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La mantilla en la Semana Santa de Cuenca
from Cuenca Nazarena 2022
by editorialmic
Por Eduardo Ortega García
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Graduado en Bellas Artes por la Universidad de Málaga. Máster en Arte, Museos y Patrimonio Histórico de la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla)
Dama de Elche Siglos V-IV a.C
La Duquesa de Alba por Francisco de Goya. Año 1797. Óleo sobre lienzo
Mosaico del matrimonio de Dionisio y Ariadna. Museo Zeugma en Gaziantep, Turquía
UN POCO DE HISTORIA
La mujer con velo tiene unos orígenes un tanto indefinidos, sin embargo, sí podemos afirmar que hay miles de años de historia tras esta costumbre. La gran prueba de ello nos la da la impronta artística, especialmente esculturas femeninas que nos enseñan de forma clara cómo acostumbraban a adornarse o cubrirse la cabeza las féminas de aquellos tiempos. Un ejemplo de esto es la cultura ibérica y su extenso patrimonio escultórico que nos enseña cómo las mujeres adornaban su cabeza con mantos que cubrían la cabeza y las manos. Véase la famosa Dama de Elche y la Dama de Baza. También, numerosas obras escultóricas de la Antigua Grecia conservadas hasta hoy nos dan testimonio de la mujer con ornamentos en la testa y velos como demostración de mujer decente, proveniente de buena familia o, incluso, deidadades como la escultura de la diosa Atenea realizada por Fidias y erigida en el Partenón de Atenas. Los romanos hacían uso de un velo rojizo llamado flammeum en su liturgia matrimonial con el que cubrían la cabeza de la novia desde el inicio de la ceremonia.
No solamente griegos o romanos denotaban un cierto uso de estas prendas con sus correspondientes comportamientos en sociedad, también los judíos.
Además de la iconografía artística, existe una importante y numerosa documentación bibliográfica donde se menciona a la mujer velada. Un ejemplo es la Biblia. En la Primera Carta del apóstol San Pablo a los Corintios ya se menciona la velación de la mujer en el momento de orar. Siglos más tarde, el velo del que habla San Pablo jugaría un importante papel en la liturgia cristiana y en el comportamiento de la población.
La Iglesia actualmente emplea el velo en momentos significativos como la consagración de aquellas mujeres que deciden dedicar su vida a Dios y realizan sus votos como novicias. De ahí proviene el rito de la velación en los enlaces matrimoniales, momento en el que se le da la bendición a la pareja extendiendo el velo o paño blanco sobre la cabeza de la novia y hombros del esposo. Se dota así de un carácter sacerdotal a dicha prenda. Esta práctica no todo el mundo la contempla en su enlace, quedando opcional. Lo que mayoritariamente se ha mantenido es el velo en la novia durante toda la celebración siendo ésta una práctica similar a la de los romanos.
Así mismo, podría decirse que este tema a grandes rasgos tiene que ver con el decoro femenino que da un salto a la hermosura propia de la mujer vistiendo la tradicional mantilla en nuestros días. Quizá estos breves apuntes históricos no sean del todo convincentes, pero la tradición es la tradición y el velo pertenece a la Historia.
Imagen sacada del Programa de la Semana Santa de Cuenca de 1990
EL ORIGEN DE LA MANTILLA EN ESPAÑA
Resulta asombroso cómo con el paso de los siglos se ha conservado la forma de llevar puesta una mantilla y únicamente se ha innovado en cuanto se refiere a la calidad y nobleza de los materiales con los que están confeccionadas.
El origen de esta prenda es poco concreto ya que forma parte del costumbrismo español y este, en sí mismo, no entiende de fechas exactas sino de movimientos artísticos o acontecimientos históricos. En la Edad Media y bajo ciertas influencias árabes, la mujer de alta alcurnia seguía cubriendo su cabeza con tocados ostentosos. En el siglo XV las mujeres vestían una especie de manto para cubrirse a modo de abrigo. En este caso era frecuente entre las mujeres del pueblo, no de la alta sociedad. En cuanto a los tejidos encontramos que, dependiendo de la zona geográfica de la Península, se hacían de un material u otro. En el centro y norte normalmente encontramos mantos de paño, lana, bayeta u otros tejidos que debían combatir el frío. En ocasiones podían incluir algún adorno o pieza de terciopelo. Por el contrario, en el sur podemos encontrar mantos más etéreos hechos con sedas o tejidos puramente ornamentales y más livianos debido al calor. Éste podría considerarse el origen de la mantilla, que proviene del latín mantum y considerada así una derivación de este.
