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• La ilustre Cofradía del Santísimo y Real Cristo del Socorro por las calles de Cartagena

Semana Santa 2018 Cartagena La Ilustre Cofradía del Santísimo y Real Cristo del Socorro por las calles de Cartagena

Composición del Vía Crucis Penitencial Desde la refundación de la Ilustre Cofradía del Santísimo y Real Cristo del Socorro allá por el año 1961, el Via Crucis Penitencial ha salido en Viernes de Dolores, día marcado en el corazón Procesionista de todo cartagenero. A lo largo de los años tuvo distintos horarios de salida, pero ya está consolidada la salida desde los aledaños de la Catedral Antigua de Cartagena a las 03:30 de la madrugada. Con este Vía Crucis penitencial da comienzo la Semana Santa en Cartagena, además de ser el único cortejo que entra en la Basílica de la Caridad para la celebración de la primera Eucaristía que se celebra a la Patrona en su día grande.

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La composición del cortejo religioso tiene una estructura marcada y que se repite año tras año. Esa estructura es la siguiente: 1. Consiliario Guión. 2. Sudario de la Cofradía flanqueado por dos hermanos que portan ciriales. 3. Alumbrantes de la Cofradía acompañantes de la Virgen. 4. Trono e imagen de la Santísima Virgen de la Soledad del Consuelo. El trono es obra de Juan Miguel Cervilla y la imagen es obra del escultor José Hernández Navarro. 5. Junta de Damas de la Virgen. 6. Cruz tosca de la Cofradía. 7. Alumbrantes de la Cofradía acompañantes del Cristo del Socorro. 8. Junta de Damas de la Cofradía. 9. Hermanos de Honor. 10. Mesa de la Cofradía con Mayordomos de Honor. 11. Clero. 12. Escolta del Cuerpo de Bomberos. 13. Trono e imagen del Cristo del

Socorro. El trono es obra de

Manuel Ángel Lorente, lo portan 65 hermanos portapasos, acompañados de un grupo de Hermanos/ as Soga. La imagen del Cristo es obra de Manuel Ardil. 14. Amigos de la capa. 15. Promesas. Itinerario de la Procesión Vía Crucis de la Ilustre Cofradía del Santísimo y Real Cristo del Socorro Descripción realizada por José Asensio Norte para el catálogo de la exposición Essentia Nostra

Antes de iniciarse la Procesión Vía Crucis, sobre las tres y media de la madrugada, se efectúa la bendición y entrega de los escapularios a los Mayordomos de Honor y los nuevos hermanos y hermanas que van vestidos con el hábito de la Cofradía o de Portapasos de la Virgen de la Soledad del Consuelo y a continuación se procede al inicio del Vía Crucis.

La Procesión Vía Crucis del Cristo del Socorro, siempre ha salido desde su capilla de la Catedral Antigua de Cartagena, desembocando a su salida en la Plaza de Juan Jorquera del Valle, hasta que el descubrimiento de Teatro Romano, nos “rompió” nuestra tradición, teniendo que iniciar nuestro itinerario en la Calle de la Concepción a la altura de la Calle del Doctor Tapia, y desde hace dos años desde la calle Sepulcro, un poco más cerca de nuestra histórica capilla. A la mitad de la calle de la Concepción rezamos la PRIMERA ESTACION del Vía Crucis, calle de mucha solera en el casco antiguo de Cartagena, pues hay que señalar, que es una calle de las pocas que nos quedan del barrio antiguo de los pescadores. Desembocamos en la Plaza de San Ginés, rezamos la SEGUNDA ESTACION del Vía Crucis, suelen cantar saetas al paso de la Virgen de la Soledad del Consuelo y de Nuestro Cristo del Socorro. Siguiendo con el itinerario, entramos en la Calle de San Francisco casi en su mitad, rezamos la TERCERA ESTACION. A continuación, pasamos a la calle de Campos y a la altura del kiosco “Fénix” rezamos la CUARTA ESTACIÓN. En la calle de San Miguel rezamos a su salida la QUINTA ESTACIÓN.

