16 minute read
Enrique Martínez Gil. Cartelista
from Cuenca Nazarena 2022
by editorialmic
Advertisement
Entrevista al cartelista de la Semana Santa 2022
Por Berta López
Enrique Martínez Gil es un nazareno atípico. [“Ni de fila, ni bancero, ni de acera, siempre libre” dijo de él su gran amigo – y vicepresidente de la JdC – Antonio Abarca, al presentarle en el acto en que la Pasión conquense dejó al fin atrás la larga orfandad de Cartel para conocer el que es ya la imagen de su Semana Santa 2022] Es quizá por eso que su Cartel también lo es: libre, atípico, diferente. Y, sin embargo, capaz para transmitir un estilo absolutamente reconocible, incluso siendo nuevo.
La primera vez que el ojo del nazareno mira la obra que Enrique ha concebido, siente algo parecido a cuando abre la puerta de la iglesia para que salga la procesión: el contraste entre luz y oscuridad impide ver con claridad. Pero, cuando el ojo se acostumbra, se despliega frente él una obra soberbia, original y única, plena de simbolismo bajo su apariencia de sencillez.
En la entrevista al Cartelista publicada en la edición de Cuenca Nazarena 2021 se habló de todo, menos del Cartel. Así tuvo que ser, pues la suspensión de los desfiles procesionales motivó que el Cartel tampoco se desvelara. Este año, Cartel mediante, en esta entrevista se habla de fotografía, de estilos, de recuerdos, de influencias, de vivencias y hasta de cine. Pero, sobre todo, del Cartel. Que ya era hora.
¿Cómo fueron tus inicios en la fotografía de Semana Santa?
No me gusta estar viendo la procesión con los brazos cruzados. Soy una persona muy activa y muy observadora, por eso para mí la fotografía fue una liberación en mi forma de vivir la Semana Santa. También me di cuenta de que, debajo del capuz, era como hacerte hombre invisible porque podías ver cosas y captar detalles que no podrías ver de otra manera. Eso fue un primer avance en ver la Semana Santa de otra manera. Luego las críticas positivas de la gente y ganar algunos premios me fueron animando, hasta que con la llegada de Antonio (Abarca) a la comisión de Publicaciones de la JdC empecé a colaborar con Cuenca Nazarena, lo que supuso para mí un gran aliciente. Esa colaboración me ha llevado además a tener un archivo muy bueno de fotografías de los pasos ya que, aunque no me gusta hacer fotos solo de las tallas, las iba haciendo pensando en que luego Antonio podría necesitarlas. Así desde el año 2003.
Una de tus señas de identidad es, precisamente, que apenas haces fotografías a tallas y, cuando las haces, es siempre buscando un punto de vista diferente.
Nunca me ha gustado hacer fotos a los pasos, sino a lo que pasa alrededor de ellos, a esa otra Semana Santa que me gusta decir. Por eso, en mi primer libro – que publiqué hace ya 14 años – mi intención inicial era que no hubiera fotografías de ningún paso. Luego, el miedo de hacer un libro de Semana Santa sin pasos y que no gustara me llevó, finalmente, a hacer la concesión de incluir alguna fotografía de tallas, dentro de que no eran la visión normal que se suele publicar. Pero mi intención era que no hubiera ninguno.
Analizado con perspectiva, lo que hiciste sin saberlo fue abrir camino, ya que en los últimos años lo que precisamente buscan mayoritariamente los fotógrafos de Semana Santa es aquello en lo que fuiste pionero: sacar la intrahistoria más allá de las sagradas imágenes. Y, por otra parte, también ha sido una forma de ‘educar’ el ojo del nazareno hacia una forma diferente de ver la Semana Santa a través de la fotografía. De ahí que cuando alguien ve una fotografía de Enrique Martínez Gil no espere una talla, sino otras cosas.
Así es. Muchos compañeros me han hablado de esto, de que he sido pionero; y además se ve en los concursos. A partir de entonces, se ha ido haciendo otro tipo de fotografía. Sí que quiero decir que no es que yo haya sido un avanzado. No lo hice con más intención que fotografiar lo que a mí me gustaba. Yo buscaba la otra fotografía; en este caso, la otra Semana Santa. Y luego me di cuenta de que esa otra Semana Santa era tan importante como la que siempre sale en las fotografías, la que recoge el elemento principal. Antes, en fotografía, no aparecía nada más allá de los pasos. Si miras fotos antiguas, salvo algunos casos
concretos de fotógrafos que iban específicamente a buscar fotos de nazarenos o de turbos, no hay prácticamente documentación fotográfica de todo lo que rodea a la Semana Santa. Y a mí me gusta estar en todo lo que rodea: el gesto, el sentimiento, miradas furtivas… todo eso que hasta ahora había pasado un poco desapercibido y, para mí, es de lo más importante.
