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Blanco y azul Mª Carmen Cortés Sempere

BLANCO Y AZUL

Mª Carmen Cortés Sempere

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Foto cedida por Mª Ángeles Blanquer Calatayud. Associació Cultural Font Bona.

Blanco y azul, como un día cualquiera soleado si elevas la mirada al cielo; blanco y azul si fijas los ojos en la mar un día de plácida calma; blanco y azul como determinadas miradas…

Blanco y azul en nuestros uniformes, al amparo de un colegio que nos acogió y nos guió tantos años de la mano de unas mujeres, les monges. También ellas de blanco y azul como un universo terreno de cuadernos, tizas, pizarras, lapiceros y gomas de borrar de las papelerías de Baldomero y Ernesto.

Murmullo de hábitos y tocas en el escaso silencio de unas aulas decoradas por pupitres y mesas con negritos y chinitos para las misiones. Bisbiseos de rosarios en las tardes mientras las manos hilaban y bordaban mantelerías, bolsas de pan o trabajos manuales para el Día de la Madre los ochos de diciembre. Los años del aprender y jugar, de iniciar la vida, de juntar afinidades que llamábamos amistad, prolongando el rito de la unión, enlazados los brazos pel carrer La Creu los domingos y fiestas de guardar, mirando de soslayo el mundo masculino tan ajeno a los muros de la Fundación Ribera.

Tiempos de iniciar la jornada escolar en fila, frente a la escalera de acceso a las clases, brazo en alto: “Rindan armas, rodillas y banderas, soberano honor a Cristo Redentor…” y cubrir el uniforme con el babi blanco, bordado el nombre en el pecho, que esperaba nuestra llegada en una percha con un número extraído de un calendario; cada una el suyo. Y entre geografía e historia, matemáticas y geometría, momentos de asueto en el inmenso patio: “que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva…”, “al pasar la barca me dijo el barquero…”, “el patio de mi casa es particular…”, “donde están las llaves…”, la comba,

la pelota, los cromos en aquellas codiciadas cajitas de metal de dibujos coloridos.

Sí, era el recreo, con la atenta supervisión de Sor Sara, Sor Antonia, Sor Albina, Sor María del Carmen, Sor Luisa… y todas las Hijas de San Vicente de Paul y Santa Luisa de Marillac que habitaron los muros inaccesibles de esa comunidad escolar, de ese espacio sagrado y misterioso como muralla de saber y conocimiento, pero permeable e iridiscente al conjunto del vecindario.

Y llegaba mayo, y la capilla se llenaba de flores primaverales que llevábamos en un rito de cánticos: “…venid y vamos todos para honrar todas las tardes a la Milagrosa, cuya devoción nos infundieron con tanto amor y reverencia. La medalla milagrosa en nuestros cuellos infantiles, colgada de una cinta azul. Azul y blanco, sinfonía de unión que perdura hoy, cuando ellas ya nos han abandonado, cuando la última, Sor Sara, se despidió en 2018.

Se han ido sí, las hermanas, les monges que poblaron nuestro mundo infantil, adolescente y adulto se fueron poco a poco, porque los escasos kilómetros que nos separaban parecían que eran de cristal y se podían traspasar sin esfuerzo… Poco a poco, sí, pero se fueron y son un recuerdo inefable en las alumnas que crecieron, que crecimos con ellas y en todo el pueblo que las acogió siendo ellas casi unas niñas. Blanco y azul tiñen Banyeres desde que ellas llegaron y cubren los cuellos en noviembre de las que hacen perdurar la devoción que nos inculcaron, extendida en todas sus calles, en todas sus casas visitadas por la pequeña capilla: seas bienvenida a este humilde hogar.

Blanco y azul resplandeciente en la imagen que llevan en andas por las calles hasta esa entrada en la iglesia, con los sones de una banda que eleva los corazones que ellas enardecieron tarde a tarde de tantos mayos floridos para presidir el triduo anual: Gloria a ti Milagrosa querida….

Blanco y azul en los rayos que se desprenden de sus manos como gracias anheladas, despertar cotidiano, luz deseada. Y también en el velo, vestido, corona. Concierto luminoso plagado de recuerdos comunes que nos siguen uniendo cuando entonamos su himno con miradas cómplices de historias y vivencias compartidas.

Es nuestra ofrenda, nuestro agradecimiento, nuestro recuerdo a esas mujeres, Hijas de la Caridad, que desde el colegio Fundación Ribera nos nutrieron. Es la goma, la cola el adhesivo que une a generaciones en un canto unánime. Es la insignia mil veces bendita de los hijos a ti consagrados que prendida en el pecho llevamos como emblema sagrado de amor.

Foto del archivo particular de la autora.

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