Entramos en la Calle del Aire. Hasta la Iglesia de Santa María y efectuamos nuestra PRIMERA ESTACION PENITENCIAL, con la tradicional ofrenda a la Virgen del Rosell, Patrona de la ciudad cuando se fundó la Cofradía en 1691. Una vez efectuada la OFRENDA FLORAL, se canta por todos la SALVE CARTAGENERA. Terminada la ofrenda a la

Virgen del Rosell, se vuelve a formar el cortejo de la procesión; una vez formado, a la salida de la Iglesia de Santa María rezamos la SEXTA ESTACION del Vía Crucis. Se continúa por la Calle de Aire hasta la plaza de San Sebastián.

En este punto del recorrido hay que matizar ciertas variantes que ha tenido el itinerario a través del tiempo y por motivos de obras u otros impedimentos: primero, el recorrido habitual que yo haya conocido, ha sido salida de la Calle Aire, Plaza de San Sebastián y Calle Honda, donde se reza la SÉPTIMA ESTACIÓN, Plaza de San Francisco, para continuar su recorrido hasta la Iglesia de la Caridad. Segundo, salida de la Calle del Aire, Calle Jara, Calle Campos, Plaza de San Francisco y continúa su recorrido hasta la Iglesia de la Caridad. Tercero: salida de la Calle Aire, Plaza de San Sebastián, Calle Honda hasta la Calle Balcones Azules. Hay que destacar que este recorrido se estrenó en la procesión Vía Crucis del año 2010. Tramo Calle Ignacio García, Plaza de San Francisco y continúa su recorrido hasta la Iglesia de la Caridad. En la actualidad se hace el tradicional.

Continuando con nuestra exposición, diremos que, por cualquiera de los recorridos, vamos a desembocar a la Plaza de San Francisco, rezamos la OCTAVA ESTACION al entrar nuestro Cristo en la Plaza de San Francisco. Siguiendo el itinerario, hacemos un tramo de la Calle Arco de la Caridad hasta la confluencia de la Calle de San Vicente. A la entrada de esta calle, rezamos la NOVENA ESTACION. En la Plaza del Sevillano rezamos la DECIMA ESTACION, continuando por Calle y Plaza Serreta hasta la Iglesia de la Caridad para hacer la ESTACION PENITENCIAL con la primera EUCARISTIA A NUESTRA PATRONA, “LA SANTISIMA VIRGEN DE LA CARIDAD” EL VIERNES DE DOLORES. Entrando en el Templo el Cristo del Socorro, la Virgen de la Soledad del Consuelo y todos los hermanos y hermanas que participamos en la procesión.

Una vez terminada la EUCARISTIA, se forma el cortejo y en la Puerta de la Iglesia de la Caridad, rezamos la UNDECIMA ESTACION. Continuamos por Calle de la Caridad, y a la altura del Monumento a la Inmaculada, en la Plaza de Risueño, rezamos la DUODECIMA ESTACION. A la entrada de la Calle del Duque, rezamos la DECIMOTERCERA ESTACION. En la Plaza de San Ginés, rezamos la DECIMOCUARTA ESTACION, dando por finalizado el Vía Crucis después de las oraciones de peticiones y de acción de gracias concluyendo con una SALVE CARTAGENERA.

Los dos tronos terminan subiendo por la calle de la Concepción hasta el lugar de salida. Esto se producirá este año nuevamente, ya que, desde hace varios años, la Virgen de la Soledad del Consuelo caminaba a hombros de sus portapasos tras la finalización del Vía Crucis hasta la Iglesia de Santa María de Gracia

Después de bajado el Cristo del Socorro del trono donde ha sido transportado para el Vía Crucis, se traslada a hombros de los hermanos que lo desean hasta la Parroquia de Santo Domingo, donde es esperado por una dotación de Bomberos, para ser colocado en su altar.