Y sin embargo, llegamos al Cartel y la imagen principal es un Cristo.
Sí. Así es. Me decidí por esta imagen porque entendí que, para que fuera representativa de toda una ciudad, no podía personalizarla. Si es difícil ya conseguir que toda la ciudad se vea representada en una talla, imagínate en una persona. No te voy a negar que hice pruebas con fotografías de nazarenos antes de tener la idea definitiva del Cartel. Pero las descarté porque entendí que el Cartel tenía que ser algo diferente, más universal.
Es tan importante que trasciende nuestra ciudad, por lo que pienso que la imagen de una talla consigue llegar más a los sentimientos que un detalle o la fotografía de una persona. Eso está bien para una exposición, pero un Cartel está en una escala diferente. Aquí la complicación viene cuando te planteas cómo conseguir que una talla reconocible sea representativa de toda una ciudad, sin personalizar en una hermandad.
La solución que encontraste fue despojar a la talla elegida de cualquier atributo reconocible... aunque a los nazarenos de Cuenca no les pasó desapercibido qué talla es.
Efectivamente (sonríe). Salvé la disyuntiva despojando la talla de todo elemento reconocible, como en este caso la icónica Cruz de los Espejos. Buscaba que se entendiera como una imagen global de una ciudad.
El año pasado, en la entrevista para Cuenca Nazarena, hablamos del Cartel sin hablar de él, porque no pudiste presentarlo a los nazarenos a causa de la pandemia. Pero este año sí que tenemos Cartel y lo podemos diseccionar. Empezando por el principio: ¿Cómo nace la idea?
Yo quería hacer un cartel para todo el mundo. Entiendo que es un cartel arriesgado, porque en la Semana Santa nunca se había hecho algo parecido, una idea tan rotunda con un diseño casi publicitario o de cartelería cinematográfica, con elementos fragmentados… En Semana Santa siempre hemos visto diseños más clásicos y parecía complicado mezclar lo antiguo con lo moderno. Era un reto y yo mismo me he sorprendido tanto del resultado como de la reacción de la gente. Todo el mundo me dice que cuanto más lo ve, más le gusta. Y veo que el Cartel cala en la gente. Así que estoy contento. Lo que más me gusta del Cartel es que cada vez que lo miras, ves cosas diferentes. Es como un juego visual.
¿Qué elementos debe tener un Cartel de Semana Santa para cumplir su función?
El Cartel, para serlo, tiene que ser algo que te agarre desde un principio, una obra llevada casi al lenguaje publicitario. Su finalidad principal es ‘vender’, por decirlo de alguna manera. Promocionar, en este caso una ciudad y su celebración más importante del año. No hay que perder esta referencia. En ese sentido, yo quería que el Cartel fuera sencillo, que tuviera una imagen muy clara y que no perdiera la perspectiva promocional de nuestra ciudad y nuestra Semana Santa. Durante el proceso, siempre partí de ideas muy sencillas con la premisa de que no quería que el Cartel fuese una fotografía con letras: pienso que eso tiene muy poco recorrido, por muy bonita que sea la fotografía y por buena que sea la composición. Quería que mi Cartel tuviera más complejidad dentro de su sencillez, darle valores añadidos que lo llevaran a entenderse de otra manera. En la misma idea tenía la solución y el problema.
¿Cómo resuelves esa dicotomía –sencillez vs. complejidad– en el Cartel?
A base de investigar y de hacer pruebas. En el proceso me ha ayudado mucho la cartelería de Cruz Novillo, los colores y tratamientos de mi amigo Miguel Ángel Moset y los planos superpuestos… Quería que tuviera esa expresión fuerte del arte abstracto, para que respirara esa abstracción que respiramos en Cuenca. Con esa combinación de elementos y partiendo de la fotografía de ese Cristo despojado de apellidos, empecé a jugar con las texturas. Quería un elemento de Cuenca así que, qué mejor que esos yesos fisurados del Casco Antiguo que le han dado esa calidad y esa calidez y que reflejan también lo que soy yo y mi trabajo de restauración en el Casco, sobre todo arreglando fachadas. Quería aplicar cosas de mi trabajo, además de que la foto fuera mía. El Cartel tenía que ser algo mío. Tenía que ser Enrique, reconocerse. Por eso, la textura de los yesos es un elemento que me pareció imprescindible y muy bonito para reflejar esos colores de Cuenca, ese amarillo oro que impregna el Cartel, y también esas texturas fisuradas y aviejadas.
