Un mar de historias
GaudĂ Texto Anna Manso Ilustraciones Sonja Wimmer
S
oy un lagarto ocelado y parezco un bicho sin importancia. Hay quién opina
que solo vale la pena conocer la vida
Los niños echaron a correr y Antoni se me
acercó y me miró con dulzura.
—Eh, tú, valiente, eres precioso —murmu-
de aquellos humanos que han realizado al-
ró—. ¿Quieres venirte conmigo? Te enseñaré
como Antoni Gaudí, el famoso arquitecto
en el bolsillo de sus pantalones cortos.
guna aportación especial para la historia, catalán. Pero yo, por ejemplo, soy el lagarto
lo que hace mi padre ¡Maravillas! —y me colé
Me llevó hasta el pueblo y entramos en el
más famoso del planeta. Aunque…
taller de su padre. Quise sacar mi cabecita,
de la mano. Mi historia también es su histo-
bre picando y repicando una lámina de metal
…mi vida y la vida de Antoni Gaudí van
ria. La de dos amigos, un humano y un lagarto, cargados de sueños que parecían imposibles pero que se hicieron realidad.
Nos conocimos un julio del año 1859, en
un olivar de las afueras del pueblo de
y la visión del fuego, las chispas y aquel hom-
hasta darle forma y convertirla en un caldero,
me dejó boquiabierto. Con un fuelle, su padre, buf, buf, alimentaba el fuego, y una lluvia de chispas cayó sobre Antoni y, claro, sobre mí.
—¡Antoni, te he dicho mil veces que no te
Riudoms, de donde procedía su familia, aun-
acerques tanto o te chamuscarás!
de Reus hacía siete años. Era un atardecer
cosa más. Unos remolinos de viento recorrie-
luna lucía espléndida en lo alto del cielo.
do un rayo. Y a Antoni también, porqué,
que Antoni había nacido en la vecina ciudad
extraño. Aún no había oscurecido, pero la Y mientras estaba ahí, descansando, dos niños decidieron usarme de diana y me lanza-
ron una lluvia de piedras. No me lo pensé dos
Pero ya nos habíamos quemado. Y alguna
ron mi cuerpo como si me hubiera atravesa-
cuando salimos, me sostuvo en la palma de su mano y me miró asustado:
—¿Estás bien, Valiente? —Antoni ya me
veces y les mordí los tobillos. Soy así de im-
había adjudicado un nombre.
mordiscos solo conseguiría hacerles cosqui-
trenar, nos sorprendió.
rriado y con aspecto enfermizo, se les encaró:
entender! ¡Era verdad lo que decía el abuelo!
calderero, viene de camino con una vara de
preguntarle yo, desconcertado.
para atizaros.
ser mágico.
pulsivo y no me di cuenta de que con mis llas. Hasta que un chiquillo pelirrojo, esmi-
—Yo de vosotros me largaba. Mi padre, el
hierro candente que ha sacado de la fragua
—Sí —le dije yo. Y mi voz, acabada de es—¡Valiente! ¡Puedes hablar! ¡O yo te puedo —Qué… qué… ¿qué decía tu abuelo? —quise —Que el fuego de los caldereros puede
Fuese lo que fuese, desde entonces pudi-
Pero, aunque le costaba, en la Escuela
mos hablar y nos hicimos amigos. A los dos
Pia de Reus hizo dos buenos amigos: Eduard
naturaleza. Antoni no gozaba de buena sa-
vó al colegio para que les conociese, y ellos
nos gustaba pasear y sentarnos a observar la lud y pasaba largas temporadas en casa, des-
cansando. Cuando se encontraba mejor le
Toda y Josep Ribera, y hasta un día me llea mí.
—Se llama Valiente y le he traído por-
mandaban salir a dar una vuelta para que se
qué quiere aprender a ser un dragón.
como el Collado de la Desenrocada, muy cer-
pero no nos importó. Eran buena gente.
rocas trabajadas por el viento y el agua, y él,
Arlequín. Antoni dijo que él se encargaría de
Las mil y una noches, o la leyenda de San
feliz. A mí me dibujó mil veces. Y mientras lo
airease. Entonces yo le llevaba a lugares ca del pueblo de Argentera, un lugar lleno de
de camino, me contaba cuentos como el de Jorge y el dragón.
—Un dragón es un lagarto, como tú —me
dijo Antoni— pero enorme, y puede volar, y
Ellos pensaron que les gastaba una broma, El año 1867 los tres crearon una revista, El
las ilustraciones. Porqué a él, dibujar, le hacía
hacía me estudiaba con esos ojos que veían lo que nadie más podía ver.
—Como me gusta tu piel, Valiente… Parece
escupir fuego, y es poderoso y mágico. El
rota, como una baldosa de colorines que al-
y por eso San Jorge tuvo que vencerle.
ha roto en mil pedazos —decía Antoni, ima-
dragón de la leyenda devoraba a la gente, —Yo… yo… ¡yo quiero ser un dragón! No
me comería a nadie, ¡pero quiero volar, y ser poderoso y mágico! —grité emocionado.
—Y yo quiero construir montañas mági-
cas como estas. ¡Y casas y palacios! —excla-
guien ha lanzado contra el suelo y pam, se ginándose lo que más adelante sería su fa-
mosa técnica del “trencadís” (una palabra que viene del verbo catalán “trencar” que significa “romper”).
El año 1868 me contó que se iba a Barcelona
mó. Y los dos nos echamos a reír, contentos
para prepararse para estudiar en la Escuela
Pero a Antoni le costaba hacer amigos.
—Si tú te vas, yo me voy contigo. Quizás
de estar juntos.
Y cuando le tocaba ir a escuela, esta le resul-
taba muy pesada. La única asignatura con la que disfrutaba era la de geometría.
—Aprendo más cosas contigo o trabajan-
do de calderero, con mi padre —se quejaba.
Provincial de Arquitectura.
en Barcelona descubro como puedo convertirme en dragón —le dije.
Y tal y como había hecho otras tantas ve-
ces, me colé en el bolsillo de su capote y nuestra vida cambió para siempre.