El Via Crucis del Santísimo Cristo del Socorro Estaciones del Vía Crucis Por el capellán de la Cofradía, Fulgencio Izquierdo Ortuño, es realizado y estrenado en la procesión de 1987, el nuevo orden de las estaciones del Vía Crucis, que han llegado hasta nuestro tiempo casi sin modificación alguna. Primera estación Jesús es condenado a muerte. Del evangelio de San Marcos (15,6-15): “En la fiesta de Pascua, Pilato concedía la libertad a un preso, el que la gente

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le pedía. Había entonces uno llamado Barrabás, que, junto con otros sediciosos, había cometido un asesinato en un motín. Cuando llegó la gente y se puso a pedir a Pilato que hiciera como tenía por costumbre, Pilato les contestó: - ¿Queréis que os ponga en libertad al rey de los judíos? Pues se daba cuenta de que los jefes de los sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero éstos incitaron a la gente para que les soltara a Barrabás. Pilato les preguntó entonces: - ¿Y qué queréis que haga con el que llamáis rey de los judíos? Ellos gritaron: - ¡Crucifícale! Pilato preguntó; -Pues, ¿cual es su delito? Pero ellos gritaban más y más: - ¡Crucifícale! Entonces Pilato, queriendo quedar bien con la gente, ordenó que pusieran en libertad a Barrabás, y que a Jesús le azotaran y le crucificaran.” Otra vez hemos: condenado al inocente, a tantos inocentes... Porque es más fácil condenar que comprender, más cómodo rechazar que compartir, menos comprometido callar que defender. Condenamos al inocente que no tiene defensor: al pobre, al hambriento, al niño, al que no es como nosotros. Y en cada inocente condenado condenamos a Jesús a morir en la cruz, en la cruz del desprecio, en la cruz del hambre, en la cruz del abandono, en la cruz de la indiferencia. Por tu inicua condena, Señor del Socorro, enséñanos a defender y a no callar, a compartir y a no rechazar, a comprender y a no condenar.

Segunda estación Jesús carga con la cruz. Del evangelio de San Juan (19,16-17): “Pilato se lo entregó para que lo crucificasen. A partir de este momento, Jesús quedó en manos de los judíos. Llevando su propia cruz, salió fuera de la ciudad hacia un lugar llamado “La calavera”, que en la lengua de los judíos se dice “Gólgota””. Jesús carga con la cruz que no es su cruz, sino mi cruz, la cruz que lleva a la muerte, la cruz de mis egoísmos, de mis injusticias, de mis pecados, para que así yo pueda llevar la suya, la cruz que lleva a la vida, la cruz de mi tristeza, de mi enfermedad, de mi soledad. Por la fuerza de tu cruz, haz, Señor del Socorro, que nuestra cruz, si nos pesa, nos levante, si nos hiere, nos consuele, y, si nos duele, nos salve. Tercera estación Jesús cae por primera vez. Del Profeta Isaías (53, 2b-3): “Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres como un hombre de dolores acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se tapa uno la cara, despreciado y desestimado. La cruz de Jesús no es una cruz de adorno, no es una cruz de Procesión. Es una cruz de tormento, de sufrimiento y de muerte. Y pesa, y le aplasta en la tierra. Y yo le añado peso sobre peso con mis injusticias y mis desprecios y mis faltas de amor a los hermanos. Por el peso terrible de tu Cruz, líbrame, Señor del Socorro, del terrible peso de mis pecados.

