4 minute read

El Roig de La Marjal Macarena Albero Cortés

EL ROIG DE LA MARJAL

Macarena Albero Cortés

Advertisement

El 13 de agosto de 2013 venía al mundo mi hijo Mauro. Después de nueve meses de espera, allí estábamos los dos, juntos, cara a cara por primera vez. Al mirarlo con detenimiento y después de cerciorarme de su vigorosa salud, me sorprendió su tez tan colorada y sus cabellos dorados, casi albos. La matrona y las enfermeras rápidamente lo bautizaron con un gracioso mote: “el americanet”. Al escuchar sus comentarios e historietas de tantos y tantos bebés que han admirado y tenido en sus brazos, aquel alias me pareció acertado. También pensé que el tono rojizo de su piel se debía al esfuerzo de las últimas horas, y que en unos días pasaría. Sin embargo, la tonalidad de su pelo me llevaba a pensar en primos, e incluso en mí misma, pues yo de pequeña había sido más rubita, pero no tanto. Sus cejas, aunque pobladas, eran únicamente apreciables en distancia corta. Al recibir las primeras visitas todos coincidían en las mismas observaciones sobre el color de su pelo y cutis. Curiosamente, seguían prácticamente el mismo patrón. Primero la sorpresa y segundo como si se tratara de una suculenta y jugosa apuesta para descubrir el mejor de los parentescos. Cuando llegó su abuelo Juan, mi padre, nos asombró afirmando que su semblante le recordaba a su abuelo, “el Roig de La Marjal”. En ese instante, esa frase que había oído en multitud de ocasiones, calaba en mí con carácter especial. La Marjal me evocaba familia, matinales de domingo visitando a mi tía Desamparados y sus hijos Amparo y José Antonio, escuchando sus batallitas de antaño y otras historias que para mí eran pura magia, pues conocían las lluvias y los vientos, cuando sembrar, cuando recolectar y cuando esperar, pues estaban a merced de Eolo y sus iguales. Naturaleza en estado puro: el sonido del agua del río correr, gatos, gallinas, el olor de la huerta y el rojo intenso de la tierra signo inigualable de su fertilidad. Si bien me resultaba familiar la expresión, me era ajeno hasta aquel momento, en que me di cuenta de que el señor del dicho era en realidad mi bisabuelo.

Nació el 6 de abril de 1873 en Banyeres de Mariola. Su padre José, natural de Alfafara, y su madre Dolores, de Bocairent. Su hermana María Dolores era la mayor. Fue bautizado como José Ramón Celestino, aunque todos lo llamaban Pepe. La casa familiar la tenían en la actual calle La Creu número 49, donde en estos momentos hay construido un bloque de pisos. Más tarde, ya de casados, él se fue a vivir a La Marjal y su hermana Dolores al Mas de l’Assut, cercano a La Marjal. Al igual que su padre, éste también encontró pareja en Bocairent, Teresa. Tuvieron 6 hijos, Dolores, mi abuela, que era la mayor, Vicente, Teresa, José, Desamparados y Milagros. De lo que me han contado, que es poco, pues ya hace más de sesenta años que murió, y los recuerdos se van quedando en el camino, me quedo con detalles. Todos coinciden en su forma de ser: disciplinado, educado, distinguido y trabajador. En La Marjal tenía muchas tierras y gracias a la noria que tenía, la más grande de la zona en aquel momento, era un gran agricultor. Proveía a sus banyerins y otros pueblos del alrededor de los productos de la tierra. Le tocó vivir una época en la que la maquinaría era poca y la agricultura tenía un mayor espacio frente a la industria. Al disponer de tantas tierras, le ayudaba una persona de Villena que se convirtió además en su casero. Me han hablado de cómo preparaban la tierra de la era para poder trabajar con ella. Ya he hecho referencia de la fertilidad de la tierra roja de La Marjal, por la que siento especial cariño. Al ser tan productiva, la era, como lugar de trabajo, también lo era. Así que, encima de la tierra, colocaban una espesa capa de arcilla para que se convirtiera en inerte. Para dejar una capa fina de trabajo la compactaban con los útiles de labranza, con un rodillo de piedra maciza. Allí batían trigo, cebada, alazor y cribaban los garbanzos y las alubias. Hombre elegante, que cuidaba su aspecto. Solía vestir con blusa negra o gris, como buen agricultor. El sombrero también era su pieza habitual, sobre todo, cuando se arreglaba para ocasiones especiales, como subir a misa los domingos. También subía fielmente, cada 15 días, al barbero, para afeitarse y recortar sus cabellos. Una anécdota de su sentido del humor, junto a su educación, era que cuando iba a casa de su hermana, al Mas de l’Assut, para informar de su presencia antes de que le dieran permiso, ya que no tenían timbres y vivían con las puertas abiertas, él se anunciaba con un “Ave María dins”.

Pepe, gracias a la colaboración de tus descendientes, Virginia, que incluso encamada, participó de ésta, mi ilusión, su hermana Lola, su prima Pilar, mi tía Carmen, y tu nieto y mi padre Juan, he sabido de ti. Gracias por mostrarme una vez más, de la maravilla de los vínculos familiares, y cómo éstos se entretejen, generación tras generación. Gracias por tu aporte a tu pueblo, Banyeres de Mariola. Gracias también a Mauro, mi hijo, que no sé si realmente se te parece mucho o poco, ahora bien, parte de tu sangre lleva, y es “roget”.

Jose Ramón Celestino Belda Albero i Mauro Reig Albero.

This article is from: