TERCERA ÉPOCA | Número. 34

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TwinCities’ Chronicles: la nota roja fronteriza

Por Gabriel Trujillo Muñoz

Fotografía:
Archivo Palabra

LDe lo viejo, lo nuevo

o advirtió, desde la antigüedad, Tito Lucrecio Caro: “Lo viejo que no se conoce será siempre nuevo”. Una sentencia sabia, sin lugar a duda, la cual nos ayuda a comprender la propia: “No hay nada más viejo que un periódico de ayer”.

En su presente colaboración Twin Cities´ Chronicles: la nota roja fronteriza , el escritor Gabriel Trujillo Muñoz nos señala “que la historia es hemerografía en estado puro”, investigación y auscultación en el cuerpo de la prensa de cada época para sentir el pulso de la vida comunitaria.

“Así lo han entendido investigadores bajacalifornianos como Édgar Cota-Torres, José Salvador Ruiz o yo mismo [G.T.M.]: la pesca informativa sobre los acontecimientos del pasado es un campo abierto que es necesario estudiar a fondo”, afirma el autor de Zarabanda, entregándonos un compilado de riqueza testimonial y singular valía.

En el número circulante de Palabra, seducidos por esta premisa periodística, incluimos textos críticos de Sergio Gómez Montero y Eduardo Cruz Vázquez, así como reseñas de Carlos Blas Galindo (arte), Fernando Mancillas (sociología), Gustavo Dessal (psicología); también encontrará artículos de Juan Forn (†) y Enrique Botello. Y, una vez más, para los amantes del género, un cuento del investigador Edgar Chávez. ¡Enhorabuena!

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Twin Cities´ Chronicles: la nota roja fronteriza / Gabriel Trujillo Muñoz

Política y cultura: anotaciones sustantivas / Sergio Gómez Montero

En plan de retiro (Parte VI) / Enrique Botello

Futbol en el Museo de Arte Moderno / Carlos Blas Galindo

Me encontré a Zola por buscar a Teroba / Eduardo Cruz Vázquez

La constitución social de los individuos / Fernando Mancillas Treviño

Horacio Quiroga: El hombre que nos enseñó a tener frío / Juan Forn

El caminante / Edgar Chávez

Lo que Camus sabía / Gustavo Dessal

Camus, caso revisado / Rael Salvador

págs. 3 a 7

págs. 8 a 10

pág. 11

págs. 12 y 13

págs. 14 y 15

págs. 16 y 17

pág. 18

págs. 19 a 21

págs. 22 y 23

pág. 24

Palabra no responde a colaboraciones no solicitadas ni asume como propias las opiniones de sus columnistas y comentaristas. La opinión de la revista literaria se encuentra reflejada en su editorial. Todas las imágenes y fotografías que aparecen en la presente edición son utilizadas con fines informativos. El equipo editorial se ha dado a la tarea de indagar los derechos de autor correspondientes o su procedencia, consciente de su obligada autoría. En caso de omitir algún crédito, ofrecemos una disculpa y agradeceremos la información brindada para incluirlo en una posterior edición. raelart@hotmail.com

Enrique Botello

Colaboradores

Carlos Mongar, Sergio Gómez Montero, Gabriel Trujillo Muñoz, Federico Campbell (†), Daniel Salinas Basave, Leobardo Sarabia, Santiago M. Zarria, Manuel Quintero, Enrique Botello, Héctor García M., Óscar Ángeles Reyes, Fernando Mancillas, Iliana Hernández, Ruth Gámez, Herandy Rojas, Carlos-Blas Galindo, Alberto Manguel, Jeanette Sánchez, Martín Caparrós, Alfonso Lorenzana, Eduardo Cruz Vázquez, Eric Rodríguez Ochoa, Juan Arnau, Jorge Ruiz Dueñas, Carlos Velázquez, Jazmín Félix, Edgar Chávez y Juan Forn.

Corresponsales en el extranjero

Ferdinando Scianna (Italia); Cony Mollet-Sigüenza (Francia); Ramón Ángel Acevedo, “Rakar” (Chile); Patrick Liotta (Argentina); Héctor García Mejía (Los Ángeles).

Corresponsal en Tijuana

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TwinCities´ Chronicles: la nota roja fronteriza

La pesca informativa sobre los acontecimientos del pasado es un campo abierto que es necesario estudiar a fondo: La historia es hemerografía en estado puro

Por Gabriel Trujillo

Escritor y poeta, autor de Espantapájaros y Tijuana city, tres novelas cortas. angel.gabriel.trujillo.munoz@uabc.edu.mx

La historia es hemerografía en estado puro, es investigación en la prensa de cada época para sentir el pulso de la vida comunitaria. Así lo han entendido investigadores bajacalifornianos como Édgar Cota-Torres, José Salvador Ruiz o yo mismo: la pesca informativa sobre los acontecimientos del pasado es un campo abierto que es necesario estudiar a fondo. Y una zona rica en personajes pintorescos, hechos escandalosos y convivencia forzada al inicio del poblamiento del delta del Río Colorado, aparece en los periódicos fronterizos, en donde buena parte de la cobertura se daba en relación a la nota roja, porque lo criminal era un suceso que repercutía a ambos lados de la línea internacional. Tal es el caso de la región del Valle de Mexicali vista desde la prensa del vecino Valle Imperial, donde poblados como El Centro, Heber, Calexico y Brawley destacaban su interés por enterarse de los hechos delictivos que ocurrían en Mexicali, Los Algodones o las rancherías que había dispersas en todo este territorio de frontera, un sitio ideal para conocer de cerca, de viva voz, a contrabandistas, forajidos, revolucionarios y a cuanto sujeto fuera de la ley por aquí se apareciera.

De esta manera, los habitantes del otro lado veían a Mexicali como un pueblo pintoresco, pero los predicadores y damas pías también lo catalogaban como un lugar de perdición por sus cantinas y por sus diversiones legales e ilegales que, desde el puritanismo anglosajón, eran vicios deleznables, ya fueran las corridas de toros, las peleas de gallos, los festejos con disparos de armas de fuego, y ya no se diga las bebidas embriagantes, los fumaderos de opio o la presencia de prostitutas que ofrecían compañía a los ingenieros y trabajadores del Valle Imperial. Como el traspatio de Calexico, Mexicali funcionaba como una válvula de escape de las presiones sociales de sus vecinos del norte y, como el lugar de paso que era, servía como un sitio carente de las restricciones impuestas por una sociedad rural que quería gente trabajadora pero no quería lidiar con los conflictos existenciales de una comunidad de frontera. Pero quitando los prejuicios culturales, los residentes de Mexicali y Calexico compartían las ganas de prosperar bajo el sol abrasador de los valles de Mexicali e

Imperial. A principios del siglo XX había un impulso de ambas comunidades por vencer los desafíos del desierto y construir sus respectivas ciudades para el progreso en común. Si una campaña publicitaria dio nombre a Mexicali y Calexico, la llegada de la prensa no tuvo más causa que la misma publicidad que buscaba atraer compradores de terrenos a esta región fronteriza entre México y los Estados Unidos.

Los dos periódicos que darían testimonio de la evolución y crecimiento de esta zona del mundo fueron el Imperial Valley Press, fundado el 20 de abril de 1901 como un semanario sabatino publicado desde San Diego, California, ya que Imperial formaba parte del condado de San Diego y no sería sino hasta el 7 de agosto de 1907 que se volvería el condado de Imperial. El segundo periódico en salir a la luz pública, el 12 de agosto de 1904, fue el Calexico Chronicle. Las diferencias entre ambos periódicos es que el Calexico Chronicle fue un diario ubicado en una población fronteriza en comparación con el Imperial Valley Press, que se ostentaba como un semanario. Por ello, el periódico de Calexico contaba con una ventaja competitiva a la hora de capturar las noticias o difundir acontecimientos.

Junto a estos testigos periodísticos cercanos a la línea internacional hay que mencionar que otras publicaciones, especialmente del área de Los Ángeles y San Diego, se dieron a la tarea de hacer eco de las noticias que les llegaban desde el área de Mexicali, casi siempre con artículos que acentuaban las visiones negativas acerca de esta población y del carácter de sus habitantes. En general, a la prensa estadounidense sólo le interesaba lo que ocurría en el Valle de Mexicali si la noticia consistía en accidentes, desastres, tragedias o crímenes. Cualquier drama que mantuviera la atención de sus lectores y les ofreciera una imagen del sur de la frontera a la medida de sus más enconados prejuicios, mostrándola como un lugar inseguro, peligroso, violento, era bienvenida y se reproducía extensamente. Cada nota roja reforzaba la idea de que Mexicali era sólo un pueblo de paso del que nada bueno podía decirse.

De ahí proviene la información, tan amena y sensacionalista, que estos y otros periódicos californianos dieron, en las primeras décadas del siglo XX, sobre la vida de Mexicali y de los mexicalenses. Tal es el motivo de la publicación de Twin Cities´ Chronicles. Mexicali como nota roja en la prensa californiana 1903-1915 (New Borders-Nuevas Fronteras, UCCS-IVC-UABCEditorial Artificios, 2024), libro coordinado por Édgar Cota Torres, José Salvador Ruiz y quien esto escribe, que recopila las principales noticias criminales que tuvieron como ubicación la frontera entre Mexicali, en Baja California, y el sur fronterizo de California. Aventurarse en sus páginas es descubrir que no todo tiempo pasado fue mejor, que la historia no se circunscribe a los fastos oficiales, a los informes de gobierno. Que la vida de los pueblos no puede ser entendida a cabalidad si no se presta atención a la nota roja de la prensa, a sus habitantes menos ejemplares, a sus actividades de juego sucio y de dinero fácil. Hacer un lado lo criminal es querer borrar una parte fundamental de la vida de frontera: la de un sector de su población que, viviendo al margen de la ley, se constituía en su centro vital, en su rostro más carismático y canallesco, más auténtico y veraz.

Zona rica en hechos escandalosos

Veamos algunos ejemplos de este periodismo estadounidense sobre nuestro Mexicali y sus habitantes. Esos pioneros bajacalifornianos (porque igual fueron los pioneros ensenadenses, tijuanenses y tecatenses) que, según nuestros hipócritas historiadores, actuaron como unos ciudadanos ejemplares, que no causaban desvergüenzas ni disturbios. ¡Sí, cómo no!

Arrancan el bolsillo del pantalón de Frank Nichols y le roban mientras duerme. Calexico Chronicle, 5 de marzo, 1908. Mexicali contiene ahora varios criminales de la clase media, sinvergüenzas que no tienen el coraje de asaltar a un hombre, sino que embriagan a sus víctimas y luego, mientras están en un estupor borracho, le quitan su dinero del bolsillo. La semana pasada Frank Nichols fue una víctima, y no es en absoluto el único que ha sufrido a causa de estos pequeños ladrones. La noticia llegó al Chronicle de forma bastante accidental y no es ninguna queja por parte de Nichols. Había estado bebiendo y cuando se acostó tenía algo así como 16 dólares en el bolsillo del pantalón. Cuando se despertó se encontró con que le habían cortado el bolsillo por la parte inferior y le habían quitado todo el dinero. Los oficiales mexicanos no prestan mucha atención a estos tipos mientras se molesten sólo entre ellos y no a los residentes de Mexicali.

Tiroteo en Mexicali. Calexico Chronicle, 21 de febrero de 1910. La última contribución de Mexicali a las columnas de emoción de los periódicos fue un tiroteo

el sábado por la noche. Un mexicano llamado Luis se enfadó con Jim Brock porque éste no quiso jugar a los dados con él y sacó un revólver, disparando tres veces a Brock. Uno de los disparos estropeó un montón de buen whisky, el siguiente hizo una marca en el bar y el tercero se produjo cuando Brock le arrebató el arma al mexicano borracho, la bala pasó por la mano de Brock y le causó una dolorosa herida. Se dice que Luis es pariente del subprefecto y, por lo tanto, se librará de algo más que una simple reprimenda a manos de las autoridades. Si hubiera sido un americano habría estado seis meses por el delito.

Cuentan que fueron drogados y despojados de sus objetos de valor en el salón de Bob Davis. Calexico Chronicle, 6 de abril de 1910. Dos caballeros del este, uno de ellos de Nueva York, miembro de clubes exclusivos y hombre de riqueza y refinamiento, cuentan una horrible historia de haber sido drogados y robados en el salón de Bob Davis en Mexicali la otra noche.

La tragedia de anoche en Mexicali por un asunto de amor termina con la vida de una linda muchacha. Calexico Chronicle, 5 de mayo de 1910. La linda Virginia Calavera, una maestra de escuela de veinte años de Mexicali, se suici dó anoche, alre dedor de las 10, de un disparo en el corazón y mu rió casi instan táneamente. El disparo sonó cla ramente en medio de la hilaridad del alegre pueblo mexi cano y sorprendió a todos los que estaban a su alcance. Cuando la multitud llegó al lugar, la joven esta ba tendida en una cama con la sangre empapando su ropa, en un espectáculo muy lamentable. Se rumorea que se suicidó por el amor menguante de un hombre. En lugar de reconocer que había perdido el afecto de su héroe, se suicidó. El chico fue eliminado antes de que las autoridades tuvieran tiempo de investigar. Y Mexicali añade un horror criminal más a la lista que se alarga y ennegrece.

resultado de que uno recibió varias heridas graves de cuchillo y el otro recibió un disparo. Se rumorea que el problema se originó porque ambos se acostaron con la misma chica. El juicio se está celebrando al cierre de esta edición.

