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Lorenzana y la luciérnaga oscura / Iliana Hernández pág

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LORENZANA Y LA LUCIÉRNAGA OSCURA

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What I think is this: You should give up looking for lost cats and start searching for the other half of your shadow. Haruki Murakami. Kafka on the Shore

POR ILIANA HERNÁNDEZ PARTIDA*

“E l peso de las figuras debe estar balanceado en una fotografía”, oí decir a Lorenzana frente a un grupo de jóvenes. Lo escuchan, él explica acomodando sus brazos en el campo de la foto, llevando y posicionando cuerpos imaginarios. Sabe componer una música visible, la magia de las apariciones insospechadas.

Es el peso escultórico de quienes son representados, el peso o la evanescencia de Astrid Hadad flotando en la Casa de la Cultura en la colonia Altamira. ¿Cuál es el peso de un fotógrafo que ha representado el volumen de tantos cuerpos y objetos a lo largo de su carrera?

Abro los ojos en cualquier representación artística y la figura de Lorenzana se desplaza sin interrumpir, serpentea entre escalones, asientos, escenarios de voces inagotables, en el preciso instante en el que un cantante toma aliento, dispara Alfonso, en el instante de la emoción y el aplauso, ataca la foto.

HISTORIA DERRUMBADA

Tijuana. El Minarete de la Preparatoria Lázaro Cárdenas, El Muertho, el centro, el pedazo de pared que anunciaba las Pinturas Corona en el negocio de Calette. Recuerdo que pasaba frente a ese local (al que por años acompañé a mi papá) y vi esa pared a punto de caerse. Nostalgia. Otra Tijuana se alza sobre la que un día conocimos y también era

Fo to: Iliana Hernández Pa r d a

percibida como moderna. Todo lo ha retratado Lorenzana, no simplemente fotografiado, sino que sus imágenes alimentan nuestra débil memoria, nos ha enseñado a ver y a no olvidar otras épocas de esta frontera. listas para mostrar colmillos, los días y las horas de la maquila expresadas en monedas para el chofer en el subir y acomodarse para descansar de la calle.

SERIE TIJUANA

Sin darnos cuenta, en el fondo de la calafia alguien observa y registra lo poco importante (en apariencia): una espalda, el cabello revuelto o cabezas rapadas. ¿A dónde va la gente en el transporte público? A trabajos en la periferia, a comprar mandado, a pagar adeudos de impuestos prediales, a gastar su dinero en apuestas al destino, a renovar permisos para seguir existiendo sin ser notado. Barbillas al frente, espaldas encorvadas con ropas sueltas. Los personajes siguen contando su historia a los asientos de ese transporte interminable. Un tatuaje de la santa muerte en una joven amenaza a quienes la observan. Las conversaciones salpicadas de chiste e ira suceden entre el “bajan” y el “compermiso”. Tijuana se conoce a detalle sobre el camión o la calafia, ahí se juega el ingenio para encontrar el diamante de la historia insospechada, la mirada eléctrica, rastas como serpientes

Repaso uno a uno los rostros, trazo coincidencias y sombras. ¿Qué da a los retratados un mismo punto de encuentro en este pequeño mundo? Desentraño y afirmo: es la luz que Lorenzana ha descubierto sobre las cabezas, no aquella dependiente de su arte y domesticación de su técnica, encuentro, maravillada, que es

“Abro los ojos en la revelación de una bricualquier represen- llantez que parte del centación artística y la tro de cada retratado: su figura de Lorenza- santidad. Lo que sea que na se desplaza sin eso signifique.interrumpir” Es la luz de la posibilidad de cada uno, emanación de bondad, aunque sea momentánea. No se achaque a Lorenzana la santificación de sus personajes sino la exaltación de eso que supera a cada ser humano, la flama que es vida y está suspendida sobre la coronilla, un acompañamiento luminoso que sólo él ha sido capaz de ver en la gente sobre las banquetas sucias, en los cantantes de ópera, bailarines, cantantes, dramaturgos, mariachis, historiadores, embaucadores de oropel. Todos son santos mientras dure la foto, eternidades que sabrán contar la historia de su creador, Alfonso.

