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Sobre la estupidez 2.0 / Carlos Mongar págs. 3 a
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Allegro ma non Troppo, es la obra que interesa comentar aquí, dado que en ella Cipolla formula su famosa Teoría de la estupidez.
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De manera breve, a continuación apunto las leyes esenciales de la estupidez de Carlo María Cipolla:
Primera ley: Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo. Vista superficialmente esta declaración parece insustancial, pero analizándola más a fondo, apreciamos que individuos que uno ha calificado de inteligentes resultan ser estúpidos irrefutables.
Quinta ley y última: Una persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que pueda existir.
Me horroriza pensar en quienes toman las decisiones que dirigen el rumbo de nuestras vidas en el planeta. ¿Cómo llegó a ser posible que en los dedos de un puñado de reverendos estúpidos se encuentre el botón del juicio final? ¡Cuidado cuando los estúpidos entran en acción! Y para decirlo con una expresión muy a la mexicana: ¡Cuidado con los pendejos con iniciativa! Siempre es de agradecer la pasividad de un pendejo. Dice el adagio que un pendejo callado o pasivo es oro molido. ¿Será pendejo sinónimo de estúpido? Veamos.
Segunda ley: La probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de esa persona. Es decir, se es estúpido independientemente del género, raza, credo, sexo, color, etnia, cultura, posición social o nivel escolar.
Tercera ley: Una persona estúpida es aquella que causa daño a otra persona o grupo de individuos sin obtener ningún provecho para sí misma, o incluso provocándose perjuicios personales. Los estúpidos son nefastos e inseguros por irracionales. A las personas inteligentes les resulta difícil entender una conducta estúpida, porque dicha conducta no puede preverse. No hay defensa contra el ataque de un estúpido, y ante él, se está siempre completamente desarmado. Por eso, cuando uno molesto con alguien le desea lo peor, diciendo: «entre estúpidos te veas».
Cuarta ley: Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos constantemente olvidan que en cualquier momento, lugar y circunstancia, asociarse con individuos estúpidos constituye invariablemente un error costoso.
El reducido, chato, insuficiente, mezquino, liliputiense Larousse y el ambiguo y obsoleto diccionario de la Real Academia afirman, para desconcierto de algunos mexicanos, que el pendejo es «un hombre pusilánime y cobarde». Sin embargo, en México el pendejo es un estúpido, un ñoño, un botarate, un zoquete, el que se pasa de tonto; alguien que creyéndose muy listo, presume y exhibe su pendejez. Cuenta la leyenda que
«Los podemos se- el autor de la palabra fue ñalar, están “ahí”, pero el cruel “conquistador” escuando intentamos pañol Nuño de Guzmán, caracterizarlos, tema- cuando en una ocasión al tizarlos, dejan de “ser” lo que son: hechos, manifestaciones, actos estúpidos, para mimetifrente de sus mercenarios perseguía a unas personas autóctonas de la región de zarse, casi siempre, en la Barranca de Oblatos, sus hermanas: vani- cerca de Guadalajara, con dad, envidia, hipocre- el objeto de obligarlas a sía, simulación, las- realizar trabajos forzados. civia, deshonestidad, pereza y abulia» El “conquistador” fue sorprendido en un paraje propicio para la emboscada; los atacantes fueron rechazados sin dificultad, pero a un mercenario de Nuño de Guzmán se le encabritó el caballo y derribó al jinete junto con su jefe, quien se desbarrancó y se rompió una pierna. Transcurrida la acción, de Guzmán comentó: «Esto me pasa por andar en compañía de pendejos». Quizá el “conquistador” quiso dar a entender en compañía de cobardes, pero los mexicanos interpretaron: en compañía de estúpidos; y, así se ha continuado entendiendo y usando la palabra pendejo, como sinónimo de estúpido y viceversa.
Recuerdo cómo en la prehistoria de mi juventud, me fascinaban los discursos del filósofo satírico y maestro del albur Hermenegildo Torres, fundador del PUP (Partido Universal de Pendejos), que parafraseando a Karl Marx, lanzó su consigna: «Pendejos del mundo, uníos», y ni falta que hacía porque Dios los hace y ellos se juntan. Quizá, de acuerdo a dicha consigna, las metas del PUP eran: «Por un pendejo mejor, por la dignificación de los pendejos».
El sarcástico y humorista Torres, elaboró una concienzuda clasificación de pendejos que, por cuestión de espacio, no enunciaré ahora, pero sí recordaré aquella iniciativa que deberíamos reactivar ahora que vivimos tan aciagos momentos de dimensiones planetarias; es decir, edificar un monumento al Pendejo desconocido como símbolo y homenaje de los pendejos del mundo, y que llevara en su base, como quería Hermenegildo Torres, la siguiente leyenda: «Caras vemos, pendejos no sabemos».
mongar66@hotmail.com *Poeta y ensayista, autor de Fragmentos sin fondo
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EL INDIVIDUO ÚNICO COMO SINGULARIDAD HISTÓRICA
POR FERNANDO MANCILLAS TREVIÑO*
Yo es otro. Arthur Rimbaud
Al discurrir sobre la singularidad de un individuo se observa primordialmente su autorrealización como autosuperación en un camino para llegar a sí mismo, donde el sujeto vence ilusiones, prejuicios, inhibiciones, regula sus instintos y pulsiones, en un trabajo de sí mismo de por vida.
En esta correlación entre sociedad e individuo para Rüdiger Safranski (1 de enero de 1945, Rottweill, Alemania), “ser un individuo único significa que, aun cuando pertenezcamos de alguna manera a una configuración social concreta, no obstante estamos en condiciones de poder valernos cada uno en solitario, sin buscar la propia identidad exclusivamente en un grupo, o sin cargar sus problemas tan sólo sobre la sociedad. Significa también ser capaz de mantener la distancia y, llegado el caso, renunciar al sentimiento de otros”. Es decir, transitar a contracorriente, o como diría Walter Benjamin, a contrapelo de la narración histórica.
Es en ese sentido, que el autor revisa las condiciones sociohistóricas que posibilitaron el advenimiento de la individualización durante el Renacimiento italiano, con figuras como Leonardo da Vinci (1452-1519), cuando equiparando las contribuciones del arte y las ciencias al conocimiento de la realidad señala: “Las artes plásticas revisten tal excelencia, que no sólo se centran en las manifestaciones de la naturaleza, sino que producen infinitamente más manifestaciones que ella”. En una constante creación estética del individuo ante la naturaleza y la sociedad donde “estas manifestaciones son por completo algo interno y propio, que constituye la respectiva originalidad del artista”. Es decir, la asimilación transformativa de la realidad existente.
También se recupera el pensamiento del filósofo italiano Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494) en su trabajo Sobre la dignidad del hombre (1486) al reclamar el exhorto de Dios hacia el hombre: “Te he puesto en el centro del mundo, para que desde ahí mires a tu alrededor y veas lo que hay en él. No te hemos creado ni como ser celeste ni como ser terrestre, ni como mortal ni como inmortal, para que tú determines tu propia forma con perfecta libertad y, como honroso escultor y poeta, escojas para ti mismo la forma bajo la cual quieres vivir. Eres libre de degenerar hasta el mundo inferior de los animales. Y eres igualmente libre de elevarte al mundo superior de lo divino por la decisión de tu propio espíritu”.
En los siglos XV y XVI se manifiesta la construcción del individuo en sí mismo como artífice de su propio destino. Es así que la reflexión del escritor dramaturgo italiano Pietro Arentino (1492-1556) se destaca en su audacia frente al pensamiento confesional y convencional cuando afirma que la “ilusión socializa, el realismo singulariza. Sólo el que sabe ampararse en sí mismo opone resistencia a las imágenes engañosas de la sociedad. Lo que comparten la mayoría son siempre los lugares comunes”.
