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Editorial

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odo comienza cuando un hombre y una mujer hacen el amor. Un niño aprovecha este encuentro para entrar en la vida. Antes que ellos, sus padres y los padres de sus padres les transmitieron la vida que ahora ellos heredan al niño. Antiguas memorias llegan a través de ellos, generación tras generación. Promesas.

Para crecer como humano, cada nuevo individuo vivirá sus propias experiencias que le permitirán construirse. Son los encuentros, las emociones, los lugares y las experiencias que vivimos los que, interactuando con los genes, le permitirán hacerlo. Femenino y masculino. Un niño, fruto único de ese encuentro entre un hombre y una mujer. Vida nueva que es creada, llena de energía para adentrarse en ese gran viaje que es la vida. Acompañado y confirmado afectivamente por sus padres, el niño crece y desarrolla su sentimiento de seguridad. Nos desarrollamos mejor en la ternura y la suavidad. Un placer compartido que les hace bien a los tres, más allá de las circunstancias exteriores. La ternura no es patrimonio de ninguna clase social, de ninguna raza o religión. Es una cualidad de todos para todos. Llevamos con nosotros, para todo el camino, las huellas de todo lo vivido, íntimas memorias guardadas en lo profundo de nosotros mismos. Todo lo que sucede en esa rica época de los inicios nos da la base para construirnos. Conocer nuestra historia primera nos da confianza, permite que nos sintamos fuertes para afrontar las pruebas de nuestras vidas. Crecemos mejor. Es nuestra historia, nos pertenece. Por eso nuestra misión es traer el nacimiento a la cultura para que forme parte de nuestras conversaciones, nuestras creaciones y nuestra vida social compartida. Sabemos que en el origen están los tesoros que esperan venir al mundo a través nuestro. Podemos aprender a vivir juntos en esa otra inteligencia. Ocuparnos del nacimiento es empezar por el principio.

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Primer Museo d del Mu La Fundación Creavida trabaja para «la causa del nacimiento» desde hace ya quince años. Creemos que en el inicio de la vida hay una fuerza y un potencial que quieren llegar al mundo. Trabajamos para traer el nacimiento a las conversaciones cotidianas. Trabajamos para recuperar su lugar y su valor. Todos tenemos un origen. Todos nacemos de parto. Es el inicio de nuestra historia. En su interior hay un tesoro para todos y para cada uno. Nuestros orígenes nos pertenecen. Allí están los dones y los talentos que cada uno trae consigo. Sabemos que vivimos en una época en la que una nueva conciencia puede emerger. El inicio de la vida nos enseña los cuidados que «lo nuevo» necesita para poder crecer, para que ese crecimiento conserve su propio sentido. Tomar conciencia del nacimiento como símbolo nos reimpulsa en los distintos momentos de nuestra vida.

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o del Nacimiento Mundo Durante estos quince años, hemos realizado múltiples acciones para traer el nacimiento a la cultura. Hoy nos convoca el proyecto de crear el Primer Museo del Nacimiento del Mundo, sostenido por el trabajo y la misión de la Fundación Creavida. Queremos exponer allí obras de todas las artes, que les permitan a los visitantes entrar en contacto con ese tiempo esencial del gestar y del nacer. Lo hemos concebido como un espacio donde ofrecer —además de la muestra permanente que habitará el Museo—actividades culturales, musicales, históricas, antropológicas, teatrales, de danza..., todas alrededor del nacimiento. ¿Por qué un museo? Porque confiamos en el arte como lenguaje privilegiado para llamar y desarrollar los valores de humanidad que llevamos dentro. Lenguajes afines con la exquisita y potente sensibilidad de lo naciente. Sabemos que cuando muchas voluntades se aúnan en una misma dirección, las grandes causas se vuelven posibles. Podés ser benefactor de esta causa —la causa del nacimiento—, y acompañarnos a hacer de este proyecto una realidad.

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Eventos

24 Horas de meditación por la Tierra Este mes de noviembre, dos grandes eventos reúnen a la humanidad alrededor de tomar responsabilidad sobre la construcción del futuro. El primero, comenzando el mes, una meditación llamada a concentrar la intención en la paz. ¿Qué pasa cuando millones de voluntades, corazones, intenciones, atenciones, deseos... se encuentran juntos en el tiempo hacia una misma dirección? Mucho más que la esperanza de poner fin a las más de quince guerras existentes actualmente y a las tantas otras formas de plagas; el llamado nos invita a una nueva manera de acción. Finalizando el mes, la convocatoria será alrededor de la cumbre mundial sobre el clima, en París. Otra acción que centrará las atenciones del mundo para crear futuro. Serán rituales a los que cada uno podrá sumarse a su manera, creando desde sí la fuerza que contribuirá a mejorar este lugar de todos, para nosotros y para los que vienen después.

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Eventos

VI CONGRESO INTERNACIONAL DE HAPTONOMÍA 19 Y 20 DE MARZO - 2016 CITÉ DES SCIENCES, PARÍS, LA VILLETTE Bajo el tema «Haptonomía y Prevención», se realizará en París, el próximo marzo, el VI Congreso Internacional de Haptonomía. Investigación y actualidad científica pondrán en evidencia el valor preventivo del reconocimiento, la seguridad afectiva y la seguridad de base, entre otras nociones que esta ciencia de la vida afectiva desarrolla en su estudio del ser humano desde la concepción; así como también la conquista de sus posibilidades en pedagogía o la reconquista de sus potencialidades en haptopsicoterapia. En la práctica haptonómica, el original abordaje de los hándicaps y del sufrimiento psíquico ayuda contra la exclusión a quienes no pueden sostener solos su minusvalía para tomar o retomar su lugar. Será igualmente abordada la prevención del maltrato, que pone en relevancia el respeto del humano en su ser y en su singularidad de persona dependiente en un mundo en el que los valores humanistas son alterados y, a veces, hasta ultrajados. Trabajaremos para que estos dos días sean un tiempo de descubrimiento y de placer en los encuentros. Inscripción y más información a través de la página del CIRDH Frans Veldman: evenement@haptonomie.org info@fundacioncreavida.org.ar

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¿Quién es la Mujer Salvaje?

«Un cuento es un mensaje de ayer, destinado a mañana, transmitido a través del hoy». AMADOU HAMPÂTÉ BÂ (Recolector, contador y poeta africano)

Desde la noche de los tiempos, los hombres, las mujeres y los niños de todas las latitudes y todas las tradiciones, bajo todos los cielos, escuchan cuentos maravillosos para oír hablar de manera simbólica sobre la iniciática aventura del camino espiritual.

Mujeres que corren con los lobos nos permite conocer esos cuentos que le hablan al alma y entender mejor sus mensajes, para ser capaces de expresar —apoyadas en sus símbolos— las secuencias de imágenes arquetípicas. Dentro de nuestras propias experiencias de vida, estas imágenes surgen del orden de lo inefable, lo indecible y el misterio. Dejándonos elegir por los cuentos, descubrimos juntas la riqueza infinita de su sentido y la multiplicidad de las palabras narradoras, enriqueciéndonos así las unas a las otras. 10


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«La Mujer Salvaje es una especie en peligro de extinción». Así comienza el libro Mujeres que corren con los lobos, de Clarissa Pinkola Estés. Nos dice también que la Mujer Salvaje no es alguien que va a dejarse atrapar por conceptos. Podemos reconocer su presencia a través de las sensaciones que deja en nosotras cuando pasa. ¿Una huella? ¿Un aroma? ¿Una sombra? Los sentidos nos permitirán reconocerla. Si abrimos espacio para la vida, la Mujer Salvaje se presentará; y si ella viene, aprenderemos. No del modo habitual en el que estamos acostumbradas a aprender, sino de una manera que se parece más a «recordar». Algo se despierta, se despereza, se siente nombrado dentro de nosotros. «La naturaleza femenina ha sido saqueada, rechazada y reestructurada. Durante miles de años, fue relegada a un territorio yermo de la psique. Las guaridas de la Mujer Salvaje se han arrasado, y sus ciclos naturales fueron obligados a adaptarse a unos ritmos artificiales para complacer a los demás», dice el libro. Transmite la convicción de que la maltrecha vitalidad de las mujeres puede recuperarse realizando excavaciones psíquicoarqueológicas en las ruinas del subsuelo femenino. La palabra «recuperación» es clave en este libro. Es una palabra excelente para nosotras, porque «nos pone en el camino». A veces, lo que primero recuperamos es el recuerdo de haber perdido algo que, sin embargo, no sabíamos que teníamos. Son muchas las recuperaciones que vamos haciendo en el largo camino de retorno a nosotras mismas. Las vamos descubriendo mientras avanzamos en nuestra vida. La relación con la corporali-

dad, con nuestra voz, con el movimiento; la relación con el silencio, con la quietud, con los rituales... Se habla muchas veces de «recuperar una cierta calma». También necesitamos recuperar el sentido del espacio para salir de lo apretado y reducido, y acceder a lo amplio. Utilizamos la voz de nuestra vida, de nuestra mente y de nuestra alma para recuperar la intuición y la imaginación. La Mujer Salvaje nos apunta en voz baja las palabras, y nosotras la seguimos. Tiene muchas cosas para enseñarnos. Es preciso, también, recuperar una cierta visión, una visión más amplia que nos permita ver más allá de lo evidente y aprender las maneras de la psique instintiva natural. A través de este arquetipo, el de la Mujer Salvaje, podemos discernir las maneras y los medios de la naturaleza instintiva más profunda, la que reestablece la antigua sabiduría. El objetivo es la recuperación de las bellas y naturales formas psíquicas femeninas, y la ayuda a ellas mismas.

«La naturaleza femenina ha sido saqueada, rechazada y reestructurada. Durante miles de años, fue relegada a un territorio yermo de la psique. Las guaridas de la Mujer Salvaje se han arrasado, y sus ciclos naturales fueron obligados a adaptarse a unos ritmos artificiales para complacer a los demás».