Se rumorea que se va a negar una plaza en Mexicali a las mujeres de mala fama. Calexico Chronicle, 23 de mayo de 1910 Un rumor está en el aire, que, si es cierto, y creemos que debe haber algo sustancial en él, significará una reforma en Mexicali que será apreciada por muchos, y pondrá otra pluma en la gorra de nuestra hermana república por sus esfuerzos para lograr la reforma necesaria “a través de la línea”. El informe, brevemente, es que un caballero ha sido designado por el gobierno como oficial de inmigración para manejar esa parte de la inmigración a Mexicali, conocida como la trata de blancas, su negocio, se entiende, será ver que no se permita la entrada de más mujeres de mala reputación en ese pueblo, y que las que están ahora allí serán deportadas tan pronto como se cometa cualquier delito contra la ley que justifique su expulsión. Este acto, llevado a cabo con éxito, no puede sino contar con la aprobación de todos los hombres que se respetan a sí mismos, y también será la sentencia de muerte para nueve décimas partes del vicio que ahora tiene pleno dominio en Mexicali. Dejemos que el buen trabajo continúe y mostremos al mundo que todavía hay una oportunidad para que Mexicali se convierta en un lugar donde los visitantes puedan ir y disfrutar de la visita a la república mexicana, en lugar de sentirse avergonzados de decir que han estado allí.

Mexicanos en un duelo sangriento. Calexico Chronicle, 23 de mayo de 1910. Dos mexicanos se enredaron en un duelo sangriento el sábado por la noche en el extremo norte de los patios del ferrocarril, con el

Los planes de los contrabandistas para introducir chinos en los Estados Unidos son descubiertos por los oficiales. Calexico Chronicle, 30 de noviembre de 1910. El domingo Los Angeles Times publicó una larga historia sobre un plan de contrabando de coolies que ha sido “descubierto por oficiales federales”. Por el plan adoptado se cree que miles de chinos han sido contrabandeados a los Estados Unidos. Dos de los presuntos contrabandistas, que estaban a cargo del último grupo del ferrocarril subterráneo, están a la espera de ser juzgados en el tribunal de distrito de los Estados Unidos. Dos de sus cómplices, mexicanos,

están en la cárcel del condado. A la cabeza de la banda hay chinos de alta casta que residen en Hong Kong y son inmunes a la detención a menos que pisen el suelo de este país. Otros confían en el suelo de México para protegerse de las leyes americanas. Los coolies se adquieren en el interior de China y se cargan en barcos bajo el control de los contrabandistas y fingen comerciar entre Hong Kong y los puertos mexicanos. Su verdadero negocio es el transporte de coolies, que son descargados en Mazatlán. Se entregan en secreto a Ah Lum en Ensenada. Sus agencias están establecidas en varios puntos cerca de la frontera americana, siendo Mexicali el último punto. Se cree que los coolies son traídos a través de México por guías mexicanos y entregados por ellos en este país.

Mujeres en pleito. Calexico Daily Chronicle, 1 de diciembre de 1911. Tres mujeres mexicanas fueron arrestadas por pelear el jueves por la mañana cerca de la línea. Sólo una de las tres fue detenida y llevada a la cárcel de la ciudad, donde aún permanece. Las tres mujeres se vieron envueltas en una pelea, y se dice que la que fue arrestada cortó gravemente a las otras con una navaja. Se dice que esta mujer es la esposa de un oficial de las fuerzas de Mexicali y que no quiso ir a la cárcel y enseguida quiso tener un abogado que la defendiera. Su juicio está fijado para mañana.

empleo lucrativo, y como el trabajo no se materializó, las chicas fueron llevadas al otro lado de la línea.

Prisioneros se escapan de la cárcel. Calexico Chronicle, 1 de agosto de 1913. Cuatro prisioneros confinados en la cárcel de Mexicali lograron cavar su camino de salida el sábado y hacer su escape. No se dio aviso de su intento de fuga hasta el sábado por la mañana, cuando se descubrió que se habían ido. Se presume que inmediatamente después de escapar se dirigieron al otro lado de la línea, ya que no se ha visto ni oído nada de ellos.

“Una zona rica en personajes pintorescos, hechos escandalosos y convivencia forzada al inicio del poblamiento del delta del Río Colorado, aparece en los periódicos fronterizos, en donde buena parte de la cobertura se daba en relación a la nota roja”

Oficiales buscan a tratantes de blancas. Calexico Chronicle, 26 de junio de 1913. Acontecimientos recientes en El Centro han hecho creer a la policía que hombres de esa ciudad se dedican a reclutar muchachas para los salones de baile de Mexicali. Recientemente dos muchachas fueron inducidas a dejar de trabajar como camareras en el Hotel Oregon para ubicarse en Mexicali. Se cree que hombres de El Centro estaban implicados. Se han reportado otros casos de chicas llevadas a El Centro bajo la promesa de un

Hombres de Los Angeles fueron asesinados por federales. Los Angeles Herald, 3 de enero de 1914. Buscando a su hija en Mexicali, México, Encarnación Sánchez, dueño de un restaurante en Los Angeles, fue arrestado por los federales como espía y ejecutado, según Pablo Flores, quien dice que José Valencia, quien acompañaba a Sánchez, también fue asesinado. Flores fue gravemente herido. Los tres buscaban en Mexicali con la esperanza de localizar a la hija de Sánchez, que, según se afirma, había sido inducida a cruzar la frontera. Todos fueron encarcelados en la cárcel de Mexicali. Cuando los sacaron de la prisión en la víspera de Año Nuevo, presumiblemente para llevarlos a otra ciudad, los hombres no habían atravesado cinco millas cuando sus captores les dispararon. Flores dice que escapó de la muerte y cayó fingiendo estar muerto. De este modo escapó. Juan Mateos, cónsul mexicano en Calexico, se negó a creer la historia de Flores, mientras que los federales en Mexicali niegan todo conocimiento del asunto. Los cuerpos de las víctimas no fueron encon-

trados por el inspector de inmigración Webb, como se informó.

Los ventiladores eléctricos son una gran tentación. Calexico Chronicle, 3 de julio de 1914. El robo de ventiladores eléctricos en la época de verano no debería constituir una violación de los estatutos, según los que hacen el hurto, pero como la ley está en los libros y las penas prescritas, corresponde a los oficiales y a los tribunales impartir justicia sumaria a los que se desvían del camino estrecho. La semana pasada se denunció la desaparición de cuatro abanicos, dos de la lavandería Calexico, uno de la biblioteca y otro del teatro Empress. Esta línea de pequeños robos ha avanzado a tal grado de perfección que el secretario municipal Brown está indignado porque algún merodeador nocturno logró trasladar el ventilador del Ayuntamiento, presumiblemente, al otro lado de la línea, donde las tiendas de ventiladores eléctricos son una nulidad. Los agentes no creen que quienes transportan los ventiladores de verano a través de la línea en lugares oscuros lo hagan para evitar el deber, sino que opinan que el secreto mantenido se debe al miedo a la detención y posterior encarcelamiento por hurto. Cada abanico lleva un número de serie y las autoridades creen que sería una medida económica que los legítimos propietarios anotaran las cifras en algún lugar para que, cuando se recoja un abanico, se pueda identificar fácilmente. La semana pasada se recuperaron dos abanicos y es probable que se descubran otros, ya que los agentes mantienen una estricta vigilancia a lo largo de la línea de contrabando y otras formas de delincuencia. Durante el tiempo cálido, muchos residentes dejan las puertas abiertas de par en par, así como las ventanas, y es fácil para los ladrones furtivos entrar y llevarse el botín. Los abanicos más pequeños cuestan unos 9 dólares y

José Salvador Ruiz.

su precio asciende a 25 dólares, lo que deja un amplio margen de beneficio a quienes se dedican a adquirirlos con sigilo y astucia. Puede ser perfectamente seguro dejar mantas y abrigos de lana en la línea durante los próximos tres meses, pero exhibir un ventilador eléctrico, una botella térmica o una torta de hielo, es sólo invitar a la tentación de aquellos que están inclinados a mantener una existencia a través de la connivencia y el robo. Las regulaciones internacionales entre México y Estados Unidos establecen que aquellos que cruzan de un país al otro en el punto conocido como Mexicali, deben utilizar la ruta común, es decir, pasar por ambas aduanas, pero hay quienes consideran que es mucho más seguro y fácil ganar el otro lado por medio de un agujero en la cerca de alambre de púas o algún lugar aislado donde se pueda efectuar el cruce. Aunque no sea posible condenar a los ladronzuelos por el cargo de contrabando, las autoridades pueden enviar a los malhechores a la cárcel del condado y recuperar al mismo tiempo los bienes robados.

Es baleado y asesinado por un soldado rebelde Calexico Chronicle, 3 de noviembre de 1914. Mientras pasaba revista a un pelotón de soldados mexicanos el domingo en Algodones, el teniente Andrés Arreola, del ejército mexicano, fue asesinado a tiros por un soldado raso amotinado. La tragedia tuvo lugar a unos cien metros del límite internacional, circunstancia que permitió al asesino escapar a través de la línea durante la confusión que siguió al disparo

fatal. Se informa que el oficial mexicano reprendió al soldado por no mantener su equipo en buenas condiciones y por descuido en la perforación. Sin embargo, este informe no ha sido corroborado oficialmente. Se está llevando a cabo una investigación oficial de los detalles del incidente. El asesino, que se alistó con el nombre de Vicente Argumedo, sigue en libertad. Se cree que está escondido en algún lugar de Arizona o California. El cuerpo del oficial asesinado fue llevado a Mexicali el domingo por la noche en el tren Inter-California, y fue enterrado con honores militares ayer por la mañana en el cementerio militar cerca del fuerte mexicano.

Visión misógina y mitos históricos

Como ven, la vida del Mexicali pionero contaba con muchos atractivos: contrabandistas de chinos, criminales protegidos por ser parientes de alguna autoridad, soldados amotinados, prostitutas peleoneras y sus respectivos tratantes de blancas, prisioneros políticos a los que se eliminaba con la ley fuga enviándolos a Ensenada, pero matándolos en pleno desierto, sin que faltaran ladrones y matones de toda especie, incluyendo suicidas de ocasión y rateros que casi pasaban como héroes locales. El motivo era tan obvio que hasta los periodistas californianos lo entendían: porque al hurtar ventiladores eléctricos y venderlos en Mexicali, en pleno verano, los hacía ver

como modernos Robin Hood: robaban a los gringos para darle alivio a los mexicanos en plena canícula. ¿Quién podía ponerse en su contra?

“A principios del siglo XX había un impulso de ambas comunidades — Mexicali y Calexico— por vencer los desafíos del desierto y construir sus respectivas ciudades para el progreso en común”

Sin embargo, hay que hacer notar que los promotores de la criminalidad en Mexicali eran mayoritariamente empresarios estadounidenses (dueños de cantinas, apostaderos, prostíbulos) y chinos (negocios de contrabando humano y propietarios de fumaderos de opio clandestinos). Y aunque el gobierno mexicano (porfirista, maderista, huertista) anunciaba campañas de limpieza contra los delincuentes, la verdad era otra: mientras estos empresarios pagaran protección eran dejados en paz y podían trabajar con el aval de policías, jueces y gobernantes en turno. De esta forma ganaban los criminales y ganaban los representantes de la autoridad, desde el de más bajo escalafón hasta el jefe militar del momento. Es notorio que los criminales de cuello blanco (banqueros, empresarios de bienes raíces, funcionarios públicos) pocas veces aparecían en las notas rojas, en parte por no provocar la furia de las sacrosantas autoridades, que bien podían impedir la circulación de los periódicos y mermar sus ventas, porque se trataba de imponer la ilusión de que la gente industriosa no podía ser delincuente y cuando a alguien de esa clase social se le señalaba en relación a un delito siempre se ponían en duda los cargos que se les hacían.

Otra cuestión a tener en cuenta es la visión mi-

Édgar-Cota Torres.

sógina de los delitos tanto como se comportaban las autoridades de la ley y el orden (todos hombres) como los propios periodistas (también todos hombres) que cubrían las noticias. Así se acusaba a las prostitutas de Mexicali de pendencieras y portadoras de los peores vicios, por lo que se exigía que fueran expulsadas de la población, sin que nunca se mencionaran a su clientela masculina (constituida por los hombres que eran, al menos de cara a la sociedad, sus pilares inmaculados) o a los proxenetas que las esclavizaban y vivían explotándolas. A los periodistas del otro lado nunca se les ocurrió pedir la expulsión también de los mismos. A la vez, lo criminal se consideraba un oficio de gente de baja estofa, una actividad de los pobres y no de las clases privilegiadas. Se señalaba, con todos los prejuicios habidos y por haber, que los miserables robaban, asaltaban,

“Exhibir un ventilador eléctrico, una botella térmica o una torta de hielo, es sólo invitar a la tentación de aquellos que están inclinados a mantener una existencia a través de la connivencia y el robo”

se embriagaban y mataban por cualquier pretexto, mientras que los ciudadanos de clase media o alta sólo eran las víctimas de aquellos o, en el peor de los casos, se accidentaban o suicidaban. Era una visión rígidamente estratificada que nos hace ver que eso del igualitarismo norteño es otro mito histórico que debemos desechar.

Este libro, esta colección de notas rojas, este compendio periodístico, permite que contemplemos los intersticios de Mexicali tal y como se veía en su diario ajetreo, de noche y de día. Una sociedad hecha de trabajo y placer, de esfuerzo y alboroto, de orden militar y escandalera. Un mundo donde se podía conseguir tanto una pipa de opio como una mulata de Nueva Orleans, donde había buena probabilidad de que te asesinaran las propias tropas federales si eras un disidente político o un sospechoso

de ideas revolucionarias. Ese Mexicali de principios del siglo XX, que esta obra retrata con tanto tino y con tan esmerada ironía, fue una urbe todo menos bien portada. Como una población de frontera salida de una película del viejo oeste, con habitantes que preferían el estrépito, la venganza y la gresca, aquí siempre hubo duelos bajo el sol. Aquí siempre hubo fiesta para los ganadores y una tumba anónima para los que no tuvieron tanta suerte. Como dijera un periódico californiano: Mexicali era una lista de horrores criminales que no parecía tener fin. La pregunta es: ¿el pasado del Mexicali pionero, ese que tantos cronistas pintan como heroico, fue el fermento del Mexicali de hoy en día, una comunidad que nació en el zafarrancho y los negocios ilegales, que prosperó con la violencia, la explotación sexual, el robo a mano armada, la ley fuga y el crimen auspiciado desde el poder militar en turno (en los tiempos de los coroneles Lojero y Cantú)? Twin Cities´ Chronicles puede responder a semejantes dudas. Léanlo y verán.

