La naturaleza es un campo de batalla

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Razmig Keucheyan

La naturaleza es un campo de batalla Finanzas, crisis ecológica y nuevas guerras verdes

Traducción de Víctor Goldstein

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Keucheyan, Razmig La naturaleza es un campo de batalla: finanzas, crisis ecológica y nuevas guerras verdes / Razmig Keucheyan. -1a ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Capital Intelectual, 2016. 200 p. ; 23 x 15 cm. Traducción de: Víctor Goldstein. ISBN 978-987-614-498-8 1. Estudio del Medio Ambiente. I. Goldstein, Víctor, trad. II. Título. CDD 577

Diseño de tapa: Javier Vera Ocampo Diagramación: Daniela Coduto Corrección: Martina Masera Lew Coordinación: Inés Barba Producción: Norberto Natale

Título original: La nature est un champ de bataille. Essai d’écologie politique © 2014, La Découverte, 9 bis, rue Abel-Hovelacque 75013, París © Razmig Keucheyan, 2016 © Capital Intelectual, 2016 1ª edición • Impreso en Argentina Capital Intelectual S.A. Paraguay 1535 (1061) • Buenos Aires, Argentina Teléfono: (+54 11) 4872-1300 • Telefax: (+54 11) 4872-1329 www.editorialcapin.com.ar • info@capin.com.ar Pedidos en Argentina: pedidos@capin.com.ar Pedidos desde el exterior: exterior@capin.com.ar Queda hecho el depósito que prevé la Ley 11723. Impreso en Argentina. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida sin permiso escrito del editor.

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Índice

Introducción 13 I. Racismo ambiental 21 Un acontecimiento filosófico 23 El color de la ecología 25 El huracán Katrina como “metáfora” del racismo ambiental 28 La espacialidad del racismo 30 Saturnismo y lucha de clases 33 Poscolonialismo y crisis ambiental: el conflicto en Darfur 37 Las desigualdades ecológicas: un abordaje marxista 41 Arqueología del racismo ambiental 49 Raza y reforestación 52 Purificar la naturaleza… 55 …y naturalizar la raza 57 Exportar el medio ambiente 60 La ecología política que viene 63 Conclusión 69

II. Financiarizar la naturaleza: el seguro de los riesgos climáticos 71 Mercados financieros “conectados” con la naturaleza 74 Principios del seguro 76 ¿Nuevos riesgos? 81 Ontología de la catástrofe 87 Riesgo y posmodernidad 89 Las aventuras de la asegurabilidad 91

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Cat bonds, o los bonos catástrofe 94 La naturaleza como “abstracción real” 99 Mercados de carbono y desarrollo desigual 103 Construir mercados rentables 106 Un bono “multi cat” en México 110 Crisis ecológica y crisis fiscal del Estado 114 Una naturaleza derivada 117 La naturaleza como estrategia de acumulación 120 Conclusión 122 III. Las guerras verdes, o la militarización de la ecología 123 Una doctrina emergente 125 Dictadura benévola 128 Especialistas del caos 130 Terrorismo y cambio climático 132 La nueva ecología militar 134 Conservación y contrainsurrección 138 Econacionalismo 140 Agente naranja 142 De la Guerra Fría a las guerras verdes 145 ¿El fin de las guerras convencionales? 147 Doble movimiento 149 Refugiados climáticos 152 Disuasión nuclear y crisis ecológica 155 Guerra y biocarburantes 157 Los océanos desestabilizados 160 El reparto del Ártico 162 Polo Norte y globalización 164 Mercantilizar el deshielo 168 La velocidad de circulación del capital 169 Conclusión 171 Conclusión: ¿Fin de partida? 173

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Para Adrienne

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La experiencia de nuestra generaciรณn: el capitalismo no morirรก de muerte natural. Walter Benjamin

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II. Financiarizar la naturaleza: el seguro de los riesgos climáticos

La naturaleza deja de respirar en el cuerpo de las mercancías. Alfred Sohn-Rethel

En 1781, no lejos de Jamaica, el Zong, un barco negrero fletado por una compañía mercantil basada en Liverpool, echa por la borda a 133 esclavos.1 El capitán justifica su gesto: habiendo acaecido algunas vicisitudes desde la partida de São Tomé, en la costa oeste de África, el viaje fue más largo que lo previsto, los víveres y el agua terminaron por faltar y las enfermedades amenazaban con diezmar a la tripulación. Para salvarla, era necesario desechar una parte de los esclavos. Tiempo después, en Inglaterra, los propietarios del barco reclaman que su aseguradora los indemnice por la pérdida de sus esclavos. Como siempre en este tipo de casos, habían contratado una póliza de seguros que cubría todo el cargamento del barco. Durante el proceso que se celebra en Londres en 1783, esta masacre es tratada no como un caso de homicidio, el homicidio de 133 esclavos, sino como un litigio de seguros que remite a la legitimidad de la indemnización, ya que los esclavos son jurídicamente asimilados a un “cargamento” (o “cargo”). Los propietarios de la nave perdieron el juicio contra la aseguradora, debido a que aún había disponible una cantidad razonable de agua y víveres en el barco en el momento de los hechos y que la demora que padeció la nave se debía a errores de pilotaje del capitán, y por lo tanto era evitable. El cálculo de este último había sido que el monto del seguro sería superior al que habría obtenido vendiendo los esclavos a su llegada a las Américas. Esta masacre suscitó la conmoción de cantidad de contemporáneos. Fue uno de los actos fundadores del movimiento por la abolición de la esclavitud. 71

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El episodio del Zong demuestra que la colonización y la esclavitud estuvieron ligadas desde siempre al sector del seguro. La aventura imperial es demasiado arriesgada para que los inversores se lancen a ella sin red. El imperialismo británico –y antes que él los ciclos de acumulación genovés y holandés2– es un imperialismo de los océanos. Desde sus orígenes tropieza con obstáculos en su ruta y en particular está sujeto a los avatares climáticos. La expansión mundial del capital, por ello, supone la instalación de un dispositivo de protección de la inversión.3 Este dispositivo no es otro que el seguro (y más generalmente las finanzas), que asegura las mercancías y permite que, aunque lleguen a ser destruidas en naufragios, incendios, epidemias, saqueos, etc., algo de su valor capitalista perdure, es decir, que el inversor embolse una indemnización. El hecho de que el seguro moderno haya levantado vuelo en el siglo xvii en el campo del seguro marítimo no es muy sorprendente en ese sentido. Además de un valor de intercambio y de un valor de uso, las mercancías tienen un “valor de seguro”. Ellas generan valor en la medida en que son aseguradas, en la medida en que el momento de su destrucción posible es anticipado.4 En el caso del Zong, la extracción de “valor de seguro” remite a humanos transformados en esclavos, es decir, en mercancías, pero el capitalismo es susceptible de someter toda entidad a este proceso. El seguro de los riesgos naturales se remonta a los umbrales de la época moderna e incluso, sin duda, a la Antigüedad. Desde el siglo xvi, cuando el descubrimiento de América y la mejoría de las técnicas de navegación propulsan a Europa por los océanos, se asegura a los barcos y sus cargamentos contra la eventualidad de un naufragio. 5 Lo que se llamaba entonces oportunamente el “préstamo a la gruesa ventura” permite a los armadores evitar la quiebra como consecuencia de la pérdida de una nave. El principio es simple: el prestamista abona un monto al armador, del orden del precio de su cargamento. Si este llega a buen puerto, el armador le devuelve su dinero más los intereses. En caso de naufragio lo conserva. Los mares distan de ser todavía seguros en esa época, de tal modo que implican un riesgo constante sobre la circulación internacional de las mercancías. El aumento vertiginoso de los flujos de bienes y de personas en el curso 72

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de los siglos siguientes, con la expansión del capitalismo, da paso a una sofisticación creciente de las técnicas de seguro.6 La emergencia de un mercado mundial, el imperialismo al que da lugar y el seguro contra los riesgos naturales (y otros tipos de riesgos) están en este sentido inextricablemente ligados. Es raro por otra parte que la dimensión de seguros del imperialismo sea evocada por los teóricos de este fenómeno. El comercio triangular, por lo demás, es una de las principales actividades cuyas primas alimentaron el sector del seguro naciente en el siglo xvii. La afluencia de primas de seguro ligada al desarrollo del transporte de esclavos y, más generalmente, a la circulación marítima a escala global, permitió que ese sector se desarrolle. En este sentido, en el origen, el seguro moderno tiene puntos en contacto con la esclavitud. Pero hay más. La expansión mundial del capitalismo en esa época tiene por condición la emergencia de las finanzas. Esto es lo que se llamó la “revolución financiera” de fines del siglo xvii y comienzos del xviii.7 Las finanzas, entre otras cosas, permiten anticipar futuras ganancias, es decir, recaudar montos aún inexistentes para la inversión. Ahora bien, las finanzas mismas no habrían podido desarrollarse sin el seguro, no solo porque este permite cubrir la toma de riesgo financiero (en la eventualidad de que la promesa de ganancias futuras no se realice), sino también porque constituye un campo de inversión rentable en sí, hacia el cual afluyen los capitales.8 Si el comercio triangular permitió el desarrollo del seguro, y si este permitió el desarrollo de las finanzas, está claro que financiarización y esclavismo no son fenómenos ajenos uno de otro. El hecho de que la trata atlántica haya tomado semejante amplitud, comparada con la de otras regiones, se explica en parte por su entrelazamiento con las finanzas y el seguro. El seguro de los riesgos naturales no atañe únicamente al sector marítimo. Otros tipos de catástrofes (naturales o sociales), que también hacen pesar un riesgo sobre la acumulación del capital, constituyen su objeto desde los umbrales de la época moderna. Es el caso de los huracanes, los temblores de tierra, las inundaciones, las sequías, los incendios o las pandemias, por ejemplo gripales. A medida que la economía crece, luego de la Revolución Industrial, el 73

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valor de lo que es susceptible de ser perdido y por lo tanto asegurado va aumentando. Las personas también son objeto de un seguro, con la aparición del “seguro de vida”, que garantiza el pago de cierta suma en caso de defunción o de supervivencia después de una fecha convenida de la persona asegurada. El seguro de vida es una forma de seguro sobre la naturaleza, puesto que en última instancia son los cuerpos –la vida– los que son asegurados. Así, a fines del siglo xviii se crea en Francia la Compañía real de seguro de vida. Es prohibida luego de la Revolución francesa, con el pretexto de que altera la autonomía y la responsabilidad de los individuos y luego recreada en otra forma a comienzos del siglo xix.9 El seguro de vida es objeto de numerosas oposiciones en los siglos xix y xx, debido a que da la impresión de cuantificar la vida, contraviniendo así principios morales y religiosos todavía profundamente arraigados.10 Desde entonces, la mercantilización capitalista hizo su obra.

Mercados financieros “conectados” con la naturaleza Aunque su historia sea antigua, el seguro de las catástrofes naturales es actualmente un mercado en plena expansión. En este mercado, un sector particular tiene un éxito resonante desde hace algunos años, a saber, los títulos financieros de transferencia de los riesgos climáticos, cuyos “derivados climáticos” (weather derivatives) o cuyos ejemplos son los “bonos catástrofe” (catastrophe bonds, o cat bonds). Estos títulos testimonian el entrelazamiento creciente de las finanzas y de la naturaleza desde hace dos o tres decenios. Tienen que ver con ese sector de las finanzas ahora conocido con el nombre de finanzas ambientales. Confían el seguro de riesgos climáticos, y todo cuanto lo rodea –primas de seguro, evaluación de los riesgos, indemnización de las víctimas…–, a los mercados financieros. Allí donde, anteriormente, el mercado del seguro descansaba en los tres componentes que son las aseguradoras, las reaseguradoras y el Estado como organizador del mercado en el plano legal y asegurador en última instancia, ha venido a añadirse a la lista un cuarto actor: las finanzas. 74

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Este poderoso ascenso de las finanzas ambientales resulta del entrelazamiento de dos crisis y del aumento de las desigualdades al que dan lugar. Ante todo, una crisis económica. En la primera mitad de los años setenta, el capitalismo entra en una crisis profunda, en el momento en que se interrumpe el largo período de crecimiento de los Treinta Gloriosos. Ese “largo declive”, para hablar como Robert Brenner, pone en crisis la tasa de ganancia, que desde entonces no deja de estar deprimida.11 También incrementa las desigualdades, entre y en el interior de los Estados. La crisis comenzada en 2007-2008, en la cual todavía nos encontramos, no es más que la manifestación más reciente de esta crisis de larga duración. ¿Cómo reacciona el capital a esa decadencia de la rentabilidad? De dos maneras: por un lado, privatizando todo lo que hasta entonces escapaba al mercado, o sea, los servicios públicos, pero también la biodiversidad, los saberes, el genoma humano, donde privatizar significa someter a la lógica de la ganancia para tratar de que vuelva a tomar su camino de ascenso. Por el otro, financiarizando, es decir, invirtiendo no ya en la economía llamada “real” o “productiva”, aquella cuya tasa de ganancia es justamente declinante, sino en las finanzas, la cual permite la realización de ganancias (ficticias) importantes, hasta el momento en que sobreviene la crisis. El seguro en general, y el de las catástrofes naturales en particular, está tomado por ese doble movimiento de privatización y de financiarización del capital. Hay un régimen neoliberal en materia de seguros, así como lo hay en otros campos: las jubilaciones, la investigación científica, la administración de empresas o el comercio mundial. Por otra parte, es raro que las historias del neoliberalismo tengan en cuenta la dimensión de los seguros. El seguro es un sector crucial de la vida en sociedad. Es el reflejo de la concepción de la solidaridad –del “lazo social”, como hoy se dice vulgarmente– lo que allí prevalece. Asegurarse consiste en transferir a otro todo o parte de los riesgos inherentes a la condición humana y, más particularmente, a la civilización industrial. La manera en que ese otro es “construido”, pues, es un desafío político por excelencia. El seguro es también un indicio de la representación del tiempo que se hace una sociedad, más exactamente de las concepciones del tiempo que 75

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en ella uno encuentra, puesto que, por definición, remite a un riesgo venidero. Del régimen de seguros en vigor en un mundo social puede decirse lo que Fredric Jameson dice de las utopías: que siempre encierra una teoría implícita del futuro, vale decir, de la manera en que una colectividad se proyecta en el porvenir.12 La otra crisis que explica el poderoso ascenso de las finanzas ambientales es la crisis ecológica. Esta aumenta la inestabilidad del capitalismo y por consiguiente requiere que el dispositivo de protección de la inversión que es el seguro –las finanzas más generalmente– sea reforzado. Estos son los “anticuerpos” segregados por el sistema de los que hablábamos al final del capítulo anterior. Debido a la multiplicación y el agravamiento de los desastres naturales, la crisis ecológica produce también un aumento del costo global del seguro. Por eso ejerce una presión a la baja sobre la tasa de ganancia. Esto conduce a las compañías de seguros y reaseguros a poner en marcha nuevas técnicas de seguros, nuevas maneras de dispersar el riesgo, la principal de las cuales es la titulización de los riesgos climáticos. Y que al mismo tiempo permite que el capitalismo encuentre nuevas oportunidades de ganancia. Debido a esas dos crisis, la naturaleza es por lo tanto en la actualidad cada vez más sometida –subsumida, en el sentido de la “subsunción real” de Marx– a las finanzas. Hacer la historia política de la naturaleza, comprender en qué es un campo de batalla, supone percibir los procesos múltiples y contradictorios de los que deriva. El objetivo de este capítulo es perforar el misterio de esa financiarización de la naturaleza.