Los mitos y los cuentos nos dan interpretaciones que aguzan nuestra visión, y nos permiten distinguir y reconstruir el camino trazado por la naturaleza salvaje. Las enseñanzas que transmiten nos infunden confianza para seguir avanzando en el camino que conduce al conocimiento cada vez más profundo de nosotras mismas. En otra de sus obras, la autora nombrará ese proceso de profundización en el conocimiento como la mayor libertad de las mujeres: la de seguir «reenraizándonos» en el territorio de nuestra psique. Eligió llamar de esta manera al arquetipo que propone rescatar, porque son dos palabras que resuenan: «mujer» y «salvaje». Los nombres con los que nombramos esa naturaleza hacen vibrar algo en nosotras que llama a una

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puerta interior. Abren un pasadizo que hace que «algo muy antiguo» resuene adentro. El parentesco con lo salvaje es «eso» que tañe en nuestro interior, que hace vibrar lo que dice «¡Sí!». Lo sentimos, aunque no lo comprendamos intelectualmente. Puede que «eso» que tiembla en el interior, y que se mueve cuando se escuchan esas palabras, haya sido enterrado bajo un exceso de domesticación o que haya sido prohibido por la cultura que nos rodea haciéndolo ininteligible, pero esta allí, y cuando oye su nombre, se manifiesta de algún modo, a veces de manera fugaz, pero nos hace sentir el deseo de seguir adelante. Algunas mujeres sienten el aroma de lo salvaje cuando gestan o cuando paren a sus hijos, en las relaciones amorosas, cuando cuidan un jardín o contemplan la belleza, ante la naturaleza, a través de las emociones, el latido del corazón, la música o las palabras habladas o escritas... Es «eso» que

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nos recuerda de qué materia estamos hechas. Nacimos de esa naturaleza, y de ella derivamos en esencia. El anhelo aparece cuando nos damos cuenta de que le dedicamos poco tiempo a la hoguera mística, a la vida creativa o a la obra de nuestra alma. Es decir, hay experiencias que — tanto por la belleza como por las pérdidas— nos hacen sentir desnudas, alteradas y ansiosas de ir en busca de esa naturaleza salvaje. Una vez que las mujeres la hayan recuperado, lucharán con todas sus fuerzas por conservarla, porque la vida creativa florece con ella, las relaciones cobran significado y profundidad, se reestablecen los ritmos; ya no somos blanco de las depredaciones de los demás, y tenemos el derecho a crecer y a florecer, como todo en la naturaleza. Adquirimos algo —más bien «alguien»— dentro de nosotras que nos dice cómo se-


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guir a continuación, y esa relación que establecemos con ella resplandece a través nuestro. El arquetipo de la Mujer Salvaje envuelve el alfa matrilineal, lo cual quiere decir que es un arquetipo que dirige y guía a todos los otros arquetipos femeninos. Ella engendra todas las fuerzas importantes de la femineidad. Está claro que «salvaje» no quiere decir «falto de control», sino algo que tiene la integridad de la existencia natural provista de límites saludables.

tos y esfuerzos que fortalecen a las mujeres, y tener en cuenta los factores interiores y culturales que las debilitan. Los Grupos de Mujeres de 9 a 80 años de la Fundación Creavida cultivan esta relación esencial desde hace 15 años. De la mano del libro y de la dinámica que hemos creado para abordarlo, recorremos el camino del desarrollo personal.

(Más información en http://fundacioncreavida.org.ar/grupos/).

La Mujer Salvaje es la fuerza que está detrás de la naturaleza instintiva. Es tan inmensa que no tiene un solo nombre, aunque sean muchos los que aluden a ella. Es importante darle un nombre, el que sea más evocador para cada una, porque de esa manera se la puede llamar y se puede reestablecer, entonces, todo el ecosistema que viene con ella, y crear así un ámbito de pensamiento y sentimiento en nuestro interior. Así vendrá y, si la valoramos, se quedará. No es una religión, sino una práctica. Una práctica no quiere decir una repetición de gestos, sino un tipo de acción particular, específica, en la que confluyen la atención, la intención y el sentir, en un hacer sostenido. Es una psicología en el sentido más esencial del término, es decir el logos, el conocimiento del alma, un conocimiento que nos aguza el oído para escuchar el alma. Entonces, la Mujer Salvaje es la salud de todas las mujeres. Es nuestra base. Sin ella, la psicología no tiene sentido. Para comprenderla, captarla, aprovechar lo que nos ofrece y transparentarla —ya que viene al mundo a través de nosotros—, tenemos que interesarnos más por los pensamientos, sentimien-

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La placenta, ese órgano olvidado «Imagina un mundo en el que cada ser humano nace con la capacidad intacta de amar». Robin Lim 14


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n un viaje que me ha llevado toda la vida, y noches sin dormir mientras acompañaba el nacimiento de nuevos seres a este mundo, me di cuenta de que ha habido un gran malentendido esencial en la forma en que nosotros, hijos y pobladores de la Madre Tierra, evolucionamos.

Protegiendo a los bebés a la hora de nacer, comenzará un mejor mundo, con un potencial de cambio sanador, en una generación.

Hay un centro que falta, y es la placenta. Hay muy poca información científica que pruebe que las hormonas son el puente entre espíritu y materia, por lo que no puedo probar que la placenta, el órgano más rico en hormonas, es el chakra olvidado. Sin embargo, cada uno de nosotros debería sacar sus propias conclusiones. Yo, por mi parte, he acompañado miles de nacimientos, y he hecho conexiones. Desde mi punto de vista de partera, madre, abuela y anciana, el mal uso de la tecnología, la separación de la madre y el bebé, la poca amabilidad y dulzura en el nacimiento causan un profundo trauma y dolor. Y este trauma nos «persigue» durante toda nuestra existencia; por lo general nos lleva toda nuestra vida sanarlo, si es que podemos. Jeannine Parvati dice: «Sanar el nacimiento sana la Madre Tierra». Creo que el pecado original es el trauma de nacimiento, porque él determina la forma en que impactaremos nuestro ambiente como especie. Por ello, protegiendo a los bebés a la hora de nacer , comenzará un mejor mundo, con un potencial de cambio sanador, en una generación.

El árbol de la vida Las raíces de los árboles toman la humedad y los nutrientes de la Madre Tierra, y por medio de su «transpiración» devuelven esas aguas a la atmósfera, a través del milagro de la lluvia. Al mismo tiempo, los árboles transforman el dióxido de carbono en oxígeno.

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madre y hace de panel de control del vientre-buque que te mantiene hasta que naces. Fue concebida en el momento de tu creación. Tu placenta es genéticamente exacta a ti. Aunque compartes algo de la identidad genética de tus padres, a menos que tengas un hermano gemelo monocigótico (idéntico), nada ha sido nunca tan perfectamente exacto a ti como tu placenta. La reproducción sexual, el acto de crear nueva vida, solo funciona porque existe la placenta. Como mamíferos, nos reproducimos sexualmente, así es que el sexo es el azulejo más rojo y más cálido en el mosaico de nuestra vida terrenal, y la placenta es el mandala que está en el centro de ese milagro.

Por la lluvia y por el aire, los árboles purifican nuestro medio ambiente. ¡Esta misma relación y estas mismas acciones las vemos en las placentas! (No solo en la placenta humana, sino en la de la mayoría de los mamíferos). La placenta es la conectora de la madre y el bebé; nutre, da oxígeno y permite la vida en el vientre materno, así como los árboles sustentan la vida en la Tierra. La placenta —la raíz de tu origen— es un órgano milagroso que comparte y protege tu vida. Es el hilo conductor que te une con tu

Históricamente, los relatos de nuestra creación nos hablan de la Madre Tierra dando a luz al mundo: su fluido amniótico se convirtió en océanos y la placenta se convirtió en el Árbol de la Vida. Ello demuestra cuán esencial es la placenta para nuestra supervivencia y cuán imbuida está en nuestra psique. De acuerdo con la Teoría del Caos, los sistemas dinámicos son sensibles a las condiciones del comienzo. Los seres humanos son sistemas extremadamente dinámicos, y nuestra supervivencia depende de la fortaleza de nuestros sistemas inmunológicos individuales. La placenta es el «Comandante en Jefe» del sistema inmunológico del bebé durante su desarrollo embrionario (es decir, la condición del comienzo). Así pues, debemos pro-

La placenta es la conectora de la madre y el bebé; nutre, da oxígeno y permite la vida en el vientre materno, así como los árboles sustentan la vida en la Tierra. 16


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teger las placentas de nuestros descendientes, siendo respetuosos durante la transición hacia su nacimiento, para dar a nuestros hijos el mejor comienzo posible y proteger el auténtico cimiento de sus sistemas inmunitarios. Los comúnmente llamados «miedos naturales» —a caernos, a los sonidos fuertes, a lastimarnos o a tener dolor— son miedos que comenzaron en el momento del nacimiento. La mayoría de los humanos aprende a vivir con estos miedos y a hacerles frente, ya que son instintivos y nos ayudan a sobrevivir. Sin embargo, los miedos «antinaturales» —de separación, abandono, soledad y muerte— se marcan en la psiquis debido a traumas, y así, solo pocos de nosotros alguna vez pueden superarlos. No estamos solos en el vientre. Desde el comienzo, disfrutamos el confort que nuestra hermana placenta nos ofrece. Con ella, compartimos la canción del corazón de nuestra mamá. En verdad, no nacemos solos, ya que nuestra placenta comparte nuestro nacimiento con nosotros. A las Guardianas del Nacimiento: Creo que si es necesario cortar el cordón, hay que hacerlo con reverencia y con una intención pura, ya que una vez rota la trinidad bebé-cordón-placenta, no puede ser restaurada.

Extracto del libro La placenta, el chakra olvidado, de Robin Lim Traducción y adaptación: Violeta Taboas Publicación integral: Realizada por Adriana Marcus en los cuadernos de Cuidadanía

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La relación que sana Cuando el nacimiento trae «PAZ»

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oy nieta de la Segunda Guerra Mundial, de la generación que les «devolvió la voz» a quienes callaron durante décadas en el intento de reconstruir(se) sobre las ruinas, las de ladrillos y las de sus almas. Me veo de pequeña, atravesando con paso incierto el puente de la transmisión transgeneracional que une el trauma colectivo al trauma individual.

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El trauma se desliza silencioso, penetrando mi historia, en sus múltiples representaciones, miradas, palabras, voces, imágenes, sonidos, olores, sabores, cuerpos, y formas de personas que habitaron el mundo de mi infancia y de mi adolescencia. Fui una niña curiosa, y no perdía la ocasión para acurrucarme y escuchar sus historias. En sus ojos, percibía a ratos la velada y grisácea mirada de lo vivido. En sus voces, descubría la pulsión por


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la vida y —en ocasiones— también el humor, elemento fundamental para cultivar la resiliencia humana. Sus voces me llevaron a «seguir el hilo de la memoria» y a tomar la decisión de estudiar la carrera de Psicología en Alemania. Sentía la necesidad de conocer de primera mano los lugares y las personas, confrontarme con las tres generaciones después de la Guerra. Y mirarlos a los ojos, escuchar sus voces. ¿Resonarían con la mía? Este ha sido el camino que me condujo hasta aquí, sin antes saber que para nacer como psicoterapeuta dedicada a acompañar la transformación de la herida del alma en «cicatriz de Vida» era preciso sentir la Muerte hasta en la última de mis células, y así recibir el regalo inexplicable, misterioso e inmensamente grato de seguir en la Vida. Mi compromiso con las y los supervivientes de experiencias traumáticas radica en mi esencia, en lo más profundo de mi ser. A la vez, lo vivo como un legado de mi generación, una responsabilidad individual que siento también como colectiva. Mi vocación está puesta a su servicio. En estos últimos veinte años, me dedico a acompañar a aquellas personas que sufren el impacto de experiencias traumáticas por mano de otro ser humano. Me interesa investigar y prevenir el posible impacto del trauma obstétrico en la salud mental y relacional del ser humano, especialmente de la madre y de la criatura. Hace poco más de diez años, empezaba a atender mujeres sobrevivientes de partos muy medicalizados, instrumentales y de cesáreas. Algunas habían sido víctimas de abuso o agresión sexual a lo largo de su infancia o adolescencia, antes de ser madres. Las mujeres se me mostraban como «muñecas rotas». Muchas presentaban una sintomatología (no siempre completa) de Trastorno por Estrés Postraumático.

