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Joyce: que cien años son nada / Sergio Gómez Montero págs. 11 a

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“El impacto de Joyce fue tajante y sensible. Fue de esas lecturas, muy pausada, que a uno lo dejan a la vez que pasmado, conmovido”

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cipios del XX le va a dar singularidad a la vida de la nación y que, como corriente subterránea, recorre todo el Ulises (Vargas Llosa describe parte de esto en su novela El sueño del celta) y eso lo lleva a pensar a uno cómo, esa novela, pertenece no sólo al autor individual, sino que sobre todo es parte viva de la historia de un pueblo y de allí el profundo carácter irlandés del libro de Joyce.

Como sea, pues, por razones múltiples la lectura del Ulises es, sin duda, una obligación para todos aquellos que se aventuran por los caminos de la narrativa como creación escritural.

A cien años de distancia, Joyce está hoy más vivo que nunca, creo.

P.D. Termino por ahora de escribir mis notas en Palabra. Quiero dedicarle tiempo a otras tareas. Agradezco el espacio brindado y agradezco también a los lectores de mi escritura.

gomeboka@yahoo.com.mx

*Sólo estructurador de historias cotidianas Profesor jubilado de la UPN/Ensenada Fo togr a a s: A rc hivo P alab ra .

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1911: la derrota militar de Celso Vega

POR GABRIEL TRUJILLO MUÑOZ*

El 15 de febrero de 1911, finalmente, se dio la batalla de Mexicali. En su portada de ese mismo día, el Chronicle declaraba que “La batalla comienza en Mexicali” y relataba, en una mezcla de información de primera mano y especulaciones, que: “A las dos y media de esta tarde treinta regulares mexicanos, montados, aparecieron en la orilla sur del Río Nuevo y de inmediato dispararon sobre Mexicali. No fueron respondidos por los insurgentes atrincherados, que adivinaron que su propósito era atraer su fuego para conocer su posición”. Poco después, los federales volvieron a intentar avanzar a lo largo de las orillas del Río Nuevo:

Un insurgente herido fue llevado bajo bandera blanca a la aduana de Calexico. Los federales tienen el río entre ellos y la ciudad y tendrán una tarea difícil de cruzar ya que el agua es alta y los insurgentes están al acecho en la orilla norte para este mismo propósito. Los disparos en ambos casos fueron calientes y rápidos. Más tarde, uno de los insurgentes que no pudo ser contenido, abrió fuego sobre los federales. El escupitajo de fuego y el humo de su arma delataron su posición a cientos de personas que observaban desde los tejados de Calexico y que vitorearon y aplaudieron de alegría. Los disparos se mantienen al cierre de esta edición, a las 4:13 p.m. Los federales se están retirando a sus campamentos provisionales, a dos millas al sur de Mexicali, en la línea de árboles de la orilla del río. El camino del río ha sido dinamitado. Se rumorea que Bill Taylor, el barbero, está malherido. ron por un federal en fuga porque me dispararon tres veces, una de las balas impactó en el banco a un metro y medio delante de mi caballo. Me abrí paso sin problemas. ¿Peleas? Ya lo creo. Setenta disparos a 200 yardas, claro que es una pelea. No vimos caer a nadie”. El inspector de aduanas en Packard vio a las tropas federales desde el tanque de agua y confirmó el número. Vio a veinticinco hombres montados y con uniformes oscuros. A las 2 de la tarde se desató una tormenta y ya no se pudo ver nada.

En otra nota adjunta a la misma edición del 15 de febrero, el Chronicle avisaba que los estadounidenses son los testigos principales del primer combate entre los revolucionarios y los federales cerca del rancho de Little, de acuerdo a lo que le contaron a Otis B. Tout los que presenciaron la primera parte de la batalla:

Según Orval Small, un testigo ocular del comienzo del tiroteo, dice que estaba en el rancho y escuchó el tiroteo y él, con otros en el rancho, se subió a un lugar alto y observó la lucha. Los revolucionarios involucrados eran el grupo de exploradores enviados esta mañana para investigar a los diez hombres montados vistos en el oeste. No eran más de una docena. Los federales eran unos veinticinco, todos montados. “Observé a los dos bandos en batalla durante unos quince minutos”, dijo Small, “y empecé a pensar que sería mejor volver a cruzar la línea lo más pronto posible. Tomé mi caballo y galopé hacia el norte. Los insurgentes evidentemente me toma-