El último escalón fue la trama, aplicar elementos arquitectónicos. Pensé en los triángulos porque llevaban a la imagen del capuz, al discurso de una composición de capuces y a una trama que reflejara esa unión de la Semana Santa, que es débil y fuerte a la vez, una cosa de muchos pequeños actores cuya suma da como resultado un conjunto muy potente, pero que vistos cada uno por su cuenta parecen insignificantes. Tengo la sensación de que nunca se ha tratado en un Cartel esa idea de la unión y del trabajo invisible, humilde y desinteresado de mucha gente, que no se reconoce y que muchas veces es el que saca adelante la Semana Santa. Es esa suma de esfuerzos de mucha gente lo que hace que la Semana Santa sea lo que es actualmente, ese trabajo soterrado y profundo mucho más allá del día de la procesión. Eso es la Semana Santa. Y, si no existe eso, todo lo demás son fuegos de artificio. Yo quería que eso se recogiera en ese juego de triángulos.
El último paso, que refleja también lo que ha pasado con la pandemia, fue el de eliminar los triángulos: representan a la gente que se nos ha arrebatado. Consideré que esta realidad se tenía que recoger en la obra, porque el Cartel está hecho en un momento determinado. Despojar la imagen de esos triángulos era una manera de demostrar que, a pesar de la ausencia, el conjunto sigue funcionando porque los triángulos que permanecen nos arropan y explican la imagen de modo que sigue teniendo sentido. Como si no faltaran los que faltan. Pero sabemos que faltan y que se han llevado partes importantes de la talla, del fondo… Son partes que, aunque sean muy importantes, nos llevan a darnos cuenta de que la imagen sigue siendo comprensible. O, por decirlo de otra manera: que seguimos peleando porque estamos aquí.
Yo quería hacer un cartel para todo el mundo
La impresión que da el Cartel al verlo por primera vez es que ha sido sencillo de hacer. Además, tal y como tú lo explicas, da la sensación de que un paso llevó a otro y que salió a la primera, casi casi en una tarde. Sin embargo, un trabajo de síntesis como éste requiere de una profunda reflexión, casi me atrevería a decir que filosófica, sobre la Semana Santa y nuestra forma de relacionarnos con ella. ¿Cómo ha sido ese proceso?
Pues es que, en realidad, una cosa me fue llevando a la otra. Con su reflexión, claro, pero lo cierto es que fue una especie de reacción en cadena. Quizá lo que más tiempo me llevó fue tener clara la idea de lo que quería, porque además es algo que llevaba arrastrando desde que presenté una obra al concurso de Carteles de 2018. El concurso me sirvió como un ejercicio para pensar qué haría yo en verdad si tuviera que hacer un cartel. Me di cuenta de que el que presenté, incluso aunque quedó cerca de ganar, no era mi cartel, que no era lo que yo quería hacer como Cartel de Semana Santa. Una vez tuve claro qué quería hacer, qué quería contar y cómo, las ideas me han venido muy fácil: lo tenía todo tan claro, que combinar los elementos ha sido relativamente sencillo, casi inspiración divina, como digo yo.
Y una vez tuve el elemento principal, en lo que he encontrado mayor dificultad ha sido en la rotulación, en dar con la tipografía adecuada para la composición. La rotulación tenía que ser respetuosa con el mensaje del elemento principal, acompañarlo pero sin restarle protagonismo. Fue complejo encontrar un rótulo que hablara con el elemento principal y que tuviera entidad propia al mismo tiempo.
¿Cómo llegas a la rotulación final?
Me gustaría dejar claro que yo no soy diseñador gráfico. Por mi trabajo, he tenido contacto con esta disciplina, pero es ajena a mí. Así que, casi he tenido que hacer un máster en rotulación para poder dar solución a este problema. Quería que ambas partes estuvieran al mismo nivel y, para ello, hice muchas pruebas hasta quedarme con la rotulación definitiva. He ido aprendiendo a base de prueba-error. Pienso que ha quedado un conjunto homogéneo. La rotulación es importante hasta el punto de que, por ejemplo, es la que ha llevado al Cartel a tener el formato que tiene.
¿Cómo es eso?