Acompañar mujeres que han transitado con terror el delicado momento de pasaje de mujer(-hija) a (mujer-)madre significa ser invitada a ser testigo de traumas que radican en la profundidad de lo femenino, que suelen quedar invisibles y desapercibidos por el mundo exterior. Este trauma huele y sabe a entrañas femeninas, pasa por momentos de vida sombríos, donde nos disponemos a caminar y a detenernos de forma intermitente en la oscuridad y en la confusión, buscando una posible salida hacia la luz, tal y como suele ocurrir cuando irrumpe la vida. Aprender a conocer los orígenes, el impacto y las consecuencias de un trauma en el apogeo del acto de dar a luz —fisiológica, emocional y espiritualmente tan parecido al acto sexual— me lleva a seguir el hilo de su re-significación, acompañando el proceso de su transformación y a comprender en profundidad la importancia de su resolución y, sobre todo, de su prevención para la promoción de la salud global de todos: madre, criatura, padre/pareja y del nuevo sistema de la familia recién nacida.

Es un privilegio poder estar al servicio del proceso terapéutico de mujeres que, finamente, llegan a re-nacer(se), a «parirse» de nuevo, con un bebé en brazos, como adultas y, en el mejor de los casos, empoderadas.

Es un privilegio poder estar al servicio del proceso terapéutico de mujeres que, finamente, llegan a re-nacer(se), a «parirse» de nuevo, con un bebé en brazos, como adultas y, en el mejor de los casos, empoderadas. ¿Y cómo «se hace» para acompañar a alguien a salir de su oscuridad? ¿Cuál es el camino que «hay que» andar para salir del Infierno? ¿Acaso existe de verdad «el» camino certero? Preguntas que encuentran como respuestas algunos dogmas, en cuanto la ciencia les confiere la validez y un semblante perpetuo e irrevocable. Recetas milagrosas, casi siempre efímeras. Busco más allá, y entonces voy experimentando en un camino que comparto con otras muchas mujeres, ni el único ni el mejor,

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sino sencillamente un camino posible, donde la senda de la cicatriz no es la de las «técnicas efectivas e infalibles», ni la de los protocolos, ni la de las mejores teorías. Es una senda que baja a lo desconocido y a lo temido, hacia las oscuras profundidades de la tierra, de los úteros, allí donde las voces se hacen sutiles y donde se logra ver una vez que acostumbramos la vista interior a las tinieblas. Es bajar al Infierno y volver..siendo otra. Se trata de recorridos únicos y transformadores, a la vez que de una cuestión de salud pública y de derechos humanos fundamentales. Más que de «hacer» se trata de «estar», tal y como soy, sosteniéndome no solo en mis conocimientos y experiencia, sino también en la confianza en la otra persona y en la vida, que siempre tiende a buscar la vía de la salud. Encontrar el valor de «estar» para con el otro, aceptando su realidad, su dificultad de contacto, sus interrupciones, sus tiempos y ritmos, su proceso «de vuelta a la vida de los vivos» es la clave que a menudo abre la puerta de la reparación. Desde este lugar, es posible presenciar el milagro de la alquimia del trauma en «empoderamiento postraumático». Esto puede ocurrir cuando es posible sanar desde la calidad y calidez de la relación. Mi desafío, entonces, es el de estar atenta, desde una actitud de escucha activa y de soporte, desde el corazón confiado y la mente despejada por si se requiere la intervención puntual y rigurosa. Y mi «respons-habilidad», la de facilitar la posibilidad para que pueda generarse una relación terapéutica que sea también humanamente genuina, donde el amor termina sanando las heridas del alma para convertirlas en «cicatrices de Vida». Naima llegó a mi consulta por primera vez embarazada de su segundo bebé, casi entrando en el último trimestre de una gestación

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saludable y activa. Sentada cómodamente, con las piernas cruzadas en el sofá verde, descalza y con su largo pelo rizado recogido suavemente en la nuca, Naima habitaba plena y radiante su elegante cuerpo embarazado. Desde aquella primera sesión, me llamaron la atención su sutil inteligencia, su templanza y el profundo deseo de preparar un terreno fértil para acoger con amor y con el máximo respeto al bebé que venía en camino, cuyo sexo sería una sorpresa por descubrir una vez llegado al mundo. Me resultó especialmente fácil disponerme a escucharla con atención. Su voz era cálida, su ritmo pausado y su melodía exótica, enriquecida por palabras en idiomas que nos sorprendió tener en común. Le pregunté, entonces, acerca de su origen. Me contestó que sus raíces eran palestinas. Creo recordar que pronuncié un breve «mhmm» antes de que me invadiera un calor extraño, que recorrió todo mi pecho, cuello y cabeza. Durante algunos segundos, me sentí nublada, atrapada en una sensación de desconcierto, inseguridad, dudas e idearios de transferencias, contratransferencias, teorías, temores... De repente, me sentí una intrusa, por instantes inoportuna, sin derecho a estar en el lugar que ocupaba, accediendo a la intimidad de una mujer que podría no confiar nunca en mí tan solo por lo que yo podría representar en su realidad y en sus fantasías. ¿Para qué la vida me estaba poniendo delante esta mujer? ¿Cómo podría estar a su lado en un recorrido tan íntimo, de reparación de heridas? ¿Cómo construiríamos una relación terapéutica de confianza? Afortunadamente, interrumpí el momento y ahuyenté las paranoias en un solo gesto. Mi mano izquierda se movió para buscar un vaso de agua en la mesita a mi lado. Tragué un sorbo de agua, tratando así de disimular mi incertidumbre.


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Respiré hondo y volví a la escucha presente, dispuesta, enternecida por la cómica situación que se estaba desarrollando en mi consulta, digna de una película de Woody Allen. Y me sonreí por dentro. Al final de aquella primera sesión, sentía en cada rincón de mi cuerpo y de mi corazón que estaría muy bien dispuesta a acompañar a Naima en su camino de búsqueda de un parto respetado y reparador de una cesárea anterior. Y también a comprender el sentido de aquella cesárea que aún dolía, nunca aceptada. Y a bucear en la intimidad de la tierra vulnerada, de una mujer cuyas raíces y cicatrices se confundían en nudos antiguos y dolores negados. Mi gran dilema era «una vez más en mi vida» sentirme legitimada en lo que estaría por emprender. La Vida me estaba poniendo, una vez más, delante de un gran desafío. Me encontraba por primera vez como terapeuta en la tesitura de desnudar una parte de mi alma frente a una paciente sin aún conocernos, ¡en una primera sesión! Sentía que era una cuestión de honestidad. Era preciso que ella eligiera, que se sintiera libre de irse a tiempo. Sentía que no podría continuar recibiéndola manteniendo en secreto mis orígenes, negándole la opción a elegir. Tampoco estaba dispuesta a asumir el riesgo de que un día pudiera sentirse defraudada por ocultarle mi realidad... ¿Qué hacer? ¿Cómo afrontar esta nueva situación antes de que se convirtiera en una de mis «escenas temidas»? Recordé, entonces, mis terapeutas y maestras... Es sorprendente cómo la mente puede procesar en breves fracciones de segundos recuerdos, emociones, conceptos tan complejos y elaborar razonamientos basados en verdades profundas, la ética sobre la cual cada uno construye su estar en el mundo. Me pasó por la mente como un relámpago una frase de Laura Perls, madre de la Terapia Gestalt:

«Describo problemas y experiencias de mi vida y de otros si creo que van a ayudar al paciente a estar más consciente de su propia posición o potencial». Sin relación no hay proceso. Y si no están las bases de confianza y honestidad, no hay relación terapéutica posible. Respiré hondo antes de comunicarle a Naima lo que sentía que estaba en su derecho a saber de mí, antes de tomar la decisión de si quería seguir explorando conmigo las cuestiones que le preocupaban. La puse al corriente de mi origen hebreo en una sola y escueta frase. Cerrar esta primera sesión implicaba estar dispuesta a que fuera la última. Sus ojos parecían divertidos cuando su boca pronunció su decisión de seguir adelante conmigo. Se había informado previamente y,

Sin relación no hay proceso. Y si no están las bases de confianza y honestidad, no hay relación terapéutica posible.

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para mi gran sorpresa, ella ya me había elegido. ¡Jaque mate! Nos reímos. Y de ahí pasé a mirar la agenda para la siguiente visita. Durante cuatro meses, Naima siguió un recorrido profundo, a ratos doloroso, adentrándose en las profundidades de sus miedos, comprendiendo y aceptando el rechazo a las manos masculinas en proximidad de las aguas de la vida, reparando la confianza violada por ser joven, ingenua y por estar cansada... Exploramos los misterios de los partos espontáneos y tan auténticamente mamíferos que ella conoció en los campos de refugiados, donde los bebés vienen al mundo deslizándose con facilidad por el canal del parto a pesar del olor a guerra. Y convenimos que la vida pulsa, a pesar del miedo a la muerte. Trabajamos con la tierra, sus tierras, con la intención de sanar también su tierra más íntima, donde su bebé demostraba haber encontrado suficiente calor, fertilidad y cobijo, decidiendo quedarse para crecer en seguridad. Cada sesión nos guardaba una joya, nuevos descubrimientos y piezas que iban componiendo una nueva melodía para la próxima