SERIE CIRCENSE

Pero esta vida, con su gente altísima o bajita, es un circo de cinco pistas. Las carpas se elevan con sus guías de luces, nada pueden contra el cielo nublado. No se distingue color en el circo que fue hecho para la fiesta del amarillo, rojo, verde, azul, morado, naranja o escarlata. De las fotos tampoco sale la música de banda o las trompetas que anuncien hologramas de elefantes o jirafas. Hay trapecistas que juegan a sostenerse cabeza contra cabeza, dormitan en sus barras en espera de que regrese el mago con los conejos o los payasos con mejores rutinas y chistes más subidos de tono, pero Lorenzana los mantiene a raya: en blanco y negro suspiran por públicos mayores. La mujer barbuda fuma en la entrada del circo para entretener sus pensamientos, están presos en una foto.

PANDEMIA Y EL POCO ROSTRO

Encierro histórico, miradas huidizas, abrazar el interior de la casa, medir los pasos de un lado al otro para encontrar a quién retratar. ¿Cómo cambiamos por dentro y por fuera con tan poco sol? Se nos fueron años dentro de los días de no sabernos caminantes, abrazadores de vocación, sujetos plenos frente a la cámara. Aún así llegó el fotógrafo y nos dejó suspendidos en ese otro tiempo que no alcanza la vejez ni la corrosión de la verdad. Siempre todos ojos amantes a pesar de la enfermedad. Lorenzana nos vio y existimos.

Larga vida a Lorenzana, nos ha visto.

premoniciones@hotmail.com

*Es docente y traductora. Escribe artículos, ensayos, cuentos y poesía

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EL ENSAYO EN BAJA CALIFORNIA: LOS PASOS GANADOS

POR GABRIEL TRUJILLO MUÑOZ*

El ensayo bajacaliforniano: entre el periodismo y la literatura

En la tercera década del siglo XXI, al mirar hacia atrás, hacia los caminos por los que ha ido nuestra literatura, ¿qué podemos decir del oficio de ensayista en Baja California? En primer lugar que los ejemplos abundan: empezando por Pedro N. Ulloa y Roberto Salvatierra en el puerto de Ensenada al inicio del siglo XX y por Héctor González y su libro sobre el Negrito Poeta, un coplista del siglo XVIII, que se publicó en Mexicali en 1920, en los tiempos del coronel Esteban Cantú. O pensemos en los ensayos que escribiera el profesor Rubén Vizcaíno Valencia, cuando nuestra entidad acababa de convertirse en Estado libre y soberano, con el fin de entusiasmar a los bajacalifornianos y que entre todos transformaran la entidad más allá del comercio y la pesca y la agricultura. O los ensayos de tantos periodistas que, entre los años veinte y finales del siglo pasado, publicaron en diarios y revistas como Minerva, El Piloto, Pegaso, Norte, Letras de Baja California y El Mexicano. Personajes de la talla de José Castanedo, Juan B. Hernández, Mario Flores, Florentino Pereira Ocejo, Rafael Trujillo, José G. Herrera, Enrique Pérez Rul, Alfonso Tovar, Braulio Maldonado, Pablo L. Martínez, Jesús Sansón Flores, Adolfo Wilhelmy, María Luisa Melo de Remes, José Merino Millán, Pedro F. Pérez y Ramírez, Miguel de Anda Jacobsen, Francisco Dueñas y Valdemar Jiménez Solís, entre muchos, muchos otros practicantes del oficio periodístico en nuestra entidad.

Y aunque los unía el culto al progreso y al nacionalismo, estos ensayistas bajacalifornianos que hacían del ensayo artículos de opinión, manifiestos públicos y discursos culturales, también tocaban otros temas caros a sus ideales, como la educación, la literatura, la situación de México y el mundo, la paz y la guerra, la justicia y el poder. Así podemos ver que el ensayo, entre nosotros, es un género particularmente generoso, que nos muestra, con transparencia sin igual, la evolución del pensamiento de las clases intelectuales del norte fronterizo. Desde Mario Flores a Braulio Maldonado, se utilizaba este género para reflexionar sobre nuestra cultura fronteriza con sus luces y sombras. Desde Juan B. Hernández hasta Rubén Vizcaíno, se proclamaba el valor de la cultura para el progreso de Baja California, el valor de las artes como parte de la identidad regional. Desde Florentino Pereira Ocejo hasta Jesús Sansón Flores, se daba voz a los que no tenían voz como un deber ineludible, como un rasgo de solidaridad que iba más allá de la letra impresa. Desde José Castanedo hasta María Luisa Melo de Remes, se imponía una visión moralista de los acontecimientos sociales. Desde José G. Herrera hasta Pedro F. Pérez y Ramírez y Valdemar Jiménez Solís, se defendían los testimonios del pasado para crear una historia donde los bajacalifornianos apareciéramos como comunidad en pos de su destino.

El ensayo que se escribió en los tres primeros cuartos del siglo XX, más allá de las búsquedas pedagógicas, cívicas y morales donde la buena conciencia prevalecía, tomó rumbos inusitados por la cercanía con los Estados Unidos, pero también porque salió de lo regional para afincarse en temas de actualidad. Su publicación en periódicos y revistas le dio un aire de inmediatez y de compromiso con las corrientes de pensamiento de los tiempos en que fueron escritos. Así, Pedro N. Ulloa, al despuntar el siglo XX, podía decir que la canción del progreso “encarna el espíritu regenerador de los nuevos ideales… bajo el peso de la rica labor intelectual”, a la vez que en los años veinte, la década del jazz, Enrique Pérez Rul afirmaba que la labor del hombre de letras, sea literato o periodista o las dos cosas a la vez, era “difundir la cultura en forma tan agradable y amena que pueda satisfacer a todos los gustos” y añadía que la cultura debía propagarse “sin el menor asomo de suficiencia, sin decir jamás las cosas en tono doctoral y autoritario que le traería el

José Salvador Ruiz.

desprecio o la burla”, que el talento escritural debía estar “siempre al servicio de las buenas causas”, mientras que Alfonso Tovar, durante el cardenismo, aseguraba que “es doloroso mostrar nuestras enfermedades nacionales, pero criminal sería también ocultarlas. Hacernos tontos nosotros mismos. Pedir al médico y no decirle el padecimiento”.

Y en plena guerra fría, José Merino Millán aseveraba que “estamos en pleno siglo XX y el hombre tiene derecho a desenvolverse dentro de un plano de comprensión y de trabajo, de respeto y armonía, en donde se valore la vida humana y se sancione severamente a quienes atentan contra ella”, a la vez que Rubén Vizcaíno Valencia escribía una carta abierta dedicada a los profesionistas e intelectuales de Baja California, donde informaba que como cualquier otro hombre, el intelectual “adeuda a la comunidad humana parte de lo que es, y él mismo no es sino el soporte mismo de una tarea que no acaba nunca y que lo alude constantemente en todo momento”. Y esa deuda debía ser pagada con la responsabilidad social y más cuando se habitaba una entidad fronteriza como Baja California. De ahí que proclamaba que: “Lancen su reflexión por el camino de la verdad aquellos que la busquen; por la justicia los que la sientan en su corazón o en la pobreza de tantos; por el de la abundancia, aquellos que quieran estimular el desarrollo técnico-económicco; por el de la sabiduría, aquellos que estén tentados por la educación del pueblo, por la investigación y por las realizaciones de la cultura superior”. Porque “había tanto por hacer en Baja California, arreglar tantas cosas, fincar tantos hogares, abrir tantas escuelas, escribir tantos libros”. Así, el ensayo se volvía discurso público para unir, en una sola voluntad colectiva, el arte y la cultura.

