Un huevo para un capricho sexual.

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UN HUEVO

Julio Alonso

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UN HUEVO UN para un HUEVO para un capricho capricho sexual sexual

Julio Alonso Julio Alonso







Julio Alonso Nace y vive en Vigo, y lleva más de veinticinco años dedicado al mundo de la enseñanza como profesor de laboratorio químico en Formación Profesional. Es un apasionado de las relaciones humanas, de las nuevas tecnologías, del mundo de la comunicación y de la imagen. Colabora habitualmente desde casi dos décadas en el espacio de opinión de un periódico local donde también ha publicado reportajes. Practica la fotografía desde muy joven y la exposición de sus trabajos siempre merece el reconocimiento y la admiración del público. Su estilo narrativo resulta muy cercano y muy personal y su primero libro, “De vivos e de mortos”, llegó a posicionarse en el según puesto de la lista de libros más vendidos en Galicia durante varios meses.


Capítulo I Casi todo comienza con un huevo

Nunca pensé que un huevo de gallina hubiera dado para tanto y mucho menos en el terreno sexual. Hace tiempo me encontré con una buena amiga. Se trata de una mujer madura y sensual que conserva la belleza, el romanticismo y el encanto de su juventud; una mujer cariñosa, sensible, divertida y, sobre todo, muy vital. Estuvimos conversando largo rato en una céntrica cafetería viguesa, en la Puerta del Sol. Nuestra conversación derivó a las dificultades de la vida de hoy, y yo, sin saber las consecuencias, le Conté una anécdota que había observado unos días antes, concretamente en la mañana de un domingo, cuando la mayoría de la gente todavía duerme. Cuando estaba paseando con nuestra perrita por la avenida Camelias observé un hombre que cruzaba la calle por el medio y medio con toda la pausa y sin prestar atención al tráfico, aunque los domingos, y sobre todo a las horas tempranas, tampoco hay demasiados vehículos. Era un hombre joven de raza negra, con una considerable estatura y buenas proporciones, y con una piel como el mármol oscuro; tenía un aspecto ciclópeo. Yo estaba esperando a que nuestra perra olfateara una farola y observé que aquel hombre, cuando estaba en medio y medio del asfalto, y sin perder el paso tranquilo, cogió algo de su bolsillo y lo tiró al suelo sin mirar atrás. Avancé unos pasos para poder ver lo que era aquello y me llamó la atención que era un huevo de gallina roto en el asfalto. Mientras yo le contaba aquella historia, mi amiga se estremeció. Recuerdo nuestra conversación con toda claridad. —No sigas con tu relato. Ese hombre era mi amante. —¡Coño! Yo no sabía... —No lo cuentes. En todo caso, si lo haces no des demasiados datos para que nadie lo sepa, me da vergüenza. —Yo pienso que eso forma parte de tu vida personal y que nadie tiene derecho para censurar que tengas un amante. —Pero no es un amante normal... Nosotros teníamos una relación sexual que mucha gente no va a comprender. —¿Qué quiéres decir? —Pues verás, nosotros utilizábamos un huevo de gallina. 19


—¿Cómo dices? ¿Cómo puede utilizarse un huevo de gallina para echar un polvo? Yo pensé que a mi edad ya había escuchado todo o casi todo, pero esto de la técnica del huevo de gallina me deja un poco descolocado. —Verás, nosotros tenemos nuestro lugar de encuentro en el trastero de mi casa, por discreción. Allí, en medio de los trastos viejos, tenemos un colchón, una manta y una botella de agua para limpiarnos un poco de las consecuencias del método del huevo. El caso es que ese mismo domingo, cuando yo estaba colocándome el huevo donde cualquiera puede imaginar, escuchamos una tos en el trastero de al lado y nos inquietamos. A mi se me quitaron las ganas, saqué el huevo de mi escondite y decidí que teníamos que vestirnos y marchar de allí. Pero al salir por la puerta nos encontramos con las personas que estaban en el trastero lindante, que resultaron ser unos vecinos a los que les afectó la crisis y que decidieron alquilar el piso para poder pagar la hipoteca, reservándose para ellos el trastero, donde viven, pero con los que nunca coincidimos hasta ese momento. Mi amante tuvo que marcharse con las ganas, como puedes suponer, y, además, con el huevo metido en el bolsillo, y por eso, fastidiado, lo tiró al suelo. —Me dejas atónito. Si cuento tu experiencia muchos hombres terminarán comparándose con el negro de piel marmórea y aspecto ciclópeo, y muchas mujeres desearán estar en tu lugar, pero todo el mundo se sentirá intrigado con el método sexual del huevo. ¿Por qué no me cuentas la manera de hacerlo con el huevo para que yo pueda explicarlo? —Yo prefiero que te lo explique él, porque me da mucha vergüenza contarlo. Te doy su dirección y le dices que vas de mi parte, yo ya lo llamo ahora para decirle que vas para allá y que te cuente el método. Él no tendrá inconveniente en hacerlo si vas de mi parte, es su trabajo. Y si en alguna ocasión decides hablar de este asunto no des datos ni la dirección de mi amante, no se vaya a formar cola en su portal, no creo que él quiera ese tipo de publicidad. —Ya me conoces y sabes que puedes estar tranquila. Si en algún momento lo comento ya cuidaré de no dar datos que puedan comprometerte. Después de aquella conversación con mi amiga las cosas fueron precipitándose de una manera compleja e intrigante, y yo nunca había imaginado que la ciudad de Vigo, y concretamente el Casco Vello, encerrara tantos misterios. 20