Principios del seguro Para comprender lo que se juega en la actualidad alrededor del seguro de los riesgos climáticos es indispensable interrogarse sobre la manera en que funciona el seguro. La financiarización del seguro resulta de la aparición en el curso del último siglo de “nuevos riesgos”, entre los cuales está el cambio ambiental. No porque esos riesgos hayan estado ausentes de la historia del capitalismo hasta entonces, muy 76

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por el contrario. Pero su intensificación y su concomitancia confieren a nuestra época un carácter inédito. Esos nuevos riesgos pusieron en crisis el seguro tradicional y dieron lugar a la aparición de técnicas de seguros originales. ¿Qué es un seguro? En su principio, el mecanismo es simple: una entidad A, por ejemplo una persona, abona regularmente una prima a una entidad B, la mayoría de las veces una compañía de seguros, que se compromete a indemnizar a A en caso de siniestro, según los términos de un contrato preestablecido. El contrato especifica el monto de la prima pagada por A, la indemnización de A por B en caso de siniestro, y también estipula lo que incluye como siniestro. En caso de ocurrencia de este último, como se sabe, ásperas discusiones pueden tener lugar, ya que la aseguradora tiene interés en restringir tanto como sea posible el campo de aplicación de las indemnizaciones. El monto de la prima es en principio proporcional al riesgo de ocurrencia del avatar: cuanto más elevado es el riesgo, más alta es la prima. También está sujeto a la reputación del asegurado, cuyo comportamiento de conductor de automóvil, por ejemplo, puede haber sido imprudente en el pasado, sobre la base de lo cual es extrapolado su comportamiento futuro. En la práctica, la fijación del monto de una prima responde a mecanismos ciertamente menos “puros”: constitución de monopolios, subvención por el Estado, evicción de ciertas categorías de asegurados, etc. En suma, el seguro es un mecanismo de transferencia de los riesgos. El riesgo es transferido en el espacio, en el sentido en que es extendido a otros individuos que la persona o la organización que lo padece. Y también lo es en el tiempo, puesto que el pago de la prima comienza antes de que haya ocurrido el avatar, y hasta posiblemente sin que ocurra jamás. Esta definición en apariencia sencilla descansa en dos principios.13 Primer principio: la mutualización de los riesgos. La cantidad de seguros contraídos por la aseguradora debe ser suficientemente importante para que las primas que percibe sean superiores a los montos de las indemnizaciones que debe abonar a sus asegurados en caso de siniestro. En otros términos, el reembolso de los siniestros no debe conducir a su insolvencia, lo cual implica que en todo 77

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momento posee suficiente liquidez. Es igualmente necesario que los riesgos asegurados tengan una baja conexión, en otras palabras, que la ocurrencia de los avatares sea estadísticamente independiente. Así, el seguro de automóviles solo es posible porque no todo el mundo sufre un accidente de auto al mismo tiempo. Las primas de unos, en suma, sirven para indemnizar los perjuicios de otros. Una parte importante de las energías de las aseguradoras está consagrada a la puesta en marcha de estrategias de diversificación de los riesgos. Para disponer de una visibilidad sobre las indemnizaciones que tendrán que pagar en el año, las aseguradoras se remiten a la ley de los grandes números, que aplicada al seguro al seguro, estipula que “cuanto más grande es la cantidad de contratos firmados, siendo iguales las demás cosas, tanto más autoriza una perspectiva de previsión cierta en promedio”.14 Si bien no es posible prever si y cuándo tal automovilista particular padecerá un accidente, el número de accidentes y por lo tanto de indemnizaciones que habrá que abonar en un año varía poco, y en consecuencia puede ser objeto de proyecciones. Como lo veremos, una de las especificidades de los “nuevos riesgos”, entre los cuales está el cambio climático, es que esta cláusula de no conexión de los riesgos ya no se sostiene. Un atentado terrorista o un huracán afectan zonas geográficas enteras en el mismo momento, poniendo a las aseguradoras ante la obligación de indemnizar a un gran número de asegurados simultáneamente. Por eso es frecuente que esos “nuevos riesgos” conduzcan a la quiebra de algunas aseguradoras. Después del huracán Andrews en 1992, uno de los primeros cuyos costos inducidos se elevaron a más de mil millones de dólares, nueve aseguradoras quebraron en Florida.15 Esa es la razón por la cual la asegurabilidad de tales riesgos plantea problemas inéditos. Un segundo principio del seguro es la “inversión del ciclo de producción”. Este principio estipula que el asegurado paga la prima antes de la ocurrencia del avatar, sin saber si este último ocurrirá, cuándo ocurrirá y a cuánto se elevará el monto de las pérdidas. Naturalmente, por definición, está excluido asegurar un avatar ya acaecido, o del que con seguridad se sabe que ocurrirá. Por consiguiente, el carácter incierto de lo que es objeto del seguro es decisivo. En ocasiones, es amenazado por lo que las aseguradoras llaman 78

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un “avatar moral”. Esta expresión designa los casos de asimetría de la información entre la aseguradora y el asegurado. Este último es susceptible de ejercer una influencia en el acaecimiento del siniestro, por ejemplo conduciendo de manera imprudente o descuidando proteger su vivienda contra un riesgo de inundación. Debido a ello dispondrá de informaciones más completas que la aseguradora sobre las probabilidades de su ocurrencia, o sobre la importancia de los destrozos si ocurre. Las aseguradoras, por su parte, hacen lo que pueden para recoger una información tan detallada como sea posible sobre la situación que es objeto del seguro. Una aseguradora no asegura sino lo que sabe calcular y clasificar; para esto necesita un máximo de informaciones. Las compañías de seguros también tienen interés en obligar a los asegurados a tomar las medidas de prevención que se les imponen, con el objeto de dominar el riesgo, y a negarse a asegurarlos si no lo aceptan. Fuera de su diversificación, la prevención de los riesgos constituye una parte importante de la actividad de las aseguradoras. La información, pues, es un punto decisivo en todo procedimiento de seguros. Esto condujo a los teóricos del seguro a distinguir el riesgo de la incertidumbre. El primero en establecer esta distinción es el economista Frank Knight, que lo elabora en su obra de 1921 Risk, Uncertainty, and Profit.16 Knight es uno de los fundadores de la Escuela de Economía de Chicago, la de Milton Friedman y Gary Becker, y también fue miembro de la Sociedad de Mont Pélerin. Su pedigrí neoliberal, pues, es impecable. El riesgo es una incertidumbre cuya probabilidad es medible, por lo tanto asegurable. Transformar la incertidumbre en riesgo supone disponer de una información tan completa como sea posible. La información es también lo que permite poner precio a un riesgo, “preciar”, como dicen las aseguradoras, es decir, determinar el monto de la prima y de las indemnizaciones. La imposibilidad de probabilizar una incertidumbre, es decir, de transformarla en riesgo, puede conducir a las aseguradoras a retirarse de un mercado. Esto podría ocurrir si las catástrofes debidas al cambio ambiental inducen costos crecientes y cuya probabilidad es difícilmente medible. En general, las aseguradoras saben implementar las estrategias necesarias para la construcción de mercados rentables. 79

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El seguro moderno es indisociable del reaseguro, que lo sigue como su sombra. El reaseguro es el “seguro de las aseguradoras”, según una fórmula común en el ambiente.17 Se trata, para las aseguradoras, de tomar precauciones frente a riesgos que ellos consideran importantes contrayendo un seguro sobre los seguros. El mecanismo es el mismo que en el grado inferior: la aseguradora paga una prima a la reaseguradora, que le abonará indemnizaciones en caso de ocurrencia de un siniestro. La reaseguradora reinvierte estas primas la mayoría de las veces en títulos financieros, cuyos beneficios sirven para reembolsar a las aseguradoras. Esa es la razón por la cual desde el siglo xix las reaseguradoras son actores de primer plano de las finanzas internacionales. Existen numerosos tipos de contratos de reaseguro.18 Uno de ellos, por ejemplo, estipula que la reaseguradora se hace cargo de todos los gastos de indemnización que atañen a un siniestro más allá de cierto monto. Más acá es la aseguradora la que se hace cargo. Las reaseguradoras más grandes del mundo en la actualidad son Munich Re, fundada en 1880, y Swiss Re, fundada en 1863. Históricamente, la más antigua compañía de reaseguro es Cologne Re, fundada en 1846, que, tras la fusión con otras compañías, ahora se llama Gen (General) Re. Las reaseguradoras hacen su aparición luego de incendios que causan estragos en las grandes ciudades modernas en el siglo xix. En 1842 se declara un incendio en Hamburgo que pone en quiebra a las aseguradoras alemanas, lo que suscita la emergencia de ese sector. El período de fundación de los reaseguros modernos corresponde precisamente a la época de la Revolución Industrial. Es entonces cuando los montos de los bienes asegurados a los que deben hacer frente las aseguradoras, debido a la industrialización, se vuelven exorbitantes e imposibles de asumir sin un sostén. El mercado de seguros y reaseguros no dejó de crecer desde entonces. Desde la Segunda Guerra Mundial, su crecimiento es dos veces superior al del PBI en los países desarrollados. El desarrollo sin precedentes de las sociedades capitalistas avanzadas durante los Treinta Gloriosos, por supuesto, no es ajeno a esta tendencia. El reaseguro supone una mutualización de los riesgos de un grado superior al del seguro. Esta mutualización al cuadrado, por así 80

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decirlo, permite bajar el costo de conjunto del seguro, puesto que al reasegurarse, es decir, al precaverse contra los riesgos de pérdidas elevadas, las aseguradoras están en condiciones de disminuir el monto de las primas que imponen a sus asegurados. Los volúmenes financieros administrados por la industria del reaseguro son superiores a los del seguro, puesto que provienen de la recaudación de las primas de numerosas aseguradoras. Esa es la razón por la cual el reaseguro a menudo recae sobre los siniestros más costosos: terrorismo, catástrofes naturales, accidentes técnicos… o los más correlacionados entre ellos. Desde su aparición, las reaseguradoras operan en el plano mundial. Por ello se cuentan entre las empresas más precozmente globalizadas. La capacidad de las reaseguradoras para hacer frente a indemnizaciones elevadas es el fruto de una estrategia de diversificación de los contratos por zonas geográficas y por ramas de la economía. Una vez más, aquí se aplica el principio de baja conexión de los riesgos: es más baja la probabilidad de que varias zonas geográficas sean simultáneamente afectadas por una catástrofe natural o tecnológica, o que la crisis golpee a varias ramas de la economía simultáneamente.

¿Nuevos riesgos? A partir de la segunda mitad del siglo xx este dispositivo de seguros moderno es demolido por la emergencia de “nuevos riesgos”. En historia, la novedad siempre está sujeta a caución. La mayoría de las veces resulta de la intensificación, la hibridación y la visibilización de procesos ya puestos en práctica anteriormente más que de innovaciones radicales.19 Sea como fuere, estos nuevos riesgos escapan en parte al campo del dispositivo de seguros que hemos descrito, ya sea porque los montos de indemnizaciones que suponen son demasiado importantes, inclusive para las reaseguradoras, ya porque la naturaleza de esos riesgos hace que sean difícilmente asegurables, que los principios del seguro tal y como los hemos presentado se apliquen a ellos. Esto conduce a la emergencia de un nuevo régimen de seguros, en el cual las finanzas ocupan una posición central. 81

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La noción de catástrofe es muy relativa, es decir, histórica y geográficamente variable.20 En el mundo judeocristiano, su connotación religiosa es evidente. Una distinción frecuentemente citada en la literatura de seguros es aquella entre “catástrofe” y “cataclismo”, propuesta por David Cutler y Richard Zeckhauser.21 Se llama catastrófico un acontecimiento cuyos perjuicios se elevan a más de 25 millones de dólares. Más allá de 5 mil millones es un cataclismo. Esta distinción en apariencia abstracta se explica por la voluntad de calcular, y previamente clasificar, los acontecimientos. Se remonta a 1997. Desde entonces, como la escala de costos fue llevada hacia arriba, estas cifras deben ser actualizadas. Varios tipos de riesgos perturban el sector de los seguros: el terrorismo, los riesgos tecnológicos y la multiplicación de los desastres naturales debidos sobre todo al cambio climático. ¿En qué? En primer lugar, lo dijimos, el costo financiero de las catástrofes que inducen es cada vez más elevado. La reaseguradora Swiss Re produce datos anuales muy completos referentes a la amplitud de los daños humanos y materiales que provocan estas catástrofes, que compila en una revista titulada Sigma.22 De paso, es interesante comprobar que los Estados no son en la actualidad los únicos productores de datos de este tipo, que actores privados tales como las aseguradoras disponen de medios humanos y materiales que les permiten rivalizar con las estadísticas estatales. Los datos producidos por Swiss Re atañen principalmente a los bienes asegurados, en otras palabras, a los montos que las aseguradoras y reaseguradoras abonaron a sus clientes, y no a los bienes en general. Esto produce un sesgo en la escala de las catástrofes, puesto que el nivel de los bienes asegurados respecto del conjunto de los bienes destruidos varía de sociedad en sociedad. Por ejemplo, el sector del seguro está mucho menos desarrollado en Burkina Faso que en Francia, puesto que asegurarse supone tener los medios para hacerlo. Se estima así que, en los países en desarrollo, solo el 3% de los bienes perdidos en catástrofes están asegurados. Esta cifra se eleva a más del 40% en los países desarrollados.23 Esto lleva a los datos disponibles a subestimar sistemáticamente las pérdidas padecidas en el primer grupo de países. La catástrofe más costosa de la historia en daños asegurados –desde 1970, época en la cual esos datos comienzan a ser compilados– es 82