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maternidad de Naima. Cantamos y hablamos en algún momento de la placenta y de los misterios que guardaba. Ella quería saber, se demostraba curiosa. Su actitud me permitió abrirme para transmitirle lo que aprendí en estos años de investigación y pasión por la placenta humana. En ocasiones, sentí cómo nuestra relación se iba fortaleciendo mientras conversábamos acerca de este órgano tan maravilloso e inteligente que nutre y hace compañía al bebé desde su concepción y a lo largo de toda su gestación. Yo llamo a la placenta, con amor, «el alma gemela del bebé», porque, en definitiva, es genéticamente idéntica a la criatura y —de alguna manera— parte de ella. Naima empezó a interesarse por los remedios placentarios y también por el «parto integral», que prevé el más profundo respeto por la fisiología del nacimiento. En este caso, no solo se respetan los tiempos y ritmos del bebé para venir al mundo, los tiempos de alumbramiento de la placenta y del latido del cordón, sino que también se espera el tiempo necesario para que el bebé y su placenta puedan separarse sin interferencias ni dolor, sin corte, sin heridas, dando

así al recién nacido la oportunidad de recibir toda su sangre junto a los minerales, las vitaminas y las hormonas que la placenta guarda en su interior... Cuando está preparado, tras una suave transición de la vida uterina a la vida extrauterina, sin trauma y después de recibir todo lo que su «alma gemela» tenía por darle para emprender el camino de esta vida, el bebé suele despedirse de ella con un gesto claro, apartando el cordón ya seco de la base en la que está injerto en su vientre. A partir de este momento, el bebé nace, nuevamente, hacia una nueva vida: decidió separarse del útero materno y también decidió separase de su «alma gemela». Está preparado para la Vida, habiendo decidido con autonomía sus primeros pasos y acciones. Cuando se me pregunta acerca de ello hablo con pasión de la ecología del nacimiento integral y su magia... A algunas mujeres les llega muy profundamente el sentido de esta forma de venir al mundo. También Naima le encontraba un sentido. Su autoconfianza crecía; cada semana sus deseos se mostraban más claros, y contundentes sus decisiones con res-


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pecto al parto y al nacimiento. Contaba con el apoyo de su compañero de vida, quien confiaba en ella y se acercaba a esta nueva paternidad desmontando con empeño y mucho sentido común algunos de los dogmas de la Medicina occidental. Naima buscó, con suficiente tiempo, olfato fino y lúcido criterio a las profesionales que confiaron desde el primer momento en su capacidad de parir después de una cesárea anterior, matronas con quienes entró en sintonía y con quienes planificó su parto, en casa. Fui llamada en el medio de la noche, inmediatamente después del nacimiento de una preciosa niña, para acudir a la casa. Me abrió la puerta la madre de Naima, una mujer que me transmitió ternura y —a la vez— la estabilidad de un roble. El ambiente saturado de oxitocina, el olor a parto y el brillo en los ojos de los presentes me embriagaron, y me contagiaron rápidamente amor y felicidad. Encontré a Naima tumbada al lado de su bebé, cansada y feliz, irradiando aquella belleza divina que las mujeres desprenden tras un parto fisiológico. La criatura estaba aún unida a su placenta cuando la matrona se acercó con una tijera para cortar un lóbulo del «alma gemela» del bebé, tal y como los padres habían planeado, con la intención de preparar Homeopatía para la pequeña. Entonces, mis ojos se encontraron con los de Naima, tras observar cómo había seguido con la mirada atenta el acercarse del objeto metálico que separaría un pequeño trozo del resto de la placenta... Me di cuenta de que sus ojos decían que no… Su voz salió en un hilo: «No, ¡la tijera no!». Mi voz interior me incitó a corroborar que siguiera con su voluntad inicial de cortar, mientras la matrona aseguraba que solo sería un trocito pequeño, que el cordón ya no latía y la placenta no sufriría. La mujermadre lo tenía clarísimo: No.

A continuación, trató de transmitirnos que se sentía amenazada por aquella tijera, símbolo y presagio de un dolor profundo que quería evitar a toda costa. Sentía la intensa necesidad de proteger a su criatura y a la placenta de cualquier intervención superflua. Y quedar en paz.

objeto que le entregué envuelto en papel de seda: una piedra que llevaba conmigo desde que, a principio de los años noventa, recogí en la meseta de Masada, en el desierto de Judea. Allí se quedan nuestras manos, unidas como dos cálidos cuencos protectores, en torno a la Tierra.

Se retiró, entonces, en una habitación junto a su bebé y a la placenta, permaneciendo días y noches en semioscuridad, silencio, disfrute, entre fluidos del cuerpo y del placer, gozando en contemplación de una criatura tranquila, serena, sana, sin interferencias... Una semana después, la bebé tomó la decisión de separarse de su placenta. Y lo hizo con un gesto decidido de su mano, lanzando el cordón muy lejos de su cuerpecito, con una fuerza deslumbrante. Solo entonces recibió el nombre que, finalmente, llegó a los corazones de sus padres como un mensaje claro: «Paz».

Siento en mi interior un profundo agradecimiento, una sanación que va más allá de nuestras existencias y una «Paz» que deseo sea de buen auspicio para todo lo que vendrá, en su vida y en la de todas aquellas personas que sabrán recibirla, con respeto y con amor.

Terminado el cuidado de la placenta con el cual acepté comprometerme, mi misión se cumplía, anunciando mi paulatina retirada, con inmensa satisfacción y felicidad.

GABRIELLA BIANCO

La relación terapéutica logró proporcionar un campo necesario para cultivar la confianza, el respeto y el amor. No solo Naima pudo sanar sus heridas y renacer otra, con una luz y madurez renovadas. Gracias a ella me di cuenta, una vez más, de que mi estar en el mundo donde la vida me ha puesto y donde sigo eligiendo estar, como aliada de la mujer y de la nueva vida que quiere brotar de sus vísceras, me sitúa en un lugar de constante aprendizaje, un lugar privilegiado para tomar consciencia de mis limitaciones, entrenando la escucha desde la presencia y el soporte, básicamente estando, siendo yo. En la sesión de cierre del proceso terapéutico de Naima, unos meses más allá de su parto, me despedí con un largo abrazo y un pequeño

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Después de su primera y exitosa obra, Mujer deseada, mujer deseante, reunimos esta compilación de entrevistas, textos de libros que hablan sobre ella y desgrabaciones de cursos con el fin de transmitir la riqueza de su original pensamiento. Allí encontraremos respuestas sobre el lugar de la herencia de la sexualidad en nuestra historia personal. ¿Por qué trabajar sobre nuestros orígenes? ¿Cómo es ese «encuentro con uno mismo» que es la sexualidad? ¿Por qué cree que la sexualidad femenina sigue siendo un enigma? ¿Cómo transmitimos a nuestras hijas el placer de ser mujeres? ¿Qué es acceder al placer? ¿Qué es hacer el amor? Escucharemos a las mujeres hablar y contar sus historias en diálogo con Danièle. Al final, nos convidará una práctica taoísta, para ir de la «intención» al «saber hacer», desarrollando nuestras capacidades. Conoceremos su intensa vida de mujer y de ginecóloga, que la llevó a descubrir otros sentidos en la sexualidad femenina. Deseamos que el recorrido de este libro sea como un viaje arqueológico que llame a la vida, con un arrullo de agua clara, a todo el caudal creativo del femenino que el mundo necesita para curarse.

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¿Cómo puede influir el nacimiento en el futuro de la humanidad?

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esde sus primeras obras, Michel Odent ha alertado a pensadores, a científicos y al público en general sobre la relación entre la gestación y el carácter, el parto y la salud futura, y las maneras de nacer y la sociedad.

Actualmente, su foco trata de vislumbrar —cada vez con mayor precisión— el futuro de la humanidad teniendo en cuenta los procesos modernos que se aplican a la hora del parto. Aunque en algunos casos estos han hecho disminuir la mortalidad, nos advierte que también están produciendo un ser humano tal vez más mecánico y menos empático. Si alzamos la mirada hacia el horizonte al que tales procesos nos conducen, podemos preguntarnos cuál será la transformación del Homo Sapiens. En primer lugar, el nacimiento es el aspecto del modo de vida de los seres humanos que ha sufrido la mayor transformación en las últimas décadas En segundo lugar, disciplinas científicas emergentes han confirmado que este breve período es crítico en la formación del ser humano. Además, en la actualidad, es posible interpretar científicamente la transmisión de caracteres adquiridos a las siguientes generaciones, lo cual supone un punto de inflexión en nuestra comprensión del mecanismo de evolución de las especies. En tiempos como los que vivimos, en los que las prácticas obstétricas solo se evalúan mediante criterios a corto plazo, estas reflexiones sobre la evolución del Homo Sapiens en relación con la manera de nacer pueden alentarnos a pensar a largo plazo y a plantearnos cuá será la evolución de nuestra especie.

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Uno de los ejemplos que Michel da desde La cientificación del amor es que ahora podemos decir que las hormonas del amor no son necesarias para dar a luz a un bebé. Actualmente, en la época de la epigenética, sabemos que si una función fisiológica se utiliza menos, se va debilitando. El sistema de la oxitocina es un buen ejemplo de una función fisiológica que cada vez se usa menos. Hasta hace poco tiempo, para dar a luz al bebé y a la placenta, el sistema de la oxitocina de la mujer tenía que activarse de forma muy intensa. Ahora, las mujeres ya no necesitan la oxitocina natural para tener a sus bebés; en la mayoría de los casos, se sustituye por una profusión de oxitocina sintética o bien se hace una cesárea, así que cada vez necesitamos menos este sistema fisiológico. Podemos, entonces, preguntarnos si no se debilitará en un futuro. También podemos pensar que cuando un bebé acaba de nacer, a menudo, su sistema inmunitario no es programado por los millones y millones de microbios que son familiares para la madre, ya sea porque muchos de estos bebés son expuestos a antibióticos que la madre toma y que matan todos los microbios o bien porque nacen por cesárea en salas quirúrgicas donde la asepsia es total. O sea, el bebé no está inmediatamente colonizado en el nacimiento por los mismos microbios que tiene su madre, y los primeros microbios que contacta son los que «educarán» su sistema inmunitario. Cuando acaba de nacer, el sistema inmunitario del recién nacido ya no está programado de la misma manera que antes. Podemos preguntarnos, entonces, si acaso en el futuro no podrán ocurrir más desregulaciones del sistema inmunitario de los seres humanos, como, por ejemplo, enfermedades alérgicas o autoinmunes, que se presentan cuando el sistema inmunitario

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se equivoca de objetivo y destruye órganos en el propio cuerpo en vez de destruir a los microbios, que es lo que debería hacer. También podemos preguntarnos hoy —ya que cada vez hay más de estas enfermedades— si no ha empezado una transformación en este sentido. Al nacer en una aséptica sala de operaciones, el cuerpo no se coloniza inmediatamente por muchos microbios; hay muchos menos y no son los mismos que cuando se nace por vía vaginal en un lugar familiar, donde el cuerpo del recién nacido es colonizado al instante por microbios que son familiares para la madre y que ella le transmite a través del periné, por ejemplo. Los microbios familiares para la madre también lo son para su hijo, porque la placenta humana es muy eficaz para transportar los anticuerpos que llamamos IgG hacia el bebé. Hasta hace poco, el sistema inmunitario seguía colonizado por todos estos microbios familiares que, además, eran muy numerosos. Nuestro condicionamiento cultural nos hace pensar a los microbios como enemigos. Están asociados a la enfermedad, y queremos eliminarlos a todos. Dice Michel: «Viví en una época en la cual, cuando una mujer llegaba de parto a la maternidad, se le hacía una enema y se la rasuraba. El objetivo era eliminar los microbios. Incluso se ponían soluciones antisépticas alrededor de los pezones. Los científicos actuales nos dicen, precisamente, que lo realmente preocupante en momentos como el nacimiento es la privación de microbios. Por lo tanto, hay que cambiar de mentalidad». En su Banco de Datos de Investigación en Salud Primal, cada vez hay más estudios que explican que la manera de nacer tiene consecuen-

cias a largo plazo. Esto nos lo enseña una nueva disciplina científica, la epigenética, que se interesa en investigar cómo se educan los genes en cada fase de la vida. Esta educación consiste en permitirles, o no, manifestarse y expresarse. La epigenética permite, entonces, comprender cambios muy veloces y no solo aquellas lentas mutaciones genéticas que se pensaban hace veinte años. Por otra parte, la bacteriología moderna nos enseña que la madre le transfiere al bebé mucho más que sus genes, ya que también le transmite el microbioma, es decir, todos los microbios que forman parte de su cuerpo. Michel explica que, desde el momento en que se originó la vida en el planeta con los seres unicelulares hace ya millones de años, la selección natural —la supervivencia de los que estaban mejor adaptados para vivir— era la ley imperante. Pero ¿qué ocurre hoy cuando la eficacia de la medicina ha neutralizado esta ley? Una mujer que no es capaz de parir por sí misma puede tener tantos hijos como otra que puede parir fácilmente, por ejemplo. Además, hoy nacen personas con enfermedades que en otros tiempos no les hubiera permitido alcanzar la edad adulta. Es posible que tengan una mayor supervivencia y que puedan tener hijos. Podemos decir que hemos neutralizado la ley de selección natural y que esto contribuirá a transformar la especie.

Los microbios familiares para la madre también lo son para su hijo, porque la placenta humana es muy eficaz para transportar los anticuerpos que llamamos IgG hacia el bebé. Hasta hace poco, el sistema inmunitario seguía colonizado por todos estos microbios familiares que, además, eran muy numerosos.

Suele pensarse que desde el momento en el que comenzamos a separarnos de los demás miembros de la familia de los chimpancés —hace seis millones de años— las dimensiones de nuestro cráneo empezaron a aumentar y lo hicieron constantemente hasta que llegaron a un límite. ¿Qué hubiese ocurrido si este perímetro hubiera continuado aumentando? La mujer no hubiera podido parir. Las dimensiones de la pelvis de la madre también hubieran tenido que ampliarse, lo cual no hubiese

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sido posible, porque habría limitado la locomoción. Se señaló, entonces, que el crecimiento de nuestro cráneo había llegado ya a su límite en relación con el tamaño de la pelvis. Se creía que la tendencia al aumento del volumen craneal no podría transmitirse a las siguientes generaciones. Esto es lo que se afirmaba hasta hace poco, pero ahora, con las modernas técnicas de la cesárea, la tendencia al aumento del perímetro craneal (los científicos lo llaman «grado de encefalización», el tamaño comparativo del cerebro con el resto del cuerpo) puede transmitirse ahora a las próximas generaciones. Podemos pensar que a partir de un determinado número de generaciones, el cociente medio de encefalización tal vez haya aumentado. Este es un ejemplo de algo que podría ser factible, pero hay otras transformaciones que también pueden darse. Cuenta Michel que cuando abordaba la debilitación del sistema de la oxitocina en el organismo humano, se planteaba si no estaríamos yendo, cada vez más, hacia una sociedad menos empática o si la evolución no estaba ya en esa dirección. Un trabajo publicado en junio de 2010 por la Association for Psychological Science —una síntesis de 72 estudios sobre la capacidad de empatía de los estudiantes norteamericanos— concluye en que la media de esta capacidad, que sin duda tiene relación con la capacidad de amar en general, disminuyó en un 40% entre 1979 y 2009. En su libro El agua, la vida y la sexualidad, Michel ya hablaba de la relación entre todos los episodios de la vida sexual. Si el sistema de la oxitocina se debilita, puede modificar todas las demás instancias de la vida sexual. Puede, por ejemplo, hacer que haya más dificultades con la lactancia, porque se necesita oxitocina para el reflejo de

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eyección de la leche; y también puede haber más disfunciones sexuales genitales. Sin oxitocina, no puede haber acoplamiento sexual, no se produce erección ni lubricación vaginal. Por lo tanto, si el sistema humano de esta hormona se debilita, se modificarán todos los demás momentos de la vida reproductiva, de modo que todos estos temas son de amplísimo alcance. Hace décadas que sabemos lo importante que es el nacimiento para la formación del individuo, pero nunca antes se habían transformado tanto las variables que lo rodean. Cuando se valoraban las prácticas obstétricas, solo se pensaba a corto plazo: en el número de bebés vivos y de buena salud al nacer. Todas estas preguntas nos obligan a pensar a largo plazo y en aquello que dura toda la vida. Hoy, los científicos, los investigadores, están empezando a interesarse por los efectos transgeneracionales. Esto significa que aunque la cesárea sea hoy una intervención muy fácil y rápida, debemos intentar que la mayor cantidad posible de embarazadas puedan dar a luz por sí mismas. El miedo a parir que algunas mujeres jóvenes sienten forma parte de la especie humana, pero hoy es mayor porque tenemos demasiada información y, entonces, sentimos más miedo. Además, el temor aumenta porque los entornos donde las mujeres paren no son favorables en absoluto, lo cual hace que los partos sean cada vez más difíciles. En El granjero y el obstetra, Michel plantea que debemos irnos muy atrás en el tiempo para encontrar el momento en el que se socializó el nacimiento, lo cual supuso un gran giro en la historia de la humanidad. Ese momento clave fue la revolución neolítica, la aparición de la agricultura y la ganadería. Desde entonces, la estrategia de supervivencia de los grupos hu-

manos comenzó a dominar todos los aspectos de la naturaleza, incluido el proceso fisiológico humano. A partir de entonces, se empezó a socializar el parto. Antes de la agricultura y la ganadería, las mujeres se aislaban para parir: se separaban de su comunidad y parían solas. Desde que comenzamos a dominar la naturaleza en todos los aspectos, el parto fue cada vez más socializado. Podríamos decir que la base de nuestro condicionamiento cultural en lo que respecta al parto es la idea de que la mujer no es capaz de parir por sí misma. La fisiología, en cambio, nos dice que el parto es un proceso involuntario. Lo importante es proteger a la mujer que va a parir de cualquier situación que pueda perturbarla, como la luz, el lenguaje, el frío, el sentirse observada. La palabra clave, entonces, es «protección». Durante miles de años, la palabra clave era «ayudar», lo cual era otro paradigma. Cuanto más socializamos, más difíciles son los partos, y más creemos que lo que la mujer necesita es «ayuda»; hoy hemos llegado al límite máximo, aun en los ambientes donde los nacimientos son naturales.

Lo que realmente facilita un parto fácil y rápido es que la mujer esté en una habitación pequeña, oscura y cálida, con una sola persona acompañándola en un rincón (incluso en los partos «en casa» suele verse mucha gente mirando a la mujer que está pariendo). Si esta persona aumenta su nivel de adrenalina, lo contagiará y se lo transmitirá a la mujer de parto, quien, a su vez, liberará adrenalina y no oxitocina.

Lo que realmente facilita un parto fácil y rápido es que la mujer esté en una habitación pequeña, oscura y cálida, con una sola persona acompañándola en un rincón (incluso en los partos «en casa» suele verse mucha gente mirando a la mujer que está pariendo). Si esta persona aumenta su nivel de adrenalina, lo contagiará y se lo transmitirá a la mujer de parto, quien, a su vez, liberará adrenalina y no oxitocina. Cuando la mujer pare, su cerebro intelectual debe ponerse en reposo. Hay que protegerla de cualquier tipo de estímulo de su intelecto, como, por ejemplo, que se sienta observada. Si está en una habitación pequeña, en penum-

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porque si además de ella hay otras personas, hay más riesgo de que la mujer se sienta observada. También hemos dicho que la comadrona debía tener experiencia: si la mujer de parto siente que la comadrona tiene experiencia, estará más tranquila y segura. Hemos propuesto que debía ser silenciosa, ya que, durante el parto, el lenguaje es un enemigo que estimula el neocórtex. Y añadimos otro detalle: debe estar sentada en un rincón; de este modo, no se coloca en un nivel de observadora, sino que se ubica en un segundo plano.

bra, hay menos posibilidades de que esto suceda. Hemos dicho que la habitación tiene que estar bien caliente, porque si la mujer tiene frío, liberará adrenalina. También es importante que la habitación esté en penumbra, ya que si no hay mucha luz se liberará melatonina, la «hormona de la oscuridad». Cuando nos vamos a dormir, apagamos la luz para reducir la actividad del cerebro que piensa. Este año, precisamente, aprendimos que el útero es directamente sensible a la melatonina. Hay receptores uterinos para la melatonina. La oxitocina y la melatonina trabajan juntas. Esto pone de relieve pequeños detalles que tienen que trabajar en conjunto. También dijimos que debía haber una comadrona —solo «una»—,

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La inmersión del cuerpo en el agua a temperatura corporal puede ayudar a las mujeres a romper un círculo vicioso cuando la dilatación está bloqueada por un dolor muy grande. Esto permite evitar el uso de medicamentos. Actualmente, cuando se habla de nacimiento natural, siempre se alude al parto en el agua, y se muestra a la mujer y a su pareja en una piscina. Si la mujer tiene a su hijo en el agua o en el aire es lo de menos; lo realmente importante es que haya la menor cantidad posible de personas a su alrededor. Con todo esto, es fácil entender que los partos sean cada vez más difíciles y que el miedo aumente también. Hay que romper este círculo vicioso, y la fisiología puede ayudarnos a hacerlo. Por este motivo, Michel ha explicado anteriormente el escenario ideal, el cual no presenta como modelo diciendo que «tiene que ser así», sino más bien como un ejemplo de situación que comporta un parto lo más rápido posible. Hay que comprender que cuando hablamos de nacimiento estamos en el ámbito de la sexualidad y no en el de la racionalidad. Por eso, tendríamos que darles menos importancia a todos los conceptos de planes o de programas. Deberíamos darle más espacio a todo lo imprevisible.


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Las mujeres embarazadas tienen que dedicarse a mirar la luna, a escuchar música. Estos cambios tienen que ver con un problema cultural, con condicionamientos difíciles de resolver. A menudo, para cuestiones que amenazan la supervivencia de la humanidad, la ciencia puede ofrecernos soluciones, pero estas soluciones ponen en cuestión este condicionamiento cultural y, como lo cuestionan, son inaceptables. Podemos decir esto a propósito del cambio climático, de la contaminación del aire y del agua, y también del parto. La solución que planteamos para el nacimiento: la mujer en una habitación en penumbra, caldeada, con una comadrona experimentada en un segundo plano y en silencio... es una solución sencilla que nos ofrece la fisiología moderna,

pero es culturalmente inaceptable. Es una utopía. Si se lo explicamos a los profesionales modernos, solo ven los obstáculos. Michel concluye: «Si digo “hay que reducir las cesáreas”, todo el mundo está de acuerdo conmigo, pero, en cambio, si describo una situación que hace que los partos sean más fáciles, estamos entrando en el ámbito de la utopía. Lo importante es que nos hagamos conscientes de estas paradojas».

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e defino como padre M

e defino como padre. Me presento como padre. El ser padre me habita. Es mucho de lo que soy en esta búsqueda de mi vida.

Hace algunos meses, me tocó hablar en Rosario, en el marco del Human Camp, y me resultó muy sincero (tanto para la preparación como para comenzar) identificarme con esta poesía de Juan Ramón Jiménez:

Yo no soy yo. Soy este que va a mi lado sin yo verlo, que, a veces, voy a ver y que, a veces olvido. El que calla, sereno, cuando hablo, el que perdona, dulce, cuando odio,

Me defino como padre. Me presento como padre. El ser padre me habita. Es mucho de lo que soy en esta búsqueda de mi vida.

el que pasea por donde no estoy, el que quedará en pie cuando yo muera.

Cuando nació Lucía, que hoy tiene cuatro años, me recordó que el mundo nos plantea a cada uno de nosotros una misión. Lucía nació en casa, con todo lo que eso implica en términos de tiempos, serenidad, cuidado y abismo, y, desde ese día, empezó a surgir en mí la necesidad de entender para qué iba a separarme de ella y de Babi (mi compañera). ¿Por qué irme? Pensaba en el cavernícola que estaba en la cueva: ¿para qué sale de la caverna? Para buscar un jabalí o un dinosaurio... para alimentar a los suyos. Y este momento de preguntas, este proceso que parece feliz, o que parece heroico, fue de mucha an-

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gustia. Empezó a desdibujarse y a perder sentido lo que estaba haciendo. Incluso, me llevó a replantear cuál era mi sentido en este mundo, y cómo lo estaba construyendo.

¿Cuál era la motivación de mi trabajo? ¿Cómo puedo hacer para integrar lo que hago con lo que necesito hacer?

Ahora me viene a la cabeza el discurso de Mandela en 1994: «Nuestro miedo más profundo no es creer que somos inadecuados. Nuestro miedo más profundo es saber que somos poderosos más allá de todo límite». Cuando nació Ana, que hace poco cumplió un año, un amigo, que se llama Pedro, me dijo que cuando nazca me acerque al oído y le diga: «... no te olvides del regalo que trajiste, de ese don...». Y como si eso fuese poco, la vida me regaló una compañera que es una maestra, y que en mí actúa como faro, que es Babi, mi mujer. Ella trabaja con lo femenino profundo y me ayuda a conectarme con lo más profundo de mi ser, incluso con mi femenino más profundo. En definitiva, mi familia me ha ayudado a alinear mi don con mi misión, y en eso creo que radica la felicidad en la vida.

MATÍAS KELLY

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Conversación entre dos niños en el vientre de su madre Así conversaban entre ellos dos bebés en el vientre de su madre:

—¿Vos creés en la vida después del parto? —¡Por supuesto! Tiene que haber algo después del parto. Tal vez estamos aquí para prepararnos para lo que vendrá más tarde... —¡Tonterías! ¡No existe la vida después del parto! ¿Qué clase de vida sería? —No lo sé..., pero habrá más luz que aquí. Tal vez vamos a poder caminar con nuestras piernas y comer con nuestras bocas... Tal vez tendremos otros sentidos que no podemos entender ahora... —¡Eso es absurdo! Caminar es imposible... ¡¿Y comer con nuestras bocas?! ¡Qué ridículo! El cordón umbilical nos suministra nutrición y todo lo que necesitamos. Además, es muy corto. La vida después del parto está fuera de discusión. —Bueno..., pero yo creo que sí existe algo... A lo mejor es diferente de lo que sucede aquí. Tal vez ya no necesitaremos este cordón físico... —¡Más tonterías! Además, si de veras existiera la vida después del parto, ¿por qué nadie ha regresado jamás de allí? El parto es el fin de la vida. Después del parto no existe nada más que oscuridad, silencio y olvido. El parto no nos lleva a ningún lugar... —No sé..., pero seguramente vamos a conocer a Mamá, y ella nos va a cuidar. —¡¿Mamá?! ¿Realmente creés en Mamá? ¡Eso sí que es ridículo! Si Mamá existiera, ¿dónde está ahora, entonces? —¡Está a nuestro alrededor! Estamos rodeados por ella; somos de ella, y en ella vivimos. Sin ella, este mundo no existiría. —Bueno... No puedo verla, así que es lógico que no existe... —¡Sí existe! A veces, cuando estoy en silencio, si realmente me concentro, puedo percibir su presencia y oír su amorosa voz llamándome desde arriba...

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Reglamentación de la Ley sobre Parto Humanizado

L

a Ley de Parto Humanizado fue finalmente reglamentada y publicada en el Boletín Oficial el 1º de octubre pasado. Luego de once años de espera, la Ley Nacional de Parto Humanizado 25.929, sancionada por el Congreso en agosto de 2004 y promulgada en septiembre del mismo año, carecía de la reglamentación necesaria para hacer efectiva su vigencia. De acuerdo con la nueva normativa, los hospitales públicos, las obras sociales y las entidades de medicina prepaga «deberán instrumentar las medidas y ejecutar los cambios necesarios para garantizar el cumplimiento de la Ley de Parto Humanizado». Su texto también señala: «Cada persona tiene derecho a elegir de manera informada y con libertad el lugar y la forma en la que va a transitar su trabajo de parto (deambulación, posición, analgesia, acompañamiento) y la vía de nacimiento», y «el equipo de salud y la institución asistente deberán respetar tal decisión, en tanto no comprometa la salud del binomio madre-hijo/a. Dicha decisión deberá constar en la institución en forma fehaciente. En caso de duda, se resolverá en favor de la persona asistida». Asimismo, toda mujer «tiene de-

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recho a estar acompañada por una persona de su confianza y elección», y «ante un parto vaginal, el profesional deberá evitar aquellas prácticas que impidan la libertad de movimiento o el derecho a recibir líquidos y alimentos durante el trabajo de parto cuando las circunstancias lo permitan, evitando, por su parte, prácticas invasivas innecesarias durante el proceso». Sobre la importancia de la llamada «hora sagrada», la nueva normativa prevé que «con el objeto de favorecer el vínculo precoz, el equipo de salud deberá fomentar, desde el momento mismo del nacimiento e independientemente de la vía del parto, el contacto del recién nacido con su madre y familiares directos o acompañantes que esta disponga». En ese sentido, «la institución deberá brindar a la mujer las condiciones necesarias y adecuadas para que pueda amamantar desde la sala de partos y durante toda su internación». En lo que respecta a la «persona recién nacida», los derechos que regula la nueva normativa son los siguientes: • A ser tratada en forma respetuosa y digna, y a su inequívoca identificación. • A no ser sometida a ningún examen o intervención cuyo propósito sea de investigación o docencia.

• A la internación conjunta con su madre en sala, y a que esta sea lo más breve posible, teniendo en consideración su estado de salud y el de aquella. • A que los padres reciban adecuado asesoramiento e información sobre los cuidados para su crecimiento y desarrollo. También se incluyen en la nueva Ley artículos que regulan la situación de la «persona recién nacida en situación de riesgo»: • Derecho a recibir información comprensible, suficiente y continuada, en un ambiente adecuado, sobre el proceso o evolución de la salud de su hijo o hija, incluyendo diagnóstico, pronóstico y tratamiento. • Tener acceso continuado a su hijo o hija mientras la situación clínica lo permita, así como a participar en su atención y en la toma de decisiones relacionadas con su asistencia. Quedan todavía algunos artículos por reglamentar y la resolución de las políticas de implementación en los distintos hospitales nacionales, provinciales y municipales.


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In Utero

Un documental de Kathleen Gyllenhaal

«Siete billones de personas viven en el planeta Tierra. 200 millones están en el útero» «Somos los receptores de toda la felicidad y de todas las dificultades de nuestros padres» 38


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In Utero es una reflexión cinematográfica sobre lo que emergerá como el tema más provocativo del siglo 21: la vida en el vientre materno y su impacto duradero en el desarrollo humano, el comportamiento humano y el estado del mundo.

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egún avances en la investigación en el desarrollo prenatal, muchas suposiciones largamente sostenidas sobre quiénes somos como humanos —y cómo lo somos— están siendo cambiadas. El testimonio de distintos especialistas en el tema proporciona una invitación a meditar sobre cómo estamos siendo influenciados por el mundo que nos rodea desde el útero.

El film presenta diversas entrevistas a investigadores y científicos internacionales, como Thomas Verny, Gabor Maté y Rachel Yehuda, entre otros. Enlaza distintos y dinámicos campos de investigación científica, entrevistas, análisis de cuentos modernos y antiguos —incluyendo películas de Disney, Matrix y el fenómeno de las taquilleras películas de superhéroes— para revelar una incipiente verdad evolutiva y neurobiológica: la Ecología del Útero (Womb Ecology) deviene en Ecología Mundial (World Ecology). Sus investigaciones revelan cómo las modernas mitologías colectivas que rodean a las mamás y a los bebés se relacionan con el estado de deterioro de nuestro mundo. El film muestra cómo, a pesar de que hace ya 35 años que comenzaron las primeras investigaciones sobre la Psicología prenatal proclamando a los bebés como seres conscientes, recién ahora esta información comienza a circular por los medios.

comenzar por la Ecología del Útero», sostiene Verny. «No podremos tener paz y buenas personas en el mundo sin una buena y pacífica crianza de nuestros niños. Y esta tiene que comenzar en la concepción, no en el nacimiento. Es nuestra responsabilidad hacer un mejor trabajo del que hemos hecho en el pasado. Hay demasiados niños descuidados, que nacen y son criados sin amor. Y, a menos que esto se modifique, el mundo no cambiará». «Los seres humanos son afectados por su ambiente no bien “tienen un ambiente”, lo cual significa “en el momento en que se implantan en el útero”», sostiene Maté. «Las personas están concibiendo, cargando y pariendo niños bajo un aumento de condiciones de estrés. El estrés que afecta a una generación se desarrollará en la próxima generación». Rachel Yehuda dice: «Cuando estaba en el colegio, solíamos discutir sobre “naturaleza versus cultura”. No tenemos a la naturaleza acá y a la cultura allá. Naturaleza y cultura trabajan juntas formando algo nuevo».

«La Ecología Mundial tiene que

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La Medicina de las Mujeres

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l enfoque tradicional de la Medicina, sea ella alopática, homeopática, adyuvante o alternativa, se basa en la pregunta: «¿Qué hace sufrir al paciente?». Cuanto más profunda llega la comprensión de su dolor físico, emotivo o mental, tanto más eficaz pretende ser la respuesta terapéutica. Escuchar a los pacientes, escuchar el relato de su enfermedad, es la primera de las herramientas del médico humanista. Escucharlos de verdad, con el «oído interior» que transmite los impulsos auditivos directamente al alma, para que se despierten consejos que puedan servir de guía al médico. Para ello, hay que estar presentes, estar en ellos y en nosotros, en ese baile sin cese entre lo interior y lo exterior, que nos deja sentir cómo lo suyo resuena en lo nuestro. La escucha-en-presencia es el elemento fundamental, es la chispa que enciende la llama de la relación terapéutica, fomenta la recíproca confianza y un sentimiento de seguridad afectiva necesario para abrir la hendidura por donde penetra la Medicina y su remedio. La Medicina narrativa ha demostrado su eficacia terapéutica por el simple hecho de no reducir al pa-

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ciente a un amasijo de células y tomarlo como un ser que vive, se relaciona con su ambiente, se emociona y sufre. La Homeopatía da un paso más en este sentido, ya que, de la larga y articulada entrevista y de la observación atenta del paciente, el médico extrapola síntomas significativos y peculiares que lo orientan en la elección del remedio más apropiado. Como homeópata de mujeres, me pregunto cómo viven ellas su enfermedad, cuál es su manera personal de relacionarse con los síntomas, cómo se sienten y cómo se perciben a sí mismas. Toda la información se filtra luego por los diferentes canales del conocimiento: el canal científico, el canal empírico, el canal de la memoria, el canal de la intuición, el canal de la sensación corporal. Por ser ginecóloga, me dedico al cuidado de los pechos, las vulvas, las vaginas, los úteros y los ovarios de las mujeres; por ser homeópata, recompongo su cuerpo usando su relato como pegamento, construyendo un cuadro donde todas las partes se articulan y adquieren un sentido, dinámico y diferente en cada una de ellas.

Escuchar a los pacientes, escuchar el relato de su enfermedad, es la primera de las herramientas del médico humanista. Escucharlos de verdad, con el «oído interior» que transmite los impulsos auditivos directamente al alma.

La Ginecología es la única Medicina de género, ya que (excepto casos excepcionales, como el cáncer de mama en varones) tiene como finalidad la salud reproductiva y sexual de las mujeres, y no la de los hombres. Es la única entre las especialidades que marca una diferencia clara entre el cuerpo de los unos y de las otras, es la «Medicina de la diferencia» por definición. Sin embargo, las expertas en Medicina de género afirman que las mujeres tienen un cuerpo diferente y no solo a causa de sus genitales. Las niñas al nacer pesan una media de 2850 gramos y miden unos 48 centímetros; los niños pesan una media de 3450 gramos y miden una media de 50 centímetros. La proporción de fibra muscular y tejido adiposo es muy diferente: las mujeres tienen más grasa y menos fibra. Por esta razón, la cantidad de medicamentos tendría que ser mucho más baja en las mujeres que en los hombres, porque permanece más tiempo en el cuerpo. También en el cerebro existen diferencias anatómicas comprobadas. Las mujeres tienen un cuerpo calloso (zona que conecta los dos hemisferios cerebrales) más grueso que los varones; ven mejor en la oscuridad y son más sensibles al tono rojo. Las mujeres tienen más memoria visual que los hombres, con un campo visual más amplio y mayor visión periférica. Están dotadas de mayor capacidad auditiva y pueden captar cambios pequeños en el volumen del tono de voz mucho mejor que los varones. Su sistema olfativo se adapta mucho más rápido a los malos olores que a los placenteros, y son mucho más sensibles a los cambios en la estimulación de los malos olores que de los placenteros. Las mujeres presentan una sensibilidad olfativa superior por efecto de los estrógenos, sensibilidad que aumenta durante el embarazo,

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¿Qué hace sufrir a una mujer? Una Medicina para las mujeres debería responder a una pregunta mucho más laberíntica y tan compleja como solo ellas pueden ser: «¿Qué desea realmente una mujer?». Porque si es por un sufrimiento del cuerpo o del alma que acuden a nuestras consultas, será a través de la comprensión de su deseo que podrá recuperar su salud.

permitiéndoles distinguir olores a distancias mas amplias que lo habitual. Pocos saben que la mayoría del conocimiento médico proviene de la patología masculina y por esta razón no siempre responde a las reales necesidades de las mujeres. Ser médico de mujeres es tomar en cuenta estas diferencias y comprender que una mujer sana no es lo mismo que un hombre sano. Nuestros cuerpos y nuestras mentes femeninas están modulados por la acción de hormonas que fluctúan en una danza a veces lenta y suave, a veces vertiginosa. Reconocer y acompañar nuestros ciclos naturales es un primer paso para comprender nuestra peculiaridad, y mi tarea es favorecer el re-encuentro con esta «ciclicidad». Hacer las paces con los ciclos de vida-muerte-vida que encarnamos cada mes, cada semana, cada día en nuestros cuerpos de mujeres y aprender de ellos. Mi mejor satisfacción ha sido llevar mujeres nacidas sin útero a causa de una malformación genética, el síndrome de Rokitasnsky, a reconocer su «ciclicidad» hormonal, reconocer los cambios de temperatura en su cuerpo, sentir la presencia de sus ovarios, detectar los diferentes estados psíquicos en función del ciclo. Lo tenían todo menos la sangre roja, marcando el límite entre la muerte y el renacimiento mensual. El acceso al cuerpo de mis pacientes es clave en la manera en que ellas mismas pueden llegar a sentirse, percibirse en su corporeidad y recomponer la imagen de su cuerpo. No se trata solo de respeto y delicadeza, es más: es ir a su encuentro a través de su cuerpo integrándolo todo, desde la cabeza hasta los pies, aunque mis dedos estén en el interior de su vagina. Ellas no son el útero o el ovario que estoy palpando, son una unidad de vísceras, huesos, músculos, neuronas, sensaciones y recuerdos. Cada vez que exploro

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una paciente, sé que estoy realizando un acto lleno de significados, que repercute en la integración de las distintas facetas de esa mujer. Su ser madre, su ser amante, su ser sensual son tocados en este gesto. ¿Qué hace sufrir a una mujer? Una Medicina para las mujeres debería responder a una pregunta mucho más laberíntica y tan compleja como solo ellas pueden ser: «¿Qué desea realmente una mujer?». Porque si es por un sufrimiento del cuerpo o del alma que acuden a nuestras consultas, será a través de la comprensión de su deseo que podrá recuperar su salud.

ARIANNA BONATO


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El valor de los rituales

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emos perdido la conciencia de ello, pero toda nuestra vida es un ritual. Aun más, cuando participamos de ritos que no percibimos como pequeños rituales. Por ejemplo, cada vez que entramos en una casa, luego de frotar la suela de los zapatos en un felpudo, dejamos la suciedad afuera, pero, al mismo tiempo, realizamos un antiguo ceremonial que pretendía dejar fuera de la cueva los espíritus nefastos. La vida, en nuestra cultura moderna, conserva estos gestos que encierran vestigios de rituales originales. Desde que nos levantamos hasta que terminamos el día, realizamos una serie de acciones repetitivas que bien podríamos entender como de orden ritualístico. Muchas de ellas están cargadas de una magia especial que pasa inadvertida, ya que las llevamos a cabo sin una intención concreta. Actos cotidianos, como efectuar un brindis, estacionar el auto, preparar un café, tomar un teléfono, soplar las velitas de una torta de cumpleaños... son modos de ritualizar nuestra vida cotidiana, pequeños aspectos que ritman nuestra existencia.

El autor de El gran libro de los rituales, Pedro Palao Pons, nos muestra cuánto marcan la existencia del ser humano las ceremonias de índole ritual. Dice que el primer ritual que todo ser hu-

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Los rituales forman parte de la historia de la humanidad y de su evolución a través del conocimiento. Nos conectan con la esencia de nuestros antepasados, con la transmisión de lo humano.

mano vive, muchas veces de forma involuntaria, es el nacimiento. Paradójicamente, el último ritual del que tampoco tendremos registro será el de la muerte. Estos dos ritos de paso, de los cuales hemos perdido conciencia, constituyen los puntos opuestos del arco del desarrollo de vida de un ser humano. Al nacer, cambiamos de entorno. Dejamos atrás aquel protector mundo cálido de luz tenue. Así, habremos realizado la primera parte de la iniciación a la nueva existencia, al nuevo mundo: nacer. Se trata de la parte activa del ritual. El nacimiento como rito de pasaje ha sido exquisitamente estudiado por la antropóloga de la reproducción, Robbie Davis-Floyd. Cuando nuestros padres y familiares celebren ceremonialmente el nacimiento, transitaremos la segunda parte del ritual, aquella en la que tenemos un rol pasivo. En ambas fases, la activa y la pasiva, se cumplen tres preceptos básicos: morir, transformarse y renacer. Morimos como bebinos1, entonces, nos transformamos como futuros seres humanos y nacemos como tales. Cuando se realiza el bautismo de un bebé, se produce una muerte simbólica de la persona no vinculada a un estamento religioso. Al ejecutarse el ritual, el niño se transforma en un ser digno de la comunidad a la que pertenece y, finalmente, una vez acabado el acto, se produce un nacer de nuevo como integrante de dicha comunidad. Estos tres preceptos —muerte, transformación y resurrección— son las piezas angulares de la mayoría de los rituales. ¿Cómo podría un rito cobrar más conciencia y tener más sentido?

les de sentido ayudarían a los padres y a los bebés en este pasaje a su nueva vida? La promesa y el valor del ritual son su posibilidad de «extraer la magia que hay en todas las cosas», con el sentido de intentar que esas pequeñas costumbres diarias se transformen en algo más que un acto metódico y repetitivo. Un ritual es un hecho que se repite, que tiene los mismos procedimientos determinados por preceptos; tiene una finalidad que, la mayoría de las veces, posee implicación religiosa, mágica o adivinatoria. Por lo tanto, los rituales tienen reglas marcadas por las diferentes fases del desarrollo y por la actitud mental de quienes participan en ellos. Se diferencian de las costumbres o de los hechos mecánicos, porque en los rituales es preciso pensar y ser consciente de cada uno de los pasos que se dan. Un acto mecánico es algo que se repite sin más intención que su propio fin. Ducharnos, lavarnos las manos, estacionar el auto, etcétera, son actos en los que funcionamos «en piloto automático». Las costumbres, si bien guardan relación con los hechos mecánicos y reiterativos, tienen personalización. Podemos ducharnos antes de dormir porque esperamos estar más relajados, por lo tanto, hay una variación personal sobre ese acto mecánico. Finalmente, los rituales conservan las características mencionadas con anterioridad, a las que se les suma la actitud de la mente, que constituye la verdadera arma mágica de la actividad. Es necesario, entonces, pensar y ser conscientes de cada uno de los pasos que se dan. La palabra «rito» implica definición, voluntad, puesta en escena, pero también nos sugiere actitudes mentales muy determinadas, conocimiento y, sobre todo, respeto.