El amante vive en el segundo piso de un edificio muy viejo en una histórica calle del centro de Vigo, y cuando él está en casa tiene una banderita con los colores nacionales de España en su balcón cómo señal secreta de su presencia, aunque en esa ocasión, cuando llegué por primera vez, estaba a media hasta. Encontré el portal abierto y subí las escaleras con cierto nerviosismo. Al pulsar el timbre se abrió la puerta y apareció aquel hombre que había estrellado el huevo en el asfalto de la avenida de las Camelias. Lo reconocí enseguida. Lo saludé con cortesía y le dije que venía de su parte. Me armé de valor para decirle que ella me había dicho que hablara con él para que me explicara la manera de hacerlo con un huevo, pero él no se inmutó, como si el método del huevo fuera algo totalmente habitual. El hombre olía a “Aqua salvaje”, de Cristian Dior, una colonia de lujo. Llevaba puesta una túnica y en su brazo izquierdo llevaba un reloj Citizen de esos que recogen la energía del sol, lo sé porque hace unos años le regalamos uno igual a nuestro hijo pequeño. Cuando tuve ocasión me fijé discretamente en su calzado, unos náuticos de color tostado que yo, ya puestos, juraría que eran de la marca “Lotus”. Es preciso reconocer que ese negro es un tipo realmente elegante y supongo que muy atractivo para las mujeres. Además, su voz, en aquel primer momento, me recordaba muchísimo a la que dobla la de Clint Estwood en las películas al castellano. Habla, incluso, con la misma cadencia y con un idioma casi perfecto que más tarde me aclaró que había aprendido con la ayuda de una clienta que es profesora de filología de un instituto. Al cabo de cierto tiempo me comentó que él disfruta de esos lujos de la vida y que le gusta tener la casa ordenada y limpia, pero que procura disimular todo eso porque lo que realmente vende es la imagen de decadencia. —Pasa, pasa—, me dijo franqueándome a entrada. —Gracias, muchas gracias—, le contesté mientras daba mis primeros pasos en aquella vivienda que luego me resultaría tan llena de historias curiosas. Aquella vivienda tenía dos dormitorios, un más gran que el otro, seguro que el grande correspondía a la sala de estar y lo habilitaron como dormitorio. Por supuesto, también tenía un baño y una cocina, aunque era paupérrima. Se notaba que el negro no llevaba mucho tiempo viviendo allí y tenía la ropa repartida por todas partes como si hubiera pasado un vendaval. En aquella primera ocasión el olor del cuarto de baño era insoportable porque había una fuga de otro piso, y la cocina tenía una costra, aunque 21


el negro me dijo que a él le gustaba la higiene, pero que tenía tanto trabajo que todavía no había podido limpiar y ordenar un poco la casa, que lo disculpara, aunque lo que vende es lo decadente, como ya me había dicho antes. En el cuarto pequeño tenía una pila de libros y deduje que era una persona culta. Observé que allí tenía, entre otras, obras de Méndez Ferrín, de Manuel Rivas, de Francisco Castro, de García Márquez, de Eduardo Mendoza..., una selección literaria que yo compartía plenamente. Cada estancia estaba iluminada por una simple bombilla y el único cuadro que decoraba el dormitorio era una foto de Gurruchaga, el cantante. Y cuando estaba observando todo aquello, el negro abrió la nevera, casi vacía, y sacó un huevo de gallina, pero observé que también los tenía de codorniz, mucho más pequeñitos. Y ya con el huevo en la mano me dijo que el método sexual del huevo consiste en algo muy sencillo.

___________________________________________________ Los huevos de gallina sirven para algo más que una tortilla 22






“Un huevo para un capricho sexual” relata las aventuras sexuales de Emeka, su protagonista principal, un inmigrante negro de muy buena presencia, culto, sensible y discreto que se prostituye para sobrevivir y que se ve envuelto en un misterioso y divertido enredo en compañía de unos amigos de los que forma parte el propio autor. Estos hechos acontecieron en el Casco Vello de la ciudad de Vigo en el año 2012 y se cuentan con un lenguaje muy próximo y sin artificios y con la autorización de sus protagonistas, algunos de los cuales prefieren seguir en el anonimato. El autor, que conoce la ciudad y acostumbra a sumergirse en ella y mezclarse con sus personajes, nos transporta por algunas calles y locales característicos y de visita obligada, pero también por rincones totalmente desconocidos, porque todas las ciudades esconden entre sus calles y sus gentes secretos e historias que de conocerlas nos harían cambiar nuestra visión del entorno en que vivimos. Historias que nos hacen comprender esa otra vida que existe en nuestros barrios detrás de cada persona.

editorialelvira.es


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