Fotos : Archivo

ENTRETELONES

Política y Cultura: Anotaciones sustantivas

Por Sergio Gómez Montero Sólo estructurador de historias cotidianas. Profesor jubilado de la UPN/Ensenada gomeboka@yahoo.com.mx

Obligado por los tiempos que corren, dedico buena parte de mi quehacer cotidiano, desde días atrás, a la escritura de comentarios políticos, por lo que, por esa razón, el tema de Palabra de números atrás, que mucho me interesaba, lo abordaré hoy sólo de manera rápida y sucinta, sin profundizar todo lo que debiera en él y muy retrasado en el calendario.

Las relaciones entre ambas entidades sociales (política y cultura) se definen a partir de cómo se concibe cada una de ellas, aunque, de entrada, para la época actual hay una serie de presupuestos ineludibles que no se pueden pasar por alto. Así, uno de los participios primordiales tiene que ver con el concepto de cultura que concede a ésta un poder de decisión social fundante que, por ejemplo, es aquel que desarrolla Zygmunt Bauman en varios de sus escritos (todos ellos —se vuelve a señalar— partiendo del papel energetizante que en lo social le toca jugar a la cultura —la

“La energía de la sociedad desde tiempos remotos (…) es la que se encargará de irle dando forma a todo aquello que los humanos, como grupo, han levantado a través de su historia”

cultura como energía de la vida diaria— y que otros varios autores de la Escuela de Frankfurt también hacen suya esta idea). Siendo pues la cultura la energía de la sociedad desde tiempos remotos (desde que el hombre desde sus orígenes remotos se agrupa para así garantizar su supervivencia), es ella la que paulatinamente se encargará de irle dando forma a todo aquello que los humanos, como grupo, han levantado a través de su historia, que implica muchísimos años de vida y construcción de instituciones múltiples (no todas físicas) que dan fe, así, de la intensa actividad cultural que a los humanos nos ha tocado desarrollar. De hecho, no existe ni real ni teogónicamente ninguna referencia a la existencia del hombre aislado, solo; al menos como pareja, así, explica la existencia de grupo, mínimo, pero grupo (el uno y la otra o el otro*).

Aunque, al respecto es necesario, desde luego, reconocer que todo grupo de seres vivos genera, por sí mismo, una energía manifiesta que da origen a culturas

El sociólogo, Zygmunt Bauman.

singulares que, al interrelacionarse con otras culturas, dan origen, en conjunto, a aquello que llamamos vida (vida humana y cultura son similares en varios aspectos). Como sea, en el caso de los humanos, ellos, solos o en grupo, el hombre siempre tuvo pautas de actuación que energizaron su vida cotidiana (yo y el otro o lo otro y que, por tanto, generaron cultura; tratando de seguir aquí, en particular, las enseñanzas de Bauman).

La cultura es pues, desde el punto de vista del iluminismo de la ya mencionada Escuela de Frankfurt, una estela que ilumina toda la trayectoria humana y que, por ende, tiene que ver indistintamente con actividades (todas verificadas antropológicamente) de carácter mágico, religioso o racional (la Cuarta Revolución nos anuncia ya el fin, no inmediato ni absoluto, de lo racional, que se ve velozmente desplazado por la IA), dándole cada grupo humano (cada uno con sus mitos, creencias, prácticas de supervivencia, religiones, lenguaje, territorio, lo que los hace diferentes a los unos de los otros) singularidad a esas prácticas según por la etapa histórica por la cual se atravesase.

Desde luego, por cercanía, el conocimiento cultural tiende a identificarse con la etapa en la cual predomina lo racional, identificado con las creencias dominantes de la Grecia clásica (aunque sin olvidar que también en esta etapa todavía se manifestaban corrientes de pensamiento heterodoxo muy significativas, para lo cual, entre otras, la lectura de Pitágoras y la ciencia sagrada de Christopher Bamford, Robert Lawlor, Keith Critchlow, Arthur Zajonc, Anne Macaulay y Kathleen Raine, mucho ilustra al respecto), creencias que, entre otras cosas, hacen que luego de la Edad Media se confunda equivocadamente cultura con las bellas artes, que aún en la Grecia clásica tenían y jugaban un papel específico en la sociedad de la época pero no eran socialmente, ni con mucho, la totalidad de la cultura ni tampoco así lo concebían los pensadores de la época. De hecho, los pensadores de la Escuela de Frankfurt (incluyendo allí a Bauman, claro) trabajaron a fondo, entre otras cosas, en establecer claramente las profundas diferencias que existen entre cultura y bellas artes. Asimismo, también como lo explica Rubén Darío Zapata Yepes en su texto “Dialéctica de la cultura en el pensamiento de Adorno” (Ratio juris, volumen 14, número 29, pp. 225-251, 2019) es pertinente no olvidar que: “La cultura termina, pues, asumiendo en su seno la contradicción que le incuba la sociedad antagonista. El doble carácter de la cultura, que la hace antagónica, se expresa en su necesidad y a la vez imposibilidad de liberarse de las condiciones materiales de existencia. Es decir, las expresiones culturales tratan en todo momento de liberarse del estigma de la subsistencia, ser un impulso para que el espíritu vaya más allá de los condicionamientos de la vida real; no obstante, dichas

expresiones culturales están determinadas, más allá de lo que se piensa, por las condiciones reales de existencia”. Y así, las citas pudieran ser muchas para ilustrar sobre la naturaleza real y verdadera de la cultura entre los griegos, tema que apasionó a los pensadores citados y que de una u otra manera son referentes ineludibles a la hora de abordar, hoy, el tema de la cultura, aunque ello muy mediado por una modernidad (o postmodernidad) que le otorga un sentido diverso a todo aquello que se entiende por cultura.

Una dualidad inevitable

Mas, como sea, y tratando de resumir, desde tiempo atrás el tema de la cultura arrastra una dualidad inevitable. Por un lado, su carácter de energetizante social, a la manera de Bauman y la Escuela de Frankfurt. Mientras que, por el otro lado, su vinculación, y reducción a la vez, con las bellas artes, que, por facilidad, es la que hoy predomina en el ámbito político-gubernamental (que reduce a promoción de las bellas artes la promoción de la cultura, dándole un pequeño espacio al cuidado y promoción de “lo antiguo”). En ese ámbito, en México hasta hoy, sólo en lo discursivo (la promoción cultural en la Revolución del 17, Reyes Heroles, Juan José Bremer, entre los mexicanos) han coincidido ambas vertientes —la energizante y la de las bellas artes—; en los hechos, nunca, hasta hoy, se ha dado la coincidencia. Pero antes de entrar al cómo de esa coincidencia, vale la pena indagar un poco en torno a política para tener

el panorama completo de la relación entre cultura y política**.

Al igual que en otros escritos, en este no se trata de agotar con citas bibliográficas a menos que se considere necesario, predominando el desarrollo de las ideas más que nada.

“La cultura le da cuerpo y sentido a todas las actividades humanas, mientras que la política, desde sus inicios, tuvo la finalidad de organizar y limitar el hacer humano”

Se parte, así, de una pregunta: ¿cómo y por qué se relacionan política y cultura? Por una razón aparentemente sencilla y comprensible: porque la cultura le da cuerpo y sentido a todas las actividades humanas, mientras que la política, desde sus inicios, tuvo la finalidad de organizar y limitar el hacer humano (los griegos lo limitaron a la polis, la ciudad, aunque nunca olvidaron a la totalidad de las actividades humanas se realizaran indistintamente en la ciudad o en el campo) se tratase de lo que se tratase, dado que, para ellos “lo fundamental de su visión (con aciertos y errores) sigue siendo marco del debate sobre el devenir del modelo político democrático en las sociedades contemporáneas” (Significado de la política en la Grecia clásica, Medina Núñez, I., Estudio, No. 52, enero-marzo 2011, Maracaibo, Ven).

En términos histórico-temporales es primero cultura y de manera posterior política. Aunque, con el paso del tiempo la segunda se impuso sobre la primera, generándose así una contradicción hasta hoy irresoluble.

De ahí que, la política si bien en tanto quehacer humano de raíz es cultura, a la vez a la política le toca darle orden y sentido social a esa cultura (en particular en las sociedades más inmediatas), una relación que no siempre es comprensible y siempre ha sido difícil de asumir socialmente. ¿Por qué?

¿De qué tiempos se hace referencia aquí? De tiempos remotos, sin duda, que se ubican entre los siglos VIII y X antes de nuestra era (en el caso del denominado mundo occidental) y cuyos relatos tienen como antecedentes teogonías de origen aún más remoto, en donde lo mágico predomina sobre lo religioso, que luego va a preceder al dominio de la razón (contar y medir).

En el proceso de organización social se genera un factor que le es consustancial a ese proceso: el poder (noción política muy remota), es decir la diferenciación de dos sectores perfectamente referidos en lo social: los mandantes y los mandados; quienes, los primeros (muy pocos en un inicio y casi siempre hasta hoy), basados en la magia ejercieron su hegemonía sobre el resto de la población. Más adelante, tocó a la religión jugar el papel de la magia y los sacerdotes sustituyeron a los magos. Con los griegos, cuatro siglos antes de nuestra era, la razón (contar y medir) comienza, hasta hoy, su hegemonía y es ella la que hoy le da sustento tanto a política como a cultura con todas las herencias que ambas arrastran (en el artículo de Medina Núñez aquí referido uno se da una idea de cómo fue ese proceso y cómo lo narran algunos autores de la época). Así, se puede decir que las tareas propias de la cultura se ubicaron por lo común en el área de los mandados, obligados de una u otra manera a hacer la vida más plácida a los mandantes, quienes querían tener junto a ellos aquello que la naturaleza

tenía (música, figuras, colores, construcciones, danza y manejo del lenguaje) y ellos no podían reproducir con suficiente habilidad. Es así como se da el nacimiento del arte y los artistas en las sociedades remotas como acompañantes primero de los magos y posteriormente de los religiosos. Será sólo en tiempos más cercanos en que la práctica del arte se generaliza un poco y se vuelve común entre la mayoría de la población. Esa generalización del arte es más restringida y posterior que la educación (enseñanza de la lengua y de la matemática) y su práctica, por ende, tiende a ser elitista.

Es decir que sólo en cuanto a su ser actividades sociales, a la política en el mundo moderno le ha interesado intervenir en los mundos de cultura y educación, no tanto porque a ambas actividades a la política le toca organizarlas como servicios públicos, sino por simples y sencillas cuestiones de legitimidad, pero ello no ha conllevado una cuestión sustantiva: el entendimiento a fondo del sentido energetizante de la cultura, sino que sólo se han quedado con el carácter de bellas artes, restringiendo así, mucho pues, el sentido real de la cultura, la cual nunca, en las sociedades contemporáneas se ha podido expresar a plenitud, volviendo así la relación cultura-política una relación incompleta y dispersa.

En tal sentido, de fondo, hoy habría una contradicción marcada entre cultura y política, pues mientras la primera tiene el sentido energetizante que Bauman se encarga de remarcar, la segunda, la política, se inclina por el facilismo de las bellas artes, que en mucho anula el sentido verdadero de la cultura, aunque así permite no comprometer para nada el sentido de poder que es propio de la política.

Ir hacia la cultura como energía implica mucho una tarea decolonial profunda, pues implica borrar de una

u otra manera todas las cargas coloniales que pesan sobre la cultura para que ésta recobre su sentido de energía social pura, que desde mucho tiempo atrás ha perdido y que le va a permitir a ella recuperar sus relaciones profundas con territorio, mitos y costumbres, lenguaje y pueblos originarios, sobre todo. Tarea, esta última, que no se entiende desde un ámbito individualizado sino como una tarea profundamente colegiada y de colectividad.

Largo y contradictorio es el camino que se vislumbra aún para hacer coincidir política y cultura —una tarea muy difícil de realizar en el marco de las sociedades capitalistas—, pues, dado que hoy ellas son dos entidades no sólo diferentes sino enfrentadas y ambas necesitan modificarse de manera sustantiva para que puedan, en el futuro, coincidir (para el desarrollo de esta parte final de estas notas mucho me ayudó el texto de Adolfo Vásquez Rocca: “El giro estético de la epistemología. La ficción como conocimiento, subjetividad y texto”, en Aisthesis, No 39, 2006, Universidad Católica de Chile).

Volver hoy, de nuevo, a revisar de manera profunda las relaciones que se dan entre cultura y política es una tarea que vale la pena tener siempre presente a la hora de pensar nuestro ser en el mundo.

Citas

*Una relación compleja que implica al otro, de mi misma especie, y lo otro, que conlleva a la naturaleza en su conjunto.

**Entender el por qué de la relación escasa entre cultura y política en el caso de la historia de México, necesitaría extender mucho esta nota y por ahora no hay tiempo ni espacio para ello.

El filósofo, Adolfo Vázquez Rocca.
Fotos: Archivo

En plan de retiro

(Parte VI)

EPor Enrique Botello Fotógrafo y ex docente de la Facultad de Artes (UABC) chocorrol_@hotmail.com

n enero de 2024 terminé mi relación laboral con la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), después de 30 años de estar frente a grupo decidí retirarme… los motivos fueron muchos. Hasta 2020 estuve dando Fotografía en la carrera de Artes Plásticas en la Facultad de Artes. Los alumnos solicitaron a la subdirección que ya no fuera yo su maestro de Discursos Fotográficos. Los argumentos con los que trataron de justificar dicha solicitud son los ya conocidos por los maestros universitarios, que interpreto como: resistencia a ser cuestionados, a cumplir tareas y ejercicios, a salir de la zona de confort, al compromiso, y lo más grave, resistencia a pensar y a ejercer ese derecho en plena libertad.