A finales del s. XVI y comienzos del XVII se populariza tanto el uso de mantillas que las distintas regiones españolas en su mayoría las introdujeron en sus trajes regionales con ligeras modificaciones dados los condicionantes sociales.
Bien entrado el s. XVII ya se pone en valor la mantilla como pieza ornamental y es por lo que poco a poco los tejidos rudos se sustituyen por encajes y blondas. En esta época se conoce la mantilla como prenda proveniente de usos muy antiguos y es inmortalizada por el pincel de los grandes pintores como Velázquez. Sin embargo, no fue hasta el s. XVIII cuando se sustituyeron prácticamente todas las mantillas de paño y sedas por las que conocemos actualmente de encaje. En este siglo las mantillas seguían siendo usadas únicamente por las mujeres del pueblo y no por la clase alta. Hasta este momento los colores de las mantillas podrían ser variados desde rojos, amarillos o verdes. Posteriormente, con el Rococó, en el siglo XVIII predominan los colores pastel, como rosas o azulones, hasta que en el XIX se generaliza el uso del color blanco o negro como en la actualidad.
Solo habría que esperar hasta el s. XIX para que la mantilla adquiriera mayor relevancia entre la alta sociedad. La reina Isabel II fue la gran impulsora de este tocado como seña de identidad española. Era una mujer aficionada al uso de tocados y adopta esta vestimenta popular para sí misma y, por consiguiente, a las mujeres de su alrededor. Fue tal la importancia que tuvo la mantilla en esta época que, independientemente de ser una prenda de vestir, en una ocasión llegó a ser una insignia revolucionaria. En 1871 las mujeres madrileñas protestaron contra las costumbres foráneas traídas a España por Amadeo I (de Saboya) y su esposa María Victoria para apoyar de esta manera a Alfonso XIII y su madre Isabel II. Un momento de la Historia reseñable y curioso que protagonizaron las mujeres paseando por Madrid vistiendo la clásica mantilla y peineta española frente a la imposición del sombrero francés. Este hecho fue conocido como “la conspiración de las mantillas”.
Otra española apasionada por el uso de la mantilla fue la emperatriz Eugenia de Montijo llegando ésta a ponerla de moda en Francia cuando decae su uso con el abatimiento del Romanticismo.
Podría decirse que estas dos figuras femeninas son las grandes impulsoras de la tradición de vestir la mantilla tal y como la conocemos en nuestros días.
A finales del s. XIX y principios del s. XX, y, concretamente, con la muerte de Isabel II en el 1904, comienza el declive del uso cotidiano de esta prenda. Tanto es así que de uso diario las mujeres empleaban una toquilla (pañuelo de forma triangular o media luna de tamaño reducido para cubrir la cabeza por la calle o al ir a misa). La mantilla española como tal pasa a formar parte de los eventos sociales puntuales tales como las bodas, ferias, corridas de toros o Semana Santa y así llega la tradición hasta nuestros días.
LA MANTILLA EN LA SEMANA SANTA DE CUENCA
La investigación del documento fotográfico y la lectura de prensa antigua son fundamentales a la hora de dar testimonio de la Historia. Así pues, en un mundo nuestro en el que pocos se resisten al avance de la imagen sobre la palabra, un sin fin de instantáneas, documentos y recortes periodísticos han sido imprescindibles para escribir este apartado.
La mantilla la acogió la familia real española en la época de Alfonso XIII gracias a su madre Isabel II. También mantuvo su porte en la República e incluso durante la Guerra Civil. Además, es increíble cómo prodigó su belleza desde los extremos más sencillos del pueblo humilde hasta los más protocolarios en actos oficiales, en corridas de toros, o en Semana Santa. Y es aquí, en esta semana tan importante para la ciudad de Cuenca, donde merece la pena pararse a pensar por qué motivo una tradición tan española se deja morir.
La Semana Santa de la ciudad es un conjunto de emociones, sonidos, olores, paisajes, tradiciones, en definitiva, posee un alto interés histórico y patrimonial. Cuidar y poner en valor nuestras tradiciones es tarea de todos y gracias a la educación y cuidado de nuestras costumbres, podemos llegar a obtener en nuestros días un espectáculo de tal envergadura. Si bien, es tremendamente importante el cuidado de los detalles y el estricto cumplimiento de las normas para que el esplendor pueda llegar a ser mayor y no desvirtuar lo que verdaderamente estamos celebrando: la Pasión y Muerte de Jesucristo.
En la ciudad de Cuenca la exaltación de la mantilla se conoce por ser símbolo de una tradición arraigada en la mujer conquense a principios de el siglo XX en continua práctica tanto en las ceremonias solemnes, religiosas, Semana Santa, en las fiestas profanas o las corridas de toros.