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al día de hoy el huracán Katrina, que se abatió sobre la región de Nueva Orleans en 2005. Cinco años después de esta catástrofe, su costo material es estimado en 75 mil millones de dólares (corregidos por la inflación) y en 150 mil millones de dólares si se trata de estimar los bienes no asegurados. El primer lugar ocupado por Katrina en esta clasificación resulta de la potencia devastadora de ese huracán, de la falta de preparación y de los errores cometidos por las autoridades estadounidenses en su gestión. Pero también resulta del hecho de que se abatió sobre el país más rico del mundo, donde los bienes materiales asegurados, por lo tanto, son numerosos. En el orden de las catástrofes más costosas de la historia luego encontramos el sismo seguido de un tsunami en Japón en 2011 (35 mil millones), que también dio lugar a la catástrofe nuclear de Fukushima; el huracán Andrews de 1992 (25 mil millones) en los Estados Unidos y los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 (24 mil millones), siendo este último el más costoso de los acontecimientos que Swiss Re califica de catástrofe “técnica”, es decir un acontecimiento sin relación con un fenómeno natural. En Francia, en 2003, año de la canícula, el costo agregado de las catástrofes naturales se elevó a más de 2 mil millones de euros, lo que es un récord. En el curso de los últimos veinte años, el principal riesgo natural son las inundaciones, seguido de la sequía. Naturalmente, conviene ser precavido en lo que se refiere a estas cifras, máxime cuando una catástrofe es susceptible de generar efectos diferidos en el tiempo, que son difíciles de evaluar. Así, un huracán en Taiwán podrá no solamente destruir bienes materiales y producir víctimas humanas, sino también interrumpir circuitos de producción o de ensamblaje globales, por ejemplo en el campo informático, uno de cuyos eslabones importantes es Taiwán. También podrá lentificar el tránsito naval en el estrecho de Formosa (que separa la isla del continente chino), por donde pasan flujos comerciales masivos. Con la aceleración de la globalización desde los años setenta, las “cadenas globales de mercancías” tienden a ser cada vez más largas y a desplegarse a escala planetaria.24 Un accidente de producción (natural o técnico) en un punto compromete más o menos en forma duradera al conjunto de la cadena, generando costos de 83

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seguro importantes. Otro ejemplo, las enfermedades pulmonares consecuencia del contacto prolongado con los escombros y el polvo contraídas por los socorristas durante su intervención en las torres gemelas en Nueva York el 11 de septiembre de 2001, tardan tiempo en manifestarse, a menudo varios años. Por eso pesan sobre el sistema de seguros (privado y público) de manera diferida. Un desastre puede tener un costo material elevado, pero un costo humano bajo, y a la inversa. Las catástrofes más mortíferas en cantidad de víctimas desde 1970 son las tempestades e inundaciones resultantes del ciclón Bhola en Bangladesh (entonces Pakistán oriental) y en el Estado hindú de Bengala en 1970, que produjeron alrededor de 300.000 víctimas. En tercera posición encontramos el terremoto en Haití en 2010, con 222.000 muertos. La canícula y la sequía europeas de 2003, que provocaron la muerte de 35.000 personas, se encuentran en doceava posición, y es la primera catástrofe de la lista localizada en Europa, mientras que Europa y los Estados Unidos son omnipresentes en lo alto del cuadro de las catástrofes más costosas financieramente. Esto demuestra el impacto del desarrollo económico sobre la mortalidad suscitada por tales acontecimientos. Más lejos en la clasificación encontramos el accidente en Bhopal, India, en 1984, en la planta química de Union Carbide, una multinacional estadounidense, con 6.000 muertos. En el año 2011, el más reciente para el cual hay cifras disponibles, Swiss Re contabilizó 325 catástrofes en total, de las cuales 175 son “naturales” y 150 “técnicas”. Es interesante comprobar que la reaseguradora contabiliza la Primavera Árabe de 2011 como “catástrofe técnica”. Las pérdidas materiales en este proceso revolucionario fueron importantes y, en Egipto, 846 personas perdieron la vida. En última instancia, a los ojos de una aseguradora, una catástrofe es un acontecimiento que supera cierto monto de indemnizaciones que se deben abonar a los asegurados. Se trata de una definición meramente cuantitativa de la catástrofe. En principio lo que depende de las guerras, revoluciones, crímenes contra la humanidad y otros “estados de excepción” está excluido de la contabilidad de las catástrofes por las aseguradoras. El sismo japonés es el principal desastre de 2011. Nueva Zelanda también padeció un temblor de tierra y la temporada de los huracanes 84

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en los Estados Unidos fue particularmente virulenta, aunque ninguno de ellos fue tan devastador como Katrina o Andrews. Inundaciones mortíferas también tuvieron lugar en Tailandia a partir de julio. En 2011, por segundo año consecutivo, las catástrofes técnicas parecen menos cuantiosas que las naturales. Según Swiss Re, el número de las primeras no deja de disminuir desde 2005, y el de las catástrofes naturales, por el contrario, continúan su tendencia histórica en aumento desde 1970. De este retroceso de las catástrofes técnicas no hay que sacar conclusiones apuradas. Esta tendencia puede ser el fruto tanto del azar, de la mejoría de las medidas de seguridad o del endurecimiento de las condiciones de reembolso de las aseguradoras puesto que, como hemos dicho, estas contabilizan principalmente las catástrofes que dan lugar a indemnizaciones. Por otra parte, es sumamente probable que el cambio climático no sea la única causa del aumento de las catástrofes naturales, la causalidad en este campo es difícil de establecer, pero a todas luces es uno de los parámetros que contribuyen a ello. A medida que el capitalismo se desarrolla, la urbanización y el crecimiento demográfico no dejan de aumentar.25 La población californiana, por ejemplo, se triplicó desde 1950, volviendo tanto más mortíferos y costosos los temblores y deslizamientos de tierra en este estado. California, Florida y Japón son tres regiones frecuentemente víctimas de catástrofes naturales, cuya densidad de población y de lo construido creció a lo largo de todo el siglo xx. En muchos lugares, la urbanización y el crecimiento demográfico se efectuaron sin consideración por el medio ambiente, lo que agrava la letalidad potencial de las catástrofes. Los humedales de Luisiana fueron así objeto de un desarrollo urbano desordenado en el curso de los últimos decenios. Ahora bien, esos wetlands constituían hasta entonces una zona tapón, que protegía a las tierras y a los habitantes de los huracanes. Los destrozos causados por Katrina en 2005 en ese estado se explican sobre todo por la fragilización de esa zona. El aumento del costo del seguro de los riesgos climáticos está entonces estrechamente ligado al desarrollo económico, urbano y demográfico. El incremento de la esperanza de vida es un corolario de esta tendencia, cuyo impacto ambiental es manifiesto. Por ejemplo en Florida, 85

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contingentes cada vez más numerosos de jubilados se instalan en las costas, lo que hace subir vertiginosamente la tasa de urbanización.26 Ahora bien, esas costas son víctimas frecuentes de huracanes y otras catástrofes naturales. 80% de los bienes asegurados de la Florida se ubican en cercanías de las costas, en regiones sometidas a ese riesgo.27 En los Estados Unidos, más generalmente, el valor de los bienes asegurados cerca de las costas aumentó un 70% durante los años noventa, para alcanzar más de 3 billones de dólares al final de la década. Algunas partes del sur de Francia se encuentran en una situación similar. Entre 1988 y 2007, en efecto, los departamentos de Aude, Hérault y du Gard fueron los más perjudicados por inundaciones.28 Un rizo causal, pues, relaciona el aumento de la esperanza de vida, la urbanización y los costos que estas dos tendencias inducen para el seguro. Este proceso debe ser puesto en relación con una tendencia general de los “costos de producción” de aumentar a medida que el capitalismo se desarrolla. Como lo mostró Immanuel Wallerstein, tres movimientos de larga duración explican el incremento de los costos de producción en el curso de la historia.29 En primer lugar, el éxodo rural, es decir, la transformación de amplias masas de campesinos en asalariados. Mientras que una gran parte de estos últimos hasta entonces podían contar con una parte de la agricultura para alimentarse, su llegada a las ciudades los vuelve totalmente dependientes de los salarios que les abonan sus empleadores, aumentando en igual medida la parte de la plusvalía transformada en salarios y disminuyendo proporcionalmente las ganancias. Luego, sobre todo después de los Treinta Gloriosos, la demanda de bienestar de las poblaciones –salud, educación, jubilaciones– tiende a aumentar de manera exponencial, inmovilizando también aquí importantes volúmenes de capitales. Este es uno de los aspectos de la “crisis fiscal del Estado”, sobre la que volveremos en un momento. Un tercer factor de aumento de los costos de producción es el agotamiento de la naturaleza, que proporcionó al capitalismo, durante varios siglos, materias primas y otros recursos naturales a bajo precio.30 Hasta ahora, también lograba en una gran medida absorber los desechos de la producción capitalista. Ahora bien, estas dos 86

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funciones –la naturaleza como input y como output– son cada vez más difícilmente realizadas hoy, es decir, cada vez son más caras. Este encarecimiento de la relación del capitalismo con la naturaleza pesa a la baja en la tasa de ganancia.

Ontología de la catástrofe Los nuevos riesgos se caracterizan por el fenómeno de la hipercorrelación. Como lo hemos dicho, los riesgos asumidos por una aseguradora deben estar suficientemente fuera de correlación para que no haya que indemnizar a demasiados asegurados al mismo tiempo. En el caso de los nuevos riesgos, este principio de no correlación entra en crisis. Las catástrofes evocadas más arriba afectan a centenares de miles, hasta a millones de personas, y a volúmenes colosales de bienes materiales al mismo tiempo. En otras palabras, impactan a regiones enteras. Esto obliga a las aseguradoras a hacer frente a costos a menudo fuera de su alcance y en ocasiones a retirarse del mercado. Esto es lo que ocurrió en los Estados Unidos después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, luego de los cuales excluyeron al terrorismo de sus contratos de seguro, antes de verse reconducidos a la fuerza a ese mercado por el Estado (su retiro era en realidad una manera de obligar a este último a asumir una parte creciente en el seguro de los atentados: privatización de los beneficios, socialización de las pérdidas, así es como funciona el capitalismo).31 Estas catástrofes afectan a varias líneas de seguro en forma simultánea: seguro de vida, renta por invalidez, interrupción de la actividad económica, daños a los bienes y a las personas.32 Por añadidura, pueden desorganizar una región en forma duradera, lo que puede ocasionar consecuencias económicas importantes. Esto lleva al sector de seguros a evolucionar. Como vimos con la creación del reaseguro luego de incendios en las ciudades en el siglo xix, es frecuente que las innovaciones de seguros sean una consecuencia de los desastres. Una catástrofe tiene una ontología diferente que los avatares más comunes, como los accidentes de autos. En un accidente de autos 87

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es afectada una cantidad restringida de personas, incluso cuando el accidente es grave. Además, como dijimos, si un accidente único es por definición imprevisible, los accidentes agregados en un lapso de tiempo determinado responden a la ley de los grandes números. Por el contrario, en una región específica, una catástrofe afecta a todo el mundo. Interrumpe el curso normal de la vida social, por un tiempo más o menos largo, lo que no ocurre con un accidente de auto. La ley de los grandes números aquí no se aplica, puesto que se trata de acontecimientos puntuales. Esto implica que es difícil para las aseguradoras anticipar sus pérdidas y por lo tanto poner en práctica estrategias de diversificación de los riesgos adaptados. En la jerga del seguro, los acontecimientos raros son llamados tails, por “colas” de distribución, cuya probabilidad es baja. Tail risk es una expresión empleada en el mundo de las finanzas en general para designar los riesgos extremos, susceptibles por ejemplo de conducir a la pérdida del conjunto de un portafolios financiero. La probabilidad de los nuevos riesgos es más difícilmente medible que la de los riesgos tradicionales. La dificultad de construir datos confiables que los conciernan supone que las aseguradoras no siempre logran poner un precio a la incertidumbre y por lo tanto tampoco puedan determinar el monto de las primas. La hipercorrelación, además, tiene por consecuencia confundir la distinción entre lo privado y lo público.33 Un accidente de auto es un avatar privado, incluso si puede ocurrir que un accidente mayor induzca un trastorno temporario al orden público, o conmocione a la opinión por su amplitud. Una catástrofe del tipo 11 de septiembre de 2001 o del tsunami de 2004 en el océano Índico a la altura de la isla de Java –210.000 muertos– es un fenómeno público, justamente debido a que involucra a la totalidad de una zona geográfica. La proliferación de catástrofes de este tipo en el curso de los recientes decenios, y particularmente de catástrofes naturales debidas al cambio climático, por lo tanto, pone en crisis la separación de lo privado y lo público, uno de los fundamentos del mundo social moderno. También modifica el rol del Estado en la gestión de estas catástrofes.