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Hay que tomar en cuenta que en nuestro estado, el que se estableció a partir del 16 de enero de 1952, los padres fundadores del ensayo como texto literario más que periodístico, fueron tres: David Piñera Ramírez, quien lo practicó en los años sesenta como discurso académico y lo abandonó durante la década siguiente al dedicarse al ensayo histórico; Rubén Vizcaíno, quien hizo una especie de ensayo regional vasconcelista, de oratoria apabullante y misticismo radical (en la misma vena que el chihuahuense José Fuentes Mares y el sonorense Óscar Monroy), y Patricio Bayardo, quien utilizó el ensayo, de los años setenta en adelante, como seguidor de Samuel Ramos: para ofrecer una interpretación nacionalista del mexicano fronterizo y de su “pérdida” de identidad.

“Aunque los unía el culto al progreso y al nacionalismo, estos ensayistas bajacalifornianos (…) hacían del ensayo artículos de opinión, manifiestos públicos y discursos culturales” El ensayo bajacaliforniano moderno Es necesario puntualizar que para la segunda mitad de los años ochenta y la primera mitad de los noventa del siglo XX, se publicaron las primeras obras ensayísticas modernas en Baja California, donde estos textos se presentaban como un laboratorio de experiencias, un libre ejercicio literario que se mezclaba con otros géneros sin limitaciones de ninguna especie, donde la experiencia fronteriza tomaba un papel central y la escritura se enriquecía en lecturas de autores contemporáneos. Los primeros en incursionar en esta clase de ensayo fueron Leobardo Sarabia Quiroz, Gabriel Trujillo Muñoz y Humberto Félix Berumen. La mayoría de estos ensayos se publicaron en periódicos y revistas de la entidad antes de ser reunidos en libros; periódicos y revistas hoy legendarios: El Oficio, Esquina baja, Travesía, Trazadura, Tijuana Metro y los suplementos de Diario 29. Destacan, entre ellos, Vivencias universitarias (1987) de David Piñera, El signo y la alambrada. Ensayos sobre literatura y frontera (1990) y Tijuana hoy (1991) de Patricio Bayardo; Los caminos venturosos (1987) y Sociedad y desierto. Literatura en la frontera norte (1993) de Sergio Gómez Montero; Tres ensayos sobre el ensayo bajacaliforniano (1988), La ciencia ficción. Literatura y conocimiento (1991), De diversa ralea (1993) y Los signos de la arena. Literatura y frontera (1994), Testigos de cargo (2000) de Gabriel Trujillo Muñoz, así como Tijuana en su literatura (1989) de Ramiro León Zavala y Los fantasmas de la pasión (1997) de José Javier Villarreal. Otros libros de este género, pero de índole colectiva, son Piedra de toque (1988), La línea: ensayos sobre literatura fronteriza Méxiconorteamericana (1988), Lecturas de Baja California (1990), Signos abiertos (1993) y Vidas fronterizas (1996). Sin olvidar los libros de ensayos de Federico Campbell, como La memoria de Sciascia (1989), La invención del poder (1994) y Máscara negra. Crimen y poder (1995).

Visto en conjunto, tal vez lo más significativo del ensayo literario ha sido escrito tanto como prólogos a antologías de vario material, así como en compilaciones de ensayos de distinta índole. Pienso en Parvada. Poetas jóvenes de Baja California (1985) y Un camino de hallazgos. La poesía bajacaliforniana del siglo XX (1992), Literatura bajacaliforniana siglo XX (1997), Biografías del futuro (2000), Testigos de cargo (2000), Pasiones fronterizas (2008), Escaramuzas (2010), Nada es lo que parece (2018), La mirada insaciable (2018) y La sombra benéfica. Ensayos alfonsinos (2022) de Gabriel Trujillo Muñoz; Antología de la nueva narrativa bajacaliforniana (1987) de Óscar Hernández; El cuento contemporáneo en Baja California (1996), Texturas (2001), Tijuana la horrible (2003), La frontera en el centro (2004), Señas y contraseñas (2011), Fronteras reales/Fronteras escritas (2016) e Historia mínima (e ilustrada) de la literatura en Tijuana (2022) de Humberto Félix Berumen; En la línea de fuego (1990), Zona de turbulencia (2006), Manual de sobrevivencia en la ciudad T (2015) y Viaje a la ciudad en cuarentena. Epidemia, contagio y transfrontera (2021) de Leobardo Sarabia. Todos son textos que dicen que el tiempo de las verdades reveladas, de los clisés de moda, del discurso edificante ha terminado.

