Un mar de historias
Sorolla Texto Carme Grau Ilustraciones JĂşlio Aliau
J
oaquín Sorolla es conocido como el
El niño que quería pintar
veréis muchos cuadros relacionados
Joaquín Sorolla y Bastida nació en la ciu-
Las personas que aparecen están siempre
Sus padres murieron a causa de una epi-
pintor de la luz y el mar. En su obra
con el mar, principalmente el Mediterráneo. bañadas por una luz muy intensa y brillante. Predominan colores como el azul, el lila, el
rosa, el naranja o el verde, pero, sobre todo, el blanco. A Sorolla no le gustaba nada el ne-
gro. Su pincelada es larga, rápida y enérgica. Esto es así porque Sorolla tenía prisa: quería capturar el instante que pintaba igual que si hiciese una fotografía.
Sorolla había nacido en Valencia, a orillas
del Mediterráneo. Pero, de mayor, vivió en
Madrid y, actualmente, su casa es un mu-
seo dedicado al pintor. Si entráis, os
invadirá una sensación de claridad. La casa museo es amplia, luminosa y con un jardín
precioso ideado por el propio Sorolla, que se inspiró en los jardines de la Alhambra
y en el Alcázar de Sevilla para diseñarlo. Él vivía allí con su esposa, Clotilde, y sus
tres hijos: María Clotilde, Joaquín y Elena. Sorolla tenía el estudio en la misma casa
y, con frecuencia, pintaba en aquel jardín que le tenía robado el corazón.
dad de Valencia el 28 de febrero de 1863. demia cuando era muy pequeño: tenía
dos años y su hermana, Concha, solo uno. Los dos niños se fueron a vivir con su tía
Isabel, que era hermana de su madre, y con su marido.
Ximet (así era como llamaban a Sorolla
cuando era pequeño) fue creciendo y su tío, que era cerrajero, pensó que sería buena idea enseñarle su oficio. Pero enseguida
descubrió que Ximet tenía un gran talento
para el dibujo y la pintura. Por este motivo, sus tíos lo matricularon en la Escuela de
Artesanos, donde cada tarde tomaba clases
de dibujo. A pesar de que se esforzaba mucho por estudiar lengua, matemáticas y geografía por las mañanas, en la escuela a
la que acudía con otros niños de su edad, solo pensaba en dibujar y pintar. Y lo hacía
tan bien, que la Escuela de Artesanos le dio
un diploma y una caja de pinturas como recompensa por su dedicación.
Este reconocimiento hizo que pudiera pedir
de grandes artistas como Miguel Ángel, que
Después de Roma, Sorolla viajó a París. En
Sorolla emprendió el camino que le llevó
Valencia para ir a Roma. Allí, estudió el arte
de La Escuela de Atenas. Mientras vivía en
los pintores llamados impresionistas, que
Pero todavía no había encontrado ese estilo
una beca a la Diputación Provincial de
clásico; es decir, todo el arte que nos dejaron los romanos: templos, anfiteatros, arcos
del triunfo, esculturas, mosaicos y pinturas. Y también estudió el arte renacentista: el
pintó la Capilla Sixtina, o Rafael, el autor
Italia, Sorolla visitó los museos más impor-
tantes de aquel país y conoció a muchos
artistas de su tiempo. No paraba de estudiar y aprender.
la capital francesa entró en contacto con daban mucha importancia al color, la luz, la pincelada suelta y la pintura au plein air
(es decir, la pintura hecha «al aire libre»). Todos estos descubrimientos hicieron que Sorolla cambiara su manera de pintar.
a convertirse en el pintor de la luz y el mar. tan personal que haría de él un pintor famo-
so en todo el mundo. En aquella época se casó con Clotilde García, de quien estaba
enamorado desde que era un chiquillo. La pareja estaba muy unida, y ella lo acom-
pañaba en todos sus viajes. Clotilde aparece
en muchos cuadros y dibujos de Sorolla.
Un estilo propio
también tenía una gran afición por dibujar
En uno de sus viajes volvió a París. Allí,
las pinturas y las telas, que, a veces, eran muy,
Instalado en Madrid con su familia, Sorolla
para los cuadros que pintaba después en su
el luminismo, que viene de la palabra «luz».
le acompañaban varias personas que le
no paraba de pintar. Pero también viajaba mucho y aprovechaba para dibujar lo que veía en las cafeterías, los restaurantes o las calles de las ciudades que visitaba. Se fijaba
en todo lo que le rodeaba y, a veces, incluso dibujaba sin mirar el papel y sin levantar el
lápiz. Le encantaba dibujar los sombreros que llevaban las mujeres en aquella época, y
jardines. Muchos de estos dibujos le servían
casa. También tomaba apuntes constante-
mente de su vida, sobre todo de actividades y hechos relacionados con su familia. Le
gustaba dibujar con lápiz o con carboncillo. Dibujaba en grandes libretas, en cuadernos
o en cualquier papel que tuviera a mano. Aprovechaba incluso el dorso de los menús de los restaurantes a los que iba.
conoció un nuevo movimiento artístico: Esta corriente, precisamente, daba mucha
importancia al efecto de la luz sobre el pai-
saje y los personajes representados en los
cuadros. Sorolla quedó fascinado por esta manera de pintar e inició su propia búsqueda para poder representar la luz natural como el quería en sus cuadros.
Pasaba los veranos en Valencia y en Jávea, y
cada día iba a la misma playa con el caballete,
muy grandes. Tanto era así, que, a menudo, ayudaban a cargar todos los utensilios y a montar los toldos y parasoles para proteger
las telas del sol y del viento. En más de una
ocasión, la fuerza del viento derribaba alguna tela. Pero Sorolla disfrutaba mucho
de estas sesiones al aire libre y pensaba que
todos estos preparativos valían la pena, porque era la única manera de captar la luz procedente de los reflejos del sol y la transparencia del agua.