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El anuncio de la Resurrección en las calles de Cartagena

El anuncio de la Resurrección en las calles de Cartagena El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Semana Santa 2018 Cartagena Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. (Jn 20, 1-9) El pueblo judío mantenía entre sus tradiciones que el sábado, el día en que ellos adoran a Dios, es el séptimo día de la semana, por lo que el domingo era considerado el primero. Por ello, en los textos evangélicos podemos encontrar expresiones como la de este extracto del Evangelio de Juan, en el que señala que fue el primer día de la semana en el que María Magdalena vio la losa del sepulcro quitada por la resurrección de Cristo. El domingo ha sido, desde el principio, el día en que los cristianos adoran a Dios, llamado el “Día del Señor” (Apocalipsis 1, 10). El Domingo de Resurrección, los cofrades del Jesús Resucitado sacamos, como mejor sabemos, con todas las herramientas que los procesionistas cartageneros tenemos en nuestras manos: luz, flor y orden. Tres pilares básicos que llenan de esplendor las calles de la trimilenaria durante 10 días. En la mañana del último día, el primero de la semana, los ‘resucitados’ desfilan llenando de color el centro de Cartagena. La luz de nuestra procesión la pone el sol brillante y vibrante, que nos acompaña en el día más luminoso y alegre del año, el que da sentido al resto de desfiles pasionarios, al resto de cofradías y al resto de actos procesioniles. A las 10:30 horas se abren las puertas de la iglesia de Santa María de Gracia, para anunciar a todos que Cristo

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ha Resucitado, con una marcha que a todos emociona: la Marcha Triunfal, junto al redoble del tambor, que todos, penitentes y portapasos, seguirán acompasados.

Al bajar la rampa, girando a la derecha, continúa la procesión por calle Jara, Campos, San Francisco, Plaza de San Ginés, Duque, Risueño, Caridad, Serreta, López Pinto, Parque, Santa Florentina, Carmen, San Roque, Sagasta, Puerta de Murcia, San Sebastián, Mayor, Cañón, Aire y, de nuevo, Santa María de Gracia.

El Mayordomo de Guiones de la Cofradía es el primero en pisar el dintel de la puerta de la iglesia. Encargado del ritmo de la procesión, marca las paradas y arranques durante el recorrido, y guarda que en todo momento se mantenga el horario establecido.

Tercios que anuncian la resurrección Este año, con motivo del 75 aniversario de la fundación de la Real e Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Resucitado, abrirá la procesión la Escuadra de Bastidores, y detrás, cruz guía, que será seguida por una reproducción del sudario fundacional y un grupo de penitentes con vestuario como el de la época (túnica blanca y capuz azul).

Tras él, la escuadra de bastidores de la Agrupación de Escolta y Honores, ataviados con un traje uniforme, color azul celeste, originario de 1909. Distintos detalles en el vestuario rompen el riguroso azul, como son los cuellos y bocamangas de color blanco, así como las hombreras trenzadas en plateado. Un uniforme de gala con pantalón también azul con líneas blancas. El color celeste continúa tras ellos, pues el tercio de la Agrupación del Santo Ángel de la Cruz Triunfante también lo luce en capa, capuz y cíngulo. Este tercio infantil, filial de la Agrupación de Nuestro Padre Jesús Resucitado, titular de la Cofradía, lleva siguiendo el paso del tambor a los más jóvenes penitentes de la Semana Santa de Cartagena, que cubriendo sus rostros, se atreven a desfilar en la calurosa mañana del Domingo de Resurrección. En sus vestuarios se introduce el blanco, color del Resucitado, en las túnicas.

Tras el tercio, el trono -portado a hombros por jóvenes portapasos- con la imagen del un ángel que porta la cruz triunfante, la cruz sin Cristo, que ha resucitado, y cuyo símbolo pasa a ser un símbolo de amor y salvación. La muerte ha acabado. La cruz ha vencido. Jesucristo ha resucitado.

Al tercer día resucitó, como lo dijo. Aleluya. Esas palabras, bordadas en cuatro galas, abren el desfile del siguiente grupo de penitentes, los del titular de la Cofradía: Nuestro Padre Jesús Resucitado. Con el blanco impoluto de la gloria, del que vence al pecado, del que da la salvación, desfila por las calles de Cartagena.

La imagen de Juan González Moreno no deja indiferente a nadie. Su pose es un signo de triunfo, una muestra de ascensión, de que Cristo, ya resucitado, sube al Padre para esperar a su pueblo. Una imagen gloriosa y glorificada que es el centro del Domingo de Resurrección y la que da sentido a la Semana Santa.

El azul vuelve a la procesión, con otra agrupación filial de la anterior, la del Santísimo Cristo de la Resurrección, compuesta en su totalidad por mujeres. Abre el desfile un grupo de trompetas heraldo, seguidas del sudario y dos filas de penitentes. Capuz de raso azul, igual que la túnica, con capa de raso blanco. Tras ellas, un grupo escultórico de Federico Collaut-Valera que desde 1949 hasta 1998 fue el trono titular de la Cofradía.

Con el fin de completar la ambientación general de la procesión del Domingo de Resurrección, en los primeros años de vida de la cofradía se fundó la Agrupación que desfila en este lugar: los Soldados Romanos.

Seguidamente, el tercio y trono del Sepulcro Vacío Mensaje del Ángel.

Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres: «Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. Mirad, os lo he anunciado». Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos». Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él. Jesús les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». (Mt 28, 1-10)

Así relata el Evangelio de Mateo el momento en que las mujeres (María Magdalena, María Salomé, María de Cleofás la madre de Santiago) se acercaron al sepulcro, temprano, el primer día de la semana, para perfumar el cuerpo de Cristo, para ungirlo con bálsamos y ungüentos. Pero no estaba allí. Asustadas escuchan el mensaje del ángel. Y así lo muestra esta Agrupación a toda la ciudad de Cartagena en la mañana del Domingo de Resurrección. Ante las imágenes, dos filas de penitentes vestidos con túnica y capuz de color blanco crudo, y capa color teja. Colores de alegría El trono de la Alegoría del Ave Fénix, con su tercio juvenil, continúa el desfile procesionil, perteneciente a la Agrupación de la Aparición de Jesús a María Magdalena. A diferencia del resto de capirotes de esta procesión, aquí los veremos con banderines, en lugar de hachotes, como los llevaban en los años 40. Un grupo que suma más cantera de jóvenes para la Cofradía del Resucitado.

Sus trajes llevan los colores de su Agrupación, aunque en distinto orden: túnica y capuz de raso gris perla y capa de color amarillo oro. La Aparición a la Magdalena, sin embargo, lleva gris capa y capuz, y amarillo oro la túnica

En su trono, un limonero, con limones naturales, acompaña las imágenes del escultor Collaut-Valera, que muestran, como si estuviéramos, hace 2.000 años, frente a la escena que cuenta el Evangelista Juan:

Estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les contesta: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?». Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré». Jesús le dice: «¡María!». Ella se vuelve y le dice: «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!». Jesús le dice: «No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”». María la Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto». (Jn 20, 11-18)

Continuando el relato evangélico, continúa la procesión del Domingo de Resurrección, con la Agrupación de la Aparición de Jesús a los Discípulos en el camino de Emaús. Con capas y capuces de raso color hueso y túnicas verdes, cuentan por las calles cómo los discípulos “lo reconocieron al

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partir el pan”. Con imágenes también de Collaut-Valera, que muestra al Resucitado sentado a la mesa con dos de sus seguidores.

Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?». Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió.

Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. (Lc 24, 13-35)

La incredulidad de Santo Tomás es la de la sociedad actual. El mundo necesita ver y tocar para creer, aunque incluso así a veces es difícil que crean. Pero mostrar que Cristo ha muerto por todos, que su costado ha sido traspasado por nuestra salvación, es la mayor muestra de fe que los cofrades podemos mostrar al mundo. Esto es lo que hace la Agrupación de la Aparición de Jesús a Santo Tomás que procesiona a continuación. Los colores: crema y grosella, dan vida a este tercio que va seguido de dos imágenes (también de Federico Collaut-Valera) portadas por un grupo de más de 100 mujeres.

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto». Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre. (Jn 20, 19-31)

Milagros en la calle

La Agrupación de Jesús a los Apóstoles en el Lago Tiberíades lleva por las calles de Cartagena, en la mañana del Domingo de Resurrección, uno de los milagros de Cristo: la pesca en el mar de Galilea, cuando tras una noche entera sin recoger un solo pescado, les dice a los discípulos que echen la red a la derecha de la barca…

Después de esto Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron: «No». Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. (Jn 21, 1-14)

Con túnica y capuz fucsia y capa de color blanco, el grupo de penitentes abre paso a un trono de gran tamaño, con un grupo escultórico obra de José Hernández Navarro.

El blanco sigue siendo el hilo conductor en esta procesión, en esta ocasión presente en el capuz y la túnica de la Agrupación de San Juan Evangelista, que incorpora a su vestuario el color verde. En discípulo amado no podía faltar en esta procesión, pues fue el que acompañó a Jesús en todos los momentos de su vida y que seguirá a su lado hasta su último aliento.

Juan era natural de Galilea, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor, junto al que ejercía el oficio de pescador. Fue así, como Jesús los llamó a seguirle, mientras remendaban unas redes a la orilla del Tiberíades, y los llamó “hijos del trueno”. San Juan era el más joven de los doce y fue el único que no murió martirizado. Estuvo junto a Pedro y Santiago en el momento de la Transfiguración y en su agonía en el Huerto de los Olivos. Y, como no podía ser de otra manera, lo dejó al cuidado de su madre, representando en él a toda la humanidad.

Quizá por eso le sigue la Agrupación de la Santísima Virgen del Amor Hermoso, que lleva los colores de la resurrección y de María, el blanco y el azul. Su tercio está formado exclusivamente por mujeres, siendo la primera agrupación de la Semana Santa de Cartagena femenina. El trono lleva un palio color azul, que cubre la imagen de Juan González Moreno.

A su llegada a la iglesia, tras finalizar la procesión, sale el hijo al encuentro de la madre. El trono de Nuestro Padre Jesús Resucitado vuelve a salir a la calle para ver a la Virgen del Amor Hermoso. Y, como en cada procesión, una multitud emocionada, en silencio, entona la última Salve Cartagenera de la Semana Santa, que despide a la madre de la Cofradía del Resucitado.

Tras esto sólo podemos, seguir lo que Cristo nos pidió: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación».

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