Cuarta estación Jesús encuentra a su Madre. Del evangelio de San Juan (19,25-27): “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, María la mujer de Cleofás que era hermana de su madre, y María Magdalena. Jesús, al ver a su madre y, junto a ella, al discípulo a quien tanto quería, dijo a su madre: -Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dijo al discípulo: -Ahí tienes a tu madre. Y, desde aquel momento, el discípulo la acogió en su casa.” No basta con que la Madre sepa que el Hijo va a morir: tiene que verlo sufrir, paso a paso, tiene que tragar con Él, trago a trago, el dolor y la agonía. Y en el camino hasta el fin se encuentran dos miradas, dos corazones, dos sufrimientos. Para el dolor no hay consuelo, pero sí hay consuelo para el amor. Porque los dos saben que el amor es más fuerte que la pena, y los dos sienten que el amor es más fuerte que el dolor, y los dos viven que el amor es más fuerte que la muerte. Haz, Señor del Socorro, que en el camino de nuestra cruz encontremos siempre el amor de tu Madre y nuestra Madre

Quinta estación El cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz. Del evangelio de San Marcos (15,21) “Por el camino encontraron a un hombre que volvía del campo, un tal Simón, natural de Cirene, padre de Alejandro y Rufo, y le obligaron a cargar con la cruz de Jesús.”

Pobre Simón, obligado a cargar con una cruz que no es la suya. Pobre Simón de Cirene que, llevando la cruz de Jesús, lo que está llevando es la cruz de todos nosotros. Pobres Cirineos de todos los tiempos cargando con los sufrimientos de los que están solos de los sin consuelo de los que no tienen valedor. Y, sin embargo, Feliz Simón, porque compartió la cruz de Jesús, que es salvación. Feliz Simón de Cirene, porque cargó nuestra cruz y nos abrió a todos las puertas de la vida. Felices Cirineos de todos los tiempos, los que escuchan, los que consuelan, los que ayudan, porque suyo es el amor y la paz y la esperanza del mundo. Sé tú, Señor del Socorro, nuestro Cirineo cuando no podamos soportar la cruz de nuestra vida, y que nosotros sepamos ser cirineos de nuestros hermanos.

Sexta estación La Verónica enjuga el rostro de Jesús. Del Profeta Isaías (53,2-3a): “Como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres.” Una mujer del pueblo limpia el rostro de Jesús. Yen el paño y en sus pupilas y en su corazón, se lleva el “Vero Icono”, el auténtico rostro de Jesús; el rostro sudoroso, arañado, sangrante, de Jesús. Pero aun quedan rostros sudorosos, arañados, sangrantes, de otros Jesús; el Jesús hambriento, el Jesús enfermo, el Jesús perseguido, el Jesús preso, el Jesús torturado... Haz, Señor del Socorro, que nosotros seamos esa mujer -o ese hombre- del pueblo, dispuestos a enjugar tanto sudor, tanta lágrima, tanta sangre, y así nos llevemos tu “Vero Icono”, tu auténtico rostro, en las manos, en las pupilas y en el corazón. Séptima estación Jesús cae por segunda vez. Del profeta Isaías (53,4-5): “Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros le estimamos leproso, herido de Dios y humillado. Pero Él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre Él, sus cicatrices nos curaron.” Otra vez ha vuelto a tropezar y a caer. Y es que el camino es largo y mucho el cansancio y el miedo de llegar al fin. Pero se levanta y marca, paso tras paso, el camino vacilante hasta el Calvario. Sin ceder a la tentación de abandonar, de dejarlo todo, de quedarse caído. Por tus caídas, Señor del Socorro, ten paciencia con nuestras caídas, con nuestros cansancios, con nuestras ganas de dejarlo todo, de quedarnos caídos, y ayúdanos a levantarnos, a mantener nuestra débil esperanza. Porque sólo avanzando contigo, paso a paso, hasta el Calvario, es como habremos vencido.

