobre ellas. Las tácticas, estrategias y herramientas de control que se usen van a estar íntimamente vinculadas con el nivel de conocimiento que haya en ese hogar o grupo sobre el manejo de la computadora y sus recursos. La clave está, siempre, en los modos en que el mundo adulto y el infantil se ponen en contacto para negociar demandas, deseos y nuevas maneras de expresión y comunicación. Estamos intentando comprender un nuevo universo de prácticas culturales que organizan no solo la vida cotidiana, sino la sociabilidad de los más chicos a través de los cambios tecnológicos.

LOS CELULARES

Los teléfonos celulares aparecen como nuevos dispositivos que, al parecer, todos tienen y sí o sí deben tener. Acompañados por intensas campañas para obtener, como dicen los anuncios publicitarios, “tu primer celular”, las compañías del ramo ofrecen el servicio en América Latina y el mundo, pero dirigido, ahora, especialmente a los más chicos. Para ilustrar esa búsqueda identificamos una campaña de publicidades de Claro, la empresa con mayor cantidad de usuarios en la región, que se titula “Manual para conseguir lo que quieras”. A lo largo de la campaña, la empresa presenta diferentes estrategias para convencer a los padres de que les compren a sus hijos el primer celular. Argumentos como “esto es bueno para vos, papá” o “todas las chicas de hockey lo tienen […]. Hasta la abuela que está en sus años dorados lo tiene” colocan a los niños y a los

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adultos en posiciones diferentes. La publicidad se ubica del lado de los más chicos, asociándose y ayudándolos a organizar su demanda para llegar a buen puerto. Por otro lado, apunta a imponer la posesión de un celular como parte de las “cosas que hay que tener” para estar en los grupos de amigos que cada cual desee. El adulto aparece como un sujeto a persuadir, como aquel que se niega a comprar el celular (dado que si lo aceptara desde el comienzo, la campaña no tendría sentido), pero que, con ayuda de la presión publicitaria, tal vez cambie su parecer. Caras tiernas, hijos manifestando su amor a sus padres, comparación con otros amigos de los grupos de pertenencia, contraposición con la abuela (con la idea de que si la abuela tiene un celular, ¡cómo una preadolescente no lo va a tener!); diferentes estrategias que apuntan a un solo fin: que los adultos les compren un celular. Podríamos decir que en este tipo de campañas publicitarias se exhiben dos de los elementos claves a través de los cuales se pueden analizar los roles de niños, niñas y adultos contemporáneos: el rol del menor demandando bienes o servicios en función de la oferta que le acercan los medios de comunicación y la persistencia del rol adulto en la decisión final de la compra. En otras palabras, más allá del ya mencionado “factor culpa” o de las concesiones o no que hacen los adultos en la evaluación permanente de su relación con sus hijos (y los grupos a los que estos desean pertenecer), la decisión final, ya sea por claudicación o por convicción, es de los adultos que disponen del dinero para pagar los bienes o servicios que aparecen como objetos de deseo. Si bien los medios de comunicación “les hablan” a los más chicos de manera directa y sin mediaciones, son conscientes de que los adultos son el receptor final de sus ofertas. Por eso, es a la vez curioso y lógico que la mayor empresa de telefonía celular de América Latina haya elegido estructurar su campaña

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con estrategias más o menos graciosas y ocurrentes para convencer a los padres de la necesidad e importancia de que los más chicos tengan un celular. Cada una de las publicidades cierra con el eslogan “Sabés lo que querés, querés tu primer Claro”. La interpelación directa a niños y niñas enfatiza la construcción del gusto: “Vos sabés lo que querés, acá te damos las herramientas para conseguirlo”. Los medios de comunicación se presentan muchas veces como “aliados” de los más chicos para conseguir que estos demanden a los adultos los productos o servicios que aparecen ofertados, y se orientan cada vez más a usuarios individuales que a grupos. Los celulares, las computadoras y el acceso a Internet construyen mensajes para los destinatarios de acuerdo con su edad, su nivel socioeconómico y las probables preferencias que tengan. Los más chicos están expuestos a mensajes dirigidos a ellos que se organizan en función de la compra de un bien o de un servicio. Y es así como se arman las cadenas de demanda continua desde los más chicos hacia los adultos.

¿UNA INFANCIA MECANIZADA?