El Chronicle de ese día 15 de febrero ofrece otras noticias alrededor de la batalla: el avistamiento de diez hombres en la zona del borde de las montañas al oeste, que se creía eran exploradores federales o desertores, y el aviso de la llegada del general Bliss a la frontera. El titular del diario era: “Las tropas americanas pueden cruzar la línea divisoria”. Se podría pensar que el diario fronterizo estaría feliz con esa noticia, pero Otis era un periodista que entendía los tejemanejes de la política internacional y los intereses de su país en relación a México. Su crítica no se guardaba nada sobre el intervencionismo descarado de los Estados Unidos y “Otis B. editor del Tout, el Chronisu apoyo a la dictadura del gobierno porfirista: cle, fue un hombre que supo poner la En opinión del Deverdad sobre los te- partamento de Estado, jemanejes del poder, según los despachos de sin que dejara de ser Washington de ayer, un hombre de negocios estadounidense, uno que protegía los intereses locales afiel movimiento revolucionario en México ha degenerado en una nes a su periódico” mera guerra de guerrillas. El Departamento está preocupado por la posibilidad de que algunos de estos “elementos irresponsables” caigan en formas de maldad y sean llevados a infringir los derechos de los ciudadanos americanos. La parte significativa del despacho referido dice lo siguiente: “Las tropas americanas pueden ser enviadas a través de la línea fronteriza para vigilar la propiedad. ESTO SE HARÍA SÓLO CON EL CONSENTIMIENTO DEL GOBIERNO MEXICANO”. ¡Qué rápido daría Díaz su consentimiento para que los Estados Unidos enviaran tropas al otro lado de la línea para asustar a la banda de hombres hambrientos y escasamente vestidos que tienen la audacia de protestar contra su tiránico gobernante por la forma en que los trata! ¡Qué encantado estaría! Las conclusiones del Chronicle se basan únicamente en las condiciones locales. Sin embargo, creemos que estas condiciones son las mismas en todo México. SABEMOS que la llamada “creencia” del Departamento de Estado carece total y absolutamente de un ápice de fundamento. Los derechos de los ciudadanos estadounidenses han sido respetados en todos los casos en que los “insurgentes” han tenido algo que ver. No sólo eso, sino que los insurgentes no han saqueado a sus propios compatriotas: no han robado una res para comer; no han asaltado una tienda en Mexicali; se han comportado con gran respeto a los derechos de todos e incluso las mujeres no han tenido miedo de quedarse en Mexicali mientras estaba ocupado por los insurgentes. Hemos conocido a los líderes de esta pequeña revuelta y nos vemos obligados a decir que son cualquier cosa menos asesinos; todas sus expresiones son de patriotismo hacia su país como debería ser bajo la constitución que Díaz ha abrogado. Ayer un hombre puso una bandera americana en su tienda. Los líderes revolucionarios le mandaron a decir que pusiera la bandera mexicana por encima de la americana, explicando que no estaban luchando contra la bandera sino contra un gobierno que no tiene uso para la bandera. Repasamos estos hechos esta noche porque el General Bliss, comandante del Departamento del Pacífico, estará aquí en el tren de la tarde para examinar los asuntos como realmente son. El Departamento de Guerra desea proteger ampliamente esta frontera

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y eso está bien. Pero permitir que el ejército americano se convierta en un peón de Díaz y ordenarle que cruce la frontera sería simplemente acobardar a la pequeña banda de inofensivos patriotas que son parte de un gran ejército que sólo pide sus derechos. Parece que el Departamento de Guerra y el Departamento de Estado están ansiosos por apoyar a los agentes de Díaz y acosar a los insurgentes. Como periódico que desea el juego limpio y la neutralidad absoluta por parte de los Estados Unidos en este asunto, el Chronicle solicita muy respetuosamente al General Bliss que informe de las cosas como SON y no según la imaginación de personas prejuiciadas o con juicios sesgados.

Pocas veces se ha escrito con tanta objetividad sobre la revolución floresmagonista y por ello este artículo a la vez informativo y de opinión no ha sido tomado en cuenta para discernir sobre lo que implicó este movimiento libertario para México como para los Estados Unidos, donde los gobiernos de ambos países se confabulaban para mantener el estatus quo prevaleciente a expensas de las libertades básicas del pueblo mexicano. Y, a la vez, podemos aquilatar cómo un simple periodista de un diario pueblerino, de una publicación provinciana, podía ver las jugadas del poder y denunciarlas sin morderse la lengua. En ese sentido, Otis B. Tout, el editor del Chronicle, fue un hombre que supo poner la verdad sobre los tejemanejes del poder, sin que dejara de ser un hombre de negocios estadounidense, uno que protegía los intereses locales afines a su periódico.