El formato ha ido evolucionando de uno más compacto o estándar de Cartel. Primero para que hubiera la suficiente separación entre la rotulación y el elemento principal, que fuera respetuosa con él. Y luego también para buscar esa visión contrapicada de la imagen como si fuera una vidriera y el Cristo se viera de abajo hacia arriba. Todo eso me ha ido llevando a alargar el formato.
¿En qué momento decidiste poner el punto y final al Cartel?
Esta pregunta es buena. En cualquier proceso de diseño o pictórico, lo difícil no es tanto la idea inicial como saber cortar. Mi madre pintaba y recuerdo haberle dicho muchas veces que dejase ya el cuadro, que no lo tocara más, porque muchas veces más no es mejor. No hay que llegar al punto de perder la frescura. Con el Cartel, lo que no quería era que se abigarrara y perdiera la frescura con la que se pensó. En ese punto es valiosa la opinión del ajeno, que te ayuda a poner el punto y final al verlo desde fuera y desprovisto del condicionamiento del autor.
Lo bueno que yo he tenido es que, al ser un periodo creativo tan largo, motivado por las circunstancias, he podido tener periodos de maduración que me han permitido autocorregirme y mejorar aquello que no me convencía. Eso sí, siempre con mucha delicadeza para que no perdiera la frescura inicial.
Cuando hablamos el año pasado para Cuenca Nazarena, me dijiste que uno de tus mayores miedos era no resistir la tentación de no tocar el Cartel. ¿Lo has modificado, con respecto al que debería haber sido para 2021?
Sí. El motivo principal del Cartel que tenía para 2021 era sensiblemente igual, ha evolucionado muy poco. Lo que sí ha evolucionado ha sido, como decía antes, la rotulación y con ella el formato. El tipo de letra que elegí para 2021 no me convencía del todo. Al no poder presentarlo el año pasado por no haber procesiones, decidí probar otras cosas con respecto a la tipografía y la rotulación. Y poco a poco fue evolucionando hasta conseguir la composición final, que pienso que es la idónea. En la tipografía he buscado el orden y las líneas del elemento principal, de manera que, por ejemplo, las ‘aes’ siguen las líneas de la trama de triángulos.
Por muchos motivos, tu Cartel es único. Cada Cartel lo es, eso es cierto, sin embargo éste tiene un matiz que no tiene ningún otro hasta la fecha: esa doble numeración, ese doble año, que refleja la Semana Santa para la que no fue y aquella para la que por fin, es. ¿Por qué ambos años en el Cartel?
Porque no podía quedar un año sin Cartel. En el proceso de encontrar la rotulación, primero pensé en fusionar el año con el texto. Me di cuenta de que eso no funcionaba y, cuando se me ocurrió la idea de que aparecieran los dos años, empecé a ver de qué manera podía fundir dos años de forma simbólica. Es un elemento que tenía que entenderse y ser consecuente con el resto. Ahí pensé en ese doble plano en que el elemento del año 2021 quedara a una distancia, más pequeño, como si el tiempo lo alejara y lo difuminara, para que no fuera protagonista pero tampoco se perdiera. Una vez tuve esta idea, ya pude reorganizar la parte inferior del Cartel para que todo tuviera sentido.
En el despacho del Cartelista reina un aparente caos que solo lo es en apariencia, pues cuando esta entrevista tiene lugar apenas han pasado 12 horas desde la presentación del Cartel y su autor no ha tenido tiempo de terminar de recoger los ejemplares cuyo destino es convertirse en regalo para sus allegados.
Si una mira más allá del desorden que campa por la mesa más grande, halla orden, pulcritud y concierto. Docenas de libros perfectamente alineados en sus estantes, una sala de proyecciones preparada para cuando sea preciso utilizarla, la luz justa entrando por las ventanas a través de las que se divisan los tejados de Cuenca, un plotter al que el Cartelista dice haber dado mala vida – por la cantidad de pruebas de su obra que ha imprimido en estos meses – y, apoyado en una pared, recién enmarcado en dorado y negro, el Cartel.
Tan sencillo y, sin embargo, con ese magnetismo que te hace desear seguir mirándolo y descubrir nuevos matices, detalles, significados. Podría haber estado en la mismísima Galería de los Espejos de Versalles o en la sala que la Mona Lisa ocupa en el Louvre y aún así, todas las miradas se dirigirían hacia él, todavía sin colgar en ese momento, a la espera de encontrar su sitio. En el despacho de Enrique, claro. Porque en el corazón de los nazarenos ya lo ha encontrado. Las cientos de muestras de cariño en redes sociales dan fe.