Del mismo modo que analizamos posturas que sostenían que los más chicos elegían activamente qué ver, qué tener y qué querer tener en función de su presentación ante otros y de su definición identitaria, encontramos un segundo gran conjunto de trabajos en los que se expone una lectura diferente de los mismos procesos. Volvamos a la pregunta de Buckingham sobre si los niños y niñas de hoy eran poderosos o explotados. Analizaremos aquí las líneas de investigación que profundizan en esa noción debido a la saturación de estímulos de consumo que padecen. Las investigaciones relacionadas con la “denuncia” de la explotación de los más chicos para construirlos como con-

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sumidores tienden a analizar los programas, publicidades y ofertas de bienes y servicios tal como son organizados en la emisión. Es decir, observan datos, mensajes, estructuras, y conjeturan, en función de ellos, la manera en que se imagina al niño o niña que ve o escucha ese mensaje. ¿A quiénes les hablan los medios de comunicación masivos? ¿Qué imagen tienen de los más chicos? Estas dos preguntas nos van a ayudar en el recorrido de este apartado para organizar algunas investigaciones existentes en torno a la cuestión. Shirley Steinberg y Joe Kincheloe publicaron un libro clave en 1997 titulado Cultura infantil y multinacionales. Allí los autores abordan diferentes programas, películas, juegos y prácticas de y para las infancias contemporáneas. El objetivo del libro es caracterizar la llamada cultura infantil, íntimamente relacionada con políticas del mercado de bienes y con las grandes corporaciones globales. Si pensamos en una cultura destinada a los más chicos, estamos ubicados en el terreno de la producción con un destinatario definido: los chicos que tienen, de diferentes maneras y con variadas posibilidades, acceso a la oferta del mercado. ¿Qué significa acceder en este caso? Tal como mencionamos antes, cuando hablamos de acceso no lo hacemos en el sentido de “poseer” algo, sino que nos referimos al conocimiento de la existencia de un objeto que se oferta en el mercado. Acceso es aquí, para nosotros, una manera de conocer y de vincularnos, ya sea pudiendo obtenerlo o solo deseando tener algo a través del mercado. Es aquí donde el poder de las grandes corporaciones aliadas con los medios de comunicación masivos se vuelve aparentemente imbatible. Juegos, juguetes, consolas, películas, programas de televisión, páginas de Internet, ropa, accesorios, útiles escolares y hasta la taza para tomar la leche son “personalizados” en relación con figuras o programas que se emiten en los medios de

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comunicación. A su vez, las publicidades específicas de productos para niños y niñas completan un panorama de continuos estímulos y propuestas de consumo. Claramente no sostenemos una relación mecánica de estímulo-respuesta: sabemos que los más chicos eligen, seleccionan, organizan y jerarquizan sus pedidos y deseos. Lo que sí marcamos acá es la necesidad de comprender la incesante cantidad de propuestas que los más chicos reciben diariamente en su contacto con los medios. Hace unos años, en el marco de una de las investigaciones que llevábamos adelante, ocurrió la siguiente situación: una de las niñas cumplía años y le pidió a una amiga de su mamá, como regalo, una muñeca Barbie. La madre, un poco sorprendida, adujo que no tenía que ser necesariamente una Barbie, sino cualquier muñeca similar. La nena, de seis años, insistió: “Mamá, dije una Barbie, no cualquier muñeca”. Dos semanas después, el día del cumpleaños, la amiga de la mamá llegó con un regalo envuelto en papel rosado y con un moño inmenso. La tarjeta decía: “Feliz cumpleaños. Te queremos mucho. Los tíos”. La nena, boquiabierta, rompió el papel ávida por ver su regalo, lo miró y dijo: “Me compraste la Barbie más barata…”. De golpe se hizo un silencio incómodo, la niña fue duramente reprendida por su madre, pero, al margen de lo ocurrido, la escena es un disparador de todo tipo de interrogantes y análisis. Por un lado, fue impactante el conocimiento inmediato de la posición de esa muñeca en la escala mayor de las de su especie: la Barbie más barata en contraposición a las más caras o con más cantidad de accesorios. Por otro lado, la identificación de la “más barata” como “categoría” que desmerece el regalo. Es decir, siendo la muñeca más barata de las existentes, esa Barbie no valía tanto como una más cara. Hablamos de valor en el sentido simbólico y no solo monetario. La nena quería una Barbie, pero no cualquiera. La oferta de muñecas Barbie, una marca de