Se lee curioso, pero la estructura educativa, en los niveles de primaria a preparatoria, va formando individuos que sólo obedecen órdenes y siempre son conducidos. Recordemos como son las clases en preescolar, se despiertan los sentidos, se aprende jugando, se juega en comunidad, se comparten los espacios en torno a una mesa, hay un caos ordenado y funcional. Al llegar a la primaria, todo cambia, las reglas se imponen y se hace lo que el maestro dice, la dinámica de premio y castigo impera hasta la preparatoria.

atendidos emocionalmente; ese desamor fue suplantado por el cumplimiento de caprichos virtuales y vacíos. Los padres prefirieron no incomodar a sus hijos, antes de enseñarles a comprometerse y ser responsables con actividades domésticas elementales que, a la larga, son formadoras de carácter. Todo gira en torno a la conveniencia de los hijos y se refleja en su comportamiento escolar, se sienten intocables y, bueno, sobra decir los niveles de frustración en el que viven cuando se enfrentan al mundo real y no se diga al laboral.

Los principios básicos de mis clases fueron los siguientes: Primero, estar en un espacio y tiempo de experimentación; equivocarse la cantidad de veces que fueran necesarias, pero para equivocarse había que intentarlo. Segundo, cada quien elegía sus temas de manera libre, pero bajo algunas consideraciones para poder ser evaluadas. Tercero, el ser curiosos, cuestionar, analizar y practicar el pensamiento crítico. Cuarto, ir encontrando las herramientas necesarias para que al egresar se pudieran encontrar el punto de auto sustentación.

«El comportamiento de los alumnos cambió progresivamente en pocos años; la “Generación de cristal”, por ejemplo, es el resultado de hijos desatendidos emocionalmente»

El comportamiento de los alumnos cambió progresivamente en pocos años; la “Generación de cristal”, por ejemplo, es el resultado de hijos des-

De la primera generación, casi todos somos amigos, incluso nos vemos de manera regular; conforme fueron pasando generaciones, estas relaciones de amistad fueron a la baja, nada que fuera preocupante para mí; pero sí esas actitudes promovidas y apoyadas por la misma institución, bajo el lema “El alumno es primero”, tema de discusión, pero que era un lineamiento, según la subdirección, de las autoridades universitarias. Un día comenté que Luis Camnitzer decía que, de los egresados de las escuelas de artes, menos del 15% se instalaban en el mercado

del arte y podían vivir de la producción, pero no entendieron que el resto podía ingresar al mundo laboral del arte en una infinidad de actividades; se quejaron de que les inculcaba miedo e incertidumbre por su futuro. En otra ocasión salimos de práctica, en el camino vi una imagen que se me hizo interesante, salgo de la carretera, me paro, tomo un par de fotos y agarro el camino de nuevo. Se quejaron de que los puse en peligro al salirme de la ruta que no estaba considerada en el itinerario. Y así muchas otras situaciones que se fueron agudizando. Bien, a partir de mi retiro, las tardes se volvieron en tiempos de ocio total y eso me causó mucha ansiedad; sentía que estaba desperdiciando el tiempo y, de vez en vez, las crisis depresivas tam-

bién aparecían, y de pronto decidí hacer un recuento de todo lo que realicé en los últimos 30 años y me di cuenta que logré una infinidad de actividades: viajes, proyectos, gestión cultural, trabajo, amistades… y que ya no quería hacer más, nada, sólo lo que me gusta sin el afán de angustiarme. Ahora ya estoy bien instalado en mi nueva etapa, y mi mente, que no se detiene, ya está pensando en cosas nuevas.

Vienen proyectos de colaboración con otros artistas y un par de propuestas fotográficas personales; hace unos días tuve un accidente, fue duro, pero afortunadamente estoy en recuperación, pero estos momentos de reposo también me han puesto a reflexionar en la vida y, sobre todo, en la muerte que hay en esa vida.

Futbol en el Museo de Arte Moderno

Con sus intervenciones postconceptualistas, Rodrigo Ímaz recurre al empleo de las categorías estéticas de lo precario, lo placentero, lo novedoso, lo insólito y lo dramático; temáticamente hace un llamado a frenar el dispendio en el negocio del futbol y reorientar recursos económicos para evitar el deterioro del medio ambiente

Por Carlos-Blas Galindo Profesor-investigador de arte, crítico de arte, curador independiente, artista visual y conceptual carlosblasgalindo@yahoo.com

Entre el 5 de abril y el 26 de mayo del año en curso se presentó, en el amplio jardín escultórico del Museo de Arte Moderno (MAM) en el Bosque de Chapultepec, en la Ciudad de México (CDMX), y en el descanso de las escalinatas del vestíbulo de ese mismo inmueble la intervención postconceptualista Tiro Libre, de la autoría del artista visual y conceptual-postconceptual —amén de cineasta— Rodrigo Ímaz (1982), la cual estuvo integrada por 100 balones para soccer ponchados y convertidos por él en macetas, ubicados en los alrededores del MAM, así como por otros siete balones adentro de ese recinto, éstos tallados en mármol y, uno de ellos, con una planta sembrada.*

La del MAM fue la quinta sede expositiva del proyecto postconceptual** que este autor desarrolla desde 2022 vinculado con el futbol, trabajo que él presentó inicialmente en el Palacio de la Autonomía, recinto que depende de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en el centro histórico de la CDMX, donde Rodrigo mostró por primera vez balones inservibles recuperados y realmente reusados como macetas y como elementos artísticos, en su exposición individual intitulada precisamente Balón

El mencionado proyecto, como tal, no cuenta con un título que englobe las cinco presentaciones que ha tenido desde su comienzo, incluyendo la que ahora reseño; tampoco las que proseguirán (el jueves 15 de agosto, día del cierre para la entrega de colaboraciones a Palabra, Ímaz está inaugurando otra exposición futbolera; ésta, en el Museo de An-

tropología de Xalapa, intitulada Partida). Se trata de una obra procesual (work in progress); esto es, constituye una obra múltiple que su autor modifica cada vez que la exhibe en una sede distinta. Su leitmotiv lo ha sido y lo es, como se sabe y es posible consultarlo en la red, la utilización de balones para soccer averiados, desinflados, viejos, que él recupera como contenedores para sembrar, con tierra, diversidad de plantas, y con lo cual alude tanto a su canto a la vida como a su alejamiento del futbol profesional, hecho que coincide con su incorporación plena al ámbito de la cultura artística, en el cual se refiere de manera directa y plena a lo vital.

Es poco frecuente que las obras postconceptuales sacudan (y, por lo regular, ni siquiera toquen) las sensibilidades estéticas de los públicos —dado que los postconceptualismos son, más bien y de suyo, intelectivos antes que sensibles—, tanto las sensibilidades de los visitantes especializados como las de quienes no lo son. Empero, en Tiro Libre, su autor contó con un alto grado de elocuencia; es decir que su obra “habló por ella misma”. Quienes acudimos a las áreas exteriores del MAM (zona muy visitada en el Bosque de Chapultepec de la CDMX) mientras esta intervención estuvo expuesta, pudimos constatar que, entre la gente que se topó con esta obra, sabiendo o no que se tratara de una pieza postconceptual, reaccionó con asombro, resultó gratamente impresionada e impactada; devino sorprendida y seducida; lo mejor: intrigada, pues se preguntaba al respecto entre ella, y nos inquiría a quienes la recorríamos. Tal efecto lo consiguió Ímaz mediante el empleo deliberado de las categorías estéticas de lo precario, lo placentero, lo novedoso (sobre todo para el contexto museal público de la CDMX), lo insólito y lo dramático (para quienes conocemos su tránsito del futbol-espectáculo al arte y al cine, aun cuando no únicamente para nosotros).

En cuanto a su intención temática, Rodrigo pretendió (y consiguió) hacer un responsable y urgente llamado de alerta frente al más que excesivo dispendio monetario en Occidente y Medio Oriente, sobre todo, por parte de los clubes profesionales de futbol para contratar jugadores y

por parte de la(s) industria(s) respectiva(s) para mantener y acrecentar el espectáculo futbolístico masculino en su acepción global (por demás redituable, por cierto, para el negocio del soccer). Ese monto le parece —y a mí también— debiera aplicarse en pro del freno del deterioro del medio ambiente planetario, del cual dependemos ahora y lo haremos en un futuro (muy cercano… o no tan próximo). Esto es que, si existen los recursos económicos necesarios debido a la participación empresarial, gubernamental e individual de gente del mundo en el futbol, este dinero habría de ser aplicado, al menos en buena parte, en beneficio de la humanidad entera la cual es, además, en un alto grado —y de manera creciente— pambolera. Él consiguió subrayar su compromiso temático desde la primera ocasión en la que expuso balones ponchados, al mostrar sus obras de manera individual en el Palacio de la Autonomía mientras se realizaba la Copa Mundial de Futbol en Catar, evento organizado por la FIFA (Federación Internacional de Futbol Asociación) para el cual se gastaron fortunas en corrupción, se arrollaron los derechos humanos de las personas trabajadoras migrantes que trabajaron en la edificación de estadios, hoteles y demás edificios, y se laceraron los de integrantes de la comunidad LGBTQ+ que acudieron como personas aficionadas, a la vez que se realizaron gastos descomunales en construcciones e infraestructura. Aquella individual suya tuvo el título de Balón Ponchado. El enfoque temático de Ímaz ha sido, fue y sin duda continuará siendo, entonces: profundo, adecuado, provocativo, preciso, convincente y, por supuesto, mayormente lúdico. Su tratamiento sobre lo artístico mismo ha sido y fue glocal; es decir, alusivo a asuntos locales y globales, desde un punto de mira local. O mexicano, más precisamente; chilango, incluso. Y esto constituye un gran logro.

En pro de lo vital

La actitud de Rodrigo acerca de la realidad, con su obra, resultó optimista ante los tiempos que corren; artísticamente democrática en cuanto a evitar señales crípticas y, ni siquiera, equívocas; no exenta de una agradecible dosis de rebeldía; con mucho testimonial y, desde luego, en pro de lo vital: de la vida misma, dado que su propuesta implica la reproducción del tan inmenso ámbito de lo vegetal, del cual dependemos quienes formamos parte de lo animal. Su intervención destacó por su contenido explícito, aunado éste a sus amplias posibilidades de lectura dirigidas a una extensa gama de públicos. Luego del par de años que han transcurrido desde que este autor comenzó su proyecto artístico-futbolero, es notorio que ha consolidado su lenguaje individual; sus constantes son obvias: balones ponchados, en su función de macetas. Lo que ha cambiado en cada sede en la que ha mostrado su trabajo lo ha sido, precisamente, su referencia al lugar en el que lo presenta y, en lo específico, al

título de su instalación o intervención que propone (las instalaciones, como se sabe, implican la presencia de elementos agregados a un contexto, con el cual dialogan; las intervenciones, en cambio, son mayoritariamente intrusivas… término geológico, éste).

“Su tratamiento sobre lo artístico mismo ha sido y fue glocal; es decir, alusivo a asuntos locales y globales, desde un punto de mira local. O mexicano, más precisamente; chilango, incluso”

Algo que es fundamental resaltar es que, desde 2022, la labor expositiva artístico-pambolera de Ímaz ha estado acompañada muy respetuosa y profesionalmente por el trabajo de curaduría de Fernando Gálvez de Aguinaga (1971). La curaduría constituye una lectura ya sea personal o dialogal acerca de un cúmulo de obras a exhibir, a partir de la cual se realiza una propuesta discursiva. Y, actualmente, quienes ejercemos la curaduría contamos con un gran poder en el ámbito de la cultura artística (incluso más que el que ejercimos o ejercemos desde la crítica de arte); tanto es así que abundan las curadurías que fuerzan o hasta tergiversan los planteamientos de quienes realizan las obras de arte. Por fortuna, entre Rodrigo y Fernando ha existido un fructífero intercambio de planteamientos. Luego de una exposición dual inaugurada en 2022 de Ímaz y de Santiago Robles Bonfil (1984) en el Palacio de la Autonomía de la UNAM (inmueble en el cual yo cursé mis estudios de educación secundaria y preparatoria), muestra que estuvo intitulada Estas ruinas que ven —en alusión directa al área del Palacio en la que se han realizado excavaciones arqueológicas y, desde luego, como alusión al título de una de las obras literarias más conocidas de Jorge Ibargüengoitia (1928-1983)—, este autor y Fernando co-

menzaron a solicitar exponer en sitios relacionados con los títulos de las instalaciones o intervenciones que el artista y el curador proponen.

El trabajo de Rodrigo Ímaz es ubicable dentro de la vertiente contracultural de las postvanguardias (también llamada posmodernidad), que son las dominantes en el arte occidental-global desde los años 80 del siglo pasado. Es por eso mismo que su obra es glocal, alude a lo sostenible, es ecologista, cuestionadora a la vez que propositiva, funcional, con una utilidad para la sociedad, solidaria y empática. Mucho agradezco a Daniel Quintero, quien labora en el MAM, por haber atendido mi solicitud de información respecto a Tiro Libre. También al curador por la larga entrevista telefónica que me concedió, así como por haber leído y comentado este escrito. Y al artista, por la documentación impresa que me obsequió.

*Me informa Fernando Gálvez de Aguinaga, curador de la serie de instalaciones e intervenciones futboleras de Ímaz, a pregunta expresa, que es un cactus de la familia Mammillaria.

**Como se sabe, quienes son conceptualistas exploran en los límites de lo artístico y, con sus obras mismas, responden a su cuestionamiento acerca de la artisticidad. Por eso pueden o no ocuparse del objeto mismo —de ahí que Juan Acha denominara a los conceptualismos como no-objetualismos—; empero, quienes son postconceptualistas recuperan al objeto. Tal es el caso de los balones ponchados.

Crédito fotos: MAM / INBAL (Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura)

ESTAR NEPANTLA

Me encontré a Zola por buscar a Teroba

EPor Eduardo Cruz Vázquez Periodista, gestor cultural, ex diplomático cultural, formador de emprendedores culturales y ante todo arqueólogo del sector cultural angol97@yahoo.com.mx

n esas andaba —en mi librería Educal, del Centro Estatal de las Artes (Ceart) de Ensenada— cuando lo vi. Quería dar con un tomo no extenso en lo que me llegaban dos libros desde la Ciudad de México, Dinero y escritura, de Olivia Teroba y 1966: el año del nacimiento del rock, de Alberto Blanco. Vaya hallazgo con el que topé para alimentar mis afanes del análisis sectorial: literalmente un librito de Émile Zola (1840-1902) con el bello título de Literatura y dinero —y no mejor precio: 45 pesos— (Fondo de Cultura Económica, Colección Popular, serie Ensayo, número 927, 2024).