Allá por el 19 de abril de 1897 en el nº 6.088 del periódico ‘El Día’ de Madrid aparece un artículo dedicado a la Semana Santa de Cuenca que dice: <<El Jueves recorrió las calles principales de la ciudad una magnífica procesión, que superó a las de años anteriores, en el orden y lujo con que se verificó. La animación que ha reinado estos días ha sido grande, así como la exhibición de mujeres hermosas que, con el traje de seda negro, la airosa mantilla y la mirada místicamente mundana, han dado gran relieve a las fiestas religiosas celebradas durante la Semana Santa en esta capital.>> De esta forma es posible constatar lo que ya sabíamos: esta tradición de vestir la mantilla se ha dado en Cuenca muchos años atrás.
Atendiendo a este tipo de documentos y crónicas en la prensa de principio de los años 20 podemos encontrar la veracidad en cuanto a vestir de mantilla el día del Santo Entierro en Cuenca: <<Para mayor brillantez y esplendor de la solemnísima procesión del Santo Entierro, lució el día sus más refulgentes y magníficos atavíos primaverales. Como obedeciendo a ese mágico conjuro, las siempre bellas señoritas que, en profusión milagrosa tanto abundan aquí, tocáronse también con sus más seleccionadas y elegantes toaletas, sin olvidarse de la españolísima, clásica mantilla, realzadora de sus hechizos maravillosos. La solemnidad del día, de obligado asueto para todos, grandes y chicos, lo demanda imperiosamente, además.>>
El Día de Cuenca: Periódico Independiente, Regional y de Información: Año IV Número 127 - 1917 abril 11
Por consiguiente, sucedería lo mismo en la siguiente década, en el Diario La Opinión del 18 de abril de 1930 con un artículo dedicado a los desfiles procesionales. << Jueves Santo […] ha desfilado por vez primera “La Santa Cena”. Por la tarde se han visto concurridísimos los monumentos, en los que se han celebrado los actos del día. Las típicas mantillas, lucidas por gentilísimas y bellas señoritas que, siguiendo las tradicionales costumbres, han puesto la nota de simpatía y color en las calles conquenses.>>
Siguiendo con la década de los años 40 e independientemente de los recortes de prensa, Juan Ramón Luz escribe en el Programa de la Semana Santa de 1943 una crónica que dice así: <<El día de Jueves Santo asisten a los oficios los caballeros del Santo Sepulcro. Las mantillas, que sombrean rostros de mujer, sostenidas por las altas peinetas de carey, vibran al musitar de los labios y al trepidar de los corazones ante la arqueta del Sagrario, donde el Divino Prisionero preside el fervor del pueblo.>>
Podría decirse que la época comprendida entre los años 40 hasta los años 60 data de mayor esplendor en cuanto a vestir esta señorial prenda se refiere. Numerosas fotografías de nuestras abuelas, tías o hermanas junto a algún vago recuerdo que podamos conservar, dan testimonio de lo que algún día fue Cuenca en Semana Santa.
Fotografías como estas deben apreciarse sin equívocos. Las tradiciones familiares se nutren de un fuerte valor patrimonial ya sea por su peculiaridad o aprecio sentimental. Lo que está claro es que la elegante nota de color negro que paseaba por nuestras calles dotaba de un especial sentimiento religioso a la ciudad en esos días.
Siempre y cuando el tiempo acompañase, la tradicional visita a los Monumentos del Jueves Santo era un punto fuerte de vistosidad y así es como queda reflejado en la prensa de aquellos años.
En la parte izquierda de la fotografía aparecen dos mujeres con mantilla contemplando la procesión desde un balcón en Avda. Virgen de la Luz. Semana Santa de 1942. Fotografía: Luis Pascual.
Mª Dolores Cañas Olmeda y Carlos Gimeno Guerrero por la calle Calderón de la Barca. Semana Santa años 50
María Luz Alegría. Maria Luisa Muñoz y Gloria Fernández-Reyes. Semana Santa de 1949
VISITA A LOS MONUMENTOS.