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Mattel que se fabrica hace más de cincuenta años y que es líder en el mercado de venta y accesorios para las más chicas, es tan variada como similar a sí misma. En otras palabras, existen más de cien muñecas distintas en oferta, pero la diferencia son los accesorios, la ropa y las funciones con las que vienen. La Barbie que trae una memoria externa para “cargarle” canciones en la computadora que luego “suenen” en la muñeca (como música de fondo elegida por las niñas) es más cara que la Barbie princesa tradicional, que viene con un vestido y una corona. La anécdota es significativa e ilustrativa de la cantidad de objetos que se ofertan en el mercado. Pero lo es, también, de la jerarquía existente incluso dentro del mismo tipo de juguetes: existe un rango de Barbie que es reconocido por una niña de seis años decepcionada por un regalo, a la vez, decepcionante. Ella no quería la más barata, y tenerla no le pareció para nada significativo ni sorprendente. A la vez, el rol adulto en esa situación es bien difícil. ¿Qué hacer con una respuesta semejante? ¿Llevarse el regalo y cambiarlo? ¿Enojarse? ¿Discutir con la más chica? ¿Pedirles a los padres que intervengan? Todas y ninguna constituyen la única respuesta posible. Si bien la niña del ejemplo fue castigada y tuvo que pedirle disculpas a la amiga de su mamá por su respuesta, lo que ella dijo al ver la muñeca es un rasgo característico de la cultura infantil. Ya vimos con los celulares el eslogan “Vos sabés lo que querés”. Algo así se repite aquí: “Vos sabés qué Barbie querés y tenés la información para ubicar a esa muñeca en el rango jerárquico de esa serie de juguetes”. Una vez más, la clave parece encontrarse en la manera en que los más chicos se informan sobre la oferta del mercado. En resumen, en el contacto diario con los medios de comunicación, los niños reciben informaciones, ofertas de productos, servicios y modelos de comportamiento que, en muchos casos, pasan a formar parte de los objetos que desearían tener. He aquí el rol

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clave de la alianza entre los medios de comunicación, la publicidad y las grandes corporaciones globales. La idea de “explotación de la infancia” aparece como diagnóstico frente a este panorama: muchas publicidades, los chicos interpelados en tanto consumidores presentes y futuros, las demandas a los padres y una sensación permanente de insatisfacción. Un nuevo producto aparece y parece desplazar definitivamente a los anteriores. Se deben acumular sistemáticamente y sin pausa los nuevos objetos del mercado para estar a la moda, para seguir perteneciendo a los grupos de referencia, para tener el último producto del mercado existente, solo por mencionar algunas de las frases que explícita e implícitamente encontramos en la oferta de artículos para niños. La amenaza de “dejar de ser” por no tener un objeto o juguete específico opera tanto para los padres como para los hijos. Citamos en páginas previas a padres que sostenían que celebraban los cumpleaños de sus hijos en McDonald’s porque “todos lo hacían”. La sociabilidad está en muchos casos organizada por la oferta de los medios, que se relaciona, a su vez, con las elecciones adoptadas por los grupos significativos. “Dale, ma, todos van a la excursión menos yo” es una frase que se ha dicho de mil maneras a los adultos y que sintetiza lo que Steinberg y Kincheloe plantean con el análisis de la cultura infantil, es decir, una cultura de chicos, para chicos en la que tener es una característica fundamental para pertenecer. El me gusta=yo soy se complejiza con la aparición del mercado como principal oferente de productos, servicios y, a fin de cuentas, estatus. Sociabilidad y estatus son dos nociones que han aparecido en los últimos párrafos y que se vinculan, a la vez, con una tercera: la felicidad. Una de las características más difíciles de analizar es la relación que se establece entre el consumo y la supuesta felicidad que el acto de consumir traería aparejada. Pero no solo se trata de una felicidad individual e individualista

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(para quien compra dicho objeto o lo que sea), sino también de una supuesta plenitud asociada con un estatus obtenido. “Tener” y “pertenecer” se asocian en los mensajes del mercado, pero también “tener=ser feliz” aparece como una manera de leer los actos de consumo y las constantes publicidades. El mercado junto con la publicidad y los medios ofrecen un producto. Pensemos, por ejemplo, en un nuevo auto de Ben10 con control remoto inalámbrico. Ben10 es, desde hace cinco años, el programa más visto por chicos de entre siete y diez años y con uno de los mayores niveles de venta de productos asociados alrededor del mundo. Sale un nuevo auto de Ben10 y aparecen publicidades dentro del programa mismo mientras se emite, en las tandas publicitarias, en las revistas para niños, en la página de Internet del programa o del canal en el que se televisa. “Tenés que tener este auto” parece ser el corolario de tanta publicidad y presentación del producto. “Tenés que tenerlo” porque es el último disponible, porque es “mejor” ser el primero que lo tenga de todos tus amigos y porque “está buenísimo y tiene nuevas funciones”. Algunos de los argumentos esgrimidos aquí pueden ser más ciertos que falsos y viceversa. Pero la clave radica en cómo se presenta la adquisición del producto. Por un lado, como un modo de posicionarse en y frente al grupo de pares (“ser el primero que lo tiene”), luego, como manera de mostrarse ante el resto en función de una adquisición (“soy yo quien lo tiene”) y, finalmente, la alegría de poseer ese bien supuestamente deseado por todo el conjunto de pares significativos (“lo tengo y estoy contento”).