Octava estación Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén. Del evangelio de Lucas (23,27-31): “Detrás iba también mucha gente del pueblo y mujeres que lloraban, y se lamentaban. Jesús, en cierto momento, se volvió a ellas y les dijo: -Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mi; llorad, más bien, por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque vienen días en que se dirá: “¡Felices las estériles, los vientres que no concibieren y los pechos que no criaron!”. La gente comenzará, entonces a decir a las montañas: “¡Caed sobre nosotros!”; y a las colinas: “¡Sepultadnos!”. Porque si al árbol verde le hacen esto, ¿qué no le harán al seco?”. Él es el condenado, camino del suplicio. Él es el sentenciado, que arrastra su vida camino de la muerte. Él es el triste, que necesita consuelo. Pero no quiere que lloren por Él, no por su suplicio, sino por nuestros pecados; no por su muerte, sino por nuestra vida equivocada; no por su tristeza, sino por nuestro negro corazón. Él es el condenado y nos libra de nuestra condena. Él es el sentenciado y anula nuestra sentencia. Él es el triste y es la causa de toda la alegría. Enséñanos, Señor del Socorro, a llorar no por ti, sino por nosotros; porque nuestro egoísmo, nuestra indiferencia, nuestra pasividad, son causa de tanta tristeza, de tanto dolor, de tanta muerte.

Novena estación Jesús cae por tercera vez. Del profeta Isaías (53, 6-8): “Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Dios descargó sobre Él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido y Él se humilló y no abrió la boca. Fue llevado como un cordero al matadero, y no abrió la boca, como oveja, muda ante los que la trasquilan. Tras arresto y juicio fue arrebatado, y de su causa ¿quién se preocupa?”. Otra vez en el suelo, otra vez las piedras despellejando sus manos y abriendo surcos de sangre en sus rodillas. La cruz está ya muy cerca, a la vista: la hora de morir, la hora de la verdad, en la que no caben mentiras ni disimulos. ¿Ha valido la pena? Tres años hablando de amor, de paz, de perdón; curando a los enfermos, resucitando muertos, haciendo el bien a todos. Y ahora nadie le tiende una mano para levantarle del suelo. ¿Valió la pena? Señor del Socorro, danos tu luz y tu esperanza para que entendamos que, a pesar de las caídas, de los fracasos, del dolor, nuestra vida vale la pena, vale la pena amar y perdonar.

Décima estación Jesús es despojado de sus vestiduras. Del evangelio de Juan (19,23-24): “Los soldados, una vez que terminaron de crucificar a Jesús, se quedaron con sus ropas y las repartieron en cuatro lotes, uno para cada uno. Aparte dejaron la túnica. Como era una túnica sin costuras, tejida de una sola pieza de arriba a abajo, llegaron a este acuerdo:

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-No debemos partirla; lo que procede es sortearla para ver a quien le toca. Así se cumplió el pasaje de la Escritura que dice:

-Dividieron entre ellos mis ropas, y echaron a suertes mi túnica-. Esto fue exactamente lo que hicieron los soldados.”

Antes de quitarle la vida, le quitan la ropa. Y con la ropa le quitan la dignidad, el derecho a morir como un hombre. Le dejan desnudo como un gusano, vestido sólo de sangre y salivazos, mientras se ríen de Él los impotentes y los cobardes. Ya no tiene nada, ni siquiera dignidad. En tantos espacios de nuestra tierra, hay otros Cristos que no tienen pan, ni trabajo, ni esperanza; ni siquiera dignidad; y a nosotros no sobra indiferencia, egoísmo, cobardía. Señor del Socorro, que sepamos dar a los demás el pan, el dinero, la esperanza, y puedas Tú decirnos algún día: “Venid benditos de mi Padre, porque estuve desnudo y me vestisteis, y me devolvisteis mi dignidad de ser humano”.

Undécima estación Jesús es clavado en la cruz. Del evangelio de San Juan (19,17-19); “Llevando su propia cruz, salió fuera de la ciudad hacia un lugar llamado “La Calavera” (que en la lengua de los judíos se dice “Gólgota”). Allí le crucificaron, y con Él crucificaron también a otros dos, uno a cada lado de Jesús. Pilato mandó poner sobre la cruz un letrero con esta inscripción; “Jesús de Nazaret, rey de los judíos.”.