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No menos importante es la contribución de Nicolás Maquiavelo (1469-1527), con su obra El príncipe (1532), publicada póstumamente donde establece un diálogo con el poder. La voluntad en la singularidad del sí mismo se potencia en el Estado: la “fuerza de la costumbre y el buen gobierno pueden conseguir que los súbditos desarrollen cierta dependencia de los que detentan el poder, y favorecidos por las épocas de paz incluso desarrollen virtudes civiles”.
Por su parte Martin Lutero (1483-1546), con una labor de mismisidad ascética —sustentada en una interiorización y singularización de la fe como gracia individualizada mantenida en la praxis religiosa—, emprendió la deconstrucción de la Iglesia católica. Por ello, en Lutero “la inspiración de una fe tan sumamente interior se convierte en un vigoroso ataque exterior en la dimensión social. Su experiencia existencial de la fe empuja hacia afuera, se convierte en confesión de fe y luego en misión, en acción transformadora de la sociedad”.
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En la cúspide del refugio del yo en el sí mismo se encuentra Michel de Montaigne (1533-1592). Después de servir durante quince años como consejero en el Parlamento de Burdeos, Montaigne renuncia a su puesto en 1570 y se retira a su santuario que conforma su biblioteca personal, en la torre de su castillo, dedicado a elaborar de meditación y experiencia de vida sus Ensayos (1595), incluido en el Índice de libros prohibidos por la Iglesia católica. ción reflexiva de sí mismo. Adondequiera que miremos, hacia fuera o hacia dentro, nos encontramos con puras singularidades».
Mientas Montaigne escribió sus Ensayos en un debate público, Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) afirma, en las Ensoñaciones del paseante solitario (1778), que él escribe para sí mismo, en un diálogo con su naturaleza íntima, en una autoexploración que le permita comprender su decurso en la humanidad.
Luchando contra toda colonización del mundo de la vida exterior, Montaigne desarrolla una indagación filosófica en torno a los enigmas existenciales del ser humano con todas sus contradicciones.
Representando la metáfora de la “trastienda interior” como refugio ante los constreñimientos institucionales y estructurales, Montaigne apunta: “Debemos reservarnos una trastienda interior, para nosotros en exclusiva, sin ninguna perturbación, para hacer de este interior nuestro lugar más importante de refugio”.
Como los estoicos, Montaigne apela a la superación de las cadenas pasionales y emocionales que desvían nuestras trayectorias hacia esfuerzos inútiles que disminuyen nuestra singularidad. No obstante, lejos de cualquier solipsismo, Montaigne descubre que el ser en sí mismo, en su multiplicidad, no sólo afronta los acuciamientos exteriores, sino también los de orden interno: “No sé cómo expresarlo. Diría que estamos duplicados en nosotros mismos, lo cual conduce a que no creamos lo que creemos, y a que no podamos desprendernos de lo que condenamos”. El ser humano, con su ambivalencia permanente, se encuentra condenado a su diferenciación interna. Así, Safranski concluye al igual que Montaigne: «No se da “el hombre”, se dan solamente “los hombres”. Esta multiplicación es como un torrente impetuoso. Cada uno es arrastrado y nota que en sí mismo no es uno, sino muchos, diacrónicamente en el tiempo como sucesión de diversos yos, y sincrónicamente como duplica-
En una visión del sí mismo en sentido plural Rousseau afirma: “Nada es tan desemejante a mí mismo como yo mismo, por eso sería ocioso pretender definirme de otra manera que a través de esta singular multiformidad […] A veces soy un misántropo duro y cruel, y luego caigo en el arrobamiento por los estímulos de la sociedad y las delicias del amor. En un determinado momento me siento lleno de seriedad y fervor piadoso […] Pero pronto me convierto en libertino. […] Esto debería quitar de antemano a los curiosos toda esperanza de conocer un día mi carácter, pues siempre me encontrarán en una forma especial que sólo en ese instante es mía”. No obstante, en esos vaivenes, Rousseau no pierde de vista la
“En los siglos XV contradicción inmanente de viy XVI se manifiesta la construcción del individuo en sí mismo como artífice de vir la vida en los extremos, en una búsqueda innovadora de libertad. Como señala Safranski: «La libersu propio destino” tad implica, según Rousseau, no sólo elegir y poder omitir, sino sobre todo la capacidad de comenzar, que es un poder de la iniciativa y de la espontaneidad creadora. Rousseau entendió el poder comenzar como la fuerza propiamente vivificadora de la libertad. Nadie lo pensó así antes de él. En la indeterminación de las condiciones en las que se desarrolla el ser: “El ‘sentimiento’ tranquilo de la existencia recibe el mundo; en cambio, la libertad lo crea. Libertad significa actuar y hacer que crezca el ser, en lo bueno lo mismo que en lo malo. A través de la libertad logramos un ser sí mismo, que no permanece cerrado en sí, sino que sale de sí. Libertad es simplemente lo sorprendente. La libertad incluso
Pietro Are no.