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Riesgo y posmodernidad Esta ontología de los nuevos riesgos dio lugar a una de las teorías sociales contemporáneas más influyentes: la “sociedad del riesgo” de Ulrich Beck, enunciada en la obra del mismo nombre en 1986.34 El sociólogo británico Anthony Giddens, conocido por haber sido el principal teórico de la “tercera vía” de Tony Blair, también es un partidario de este abordaje.35 Beck se inscribe en los debates que remiten a la “posmodernidad” que causaron furor en el curso de los años ochenta y noventa. La cuestión era entonces saber si habíamos abandonado la modernidad y sus valores –ciencia, razón, progreso, justicia, igualdad– para entrar en la “posmodernidad”, o si por el contrario esos valores seguían estando activos en la organización de las sociedades. De Jean-François Lyotard a Jürgen Habermas, pasando por Fredric Jameson, David Harvey y Perry Anderson, los pensadores contemporáneos dieron diversas respuestas a esta cuestión. La solución muy original de Beck se apoya en el seguro. A su manera de ver, el criterio decisivo que explica el pasaje de la modernidad a la posmodernidad –que llama “segunda” modernidad o modernidad “reflexiva”– es el del seguro. En la posmodernidad, ciertos riesgos se han vuelto tan costosos que han dejado de ser pasibles de ser asegurados según los criterios del seguro moderno. Escapan al control de los humanos, incluso cuando fueron creados por ellos, tanto porque son imprevisibles como porque sus consecuencias son socialmente inmanejables. En la medida en que la modernidad descansaba ampliamente en el dominio progresivo de los riesgos, y más generalmente en el sometimiento de la naturaleza por el hombre, la no asegurabilidad constituye un síntoma de salida de la modernidad. La atención de Beck recae en particular en los riesgos tecnológicos, por ejemplo la catástrofe nuclear de Chernóbil en 1986. Tales riesgos ya no respetan las fronteras, sean espaciales (la nube de Chernóbil no se detuvo en las fronteras nacionales), sociales (afectó a ricos y pobres sin distinción de clase) o temporales (sus consecuencias se manifiestan a lo largo de varios decenios, hasta siglos). Prefiguran el fin del Estado-nación, cuya esencia es ser territorialmente delimitado, y que por 89

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definición es incapaz de administrarlos. Apelan así a la emergencia de un nuevo “cosmopolitismo”, en cuyo adalid se convirtió Beck en el curso de los años recientes.36 La no asegurabilidad, por lo tanto, es para Beck el fundamento de la condición posmoderna. Esta comprobación, sin embargo, debe ser seriamente matizada. Lo que Beck no ve es que si las aseguradoras y reaseguradoras tradicionales no están en condiciones de asegurar los riesgos nucleares, estos dieron lugar desde los años sesenta (es decir, después de la aparición de lo nuclear civil) al establecimiento de “pools” de seguros, de los que el Estado e incluso a veces varios Estados son partes activas.37 En Francia, ese pool se llama “Assuratome”,38 y su misión es cubrir lo nuclear civil. La reciente catástrofe de Fukushima desencadenó procedimientos múltiples de seguros. Un año después, se estima que costó 3 mil millones de euros a Munich Re y a AIG, y un número en el orden de los 600 millones a Partner Re, lo que demuestra que el seguro no dejó de funcionar en el mundo contemporáneo, inclusive para los riesgos relativos a las tecnologías más costosas y sofisticadas.39 Por otra parte, la financiarización del seguro, un fenómeno que Beck no tiene en cuenta, es concomitante de la emergencia de los nuevos riesgos y transforma la problemática de la asegurabilidad. Volveremos sobre esto en un instante. François Ewald es un teórico del “riesgo” cercano a Beck. Antaño miembro de la izquierda proletaria, una de las ramas del maoísmo francés de los años setenta, asistente de Michel Foucault en el Colegio de Francia, Ewald se ha convertido desde entonces en la cabeza pensante de la Federación Francesa de las Sociedades de Seguros (FFSA) y del MEDEF*, y es hoy director de la Escuela Nacional de Seguros.40 Consagró su tesis de doctorado a la historia del Estado de bienestar, bajo la dirección de Foucault. Se interesó en particular en la evolución del tratamiento jurídico de los riesgos profesionales. A fines del siglo xix se pone de manifiesto la idea de que los accidentes y otros avatares en el lugar de trabajo no son imputables a nadie, que dependen de un riesgo inherente a la actividad industrial. Esta ruptura con

* Mouvement des Entreprises de France, Movimiento de las Empresas de Francia. [N. del T.]

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la idea de “responsabilidad” (y en primer lugar de responsabilidad patronal), así como su reemplazo por la de “riesgo”, a su manera de ver señala el verdadero comienzo de la época moderna. Contrariamente a la responsabilidad, el riesgo no es el producto de ninguna intencionalidad, es un principio impersonal. Luego, Ewald se interesa en otros tipos de riesgos, sobre todo en el riesgo tecnológico. También teoriza en las páginas de la revista Le Débat, en compañía de Denis Kessler, entonces presidente de la FFSA y vicepresidente del MEDEF, sobre “las bodas del riesgo y de la política”.41 Ellos y otros elaboran una distinción entre individuos “riesgófilos” y “riesgófobos”, declarando que el hombre no es un animal político o social, contrariamente a lo que pensaba Aristóteles, sino un animal naturalmente predispuesto a asumir riesgos. Es la época en que el MEDEF lanza la “refundación social” y ambiciona romper con el programa del Consejo Nacional de la Resistencia.42 Tanto en Francia como en otras partes, la ideología del “riesgo” y del empowerment es parte activa de la emergencia del neoliberalismo.

Las aventuras de la asegurabilidad El sector del seguro padeció profundas mutaciones en el curso de los últimos decenios. Por ejemplo, se vio emerger una nueva categoría de riesgos llamados “de desarrollo”, una variante del riesgo tecnológico.43 Estos riesgos manifiestan una dimensión esencial de toda innovación técnica, a saber, el hecho de que perjuicios a la salud pública pueden acaecer a veces mucho después de la comercialización de un nuevo producto, perjuicios sin lugar a dudas no previstos por su productor. Caso por excelencia: el amianto, que sin ser propiamente una catástrofe, es decir, un acontecimiento puntual que interrumpe el curso de la vida social normal, al día de hoy es el fenómeno que costó más caro a la industria del seguro en los Estados Unidos.44 (Los primeros estudios que establecían la nocividad del amianto no impidieron que los trabajadores siguieran siendo expuestos a él durante años, lo que añade una dimensión de criminalidad lisa y llana al riesgo de desarrollo). El riesgo de desarrollo puede resultar de un problema en la 91

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concepción del producto –un nuevo modelo de auto, por ejemplo el retiro de los Mercedes “clase A” en 2010 por un problema en el depósito de gasolina– o de una injerencia exterior (voluntaria o no) en el proceso de fabricación, como cuando se descubrieron trazas de benceno en una decena de botellas Perrier a comienzos de los años noventa en los Estados Unidos, lo que condujo a la marca a retirar centenares de millones de botellas del mercado. Las consecuencias de los riesgos de desarrollo sobre la industria del seguro son considerables. Los seguros llamados de “responsabilidad civil comercial” –entre los cuales los recall insurances, que cubren el “retiro” de productos por su fabricante, son un caso particular– padecen desde hace algunos decenios un crecimiento importante, del orden de 10% por año.45 Se considera que el caso del benceno costó más de mil millones de dólares a Perrier. Estos riesgos de desarrollo, por cierto, no son nuevos. Desde los comienzos de la era industrial, algunos productos resultan nocivos en el uso, para sus productores o consumidores directamente, o porque contaminan el medio ambiente y afectan a estos últimos indirectamente.46 Lo que cambió es la sensibilidad de la opinión pública a estas situaciones, que se desprende del mayor conocimiento que tenemos de estos riesgos y de sus efectos sobre la salud. Como dice Jürgen Habermas, asistimos a un proceso de visibilización por la ciencia de nuevos avatares, que tornan perceptibles riesgos que en otros tiempos mataban en silencio.47 La “judicialización” de las relaciones sociales, como se designa la importancia adoptada por el derecho en la regulación de los diferendos, también es un aspecto de la cuestión. El desarrollo del conocimiento científico, del derecho y del seguro están estrechamente ligados. El terrorismo también tuvo un impacto importante sobre el sector del seguro. Lo hemos dicho, el 11 de septiembre de 2001 es uno de los acontecimientos más costosos de la historia del seguro. El hecho de que Nueva York, una de las ciudades más ricas del mundo y uno de los centros financieros mundiales, haya sido golpeada no es ajeno a esta comprobación. Londres es otra ciudad global afectada por el terrorismo. El Ejército Republicano Irlandés (IRA) golpeó a la capital británica en varias oportunidades, sobre todo a la City en abril de 92

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1993. El costo de ese atentado fue estimado en mil millones de libras inglesas. Esos acontecimientos dieron lugar a una reestructuración de amplitud del sector del seguro.48 Las pérdidas masivas inducidas por esos atentados condujeron en primer lugar a las aseguradoras a limitar sus compromisos en materia de terrorismo, vale decir, a excluir los actos de terrorismo de los contratos de seguros. Fueron obligados a echarse atrás en esta decisión por el Estado británico, que estableció bajo su égida un pool de seguros denominado Pool Re, que agrupa a doscientas aseguradoras.49 Pool Re funciona como una sociedad de reaseguro y está a su vez reasegurado por el Estado más allá de ciertos montos de pérdidas. Los riesgos financieros también están masivamente asegurados en la actualidad. En realidad, el entrelazamiento de las finanzas y del seguro nacido en el momento de la “revolución financiera” del siglo xvii no dejó de profundizarse. El seguro financiero recae sobre todo en los riesgos de cambio y de crédito. La evolución de la tasa de cambio entre dos monedas es susceptible de hacer variar considerablemente los beneficios de una multinacional, cuyos centros de producción y de venta están diseminados en los cuatro puntos del globo, cosa para lo que hoy existe toda una gama de mecanismos de seguros. Los productos derivados, sobre los cuales volveremos, se cuentan entre los principales de estos mecanismos. Uno de los acrónimos que acapararon la crónica cotidiana en ocasión de la crisis que comenzó en 2008 es CDS, por credit default swap. Estos productos financieros permiten que un inversor cubra una posición arriesgada debido al posible default de un tercero, por ejemplo un Estado que se declara en cesación de pagos.50 El swap es una suerte de seguro, derivado de otro título, por ejemplo de una deuda soberana, llamado “subyacente”. La que vende el swap es la aseguradora y su comprador el asegurado. El segundo abona una prima al primero, como en el caso de un seguro tradicional. En caso de “acontecimiento de crédito” declarado tal por las autoridades financieras competentes, se abona una indemnización al asegurado. Los swaps fueron creados por el banco de inversión J. P. Morgan en los Estados Unidos. Se estima en 45-60 mil millones de dólares la suma total de swaps contratados únicamente en ese país. La estructura de este 93

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mercado es tan compleja que nadie está en condiciones de prever las consecuencias de una activación masiva de CDS como secuela de un acontecimiento de crédito. Esa es la razón por la cual en el momento del default larvado de Grecia en el verano de 2011, las autoridades europeas tuvieron gran cuidado de evitar que la quiebra fuera abiertamente presentada como tal.

Cat bonds, o los bonos catástrofe De las veinticinco catástrofes naturales más costosas del período 1970-2010, más de la mitad ocurrieron después de 2001. La cantidad de huracanes de categoría 4 o 5 se duplicó en 35 años, siendo la fuerza de los vientos máxima en 5 de ellos. De las diez catástrofes naturales más costosas de los últimos cincuenta años, seis ocurrieron en 2004 y 2005. El costo de esas catástrofes naturales es cada vez más exorbitante para la industria del seguro, sin contar con que simultáneamente debe hacer frente, como vimos, a otros riesgos. Todo esto conduce a esta industria a añadir un piso suplementario al dispositivo de seguros existente, el que hemos descrito anteriormente, y a remitirse a los mercados financieros para aumentar su potencial de indemnización, pero también sus ganancias. Este fenómeno es conocido con el nombre de “titulización” (securitization en inglés, donde security significa título financiero) de los riesgos climáticos. Es parte del fenómeno general de financiarización de la naturaleza al que asistimos desde hace varios decenios. La financiarización, lo dijimos al comienzo de este capítulo, es un fenómeno típico de la época neoliberal, que implicó que numerosos sectores que hasta entonces escapaban al mercado fueran atrapados por su lógica. La naturaleza es uno de ellos. Uno de los productos financieros más fascinantes generados por la titulización de los riesgos naturales es conocido con el nombre de cat bond, diminutivo de catastrophe bond, es decir, bono catástrofe. Un bono es un título de crédito o una fracción de deuda intercambiable en un mercado financiero, y que es objeto de una cotización (que tiene un precio, el que fluctúa). Un bono puede ser público, es entonces un bono del Tesoro, o puede ser emitido por una organización 94

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privada. Los cat bonds son fracciones de deuda cuya particularidad es proceder no de una deuda contraída por un Estado para renovar sus infraestructuras, o por una empresa para financiar la innovación, sino de la naturaleza y de las catástrofes que en ella ocurren. Lo que les es subyacente, en suma, es la naturaleza. Atañen a una catástrofe natural que aún no ha ocurrido, que es posible pero no seguro que ocurra, y de la que se sabe que ocasionará estragos materiales y humanos importantes. El objetivo de los cat bonds es dispersar los riesgos naturales tan ampliamente como sea posible en el espacio y en el tiempo, de manera de volverlos financieramente insensibles. En la medida en que los mercados financieros se despliegan hoy a escala mundial, mediante la titulización esos riesgos alcanzan una “extensión” máxima. Los cat bonds no remiten exclusivamente a las catástrofes naturales. En el curso de los últimos años, aseguradoras y reaseguradoras se precavieron contra todos los tipos de sobremortalidad (o “mortalidad extrema”, para emplear la jerga en boga en el sector), cualquiera fuese su causa. Las recientes pandemias gripales, porcina (2009) y aviaria (desde 2003), condujeron a la emisión de bonos catástrofe, que cubren a las aseguradoras en caso de mortalidad masiva.51 Swiss Re estableció un programa de titulización titulado “Vita Capital IV Ltd.”, que le permitiría recibir hasta 2 mil millones de dólares de indemnización en caso de sobremortalidad ligada a este tipo de enfermedad. La aseguradora francesa Axa posee un programa similar, titulado “Osiris Capital”. Se trata de formas de seguro de vida colectivos, que mutualizan los seguros de vida personales por intermedio de la titulización. El establecimiento de estos programas es cada vez ocasión de operaciones de comunicación por parte de las aseguradoras, que apuntan a convencer a los inversores de su preparación frente a esas pandemias altamente mediatizadas. Los cat bonds fueron creados en 1994. Desde entonces se emitieron varios centenares, principalmente por aseguradoras y reaseguradoras deseosas de protegerse frente a catástrofes naturales demasiado costosas en términos de mecanismos de seguro clásicos.52 En un instante veremos que algunos Estados también emitieron bonos catástrofe y que esto no deja de tener relación con la crisis fiscal 95