¿La recuperación de cuáles ritua1- Acrónimo formado por los términos «bebé» e «intrauterino».

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Entonces, sencillamente, un ritual es la puesta en escena de una intención con un objetivo determinado, que puede ser de agradecimiento, de pedido, de honra o para alterar algo. Los rituales forman parte de la historia de la humanidad y de su evolución a través del conocimiento. Nos conectan con la esencia de nuestros antepasados, con la transmisión de lo humano. Cuando las cosas están estáticas como tumbas del pasado, necesitan de rituales para ser liberadas: flores, frutos, cantos, palabras sentidas, gestos que representen todo aquello que atesoramos y honramos a lo largo de nuestra vida. Todo lo que para nosotros tiene y tuvo mucho significado. Los rituales se convierten, así, en un puente con el que contamos en el camino de búsqueda hacia lo intangible y lo trascendente, y lo que nos permite mantenernos ligados a ese mundo del que provenimos. Aquí residen, precisamente, su valor y su poder. Crear o recuperar rituales que sean significativos para los bebés, que los ayuden en ese momento tan trascendental que es el nacimiento a reencontrar la continuidad de ser y el sentido de las circunstancias que lo rodean es un desafío moderno.

EUGENIA CAMUÑA

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Enhebrando corazones Ritual de nacimiento Un 31 de diciembre, con la barriguita llena de bebita y de amor, conocí a Carmen, quien, en una larga conversación, me transmitió un ritual muy bonito, rebosante de amor y duendes. Como vivíamos muy lejos de nuestra tribu, tuvo especial valor para nosotros. Me dijo así: 50


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«En este proceso de transformación que los acerca a este bebé —conexión absoluta con la fuente creadora, todavía sin condicionantes, con todo por estrenar—, me siento renovada y conmovida para transmitiros este ritual de bienvenida para tu bebita, para que lo puedas organizar a tiempo. Se trata de pedir a tus familiares y amigos que te envíen una carta con unas frases de bienvenida para ella (puede ser algo original, un poema, un cuento o una oración, sea lo que sea que le quieran decir a este ser que está a punto de ver la luz en este mundo). Junto con la carta, te han de enviar lo que nosotros llamamos “una cuenta”, que es algo que ha de tener un agujero de entrada y otro de salida por el que se pueda pasar un hilo o un cordón. Puede ser de madera, de plástico, una caracola, una piedra, un cristal pulido, algo creado con material reciclado, con lo que sea. Has de ir guardando estas cartas sin abrir hasta la fecha en la que hagas el ritual que ha de ser cercana al nacimiento de la niña. Ese día que tú has concretado, has de invitar a las personas que tienes cerca y que deseas que te acompañen. Es conveniente preparar el lugar, adornándolo con flores, incienso, velas, con todo aquello que lo haga bello y acogedor. Ese día, toda la gente reunida se sienta en un círculo, y después de dar inicio al ritual explicando para qué están reunidos allí, se empieza a abrir las cartas. A la vez que tú o tu compañero las van leyendo en voz alta, se van ensartando las cuentas en un hilo o cordón, formando con todas ellas un collar. Las personas que están presentes pueden leer ellas mismas sus cartas y darte personalmente su cuenta para tu collar. Una vez concluida la lectura de las cartas, y cuando tengas ya el collar acabado, alguna persona del círculo te lo pone en el cuello, y se cierra el ritual con unas palabras de agradecimiento. El collar lo has de llevar el día del parto; te lo pones desde el mismo momento en el que empiezan las contracciones, y toda la energía y las buenas intenciones de la gente que te quiere estarán contigo por medio de él en ese momento tan bello del nacimiento de tu hija. Espero que disfrutes con la preparación de este ritual, que te acompañará en esta última etapa de tu embarazo».

…Y así vamos creando bellos momentos en los que deseemos seguir celebrando y agradeciendo la vida.

Lili, Roberto y Mora

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El amamantamiento en la Historia y en el Arte

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os invito a un viaje que se remonta a los inicios, a nuestros primeros días como especie humana. La leche de la que depende nuestro desarrollo humano, como alimento, contacto, afecto y nuestra inmunidad, estuvo presente desde siempre. A lo largo de la historia, los entornos en los que vivió el ser humano fueron cambiando, así como la cultura y las costumbres. Podemos conocerlas a través del arte.

Desde la aparición del Homo Sapiens, alrededor del 90.000 a. C., en adelante, por miles de años, el único sustituto de la leche materna fue la leche de otra mujer. Los estudios realizados en los huesos humanos permiten evaluar que la duración de la lactancia materna de nuestros ancestros comprendía entre dos y tres años. En el Egipto antiguo (alrededor del año 2000 a. C.), se representaba a la diosa Isis dando de mamar a Osiris y a Horus. También en la India (1500 a 800 a. C.), se amamantaba exclusivamente durante el primer año. Para

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la civilización griega, los contratos con las nodrizas aconsejaban una lactancia de seis meses; y el Talmud de los judíos y el Corán de los musulmanes recomendaban dar de mamar por dos años. Las diosas madres galas fueron muy populares y honradas en toda Galia. Simbolizan las divinidades de la familia, protectoras de los infantes, la fecundidad y la abundancia. Luego, las representaciones de las vírgenes siguieron a Isis y a las diosas galo-romanas. Podemos encontrarlas en todos los museos e iglesias de Europa tanto en forma de estatuas como de vitraux. Durante la Edad Media, hasta el siglo XVI, en las clases altas confiaban el amamantamiento a las nodrizas. Tras el escándalo relativo de la Edad Media, el seno materno pronto ocupó el centro de atención. Así lo muestran las numerosas escenas pintadas complacientemente por las escuelas italianas, francesas y de Flandes (Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, Boticelli, Rafael, Rubens, por ejemplo). Es el apogeo del amamantamiento en el arte.


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Durante el Renacimiento, en los siglos XVII y XVIII, se desarrolló una verdadera «empresa de las nodrizas». Para los nobles y los burgueses, encargarle a una nodriza el amamantamiento, que acompañara el crecimiento de los infantes y que los educara era símbolo de riqueza. Las poblaciones más pobres, que se fueron congregando en las ciudades para conseguir un empleo, dejaban a sus niños al cuidado de una nodriza en las afueras, en el campo, para que gozaran de mejor salud en un entorno con aire más puro. Las pocas normas de higiene se reflejaban en la gran mortalidad infantil. Alertados por sus médicos, las familias de la burguesía solicitaban nodrizas a domicilio, que se volvieron un elemento decisivo del confort burgués. También se generaron «oficinas de nodrizas», donde se las podía contratar, luego de pasar por exámenes que garantizaran la calidad de la leche y la salud de la madre. En el siglo XVIII, los escritos de Jean Jaques Rousseau invitaban a regresar a la naturaleza y al amamantamiento por parte de la madre, influenciando a todo el

mundo occidental. En el mismo sentido, iban también los consejos de la literatura médica. Esto empujó a ciertas mujeres de la nobleza a amamantar ellas mismas a sus hijos y colaboró para que el amamantamiento materno fuera muy valorizado. En Francia, por ejemplo, las mujeres de la alta sociedad llegaron, incluso, a dar de mamar en público. María Antonieta, la mujer de Luis XVI, declaró al nacer su primer hijo: «Yo quiero vivir la maternidad, alimentar a mi hijo y dedicarme a su educación». Las feministas del siglo XIX estaban a favor de la lactancia materna. Lucharon contra el papel de las nodrizas y reivindicaron el propio derecho de amamantar a sus hijos. Una de ellas, Marie Béquet de Viena, creó, en 1876, la Sociedad de Alimentación Maternal. Los periódicos feministas hablaban de «resucitar la maternidad integral» mostrando hasta qué punto al amamantamiento materno era un punto importante en sus programas de lucha. A finales del siglo XIX, el niño lactante tomó un lugar en la Medicina moderna, y los cuidados de la primera infancia se convirtieron en un asunto de la salud pública.

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La práctica de amamantar es, por lo tanto, una parte integrante de nuestro patrimonio cultural. Está profundamente anclada a través de los siglos en nuestras tradiciones, en la vida cotidiana de todas las sociedades y en las expresiones del arte.

La lactancia comenzó a ser regulada y controlada por los médicos y el Estado. Desde un poco antes del comienzo de 1900, se fueron desarrollando políticas de protección de la lactancia materna y las licencias por maternidad. Luego, se instituyeron tanto las habitaciones para lactar, cercanas a los puestos de trabajo de las mujeres, como las pausas para dar de mamar. La ciencia también hizo sus aportes demostrando los beneficios del calostro, el amamantamiento precoz y la lactancia libre. Para la mayoría de los médicos, la leche materna debe ser el alimento exclusivo durante el primer año de vida, y parece claro que los riesgos de mortalidad disminuyen. La llegada del biberón, en el siglo XIX, fue entrando cada vez más en los hogares; lo mismo sucedió con la distribución de leche esterilizada. A partir de entonces, poco a poco, el papel de la nodriza ya no fue tan bien percibido. La sociedad contemporánea preconizaba el amamantamiento materno o la mamadera. Hasta la década de 1930, el porcentaje de madres que amamantaban siguió siendo muy alto. Pero luego, el discurso feminista de los años 50 y 60 invirtió esta tendencia: la mayoría de las feministas denunciaban la esclavitud

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de la maternidad y la lactancia en su búsqueda de un trato igualitario respecto de los hombres. Se sumó a esto que la industria proveía mamaderas en cantidad y que la leche en polvo estaba a precios cada vez más accesibles. En 1972, en Francia, solo el 36% de las mujeres amamantaba. Tratando de equilibrar estos balances, en 1956, en los Estados Unidos, se creó la Liga de la Leche, la cual, poco a poco, fue teniendo sus asociaciones en otros países. Para los años 80, diferentes agrupaciones regionales se desarrollaron por distintos lugares creando verdaderos lazos de solidaridad entre las madres. Desde entonces, también la OMS, UNICEF y otros organismos —tanto gubernamentales como asociaciones creadas por las mismas madres— promueven la lactancia materna apoyándose en la cada vez mayor evidencia científica que enumera todos sus beneficios. La práctica de amamantar es, por lo tanto, una parte integrante de nuestro patrimonio cultural. Está profundamente anclada a través de los siglos en nuestras tradiciones, en la vida cotidiana de todas las sociedades y en las expresiones del arte.

VIVI HAYD


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