Colg.Odontologos Cantabira nº7 abril 2018

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COLEGIO DE ODONTÓLOGOS

Revista del Ilustre Colegio de Odontólogos y Estomatólogos de Cantabria

ELOGIO DEL PASADO Un acontecimiento estrictamente fútil desencadenó una reacción en cadena que me llevó a unos días de melancolía. Recordar el pasado es sano cuando su utilidad es vernos tal y cómo somos en el momento de la evocación y no en el momento evocado, porque los tiempos pasados no volverán. Nuestro universo personal y emocional nos permite viajar hacia el imposible del pasado. Basta un viejo álbum de fotos, un aroma, un lugar conocido pero que hace tiempo no visitamos. Nos sentimos llenos de imágenes que convocan todo un mapa de lo vivido. Algunos recuerdos pueden llegar a doler. La nostalgia, cuyo sentido etimológico proviene del griego (nesthai: regreso a casa y algos: sufrimiento), viene a ser el dolor ante el regreso de sensaciones y vivencias. Jorge Manrique, ese padre de las letras castellanas y que como hijo glosó la muerte de su padre, escribió: “cualquiera tiempo pasado fue mejor”; idea que tiene su peligro y que encierra una brecha generacional. Los tiempos pasados no son mejores que los presentes, sino distintos y el elemento humano que puebla el hoy y el ayer, es el mismo. Pero también es cierto que la sociedad está cambiando aceleradamente con una transformación tecnológica que provoca que los modelos del pasado sean, desde determinados puntos de vista, estériles. Sin embargo, mujeres y hombres son los mismos sillares. Iveta Geramsichuk, escribió en 1999 un ensayo que tituló: “Liberar el futuro del pasado. Liberar al pasado del futuro”. Uno se pregunta si es adecuado formar el presente o imaginar el futuro sin basarse y conocer bien el pasado.

Me preocupa la idea de abandonar lo que me dio el ayer: lo que aprendí, lo que observé, lo que me dieron para lanzarme a un futuro donde deba vivir con unos parámetros nuevos y sin bases en la experiencia. Encuentro que hay un río que separa mis propias emociones, como individuo único, de las que debe sentir un elemento celular de la colmena social. Afortunadamente no tengo que elegir entre pasado y futuro. Porque del primero podría elegir las ideas que me parecen más auténticas, las personas cultas que se diferencian de las que hoy mezclan cultura y frivolidad... Y del segundo, cómo no reconocer la esperanza de una ciencia que evoluciona, que nos hace más longevos, más sanos... Sócrates creía en una evolución moral de la persona y que en la escala del aprendizaje de los errores humanos, el crimen, el robo, la violación tendrían que desaparecer de la historia, pues el horror que provoca en la sociedad, sin duda nos vacunaría para hacer desaparecer esas plagas de la humanidad. Pero casi tres mil años después, nos encontramos que las guerras siguen ocurriendo, aunque se hayan cambiado las piedras y las espadas por las balas y misiles, que los crímenes de la humanidad siguen ocurriendo todos los días, aunque sólo varíen los intentos de encubrirlos y los medios de difundirlos. Así llego de juzgar el pasado y criticar el futuro a la anécdota con la que comencé este artículo. Iba caminando por una calle adoquinada en la madrugada de uno de estos días primaverales del norte, cuando tropecé con un compañero de promoción al que no veía desde la escalofriante cifra de cuarenta años.

En un primer momento no le reconocí. Sus rasgos habían cambiado. El amigo, otrora joven, tenía ahora la cara con las arrugas de la edad, su pelo había encanecido, pero distinguí inmediatamente su característica voz al saludarme por mi nombre. Con una mirada a lo profundo de sus ojos, encontré de súbito todo lo pasado. Los recuerdos y sus imágenes volvieron instantáneamente. Encontré sus rasgos avejentados y busqué cuál sería mi propio reflejo en el espejo de su mirada. No hallé la respuesta pero no hacía falta. Aunque no sé mirar mi reflejo, me encuentro diariamente con la herida del tiempo y sus cicatrices. Pero a pesar de esas reflexiones una profunda alegría me invadió, un deseo de revivir todo aquello que el tiempo se ha llevado me colmaba. Una corriente subterránea, misteriosa y vigorizante se abría camino entre los dos interponiéndose entre nuestras palabras y preguntas que intentaban recuperar el tiempo desvanecido. En un pequeño instante nos pusimos en conocimiento de nuestras respectivas biografías, los hijos, los trabajos, los desvelos, las furias, las penas, todo aquello que había transcurrido como un ardiente río. Pero pasado este momento de euforia, me encontré con la triste constatación de que el tiempo se había esfumado como la arena entre los dedos, volví a comprobar que no es posible revivir el tiempo. El pasado es un palacio pero frío, húmedo e inhabitable. Gunther

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