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que atraviesan desde los años setenta. Solamente durante el año 2007 se emitieron veintisiete cat bonds, que llegaron a recaudar más de 14 mil millones de dólares. La madurez media de estos títulos –el término al que llegan al vencimiento, durante el cual corren los intereses– es de tres años. Los cat bonds son un caso particular de una categoría más general de títulos, los insurance-linked securities (ILS), en otras palabras los títulos ligados al seguro de riesgos de diversa naturaleza: crédito, biotecnológico, de responsabilidad civil, etc. El acrónimo ART, por alternative risk transfer, también es empleado al respecto. La primera mitad de los años noventa constituyó un giro para la industria del seguro. Es entonces cuando una serie de acontecimientos naturales de costo fuera de lo común tales como el huracán Andrews en Florida en 1992, el temblor de tierra de Northridge en California en 1994, y el de Kobe en Japón en 1995, ocurrieron en un lapso muy corto, obligando a la industria a encontrar nuevos recursos. No todos los efectos del cambio climático pueden estar asegurados. La desertificación o el aumento del nivel de los mares, por ejemplo, no pueden ser objeto de un seguro. La razón es que se trata de fenómenos que no son espacial y temporalmente localizables: son progresivos más que puntuales, y atañen en grados diversos al conjunto del planeta. Ahora bien, la delimitación espaciotemporal es una condición de la asegurabilidad. En cambio, ese tipo de fenómeno puede interactuar con otros fenómenos y dar lugar a catástrofes que sí son asegurables. Así, la desertificación contribuye a la multiplicación de las sequías y a la destrucción de cosechas, que pueden ser objeto de un seguro. Un bono catástrofe funciona de la siguiente manera: una instancia –aseguradora, reaseguradora, Estado…– emite un bono por intermedio de un banco de inversión, bonos que son vendidos a inversores. Como para todo bono, la instancia en cuestión abona intereses a estos últimos, como contrapartida del dinero que le prestan. Si la catástrofe ocurre, los inversores pierden su dinero (el principal), que servirá para reembolsar a los siniestrados, es decir, a las aseguradoras y reaseguradoras que reembolsarán a los siniestrados. En el caso de que la catástrofe no ocurra, el inversor embolsa los intereses. Más precisamente, la instancia que emite un cat bond crea una 96

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sociedad ad hoc, llamada special purpose vehicle (SPV), o “fondo común de crédito”. Esta sociedad, en general localizada en un paraíso fiscal, parte en busca de inversores, cuyos montos abonados se colocan en títulos. En caso de acontecimiento catastrófico desencadenante, el principal y los beneficios surgidos de la inversión van a la instancia emisora. El desencadenante puede ser de varias especies. Puede ser un acontecimiento particular, daños más elevados que un piso predeterminado, una cascada de acontecimientos, por ejemplo la sucesión de tres ciclones en un tiempo cercano en el mismo lugar… El cat bond, como vemos, tiene una estructura muy cercana a la del “préstamo a la gruesa ventura” evocado al comienzo de este capítulo. Entre las sociedades especializadas en el establecimiento de cat bonds se encuentran principalmente Goldman Sachs Asset Management, Credit Suisse Asset Management, Axa Investment Managers… Como todo título financiero, los cat bonds son evaluados por agencias de calificación: Standard and Poor’s, Fitch y Moody’s principalmente. Estos bonos son generalmente clasificados BB, lo que significa que no carecen de riesgos (triple A, como se sabe, es la nota de los bonos menos riesgosos, la de los bonos del Tesoro alemanes por ejemplo). El valor de un cat bond fluctúa en el mercado en función de la mayor o menor probabilidad de que ocurra la catástrofe y en función de la oferta y la demanda del bono involucrado. Ocurre que esos títulos se mantienen incluso cuando se desarrolla la catástrofe o en cercanías de ella, por ejemplo cuando hay una canícula en Europa o un huracán en Florida. Es lo que los traders especializados en ese campo llaman, con el sentido de la fórmula que los caracteriza, live cat bond trading, en otras palabras intercambios de bono catástrofe durante el desarrollo de una catástrofe.53 Existe una bolsa de intercambio de títulos catástrofe, titulada “Catex”, por Catastrophe Risk Exchange, aparecida en 1995 y localizada en Nueva Jersey.54 Esta bolsa permite que los inversores diversifiquen sus riesgos. Un inversor excesivamente expuesto a los temblores de tierra californianos –es decir, que posee en su portafolio un excedente de títulos que lo conduciría a la quiebra si ocurriera un temblor de tierra en California– podrá diversificar su portafolio intercambiando sus cat bonds californianos contra cat bonds que 97

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remiten a huracanes caribeños, o a un tsunami en el océano Índico. Catex tiene a su vez la función de suministrar a sus clientes bases de datos que les permitan evaluar los riesgos catastróficos. Existen otros sistemas de cotización de los cat bonds. Así, Swiss Re estableció un índice denominado “Swiss Re cat bond index” que permite evaluar los desempeños de los títulos catástrofe con respecto al Standard & Poor’s (SP) 500, un índice que cotiza 500 grandes sociedades norteamericanas.55 La agencia de consejo financiero especializada en los cat bonds Artemis.bm, basada en el paraíso fiscal de las Bermudas (donde se concentra una parte importante de la actividad de seguros mundial), tiene por su parte una lista exhaustiva de los cat bonds emitidos desde la creación de estos productos financieros.56 ¿Qué ventajas presentan los cat bonds respecto del seguro tradicional? Los mercados financieros tienen una capacidad de absorción de los choques financieros muy superior a los sectores del seguro y del reaseguro combinados. Se estima en 350-400 mil millones de dólares los montos globales destinados al seguro y al reaseguro a escala global en la actualidad. La tendencia histórica es hacia el aumento de este volumen, incluso si las crisis económicas son susceptibles de afectar puntualmente a este sector. Ahora bien, el mercado de bonos en Estados Unidos supera por sí solo los 29 billones de dólares.57 El mercado mundial de acciones, por su parte, capitaliza 60 trillones de dólares. Ni punto de comparación con el del seguro. Así, si un acontecimiento del tipo Katrina, que cuesta 100 mil millones de dólares o incluso más, es susceptible de poner seriamente en peligro el mercado tradicional del seguro, representa una variación mínima para los mercados financieros. Semejante acontecimiento correspondería a una variación de 0,5%, lo que constituye una volatilidad cotidiana a la baja normal para estos últimos. La financiarización de los riesgos climáticos, por consiguiente, es (en parte) la consecuencia del aumento del costo de las catástrofes climáticas. ¿Qué interés tienen los inversores en invertir en títulos climáticos? Principalmente la diversificación de los riesgos. Los riesgos naturales no están correlacionados con otros tipos de riesgo: el riesgo de cambio, la fluctuación de las materias primas, las acciones de las empresas… En tiempos de crisis como la actualidad, esta diversificación 98

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es apreciable. Ciertamente, puede ocurrir que una catástrofe afecte a la baja las acciones de una empresa cuya sede está localizada en el lugar donde ocurre. Pero, en principio, los cat bonds y otros títulos naturales participan de una estrategia de diversificación de los portafolios. Desde el comienzo de la crisis de las deudas soberanas europeas en 2010, los inversores compran bonos catástrofe en cantidad. El primer cuarto del año 2011 es el más prolífico de la historia de este mercado, con más de mil millones de dólares invertidos.58 Como dice un operador de ese mercado: “La crisis de la deuda demostró la diversificación que permiten los cat bonds y su ausencia de correlación con los otros mercados financieros. Este sector sistemáticamente realizó buenas ganancias y demostró poca volatilidad. Cada vez atrae más capitales…”.

La naturaleza como “abstracción real” Las agencias de modelación son un actor crucial del dispositivo de los cat bonds. Estas agencias se dedican a la catastrophe modeling, a la modelación de catástrofes. Su objetivo, en suma, es calcular la naturaleza. Como dijimos, la característica de los nuevos riesgos en general, y de los riesgos climáticos en particular, es la incertidumbre que los subyace, es decir, la dificultad de preverlos y, cuando ocurren, a la dificultad de evaluar sus costos. Los títulos tradicionales, por ejemplo los bonos del Tesoro de un Estado, fluctúan lentamente, lo que los convierte en títulos bastante seguros, cuya evolución es previsible. Debido a la complejidad de los factores –naturales y sociales– que deben tenerse en cuenta, y a que una catástrofe la mayoría de las veces ocurre sin prevenir, los cat bonds son más difícilmente previsibles. Esa es la razón por la cual su emisión siempre implica la intervención de modelizadores, cuyo objetivo es justamente reducir, en la medida de lo posible, la incertidumbre. Existe un pequeño número de agencias de modelación en el mundo, la mayoría estadounidenses. Las principales son AIR (Applied Insurance Research), Eqecat y RMS (Risk Management Solutions).59 Estas agencias desarrollan 99

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modelos –examinaremos un ejemplo específico en un momento– que se basan en la probabilidad de ocurrencia de un acontecimiento natural y calculan sus características físicas: velocidad del viento, diámetro del ciclón, temperaturas… Estos modelos también tienen en cuenta las características de las edificaciones y de los bienes de la zona involucrada: materiales empleados, tipo de terreno, práctica de reducción de riesgos… El impacto de una catástrofe y su costo, por supuesto, están estrechamente ligados a esos factores. El conjunto de tales informaciones permite estimar el costo de una catástrofe, las indemnizaciones abonadas por las aseguradoras y, por consiguiente, determinar el precio de un cat bond. Los algoritmos elaborados por estos modelizadores son de una gran sofisticación matemática, a imagen de lo que se hace hoy en el mundo de las finanzas. Se emplean métodos tales como la “simulación” y la “contra historia”. Estos generan aleatoriamente catástrofes virtuales, lo que permite a los modelizadores representarse sus consecuencias y por lo tanto preverlas.60 Estas agencias emplean frecuentemente a científicos surgidos de las ciencias naturales con el objeto de ayudarlas a construir sus modelos.61 La sociedad Nephila Capital Limited,62 basada en las Bermudas, se aseguró así la presencia de oceanógrafos para modelizar los huracanes en el Caribe. Con la ayuda de climatólogos e historiadores, Eqecat creó una base de datos que contiene todas las catástrofes conocidas en el curso de los últimos trescientos años para los Estados Unidos y aquellas acaecidas a lo largo de los últimos cincuenta años para Europa.63 El recurso a la historia –natural y social– es uno de los medios que permiten eliminar una parte de la incertidumbre ligada a las catástrofes y asignar un precio a los riesgos naturales. Estas agencias de modelación no modelan únicamente los riesgos climáticos. Modelan todos los tipos de riesgos, y sobre todo los riesgos terroristas, en particular después del 11 de septiembre de 2001. Con el objeto de evaluar el impacto de atentados, las agencias AIR y RMS contrataron por ejemplo a ex agentes de la CIA y del FBI.64 Supuestamente, estos los instruyen acerca de la probabilidad de nuevos atentados susceptibles de ser cometidos en territorio estadounidense y de su costo, habida cuenta del lugar donde serían 100

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cometidos. Ahora bien, al parecer, los modelos consagrados a las catástrofes climáticas inspiran a aquellos que recaen sobre el terrorismo. Las firmas que elaboran estos últimos se habían especializado primero en el riesgo climático. Más aún, los modelos climáticos y terroristas en adelante se interpenetran, puesto que algunos de los modelos consagrados al terrorismo tienen en cuenta la fuerza y la dirección de los vientos que contribuirían a dispersar agentes químicos o biológicos en una población.65 Tomando debida nota de esta interpenetración, la aseguradora estadounidense AIG vendió portafolios que integran la cobertura de todos los tipos de riesgos en un único producto financiero.66 La importancia de la modelación en el funcionamiento de los bonos catástrofe remite a un mecanismo crucial en la formación del valor capitalista: la abstracción. Este proceso corresponde a aquello que los marxistas llaman las “abstracciones reales” a las que Marx hace referencia en los Grundrisse cuando escribe: “Los individuos ahora están dominados por abstracciones, mientras que antes eran dependientes unos de otros”. Lo que constituye la especificidad de las formas capitalistas de dominación es que descansan en un mecanismo de abstracción. En las sociedades precapitalistas, por el contrario, la dominación es más inmediata, los individuos, como dice Marx, son “dependientes unos de otros”. Por su parte, Alfred Sohn-Rethel define la abstracción real como una abstracción “que no depende del pensamiento”, en otras palabras que es el producto, o que responde a una necesidad, de la acumulación del capital.67 En la abstracción real, el objeto y su apariencia se vuelven de alguna manera indiscernibles, y adquieren un poder causal propio. ¿Cómo? Para que las mercancías sean intercambiadas en un mercado es preciso que sean mensurables, es decir, que se les pueda asignar un precio. Es el viejo problema del pasaje del valor de uso al valor de cambio; en otros términos, de la transformación de un objeto cualquiera en mercancía. El capitalismo tropieza aquí con un obstáculo de envergadura: el valor de uso es singular. Participa del reino de la calidad, mientras que el valor de cambio, por su parte, supone la puesta en equivalencia de las mercancías con miras al intercambio; en otras palabras, depende de la cantidad. La historia del capitalismo no es 101