No dudo en calificar de sorprendente esta edición por varias razones. Se trata de un ensayo publicado por primera vez en Francia en 1891, dividido en cinco apartados. Según la página legal, se dio a conocer en nuestra lengua por la española Trama Editorial en el pandémico año 2020. Muy amablemente le cedió los derechos al FCE (Fondo de Cultura Económica) a través de un “acuerdo”. La traducción fue realizada por Gabriela Torregrosa y el prólogo es de Constantino Bértolo, del cual no me ocuparé por ser de factura menor ante el portento ensayístico de Zola. Bien hubiera valido la pena que la presentación al público mexicano corriera por cuenta de alguien con mayores dotes en el binomio economía y cultura.

Sabedores de los afluentes ideológicos de Paco Ignacio Taibo II, supongo que el director del FCE debió celebrar mucho el acuerdo con Trama Editorial. Su quehacer como servidor público ha estado dominado por fijar una orientación totalmente distinta a la que hizo tradición en el fondo desde su creación en 1934. Digamos que la pieza de Zola, Liter-

atura y dinero, se convierte en un mensaje más para los que lo gusten entender.

Fragmentos sensacionales

Son 57 páginas de una impresionante actualidad. Zola nos alecciona sobre economía creativa, como en torno a los principios del oficio de escritor. Del papel social al modus vivendi de Francia antes y después de la Revolución, Literatura y dinero ataja también al negocio del libro, a las librerías. Y va más allá al combinar, en sus deliberaciones, a los autores teatrales y a las empresas dedicadas al montaje de obras.

La traducción de Gabriela Torregrosa fluye con la vena del polifacético escritor francés: “A menudo escucho estas quejas a mi alrededor: ‘el espíritu literario agoniza’, ‘la literatura está desbordada por el mercantilismo’, ‘el dinero acaba con el talento’ (…) Pues a mí todas esas quejas y acusaciones me crispan”.

“Paco Ignacio Taibo II, director del FCE, debió celebrar mucho el acuerdo con Trama Editorial. Su quehacer como servidor público ha estado dominado por fijar una orientación totalmente distinta a la que hizo tradición en el fondo desde su creación en 1934”

desliza que “En aquella época son los salones los que moldean el espíritu literario y lo determinan. El libro es caro y tiene poca difusión; el pueblo no lee en absoluto, la burguesía tampoco. (…) El lector apasionado que devora todo lo que ve en los escaparates de los editores sigue siendo excepción”; “(…) y los grandes señores se contentaban con tener a sueldo a un poeta lo mismo que tenían a un cocinero”.

Según Émile Zola, la gran literatura francesa de los siglos XVII y XVIII es el resultado de un pacto “entre los escritores y el grupo selecto para el que escribían”. “Los grandes pagaban y los escritores se inclinaban”.

Hacia la página 36 despunta un analista del negocio editorial. “No hay un solo ejemplo de hombre de talento de entonces que se haya hecho rico por medio de sus obras”. “En cuanto a los novelistas, los poetas y los historiadores, eran víctimas de los libreros”.

Cómo no encantarse ante aseveraciones de múltiples filos, para la época (mucho ojo) en que fue concebido: “El escritor construye frases como el pájaro trina, para su propio disfrute y el de los demás. Si no se le paga al ruiseñor, ¿por qué habría de pagársele a él? Con darle de comer es bastante. Todo mundo parece de acuerdo en que el dinero es una cosa vulgar que resta dignidad al hecho literario; al menos no se sabe de nadie que se haya hecho rico escribiendo, algo poco sorprendente, y los propios escritores hacen gala de su pobreza aceptando vivir de una limosna principesca”.

Al repasar dos siglos del quehacer literario, Zola

Añade que “La obra literaria no puede darle de comer al autor, quien se convierte entonces en una rara avis de la que sólo reyes y los grandes señores pueden permitirse el lujo”.

Sin embargo, advierte Zola, “En medio siglo, el libro, antes un objeto de lujo, se convierte en un objeto de consumo vulgar. Muy caro en el pasado, hoy los bolsillos más modestos pueden hacerse con una pequeña biblioteca”; “(…) el autor se convierte en un obrero como cualquier otro que se gana la vida por medio de su trabajo”.

Para quienes gustan debatir sobre la relación entre los intelectuales y el poder, hay sentencias como “El Estado, ente impersonal, ha sustituido al rey, que

parecía socorrer a los hombres de letras con dinero de su propio bolsillo”.

Además “Entre un escritor que ha conseguido su independencia y cierta dignidad por medio de lo que escribe y un escritor que extiende la mano después de haber vivido despreocupado de su talento y sus deudas, la opinión pública no duda: se deja ablandar por el primero y se muestra severa con el segundo”.

Nos recuerda Zola 133 años después, que “Los reconocimientos no cuestan nada al Estado; es una manera cómoda de contentar a la gente”, pero “(…) lo mejor que puede hacer el gobierno por nosotros es darnos libertad absoluta”.

Y sella el francés de manera descarnada: “Desde el momento en que la opinión ya no la crean unos cuantos grupos de elegidos, cenáculos adoradores de sus dioses particulares, entonces es la masa de los lectores la que juzga y decide el éxito literario”.

Por ello, Zola se adentra en los dominios de la economía: “Sería una estupidez despotricar contra el dinero, que es una fuerza social considerable”.

“Es el dinero, el dinero ganado legítimamente por medio de sus libros, el que ha liberado al escritor de cualquier tipo de protección humillante, el que ha hecho del antiguo malabarista de corte, del antiguo bufón de antecámara, un ciudadano libre, un hombre hecho a sí mismo”.

Ante lo cual a los escritores “El Estado no les debe nada. Soñar con una literatura subvencionada es una deshonra. Luchen, coman pan duro, piquen piedra de día y escriban obras maestras de noche. Piensen que si tienen talento, fuerza, acabarán por lograr fama y riqueza”.

Y deja caer esta piedra preciosa: “El proteccionismo en literatura sólo beneficia a los mediocres”.

Termino este breve recorrido con otro de los numerosos costados que aborda Émile Zola en Literatura y dinero: “El Estado no les debe nada a los jóvenes escritores; no basta con haber escrito unas cuántas páginas para hacerse el mártir si nadie las imprime o pone en escena; el zapatero que hace su primer par de botas no obliga al gobierno a venderlas por él”.

Muchas gracias, Taibo II.

Lo que Zola enseña y lo que Teroba plasma Así es el show de irse con la finta de los títulos en

el carnaval de las ofertas libreras. Leí en alguna nota que, una autora para mí desconocida, Olivia Teroba, lanzaba su nuevo libro, Dinero y escritura, a cargo de Sexto Piso.

Encarrerado con lo de Zola, me encontré con un catálogo de 15 textos que, salvo uno que le da título a la obra, nada tenían que ver con asuntos de la economía creativa. Dejaré a otros que se ocupen de caracterizar lo que reunió Teroba en 135 páginas de aliento autobiográfico. Sin duda es conmovedor su relato y pone en relieve, centralmente, el sufrimiento de lo que le ha impuesto —social, familiar, laboralmente— ser una escritora.

Intento ahora establecer una suerte de correlato entre lo que Zola enseña y lo que Teroba plasma. Por ejemplo, al inicio en “Cómo surgió este libro”, confiesa que “Recibir un pago por escribir me enorgullecía y abrumaba” (…) “Pero sí he pensado, me gustaría, de hecho anhelo que algún día este oficio me permita tener una vida digna, incluso cómoda”.

Originaria de Tlaxcala, Teroba va hilando algunos pareceres que el título de su libro anuncia. “Se dice que el dinero es tiempo o poder, y que tenerlo brinda

posibilidades, permite formarse una idea de futuro. Su ausencia nos deja en una espera inquietante, pendientes de lo que viene, con ansias porque la situación mejore. Tener dinero implica poder dejar de pensar en él; no es el caso”.

Otro texto es “En Cuerpo y alma” donde dice: “Soy parte de un cognitariado que presta sus servicios a precios mínimos con tal de mantener cierta libertad de movimiento, es decir, con tal de no trabajar en una oficina y tener tiempo para leer y escribir”.

Añade que “Pienso no solo en mí, sino en tantas personas que nos dedicamos a crear con la costumbre de la precariedad. Pareciera que quienes escribimos en este país no sabemos ganarnos la vida: la vida casi siempre nos gana. Y aveces romantizamos estas dificultades”.

En “Dinero y escritura”, Teroba va a lo más íntimo jugando con ella misma como personaje. “Creando mediante la palabra” este propósito “la ha conducido a buscar retribuciones monetarias en todo tipo de oportunidades que se presenten, con la condición de que estén relacionadas con escribir”.

La escritora que gana un concurso acuña: “Pero el dinero no alcanza, ni tampoco hay garantía de que lo vaya a haber en un futuro próximo”; “Casi podría decirse que el campo cultural se mantiene de la precarización del trabajo de la escritura”. “Escribe, también, desde la deuda”. “La posteridad es una trampa del mercado cultural”.

El siguiente escrito es una “Propuesta para una exposición”, la cual concibe a través de siete puntos. Algunos son “Posturas para escribir”, otro refiere a un “performance a realizar en una sala de un museo”, así como plasmar en una pared 30 términos “que habitualmente se confunden en las discusiones sobre literatura, particularmente en redes sociales” y “La escritura no es negocio, pero eso no es novedad”.

Finalmente menciono el apartado “Personas mirando el cielo”. Olivia Teroba, de 36 años, autora de, entre otros títulos, Un lugar seguro, ganadora del Premio de Cuento Edmundo Valadés, viajera y también editora, señala que “las condiciones precarias nos dejan poca o ninguna energía para pensar realidades distintas a las que habitamos; poco a poco, perdemos la capacidad de soñar”.

Así las cosas, usted decide si se le antoja esta combinación de obras.

La constitución social de los individuos

El sociólogo francés Bernard Lahire analiza en La construcción social de la singularidad. Individuos, instituciones y socializaciones la función de la sociología, a un nivel de los individuos, en una comprensión histórica de los fenómenos sociales

Nuestra conciencia se extravía; porque lo que creemos que es lo más íntimo de nosotros, la conciencia, quiere decir los demás en nosotros.

Luigi Pirandello

El actuar presente se halla, por lo tanto, hechizado por la memoria involuntaria de la experiencia pasada.

Bernard Lahire

Vivimos en un mundo en el que el individuo es considerado como un ente autónomo, libre, responsable de sus propias acciones e inacciones, orientado por la razón, ante las tendencias sociales contra la cuales tendría que defender su singularidad o autenticidad, olvidando lo que constituye la fabricación social de los individuos, entendido esto, no como la determinación general o colectiva, sino encontrando lo social en los pliegues más singulares de cada individuo. De esta manera entiende Bernard Lahire (1963, Lyon, Francia) la función de la sociología, a un nivel de los individuos, en una comprensión histórica de los fenómenos sociales, a pesar de que la sociedad responsabiliza al individuo de todas sus contingencias.

Desarrollando una teoría del habitus propuesta por el sociólogo francés Pierre Bourdieu (1930, Denguin, Francia - 2002, París, Francia), Lahire examina el mundo social a escala de los individuos, comprendiendo su estado incorporado a manera de disposiciones para creer, sentir y actuar en consecuencia de sus conductas o prácticas sociales.

En un desplazamiento y vaivén entre la sociología psicológica y la psicología social, Lahire vislumbra que “el mundo social no se presenta solamente a los individuos como realidades exteriores (colectivas e institucionales), sino que existe también en estado plegado, es decir, bajo la forma de disposiciones y de competencias incorporadas. Cada individuo lleva dentro de sí las competencias y las disposiciones para pensar, para sentir y para actuar que son producto de múltiples experiencias de socialización. Aquello que es institucional y científicamente recortado (la escuela, la familia, la empresa, el club deportivo, el partido político o el sindicato, la iglesia, el grupo de pares, etcétera) se reintegra (en el sentido de un entramado) de una cierta forma en cada individuo”.

Ha predominado en la historia de las Ciencias Sociales el análisis de lo social en estado desplegado, desindividualizado, desingularizado, examinando grupos, insti-

tuciones, estructuras sociales, organizaciones y sistemas de acción, olvidando el estudio de casos individuales o biografías.

En su configuración conceptual del hombre plural, Lahire considera “el hecho de que los actores son multisocializados y multideterminados y que, por esta razón, no se hallan en condiciones de sentir o tener la intuición práctica del peso de estos determinismos. Cuando el actor es plural y se ejercen sobre él fuerzas distintas según los contextos en los que él mismo se halla, no puede sino tener la sensación de una relativa libertad de comportamiento. Podríamos decir que estamos demasiado multisocializados y demasiado multideterminados para poder tomar fácilmente conciencia de nuestros determinismos. Si tendemos a llamar ‘sentimiento de libertad’ al producto de esta multideterminación, ¿por qué no hacerlo? Pero este sentimiento no tiene nada que ver con la libertad sobera-

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Bernard Lahire.

na del actor que ciertas filosofías de la acción nos sirven permanentemente”.

En oposición a una concepción de un individuo y sociedad atomizada el autor plantea una sociología relacional en la que se revela la existencia de “relaciones de interdependencia múltiples que se tejen entre los seres sociales que forman una sociedad y, antes que preguntarse cuáles son las relaciones entre individuos y sociedad, entre actores y sistema, se trata de estudiar las configuraciones de relaciones de interdependencia histórica que determinan el conjunto de los hombres que forman parte de las mismas, sin que nadie verdaderamente lo haya previsto, querido o proyectado. En efecto, ¿qué es un individuo sino una producción social de parte a parte, producto de relaciones de interdependencia pasadas y presentes en las que ha entrado y a las que él mismo ha contribuido a que existan como tales?”. En ese sentido, el estudio científico de la realidad de los individuos sólo puede ser comprendido a partir de las múltiples relaciones de interdependencia en las que han participado.