hace posible sorprenderse a sí mismo. La libertad es imprevisible”».
La amistad entre Rousseau y Denis Diderot (1713-1784) perduró por cerca de diez años: entre 1745 y 1756, con fructíferos efectos, como los artículos que Rousseau escribió para La Enciclopedia, o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios (1751-1772) que dirigió Diderot, con más de 140 colaboradores y 72,000 artículos, de los cuales Diderot escribió 6,000. A diferencia de su amigo, Diderot desconfiaba de los alcances de la propia autoconciencia del individuo. Asimismo, rechazaba la contraposición sugerida por Rousseau entre libertad individual y la libertad colectiva. Para Diderot no hay libertad singular, sino múltiples libertades que confluyen la diversidad de proyectos de vida. De ahí su obra colectiva en La Enciclopedia.
Mientras tanto Stendhal (1783-1842), autor de Rojo y negro (1830), La Cartuja de Parma (1839), con gran conocimiento de la psicología de sus personajes, desafió la autopercepción del individuo cuando afirmó: “¿Qué es el yo? No tengo la menor idea…” Lo que pretende no es la autenticidad designada del sujeto, sino la intervención en sí mismo para generar cambios a su alrededor, a través de su autorregulación sostenida en una autooptimización. En ese sentido, señala Safranski: “El individuo singular, el egotista de Stendhal, no está obligado a justificarse, a lo sumo puede ridiculizarse; sin duda es de todo
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Rüdiger Safranski.
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punto un hombre social, pero se convierte en individuo singular en cuanto ejecuta su melodía fundamental ante la sociedad”.
Como pionero de la filosofía existencialista, Søren Kierkegaard (1813-1855) presupone, ante la descomposición del sí mismo en un hombre sin trascendencia, el trabajo de su acción interior, a través de una autoobservación estética. Por lo tanto: “El artista estético de la vida es sabedor de que: no hay ningún sentido envolvente, al que debamos someternos y del que recibamos fuerza; no hay más sentido que el creado por uno mismo, abandonado a sí mismo, sólo sin que podamos confiarnos a otros. Estamos allí como un individuo único. El esteta evita lo colectivo, no se hace ordinario, el distinguirse es su orgullo. Se trata de la originalidad. El esteta reprocha al ético que se hace común, que manifiestamente necesita apoyos, órdenes normativos, obligaciones, vinculaciones. El esteta se tiene por libre y el ético se considera dependiente”.
Ante los constreñimientos universales que someten la voluntad del individuo, Johann Kaspar Schmidt, mejor conocido como Max Stirner (1806-1856), responde con un abierto desafío en su obra El único y su propiedad (1845), cifrando su causa en la nada trascendental como libertad creadora, en un giro confrontativo ante las fantasmagorías en el pensamiento del sí mismo. En su lucha contra las ideologías del progreso devela el “más allá en nosotros” como conciencia impuesta por la familia, en particular, y la sociedad, en general. En un sentido autocrítico, Stirner reafirma su pensamiento como acto de liberación y el yo como momento de espontaneidad creadora. Así observa: “Es mejor permanecer en contacto con el propio fondo creador, sólo así somos por completo un presente y no dependemos del yo pasado, para caer al final bajo su yugo. El yo vivo comienza consigo mismo siempre de nuevo. Él no queda fijado, sino que se realiza de manera discontinua en una serie de formas”. La resonancia de su pensamiento aparece sin duda en Memorias del subsuelo (1864) cuando Fiódor Dostoyevski escribe: “El hombre necesita sola y exclusivamente un querer autónomo, cueste lo que cueste esta autonomía, y sea el que sea el lugar a donde conduce”.