Le han clavado las manos y ya no puede acariciar a los niños. Le han clavado los pies y ya no puede caminar nuestros caminos. Le han tapado la boca con hiel y vinagre y ya no puede curar ni bendecir. Era molesto, se metía en demasiadas cosas. Quería cambiar nuestra vida. Está mejor así: clavado, inmóvil. Pero aún le queda un corazón; ése no se lo pueden clavar porque se va a morir solo, perdonando. Señor del Socorro, clávate en nuestra vida. Que no podamos desclavarte y así transformes nuestro corazón y lo hagas como el tuyo: que nadie lo pueda clavar y esté siempre libre para amar y perdonar. Duodécima estación Jesús muere en la cruz. Del evangelio de San Marcos (15,33-39):

“Al llegar el mediodía, toda aquella tierra quedó sumida en oscuridad hasta las tres de la tarde. A las tres, Jesús gritó con fuerza: “Eloí, Eloí, ¿lemá sabaqtaní?” (Que significa “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”). Algunos de los que estaban allí dijeron al oírle: -Mira, éste llama a Elías. Uno de ellos fue corriendo a empapar una esponja en vinagre, y con una caña se la acercó a Jesús para que bebiera, diciendo: -Dejad, a ver si viene Elías a salvarle. Pero Jesús, lanzando un fuerte grito, murió. Entonces la cortina del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El coman dante de la guardia, que estaba frente a Jesús, al ver cómo había muerto, dijo: - ¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!”

“Todo se ha consumado” Ha llegado el fin. Ya no hay más. Ya no hay nada: Tan sólo el cadáver de uno que ha muerto abandonado fracasado y solo. Y, sin embargo... Ahora es más nuestro que nunca, porque ahora sabe lo que es nuestra, muerte y nuestro fracaso. Y nuestra soledad. Y en él viven ahora todas nuestras muertes y en esa muerte anida toda la esperanza de nuestra inmortalidad. Pon, Señor del Socorro, nuestra vida junto a tu muerte, para que así, junto a nuestra muerte, esté tu vida.

Decimotercera estación Jesús es puesto en brazos de su Madre. De los evangelios de Juan (19,25) y Marcos (15,46): “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, y María Magdalena. (José de Arimatea) lo bajó de la cruz y lo envolvió en una sábana que había comprado”.

Para nosotros, Jesús es el Hijo de Dios. Para ella, Jesús es el hijo de sus entrañas, su único hijo, el más bueno de los hijos, por el que toda su vida había valido la pena. Ahora lo tiene en sus brazos, ensangrentado, escupido, muerto. ¿Qué pensaría entonces María, si es que aún podía pensar? Y, como en un eco lejano, nos llega todavía su voz: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra”. María de la Soledad, enséñanos a aceptar la voluntad de Dios en las horas de gozo y en las horas de dolor, en la salud, en la amistad, en la prosperidad, en la enfermedad, en la soledad, en la pobreza. Hágase en nosotros, también, su palabra.

Decimocuarta estación Jesús es sepultado. Del evangelio de Marcos (15,46b): “(José de Arimatea) lo puso en un sepulcro excavado en la roca. Después hizo rodar una piedra, cerrando con ella la entrada del sepulcro.” Se ha sembrado la semilla, se ha cubierto el surco, se ha regado la tierra. Ahora sólo queda esperar: esperar que del fracaso brote el triunfo y de la cruz brote la victoria y de la muerte brote la vida. Esperar en el silencio, en la oscuridad, en la incertidumbre, porque el amor es más potente que el fracaso y más fuerte que la soledad y más poderoso que la muerte. Señor del Socorro, haz que en nuestras horas de dolor y de fracaso y de tristeza, sepamos esperar en Ti que has vencido a la muerte y nos has abierto las puertas del gozo, del triunfo y de la vida.

Textos de Sergio Martínez Soto, José Asensio Norte y Reverendo Padre Fulgencio Izquierdo Ortuño. Colaboración de José Luis Carralero Alarcón

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