También es de importancia fundamental examinar históricamente la división social del trabajo y, asimismo, la diferenciación social de las funciones en sus múltiples esferas de competencias, como pueden ser, las políticas, económicas, educativas, religiosas, deportivas, artísticas, científicas, entre otras, en donde se desarrollan los campos de luchas y la diversificación de los factores de desigualdad entre los individuos en su interrelación social.

Bernard Lahire concibe a la sociología como una ciencia de la comparación en la cual se descubren las semejanzas y las diferencias entre un conjunto de fenómenos sociales o entre las distintas modalidades de un mismo fenómeno. La interpretación sociológica se establece cuando se contrastan diversas hipótesis sobre las causas de una variación o de una diferencia observada, por ejemplo, variación de las conductas y actitudes según la edad, nivel de estudio, sexo, nivel socioeconómico, etcétera. También se han realizado comparaciones y variaciones entre civilizaciones, épocas históricas o entre sociedades, como en la sociología de las religiones en Max Weber (1864, Érfurt, Alemania – 1920, Múnich, Alemania) en torno al cristianismo, budismo, hinduismo, judaísmo, el islam o el confucionismo y, asimismo, estudios de las variaciones intrasociedades: medio, grupo, clase y categoría, en la sociología de Émile Durkheim (1858, Épinal, Francia – 1917, París, Francia), con su obra El suicidio (1897) donde establece una serie de correlaciones entre los datos estadísticos del suicidio.

En su esclarecimiento de una sociología disposicionalista, Lahire observa: “El disposicionalismo se esfuerza, por lo tanto, en reconstruir el pasado incorporado que actualizan los actores estudiados en las diferentes escenas de ac-

ción presentes. Este pasado incorporado está ligado a las experiencias vividas y que se han cristalizado en ellos bajo la forma de capacidades de disposiciones a actuar, a sentir, a percibir, a creer, a pensar, a juzgar, a apreciar, etcétera, más o menos fuertes. Los procesos de construcción de las disposiciones y de las competencias son procesos de socialización y se puede hablar de experiencias socializadoras cuando se busca poner el acento sobre aquello que los contextos de acción vividos ‘imprimen’ como cambio, modificación, transformación sobre los actores.” La noción de plasticidad cerebral en los individuos no es menos importante en la obra de Lahire, para estudiar cómo el cerebro se conforma y se transforma en el transcurso de sus vidas, a través de sus experiencias y aprendizajes realizados. Ante ello, el disposicionalismo a nivel individual puede examinar las singularidades individuales, analizando situaciones y trayectorias excepcionales diversas.

Bernard Lahire es un preeminente sociólogo francés, profesor de Sociología en la École Normale Supérieure de Lyon y director del equipo de Disposiciones, Poderes, Culturas y Socializaciones del Centro Max-Weber, del Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS, por sus siglas en francés), la institución de investigación científica más importante de Francia.

En 1990 presentó su tesis doctoral en la Université Lumière: Formas sociales escriturales y Formas sociales

orales: Un análisis sociológico del fracaso escolar en la escuela primaria. Entre 1994 y 2000, fue profesor de sociología en la Universidad Lumière Lyon 2 y de 1995 a 2000 miembro del Instituto Universitario de Francia.

Desde 2000 ha sido profesor de sociología en la École Normale Supérieure de Lyon y director del Grupo de Investigación sobre Socialización del CNRS, de 2003 a 2010, para convertirse en director Adjunto del Centro Max-Weber, desde 2011 hasta 2018.

Ha sido director de la colección Laboratoire des sciences sociales en Éditions La Découverte desde 2002.

Fue profesor-investigador visitante en la Universidad de California en Berkeley, en febrero-marzo de 1997. De 1997 a 1998 profesor visitante en la Universidad de Lausana, Suiza, profesor visitante en la “Cátedra Jacques-Leclercq” en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica; en marzo de 2000, profesor en la Universidad de Ginebra, Suiza; en 2002-2003, profesor visitante en la Universidad Nacional de La Plata, Argentina; en junio de 2008, profesor visitante en el Instituto Universitario de Pesquisas de Río de Janeiro (IUPERJ) y en la Universidad Juiz de Fora, Brasil, en agosto-septiembre de 2008 y profesor visitante en la Universidad de Recife, Brasil, en noviembre de 2009.

Lahire fue laureado con la Cátedra Claude-Lévi-Strauss del Estado de São Paulo, en la Universidad de São Paulo (USP), en noviembre-diciembre de 2011 y en septiembre-noviembre de 2012.

Recibió la Medalla de plata del CNRS en 2012; fue nombrado Caballero de la Legión de Honor, propuesto por el Ministerio de Cultura de Francia en 2012; Caballero en la Orden de las Artes y las Letras, 2014; Premio de la Escritura Social por su obra, En los pliegues singulares de lo social, 2014; Miembro Senior del Institut Universitaire de France, 2016; Doctor Honoris Causa en la Universidad Veracruzana, México, en 2019; entró en la edición 2023 de Petit Larousse Illustré.

Es autor de: El hombre plural. Los resortes de la acción, Barcelona, Bellaterra, 2004; El Espíritu sociológico, Manantial, 2006; ¿Para qué sirve la sociología?, Siglo XXI Editores, 2006; El trabajo sociológico de Pierre Bourdieu Deudas y críticas, Siglo XXI Editores, 2007; Franz Kafka: elementos para una teoría de la creación literaria, París, La Découverte, 2010; Sociología de la lectura, Gedisa, 2017; En defensa de la sociología, Siglo XXI Editores, 2019; La interpretación sociológica de los sueños, Universidad Veracruzana, 2023.

Bernard Lahire, La construcción social de la singularidad. Individuos, instituciones y socializaciones, Buenos Aires, SB, 2024, 140 páginas.

Horacio Quiroga:

El hombre que nos enseñó a tener frío

oracio Quiroga adoraba a Martínez Estrada como a un hermano menor y le regaló una hectárea de su propia tierra en Misiones, para tentarlo de que fuera su vecino. La desmontó él mismo a machete limpio, le mandó por correo el título de propiedad y los planos de la casita de madera que podía construirle con sus manos. Hasta los muebles le ofrecía hacer (y eran famosamente cómodos los muebles que hacía Quiroga, con ayuda del mensú devenido carpintero Jacinto Escalera). Martínez Estrada tenía un trabajo de cuarta en el Correo Central y detestaba el ambiente literario de Buenos Aires, pero no se decidía a partir a Misiones, así que Quiroga apeló a un último recurso para convencer a su melómano amigo: le mandó un violín hecho en madera de timbó. “Era tan chato de pecho y espalda como el propio Quiroga, tenía un clavijero prehistórico, las efes labradas torpemente a gubia y emitía un sonido de gato en celo, mitad hipnótico y mitad horripilante”. Martínez Estrada entendió con el corazón estremecido que así sería la vida como vecino de Quiroga en Misiones, pero se libró de escribir esa carta cruel porque su amigo apareció por Buenos Aires. Venía a hacerse ver por los médicos una molestia que no lo abandonaba. Era un cáncer terminal, pero no se animaban a decírselo. Lo tenían de residente en el Hospital de Clínicas con permiso ambulatorio, mientras le hacían creer que lo sometían a estudios y lo preparaban para una operación. Un día vagando por el sótano del hospital encontró un paciente llamado Batistessa. Lo tenían ahí escondido por su aspecto físico, causado por una neurofibromatosis conocida como elefantiasis. Quiroga exigió que Batistessa fuera sacado del sótano y trasladado a su habitación, y en las horas muertas le contaba historias de la selva. Un día Batistessa oyó hablar a los médicos y fue a decirle a Quiroga que la operación proyectada era una simple y dolorosa postergación de la muerte. Quiroga avisó que salía a caminar, fue a una ferretería a comprar cianuro, regresó al hospital, mezcló el polvo en un vaso con whisky y se lo tomó. “Se mató como una sirvienta”, dijo Lugones, que un año después se suicidaría de igual forma en el Tigre. “No se vive en la selva impunemente”, escribió Alfonsina Storni en un poema que le dedicó antes de suicidarse ella también, en los acantilados de Mar del Plata. Ni Lugones, que había sido su maestro y protector, ni Alfonsina, que había sido su amante, acompañaron las cenizas

del difunto al Uruguay. Borges, en cambio, que había dicho que Quiroga era “una superstición uruguaya, que escribía mal lo que Kipling escribió bien”, sí fue de la comitiva. Eran fechas de Carnaval y contó que el corso se interrumpía al paso del cortejo y que los niños pedían tocar la urna de madera de algarrobo en donde el escultor ruso Stepan Erzia había tallado la cara del difunto. A veces los opuestos coinciden: a Arlt le pasó algo parecido con Quiroga; él también lo había escarnecido; en una aguafuerte sobre la fundación de la SADE, creada para defender los derechos de los escritores, escribió: “La idea debe ser de Quiroga, hombre que gasta barba sefaradí y una catadura de falsificador de moneda que espanta”. Pero cuenta Onetti que, el día en que murió Quiroga, Arlt estaba sentado al fondo de una larga mesa, ignorando con fiereza los comentarios sobre el muerto, hasta que llegó su amigo Kostia y contó que tres días antes se había cruzado con Quiroga por la calle. Iba vestido como un clochard, la barba le devoraba más de la mitad de la cara, venía siguiendo desde el Parque Japonés a la última mujer que siguió por la calle, una beldad que cortaba la respiración. Era la famosa viuda de Gómez Carrillo, que por entonces noviaba con Saint-Exupéry. Kostia se lo estaba diciendo cuando el francés salió del Hotel Plaza al encuentro de su dama y la abrazó. Quiroga, contemplando la escena, murmuró: “Me hubiera gustado ser aviador”, y se fue, envuelto en su sobretodo con el pijama abajo en pleno enero, rumbo a su cama en el Hospital de Clínicas. Desde el fondo de la mesa, detrás del humo de su cigarrillo, se oyó la voz de Arlt: “He cambiado mi opinión de Quiroga”. No podía ser de otra manera. Quiroga había dicho: “Soy el primer infectado por Dostoievski en América del Sur”. Arlt fue el siguiente.

Como Arlt, Quiroga carecía de lo que algunos llaman tacto, otros hipocresía y otros relaciones públicas. A los veinte años partió de Montevideo a París vestido como un dandy, en camarote propio. Volvió tres meses después, en tercera clase, con los pantalones raídos y las solapas levantadas para que no se viera que no tenía cuello en la camisa. “¿Por qué escriben como españoles si son argentinos?”, le dijo en la cara a Larreta cuando llegó a Buenos Aires. “No soporto los gauchos de Carnaval”, le dijo a Lugones.

Escandalizó a Manuel Gálvez con su Historia de un amor turbio (1908), basada en su relación con Ana María Cires, la muchacha que se llevó a vivir a Misiones y le dio dos hijos y después se suicidó de manera atroz. A esos hijos los crió en el amor a la selva, dejándolos dormir solos arriba de un árbol o sentarse durante horas al borde de un precipicio, para horror de su madre. Cuando ella murió, volvió con esos hijos a Buenos Aires, vivió primero en un sótano de la calle Canning y después en un caserón en Vicente López, donde tenía

un coatí llamado Tutankamón, un búho llamado Pitágoras y el yacaré Cleopatra, además de una enorme canoa aerodinámica que calafateaba infinitamente y que no parecía una embarcación, sino una criatura de las aguas.

Lo acusaban de escribir para asustar a la gente, de traer la selva a la ciudad, de arrimar la barbarie a la civilización. Cuando publicó su famoso decálogo del perfecto cuentista, Nalé Roxlo dijo que parecía el manual del maestro ciruela escrito por el Viejo Vizcacha. “Es un anarcoindividualista que se conforma con su propia libertad. No le importa que todos los hombres sean libres”, dijo Álvaro Yunque cuando lo invitó a la URSS y Quiroga le contestó que prefería volverse a la selva. Y eso hizo, con una segunda esposa treinta años más joven que él, que prefirió abandonarlo antes de enloquecer. Tampoco en la selva lo entendían: se burlaban del hermoso laberinto de bambúes que había hecho para su segunda esposa, con un jardín de orquídeas en el medio. Las cuadrillas que pasaban y lo veían deslomándose al sol le gritaban: “¿No tiene personal, patrón? ¡No le robe trabajo a los peones!”.

Supo adorar por igual a Tolstoi y a Dostoievski, a Jack London y a Thoreau, a Maupassant y a Baudelaire (“ebanistas capaces de sacar de un solo golpe de garlopa trece rizos de viruta”). Hablaba como si siempre tuviera fiebre y padeció frío hasta en la selva misionera. En la última carta a sus hijos les dijo: “Busco lo que casi nunca se encuentra. Soy capaz de romper un corazón por ver lo que tiene adentro, a trueque de matarme yo mismo sobre los restos de ese corazón”. Martínez Estrada escribió después de su muerte: “Con él aprendimos a contar en serio”, y si miramos la literatura desde acá, no hay manera de no estar de acuerdo.

El escritor Horacio Quiroga.
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El Caminante

o veo todos los días, al amanecer y al anochecer, como si el tiempo no existiera para él. Siempre con la misma sudadera gris, la capucha cubriéndole el rostro. Apareció de repente en mi vida, como las grietas en las paredes de las casas. Al principio no le di importancia, era sólo una figura más en el paisaje polvoriento que separa mi ranchería del pueblo. Pero poco a poco, se fue convirtiendo en una constante, tan segura como el ramalazo de fresco al llegar a la oficina.

Treinta años haciendo el mismo recorrido, y de pronto, él. Como si hubiera brotado de la tierra seca, igual que los mezquites después de la primera lluvia. Mi rutina, tan conocida como las arrugas que se han ido formando alrededor de mis ojos, se vio alterada por su presencia. Ya no contaba los postes de luz ni los baches en el camino; ahora lo buscaba a él.

En las mañanas, cuando el sol apenas empieza a calentar el volante, lo veo caminando contra el viento. En las tardes, cuando regreso con la camisa pegada a la espalda y la cabeza llena de números que no cuadran, ahí está de nuevo, como si no se hubiera movido en todo el día.

Las viejas del pueblo murmuran que es la encarnación de nuestros pecados colectivos, que camina para expiar las culpas de todos. Tal vez tengan razón. En este lugar, donde los muertos pesan más que los vivos, ¿quién puede decir qué es verdad y qué es mentira?

Doña Remedios, con sus ojos nublados por las cataratas y la sabiduría de noventa años a cuestas, fue la primera en decirlo. Estábamos en la plaza, bajo la sombra raquítica del único álamo que sobrevivió a la última sequía. Su voz, agrietada como la tierra que nos rodea, se alzó sobre el zumbido de las moscas: “Ese hombre carga con nuestras culpas. Cada paso que da es un pecado que se borra”.

Las otras ancianas asintieron, sus cabezas moviéndose como espigas secas al viento. Don Justo, el viejo

zapatero que perdió tres hijos con el narco, escupió al suelo y murmuró algo sobre redención.

Yo me quedé callado, pensando en mis propios pecados. El abandono de mi madre enferma, las mentiras a mi esposa, la vez que me robé el dinero de la ofrenda cuando era monaguillo. ¿Estaría ese hombre cargando también con el peso de mis errores?

Por las noches, cuando el silencio del pueblo es tan denso que parece que puedes cortarlo con un cuchillo, creo escuchar sus pasos. Un ritmo constante, como el latido de un corazón culpable. Me pregunto si algún día terminará su penitencia, si llegará el momento en que nuestros pecados sean finalmente lavados.

Pero en este pueblo, donde las tumbas son más nuevas que las casas y los recuerdos se mezclan con los remordimientos, la expiación parece tan lejana como la lluvia en época de secas. Quizás ese hombre esté condenado a caminar eternamente, llevando sobre sus hombros el peso de nuestras almas manchadas. Y no sotros, los vivos, seguiremos aquí, atrapados entre la culpa y la esperanza, esperando una absolución que tal vez nunca llegue.

Algunos juran que lo han visto desde siempre, que es tan viejo como el pue blo mismo. Un ser inmortal, dicen, que hizo un pacto con fuerzas que no alcanzamos a compren der. Camina para mantener nos a salvo, para que el caos no se apodere de estas tierras yermas.

El viejo Anastasio, con más años que pelos en la nuca, me contó una noche, mien tras compartíamos un mezcal bajo las estrellas, que su abue lo ya hablaba de ese hombre. “Lo llamaban el Sin fin”, dijo, sus ojos brillando con la luz de la luna y el alcohol. “Dicen que llegó con los primeros colonos, que vio na cer este pueblo y que nos verá a todos morir”.

La historia se fue desenrollando como un hilo viejo y enredado. Según Anastasio, hubo una época, antes de

que el desierto reclamara estas tierras, en que el caos amenazaba con devorar todo. Tormentas que duraban meses, terremotos que tragaban pueblos enteros, bestias que emergían de las entrañas de la tierra. Fue entonces cuando apareció él.

Nadie sabe con quién o qué hizo el pacto. Algunos dicen que fue con el mismo diablo, otros que con algún dios antiguo y olvidado. Lo cierto es que, desde entonces, camina. Sin descanso, sin pausa, manteniendo a raya las fuerzas del caos con cada paso que da.

Me contó Anastasio que hubo quienes intentaron detenerlo, pensando que era un loco o un vagabundo. Pero siempre volvía a su caminata, como si una fuerza invisible lo empujara. “Y fíjate bien”, me dijo el viejo, apuntándome con un dedo tembloroso, “desde que él está, las cosas malas pasan, sí, pero nunca nos destruyen del todo”.

lencia, pobreza. Y, sin embargo, seguíamos aquí, aferrándonos a esta tierra ingrata como si fuera el último trozo de pan en tiempo de hambruna. ¿Era gracias a él? ¿Era su caminata interminable lo que nos mantenía a flote en este mar de calamidades?

Esa noche, mirando las estrellas que parecían tan cercanas y tan inalcanzables al mismo tiempo, me pregunté qué pasaría si algún día dejara de caminar. ¿Se desataría el caos contenido por siglos? ¿O simplemente seguiríamos aquí, resistiendo como siempre lo hemos hecho, sin saber que nuestro guardián silencioso ya no está?

Hay días en que lo veo y siento que algo cambia en el aire, como si su presencia alterara el tejido mismo de la realidad. Quizás es parte de algo más grande, una red invisible que mantiene unido este mundo que se desmorona.

Fue durante la época de los temblores cuando empecé a notarlo. La tierra se sacudía bajo nuestros pies como si quisiera desprenderse de nosotros, tragarnos enteros. Casas que habían resistido siglos se desmoronaban como castillos de arena. Y en medio del caos, él seguía su camino, imperturbable.

Una mañana, mientras las réplicas aún nos mantenían en vilo, lo vi pasar frente a la tienda don Celerino. En el momento exacto en que cruzó, el temblor que amenazaba con derribar el viejo edificio cesó. Como si su presencia hubiera calmado a la tierra misma. Notó cómo las nubes parecían apartarse a su paso, cómo el viento cambiaba de dirección cuando se acercaba. No eran cambios dramáticos, sino sutiles alteraciones en el tejido de la realidad, como si su presencia fuera un ancla en un mundo cada vez más inestable.

Doña Inés, la curandera del pueblo, me habló una vez de los nahuales, seres capaces de transformarse y manipular las energías del mundo. “Hay quienes nacen para ser puentes”, me dijo, sus ojos fijos en un punto más allá de este mundo. “Puentes entre lo visible y lo invisible, entre lo que es y lo que podría ser”.

Sus palabras me hicieron pensar en el caminante como un nodo, un punto de conexión en una vasta red que abarca más allá de lo que podemos ver o comprender. Quizás su caminata eterna no es un castigo ni una misión, sino una necesidad cósmica. Cada paso que da es un pulso que recorre esta red

invisible, manteniendo en equilibrio fuerzas que ni siquiera podemos imaginar.

A veces, en las noches cuando el cielo está tan claro que parece que puedes tocar las estrellas, creo ver líneas tenues que conectan los astros, como una telaraña cósmica. Y en esos momentos, casi puedo ver al caminante como parte de ese entramado, un hilo crucial en el tejido del universo.

Me pregunto si es consciente de su papel. Si sabe que con cada paso que da está sosteniendo este mundo que parece desmoronarse a nuestro alrededor. O si, como nosotros, simplemente sigue adelante, un día tras otro, sin comprender realmente el impacto de su existencia en el gran esquema de las cosas.

de esa red invisible que mantiene unido el tejido de la existencia?

Y así, mientras lo veo alejarse en el horizonte, me pregunto cuántas más cosas hay en este mundo que no podemos ver ni entender, pero que son fundamentales para nuestra existencia. En este pueblo donde lo imposible se vuelve cotidiano, el caminante se ha convertido en un recordatorio constante de los misterios que nos rodean, de las fuerzas invisibles que mantienen unido nuestro frágil mundo.

“Dos hombres perdidos, cada uno a su manera, en este desierto que no perdona”

Sigo sus pasos día tras día, buscando una respuesta, una señal. Pero el hombre de la sudadera gris sigue su camino, impasible, eterno. Y yo me quedo aquí, con mis preguntas sin respuesta, en este pueblo donde el tiempo se ha detenido.

Aquí en el rancho, donde la realidad es tan frágil como las hojas secas que arrastra el viento, la idea de que un solo ser pueda ser tan crucial para el equilibrio del mundo no parece tan descabellada. Después de todo, ¿no somos todos, de alguna manera, parte

La obsesión creció en mí como la hierba mala después de las lluvias, lenta pero imparable. Comencé a ajustar mis horarios para verlo más veces, inventando excusas para salir a la carretera. Mi familia em-

pezó a notar los cambios, las ojeras bajo mis ojos, la distracción constante en mi mirada.

Una noche, después de que todos se hubieran dormido, salí en silencio. La luna llena bañaba el desierto con una luz espectral, convirtiendo las sombras en criaturas fantásticas. Y allí estaba él, su figura recortada contra el horizonte como una aparición.

Lo seguí durante horas, mis pies arrastrándose sobre la arena fría, mi corazón latiendo con una mezcla de miedo y anticipación. ¿Qué haría si se detuviera? ¿Si me hablara? ¿Si desapareciera frente a mis ojos?

Pero nada de eso ocurrió. Simplemente siguió caminando, sin dar muestra alguna de cansancio o de haber notado mi presencia. Cuando el sol comenzó a asomar por el este, tiñendo el cielo de un rosa pálido, me di cuenta de que habíamos vuelto al punto de partida.

Regresé a casa exhausto, con más preguntas que respuestas. Mi esposa me miró con una mezcla de preocupación y reproche, pero no dijo nada. ¿Qué podía decirle? ¿Que había pasado la noche persiguiendo a un fantasma, a una idea, a un misterio que quizás sólo existía en mi mente?

ceremonias que los huicholes realizan en el desierto, no muy lejos de aquí. Rituales antiguos para limpiar el alma y la tierra. En esos momentos, veo al caminante con otros ojos. Su andar constante se convierte en un ritual, cada paso una bendición, cada kilómetro recorrido una purificación. Tal vez sea un chamán de una tribu que ya no existe, condenado o bendecido a caminar eternamente, limpiando con su presencia esta tierra que tanto ha sufrido.

Lo imagino absorbiendo el dolor, la violencia, la desesperanza que empapa cada grano de arena. ¿Será por eso que, a pesar de todo, seguimos aquí? ¿Será su caminata interminable lo que nos permite seguir adelante, día tras día, en este lugar donde la esperanza parece tan escasa como la lluvia?

“En este lugar, donde los muertos pesan más que los vivos, ¿quién puede decir qué es verdad y qué es mentira?”

Fue Jacinto, el hijo de doña Eduviges, quien primero mencionó la idea de los extraterrestres. Volvió del norte con historias de luces en el cielo y círculos en los cultivos. Al principio nos reímos de él, pero sus palabras se me quedaron grabadas.

Una tarde, cuando el calor hacía que el aire temblara como gelatina, vi algo extraño. Por un momento, la figura del caminante pareció distorsionarse, como si fuera una imagen proyectada que perdía señal. Fue sólo un instante, pero bastó para sembrar la duda en mi mente ya de por sí fértil para lo inexplicable.

¿Y si no fuera más que una ilusión sofisticada? Un holograma enviado para observarnos, para estudiar nuestras rutinas, nuestras vidas en este rincón olvidado del mundo. Quizás, en algún lugar más allá de las estrellas, seres con tecnología incomprensible para nosotros analizan cada uno de nuestros movimientos, cada suspiro, cada lágrima derramada en esta tierra seca.

Pero luego, cuando el viento del este sopla trayendo consigo el aroma acre de la tierra quemada por el sol, otra idea me asalta. El olor me recuerda a las

A veces, cuando el sol se pone y el cielo se tiñe de un rojo tan intenso que parece sangre, me pregunto si algún día terminará su tarea. Si llegará el momento en que esta tierra esté finalmente limpia, libre de las cadenas invisibles que la atan a su pasado doloroso. O si, como nosotros, está condenado a repetir su ritual eternamente, en un ciclo sin fin de purificación y corrupción.

Y así, entre la idea de ser observados por seres de otros mundos y la esperanza de una limpieza espiritual, el misterio del caminante sigue creciendo, tan vasto e incomprensible como el desierto mismo que nos rodea.

*

Una tarde, mientras el polvo del camino se me pegaba a la garganta, lo vi detenerse. Sus ojos, hundidos en la sombra de la capucha, miraban fijamente un punto en el aire. Comprendí entonces que no era un simple caminante. Era un guardián, vigilando una grieta invisible en el tejido de nuestra realidad.

El sol se desangraba en el horizonte, tiñendo el cielo de un rojo intenso que me recordaba a las brasas del comal de mi abuela. Me detuve a un lado del camino, el motor de la camioneta tosiendo como un viejo fumador. Por primera vez en todos estos meses, lo vi inmóvil, como una estatua de sal en medio del desierto.

Sus manos, que nunca antes había notado, se movían en el aire como si estuviera tejiendo algo invisible. Los dedos largos y huesudos dibujaban patrones complejos que me mareaban si los miraba por mucho tiempo. El aire alrededor de él pare-

cía vibrar, como el espejismo del asfalto caliente en pleno verano.

Me bajé de la camioneta, mis botas levantando pequeñas nubes de polvo. Conforme me acercaba, sentía una presión en los oídos, como cuando uno sube a la sierra. El mundo parecía distorsionarse a su alrededor, los colores se mezclaban y las formas se desdibujaban.

Por un momento, creí ver más allá de la realidad que conozco. Vi ciudades imposibles, criaturas que desafiaban la imaginación, y un vacío tan profundo que amenazaba con tragarme. Entendí entonces que estaba presenciando algo que no estaba destinado a los ojos mortales. Este hombre, este guardián, estaba manteniendo a raya fuerzas que podrían destruir nuestro mundo en un parpadeo.

Cuando volví en mí, estaba de rodillas en el suelo, con la boca llena de tierra y el corazón latiendo como si quisiera escapar de mi pecho. El hombre de la sudadera gris se veía como una hormiga en el horizonte.

Lo veo todos los días, al amanecer y al anochecer, como si el tiempo no existiera para él. Siempre con la misma camisa blanca almidonada que parece burlarse del calor y del polvo que nos rodea. Apareció como un espejismo, tan fuera de lugar que al principio pensé que mis ojos me engañaban. Al principio no le di importancia, era sólo una figura más en el paisaje polvoriento que recorro buscando a mis cabras.

Dicen que era del comisariado ejidal, que trabajaba en esa oficina de block con aire acondicionado. Lo he visto temprano, cuando el sol apenas empieza a calentar la tierra. También lo he visto al regresar cuando las sombras se alargan. Parece que midiera el día con sus pasos. Su maletín de cuero, tan pulcro como su camisa, parece contener todos los secretos del mundo.