LO NUEVO

Este proceso que aquí describimos prácticamente a modo de caricatura se repite cada vez que aparece un muy nuevo juguete

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similar al anterior, pero no tanto. La renovación permanente del mercado de objetos y productos para niños es vertiginosa. Parece que nunca se llega a tener el “último juguete” u objeto porque inmediatamente después ya hay otro “mejorado” y mucho más caro para comprar o desear. Esto no debe sorprendernos dado que no es una característica propia de la relación del mercado infantil, sino del mercado y los sujetos. Es decir, reconocemos este funcionamiento en la oferta de computadoras en general, celulares, electrodomésticos o productos de limpieza destinados a los adultos. Siempre hay un nuevo producto con una característica más que, si seguimos la argumentación, lo haría muy diferente del inmediato anterior. Y así el ciclo de consumo permanente se alimenta y retroalimenta en beneficio del mercado. Es por ello que nos proponemos aquí hacer una pausa y evaluar cuáles son los mecanismos que se utilizan en la construcción de la relación entre los chicos, los medios de comunicación y el mercado junto con las grandes corporaciones globales. Un ejemplo gracioso y a la vez ilustrativo ocurrió en el marco de una entrevista. Les preguntamos a los niños entrevistados qué objeto de los que conocen quisieran tener y no tienen. Una de las respuestas fue la siguiente: “Yo quiero la reisin car [racing car] de Cars con dos controles remoto y la pista que viene que está joya y viene con el rayo McQueen y curvas pronunciadas, no incluye baterías”. La manera en que este niño de seis años habló del juguete que quisiera tener replica palabra por palabra la publicidad del objeto tal como lo vio y escuchó en televisión. Aclaremos que se trata de una pista de autos con los “personajes” de la película de Disney-Pixar Cars, basada en unos autos parlantes con diferentes roles y “personalidades”, con dos controles remoto y “curvas pronunciadas”. Esta manera de identificar las curvas no corresponde al vocabulario medio de un niño de seis años. Si le sumamos que ese adjetivo es el que se utiliza

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en la publicidad que se repite una y otra vez en los canales para chicos de la televisión por cable, nos encontramos con que el menor está repitiendo casi literalmente la publicidad. El último dato mencionado es impresionante: eso de “no incluye baterías” como parte de la descripción podría estar diciéndonos que el niño (lógicamente) no comprendió que dicha aclaración tenía que ver no con una característica del juguete en sí mismo, sino con una advertencia que presentan los fabricantes. “No incluye baterías” se repite como característica propia del juguete por diversos motivos, al igual que “curvas pronunciadas”, y del mismo modo que el niño no dijo “pista de autos” sino “racing cars”. El testimonio ilustra bien los mecanismos expuestos en este apartado. Analizar las maneras en que los chicos organizan la información que reciben y ver los modos en que la cuentan “con sus palabras”, seleccionando qué decir, cómo caracterizar, por ejemplo, una pista de autos, es una de las tantas estrategias para acercarnos al universo significativo de los más chicos. Mencionamos al comienzo que en las elecciones y en los gustos y preferencias de niños y niñas, en sus juegos e interacciones se materializaban, de maneras diversas, los discursos con los que se ponían en contacto en su vida cotidiana. Hemos presentado en este capítulo una serie de nociones, conceptos, ejemplos e ideas que involucran la presentación de alguien ante los otros, la negociación permanente entre niños, niñas y adultos, la culpa y los miedos de los padres, la cultura infantil como nueva configuración del mercado y los medios de comunicación, y el rol de la computadora, el celular y los nuevos modos de comunicación. Para completar el panorama que aquí expusimos, vamos a analizar específicamente el juego infantil como espacio significativo de sociabilidad, interacción e intercambio de prácticas y significados. De eso trata el siguiente capítulo.

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