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otra que una sucesión de procedimientos que apuntan a superar ese obstáculo y a mercantilizar sectores siempre nuevos de la realidad. En este caso, lo que se trata de volver mensurable es la naturaleza. Con el objeto de trascender la singularidad de los usos, el capitalismo debe poner en práctica poderosas operaciones de (re)construcción de lo real. Estas son tres. En primer lugar, se trata de construir el objeto, es decir, delimitar con precisión sus contornos. Una mercancía no existe en estado natural como mercancía. El hecho de que pueda ser intercambiada supone que sea modelada como tal. En un segundo tiempo, hay que desacoplar el objeto, vale decir, aislarlo respecto de su contexto. El medio ambiente –material y humano– en el cual se inscribe un objeto es lo que le confiere su singularidad, es decir, el conjunto de las relaciones que mantiene con las entidades que lo rodean. Desacoplar, en este sentido, significa de-singularizar, con el objeto de poner en equivalencia. La noción de “desacople” aparece sobre todo en Karl Polanyi, en La gran transformación, para designar el proceso por el cual el capitalismo separa el mercado de su sustrato social. Por último, el pasaje del valor de uso al valor de cambio supone la instauración de una calculabilidad generalizada, en otros términos de operaciones matemáticas que señalan a los actores económicos las proporciones en las cuales las mercancías deben intercambiarse unas contra otras. La importancia de las agencias de modelación que evocábamos hace un momento no se comprende sin eso. Esas tres operaciones son precisamente lo que los marxistas llaman la “abstracción real”, que es típica del régimen capitalista, le confiere la forma de dominación particular que lo caracteriza.68 Actualmente asistimos a una “mercantilización por la modelación”, o model-driven commodification.69 Esta expresión designa la manera en que, en el capitalismo contemporáneo, modelos matemáticos cada vez más sofisticados subyacen a la mercantilización de nuevas entidades. Entre esos modelos, uno de los más conocidos es la fórmula llamada de “Black Scholes”, por la cual Robert Merton y Myron Scholes recibieron el Premio Nobel de Economía en 1997. Esta fórmula concierne a los productos derivados. Supuestamente explica –y por lo tanto prevé– la relación entre un derivado y su subyacente, 102

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es decir, aquello de lo que deriva el precio del derivado: materia prima, deuda soberana, clima, etc. La cuestión de saber en qué medida ese tipo de fórmula representa o por el contrario construye la realidad que pretende explicar es compleja.70 Su dimensión performativa es evidente, igual de evidente que el hecho de que responde a una necesidad objetiva del capitalismo: la formación del valor de cambio. “Naturaleza derivada” (derivative nature) es una expresión en ocasiones empleada para designar la manera en que la naturaleza es (re)construida por el proceso de financiarización por la modelación que padece.71

Mercados de carbono y desarrollo desigual Ningún caso ilustra mejor estas operaciones de formación del valor capitalista que los “mercados de carbono”, o mercados de derechos para contaminar. Estos se cuentan hoy –con la propiedad intelectual en Internet– entre los “nuevos cercamientos” en vías de privatización acelerada, equivalentes en su funcionamiento a la apropiación de los “comunes” en la Inglaterra de los siglos xvii y xviii. Los mercados de carbono se apoyan en dos mecanismos principales: un sistema de cuotas y de intercambio de gas con efecto invernadero (cap and trade), y un sistema de compensación (offset)72. El Estado u otra autoridad pública (ONU, Unión Europea…) fija a una empresa un techo de emisiones de CO2 (u otros gases con efecto invernadero) que no debe superar. Ese techo es inferior a sus emisiones pasadas, con el objeto de obligarla a reducirlas. Si lo supera, pagará la diferencia. La unidad de cuenta y de cambio en los mercados de carbono, la “cuota”, equivale a 1 tonelada de carbono. Su precio fluctúa según las evoluciones del mercado y el carácter más o menos ambicioso de la política de reducción de gases con efecto invernadero decidida por el Estado. Si la empresa emitió menos cuotas que lo previsto, puede venderlas en el mercado de derechos para contaminar y así embolsar ganancias. El más voluminoso sistema de intercambio de derechos para contaminar en el mundo es el “Sistema comunitario de intercambio de derechos para contaminar de la Unión Europea”, o European Union 103

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emission trading system (EU ETS), que apunta a alcanzar los objetivos de reducción de gases con efecto invernadero a los que se comprometió la UE en el marco del protocolo de Kioto. El Chicago Climate Exchange, creado en 2003, es el más antiguo. Según el Banco Mundial, el mercado de derechos para contaminar a escala global pasó de 10 mil millones de dólares en 2005 a 144 mil millones en 2009, y la crisis luego lo estabilizó en el orden de los 142 mil millones.73 Es difícil ver claro aquí en un mercado con una opacidad bastante pronunciada, debido a que las reglas que presiden su funcionamiento todavía no están establecidas. El volumen de las transacciones en los mercados de carbono es en parte sostenido por la actividad especulativa, es decir, por la intervención en esos mercados de intermediarios financieros que no necesitan ellos mismos reducir sus emisiones, sino que compran y venden cuotas en el mercado secundario para embolsar ganancias. Estos “empresarios climáticos” y la especulación a la que se entregan representarían cerca de un tercio del conjunto de las transacciones.74 El mercado europeo de derechos para contaminar tropieza con serios problemas de ajuste de la oferta y la demanda desde su instauración. Bajo la presión de los industriales, las cuotas de carbono fueron inicialmente distribuidas con demasiada generosidad, lo que implica que la cotización de la cuota es muy baja y por consiguiente las empresas no se ven incitadas a reducir sus emisiones para luego vender sus derechos para contaminar en el mercado. Esta sobreasignación de permisos da hoy a las firmas la posibilidad no solo de seguir contaminando como antes sino también, de paso, de aumentar sus ganancias vendiendo las cuotas que les fueron generosamente asignadas por el Estado. Reducir el volumen de las cuotas en circulación para hacer subir la cotización supondría decisiones políticas valerosas a escala del continente. Hay que observar también que la crisis económica que debutó en 2007-2008, haciendo disminuir las tasas de crecimiento, por esa misma razón disminuyó las emisiones de CO2. A este funcionamiento fundado en las cuotas se añade un mecanismo de “compensación”. Una empresa puede satisfacer su “deuda ecológica” por exceso de emisión de gas con efecto invernadero 104

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invirtiendo en proyectos que favorecen su reducción en otra parte del mundo, principalmente en las regiones en vías de desarrollo. Es así como empresas o países son autorizados a financiar la preservación del medio ambiente, pero también la construcción de diques hidroeléctricos (que está en el orden de más del 25% de esos proyectos de compensación) generando una energía supuestamente “limpia”, con el objeto de no tener que reducir sus emisiones.75 La idea subyacente es que es más fácil y eficaz instalar energías no contaminantes en los países en desarrollo que tratar de reducir las emisiones en los países ya desarrollados. Este mecanismo de compensación existe hoy no solamente para los derechos para contaminar sino también por ejemplo en el campo de la preservación de la biodiversidad, que permite que pérdidas o perjuicios en la materia en un sitio sean compensados por mejorías en otros, según ciertas condiciones. Los mercados de derechos para contaminar ilustran a la perfección el proceso de mercantilización evocado más arriba. Las tres operaciones puestas de manifiesto aparecen: construcción, desacople, calculabilidad. La emergencia de los mercados de carbono supone ante todo la construcción de una entidad, la tonelada de carbono o “cuota”, que sirve de unidad de cuenta y de intercambio. Esta no tiene nada de natural, aunque los gases lo sean, puesto que este valor podría haberse categorizado de diferente manera. Esta entidad es luego desacoplada, es decir, independizada de su contexto. El desacople es lo que permite que procesos que se desarrollan en todas partes del planeta –por ejemplo el financiamiento por una empresa contaminante francesa de proyectos (que se supone son) ecológicamente limpios en Asia– sean considerados como mensurables. Lo que implica el mecanismo de compensación es que contaminar en Francia y construir un dique hidroeléctrico en Asia es ecológicamente equivalente, una afirmación –absurda en todos los aspectos– que tiene por condición de posibilidad un poderoso mecanismo de desacople y de abstracción. El mecanismo de la compensación sigue –y hasta refuerza– los contornos del desarrollo desigual a escala del planeta.76 Así, las emisiones que resultan de la producción de mercancías importadas en Europa pero fabricadas fuera de las fronteras del continente no son 105

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contabilizadas como emisiones europeas. En este sentido la deslocalización de la producción tiende mecánicamente a reducir las emisiones, además de reducir por supuesto el costo de la fuerza de trabajo para las multinacionales. En otros términos, cuanto más se alargan las “cadenas globales de valor”, tanto más se globaliza la producción (tanto más aprovecha el desarrollo desigual), y tanto más difícil es identificar y controlar la fuente de las emisiones. “Emisiones importadas” es un término a veces empleado para designar esas emisiones no contabilizadas. Todo esto es posibilitado por la modelación matemática. Pero además de firmas privadas: bancos, agencias de calificación, corredores de bolsa especializados en los títulos ambientales como Eko Asset Management o Inflection Point Asset Management, otro actor de peso permite la mercantilización de la naturaleza: el Estado. Ya sea nacional o supranacional, su papel es decisivo en la emergencia de estos mercados, puesto que es quien instala el dispositivo sociotécnico y la contabilización que permite su funcionamiento, que fija las cuotas por ramas y empresas, etc. El papel del Estado como interfaz entre el capitalismo y la naturaleza, pues, aparece claramente en los casos de los mercados de carbono. Estado, capitalismo y naturaleza constituyen un tríptico que hay que pensar en forma conjunta en el contexto de la crisis ambiental.

Construir mercados rentables En caso de catástrofe, las aseguradoras tienden a aumentar las primas de seguro, elevándolas en ocasiones a precios prohibitivos. Esto produce efectos de exclusión, desincentivando a los individuos a asegurarse debido a primas excesivas, lo que achica el mercado y obliga a las aseguradoras a aumentar todavía más sus primas debido a una demanda insuficiente. Este problema es particularmente agudo en los países pobres. La existencia de un mercado de seguros supone la presencia de un número suficiente de personas que disponen de los medios para asegurarse, de no ser así los riesgos son insuficientemente diversificados y por lo tanto las aseguradoras se 106

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encuentran en la incapacidad de reembolsar en caso de catástrofe. En los países en desarrollo, el umbral mínimo raramente es alcanzado. Además, ocurre que en ellos el marco legal es deficiente, y la emergencia de un mercado de seguros en ausencia de un marco legal estable es problemática. La titulización de los riesgos climáticos es una manera para las sociedades de seguros y los gobiernos de soslayar esos obstáculos. Así, el Programa Alimentario Mundial (PAM) emitió un título climático –un derivado, no un bono, volveremos sobre esta diferencia en un momento– en favor del gobierno etíope, para que pueda sostener a su población en caso de sequía y de pérdida de cosechas.77 Etiopía es víctima de sequías recurrentes, agravadas por el cambio climático. Estas producen hambrunas que el gobierno etíope no tiene los medios de administrar y de las que a menudo se hace cargo el sector humanitario. El título climático emitido por el PAM se presenta a la vez como una alternativa a la ayuda gubernamental directa y a la ayuda humanitaria. Se trata de una forma de seguro llamada index-based insurance. Index-based significa que su desencadenante es una escala graduada, por ejemplo de temperatura o de pluviometría que, si supera cierto umbral, libera la indemnización. Sistemas de seguro de este tipo también existen en Bolivia, en India y en Sudán, y son activamente promovidos por las organizaciones internacionales. Participan de un sistema en plena efervescencia en la actualidad, a saber, el microseguro, que es el equivalente para el sector del seguro del microcrédito.78 El microseguro es sintomático de la financiarización de la vida cotidiana en marcha.79 La multiplicación de las catástrofes naturales debida al cambio climático promete un porvenir radiante a este sector. El microseguro, como su nombre lo indica, se aplica sobre pequeños montos y atañe a poblaciones pobres, que sin embargo pueden padecer pérdidas importantes debido a desastres naturales. Como en el caso del microcrédito, la gestión es comunitaria, en el sentido de que la responsabilidad del pago de las primas es colectivamente controlada. Involucra diversos avatares: salud, pérdidas de cosechas o de ganado, inundaciones… e incluye entre 150 y 200 millones de personas al día de hoy. Munich Re publicó varios volúmenes consagrados 107

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al microseguro en colaboración con la Organización Internacional del Trabajo (OIT).80 Esta colaboración entre lo privado y lo público, en este caso las organizaciones internacionales, es una constante del sector del seguro. El objetivo ostentado, como siempre, es proteger a los más pobres, pero captar las primas, así fuesen microscópicas, de millones de campesinos pobres a través del mundo no es ajeno al interés del nº 1 mundial del reaseguro para ese sector. El microseguro puede ser considerado como una forma sofisticada de “acumulación por desposesión”, en el sentido de David Harvey.81 El principio es siempre el mismo: en período de declinación de la tasa de ganancia, ¿cómo volver provechosos sectores de la vida social y de la población que hasta entonces escapan al mercado? La rentabilidad es una construcción política. Las organizaciones internacionales que funcionan en el campo del desarrollo, asociadas a las empresas privadas, desarrollan desde hace aproximadamente un decenio “modelos de mercado para los pobres”82. Este proceder se inscribe en la ideología del empowerment –o “empoderamiento”– de los pobres, que apunta a hacerles retomar el control de sus existencias. El microcrédito y el microseguro proceden de este abordaje. El método puesto en marcha consiste en volver solventes –y por lo tanto rentables– a sectores de la población que, al ser demasiado pobres, no pueden ser integrados en el mercado por falta de medios. Para ello deben reunirse dos condiciones. En primer lugar, los mercados para los pobres deben ser desplegados a gran escala, es decir, involucrar a millones de individuos. El monto de una prima de seguros que puede permitirse un campesino indio o boliviano es extremadamente bajo. Luego, la agregación de las primas recogidas por las aseguradoras para que puedan cubrir enfermedades y catástrofes, y de paso embolsar ganancias, debe ser de un nivel suficiente. Conclusión: las primas deben ser numerosas. El hecho de que esos modelos de mercado se dirijan a países muy poblados torna la operación no solamente factible sino financieramente jugosa para las aseguradoras. La integración de los pobres en el mercado del seguro, por otra parte, supone que las primas de seguro sean subvencionadas por el Estado, por lo menos al comienzo. Es el mecanismo llamado de “asociaciones público-privado”, o “APP”, que es uno de los pilares 108

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del régimen de seguros neoliberal y cuyas manifestaciones se encuentran en la actualidad en todos los sectores de la economía, por ejemplo en la construcción de escuelas o la gestión de prisiones. Swiss Re publicó en 2011 un informe titulado “Closing the financial gap. New partnerships between the public and the private sectors to finance disaster risks”.83 El “gap” financiero evocado en este título es el que separa a los campesinos pobres de los países en desarrollo de la asegurabilidad, es decir, de la rentabilidad para las aseguradoras. Según Swiss Re, a los Estados les corresponde colmar este “gap”, vale decir, llevar al campesino pobre o al habitante de la villa miseria global al mercado, con el objeto de que las aseguradoras puedan asegurarlo. La reaseguradora suiza expresa varios argumentos para convencer a los Estados. Por ejemplo, un campesino no asegurado es menos productivo. Sujeto a los avatares de la naturaleza o de la enfermedad, tenderá a invertir menos en el herramental y los abonos y por lo tanto su productividad tenderá a estancarse. Además, de todos modos está a cargo del Estado, porque si la cosecha es destruida o si se enferma, solicitará su sostén. Esa es la razón por la cual Swiss Re sugiere que el Estado vuelva obligatorios esos seguros privados. Los cat bonds llamados “soberanos”, que son emitidos por los Estados en asociación con aseguradoras privadas, son una de las maneras en que se anudan esas asociaciones público-privado. Como lo mostró Michel Foucault, el neoliberalismo tiene poco que ver con el “no intervencionismo” y todo con la intervención permanente del Estado en favor de los mercados. El país de origen de la aseguradora es a veces susceptible de intervenir en la implementación de sistemas de seguros en los países en desarrollo. La Dirección del Desarrollo y de la Cooperación (DDC), una rama del ministerio suizo de Relaciones exteriores, sostiene así activamente a Swiss Re en esos países.84 Ella se asegura sobre todo de que el marco legal en materia de derecho de los seguros evolucione en un sentido que sea favorable a la reaseguradora. Suiza es particularmente activa en “Helvetistán”. Esta expresión designa el grupo de países que ella representa en el FMI y en el Banco Mundial, organizaciones internacionales cuya gobernanza está hecha de tal modo que los intereses de los países pobres son 109

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(se supone que son) representados por países ricos. 85 Este grupo comprende a la mayoría de los países de Asia central: Tayikistán, Kazajistán, Turkmenistán, Kirguistán y Uzbekistán, nombres que terminan en “stan”, de ahí Helvetistán.