Poco a poco, ese hombre de la camisa blanca se ha convertido en una constante, tan segura como la sed que me acompaña todo el día. Lo veo pasar mientras escarbo la tierra buscando raíces para mis animales, o cuando trepo a los cerros esperando ver a lo lejos el blanco de sus lomos. Dos hombres perdidos, cada uno a su manera, en este desierto que no perdona. Pero él sigue su camino de papel y tinta, y yo el mío de polvo y espinas, unidos por esta tierra que a ninguno de los dos termina de entender.

Lo que Camus sabía

El extranjero fue publicado en 1942. Veinte años más tarde, Hannah Arendt escribió Eichmann en Jerusalén Informe sobre la banalidad del mal (1963). A pesar de pertenecer a géneros diferentes (ficción y ensayo respectivamente), ambas obras se copertenecen, y prosiguen la investigación abierta por Kafka: indagar en la naturaleza del mal, del mal que no resulta de una acción impulsiva y desatada, del mal como manifestación de una pasión irrefrenable. No hay malvados en la obra de Kafka. Sólo gente que hace su trabajo, al servicio de un poder superior que permanece en la sombra y presuntamente encargado de gestionar el orden y el funcionamiento de las cosas. Eso que se llama una burocracia. Meursault no es Eichmann, sin duda. Es mucho más misterioso, pero en cierto modo lo anticipa. Es una versión torpe y más modesta que el modelo Eichmann, que fue un prototipo más avanzado de deshumanización, de pieza en la maquinaria de la muerte a escala industrial. Eichmann se declaraba obediente a órdenes que emanaban de una instancia superior, y a la que se entregaba sin oponer ninguna objeción. Meursault (apellido en cuyas letras está el verbo “meurt”, “muere”) en cambio no parece obedecer a nada ni a nadie. Pero ambos personajes se reúnen en un factor común, que al día de hoy sigue formando parte de

los grandes enigmas. Me refiero al problema de la causa. No hay nada en la personalidad de Mersault a lo que pueda atribuirse una causalidad explícita y clara que explique su crimen. Tampoco el informe de Hannah Arendt logra resolver el misterio de Eichmann. Uno de los aspectos en mi opinión más logrados en la novela de Camus es la manera en la que el fiscal argumenta su acusación, y convence al jurado: las declamaciones son magníficos ejemplos de oratoria, y al mismo tiempo resultan totalmente absurdas. Se demuestra la maldad intrínseca del acusado porque llevó a su madre a un asilo. Porque no recordaba su edad. La noche anterior a su entierro fumó y bebió café con leche. No derramó una lágrima. No quiso ver el cadáver. Al día siguiente, de vuelta en su casa, fue al cine a ver una comedia y tuvo un encuentro con una mujer. Hagamos el esfuerzo de imaginación y agrupemos en un conjunto a todos los hombres que han ingresado a su madre en un asilo, que no recordaban su edad, que el día de su muerte fumaron junto a su cadáver, bebieron café con leche, no lloraron ni quisieron ver el cuerpo, y para colmo al día siguiente fueron al cine y se acostaron con una mujer. Ahora demos un paso más y nombremos a ese conjunto como el Conjunto de Seres Abominables. El ejercicio mental desemboca en algo incongruente.

Desde luego, Meursault ha cometido un crimen, ha quitado una vida, pero no es un monstruo ni un ser perverso. Fue precisamente eso lo que atrajo la atención de Hannah Arendt durante el juicio a Eichmann. Ni Camus ni Arendt utilizan estos términos, pero hay algo que tienen en común a la hora de trazar su personaje el primero y estudiar el suyo la segunda: ninguno de los dos da muestras de gozar del crimen. Añado una observación de Lacan: no sabemos qué es estar vivo. Sólo sabemos que un cuerpo vivo goza. No sabemos de qué gozan los cuerpos de Meursault y Eichmann. No sabemos, por tanto, si están vivos. No afirmo que no lo estén. Sólo digo que no sabemos de qué gozan.

No voy a entrar en la cuestión psicopatológica. Podría hacerlo, tanto en la novela de Camus como en el informe de Hannah Arendt. La filósofa, como es lógico, no posee los instrumentos clínicos para analizar la presunta normalidad de Eichmann. Sólo puede constatar que es alguien que no piensa. No es una persona mala ni buena. Es simplemente una persona que no es. Eichman se parece mucho a una persona normal porque carece de rasgos patológicos ostensibles, al igual que Meursault. No hay en ellos ni odio ni pasión de ninguna clase. Ambos son, en apariencia, capaces de razonar. Pero a poco que se indague, descubrimos que se trata de un raciocinio particular. Los dos funcionan como mecanismos que están despojados de juicio. Los dos son modelos que adelantan una forma de subjetividad que puede confundirse con la normalidad. Más aún: una forma de subjetividad que puede muy bien convertirse en lo que actualmente se expresa como “the new normal”, algo así como “la nueva normalidad”. Nadie hoy repararía en el detalle de que alguien fume al lado de su madre muerta, o beba café con leche. Y no es que el fiscal se equivoque. Por el contrario, su perspicacia es extraordinaria. Es un cínico magistral, sólo que debe sostener con argumentos de contenido banal el hecho de que Meursault puede pasar por una persona corriente, aunque en el fondo haya en él algo que lo distinga de la mayoría de las personas. Y debe apelar a esos argumentos porque sin duda no posee los datos que el lector sí tiene acerca de Meursault. El lector sí sabe que Meursault, aunque viva una existencia corriente, es al mismo tiempo alguien que está separado de la vida. Meursault vive en la pura conciencia de sí, y es desde esa conciencia como observa y procesa los datos del mundo. En el interior de esa conciencia, está perfectamente resguardado de todo lo que lo rodea. No elige nada, no desea nada, y no proyecta nada. Su voluntad se reduce a aquello que es indispensable para la supervivencia. Es frugal, medido, no destaca, no tiene opiniones ni convicciones fuertes

de ninguna clase. Se adapta a todo, incluso a la celda en la que será recluido. La costumbre es un elemento de orientación. Tiene un deseo sexual por Silvie, es cierto, pero ese deseo es a la vez algo insustancial. Ni siquiera podemos aferrarnos al deseo bajo la modalidad homosexual que en varios momentos se sugiere en la atmósfera de los diálogos entre el personaje y los otros protagonistas masculinos.

“El lector sí sabe que Meursault, aunque viva una existencia corriente, es al mismo tiempo alguien que está separado de la vida. Meursault vive en la pura conciencia de sí, y es desde esa conciencia como observa y procesa los datos del mundo”

No es posible evitar la tentación de ahondar en la relación de Meursault con su madre. El dato fundamental es el hecho de que la única mención a lo que la unía a ella sea el siguiente: “Después del almuerzo, deambulé por el apartamento. Era cómodo cuando mamá estaba allí. Ahora es demasiado grande para mí, y tuve que trasladar la mesa del comedor a mi cuarto. Vivo solo en ese cuarto, entre las sillas de enea un poco encorvadas, el armario en el que amarillea la vajilla, la mesilla y la cama de bronce. El resto está sumido en el abandono”. Presumimos que la vida exterior de Meursault no ha cambiado desde que su madre ingresó en el asilo. Sin embargo, algo fundamental cambió en la casa. Meursault se exilió a su cuarto, y el resto del territorio se convirtió en un desierto deshabitado. Desde la pers-

pectiva del sujeto, podríamos decir que Meursault está cautivo en sí, y es al mismo tiempo ese desierto deshabitado. Meursault deshabita el mundo. Es allí un extranjero, pero uno que no puede darse cuenta de su extranjeridad, puesto que todo le resulta perfectamente comprensible. Sólo en escasos momentos, en los que es espectador de su propio juicio, experimenta momentos fugaces de perplejidad. Pero rápidamente se repone, y recobra el sentimiento de que todo aquello que lo rodea sigue un curso perfectamente trazado, y una lógica a la que no cabe oponerse. Sólo lo veremos despertar a cierta forma de humanidad hacia el final, ese glorioso final que le da Camus al relato, en el encuentro de Meursault con el confesor. Por primera vez vemos al protagonista esgrimir un argumento. Por primera vez percibimos en él un atisbo de afecto, de pasión, de energía, con la que se opone vivamente a toda reconciliación con la idea de Dios. Es el único momento en el que defiende con ardor una idea, una convicción, una toma de partido. No a Dios. No quiere ser rescatado, ni salvado, ni perdonado. No está dispuesto a llamar “Padre” al confesor. Meursault es el hombre que no cree en el padre.

En ese sentido, Camus anticipó al sujeto contemporáneo, y como corresponde a los grandes genios, fue un auténtico visionario.

Fotos: Archivo Palabra

ECamus, caso revisado

l escritor Kamel Daoud ha imaginado la vida del árabe asesinado en El extranjero de Albert Camus. Meursault, caso revisado (Editorial Almuzara, 2015), es una novela en la que se interroga el significado de la presencia del hombre en el mundo y su libertad para defender y asumir una posición frente a los dogmas y a las trampas de la memoria.

Lo que la narración evoca es un acontecimiento franco-argelino, residuos incandescentes de un clásico en pugna, que no incumbe al tiempo sino a la humanidad. Se trata de sombras y destellos entrecruzados entre Albert Camus y Kamel Daoud, pero sobre todo de la reescritura de un pasaje criminal que “ficciona” mudarse de lo libresco para asirse a lo histórico.

Con la sobriedad de un poético efecto de “realidad” recuperada, Daoud nos obsequia la impresión de que el “acontecimiento” en cuestión se narra a sí mismo, causándonos la ilusión de objetividad: vulgar y dulce, perfectamente similar a un entierro sin cadáver.

Un árabe sin nombre, ultimado por un conocido nuestro, llamado Meursault, protagonizan la extensión de un lamento escrito en una famosa novela del siglo XX, remontándonos a la playa del crimen y a auscultar los anales emocionales de una afrenta familiar.

Tanto Daoud como M´ma* resucitan a Moussa en el vientre de la imaginación: ¿Cómo honran las calumnias a un muerto? ¿De qué manera se halaga o perturba a quien el tiempo niega embalsamar?

¿No le olvida y la memoria obsesiva del presente escribe con o contra él?

Tratándose de un planteamiento de carácter literario, la respuesta se antoja sencilla: esquela periodística, frase de camposanto, se podría alegar que ofrecemos a Camus vida más allá de la muerte.

de realizar la denostación de Meursault como afrenta a su creador, obsequiando origen y pertenencia a Moussa, árabe desconocido y sin tumba, El extranjero (Gallimar, 1942) toma nueva volcadura y, en clave de metaficción, el narrador expone las tribulaciones de una M´ma, un hijo —en monodiálogo eterno, émulo eficaz del “juez penitente” del bar México City (La caída)— y la acumulación de otros asesinatos de orden colonial.

Clarividencia de cavar más allá de las apariencias es observar lo que refiere Daoud, que “el extranjero que hay en Camus es su mismo ser argelino”, el escritor como desterrado literario y funerario.

“El autor célebre había narrado la historia de un árabe y había hecho de ella un libro estremecedor, como un Sol en una caja”, se lee en el libro en cuestión y la resonancia de la frase evoca ecos magistrales del escritor marroquí Tahar Ben Jelloun, en atmósferas cerradas y vertiginosas, similares a las páginas rulfianas que encontramos en Tratado de las pasiones del alma de António Lobo Antunes: jueces sumergidos en gelatina negra, en el temblor lúcido de las tinieblas.

Se pretende, a fuerza de escribir y borrar, calzar el saco de miserable a Camus en la figura de Meursault, quien es sólo reflejo de la marginalidad que el mismo Camus sufrió.

El único árabe de El extranjero es una “víctima sin nombre”, recuerda Jean Daniel, de la misma forma que lo comprende la madre de la víctima, quien abandona la penosa crisálida del “árabe” para convertirse en Moussa, un absurdo y simple rebote de luz intensa, playa de tinta derramada bajo la intensidad de un cielo mordaz, similar a cómo Francia, en aquel tiempo, se reproducía a sí misma en Argelia, intentando borrar, a fuerza de luz, la consigna de los ulemas: “El islam es nuestra religión. Argelia, nuestra patria. El árabe, nuestra lengua”.

«Clarividencia de cavar más allá de las apariencias es observar lo que refiere Daoud, que “el extranjero que hay en Camus es su mismo ser argelino”, el escritor como desterrado literario y funerario»

Éste siempre comentó que admitir una tiranía podría ser como resignarse a aceptar la soledad humana, una austeridad que vincula con el papel del escritor: “¿Qué podré yo llamar eternidad, sino a todo aquello que forzosamente habrá de continuar después de mi fallecimiento?”.

Ahora que Kamel Daoud se ha entregado a la tarea

“Hacer vivir a Moussa después de haber muerto en su lugar”, eso esperaba la madre, quien —obertura de pesadilla en la novela de Daoud— se desplaza todavía por aquí: “Hoy, M´ma sigue viva”, fundando una moral antihistórica y contraviniendo la ya famosa entrada de Albert Camus en la más célebre de sus novelas: “Hoy, mamá ha muerto”. Daoud no se halla en búsqueda de una interpretación definitiva de Albert Camus, sino en el “encuentro de un Camus que pudiera ayudar a entender con claridad la búsqueda e interpretación de nosotros mismos”.

No es una interpretación de su tiempo, ni de sus hallazgos, ni de su estilo —de ese conocido carisma de justo y moral—, tampoco de las glorias filosóficas del existencialismo, sino de “actualizar su pensamiento para resolver los problemas existentes”. Porque sabemos que todo proceso de entendimiento y explicación se ve influido por la situación histórica específica de cada lector.

Camus continúa siendo un personaje singular, al cual es muy difícil de encajonar en una corriente de pensamiento, por más luminosa que ésta sea: Por momentos parece ser existencialista, en otros niega serlo y revienta en contra de ellos, de ahí el “Hombre rebelde”, el nombre de Camus como un emblema de la época.

¿Qué nombre pronuncia en sueños Sartre? ¿Heidegger? ¿Castor? ¿Nizan? ¿Camus? Pareciera que Kamel Daoud utilizase El extranjero para plantearse el absurdo como punto de partida y no como conclusión.

*Del árabe magrebí, término que significa “madre”.

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