La batalla de Mexicali no terminó al cerrar la edición del Chronicle poco después de las cuatro de la tarde del día 15 de febrero. La edición del día siguiente era la que iba a ahondar en el combate vivido con todos sus detalles. En la portada del diario del 16 de febrero se proclamaba: “Insurgentes obtienen la victoria” y se decía que las bajas del lado revolucionario eran de 5 muertos y 3 heridos, mientras que del lado de las fuerzas federales era de 3 muertos y 17 heridos. Debido a la gravedad de los acontecimientos, Calexico estaba bajo la ley marcial. El reportaje del diario de Calexico consistía en breves estampas que no siempre están relacionadas. Pareciera que como iban llegando las noticias o los informantes, así se iban editando y eso hizo que el artículo principal tuviera el sabor de lo inmediato, de la cercanía experimentada, pero también que careciera de una visión de conjunto que hiciera comprensibles los hechos militares atestiguados por la gente al otro lado de la línea o en el mismo campo de batalla, como el propio Otis lo pudo comprobar:

Fue una verdadera pelea la de ayer al otro lado de la línea fronteriza. Los insurgentes cuentan con cinco hombres muertos, aparte de un chino no combatiente en el rancho de Lee Little. Hay tres hombres heridos en el hospital improvisado en el ayuntamiento de Calexico, que están siendo tratados por los cirujanos del ejército de las tropas americanas. Estos tres son insurgentes. Los espantosos restos de tres soldados federales yacen sin enterrar en los barrancos de lodo al otro lado de la línea, escenario de la lucha entre los insurgentes y los regulares mexicanos ayer por la tarde. Los regulares que huyeron se llevaron con ellos a sus heridos, que son dieciséis hombres, y dejaron a uno por muerto en el campo de batalla. Este fue enviado al hospital esta mañana por los exploradores insurgentes.

“O los federales retrocedían, con el gobernador Celso Vega herido del cuello, rumbo a Ensenada sin querer volver a pisar el valle de Mexicali, o los federales iban a volver a intentar tomar el pueblo”

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Un grupo de cinco hombres, formado por el sheriff Mobley Meadows, H. N. Dyke, el reverendo J. N. Gortner, A. S. Carr y O. B. Tout, bajo una bandera de la Cruz Roja, salió de Calexico a las 9:30 de esta mañana y recorrió el campo de batalla en busca de regulares heridos que pudieran ser asistidos. Pero los federales se llevaron a sus heridos excepto a uno. Nos encontramos con media docena de exploradores insurgentes que habían patrullado el campo de batalla y habían colocado banderas donde yacían los muertos sin enterrar. Señalaron a los muertos. Un hombre y su caballo fueron evidentemente abatidos en el mismo instante. La víctima estaba vestida con ropa de pana y evidentemente era un hombre de categoría. Una gran bala le había alcanzado en la parte posterior de la cabeza y los sesos le rezumaban por la boca, mientras que el caballo muerto aún yacía sobre su pierna. El sheriff Meadows quitó la silla de montar y cubrió la cara del hombre con una manta y seguimos adelante. Al volver más tarde, la silla de montar ya no estaba; evidentemente, los exploradores insurgentes no habían pasado por alto ninguna prenda.

La siguiente víctima fue un soldado regular, vestido con un traje lamentablemente escaso y sandalias, su gorra de algodón barato estaba empapado de sangre. Yacía exactamente donde había caído con un disparo en la cabeza por una bala cubierta de cobre desde las trincheras insurgentes. Al pasar por los escabrosos desfiladeros, otro soldado yacía de cara al sol, con un disparo en el cuerpo, evidentemente arrastrándose hasta su refugio y muriendo después. Sobre él había unos cuantos panfletos en español y un horario de barco de Ensenada. Su nombre fue asegurado y entregado al Cónsul Sierra.

También se encontraron tres caballos muertos. El terreno es un lugar ideal para una batalla, las

Coronel Celso Vega.

orillas del río formaban defensas naturales cada pocas yardas. Es una maravilla que no todos los federales hayan muerto. Se tomaron fotos de los hombres muertos donde yacían. Al regresar al automóvil, que había quedado atrás a causa del fuerte oleaje, descubrimos que le habían quitado la manivela, el gato y la pistola de seis tiros del sheriff. También había sido arrastrado doscientas yardas por un camino accidentado tratando de dirigirlo hacia Mexicali. Después de hacerlo retroceder hasta la colina y arrancar el motor mientras bajaba, el grupo pudo llegar a casa. Al llegar, una visita al campamento de los insurgentes puso de manifiesto el hecho de que un automóvil “federal” había sido raptado y desvalijado. Los artículos que faltaban fueron devueltos.

La primera impresión que exponía el Chronicle del 16 de febrero era que, después de la batalla, los federales habían retrocedido por donde habían venido. Según un informe que Otis B. Tout describía como fiable, los federales estaban ya cerca de las montañas al amanecer y se mostraban “casi todos agotados”. Uno de los soldados federales, viendo al ejército derrotado, decidió quedarse atrás y, cuando vio su oportunidad, cruzó la línea internacional:

Tiró su arma y sus cartuchos y se escapó esta mañana. Declaró a los rancheros del distrito de riego número 6 que ya había tenido bastante y que se retiraba; que Vega les había dicho a todos que sólo 60 hombres ocupaban Mexicali y que huirían al primer disparo: que todos tendrían mucha comida y podrían dormir a sus anchas si luchaban bien. Pero los líderes no sabían

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