Un bono “multi cat” en México Hasta el momento la mayoría de los cat bonds fueron emitidos por aseguradoras y reaseguradoras deseosas de protegerse frente a las catástrofes. No obstante, desde mediados de los años 2000 se manifiesta una tendencia que consiste en que los Estados emiten bonos catástrofe. Esto es lo que los teóricos del seguro llaman bonos catástrofe “soberanos”, como se habla también de deuda soberana.86 Esta tendencia es activamente alentada por organizaciones internacionales que operan en el sector de la economía, en cuya primera fila están el Banco Mundial y la OCDE. Las Naciones Unidas también disponen de un secretariado para la reducción de los riesgos, creado en 1999, que pone en marcha una United Nations International Strategy for Disaster Reduction (UNISDR).87 Este abordaje es elaborado originalmente por algunos teóricos contemporáneos del seguro, muchos de los cuales están basados en la Wharton School de la Universidad de Pensilvania, una de las business schools más prestigiosas del mundo. Esta escuela es la sede de un laboratorio llamado Risk Management and Decision Processes Center, de vanguardia en lo que respecta a las cuestiones teóricas que subyacen al seguro de los riesgos climáticos.88 México emitió en 2006 un cat bond que le permite cubrirse en caso de temblor de tierra. En 2009, decidió incluir en el dispositivo a los huracanes, lo que dio lugar a un programa llamado “multi cat”, que cubre una multiplicidad de catástrofes potenciales.89 México es vulnerable a numerosos avatares, naturales o no. Los huracanes, particularmente en la región del golfo de México, pero también los sismos, los deslizamientos de tierra, o incluso la actividad volcánica; por ejemplo el volcán Popocatépetl, que domina a la ciudad de México, recientemente se volvió a poner en actividad. El sismo de magnitud 8,1 que golpeó a México en septiembre de 1985 produjo 110

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más de 10.000 muertos y 30.000 heridos, y los daños fueron estimados en 5 mil millones de dólares. Sin olvidar que México padece desde los años noventa una situación de guerra civil larvada, debido al poderoso ascenso del narcotráfico, que absorbe una parte significativa de los recursos de un país que carece cruelmente de ellos. Tanto en México como en otras partes, el Estado es la aseguradora en última instancia en caso de catástrofe natural. La indemnización de las víctimas se hace sobre el presupuesto federal, es decir, en última instancia el impuesto, partiendo de un principio de solidaridad nacional consubstancial al Estado-nación moderno. Este principio es el mismo que prevalece, en ciertos países, en sectores como la salud o las jubilaciones. El poderoso ascenso de lo humanitario a partir del último cuarto del siglo xx completa este dispositivo con una parte privada, administrada por organizaciones no gubernamentales, cuya amplitud es a menudo proporcional a la conmoción suscitada por la catástrofe en la opinión pública internacional. Organizaciones internacionales como el Banco Mundial, o el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), también son susceptibles de intervenir. En 1996, en México, el gran número de catástrofes naturales llevó al gobierno a establecer un Fondo para los desastres naturales, llamado “Fonden” (Fondo de desastres naturales*). Este fondo interviene a la vez en el corto y en el largo plazo: proporciona ayuda financiera de urgencia a los siniestrados en los momentos inmediatamente posteriores a una catástrofe y luego financian la reconstrucción de las infraestructuras. El Fonden es un fondo jurídicamente independiente, pero financiado con presupuesto del Estado. Hasta comienzos de los años 2000, el sistema funcionó de manera conveniente, en virtud de desastres naturales con costos relativamente bajos. Sin embargo, a partir de ese momento, una serie de catástrofes con costos exorbitantes se desplomó sobre el país. Es así como en 2005, por ejemplo, el gobierno federal había previsto consagrar 50 millones de dólares a la ayuda en caso de catástrofe y terminó por gastar 800 millones.90

* Así en el original. [N. del T.]

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Fue en este contexto que se puso de manifiesto la idea de titularizar el seguro de las catástrofes climáticas de México. Bajo la égida del Banco Mundial, en un papel de “coordinador global”, los protagonistas del programa “multi cat” entablaron un ciclo de reuniones y de negociaciones. Alrededor de la mesa, solamente gente seria: el ministerio de Finanzas de México, Goldman Sachs y Swiss Re Capital Markets, encargados de vender el programa a los inversores. Munich Re también es parte activa, así como dos grandes estudios de abogados estadounidenses, Cadwalader, Wickersham & Taft y White & Case. La agencia de modelación a cargo de establecer los parámetros de activación del bono catástrofe es Applied Insurance Reasearch (AIR). Esta elaboró dos modelos, uno para los sismos, el otro para los huracanes, especificando cada vez la localización geográfica del acontecimiento (su trayectoria, para el huracán) y sus características físicas: magnitud en la escala de Richter y profundidad en el primer caso, velocidad del viento en el segundo. Una vez registrado el cat bond en las islas Caimán por Goldman Sachs y Swiss Re, en la forma de un special purpose vehicle, fue vendido a los inversores en el curso de roadshows –así es como se llama a la presentación de un nuevo producto financiero en el mercado– organizados por los bancos. Cada vez que una catástrofe golpea a México, la agencia AIR se ocupa de hacer cálculos para determinar si responde a los parámetros establecidos por las partes contratantes, y si corresponde poner a disposición el monto financiero. Así, un sismo tocó el estado de Baja California en abril de 2010, las ciudades de Calexico y Mexicali en particular, pero su epicentro se encontraba en el norte de la zona delimitada por el cat bond.91 Por consiguiente, el dinero del bono no fue liberado y México siguió pagando intereses. Del mismo modo, un huracán golpeó al estado de Tamaulipas en junio de 2010, pero su potencia era inferior al piso predeterminado; una vez más, el dinero no fue liberado. Es frecuente que se hagan negociaciones cuando impacta una catástrofe. En 1999, largos debates se desarrollaron entre aseguradoras y asegurados para saber si Lothar y Martin, huracanes que atravesaron a Francia, constituían uno o dos huracanes.92 Las aseguradoras insistieron en el hecho de que 112

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se trataba de un solo acontecimiento climático, con el objeto de no tener que pagar las indemnizaciones más de una vez. El establecimiento de cat bonds soberanos opera también en Asia. Esto es lo que revela un informe de la ASEAN aparecido a fines de 2011.93 ASEAN es la Asociación de las naciones del Sudeste de Asia. Incluye a Tailandia, Indonesia, Malasia, Singapur, el sultanato de Brunei, Vietnam, Birmania, Camboya, Laos y las Filipinas. Esta región está muy expuesta a las catástrofes naturales y es probable que el cambio climático aumente todavía más la cantidad y la potencia de las catástrofes venideras. En la medida en que algunos de los países de la ASEAN son musulmanes –Indonesia es el mayor país musulmán del mundo–se aplican los principios del seguro islámico, el takaful. Puede señalarse de paso que el seguro islámico tiene hoy un crecimiento anual del 25%, mientras que el mercado del seguro tradicional creció en promedio un 10% en el curso de los últimos años.94 Así, Swiss Re hace muchos esfuerzos para reforzar su “Sharia credibility”, según su propia expresión. El sistema de seguros preconizado por este informe de la ASEAN incluye tres niveles. El primero implica los riesgos recurrentes pero de baja amplitud, del tipo deslizamientos de tierra o inundaciones locales. En este caso, el financiamiento se hace sobre el presupuesto del Estado, previendo límites que le están específicamente consagrados. Los montos financieros en juego son importantes, pero no lo suficiente para poner en peligro la estabilidad financiera de un Estado. El segundo nivel, que remite a los temblores de tierra o a las inundaciones más importantes, apela a los “créditos contingentes” del Banco Mundial. Este emite “opciones de giro diferido para los riesgos ligados a las catástrofes”.95 Estas permiten que un país reciba una ayuda financiera rápida en caso de catástrofe. Están surtidas de condiciones, como siempre ocurre cuando el Banco Mundial presta dinero. Fuera del pago de intereses, un país que las pretende debe establecer un “programa de gestión de riesgos apropiados”, que implica el desarrollo de asociaciones con lo privado, y debe alentar la emergencia de mercados privados de gestión de los riesgos catastróficos. Estos créditos contingentes pueden elevarse hasta 500 millones de dólares. El nivel atañe a los riesgos poco frecuentes pero cuyas 113

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consecuencias son desastrosas: temblores de tierra importantes, ciclones tropicales, tsunamis, etc. Este tercer nivel es el de las altas finanzas: teniendo en cuenta los costos inducidos por esas catástrofes, solo estas son capaces de hacerle frente. México y los países asiáticos no son los únicos en haber establecido cat bonds soberanos. Turquía, Chile, o incluso el estado de Alabama en los Estados Unidos, duramente afectado por el huracán Katrina en 2005, también lo hicieron en una forma u otra.

Crisis ecológica y crisis fiscal del Estado La financiarización del seguro de las catástrofes climáticas por los Estados tiene una razón profunda, cuyo examen permite poner en relación las cuestiones ecológicas con el capitalismo y sus crisis. Un objetivo del programa “multi cat” mexicano, reconocido por sus mismos creadores, es “proteger las finanzas públicas” del país emisor, o incluso, “inmunizar su política fiscal”.96 El informe de la ASEAN, por su parte, habla de reforzar la “resiliencia financiera” de los países miembros, de “proteger los equilibrios fiscales de largo plazo”, financiarizando el seguro de los riesgos climáticos. Estos programas de bonos se terminaron en 2009, cuando causaba estragos la más grave crisis del capitalismo desde la Gran Depresión de los años treinta. Una característica de la crisis actual es el aumento vertiginoso de las deudas soberanas, es decir, del endeudamiento de los Estados del centro de la economía mundial, Estados Unidos y Europa a la cabeza. Este endeudamiento es el fruto de bajas de impuestos masivos para los más ricos, de inspiración neoliberal, de disminuciones significativas de los ingresos fiscales debido a la lentificación del crecimiento y el salvataje de los bancos y de otras instituciones financieras por el Estado en el momento de la crisis. La crisis de las deudas soberanas ocurre en el contexto de lo que algunos autores, entre ellos James O’Connor y Wolfgang Streeck, llamaron la “crisis fiscal del Estado”. Esta expresión designa el hecho de que los Estados no tienen ya los medios financieros de sus políticas y que esto es un dato estructural, y no solamente pasajero, 114

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aparecido desde el último cuarto del siglo xx. Este dato estructural fue incluso agravado por la crisis de las deudas soberanas. Según Streeck, los Estados están hoy ubicados frente a dos obligaciones mutuamente contradictorias: por un lado, consolidar sus finanzas públicas, lo que debe permitirles tomar préstamos a tasas de interés más bajas que las actuales, ya que la reducción de los déficits y de la deuda es impuesta por los mercados. Por el otro, seguir proporcionando a sus poblaciones niveles de inversión pública en educación, salud, jubilaciones… elevados, ya que las expectativas de las poblaciones en términos de bienestar, desde fines de la Segunda Guerra Mundial por lo menos, no dejan de aumentar.97 En un período de tasa de crecimiento históricamente baja desde hace varios decenios, estas dos obligaciones son imposibles de conciliar. Esto es lo que condujo a Streeck, que en este punto se inspira en O’Connor, a afirmar que el capitalismo y la democracia dejarán de ser compatibles por largo tiempo. La crisis fiscal del Estado está estrechamente ligada a la crisis ambiental. Debido a la crisis fiscal que atraviesan, los Estados son cada vez menos capaces de asumir el costo de seguros de las catástrofes climáticas por medios convencionales, es decir, principalmente por el impuesto. Lo serán menos cuanto más en aumento vayan el número y el poder de estas catástrofes, debido al cambio climático. Ese es el punto de fusión de la crisis ecológica y de la crisis financiera. Semejante comprobación vale para todas las regiones del mundo, pero con mayor razón para los Estados más frágiles. Los países en desarrollo a menudo son los más duramente golpeados por las catástrofes climáticas, no solamente porque es allí donde estas ocurren sino también porque los medios de que disponen para hacerles frente son muy inferiores a los que poseen los países desarrollados. El ascenso del nivel de los mares afecta tanto a Holanda como a Bangladesh. Pero a todas luces es preferible verse frente a esta situación en el primero más que en el segundo. La isla antillana de Granada es un caso instructivo. Esta isla es golpeada por el huracán Iván, en 2004, cuando estaba endeudada por un monto del 90% de su PBI. Incapaz de hacer frente a los gastos inducidos por esta catástrofe y habida cuenta de su nivel de endeudamiento, se ve obligada a declararse en default un año más tarde. 115