<<Durante toda la tarde del Jueves Santo, fue grande la afluencia de fieles a las Iglesias que tenían expuesto el Altísimo. Las señoritas con mantilla y teja dieron una nota de vistosidad a estas visitas a Jesús Sacramentado, en los Monumentos. Este año han sido muchísimas las señoras y señoritas que lucieron mantillas, debido a la esplendidez del tiempo […].>>
Ofensiva: Bisemanario Nacional-Sindicalista: Año IX Número 817 - 1950 abril 9
Es así como los datos contrastados nos llevan a una clara decadencia de esta tradición allá por principios de los años 70. No se conoce motivo alguno acerca del desuso de este atuendo en Cuenca. En numerosas ciudades españolas esta tradición se ha mantenido hasta nuestros días y podemos contemplarlo en Valladolid, Toledo o Sevilla entre otras. Desde mi punto de vista, estoy convencido de que la pérdida de esta práctica en Cuenca se da por asociarla, de una forma incorrecta, con el Régimen franquista. Así, allá por mediados de los años 70 esta costumbre queda desechada por los cambios sociopolíticos y las nuevas líneas de pensamiento.
Es, por todo lo aquí expuesto, por lo que el pasado 2021 se quiso recuperar de alguna forma posible la visita a los Monumentos. Para ello, 19 mujeres ataviadas de riguroso luto y mantilla asistieron a los Santos Oficios de la Catedral y visitaron las iglesias del Casco Antiguo de la ciudad.
CÓMO VESTIR CORRECTAMENTE LA MANTILLA NEGRA EN JUEVES SANTO.
Vestirse de mantilla es portar un atuendo regido por unas bases cuya tradición seguimos hasta hoy. En Jueves Santo la mantilla negra es símbolo de respeto, por lo que no es conveniente estar vestida así fuera del contexto religioso. Una vez que se haya contemplado la procesión, asistido a los Oficios o se hayan visitado los distintos Monumentos de las iglesias, lo suyo es cambiarse. Por otro lado, tampoco es correcto vestir la mantilla cuando se ha puesto el Sol, únicamente se lleva durante el día.
En lo que al maquillaje compete, la norma básica y fundamental es la sutileza. Un maquillaje muy sencillo y de aspecto natural. Quedarían fuera de contexto las marcadas sombras de ojos. Únicamente la raya negra y discreta junto a un ligero colorete. Las uñas preferiblemente naturales, con manicura francesa o pintadas con brillo transparente, nada de colores. Tampoco sería adecuado llevar un fuerte color en los labios, únicamente un ligero brillo o pintalabios color “nude” ya que el labio tiene que quedar natural también. El moño, sin que sea un moño bajo, es aconsejable a media altura y nunca el pelo suelto.
Acerca de la vestimenta, está claro más o menos el protocolo a seguir. Vestido negro liso y preferiblemente sin ser de encaje. El encaje protagonista es el de la mantilla y por ello resulta más adecuado un vestido negro y liso. Con corte “midi” y de manga larga o francesa, fundamental que queden las rodillas bajo el vestido y nunca por encima. El escote debería tener la menor amplitud posible, aunque quedan aceptados todos siempre y cuando sean más bien modestos. Tacones negros cerrados de máximo 10 centímetros de altura. El broche para sujetar la mantilla al moño por la parte posterior es recomendable que sea en plata vieja o plata y brillantes, en ningún caso de oro. Preferiblemente los complementos que mejor se adecúan a este tipo de atuendo son los antiguos o heredados de familia, dan un toque especial al conjunto. La mujer que viste de mantilla lleva un colgante de plata sencillo, tipo crucifijo pequeño o medalla. También está aceptado llevar una medalla de la Hermandad de Semana Santa a la que se pertenezca. Pendientes en color plata también y no muy largos, de un largo intermedio y nunca portar aros. Las medias negras siempre y no tupidas ya que se tiene que notar el color de la piel debajo. Las medias de cristal son perfectas. Guantes de rejilla o encaje, negros y cortos, nunca largos. Teniendo en cuenta que actualmente siempre vamos acompañados de nuestro móvil y objetos personales, es conveniente y está permitido llevarlos consigo, pero en un bolso de mano negro discreto y pequeño o alguno de imitación carey, pero sencillo y sin adornos. Por último, primordial y de libre opción está la mantilla negra y la peineta de carey, aunque debido a que la comercialización del carey está estrictamente prohibida, las actuales se elaboran como imitación en acetato. Finalmente, portar un rosario es opcional, siempre y cuando se quiera utilizar para rezar en algún momento de la visita a los templos.
Aprovecho para que, en este año 2022 toda aquella mujer que de forma libre quiera vestirse de mantilla se anime y acuda a los Santos Oficios y visite los Monumentos este Jueves Santo.
La mantilla española siempre ha salido victoriosa en los avatares de gustos y modas en el transcurso de los años, una prenda que imprime carácter a la proyección de la feminidad sin distinción y por encima de edades, condición o rangos, incluso de regímenes políticos. Una prenda que en la Semana Santa cobra un sentido bajo el riguroso luto por la muerte de Cristo y tiene un espíritu propio los Jueves Santos.