En las primeras décadas del siglo XXI, habría que destacar la obra ensayística de Rael Salvador, Heriberto Yépez, Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal, Elizabeth Cazessús, Javier Hernández, Jorge Ortega, Fernando Vizcarra, Mauricio Ramos, Rogelio Arenas, Elizabeth Villa, José Salvador Ruiz, Édgar Cota Torres, Óscar Ángeles Reyes, Pedro Valderrama, Daniel Salinas Basave, Raúl Fernando Linares, Iliana Hernández Partida y Miguel Lozano. De los libros de ensayos de esta centuria los más ambiciosos en horizontes intelectuales han sido: Mar y desierto en la poesía de Baja California (2000) de Jorge Ortega, Ensayos para un desconcierto y una crítica-ficción (2001) y El imperio de la neomemoria (2007) de Heriberto Yépez, Indagaciones inhumanísticas (2003) de Mauricio Ramos, No está en mis manos escribir sin vehemencia (2003) de Francisco Hernández, Meridianos/

Daniel Salinas Basave.

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Óscar Ángeles Reyes. Fo tos: Archivo Pa labr a

divergencias (2007) de Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal, La representación de la leyenda negra en la frontera norte de México (2007) de Édgar Cota Torres, Alfonso Reyes y los hados de febrero (2007) de Rogelio Arenas, El lobo en su hora. La frontera narrativa de Federico Campbell (2016) de Daniel Salinas Basave, Contra-cultura (menor) y el movimiento fanzine en Tijuana (2014) de Pedro Valderrama, Pájaros de cuentos. El cuento criminal bajacaliforniano y sus autores intelectuales (2016) y Muertos en el tintero (2017) de José Salvador Ruiz, Entre el vacío y la orfandad. Sociedad y prácticas culturales en Tijuana 1942-1968 (2018) de Elizabeth Villa, Desde la butaca. Tintas urbanas (2021) de Elizabeth Cazessús y Recuerdo del héroe llevado por su demonio (2022) de Rael Salvador.

En estos tiempos de transición a nuevas tecnologías y de regreso a viejas pesadillas, podemos observar la aparición de ensayos tanto literarios como académicos, incursiones en lo propio y lo universal, indagaciones alrededor del arte, la cultura fronteriza, los desafíos del mundo globalizado, ciertos escritores del pasado nacional, ciertos géneros literarios que van saliendo a la luz, así como acercamientos críticos a la cultura de nuestros días desde la filosofía, los estudios culturales e incluso la comunicación. No hay en ellos un eje central sino el interés por estudiar aquellos temas, personajes y situaciones que le son cercanas a sus autores, por las que siente empatía y gran curiosidad. Es significativo que tanto Jorge Ortega, Pedro Valderrama, Salvador Ruiz, Edgar Cota Torres, Daniel Salinas y Elizabeth Villa se aproximen a las letras bajacalifornianas para obtener nuevas formas de analizar e interpretar el legado histórico de la literatura hecha en nuestro estado. Pero también es importante reconocer que nuestros ensayistas igualmente exploran vetas más lejanas, como es el caso de Javier Hernández, Mauricio Ramos, Carlos Gutiérrez Vidal, Heriberto Yépez, Fernando Vizcarra y Rael Salvador. De este último me quedo con su idea de que la escritura ensayística es “momentos de coincidencia reflexiva”.

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