En el autoexilio que se impuso Herny David Thoreau (1817-1862) encontró su destino. En su retiro y aislamiento en una choza que él mismo construyó frente al lago Walden, en Massachusetts, Thoreau desarrolló su pensamiento y en su diario señala: “Para estar solo consideré necesario sustraerme al presente, yo me evito a mí mismo”. En franca oposición a las desigualdades e injusticias prevalecientes en la realidad social, Thoreau manifestó y ejerció la desobediencia civil. Así se negó a pagar impuestos al estado de Massachusetts por su adhesión a la guerra contra México y por su defensa de la esclavitud en los estados del Sur. Con plena libertad de conciencia afirmaría: “No habrá nunca un Estado libre e ilustrado mientras este finalmente no reconozca al individuo como poder superior e independiente”.
En el principio de singularidad estética para Stefan George (1868-1933) y el círculo de Stéphane Mallarme (1842-1898), al cual pertenecía y predominaba —subraya Safranski— “la convicción de que hay significaciones y sensaciones que existen de manera exclusiva en la construcción poética y en ningún otro lugar. Su enfoque fundamental era la poesía entendida como singularidad absoluta, como una red sutil de relaciones de sentido, vueltas hacia el interior y sin relación con el exterior, era el mundo cerrado en sí de un simbolismo hermético”.
Cercano amigo de Stefan George, el sociólogo alemán George Simmel (1858-1918) —estudioso del individualismo— fue impresionado por la personalidad e influido por la obra de George, al grado de establecer la “ley individual” como norma de la peculiaridad asumida por el sí mismo para potenciar la esencia interior de la individualidad y nutrirla con ello. En ese sentido, Simmel «ilustra esto con las poesías de George, que para él son un ejemplo de un proceso de individualización y sublimación. El cual “hace crecer los contenidos de la vida más allá de la vida misma”. Pero este crecer más allá no es otra cosa que la “configuración estética”. Esta, según Simmel, tiene como consecuencia un incremento de la vida hasta la forma altamente individualizada». George también influyó en el sociólogo alemán Max Weber (1864-1920), en sus estudios sobre la racionalización, intelectualización, dominio carismático y desencanto del mundo en la modernidad.
Siguiendo su “demonio interior” —según la expresión de Goethe— como la fuerza que sostiene al individuo a impulsar lo propio, a través de una fe en sí mismo, sería la consideración central en la filósofa, escritora e historiadora Ricarda Huch (1864-1947). Ante las tendencias a la despersonalización imperante en la modernidad, Huch opone la dignidad de la fe como experiencia de la fuerza propia y, a la vez universal, en el individuo que le permite su transformación interior con la contribución de una fuerza universal. Siendo de orientación política conservadora, sorprendió a propios y extraños con una biografía del filósofo y revolucionario anarquista ruso Mijaíl Bakunin (1814-1876): Bakunin y la Anarquía (1923), recuperando su contribución al desarrollo del gran individuo singular, que se enfrentó, en vida y obra, a las autoridades todo poderosas. Señalaba que en su lápida aparece su cita: “Quien no osa lo imposible, nunca conseguirá lo posible”.
Por otro lado, Safranski esclarece los principios fundamentales de la filosofía existencialista de Karl Jaspers (1883-1969) La mismidad del yo es puesta en cuestión. En ese sentido considera: «Existencia es para Jaspers el ser sí mismo del individuo; es aquella dimensión de la experien-