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La crisis fiscal incita a los Estados a financiarizar cada vez más el seguro de los riesgos climáticos. La titulización es concebida como una alternativa al impuesto y a la solidaridad nacional. La crisis fiscal del Estado, la crisis ambiental y la financiarización son por lo tanto tres fenómenos estrechamente ligados. Este argumento puede ser generalizado. En el origen, la explotación de la naturaleza no cuesta nada o casi nada. Con el tiempo, el agotamiento de los recursos conduce a su encarecimiento, cuando la gestión de los efectos nefastos del desarrollo –lucha contra las contaminaciones, gastos ligados a la salud de los asalariados, accidentes atómicos…– también cuesta cada vez más caro. Esta tendencia pesa a la baja en la tasa de ganancia. ¿Qué hace entonces el capitalismo? Transfiere el costo creciente de la reproducción de las condiciones de producción al Estado. Es la lógica misma de este sistema: socialización de los costos, privatización de las ganancias. El aumento de los costos relativos a las condiciones de producción sume al Estado en una crisis fiscal. Los ingresos fiscales no aumentan al mismo ritmo que los gastos, y esto tanto más cuanto que, a partir de los años setenta, la tasa de crecimiento de los países antiguamente desarrollados está de capa caída. Por lo tanto, las finanzas públicas son estructuralmente deficitarias. La crisis fiscal del Estado lo conduce a solicitar cada vez más préstamos a los mercados financieros, con el objeto de financiar sus gastos e inversiones y restablecer ficticiamente el equilibrio de sus cuentas. Esta es una de las causas de la financiarización del capital,98 que procede –sobre todo– del encarecimiento de las condiciones de producción y de los costos crecientes generados por la explotación de la naturaleza. El capitalismo explota a la naturaleza, lo que ocasiona gastos cada vez más importantes para el Estado, que se entrega a los mercados financieros para hacerles frente. La crisis fiscal y la crisis ambiental interactúan de otras maneras. Una característica de los nuevos riesgos, como vimos, es la hipercorrelación, es decir, el hecho de que afectan regiones enteras. Una catástrofe desorganiza de forma duradera la actividad económica en un lugar. Esto puede conducir a una lentificación del crecimiento, el que disminuirá los ingresos fiscales, ya que estos son proporcionales al crecimiento. Esta lentificación, por otra parte, obligará al Estado a 116

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gastar más en términos de seguro de desempleo y otras prestaciones sociales. La crisis ecológica, al multiplicar las catástrofes, es por tanto susceptible de agravar considerablemente la crisis fiscal del Estado. El costo del cambio climático sobre los sistemas de protección social y de salud puede ser más indirecto todavía. Debido al calentamiento climático, agentes patógenos aparecerán en regiones que hasta entonces estaban exentas.99 Con el aumento de las temperaturas, una parte creciente del territorio estadounidense, por ejemplo, corre el riesgo de ser expuesto a la malaria. Este tipo de riesgo no dejará de engendrar gastos sanitarios suplementarios, profundizando en igual medida la crisis fiscal del Estado.

Una naturaleza derivada Los cat bonds y las cuotas de carbono no son los únicos productos financieros conectados con procesos naturales, ni mucho menos. Los derivados climáticos (weather derivatives) son otros. Los swaps, los calls y los puts son ejemplos de derivados. Los derivados climáticos remiten al tiempo que hace y no a las catástrofes naturales. Atañen a variaciones no catastróficas, cuya activación no supone la interrupción del curso normal de la vida social. Desde un acontecimiento deportivo a una cosecha, pasando por el granizo, un concierto de rock y las fluctuaciones en el precio del gas, muchos aspectos de las sociedades modernas son influidos por el tiempo. Se estima que el 25% del PBI de los países desarrollados es susceptible de padecer el impacto de variaciones climáticas.100 Un derivado climático libera un monto financiero en el caso de que las temperaturas –u otro parámetro climático– sean superiores o inferiores a una media, por ejemplo si el frío y por lo tanto los gastos energéticos exceden ciertos niveles, o si la lluvia limita la frecuentación de un parque de diversiones en verano. En el campo agrícola, algunos derivados tienen como subyacente el tiempo de germinación de las plantas. Un índice como la “suma térmica” (growing degree days) mide el desvío entre la temperatura que necesita una cosecha para madurar como promedio y la temperatura real, activando un 117

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pago en caso de superación de cierto piso. En el marco de un swap, dos empresas a quienes las variaciones del clima afectan de manera opuesta pueden tomar la decisión de asegurarse mutuamente. Si una empresa energética pierde dinero en caso de invierno demasiado suave, y otra que organiza acontecimientos deportivos lo pierde en caso de invierno demasiado riguroso, se abonarán un monto predeterminado según el invierno sea suave o riguroso.101 Los antepasados de los derivados climáticos aparecieron en la agricultura en el siglo xix, sobre todo en los Estados Unidos, en el Chicago Board of Trade, y remitían a materias primas tales como el algodón y el trigo.102 En el momento de la liberalización y del fin de la fragmentación de los mercados financieros en los años setenta y de la proliferación de los productos derivados que fue su consecuencia, los subyacentes potenciales se multiplicaron. Las multinacionales de la energía, entre ellas Enron, fueron pioneras en este campo. En 19981999, un invierno particularmente suave en los Estados Unidos debido al fenómeno La Niña condujo a pérdidas significativas para esas compañías, lo que aceleró el poderoso ascenso de los derivados, por cuyo intermedio “aplacaron” sus riesgos de pérdida.103 Es cierto que fluctuaciones de algunos grados implican variaciones financieras colosales para estas empresas. A partir de 1999, los derivados climáticos son intercambiados en la Bolsa de Chicago, en el Chicago Mercantil Exchange, históricamente especializado en los productos agrícolas. La emergencia de los derivados climáticos va a la par con una tendencia creciente a la privatización de los servicios meteorológicos, sobre todo en los países anglosajones.104 Estos servicios constituyen una postura financiera y política de envergadura, puesto que en última instancia son ellos los que determinan los pisos más allá de los cuales se activa un derivado. La aparición de los derivados climáticos debe ser reubicada en el contexto más general de la “revolución de los derivados” del último tercio del siglo xx, que es concomitante con la emergencia del neoliberalismo.105 En la primera mitad de los años setenta tiene lugar el abandono de las tasas de cambio fijas entre monedas. A partir del momento en que las tasas de cambio son flotantes, los gobiernos y las empresas deben poder cubrirse frente a los riesgos de fluctuaciones 118

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monetarias imprevistas, sobre las cuales son directamente indexados el comercio exterior o las ganancias. Precisamente para eso van a servir los derivados sobre las divisas, y luego los derivados sobre los bonos del Tesoro. Ahora bien, esta “revolución de los derivados” tiene lugar en Chicago, en el mismo sitio donde habían sido creados los primeros derivados agrícolas, en el Chicago Board of Trade y en el Chicago Mercantil Exchange. La experiencia sobre los derivados agrícolas es entonces reconvertida en el establecimiento de los derivados sobre las monedas y otros subyacentes.106 En un artículo titulado “Why environment needs high finance?” (“¿Por qué el medio ambiente necesita la alta finanza?”), tres teóricos del seguro sugieren establecer species swaps, una forma de derivado que remite al riesgo de desaparición de las especies.107 La interpenetración de las finanzas y de la naturaleza reviste aquí una de sus formas más radicales. La idea es sencilla: se trata de hacer que la preservación de las especies sea provechosa para las empresas, de manera de incitarlas a cuidar especies amenazadas que se encontraran en su territorio. La preservación de las especies cuesta caro. Por añadidura, es el dinero del Estado el que es movilizado, el que tiende a ser escaso en tiempos de crisis. El argumento de la crisis fiscal del Estado, como vemos, resulta una vez más invocado como fundamento de la financiarización de la naturaleza. Un species swaps ocupa un lugar entre el Estado y una empresa privada. Imaginemos una variedad de tortuga amenazada en Florida, que vive en los parajes de una empresa. Si el número de especímenes aumenta por el hecho de que la empresa los cuida, el Estado le abona intereses. De paso, esto permite justificar actividades de preservación de la naturaleza a los ojos de sus accionistas, puesto que se vuelven rentables. Si por el contrario el número de especímenes declina, o se acerca al umbral de extinción, es la empresa la que abona dinero al Estado, con el fin de que este pueda entablar una operación de salvataje. Este mecanismo supuestamente incita a los privados a hacerse cargo de la preservación de las especies y permite que el Estado consagre menos dinero a dicha actividad. Las “hipotecas ambientales” (environmental mortgages), especies de subprimas cuyo subyacente no es un bien inmobiliario sino 119

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una porción de medio ambiente, los títulos adosados a los bosques (forest-backed securities), o incluso los mecanismos de compensación de los humedales (wetlands), liberalizados en los Estados Unidos por la administración de Bush padre en los años noventa,108 son otros ejemplos de productos financieros del mismo tipo.

La naturaleza como estrategia de acumulación El capitalismo, dice James O’Connor, tiene “condiciones de producción”. Estas condiciones, hablando con propiedad, no son mercancías, pero sin embargo permiten que estas sean producidas. Karl Polanyi, en quien se inspira O’Connor, las llama “mercancías ficticias”, para recalcar que aunque sean consideradas como mercancías, su ontología es distinta de la de las mercancías normales. Ejemplo: el trabajo, la tierra o incluso la moneda. A medida que se desarrolla el capitalismo, debilita y hasta destruye sus condiciones de producción. Si el petróleo –una mercancía ficticia si las hay– barato permitió durante más de un siglo el funcionamiento de lo que Timothy Mitchell llama la “democracia del carbono”,109 su escasez encarece considerablemente esa condición de producción. Esta presión al alza sobre las condiciones de producción, el hecho de que el capital las necesita pero al mismo tiempo no puede hacer otra cosa que agotarlas, es lo que O’Connor llama la “segunda contradicción” del capitalismo, la contradicción entre el capital y la naturaleza, siendo la primera la que opone el capital y el trabajo.110 Estas dos contradicciones se alimentan una de otra. El trabajo humano, en la medida en que genera plusvalía –valor– al transformar la naturaleza, es la categoría que garantiza que la historia natural y la historia social son una sola y misma historia; en otras palabras, que estas dos contradicciones están entrelazadas. La primera contradicción conduce a una baja tendencial de la tasa de ganancia, es decir, a la aparición de crisis profundas del sistema capitalista. La segunda, por su parte, induce un encarecimiento creciente del mantenimiento de las condiciones de producción, que pesa igualmente a la baja en la tasa de ganancia, puesto que volúmenes crecientes de 120

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capitales empleados en este mantenimiento, por ejemplo en busca de reservas de petróleo de un acceso cada vez más difícil, no son transformados en ganancias. El Estado moderno debe ser concebido como la interfaz entre el capital y la naturaleza. Es la instancia que regula el uso de las condiciones de producción, con el objeto de que puedan ser explotadas por el capital. La naturaleza entregada al capital sin interfaz sería rápidamente destruida por él. Si el capitalismo necesita al Estado, es por lo tanto en primer lugar con un objetivo de autolimitación. Y también, como vimos, con un objetivo de construcción de la naturaleza. Esa es la razón por la cual la cuestión central para todo movimiento ecológico digno de tal nombre es la cuestión del Estado. Al acortar la escala temporal, esta cuestión puede ser abordada de manera un poco diferente. La crisis ambiental no es solamente un problema que debe administrar el capitalismo, que pesa negativamente sobre la tasa de ganancia. Puede ser una verdadera estrategia de acumulación.111 Como lo mostró Gramsci, las crisis siempre son momentos ambivalentes para el capitalismo. Por un lado representan un riesgo para la supervivencia del sistema. Pero por el otro son también ocasiones para generar nuevas oportunidades de ganancias. La crisis ambiental no escapa a esta ambivalencia. El huracán Katrina, por ejemplo, destruyó volúmenes colosales de capital. Pero también permitió la expulsión y la rentabilización de barrios hasta entonces populares y por lo tanto poco rentables, así como la privatización masiva de los servicios públicos, sobre todo las escuelas. Otro tanto ocurre con el tsunami de 2004 en Asia, que condujo al cercamiento de numerosas regiones costeras y suscitó la instalación de cadenas internacionales de hotelería y de alimentación. Todos los ejemplos evocados en este capítulo, desde los bonos catástrofe a los derivados climáticos, pasando por los mercados de carbono y los species swaps, dan testimonio de la manera en que el capital saca provecho de la crisis ambiental en curso. La crisis, pues, no tiene únicamente efectos negativos para el capital. “Capitalizar sobre el caos” es siempre una posibilidad para él.112 Este punto de vista, en el fondo, no contradice el de James O’Connor. Se trata de perspectivas diferentes sobre un mismo fenómeno. En el corto plazo, el capitalismo 121

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logra sacar provecho de la crisis. Sin embargo, la constante presión que se ejerce sobre las condiciones de producción permite pensar que su supervivencia en adelante está en juego.

Conclusión Resumamos el camino recorrido hasta ahora. El desarrollo industrial –el capitalismo– está en el origen de la crisis y de las desigualdades ambientales. Este sistema, sin embargo, también produce, en un mismo movimiento, “anticuerpos” para hacerle frente. Uno de ellos es la financiarización. Esta protege a la inversión de las consecuencias del cambio climático, amortiza el aumento del costo de las “condiciones de producción” a la que da lugar y al mismo tiempo permite sacarles provecho, en un contexto global marcado por una crisis económica de larga duración. La financiarización, pues, es una primera reacción del capitalismo ante la crisis ecológica. Ahora se trata de volvernos hacia un segundo mecanismo que permite al sistema precaverse frente a los efectos de esta crisis: la guerra. Debido al incremento de las desigualdades que suscita, la crisis ecológica induce conflictos armados de un nuevo tipo. Produce evoluciones en las modalidades de la violencia colectiva, que inauguran una nueva era en la historia de la guerra. Además de financiarizarse, la crisis ecológica se militariza. Por otra parte, los militares son conscientes de esta evolución. Desde hace algunos años, en efecto, integran las consecuencias del cambio climático en sus análisis estratégicos…

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